Brujita (2)
Sexo, miedos e ilusiones para la brujita
Tras escuchar la puerta de casa, María, mi compañera de piso, entró a la habitación sin llamar. Yo en el suelo con el traje de brujita medio roto, manchado de evidente semen, y mi pene asomando a un lado. La escena no se le olvidaría nunca.
-¡Lo sabía! ¿Ese tío te ha forzado? Voy a llamar a la policía -dijo con mucha rabia.
- Por favor no llames a nadie -dije con tono preocupado mientras tapaba mi sexo a pesar de que era evidente que lo había visto.
Lo último que quería eran más problemas con él. María me hizo caso con cara de preocupación. Me ayudó a desvestirme y a deshacerme de aquella ropa manchada de culpabilidad para ir rápidamente a la ducha. Quedé completamente desnuda delante de ella sin mucho pudor, a pesar de que aún nunca le había hablado de ello. Ella dio otro vistazo involuntario a mi sexo y yo bajé la mirada tímida.
- No te preocupes por eso ahora -y me abrazó confirmando el nuevo nivel de amistad que tendríamos ahora.
Un leve quejido salió de mí y le conté lo del brazo. Me mandó duchar y fue a su habitación a buscar una pomada para los golpes. Fue una noche larga, pero también una noche de mucha charla sin dormir y de nueva complicidad con María. Para bien o para mal aquello nos había unido más.
Era muy tarde cuando, convencida por María, le mandé un mensaje a Don Alfredo para decirle que yo no estaba bien y no iría a trabajar el sábado. A pesar que era una jodienda para él en fin de semana, fue bastante comprensivo sin entrar en detalles.
María no estaría en todo el finde y la pobre se fue casi sin dormir. El día transcurrió aburrido, entre pelis y manta con mi cabeza dando vueltas. Por una parte odiaba lo ocurrido y por otra sabía que en el fondo algo sí que había disfrutado de los viejos tiempos locos con Toro. Y en eso estaban mis pensamientos, cuando casi dormida por la tarde, recibí un mensaje: "¿Cómo estás brujita?"
Y después de una conversación amena y simpática de adivinanzas confesó ser Cesar, pero ¿cómo? ¿cómo tenía mi teléfono? Al parecer le había insistido a Don Alfredo en que tenía algo pendiente conmigo y éste cedió. Y al parecer iba a venir a mi casa con una sopa para enfermas. Ese hombre era una risa y un sol, me tenía enamorada y no podía creer que en mi peor tarde fuera a venir a cuidarme. ¡Es que era tan bueno como para comérselo todo! ¡Y en todos los sentidos!
Iba a llegar en menos de una hora y yo estaba hecha una vagabunda de mi casa abandonada, pero también estaba feliz y muy emocionada. Debajo de la manta llevaba un camisón semitransparente muy chulo y solamente unas braguitas. Por un momento pensé en recibirle así, y en otras circunstancias quizá lo hubiera hecho, pero este hombre me gustaba de manera diferente. A pesar de que todas mis relaciones eran un desastre ¿por qué no intentar ir despacio una vez más?
Me dio tiempo a una ducha rápida, maquillarme un poquito solamente para que no se notara mucho y ponerme un pijama de corazones bastante más discreto. Al fin y al cabo estaba en casa supuestamente enferma, sobre todo si alguien que me gustaba me traía sopa. La verdad es que recuerdo que me sentía como una adolescente y eso era bueno, muy bueno, viniendo de mí. Y entonces llegó él.
-¡Oh! Que recibimiento -dijo nada más abrirle y observar mi pijama mono.
-¡Ehhhh! Que estoy enferma, no te pases -saqué mi atrevida lengua burlona.
Que delicia volver a verle y encima era verdad que me había traído una sopa. Nos sentamos en el sofá, cerquita, eso me gustó, y serví unas copas del primer vino que encontré, que debía ser de mi compañera. Empezamos la conversación con mi sorpresa de que él estuviera allí y de cómo estaba yo. Al final le conté la verdad a medias, dejando la parte sexual en solamente agresividad. Lo último que quería era que pensara que me follaba cualquiera.
Pasamos a otros temas y la conversación era muy agradable y cuando eso ocurre me dejo llevar y me vuelvo muy cariñosa, con lo que acabé medio recostada sobre él mientras hablábamos. Él me acariciaba muy tímidamente y yo estaba hasta nerviosa. Me cuesta controlarme sexualmente cuando alguien me gusta, y la conversación subió un poco el tono picante con bromas, y entonces mi mano guió a la suya justo debajo de mi pecho, casi rodeándolo, dándole paso.
Él se tomó aquello como la señal que era y movió su brazo hasta intentar colar su mano dentro de mi camiseta de pijama. Su mano estaba caliente y apretó mi teta arrancando un gemido suave de mi boca, que en ese momento estaba muy cerca de la suya. Me besó con suavidad, pero yo nunca fui de besos lentos y mi lengua le puso pasión. Él me siguió inmediatamente rodeándome toda y amasando mis pequeñas tetas con fuerza. ¡Sí! ¡Quería más de él!, pero al acariciar su bulto sobre el pantalón ya no estaba segura de a dónde iba a llegar esto y si le gustaría lo que encontraría más abajo en mí.
Por un momento tuve miedo y paré, me separé de él y no dijimos nada. Recogí cosas de la pequeña mesa como excusa e intentamos continuar como si nada, pero se enfrió todo. Incluso la conversación la noté diferente y estoy segura que él también, por lo que no tardó en llegar el momento de querer irse y yo sentirme un poco culpable por el calentón al que habíamos llegado juntos un ratito antes.
-Espera, quédate un poquito más por favor -casi supliqué cuando vi su intención.
Su cara era toda confusión, pero accedió a quedarse un poco más y yo me volví a recostar sobre él, esta vez con mi cabeza en sus piernas, mirándonos a los ojos. ¡Que ojos! Jugué con movimientos sutiles de mi cabeza en su entrepierna, mientras esperaba un nuevo beso que no llegaba. Aproveché que me comparó con una "felina" para atacarle y morderle su bulto. Él reaccionó levantándome y besándome con pasión de nuevo.
No iba a dejar escapar esta ocasión otra vez, así que al tiempo que nuestras lenguas jugaban a atraparse, mis manos jugaron a liberar de su pantalón su pene caliente y duro. Casi sin mirar bajé a lamerlo y envolverlo en mis labios todo lo que pude. Un suspiro salió de su boca y empecé a chupar como si fuera mi última polla en la vida. Él se recostó al tiempo que intentó buscar mi sexo sobrepasando mis pechos, pero se lo impedí guiando su mano debajo de mi camiseta de nuevo.
Con gusto amasó mis tetitas mientras yo se la comía cada vez más rápido. Sus manos volvían a ser inquietas con mi sexo y mi posición me impedía comérsela como yo sabía de bien, así que me bajé y me arrodillé delante de él. Por fin estiró sus brazos recostándome más. Le saqué los huevos y los chupé de uno en uno mientras lo masturbaba. Él se retorció de placer y yo levanté la mirada. Cuando me pongo muy zorra me excita muchísimo mirarles mientras se la como y que me vean, pero él no me miraba. Sus manos fueron a mi cabeza guiando mis movimientos suavemente, pero yo ya no tenía nada de suave y se la chupé todo lo rápido que pude, quería que nuestra sesión acabara así por ahora.
-¡Para, para! -balbuceó, pero no paré y se corrió en mi boca con unos espasmos muy exagerados que nunca había visto en un tío antes. Y con mucha leche, muchísima leche. Me costó aguantarla toda en la boca y tuve que tragar, lamer y relamer mis comisuras y su polla para no manchar el sofá.
Después nos acurrucamos un poquito antes de que se fuera, como si ya fuera mi novio y esa noche dormí sola pero feliz. Incluso me masturbé, tristemente sola cuando se fue, y me corrí pensando en él, y eso que me cuesta mucho llegar al orgasmo con el tratamiento de hormonas. Fue genial penetrarme con "Superman" pensando que la polla que había tenido en la boca estaría ahora dentro de mí, bien erecta y fuerte. "Superman" es como llamaba a mi dildo favorito azul y rojo. Pensar en él mientras me corría me hizo olvidar todo lo que me preocupaba en mi vida, todo había cambiado en pocas horas.
Las dos siguientes semanas fueron un sueño. Nos veíamos casi todos los días, cuando los turnos de mi trabajo lo permitían. Siempre nos veíamos en mi casa, yo todavía no sabía mucho de él, ni siquiera donde vivía, era algo que me molestaba por dentro pero no quería darle importancia. Me sentía como en una relación seria de novios, aunque no habíamos hablado de eso tampoco. Yo esperaba un poco por él y por el momento en que supiera toda la verdad.
Casi siempre que venía me traía algún detallito, aunque fuera una tontería: un peluche, un chocolate, una flor... pero recuerdo especialmente una cajita de cristal con un corazón, muy bonita. Yo casi siempre le correspondía con una buena mamada y seguía evitando un poco su contacto con mi sexo. Sabía que eso seguiría mucho tiempo así, y al fin llegó el momento.
Estábamos a las afueras, en un restaurante muy chulo con una decoración preciosa, me sentía una princesa porque tenía pinta de caro y yo no solía ir a esos restaurantes. Todo era perfecto una noche más hasta que salió el tema de follar. Lo esperaba en algún momento, pero no en ese y me puse nerviosa. Él se dio cuenta y me hizo todo un monólogo en el que tenía mucha razón en todo lo que decía. No quería discutir y simplemente asentía en todo preocupada.
-Tengo miedo de que no te guste mi cuerpo -dije tímidamente al final.
Cesar no comprendía nada, él pensaba que tenía alguna cicatriz o alguna deformidad, así que acordamos que dejaríamos el tema y después de la cena en mi casa lo vería y haríamos todo lo que él quisiera. Quería que comprendiera que él no tenía más ganas que yo de que me follara, pero era algo mío, un miedo interior.
Los dos continuábamos con una buena sintonía entre besos y manos indiscretas. El buen vino del restaurante nos había dado mucho tono y eso ya no se podía parar. Llegamos a casa y puse un poco de música suave y un poquito más de alcohol para los dos. No quería que aquello se volviera a enfriar y estaba dispuesta a todo. Él lo percibió. Sentado como estaba, me tiré encima de él y le rocé con mi sexo y mi culo hasta ponérsela dura, mientras él me amasaba las tetas y mordía el cuello. Nada muy nuevo en nuestros encuentros, pero un poco más salvaje.
Rápidamente me quedé en braguitas, sentada de espaldas a su polla, nada descomunal, pero bien dura como la necesitaba siempre. Aparté un poco mis braguitas siempre controlando yo la situación y dejé que se colaba entre mis nalgas sin meterla.
-¡Tienes un culo perfecto! -dijo entre suspiros.
Me di la vuelta para mamársela un poco, pero él me detuvo y me llevó a la cama. Dispuesto a bajarme las braguitas y follarme, se percató del pequeño bulto. Bajó mis bragas y su cara me dio miedo, se quedó un poco paralizado comprendiendo todo en ese momento. Mi pene no es gran cosa, pero se había excitado un poco. Yo me cubrí con las manos avergonzada mientras él alternaba su mirada entre mi cara y mis manos.
No dijimos nada, pero yo no quería que parara ya. Su polla estaba deliciosamente dura. Le di la vuelta, lo tumbé y él miro al techo, ya no parecía el mismo, pero yo estaba dispuesta a hacerle disfrutar con aquello que había deseado de mí, y me senté encima de su polla, ensartándola muy suavemente. No había tiempo para lubricantes, no iba a detenerme, y no paré hasta que la tuve dentro completamente. Le besé y su beso me correspondió, pero lo sentí diferente.
Lo cabalgué con furia, la metía y sacaba de dentro de mí con muchísimas ganas. ¡Muchísimas ganas! Los gemidos que saqué salieron de la zorra más interior que llevo dentro y entonces él reaccionó cogiéndome de la cintura con fuerza, haciendo los movimientos más bruscos, llegando a lo más hondo de mi ser. Y paró, pero yo no paré mientras él se corría dentro de mí y yo estaba loca de placer.
Esa noche durmió conmigo, fue la primera y yo no sabía que sería la última. Me dormí abrazada a él y por la mañana había desaparecido, como la mayoría de hombres de mi vida. Unos pocos mensajes esquivos al día siguiente y después ya ni contestaba. No supe nada de él en semanas. No mensajes. No nada. Había puesto demasiada ilusión y era otra decepción más. Volvieron los fantasmas y las preocupaciones amorosas y sexuales a mi vida. Ya lo di por perdido y aunque lo estaba, estaba muy perdido y desaparecido, no lo estaba del todo.