Brisa fresca...

En una noche de calor, salir al balcón puede ser una buena solución, pero con la compañía adecuada la temperatura puede subir aún más... Un relato de exhibicionismo...

BRISA FRESCA

ENRICO Y SUSANA permanecían en el sofá viendo la televisión, eran los únicos que consiguieron vencer al sueño y decidieron quedarse hasta que terminase la película que emitían.

La noche era calurosa y poco a poco se fueron despojando de mucha de la ropa que llevaban, Enrico se quedó solo con los bóxer y Susana fue a su habitación y volvió con un camisón corto.

Enrico observó a Susana en el balcón, envuelta en un fino y escaso de tela camisón de seda que se mecía contra la brisa y nada más bajo él. A contraluz se mostraba su desnudez, su sonrisa y unos ojos que miraban al cielo. Enrico no pudo resistirse, sus instintos más animales comenzaban a aflorar y lo notaba en la gran erección que iba creciendo.

Se levantó y se acercó al balcón, la abrazó con fuerza bajo la suave luz de la luna, era imposible resistirse a tanta tentación. El frescor de la brisa acariciaba sus pieles. Sus manos traviesas apartaron la tela y dejaron al descubierto los hombros de Susana, sus firmes senos, en aquel balcón que daba a la calle.

—Rico, por favor, aquí no—protestó ella.

Rico sabía que aquella resistencia solo era parte del juego de la seducción que le estaba ofreciendo. Estaba hermosa, se sentía tan sexy con aquel fino camisón.

Llevaba tiempo pensando en ella, deseando llegar a casa para encontrarse con esa mujer que despertó todos sus instintos desde el primer momento en que la vio, los más escondidos, los más salvajes. Era un ángel, que en ese momento se veía divino con el camisón a merced del viento. Y estaba claro que le encantaba jugar...

—Rico...—volvió a reprocharle como parte de esa travesura de la que ella misma se sabía dueña.

—Eres una preciosidad, ¿lo sabías?

—Rico, por favor—protestó nuevamente con seriedad en su rostro, pero sabiendo que por dentro estaba ardiendo, al igual que Enrico.

Enrico siguió lamiendo y mordiendo su cuello, haciendo caso omiso a sus quejas. Deslizó su mano hacía su sexo, que estaba ya totalmente húmedo de excitación.

Lo acarició con suavidad y todo su cuerpo se estremeció. Parecía un pajarillo en las garras de un halcón, pero se veía tan hermosa, tan cachonda y tan bella...

—Cielo—le dijo ella entre susurros—. Mejor nos vamos dentro, aquí en el balcón nos verán todos.

Él sabía que ella solo estaba diciéndole lo que quería oír, jugar con él a ser la chica buena, la avergonzada mujercita que se asusta por todo, pero por dentro era otra persona la que estaba reclamando. Era una fierecilla indomable pidiendo guerra.

—Preciosa... quiero hacértelo aquí, mientras te apoyo contra la barandilla – le susurró pícaramente en el oído.

Enrico percibió que aquella confesión la excitó de forma extrema, el escalofrío fue perceptible a través de sus dedos sobre la piel de ella. Y más aún al ver sus brillantes ojos y la sonrisa pícara que le mostró. Deslizó el camisón lentamente por sus hombros, hasta que la prenda suavemente fue a parar al suelo.

Aquel cuerpo moreno al desnudo se mostró hermoso ante la desafiante luna. Su silueta se percibió brillante ante aquella velada cargada de erotismo, y el frescor de la brisa quedaba apaciguado con el calor que los invadió.

—¿Qué haces, Rico? Me has dejado desnuda… —protestó Susana sin mucho afán.

—Bueno, que entonces seamos los dos—le contestó invitándola a que hiciera lo mismo con él.

Susana miró a todas partes, intentado adivinar cuantos ojos podrían estar siguiendo aquella arriesgada aventura en aquella noche clara. Pudieran ser cientos los que los divisaran desde la calle o en el edificio de enfrente.

Ella se mostró algo nerviosa, al igual que Enrico, y seguramente eso los mantuvo aún más excitados. Los dedos juguetones de Susana llegaron hasta el interior de los bóxer, sacando al exterior el miembro duro que ya apuntaba a la brillante luna.

Susana se aferró a él dulcemente y comenzó a masajearlo con la dulzura y el arte que solo ella sabía, logrando hacerle ronronear como un gatito. Y a él le encantaba mirarla, mientras ella continuaba con su labor de acariciar su sexo con aquella hábil mano, al tiempo que contemplaba su desnudez ante el mundo. Las manos de Enrico acariciaron sus senos, sus caderas, su culo, hasta fundirse en un largo abrazo y un apasionado beso.

Podría ser una locura, algo impensable en unas mentes juiciosas, pero a ambos les apetecía, buscaban el máximo placer en cada caricia. Estaban dispuestos a mostrar al mundo que sus cuerpos se compenetraban de forma única y que así era como mejor se sentían, como dos personas únicas en el mundo.

Las manos de ella trataron de deslizar la ropa interior de Enrico, pero no dejó que lo hiciera, se las cogió con las suyas y la llevó hasta la baranda, donde la apoyó pegando su cuerpo al de ella. Volvió a besarle el cuello. Susana se estremeció, lo notó en su temblor y en sus ojos. Descendió beso a beso hasta sus senos y echó su cuerpo hacía atrás, por lo que tuvo que sujetarla por el temor a que cayera al vacío. Cinco pisos son muchos pisos.

Enrico sabía que Susana había perdido el control por completo, y también que a partir de ese momento se dejaría hacer todo cuanto él quisiera, y aprovechó ese instante. Siguió acariciando su sexo, explorando sus labios verticales, introduciendo sus dedos en su vagina y en su ano, mientras su boca exploraba la suya o mordía su cuello, o bien lamía sus hombros desnudos. Susana aullaba excitada, completamente cachonda con los besos y caricias. Decidió entonces que llegó el momento de darle la vuelta y ponerla de espaldas a él, mirando a la calle, sabiendo que ya no le importaba que la viesen, ahora sólo le interesaba sentir placer, sentirle a él. Sus pechos colgaban desafiantes hacia la calle, ofreciéndolos a cualquier mirón.

Enrico pegó su cuerpo al suyo. Restregó su sexo erecto contra su culo y ella empujó hacía a él para sentirle más. Acarició sus nalgas. Estaba a mil y él se deshacía con los besos que aquella preciosa mujer le daba sin cesar. Sus manos se aferraron a sus senos. Los acarició, los masajeó, los veneró mientras acercaba la boca a su nuca y la besaba. Sus sexos se rozaron de forma continuada, sedientos de placer. Su respiración sonaba entrecortada y jadeante. Él podía ver que tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior... estaba disfrutando como loca.

Quería sentir la perfección de ese culo que se le ofrecía tan goloso; se despojé del bóxer, y al chocar contra sus glúteos, piel contra piel, se sintió poderoso, lleno de la energía que ella le transmitía a través de sus piel ya sudorosa.

Le restregó lascivamente el miembro contra su culo, mientras ella emitía pequeños jadeos y suspiros.

—¡Oh, cielo, como me pones!—susurró.

—Tú me vuelves loco, preciosa—tuvo que añadir él.

Sus sexos se frotaron sin cesar, embadurnándose mutuamente de sus humedades. Enrico disfrutó del calor que emanaba el sexo de ella, hasta que sin poder resistirlo más, dirigió el pene hasta la entrada, y muy suave, la penetró. Un suspiro escapó de su garganta y le pareció música celestial que le transportó a un hermoso escenario. La envolvió con su cuerpo, abrazándola muy despacio y al mismo tiempo con movimientos certeros de su pelvis, empezó a moverse dentro y fuera, sin dejar que se apartase de la barandilla. En pocos segundos ambos estaban gimiendo, excitados. La visión de sus pechos balanceándose hacia el vacío le embriagaba y no podía más que cogerlos entre sus dedos sin dejar de penetrarla, y aprisionarla entre su cuerpo y la fría barandilla del balcón.

—¡Uhmm, me encanta!—suspiró.

—Eres tú, la que me está matando de placer, preciosa...

Empezó a empujar con fuerza, cada vez más excitado, percibiendo como su pene se hinchaba dentro de su vagina. Al sentir que sus músculos lo apretaban entre sus paredes, se sintió en la gloria, pero se dio cuenta de que si no se detenía se correría y necesitaba que ese momento durara aún más, quería que ella disfrutase como nunca. Por ello, ese instante debía ser largo, excitante y tortuoso.

Sacó el miembro de su cálido refugio y la giró hacia él, observando los ojos suplicantes de ardor de ella, una cara que era la expresión del placer. Acarició su mejilla, la envolvió en sus brazos y la llevó hacía el cristal de la puerta que se había cerrado tras ellos. La apoyó en ella y tapó su cuerpo desnudo con el suyo. Su miembro quedó justo entre sus piernas, ella las abrió dispuesta a recibirle de nuevo. Sin mayor dilación, se encajó entre ellas y de nuevo la penetró. Sus piernas lo atraparon contra ella al cruzarlas por detrás de su espalda.

Sonreía con picardía y esa mirada lo volvió loco, no pudo oponer resistencia por más tiempo. Empezó a empujar de nuevo, apretando su cuerpo contra el de ella. Sus brazos se aferraban con fuerza al cuello de Enrico y su boca se pegaba al oído de este dejándole oír sus jadeos y gemidos que le provocaron un placer inmenso. Él sintió que no podría resistir mucho si ella seguía apretándolo de esa manera y su lengua continuaba lamiendo su cuello como lo estaba haciendo. Empujó una y otra vez, y otra, y otra, cada vez con más fuerza, mientras las manos apresaban sus nalgas apretándolas con fuerza.

Su miembro se hinchaba, lo sentía; como también sentía las convulsiones de su vagina apretándolo. Sabía que se iba a correr, sus gemidos, sus jadeos, sus rápidos movimientos se lo anunciaban y se iban intensificando poco a poco hasta llegar al punto culminante en que todo su cuerpo explotó entre sus brazos. Su pene no resistió por más tiempo y el semen comenzó a brotar inundando su sexo.

Permanecieron un tiempo unidos, recuperándose de aquel placer que no parecía querer abandonar sus cuerpos. Miraron hacia la calle y sonrieron, sabedores de que aquella placentera travesura era el final perfecto para la película de la noche.

Ahora tocaba descansar, en unas horas esperaba un día de trabajo.