Breve historia de Marta (3)

Como la chica no escarmienta y se lo monta con unos menores en un centro comercial.

Después de la increíble orgía ñeque debió de consistir aquella noche, horas más tarde, despertó. No se sentía capaz de abrir los ojos, pero era plenamente consciente de la realidad. Su primera sensación fue la de un frío inmenso, que le recorría el cuerpo a oleadas de arriba hacia abajo; poco después descubrió que estaba completamente desnuda, y al lograr separar los párpados comprobó que, en efecto, así era. Se encontraba en un callejón solitario y mal iluminado, tendida en el suelo y cubierta de humedad. Al pasarse las manos por la piel, éstas encontraron un torso sudoroso y con un olor característico que parecía ser orina, y al acariciarse el rostro lo halló salpicado de semen.

Después de follársela salvajemente entre todos, en una orgía demente aderezada con drogas, la dejaron finalmente en medio de la calle, desnuda y cubierta por sus fluidos corporales. No es aquí el momento de describir cómo consiguió llegar a su casa, para lo que aún hubo de chupársela a un taxista en pago de tan especial servicio, pues el jodido quería presentar una denuncia, algo que ella no deseaba. Al fin y al cabo, no lo había pasado tan mal del todo, ya que empezaba a cogerle gusto a aquello de follar sin límite moral alguno.

Efectivamente, unos días después, Marta rebasó una frontera más en su alocada carrera hacia la perversión sexual. Fue un encuentro totalmente casual, pero su enfebrecida imaginación hizo que un hecho totalmente inocente se convirtiera en otra hazaña carnal. Aquella tarde, no tenía nada especial que hacer, así que decidió darse una vuelta por un conocido centro comercial de la capital, para ver algo de ropa, revistas y música. Como bien puede suponerse, ella no era una chica recatada, y los pantalones blancos que se puso estaban tan ajustados que dejaban ver con claridad el contorno de sus bragas y la firme belleza de su trasero. Se encontraba rebuscando entre los últimos discos de éxito, cuando se percató de que dos chicos de unos catorce o quince años no hacían mas que mirar para ella y cuchichear. Uno de ellos, más bajito, en especial no dejaba de mirarle el culo, y una de las veces que se cruzó con ellos, le pareció que le decía al otro "Me la está poniendo dura, con ese culo". A Marta le excitaba escuchar esos comentarios, y no tardó en sentirse muy caliente, a pesar de la edad de los chicos. Su coño estaba muy húmedo, y si no se controlaba comenzaría a manchar las bragas. Así que decidió entrar al trapo.

Comenzó por volver la cabeza distraídamente, de vez en cuando. Ellos, por supuesto, fingían que estaban mirando otra cosa, pero Marta quería precisamente que se dieran cuenta de que los miraba. Tras dos o tres miradas encontradas, los chicos se percataron de su juego. No podían creérselo. Tendría lo menos diez años más que ellos, pero era evidente que le gustaba que la mirasen. E incluso les pareció que les guiñaba el ojo. Si, y no podían creérselo cuando más tarde les hizo una pequeña señal con el dedo. Se miraron entre sí, y no cabía duda de la decisión: irían tras de ella.

Subió varias plantas del centro comercial, hasta la última, donde se venden instrumentos de jardinería y nunca hay nadie. Ellos vieron como caminaba despacio, entreteniéndose con las cosas más absurdas... y mirando hacia atrás de tanto en tanto para ver si la seguían. En tal caso, sonreía y continuaba su camino. No había duda: se dirigía a los servicios. Así como distraída, entró en el de caballeros. Ellos estaban alucinados. Si, en el de caballeros. Se miraron, y decidieron entrar.

Una vez dentro, la decepción fue total. No estaba, ¿dónde se podría haber metido?. Aguardaron un poco, y en seguida comprendieron que se encontraba dentro de uno de los cuartos de retrete. Sus rostros se mostraron aún más abatidos. Era posible que sólo quisiera ir al servicio, y simplemente se equivocara de puerta. Entonces escucharon un suave jadeo que provenía de una de las puertas. No cabía duda, se trataba de una voz (más que voz era como un sonido gutural) femenina, aunque evidentemente modificada por la agitación. Ciertamente curiosos y deseosos de saber el origen del sonido, se acercaron a la puerta, cuando uno de los chavales (Juan, el mayor de los dos. El otro se llamaba Carlos), hizo chirriar su zapato con el suelo de goma. El ruido detrás de la puerta cesó inmediatamente, y por unos instantes se hizo el silencio. Se miraron.

Ah, ¿pero aún estáis ahí?. -¡la chica!, se dijeron con la mirada.- ¿Es que no vais a pasar?.

Juan, más decidido que su compañero, cogió el picaporte y abrió la puerta con decisión. Ambos se quedaron más que asombrados. Marta se había quitado los pantalones blancos, que yacían a sus pies, así como las bragas (de puntilla rosa), que había metido por su cabeza y ahora colgaban de su cuello. De esta guisa, sentada en la taza del wáter, se masturbaba con la mano derecha, mientras con la izquierda se recorría los muslos. Los húmedos labios de su vulva se abrían y cerraban a la vez que su dedo la penetraba, haciendo un débil sonido líquido. Juan y Carlos notaron cómo sus poyas se ponían tiesas en un santiamén, haciendo un grotesco bulto en el pantalón. Marta levantó voluptuosamente la mano con la que se había estado masturbando, con los dedos brillantes a causa de sus jugos vaginales, y se los introdujo en la boca, relamiéndolos con una soberbia expresión de deseo. Una vez acabada esta operación, volvió a bajar la mano y continuó acariciándose la vulva, con unos enrojecidos labios entre una espesa mata de vello color cobrizo.

No es que quiera deciros nada especial, pero no me gustaría que todo "El Corte Inglés" me viera el chocho mientras me lo trabajo. –Ellos la miraron con cara de no saber que hacer. - ¡Venga, entrad de una vez y cerrad la puerta!.

Los chicos obedecieron rápidamente, como autómatas, sin saber muy bien lo que estaban haciendo. Carlos no podía dejar de mirar los bultos del pecho que marcaba la camiseta de ella, mostrando claramente la excitación de los pezones. Pero el retrete era más pequeño de lo que habían imaginado. Al cerrar la puerta, Juan dio un traspiés involuntario y hubo de alargar la mano para no caerse al suelo; con la suerte, buena o mala, de que ésta fue a posarse sobre el vello púbico de la chica, que le miró con complicidad. "¿Quieres unirte al festín, guapito?" le dijo ella, mientras con su mano cogía la de él y la acercaba a la entrada del coño. Poco a poco, Juan comenzó a acariciarle la vulva suavemente con los dedos, como había visto hacer en las películas porno. La respiración de Marta era cada vez más agitada y él, viendo que a la chica le gustaba, se puso frente a ella de rodillas, y enterró el rostro entre sus piernas, moviendo la lengua con fruición. Era evidente que le gustaba, pues sus gemidos comenzaban a ser algo escandalosos. Tal vez incluso demasiado. No era imposible que entrara alguien en los servicios y escuchara una voz femenina llorando de placer. Algo que no era en absoluto recomendable.

Carlos decidió que había que hacer algo al respecto, así que optó por desabrocharse la bragueta. Nunca había estado tan cachondo, incluso se sorprendió del enorme tamaño que había adquirido su poya. Estaba totalmente tiesa, con un hermoso capullo de color morado coronando la cima. Aún se la estaba admirando, cuando se dio cuenta de que la chica se la había agarrado con la mano y se la había metido en la boca. Como se puede comprender, con sus quince años nunca se la habían chupado, así que fue toda una sorpresa sentir aquel húmedo receptáculo que sorbía su miembro con fuerza para dentro, mientras que la lengua recorría toda su superficie en un cálido abrazo.

Marta estaba ávida de poya. Nunca había tenido tanta hambre, y las palpitaciones frenéticas del miembro del chaval la estaban volviendo loca. Chupaba con una fuerza increíble, atrayendo hacia la punta del nabo toda la sangre que había en la poya. Juan, mientras tanto, se cansaba de lamerle el conejo. Bruscamente se incorporó, echó un vistazo al enrojecido coño goteante de sus propias babas, y después de abrirse la bragueta él también, le dio unas palmaditas a Marta en la mejilla, aún con la poya de Carlos en su interior:

Oye, tía, que estoy harto de comértelo. Te la voy a meter.

Ella lo miró con ojos suplicantes, que él no supo distinguir si solicitaban piedad, o que le dieran caña. Tampoco estaba para muchos remilgos. Como aún la tenían sentada en la taza del wáter, para poder montarla hubo de cogerle las piernas y empujarla un tanto hacia sí. Lo que aprovechó Carlos para, con el pretexto de acomodarse él también, encajarle aún más la polla en la garganta. Casi le llegaba hasta la campanilla, impidiéndole respirar. Sin embargo, ella tampoco trataba de retirarse sino, antes al contrario, de metérsela más al fondo; en sus bajadas vertiginosas llegó a alcanzar las pelotas con los labios, distendidos hasta el máximo. Precisamente en esa postura, notó que la mano de Carlos le pasaba por la nuca, asiéndola fuertemente y enterrando su nariz entre los escasos pelos púbicos del chico, a la vez que con unos ligeros espasmos sintió el líquido y acuoso chorro de semen del jovencito estrellarse con gran fuerza en el fondo de su garganta. Nada más terminar la corrida, Carlos relajó los músculos y se soltó de Marta, apoyándose en la pared. Con la cabeza mirando al techo y los ojos cerrados, era el paradigma del placer satisfecho. Ella no pudo reprimir una mueca paternalista, y le dijo:

Anda, ven que te limpie la poya.

¿Cómo dices?.

Si, hombre, la tienes toda mojada. Deja que te la limpie. –Y acercándose a su miembro, ya fláccido, se lo volvió a introducir en la boca y se lo chupó, con un largo y concienzudo lametón que lo dejó brillante.

  • ¿Y yo?. –Juan exigía sus derechos mientras seguía cabalgándola con entusiasmo. Sus acometidas eran certeras, y lo cierto es que marta estaba disfrutando muchísimo.

A ti ni se te ocurra correrte ahí dentro. ¿Qué edad tienes?.

  • Quince. – Marta supuso que no serían más que trece, y un estremecimiento de placer le recorrió el cuerpo, cerrando con sus músculos internos la entrada del coño y notando con mayor claridad la dureza de su poya.

  • Pues con eso ya eres fértil, y no me apetece quedar preñada de un mocoso como tú.

  • ¿Mocoso? Pues bien que te la estoy metiendo, tía zorra. Ahora por chula me voy a ir dentro. –Pensó que la juventud estaba un poco desvergonzada, pero quizás no era ella la más indicada para decirlo.

  • Ni hablar de eso. -Sin tiempo para pensar otra cosa, vio aturdida cómo Juan le endosaba un empujón más violento que los demás y cerraba los ojos al tiempo que gritaba:

  • ¡¡¡Taardeeeee!!!.. –El muy capullo se había corrido.