Brujita

¡Disfrazarse de brujita es un peligro!

Me llamo Vania y me apetecía desahogar escribiendo, y no solamente escribiendo. Este parece un lugar adecuado para hacerlo y contar algunas de mis historias. La verdad es que soy un poco loca en el sexo, y si tuviera que contar todas las pollas que he comido y todas las veces que me han follado... pero empezaré por algunas y si disfrutan continuaré.

Víspera de Halloween, una de mis fiestas favoritas, siempre me gustó disfrazarme, pero además fue de adolescente la primera vez que salí completamente de mujer a la calle, aprovechando la fiesta. Mis amigos bromearon mucho, pero yo lo hice completamente convencida y sintiéndolo. Me trae nostalgia y recuerdos sexuales adolescentes que quizá cuente otro día.

Me vestí con mi lencería favorita: un sujetador blanco súper push up con encajes y unas braguitas blancas a juego, también con encaje, semitransparentes y con lacitos a los laterales. El blanco resaltaba mi tono de piel, pero en fin, las probabilidades que alguien llegara a verlo eran casi nulas. Disfruté en el espejo y me vestí finalmente con un disfraz de bruja sexy, con mi sombrero de pico y mi maquillaje de sombra de ojos verde. ¡Me encantaba! aunque también era demasiado fresco para el día otoñal que salió, pero era mi día. El abrigo largo color azul no pegaba en nada, pero me salvaría del frio hasta llegar al trabajo.

  • Llegas tarde brujita -balbuceó Don Alfredo señalando el viejo reloj de la pared.

¿Brujita? ¡Pitufo gruñón! Aunque era un trabajo, yo ya sabía que a él le gustaba tener una chica como yo, que se involucra tanto en las fiestas, porque era bueno para los clientes. Don Alfredo era un tipo peculiar, como un rudo tabernero salido de un cuadro del siglo XV, pero en el fondo tenía buen corazón. Era la enésima vez que me daba trabajo estando desesperada. Ay, Don Alfredo, a pesar de su poco atractivo, otra historieta cochina para la lista.

El día fue duro entre tapas y vinos, mucha gente y poco interesante. Algún que otro cliente habitual, ya de cierta edad, hizo comentarios sobre mi belleza ese día y eso que el enorme delantal no ayudaba. De vez en cuando lo bajaba disimuladamente para resaltar mi escote, pero no precisamente para mis viejos habituales, sino para él.

Ahí estaba él. El madurito que me atraía últimamente. Con su cabello medio canoso pero rebelde, sus brazos fuertes y tomando su vino como todos los viernes, pero sin ella, sin su pareja. Extraño. ¿Sería mi día de acercarme? Me emocioné mucho, pero no tenía ni un vello en el cuerpo que se pudiera erizar. Quizá los rizos de mi media melena me iban a delatar o mi intensidad interior al ver que ella no llegaba. Yo solía ser abierta, en muchos sentidos, con los clientes, pero con él apenas había hablado en los dos meses que llevaba ahí.

-¿Todo bien? ¿Falta algo por aquí? -me acerqué limpiando un poco la mesa.

-Todo bien -me sonrió.

-Yo diría que sí que falta algo... tu chica -me atreví finalmente, un poco cotilla ¡como soy!

-No creo que venga en mucho tiempo -torció su gesto sincero.

Yo seguía frotando la mesa limpia con la excusa de hablar con él. Tu polla la limpiaría así, pero sin manos, si te quedas conmigo, madurito guapetón, pensé casi excitada por la respuesta. ¿Estaría libre? ¿Qué más le digo? ¿Cómo hago?

-¿De viaje? -pregunté esperanzada de que no fuera eso.

-No, cosas que pasan en las parejas, ya sabes... -su tono era más simpático que triste. Y ha mirado mis tetas, ¡ha mirado mis tetas!

-¿Puedo? -pregunté y me senté en su mesa sin esperar la respuesta. Qué tiempos aquellos en los que una se podía acercar sin mascarilla a un extraño en un bar.

Estiré disimuladamente el delantal y me agaché más de lo normal. Sus ojos fueron directos en una mirada furtiva a mis tetas. ¡Sí! Mis tetas son pequeñas pero sugerentes y había funcionado muy bien. Una siempre gusta de sentirse deseada.

-Aprovecho que no me ve Don Alfredo, ¡uf!, que necesito un minuto de descanso-. Él hizo un gesto de aprobación y yo continué hablando. -Seguro que no fue culpa tuya sonreí -y en cuanto vi sus ojos de cerca, me aumentó el deseo de hacerlo mío esa misma noche.

-¿Cómo sabes que no he sido yo el malo? -rió muy pícaro para la situación.

-Se te ve tan bueno... -puse cara de ángel, que siempre se me ha dado muy bien.

-Cesar, no me la entretengas -salió Don Alfredo con gesto enfurruñado hacia mí.

Así que se llama Cesar... y parece que Don Alfredo lo conoce. Tuve que volver a mis tareas y Cesar siguió bebiendo su vino. Atendía a toda la gente como es debido, pero sin quitarle ojo. Estaba bebiendo bastante más vino de lo habitual ¿estaría bebiendo por ella? ¿sería para olvidarla?

-A esta invita la casa -le serví la siguiente y accidentalmente, ¿accidentalmente?, se derramó un poco por la mesa y fue a parar entre sus piernas.

Desafortunadamente no se manchó, pero con lo excitada que me estaba poniendo la situación yo limpié igualmente la silla entre sus piernas rozando levemente su muslo por el interior. Me levanté de nuevo mirando directamente a sus ojos y mi cabeza viajó a las estrellas. Creo que las estrellas follaban como locas.

-Toma una conmigo -dijo Cesar. Y aprovechó la cercanía para posar su mano en la parte baja de mi muslo acariciando mi media desde atrás-. Dile a Don Alfredo que te invito yo -sentenció con un guiño.

Volví con un nuevo vino para mí. Emocionada, excitada, tenía miedo de que mi cosita despertara demasiado, y se hiciera evidente, en mitad del trabajo. Me acerque de nuevo a él en la misma posición anterior, casi pidiendo que me volviera a tocar el muslo, y él lo hizo. Esta vez lo hizo más arriba, casi debajo de mi falda de brujita.

-¡Por los solteros! -me adelanté a brindar yo y él me siguió con su copa.

Una pareja cercana hacía gestos para que les atendiera, pero yo no tenía intención de moverme de allí mientras sintiera su cálido tacto. Creo que mi agujerito se dilató esperando que subiera la mano sin muchas contemplaciones, pero eso no ocurrió. En ese instante me di cuenta que él estaba bastante bebido y ya era como un muñeco embriagado.

-Creo que he bebido demasiado -y su voz sonó como la de un pobre diablo enamorado y sólo.

-¡Vania! -gritó Don Alfredo con ganas desde el interior del local.

Corrí adentro antes de que saliera y me ocupé de las tapas y los clientes que había olvidado. No sé cuantos minutos pasaron, pero cuando salí ya no estaba. ¡Qué decepción! Se veía venir, pero me había hecho demasiadas ilusiones. Rebusqué entre la gente y definitivamente no estaba, pero lo avisté en la esquina de la calle, iba a subir a su coche.

-No deberías conducir así -dije casi sin aliento al llegar deprisa.

-Para ser una brujita eres demasiado buena -contestó en evidente estado de embriaguez-. ¡Y mandona! -añadió.

¡Qué manía todos con "brujita"!¡Soy toda una bruja! ¡Y puedo ser mala, mala! ¿Será porque no soy muy alta? Sea como fuere, me gustaba más la brujita que salía de su boca. Y en un arrebato impetuoso saqué mi bolígrafo, y un poco temblorosa cogí su mano y le escribí mi número de móvil.

-Por si necesitas una amiga para hablar o una camarera que te emborrache de nuevo -pero me quedé sin respuesta. Desapareció con sonrisa torcida montado en su coche.

Volví al trabajo y aquella pareja seguía haciendo gestos para que les atendiera y con cara de pocos amigos. ¡Qué pesados! Detrás de ellos un tipo de pie al lado de una moto me hizo un gesto para que me acercara. Me quedé fría completamente al reconocerlo. Era Toro. No era su nombre real pero así es como lo conocía yo, y así es como le llamaba todo el mundo. ¿De dónde ha salido éste ahora? Es la última persona que esperaría ver.

Toro es un tipo grande, fuerte, con el que tuve una relación muy intensa y muy tóxica también. Sexo, drogas, mucho sexo, muchas drogas. Un camino que no debí elegir, pero de todo se aprende. Lo último que supe fue que estuvo en prisión, pero hacía más de cinco años que no sabía de él. Una historia sexualmente muy buena para contar, pero en otros aspectos triste y muy poco digna de relatar.

-¿Cómo estás nena? -y añadió sin esperar- Veo que estupenda -su sonrisa era de malo de película total, antes me divertía ese malo, incluso me ponía. Ahora era un don nadie desenterrado al que prefería no ver.

-¿Cómo me has encontrado? ¿Qué haces aquí? -mi cara debía ser un poema.

-La gente habla, ¿sabes? -hizo una pausa- he venido porque tu podrías saber dónde está El García, alguien me dijo que te lo follabas y me debe mucho dinero -puso su mano en la pared esperando ante mi pasividad- ¿Y bien?

-El Garcia, pfff, a ese cerdo no lo toco ni con un palo -mentira, sí que follábamos, pero no me gustó-, dile a quien sea que te cuente otra mentira, y ahora tengo que trabajar -intenté irme, pero me agarró muy fuerte del brazo.

Me dolía y la gente nos miraba. Al final cedió y me solté metiéndome rápidamente en el local. Me fui directa al baño mientras Don Alfredo preguntaba algo que no escuché. Ahora estaba nerviosa, con rabia, intenté calmarme durante unos minutos y volver al trabajo como si nada. La pareja insistente ya no estaba. Aunque se me hizo eterno el trabajo, aguanté hasta que cerramos el local, y como de costumbre me fui andando a casa, que era un piso compartido cerca de allí.

Enseguida apareció Toro de nuevo hablándome desde su moto, disculpándose, intentando entablar una conversación con un tono amable. Yo le ignoré todo el camino a casa, pero él me siguió arrastrando su moto lenta, pero a mi ritmo. Demasiado esfuerzo para lo imbécil que solía ser...

-¿Me has estado vigilando? -me digné a hablarle ya en el portal de casa.

-La verdad es que necesito un sitio donde dormir -y se interrumpió a sí mismo con un gesto para que le dejara hablar, y le escuché- estoy sin blanca, por eso voy buscando a quien me debe pasta, déjame dormir en tu casa, será solo esta noche, lo prometo -y termino con un gesto de súplica muy poco propio de su carácter. ¡Debía estar necesitado!

-No puedo, es un piso compartido, no puedo dejarte una habitación y no vas a dormir en mi cama -repliqué.

-Dormiré en el suelo, solo hoy, lo prometo, no haré ni un ruido y por la mañana me marcharé temprano y no te acordarás ni que he estado ahí -insistió.

Quizá me reblandeció su súplica y su carácter dócil difícil de ver, pero le dejé pasar. Dispuesta incluso a que durmiera en mi cama sin tocarme, esto último difícil, claro. Pensé que mejor en el suelo como le había dicho. Entramos sin hacer ruido, mi compañera estaría durmiendo o estaría de fiesta quizá. Entramos a mi habitación y en cuanto cerré la puerta me abrazó por detrás.

-Te he echado de menos muchas veces -susurró en mi oreja.

Y sus manos subieron de mi cintura a debajo de mis pechos. Un escalofrío me recorrió, ahora no estaba segura de lo que quería yo. Me besó el cuello y la sensación fue muy buena, como en los viejos tiempos en los que le deseaba. Me di la vuelta sin saber si quería un beso o apartarle de mí, pero él aprisionó uno de mis pequeños pechos y dirigió mi mano a su paquete que estaba tremendamente enorme.

En ese momento tuve claro que era el Toro de siempre. Un aprovechado que sin darme cuenta ya se estaba abriendo el pantalón y bajando mi cabeza con su mano. Yo hice el movimiento involuntario de agacharme a mamársela, y pensé ¿que estoy haciendo otra vez con este malnacido?

En unos segundos sucedió todo: Me aparté de él, pero me estiró fuerte del pelo hacia atrás. Le di una patada en la rodilla como pude y cayó al suelo, pero al caer me arrastró abajo con él. Me aprisionó boca abajo, desde atrás y con una mano fuerte sobre mi nuca, y él sobre mí, me bloqueó en el suelo. Yo me lastimé mi brazo cuando se dobló al caer y en ese momento supe que lo que quería ese hijo de puta era follarme desde el principio, no había cambiado nada.

Con su otra mano subió rápidamente mi falda y apartó mis braguitas casi rompiéndolas. Pasar de la rabia de casi desear besarle, a que mi culito ya no quisiera estar ahí, hizo que se me cerrara aún más, pero yo notaba su miembro apretando fuerte.

-Vania, ¿Va todo bien? -se escuchó al otro lado de la puerta tras unos golpecitos.

Mi compañera estaba despierta o había despertado con el ruido. Toro se quedó quieto con su polla fuera entre mis nalgas, dura, expectante, inmóvil, pero seguía con todo su peso sobre mí.

-Sí, todo bien -contesté desde el suelo como pude para que no sonara forzado. Lo último que quería era involucrar a mi compañera con un tipo como Toro.

Tras unos segundos de silencio, sus dedos escarbaron en mi tenso agujerito. Me quedé quieta intentando pensar en algo bueno, pero solo pensé en Cesar, ojalá fuera él, hubiera estado más abierta y hubiera sido todo más fácil. Quise golpearle con mi brazo bueno hacia atrás, pero era como golpear una madera enorme. La punta de su miembro se abrió paso como un hierro caliente. Intenté relajarme, pero dolía igual. Ahora toda su polla estaba dentro de mí y era tan grande como la recordaba, pero no con las mismas ganas.

Sus embestidas eran nerviosas y torpes y eso no ayudaba nada. Me quedé inmóvil sin luchar, ahogando gemidos en mi mano. Incluso le ayudé moviendo mi culo a pesar del dolor. La intención era que terminara pronto, pero no fue así. Me penetraba y penetraba cada vez más fuerte y con más destreza que al principio.

El escozor fue dando paso a un pequeño placer. Siempre me había gustado el sexo duro y los machos dominantes, pero esta no era la forma y a pesar de ello mi rabito se estaba poniendo duro y mojadito también. Me odié a mí misma por ello y por ser tan puta en el sexo. Mi culo ya era solamente un túnel bien erosionado y lubricado para el placer de Toro. Al ver que yo no gritaba ni peleaba, me soltó la cabeza y me dio la vuelta.

-Tú ya sabías que te gustaría -dijo al ver mi pollita dura y mojada-. Era tu juego favorito, ¿recuerdas?, las palabras bonitas y hacerte la fuerte antes de una buena follada -y sonrió.

Creí que me iba a penetrar ahora de frente, pero estaba a punto de correrse y lo hizo sobre mis tetas, sobre mi disfraz de brujita marcándolo con su leche y su olor para siempre. Me quedé tirada en el suelo y solo pensé en tirar toda esa lencería y toda esa ropa mientras él se subía los pantalones y desparecía de aquella casa.