Buen comienzo

El primer día de piscina me depara una sorpresa (o no tanto) con el chulazo del socorrista...

Buen comienzo

-¡Hola Marco! Que te has quedao pillao…-, dijo Marta alegremente poniendo su toalla junto a la mía. Llevaba dos días de vacaciones en casa de mis tíos y recién empezaba a contactar con los amigos de otros veranos, aunque con Marta fue instantáneo; vive justo al lado. -¿Está bueno, eh?-, insistió la chica señalando con la barbilla al que era el motivo de mi turbación anterior: Carlos, el socorrista de la piscina. Un especimen de mareo; guapísimo, fibradísimo, morenísimo, con un paquete de espanto… para comérselo. El problema era que eso, comérselo, ya lo hacían varias chicas y mujeres de la zona. Por eso me sorprendió tanto.

Cómo a eso de las dos de la tarde, decidimos con Marta tomar unas tapas en el bar de la piscina en lugar de regresar a casa tras avisar a mis tíos y a sus padres, nada anormal. –Creo que voy a darme una ducha-, advertí a mi amiga antes de ir a la terraza. –Sí, te hace falta-, rió ella señalando discretamente mi polla que empezaba a marcarse bajo el bañador. –Lástima que seas tan marica, sino podríamos aprovecharlo. Jijiji-, replicó. Marta estaba en lo cierto. Carlos me había puesto, y bién; necesitaba calmarme como fuese, y pronto.

Ya en la ducha, me quité la única prenda y mi tranca saltó erectísima, casi me dolía. Bajo el chorro de agua, acaricié mi culo, pellizqué mis pezones y empezé a pajearme lentamente pensando en el morenazo de ahí afuera. De pronto, oí a alguien entrando. Eso me cortó un poco, pero dónde me asusté fue en cuanto llamaron a la puerta. Me quedé helado. ¿Quién querría usar una ducha ocupada habiendo otras cinco libres? Me vino a la cabeza el recuerdo del año pasado, cuando unos capullos disfrutaban metiéndose conmigo, pero no les había visto en la piscina, ni siquiera en el pueblo… -Marco, soy Carlos. ¿Puedes abrirme un momento?-. Ahí se desbocó mi corazón.

Sin pensarlo le franqueé la entrada anudando la toalla a mi cintura. Estaba guapísimo de cerca, porque estaba muy cerca. Tanto que nuestros labios chocaron brevemente. Nos miramos y nos lanzamos sin palabras a un morreo de tornillo impresionante. La toalla ya me había caído al suelo y mi polla, de nuevo durísima tras el susto, acariciaba su paquete. Nervioso, le arranqué el slip, más que quitárselo y una enorme tranca morcillona, preciosa, se posó sobre la mía. –He visto cómo me mirabas durante toda la mañana…-, dijo él antes de bajar la cabecita para morderme el cuello. –No puedo creerlo-, pensé en voz alta, acariciando su duro trasero.

De pronto, sin aviso ni preámbulo alguno, se arrodilló sobre la toalla ya empapada y se llevó mi pollita a la boca. Divina. –¡Oooohhh!-, dejé escapar atusando su mojado pelo. Yo flipaba con lo que me estaba dando el guapísimo socorrista, sobretodo con su lengua punteando el agujerito del glande. Le dio un par de chupeteos, pero enseguida noté cómo algo se deslizaba por mi pene. Me estaba poniendo un condón. –Fóllame, Marco-, dijo casi implorándome. No era esa mi idea, más bién al contrario, pero en fin… De pie, se manifestó imposible, el macizo me sacaba una cabeza y mi polla apenas le acariciaba su ano. El estupendo ejemplar tomó de nuevo la iniciativa agarrando su bolsa, en la que yo no había ni reparado, de la que sacó una llave y mi bote de gel de baño. Entreabriendo la puerta se aseguró que las duchas estuviesen vacias, me agarró de la mano y, de un tirón, me llevó hasta lo que parecía una sala de curas. Lo que esperaba de mi estuvo claro enseguida.

El preciosísimo chico se echó de espaldas sobre la camilla, extrañamente baja, con la tranca apuntando insolentemente al techo. Me moría de ganas de empalarme en ella y sentir su gordo capullo abriendo mi culo seguido de la caliente barra rematada por una gorda vena que la reseguía en toda su longitud... Pero Carlos estaba demasiado cerca del borde para eso. Tras embadurnarse el ano con mi gel, levantó las piernas indicando que me acercase a su expuesto culo y las apoyó en mis hombros. Lo demás fue automático.

Apoyé mi sexo en su deliciosa entrada y, ayudado por el lubricante del condón, el gel de baño y con sus piernas apretando hacia él, sencillamente, desapareció dentro de Carlos. -¡Oh, Dios-, exclamó el muchacho a pesar de que era evidente que no era su primera tranca; tal vez ni siquiera la primera del día. -¡Carlos, Carlos!...-, gemí, más que decir al sentir cómo mi pubis chocaba con las nalgas del joven. Su esfínter, apretado pero sin pasarse, meloso y caliente, era espectacular. Eso y la visión del macizo con mis manos apoyadas en su escultural pecho y mis pulgares acariciando sus pezones erectos, me puso demasiado burro. Le follé rápido largo y profundo cómo me hubiese gustado que él me jodiese a mí. Lo embolé durante minutos al compás de sus jadeos, obnubilado con tanta belleza y placer, al borde del síndrome de Sthendal, hasta que vi que él mismo comenzaba a masajear su glorioso nabo. Me había olvidado de su placer.

Traté de compensarlo y pajearlo yo, pero en nuestra postura, conmigo de pie, eso significaba cesar en mi cometido enculador. Sonrió, retiró mi mano y me indicó que continuase. Obedecí como un corderito y volví a joderle, ahora ya más lentamente; sacando casi (un par de veces no tan casi) mi tranca de su hoyito y volviendo a enterrarla. Él seguía con sus jadeos y con su paja, cada vez más lenta. De repente, casi sin advertirlo, me vacié en el forro. -¡Oh, oh, oh! ¡Mmmm…-, me limité a soltar para hacer notar a mi amante que estaba llenando de lefa el condón. Algo cansado, cómo todos los tíos después de correrse, alcancé a ver un destello de deseo en sus ojos que, al parecer, interpreté bién.

Carlos había casi dejado de masturbarse, cómo esperando algo de mí. Retiré mi tranca de su culo a tal velocidad que el condón quedó dentro, colgando de su ano. Me agaché hasta su pene y tragué cuanto pude, o sea, ni siquiera la mitad. Cómo mamada, era una mierda lo que le hice, pero lo que yo deseaba era terminarle la paja y que se corriese en mis mejillas, en mis labios; aunque no llegé a eso. Casi fue tragarla, pajear un poco el resto de tranca, y sentir cómo el guapísimo moreno atrapaba mi cabecita y se venía. –Porías haber avisado-, pensé tras recibir tres o cuatro trallazos de ardiente lefa en mi boquita. De repente, aprovechando la postura, me vino una idea loca. Sin tragar nada, me incliné sobre él, puse los labios a punto para un beso y picó cómo un pardillo. Carlos abrió la boca para acoger mi morreo y yo le pasé su leche sin despegar mi boca de la suya. A los pocos segundos, tras un leve rechazo inicial, jugueteamos con las lenguas, repartiendo su ambrosía, hasta que él se la tragó. –Esto por no darme tú a mí y por no avisar que te corrías-, le advertí sonriente. –¿Me recoges hoy a las siete? Te daré lo que te debo-, fue su respuesta. –Claro, mi amor-, contesté casi sin poder creérmelo.

Salí yo antes que él, tras una breve ducha. Marta ya estaba en una de las mesas, esperando con un par de cervezas, la mía ya algo calentita. –Joder, sí que has tardado, pareces una tía-, protestó ella mientras Carlos salía de las duchas y me dedicaba una amplia sonrisa. Marta me miró entre sorprendida y celosa. –No me digas que…-, empezó. –Ya te contaré, chica, ya te contaré- le respondí relamiéndome al pensar en lo que la polla de burro del socorrista iba a hacer esa tarde en mi culo.