Braguitas para Mama

Desde mi adolescencia sentía fascinación por las braguitas de mama, hasta que terminó convirtiéndose en una obsesión, que sólo acabó cuando por fin le pude comer su chochito con las braguitas puestas.

Braguitas para mama.

Desde mi adolescencia sentía fascinación por las braguitas de mama, hasta que terminó convirtiéndose en una obsesión, que sólo acabó cuando por fin le pude comer su chochito con las braguitas puestas.

Cada persona tiene sus filias (atracciones) y sus fobias (miedos), algo que con la edad se va atemperando, pero que en la niñez y en la adolescencia es casi generalizado. En el mundo del sexo es raro que no sientas atracción por las braguitas y miedo o pudor por la desnudez en público. Quién no ha sentido en algún momento fascinación de mirar a una mujer enseñando sus braguitas, aunque sea a hurtadillas y aún a riesgo de que te descubran fisgoneando, y quién en la adolescencia, no ha sentido alguna vez la tentación de curiosear en el cajón de las braguitas de su madre.

Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid, mantengo relaciones con mi madre y me relaciono con colegas que hacen otro tanto. Compartimos experiencias, confidencias y vivencias y a veces, sólo a veces, nos gusta darlas a conocer. Esta es la larga experiencia de un hombre que comenzó regalándole braguitas a su madre por su cumpleaños, y terminó siendo un apasionado de las bragas. Su historia es tan sensual como estimulante y nos adentra en el apasionante mundo del fetichismo y del incesto.

Hola soy Matías, tengo 31 años, trabajo de dependiente en uno de los centros comerciales con más glamour de Barcelona, no tengo novia fija, es decir, mariposeo por aquí y por allí, vivo en casa de mis padres al igual que casi todos los chicos de mi generación, me gasto todo lo que gano en mi coche, mis vicios y mis ligues, no ayudo para nada en casa, soy alto, rubio y de ojos azules, voy regularmente al gimnasio, estudio lo menos posible, aunque eso si, hablo el ingles a la perfección, cosa que por otra parte tiene poco merito en mí, dado que mi madre es inglesa.

Mi madre vino hace años de "Au Pair" a Barcelona para estudiar el español y antes de que terminase su contrato se casó con mi padre y se quedó a vivir aquí. Su matrimonio fue como tantos, de clase media acomodada, dos hijos, y alegrías y sinsabores, supongo que a partes iguales. Mi hermana estudió, se sacrificó, consiguió acabar su carrera, se casó y vive razonablemente feliz, yo en cambio me apunté a la ley del mínimo esfuerzo, hice lo menos posible, es decir: nada, y vivo inmensamente feliz.

Entré de dependiente en unos grandes almacenes, pero poseo el don de las relaciones públicas, de modo que pronto fui promovido a supervisor de la firma y la represento en todos los certámenes de moda y comercio, pero no se confundan, todo lo mío es pura apariencia, todo es de atrezzo, pues en cuanto se rasca un poco se descubre que tras esa flamante presencia sólo se esconde un Don Nadie, un servidor de ustedes.

Lo que les voy a contar comenzó hace unos cinco años y fue con motivo del cincuenta cumpleaños de mi madre. La mujer se sentía un tanto deprimida ante tal celebración, pues según decía ella, era la puerta de entrada a la madurez, aunque bendita madurez, pues mi madre era espigada, rubia natural, bellísimos ojos azules y una figura auténticamente estilizada, de tetas pequeñitas pero proporcionadas, de cara fina pero de labios sensuales y de modales absolutamente delicados, era y sigue siendo una "beatiful lady", pura fragancia inglesa en las Ramblas de Cataluña.

Pues ante tal evento y tal situación anímica de mi madre, no se me ocurrió otra cosa que regalarle unas braguitas de fantasía, puro erotismo en forma de bragas, un simple trocito de tela que no decía nada, pero que lo insinuaba todo. Eran unas braguitas de puta, negras, llenas de volantes y con ribetes rojos. Pura insinuación: sensuales, sofisticadas, atrevidas, frívolas y explicitas, es decir, no tapaban nada, todo lo dejaba a la vista, exhibicionismo en forma de bragas. Era obvio que la que se las calzara no haría otra cosa que mostrar su chumino a quien lo quisiera disfrutar, de modo que entenderán mi precaución al regalárselas, pues en lugar de alegrarle el día podría llevarme una reprimenda por partida doble, pues mi osadía me llevó a entregarle el regalo cuando los tres, mi madre mi padre y yo, cenábamos en casa festejando su cumpleaños.

Las braguitas venían en un envoltorio elegante y glamoroso. Ella lo abrió con delicadeza y curiosidad y cuando tuvo tan delicada prenda en sus manos, sus ojos casi se llenaron de lagrimas de emoción y felicidad que evidenciaban, más allá de cualquier duda razonable, la sorpresa y la turbación por tan insólito y atrevido regalo de cumpleaños por parte de su hijo.

A mi padre el regalo también le hizo mucha gracia y de inmediato le propuso algo inesperado:

-Póntelas para que veamos como te sientan-

Mi madre, casi sin pensárselo y sin sopesar que no estaba sola con su marido, que yo también estaba allí, se levantó, se fue a su habitación y al momento salió vestida con sus bragas de puta, sin más ropa de cintura para abajo, las bragas y las medias, sólo eso. Se exhibió ante nosotros y mi padre, con suma galantería, se acercó a su entrepierna y besó con delicadeza, e incluso yo diría que con cierta excitación, su atrayente chochito, eso sí, a través de sus braguitas.

Después se acercó a mí e hizo otro tanto, exhibirse delante de mis ojos y a un palmo de mis narices. Yo sentí por un momento el impulso de hacer lo mismo que mi padre, pero no me atreví, y tan sólo alargué mi mano y con la mayor delicadeza del mundo acaricié suavemente su chochito, también por supuesto a través de sus braguitas de puta.

Fue el instante más excitante de mi vida. Por aquel entonces yo contaba 25 años y a pesar de que llevaba follando con chicas más de cinco años, les puedo asegurar que fue apasionante. Llevaba años registrando los cajones de mi madre y tocando, acariciando, oliendo las braguitas de mama. Para mí los cajones de la cómoda donde mi madre guardaba celosamente sus braguitas eran como el cofre del tesoro. Los abría y me deleitaba mirando sus braguitas cuidadosamente dobladas, apiladas por texturas y por tamaños, las tanguitas a un lado, las bragas de media nalga a otro, las de culo entero allá, en el fondo del cajón.

Cuando esa noche por fin pude por un instante acariciar y sentir en mis dedos la delicada textura del chochito de mama, creí que eso sería el Paraíso, pero no, el Paraíso aún no me estaba para serme entregado y disfrutado, esa noche el Paraíso fue para mi padre. Al rato y tan sólo después de beber unos sorbos de champán se encerraron en su habitación y no tardé más de unos minutos en escuchar unos suaves pero inconfundibles jadeos.

Mi madre estaba estrenando sus braguitas de puta que yo le regalé por su cincuenta aniversario. Yo esa noche tuve que conformarme con un premio de consolación: me hice una paja acompasada por los jadeos que llegaban de la habitación de mis padres, incluso sentía tanta afinidad, estaba tan inmerso en el momento, era tal el grado de compenetración que ambos, mi padre y yo nos corrimos a la vez y casi un instante después, mi madre, entre convulsiones, jadeos y suspiros, se retorcía entre orgasmos de felicidad.

Al día siguiente cuando me levanté vi a mi madre ya arreglada y esperándome para desayunar juntos. Mi padre salía al trabajo cada día temprano, en cambio mi madre y yo salíamos de casa como a eso de las 9 de la mañana. Ella trabajada dando clases de inglés a altos ejecutivos y yo entraba cuando se abrían las tiendas, a las diez de la mañana. Desayunamos juntos y nos miramos sonrientes, con complicidad, quizás también con cierta sensualidad, con cierta atracción morbosa, con cierto erotismo.

Había magia, flotaban en el aire fragancias de pasión. Le pregunté si llevaba puestas sus braguitas de cumpleaños, se levantó la falda y allí estaban, entre sus bellísimas piernas, dejando a la vista su espesa mata de vello púbico que a duras penas tapaba los labios superiores de su delicado chochito de mujer madura. Una rajita que deslumbraba más que los rayos del Sol al amanecer, que lucia fresca y húmeda a través del tejido de las braguitas. Me miró, me guiñó un ojo y con voz calida y sensual me dijo:

-Es para que me las vean mis alumnos-

-Joder- pensé para mí –aquí van a mojar todos menos yo.

A partir de ese día todo mi universo empezó a girar en torno a las bragas. Comencé a coleccionar catálogos, modelos, texturas, tejidos, formas. Comencé a visitar boutiques de Barcelona, las más selectas, las más atrevidas, las más guarras. Comencé a visitar sitios Web de Internet para estar a la última, inicié un diccionario donde llegué a almacenar decenas y decenas de sinónimos, de eufemismos, de localismos y por supuesto los nombres en diferentes idiomas.

Bombacha, en Argentina, calzón, trusa, colaless, tanga, hilo dental, cucos, blumer, bloomer, panty, chones, pantaletas... en otros países de América. Pero también Unterwäsche, undergarment, underwear, lingerie, panties, knickers, culotte... todo, todo lo que se podía aprender sobre las bragas me interesaba. Sabían que es una de las prendas de vestir que mueve una ingente cantidad de dinero? Sabían que hay mujeres que entre bragas y zapatos pueden llegar a almacenar en sus roperos cientos de prendas? Sabían que tanto las bragas como los zapatos de tacón son los fetiches preferidos por los hombres y que muy raramente causan indiferencia tanto entre hombres como en mujeres?

Por supuesto es obvio decirles que a partir de ese día buscaba la ocasión para poder regalarle a mi madre lo último de lo último en bragas. Mi padre lejos de mosquearse o de sentirse celoso, se sentía feliz de que le regalase a mi madre bragas, aunque a veces fueran modelitos auténticamente provocativos. Todas, todas le parecían bien y animaba a mi madre a que las luciera, lo que me hizo sospechar que mi padre disfrutaba de la más que evidente infidelidad conyugal de mi madre, pero ni un sólo reproche ni a ella ni a mí por mi obsesión con las braguitas de mama.

Y surgieron las anécdotas, quizás la más sugerente fue con la dueña de una exclusiva boutique en las Ramblas de Barcelona. La primera vez que entré en su tienda a comprar unas braguitas me preguntó si eran un regalo para mi novia. Le dije que no, que era un regalo para mi madre. Ella lejos de mosquearse me dijo:

-¡Que cool!, ¿Le regalas bragas a tu madre?

-Sí- le respondí con total naturalidad.

-Y cómo es ella- me preguntó con curiosidad.

-Más o menos como tú- le contesté, a lo que ella servicial me ofreció a probárselas para que viera como sentaban. Acepté y se las puso, aunque tuve que comprar otras porque esas quedaron destrozadas después de la follada que los dos nos metimos en el probador.

Esta obsesión se prolongó a lo largo de más de cinco años, hasta que cierto día, uno más en el largo deterioro de la relación conyugal entre mi padre y mi madre, llegó la ruptura. Ese día mi padre me llamó por teléfono y me anunció que se iba de casa a vivir con otra mujer. Me pidió que cuidara de mi madre y que estuviese con ella para que no se sintiese sola.

Yo me quedé pensativo y dudé entre comprarle un ramo de flores o unas braguitas para cuando llegase a casa no se sintiese triste. Opté por las braguitas, unas braguitas que eran una auténtica pocholada, alegres, de colores amarillo chillón y naranja, para que le levantaran el ánimo, pero la verdad es que cuando llegué a casa mi madre no estaba triste y el ánimo lo tenía levantado. La encontré aliviada, feliz, como si se hubiese sacado un peso de encima, vamos que no me propuso irnos de discotecas a celebrarlo por pura educación, se ve que estaba de mi padre hasta las narices.

Esa noche le preparé una cena fría a base de salmón y rosbif, y, como correspondía a tal acontecimiento, regada ligeramente con unas copas de champán. Cuando ya apurábamos la última copa, brindamos por un futuro mejor y acercamos nuestros labios para besarnos, pero al sentir sus labios rozando los míos, algo me impidió separarme de ellos y prolongué ese beso más allá de lo razonable. Bueno, no sólo prolongué el beso, además asomé ligeramente mi lengua y se encontró con la suya que hacía otro tanto.

Aquello fue como una invitación para adentrarse en la tierra prohibida, en el jardín del Edén, y créanme, me adentré en la tierra prohibida. Era consciente que estaba besando a mi madre, pero también era consciente la pasión que levantaba en mí. Mi lengua rápidamente se coló dentro de su fresca y almibarada boquita y se entregó a una apasionada y delirante carrera por descubrir, por probar todas las mieles que guarda su sensual boca de mujer madura.

Mi madre me correspondía desinhibida y excitada, nuestras lenguas estaban entrelazadas, nuestros cuerpos abrazados, su chochito pegado a mi polla que ya no daba más de si, sus tetitas fundidas en mi pecho palpitante, sus ojos de vez en cuando se abrían y miraban llenos de lujuria, de pasión, los míos, que lejos, muy lejos de escabullir su mirada, la mirada de una madre que estaba siendo seducida por su hijo, irradiaban pasión, ardor, y pedían a gritos sexo, sexo mama, quiero sexo mama.

Ambos estábamos de pie en medio del salón poseídos por una fuerza cósmica y sobrenatural, por una atracción animal. Era consciente que aquella mujer que tenia entre mis brazos, que besaba, que acariciaba, que deseaba su sexo por encima de cualquier otra cosa era mi madre, pero lejos, muy lejos de cohibirme, me excitaba sobremanera y mi mano buscó ansiosamente su chochito hasta que alcancé los pliegues de sus braguitas y comencé a acariciarle el chochito.

-Quieres regalarme unas bragas o quieres quitármelas- me preguntó con voz suave al oído, intuyendo que aquel paquete que había traído esa noche cuidadosamente envuelto en papel de regalo eran unas braguitas para mama.

-No- le respondí decidido, muy decidido -Quiero quitártelas.

Fue entonces cuando me di cuenta de mi enorme error, estaba confundiendo lo esencial con lo accesorio, las bragas no eran un fin en si mismas, eran tan sólo un medio para estar cerca del chochito de mama.

Ella en ese momento se abandonó, se tumbó en el sofá, se abrió ligeramente de piernas y dejó ante mi vista el Pórtico de La Gloria. Yo me arrodillé delante de sus piernas, le bajé suave, muy suave las braguitas que llevaba puestas y acerqué la punta de mi lengua a su deliciosa y perfumada rajita de su chochito. Estaba humedecida, lubricada, olorosa, abierta. Mi lengua se fundió con su excitadísimo clítoris y se lo relamí suave pero intensamente, de arriba a bajo, hacia dentro, hacia fuera.

Sus piernas me atenazaban con fuerza, con pasión, y sus manos buscaron nerviosas mi cabeza para aferrarse a mis pelos y empujarme hacía su rajita. Yo hurgué entre sus nalgas para descubrir su culito hasta que conseguí poner un dedo sobre su culo, comenzando a continuación la danza de la vida. La rajita de su chochito estaba siendo lamida por mi lengua y su culo acariciado por mi dedo, todo ello acompasado, intenso, vibrante, hasta que aparecieron las primeras convulsiones y jadeos, aunque yo no aflojé ni por un momento la intensidad de mis caricias.

Fue un orgasmo intenso, vibrante, enloquecedor. Cuando su cuerpo se fue serenando me subí encima de ella y se la metí. Yo apenas quería moverme, solo quería mirarme en sus ojos y ser consciente del momento que estaba viviendo: se la estaba metiendo a mi madre, la estaba follando... ella estaba relajada y su cara reflejaba, más allá de cualquier duda, la inmensa felicidad del momento. Se había corrido como una burra y ahora su hijo se la tenía metida y se iba a correr dentro de su rajita.

A partir de ese momento mi interés por las bragas cayó exponencialmente. No quería ver a mi madre con las bragas puestas, la quería siempre ligera de ropa y franca su rajita, pero exponencialmente también creció mi interés por follar con ella, tanto, tanto que estoy sopesando muy seriamente la posibilidad de no ocultar nuestra relación incestuosa. Éste no es más que el primer paso de un largo camino lleno de pasión.

Pancho Alabardero alabardero3@hotmail.com