Bruno

Ir a trabajar puede convertirse en algo muy interesante...

Sería muy complicado estar más nerviosa que yo en este momento. Trataba de decirme una y otra vez que era normal, que lo nuevo siempre asusta, pero estaba llegando al punto de no encontrarme nada bien. Y todo por un trabajo nuevo, un cambio que llevaba esperando muchísimo tiempo.

Llevaba casi dos años explotada en una pequeña empresa. Me gustaba mi trabajo, el trato diario con la gente, pero mi jefe era otra historia. Sus manías se contaban por decenas, nunca hacías nada bien y por si el que no me valorase en absoluto fuese poco, además me exigía trabajar un montón de horas, y ni las gracias, ya no digamos pagarme lo que me correspondía.

Por eso estaba hartita, por decirlo de forma diplomática. Sólo una cosa compensaba parte de esos dolores de cabeza, Bruno, mi compañero. Cuando empecé en la empresa él ya era todo un veterano, ya que digamos que la gente duraba más bien poco. Pero bueno si a mí me hubiesen tratado de la misma forma que a Bruno no me hubiera planteado el  mandarlo todo a paseo. Trabajar de nueve a dos por 900 euros no está nada mal y sobre todo si eres el preferido del gran jefe y puedes pasarte tomando café la mayor parte del tiempo. No soy capaz de recordar cuantas discusiones hemos tenido por el mismo tema. Yo con mi discurso que no podía ser más vago y él con que yo era insoportable. Así a diario no, pero casi casi. Es que la situación era muy exagerada, de decir te pagan por no hacer nada de nada chaval,  y aun encima bastante más que a mí, que tiene tela. Si obviamos estas discusiones (casi parecíamos un matrimonio) puede decirse que nos llevábamos bastante bien, pero tampoco había nada relevante que contar. Trabajábamos juntos y punto. Ni siquiera éramos de ese tipo de compañeros que tienen algún tipo de relación fuera del trabajo, no quedábamos para tomar café ni nada parecido, ya que él estaba a punto de casarse y digamos que a su pareja no le hacían ninguna gracias las amistades femeninas. Vamos que si le ocurría ser amable y simpático tenía caras largas una semana. Lo mismo si intercambiabas cualquier mensaje o similar. La verdad que la chica estaba enferma, pero bueno, visto lo visto, tenía sus motivos, ya sabía lo que tenía en casa.

Todo cambió el día de la cena de empresa. Era navidad y como no éramos una empresa nada original organizamos una cenita para celebrar el año nuevo, lo típico. Mucha comida pero sobre todo mucho vino, cerveza, copas….  Como las maracas de machín, a cada cual peor. Todos menos Bruno claro, él tenía que llegar a casa muy sereno si no quería tener bronca, ya que a su novia no le había hecho demasiada gracia que se viniese de cena con nosotras. Digo con nosotras porque de los ocho que éramos, seis éramos chicas y eso claro, implicaba mucho peligro. Pobre, nos metimos muchísimo con él, pero es que ni una madre es tan controladora.

Aun si haber probado ni una gota del alcohol estaba súper animado y nos fuimos todos a la discoteca de moda, a ver si recordábamos como era eso de bailar. La música era la típica de pachangueo y la verdad lo dimos todo. Yo no soy tímida pero mis compañeras me ganaban de lejos, no paraban de perrear con todo aquel que se les cruzara en el camino. Daba igual que pusieran reggaetón que pop, la cuestión es restregarse con quien se deje.

A mí la verdad que no me apetecía mucho ligar esa noche, ya que mi último royo había resultado ser un completo desastre, y no quería más sorpresitas. Me lo estaba pasando súper bien comentando el espectáculo de las niñas con Bruno. Digamos que nos faltaban las palomitas, porque no perdíamos detalle. Una de ellas decidió en ese momento cual iba a ser el fichaje para esa noche, un guaperas con pinta de no tener ni media neurona útil pero que estaba bastante potente, en el sentido literal de la palabra, porque cuando se despidieron de nosotros el chaval ya iba más que preparado. Después de reírnos un buen rato del guaperas, Bruno me soltó “Que envidia me da el pringado ese” y yo le contesté muy sorprendida “ No me digas que te apetece tirarte a Laura!”  No es que Laura no estuviese muy bien pero es que Bruno nunca me había hecho ningún comentario acerca de nadie de la oficina. Creía que era de este tipo de chicos que no veían más allá de su pareja.

Bruno me contestó que Laura no le ponía nada, pero que le daba mucho morbo lo de salir “de caza”, el entrarle a una tía desconocida, tirártela y al día siguiente no recordar ni su nombre.

Ya hacía más de seis años que estaba con su novia, y nunca le había sido infiel, pero sin duda echaba eso mucho de menos.

En ese momento mi concepto del lelo de mi compañero cambió totalmente. Parecía un santo que nunca había roto un plato, pero había algo más, un lado oscuro. Y me lo fue a contar a mí, la chica de las dos caras. La formal a ojos de la mayoría de la gente, con muy poquita vida social, y mi otro yo, al que le encanta tontear, casi como afición, y con un historial mucho más interesante de lo que muchos podrían siquiera imaginarse.

Esa noche Brunito se convirtió en todo un reto. Y no me malinterpretéis, no soy ninguna rompe relaciones. Es más, siempre me ha encantado el royo soy la otra, lo hace más gracioso y menos complicado de cara a que el chico quiera nada formal. Las relaciones formales siempre me han dado bastante alergia,

Desde la mañana siguiente, tenía que pensar dos veces el modelito para ir a trabajar. Que si una falda más corta de lo habitual, un escotazo, sentarme encima de su mesa, que si me agacho a recoger cualquier cosa… era una provocación continua.

Él aguantó como una campeón, salvo alguna mirada algo más descarada de lo habitual no me hacía ningún comentario, nadaaaaa, me estaba volviendo loca.

Me dije, Julia o pasas a la acción o te rindes pero así no puedes seguir, porque la única que se sube por las paredes eres tú.

Así que al día siguiente, me acerqué a su mesa y allí que me siento, con un vestido corto no, lo siguiente. Como en la oficina había biombos entre las mesas nadie podía vernos, por lo que no pudieron ver como se le salían los ojos de las órbitas por unos segundos. Cuando se dio cuenta hizo como si nada y se puso a llamar a un cliente. “Así que eres muy duro” pensé, pues ahora verás. Y tal cual película erótica comencé a subir mi pie  por su pierna hasta rozar esa polla que tantas ganas tenía de descubrir. Qué pena no poder mostraros su cara, fue digna de ver. Para ser el primer día era suficiente, ya me sentía toda una ganadora y el juego estaba en marcha.

En el café se vengó y de qué manera. El cuartito del café tenía un tamaño ridículo, si estiras los brazos tocas las paredes de ambos lados, tamaño ducha vaya. Estaba preparándome el té cuando noté que me acorralaban contra la pared y  me susurran al oído, si no quieres jugar dímelo ahora. Me quedé tan bloqueada que no pude decir nada. Y parecía tonto el chaval. Me soltó rápidamente cuando empezaron a oírse las pisadas de las demás por el pasillo acercándose.

Esa tarde me debatí entre pasármelo bien o hacer caso de la mítica frase “donde tengas la olla…” Como os podréis imaginar, nunca se me ha dado bien lo de hacer lo correcto así que llegué al trabajo más que dispuesta a ver lo que iba a pasar. Pero no pasó nada, Bruno estaba súper soso y ni me miró.  Estaba flipando, lo habré soñado todo pensé.

Pero de nuevo en el café otra vez acorralada contra la pared, y una mano que se desliza hasta mi entrepierna. Mmmmm como me estaba poniendo… y de repente se va. Este tío me está vacilando pero bien, me dije muy enfadada.

Estuvo así como quince días, ignorándome casi todo el tiempo y dándome tres minutos de placer en un cuartucho.

Me estaba cansando, pero cansando de verdad, así que ese día directamente no iba a salir de mi cubículo. Que jugase con otra.

Y al día siguiente, lo mismo. Pero Bruno vino a visitarme. Qué coño quieres, le dije. Jugar contigo, me contestó.  Me puse como un basilisco y le grité de todo menos guapo. Pero es que es cierto, no todos tenemos su aguante. No me dejó terminar mi sarta de burradas, tiró de mí y me encerró en el baño. Me soltó que si lo que quería era echar un buen polvo solo tenía que haberlo pedido y se lanzó a comerme la boca. Lo hacía con desesperación, como si fuese algo muy deseado también por su parte. En menos de un minuto estaba sin bragas, sentada encima del lavabo y con su polla taladrándome muy, muy fuerte. Que gusto por Dios!! No recordaba haber tenido un orgasmo tan rápido en toda mi vida.

Fue un polvo de 5 minutos pero genial, y sólo fue el primero de muchos, pero eso será otra historia.