BPN. Ojos verdes (5). Una mente para el pecado

Segundo encuentro con la hija de mi vecina.

El sábado fue un día tranquilo, para variar. Salí a comer con Miro, mi mejor amigo y su novia Blanca a un restaurante bastante de moda en Zaragoza, un japonés. Comimos sushi, carne teriyaki, yakisobas y mochis, charlamos de un montón de cosas y terminamos de sobremesa en una cafetería, compartiendo confidencias y anécdotas.

Habían pasado años desde lo que ocurrió con mi ex Irene y mi cuñada Ana, historia que supongo ya conocen, y lo digo con toda sinceridad, hacía tiempo que para mí era agua pasada. Había perdonado de corazón a Blanca, que fue la causante de una de las noches más extrañas de toda mi vida, en el peor de los sentidos, pero la verdad es que nunca conseguimos llevarnos demasiado bien, ni aún hoy que ya no es la novia de Miro, sino su esposa. Sospecho que era demasiado inteligente, demasiado perspicaz, como para dejarse engañar por mi fachada afable y honesta y no ver el crápula desconsiderado que realmente era.

-¿Y en qué faldas andas metido ahora, C***? – Blanca sorbió su café, mirándome por encima de la montura de sus gafas de pasta negra. La conversación había ido girando desde los recuerdos de infancia hasta la actualidad política, pero su pregunta me sorprendió, porque no solíamos hablar de temas sentimentales para evitar pisar el doloroso callo de mi ruptura con Irene.

-En ninguna, de momento… - dije, removiendo el azúcar del café – Estoy soltero y sin compromiso. ¿Es que me quieres presentar a alguna amiga? – añadí, con una sonrisa.

-Sí quisiera presentártela, no sería mi amiga. Y si te la presentara, pronto dejaría de serlo… - Blanca me sonrió a su vez, aunque sin demasiado humor.

-Touché… - dejé la cucharilla en el plato, y bebí un sorbo. - ¡Joder, quema! – posé la taza derramando algo de café, y profiriendo un par de maldiciones.

Los dos se rieron de mi torpeza.

-C*** soltero y sin compromiso… cosa no demasiado habitual… - Miró me palmeó el hombro, con una fuerza que casi me desencaja la clavícula. – Por cierto y antes de que se me olvide, el sábado que viene hay cena en casa…

-Sí, ya lo sé .. es tu cumpleaños…

-Treinta y cinco ya…

-Estás hecho un señor… ¿Quiénes van, al final?

-Pues… Rafa, Marcos y David, con las chicas, y dos amigas de Blanca.

-¿Amigas de las que me presentarías, o amigas de verdad, Blanquita?

La novia de Miro me sacó la lengua, y se rió, antes de contestar.

-Amigas de verdad. Y te estaré vigilando… como te pases, te sacamos por la ventana…

-Soy inofensivo como un gatito… - respondí, con una mirada inocente.

-Sí, seguro… - terció Miró, jugando con el sobrecito vacío de azúcar. – Entiendo entonces que vienes solo…

-Sí, iré solo Miro. Pero seguro que tengo suerte con alguna amiga de Blanca y no me marcho solo… - le saqué la lengua.

-Qué insufrible eres cuando te pones chulito… - la risa de Blanca dio paso a una larga conversación, que se estiró hasta que a última hora de la tarde que apareció el resto de la pandilla. No era nuestra intención liarnos mucho, la verdad, pero entre cervezas, tapeo y un par de copas, cuando llegué a casa serían casi la una de la mañana. Abrí la puerta, y una voz me llamó la atención desde la calle.

-¡No cierres, C***!

Era Luis, mi vecino.

Tenía cara de cansado, ojeroso y serio, lo cual contrastaba con su habitual carácter bonachón, risueño y extrovertido. Por un momento pensé que me había estado esperando, que había descubierto todo y me iba a trocear en el cuarto de contadores para servirme al día siguiente como raciones de magras con tomate.

-Buenos noches, Luis… haces mala cara… ¿Todo bien? – intenté que no se trasluciera mi nerviosismo.

-Bufff… mucho trabajo… - me comentó mientras nos parábamos frente al ascensor y yo pulsaba el botón de llamada. – Ha sido un día duro.

-Vaya por Dios…

-Es que encima hoy Laura no me ha podido ayudar…

Abrí la puerta, y dejé que pasara él primero, antes de entrar yo y apretar el botón de mi piso.

-¿Y eso?

-Pues parece ser que ha tenido un ataque de ciática… me ha dicho que no se podía ni mover…

Les juro que tuve que pellizcarme un huevo, a través del bolsillo del pantalón, para no echarme a reír.

-Qué faena…

-Sí… y mañana tenemos una comida de bautizo en el bar… a ver si está mejor, porque si no…

El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron y yo me salí, despidiéndome.

-Ánimo Luis… y nada, dile a Laura que se mejore… Hasta mañana…

-Vale C***… hasta mañana…

No lo pude evitar, cuando llegué a casa lo primero que hice fue enviar un mensaje a Laura.

631* - ¿Que tal va esa ciática?*

Me cambié de ropa, y me disponía a meterme en la cama cuando llegó la respuesta.

LAURA VECI MVL – Hijoputa

631* - Vas a tener q ir al fisio*

LAURA VECI MVL – M duele muxo. Igual si. Conoces alguno bueno?

631* - Si. T digo algo mañana*

*

Los domingos son maravillosos, la verdad. Nunca olvidaré esos domingos de mi infancia, cuando la felicidad parecía cosa hecha, y me levantaba el aroma del chocolate y los churros que mi padre traía, calentitos, y todas las preocupaciones eran salir a jugar y el peor momento el temido baño. Mi rutina de entonces era distinta, pero tampoco tanto. Me levantaba sobre las nueve de la mañana, me duchaba, salía a dar un paseo y comprar algún bollo para desayunar tranquilamente mientras leía la prensa en el ordenador. Después solía hacer las tareas de casa, tan bien como podía, y al mediodía iba a comer a casa de mi madre o de alguna de mis hermanas.

Ese domingo concreto, mordisqueando el croissant y reflexionando sobre la existencia y la diferencia entre heurística y hermenéutica, me di cuenta de que no me apetecía en absoluto hacer las cosas de casa. No a mí solo, al menos. Así que cogí el teléfono, y envié un mensaje.

631* - Podrias venir hoy a casa??*

HELENA MVL – Qndo? Stoi ayudndo a ms pdrs n l bar. + trde?

631* - Por la tarde si eso. 6?*

HELENA MVL – Ok

Llegué de casa de mis padres a las cinco y media, cargado con varias fiambreras de comida casera que coloqué ordenadamente en el congelador, antes de cambiarme y sentarme en el sofá. Encendí la tele, y aunque no le hice mucho caso me hizo la espera algo más liviana, hasta que a las seis y diez tocaron al timbre.

-Buenas… - saludé al abrir la puerta. Helena venía vestida con un pantalón de color amarillo, tan prieto que parecía pintado sobre la piel, y una cazadora de cuero por encima de una blusa de color negro, escotada y con lentejuelas en las solapas y puños, que resultaba sus curvas, tan atrayentes sin necesidad de subrayados.

-Hola… - me dijo, muy seria. Pasó, y dejó su cazadora tirada de cualquier manera en el sofá. Se cruzó de brazos, y me miró con descaro. -¿Y bien?

Le señalé el salón, con una sonrisa.

-Mira cómo está todo…

Miró alrededor, y captó el mensaje enseguida. Se rió un poco, y sin decir una palabra, se quitó la ropa despacio, colocando sus prendas cuidadosamente sobre una de las sillas de la cocina, completamente desnuda. No me cansaba de mirar su cuerpo.

Barrió el salón, lo fregó, limpió la cocina, hizo las habitaciones, todo de forma algo mecánica, mientras yo la miraba desde el sofá, admirando esa figura lozana, fresca, insinuante. La vi recorrer la casa, sus tetitas balanceándose al ritmo de sus pasos, sus nalgas perfectas contoneándose de forma casual, inadvertida, como si no supieran de su poder de atracción.

Entró al baño, para limpiarlo, hurtándome su vista, para desilusión de mi rabo, que se había desperezado y quería un poco más de espectáculo. Me levanté y fui a la cocina, abriendo un refresco y dándole un trago. Helena me sorprendió, saliendo del baño con el ceño fruncido y una expresión extraña en el rostro.

-C***… - dijo, con un tono perentorio - … ¿te puedo preguntar algo?

-Claro – le contesté, bebiendo un trago más de refresco.

-¿Estás… estás liado con mi madre?

Si esto fuera una película, habría escupido el refresco por toda la cocina, en un cómico y un poco repulsivo recurso humorístico. Lo que ocurrió es que me atraganté un poco, y empecé a toser por culpa de las burbujas del refresco, posando la lata y tratando de recobrar un mínimo de compostura.

-¿Qué dices?

Se acercó, con los ojos entrecerrados, y se colocó frente a mí.

-Te he preguntado si mi madre y tú estáis liados…

Respiré hondo, abstrayéndome en lo posible de la presencia de una adolescente de cuerpo de vértigo desnuda frente a mí.

-No. ¿A qué viene esa pregunta?

Torció el gesto, y miró al baño, antes de volver la cabeza hacia mí con aire enojado.

-No mientas. En la repisa del lavabo, C***, hay unos pendientes y una goma del pelo que son de mi madre. ¿Te vas a inventar una historia o me dices la verdad?

Dios está en los detalles. Lo dijo van der Rohe, y tenía toda la razón. Guardé silencio, y supongo que como quien calla otorga, fue Helena quien volvió a hablar.

-No me lo puedo creer… ¿Y qué pasa si ahora se lo cuento todo a mi padre, hijo de puta?

Qué manía tenemos de mentar a las madres para insultar. Cosas del patriarcado, imagino. No me gustó, y me enfadé un poco.

-Pues que yo lo niego, tu madre lo niega, y en ese mismo momento todo lo que habíamos acordado tú y yo queda invalidado.

Se quedó callada, estudiándome, valorando la situación, y al final sonrió con acritud, poniendo los brazos en jarras, mirando a un lado y dando un corto bufido mientras negaba con la cabeza.

-Esto es la hostia… - me miró, con los ojos brillantes - ¿Y cómo es esto? ¿Vais en serio? ¿Mis padres se van a separar, o algo?

-No, no creo… - contesté, encogiéndome de hombros – No por mí, al menos. Es solo… un juego. Una aventura. Una tontería.

-Aah… me dejas más tranquila, sí… ahora resulta que mi madre es una fulana que se lía con cualquiera para tener “una aventura” – lo dijo en un tono burlesco, sacando la lengua.

-No es eso… no he dicho eso. Lo que digo es que… es algo puntual...

Helena se sentó en el sofá, reclinándose y mirando hacia el infinito. Sus pechos permanecían erguidos, impasibles ante la gravedad, y el triángulo velludo de su entrepierna atrajo mi mirada como la luz a una polilla.

-Pero .. ¿Cómo empezasteis… a quedar? No lo entiendo… - dijo, sin mirarme todavía.

-¿Qué es lo que no entiendes?

-Pues que mi madre.. no sé… no la veo yo ligando precisamente… ¿Le tiraste la caña tú, o algo?

-Bueno… no sé, las clases de informática, el trato, el roce… la cosa surgió, supongo.

-Qué fuerte me parece…

-Oye, Helena, tu madre es una mujer atractiva, y bueno… ha pasado y ha pasado, sin más.

-¿Pero cuánto tiempo lleváis liados? – se incorporó y se giró hacia mí.

-Algunas semanas… pero sólo nos hemos visto un par de veces…

-Joder… qué fuerte… - me miró durante unos momentos, y entonces se echó a reír, dejándome un poco descolocado. – No me puedo creer que te acuestes con mi madre…

-¿Por qué? ¿Tan raro te parece?

-Hombre… un poco sí… me reconocerás que normal, lo que se dice normal, no es…

-Bueno… no veo por qué no. – respondí, picado y un poco enfurruñado.

Se calló durante un rato, y se levantó a coger un refresco de la nevera. Abrió la lata y me preguntó desde allí.

-¿Tienes ron?

La miré desde el sofá, y me reí un poco antes de contestar.

-¿Pero ya tienes edad para beber?

Me sacó el dedo corazón de su mano derecha en un gesto obsceno, y sonrió con malicia.

-Cuando me follaste el otro día no me preguntaste la edad…

-Pues tienes razón – admití, alzando los brazos – En el armario junto al frigo tiene que haber algo de Santa Teresa, y hay hielos en el congelador.

Durante un par de minutos solo se escuchó el ruido de los hielos en el vaso, el espirituoso ambarino al ser vertido, y el refresco al ser incorporado y mezclado con una larga cucharilla. El tintineo de los hielos se acercó, y vi la figura desnuda de Helena sentarse a mi lado, dar un largo trago al cuba libre y mirarme con una expresión enigmática, entre curiosa y culpable.

-¿Y qué hacéis, mi madre y tú?

-¿Cómo? – mis ojos pasaron de sus pechos a sus ojos en un santiamén.

-Pues eso… que qué hacéis.

-¿Qué hacemos, de qué?

-¿Qué va a ser? En la cama… - me habló con tono de chanza, como si fuese tonto.

-Pues yo qué sé… lo normal… qué preguntas haces... – me ruboricé un poco, porque no me sentía muy cómodo hablando de sexo con la hija de mi amante…. que también era mi amante. Reto a cualquier lector que se ponga en mi lugar y pruebe a mantener la dignidad en las mismas circunstancias.

-Hombre, pues pregunto lo que me da la gana… venga, cuéntame algo de lo que hacéis…

-Pero… ¿Qué pasa, te da morbo o algo? – me reí un poco, algo azorado.

-Bufff.. mira, pensar en mis padres haciéndolo me da repelús, pero pensar en mi madre y tú… no sé si morbo, pero algo de cosilla, no sé. ¿Te la chupa?

Me quedé boquiabierto ante la pregunta, como me ocurría siempre con esta chiquilla en apariencia tan inocente, y en el fondo tan perversa e impredecible. Dudé un poco, pero al final asentí, como para terminar con la conversación

-Pues sí, me la chupa. ¿Podemos cambiar de tema?

-¿La chupa tan bien como yo? – un dedo de Helena jugueteaba con un mechón de su larga melena negra, y me miró con cara de pueril candor, aunque yo sabía que su actitud era una, y sus intenciones otras.

-Ehm… no, no la chupa tan bien como tú.

Se sonrió, y me miró ostensiblemente a la entrepierna, que mostraba un bulto considerable e imposible de disimular. Helena se acercó un poco, y con mucho cuidado desanudó el cordón que ceñía mis pantalones de deporte, aflojándolos, y sacando mi polla con su mano, pajeándome muy despacio mientras yo lanzaba un gemido y cerraba los ojos un momento.

-¿Y qué más, C***? ¿Cómo te follas a mi madre?

-Pues… - balbuceé, intentando abstraerme del placer de la lenta paja que me estaba haciendo, agarrando fuerte mi polla y sacudiéndola de arriba abajo, con la presión justa y la cadencia adecuada. - en varias posturas, de varias formas, Helena… ¿Qué… quieres saber?

-No sé… - contestó, melosa, felina, excitante - … cuéntame cosas …

-El otro día le di unos azotes por portarse mal… con la zapatilla…

Helena detuvo la masturbación, incrédula, y se burló un poco como si acabase de decir una locura.

-¿A mi madre? ¿Le gusta que le azoten?

-Hombre, no es que le entusiasme… - gemí con aprobación cuando Helena recomenzó sus maniobras en mi polla - … pero sabe que a las chicas que se portan mal hay que castigarlas…

-Qué fuerte… - exclamó, con una sonrisa de diablesa. - ¿Y qué más, C***? ¿Le castigas mucho?

-No… solo cuando se lo merece…

-¿Ah, sí? – No aguantó más, y se inclinó para meterse mi polla hasta la campanilla. Yo exclamé, suspiré y gemí, todo a la vez, mientras ella subía y bajaba su boquita a lo largo de mi rabo con una suavidad y una maestría impropia de su edad. Su lengua no paraba quieta, degustando mi glande como una bola de helado que se estuviera derritiendo, recreándose en las partes más sensibles. Yo estaba casi literalmente viendo las jodidas estrellas.

-¿Cómo la castigaste? – dijo, cuando para mí desdicha se sacó mi polla de la boca, con un Julito de saliva uniendo todavía la comisura de sus labios y la punta de mi capullo. Yo le acaricié la cabeza, y muy ufano le guiñé un ojo.

-Hicimos…. – no sabía cómo decirlo sin resultar muy basto –… sexo anal.

Helena se me quedó mirando, inclinada sobre mi polla, los ojos verdes relampagueando de vicio, y puede ver el asombro tomar por asalto su rostro.

-¿Le diste por… detrás… a mi madre? ¿el viernes? - Asentí, y el asombro se convirtió en una breve hilaridad. – No me jodas… así que la ciática era eso...

Bajó la vista hasta mi polla, y le dio un par de lengüetazos en zigzag que me hicieron temblar de placer en un hormigueo delicioso.

-Sí le metiste esto por detrás no me extraña que ayer no quisiera levantarse de la cama… ¿Cómo le pudo entrar todo esto por… ahí?

Hice un gesto de desconocimiento.

-Lo pasó un poco mal al principio, pero luego lo disfrutó, no creas…

Helena se quedó pensativa, y volvió a metérsela en la boca para continuar con la felación, chupándomela muy despacio, muy despacio, dándome un gustazo indescriptible durante varios minutos, en los que solo se oían mis leves gemidos y los ruidos húmedos, succiones y chasquidos de lengua de Helena.

Volvió a sacársela de la boca, jadeando.

-C***… - me dijo, con vocecilla inquisitiva.

-Dime.

-Si dejo que me la metas a mí también por detrás, ¿borrarás el resto de vídeos?

*

Creía que era imposible, pero mi polla se puso aún más dura y creo que hasta creció un poco, de la emoción. Pero era el momento de tener la mente fría, y no caer en las manipulaciones de una cría que parecía tener más de los dieciséis años y medio que ponía en su carnet de identidad.

-¿Los tres? No, ni pensarlo.

-Pues dos…

-No, Helena.

Me soltó, y se volvió a sentar, enfurruñada, cruzando los brazos. Yo me quedé con la polla durísima, las venas como cuerdas de campanario, y la miré con gesto suplicante.

-¿Qué pasa?

-Nada.

Aquello se me estaba yendo de las manos. Era una cría, caprichosa, consentida, y estaba demasiado acostumbrada a que todos le bailasen el agua. Estaba muy buena, y seguramente medio Instituto babeaba por ella, hasta el punto de que se había liado con un profesor, joven, sí, pero que le sacaba cerca de veinte años. Sus padres, que bastante tenían con el negocio, la habían dejado a su aire desde bastante pequeña, y no se dieron cuenta de estaba criando una joven adulta excesivamente demandante de atención, con graves carencias afectivas y una preocupante falta de disciplina y respeto a la autoridad.

Todo eso lo pensé en unos segundos. No tengo la mente solo para el pecado.

Me levanté y me coloqué frente a ella, agarrándole por los hombros. Al principio rehuía mi mirada, volviendo la cabeza, pero bastó sacudirla con un poco de energía para focalizar su atención.

-Escúchame bien… - coloqué un dedo frente a su rostro - … No olvides por qué y para qué estás aquí. Qué ni se te pase por la cabeza montarme una escenita, Helena, porque como te he dicho antes… - le cogí los mofletes y apreté, moviendo su rostro a los lados - … en esta casa, a las chicas malas se les castiga.

Cuando la solté, vi algo de inquietud en su mirada, pero también un poco de desdén, como si no acabará de creerse lo que decía. Sonrió, burlona.

-No te pega nada lo de hacerte el duro, C***…

-Mejor no me pongas a prueba, Helena.

-No te pongo a prueba. Estoy negociando, ¿no? Tú me das, yo te doy. Tú me quieres follar, yo quiero que cumplas tu palabra, borres esos vídeos de mierda y te olvides de una vez. – se levantó, y se pegó a mí, hablándome en voz baja, con la mirada salvaje de nuevo en su rostro. – Yo quiero acabar cuanto antes. Así que decídete pronto. Dos vídeos, y te dejo que me la metas por detrás.

Menuda tesitura en la que me acababa de colocar. No quería, en ningún caso, darle a Helena la sensación de que controlaba lo que ocurría, porque estaba comprobando que resultaba peligroso darle ni un poco de poder. Pero, por otro lado, la lujuria me estaba cegando, y para un incondicional del sexo anal como yo la posibilidad de perforar el mismo fin de semana el culo de la madre y de la hija enviaba unos mensajes inconfundibles desde mi polla a mi cerebro. Estuvo reñido, pero al final el combate lo ganó la razón.

Cuyo sueño produce monstruos, pero eso es otra historia, y será contada en otra ocasión.

-Me lo pensaré, Helena.

Mi vecinita asintió, y se dio la vuelta, muy graciosa, mostrándome el producto, esas nalgas firmes y lozanas, de exposición, que se fueron cimbreando con gracia infartante mientras ella iba hacia la habitación. Yo me quedé mirándola con un deseo doloroso, la polla apuntando al cielo, sin palabras, y al llegar al umbral ella se giró, apoyándose en el quicio, desnuda, juvenil, exuberante, y con una sonrisa me cegó con la luz de sus ojos verdes.

-¿Vienes, o qué?

*

Su coño sabía fresco, no diría que dulce, pero tampoco tan salado y acre como el de su madre. Menos velludo, desde luego, con los labios regordetes y apretados. Primero los separé con mi lengua y los fui besando suavemente, tanteando apenas con la punta, acariciando de forma casi tímida la entrada de su vagina, que estaba húmeda, viscosa y sonrosada como un coral. Recorrí de sur a norte todo su chochito adolescente, haciéndome a mí mismo cosquillas con sus vellos crespos y rizados, topografiando el relieve caprichoso de su vulva sin prisa, escuchando sus gemidos de aprobación cada vez que encontraba un punto especialmente sensible.

-Siiii… - susurró Helena, arañando las sábanas, cuando mi lengua algo más atrevida se deslizó como la proa de un velero entre sus labios, catando su entrada, humedeciendo su coño, llegando hasta el valle que escondía la joya de la corona, una protuberancia carnosa y retorcida que en cuanto la tenté hizo que su dueña se retorciera y lanzara un largo gemido.

Retrocedí, descendiendo de nuevo, desandando el camino hasta la entrada misma de su vagina, excitada y babeante, e incluso bajé un poco, hasta el este sí salado y misterioso agujero de su ano, caricia que Helena celebró levantando un poco la cintura y dando un pequeño “oh”, no sé si de sorpresa, junto con una risilla nerviosa. Recorrí el contorno estriado de su ano en una escalera de caracol interminable, hasta optar por emprender mí regreso al norte deteniéndome un poco en el vestíbulo de su vagina, haciendo círculos que buscaban introducir mi lengua dentro de ese coñito que parecía a punto de ebullición. Ascendí por sus labios, acariciándolos, lamiéndolos en espirales ascendentes, y como un Amundsen redivivo, hallé el sendero al polo Norte de su placer al apresar entre mis labios su pequeño clítoris y estimularlo con mi lengua, despacio al principio y luego cada vez más rápido.

-Ay sí … cómo me gussstaaaa… - Helena se retorcía muy despacio, con contoneos de serpiente, meneando las caderas, y terminó por colocar sus manos en mi cabeza, enredando sus dedos en mi pelo y dando suaves tirones alternándolos con caricias. Mi lengua siguió vibrando sobre su clítoris, a toda velocidad de lado a lado, más despacio de arriba abajo, y pulsando ese diminuto botón en las formas que se me ocurrían, presionando en círculos, chupándolo muy suave, succionando, y vuelta a empezar. Cada una de mis maniobras era acompañada de los gemidos de Helena, cada vez más rápidos, más entrecortados.

-Sigue… sigue… sigue…- dijo, y noté cómo tensó su espalda cuando uno de mis dedos se introdujo en su vagina sin pedir permiso, hasta el fondo, y fui engarfiándolo al meterlo y sacarlo, acariciando con fruición la parte interior de su coño, blandita y esponjosa, para el frenético placer de Helena, que aceleró sus gemidos y empezó a bufar y resoplar. Mi lengua no paraba, entretanto, y mi vecinita comenzó a mover su pelvis hacia arriba y hacia abajo, despacio al principio, pero más rápido a medida que mi dedo iba estimulando cada vez más sus interiores.

-No pares… no pareees… - noté que alzaba su espalda, y se agarró a mi pelo con fuerza dolorosa, por lo que ajusté de nuevo la velocidad de mi lengua en su clítoris, chocando mi punta contra su pepita a toda velocidad, como si quisiese arrancarlo. Saqué mi dedo de su vagina, completamente empapado, y lo dirigí a su ano, que para mí sorpresa no ejerció demasiada resistencia y se fue insertando mis falanges una a una, como a tragos, apretando cada tramo con gozosa energía, pero dejando que fuese profundizando mi caricia hasta el nudillo mismo, atrapando mi dedo en un túnel ceñido, pero sedoso y cálido, que abrió cerró al compás de mi dedo con docilidad.

Finalmente mis artificios surtieron el efecto deseado.

-Me corro… me corro… ¡¡me corroooo….!! – Helena comenzó a sacudirse, retorcerse y crispar todos sus músculos, y yo no dejé de torturar su clítoris y meter y sacar despacio el dedo de su culo. Me apretó la cabeza contra su pelvis, y empezó a gritar a media voz, gimiendo y temblando mientras yo seguía, dale que te pego, sin darle cuartel, hasta que con algo que estaba a medias de la risa y el llanto cayó sobre el colchón , derrengada.

-Para… C***… para… que me matas… - y movió la cintura, hurtándome su coño, apretando las nalgas para impedir que siguiera dedeándole el trasero, resollando como una locomotora de vapor.

Me incorporé, la boca llena de saliva y flujo, la lengua hormigueándome de puro agotamiento, y con algún que otro vello molestando con su aspereza en mi garganta. Carraspeé, y fui al baño a lavarme la cara, las manos y la boca. Cuando volví, la encontré en la misma posición, respirando algo más reposada, colorada, sudorosa, con los ojos cerrados. Me tumbé junto a ella, y le acaricié los pechos pequeños y duros, haciéndole cosquillas en sus pequeños pezones.

-Ay… paraaa… - me dio un manotazo, con una sonrisa, sin abrir los ojos, y lanzó un prolongado suspiro. – Joder … me he quedado baldada…

-Yo todavía tengo energías… - cogí su mano y la llevé a mi polla, tiesa como un poste.

Helena abrió los ojos y sonrió, mirándome.

-Ay el puretilla… - fui a besarla, pero se echó hacia atrás. – No. Besos no.

Me sorprendió, pero no dije nada. Me levanté un poco, y cogí un condón de la mesilla. Me lo coloqué mientras ella me miraba en silencio, y me situé entre sus piernas, que ella abrió un poco reticente al principio. Mi polla buscó a tientas la entrada de su empapado coño, y mirándonos a los ojos empujé muy despacio hasta que mi miembro de fue alojando, de una vez, entre las acogedoras paredes de su coño.

-Hummm…. – Helena se mordió los labios, y en su cara se dibujó un rictus de incomodidad, enseguida borrado por el placer cuando la totalidad de mi polla se detuvo en su intimidad. – La tienes gorda, joder… - murmuró.

-¿Has conocido muchas para poder comparar? – le pregunté, divertido, quieto dentro de esa crisálida, notando las oleadas de calor que se desprendían de su interior, y los latidos de su corazón en las paredes de su coño. Helena me miró, algo picada.

-¿Y a ti qué te importa?

Decidí aplicarle la misma medicina que a su madre. Cogí uno de sus pezones y lo pellizqué retorciéndoselo, provocando un corto aullido.

-¡Hijoputa! – se liberó, dolida, y cerró los ojos, suspirando – He estado con cinco chicos, aparte de con Darío, y contigo.

-No está mal… ¿Y la mía es la más grande? – admito que es una estúpida vanidad masculina, pero qué quieren, soy humano.

-La más larga no … pero la más gorda sí.

La saqué con mucha lentitud, dejando que resbalase paulatinamente hacia fuera, sintiendo cada milímetro de su vagina aferrarse a mi polla, abrazarla, tratar de retenerla, y recibirla de nuevo dentro casi con alborozo, desplegándose como pétalos de una flor carnosa.

-Oh sí… - suspiró Helena al sentirse de nuevo empalada hasta la base, cruzando las pantorrillas tras mi culo, acariciando mis brazos y mirándome con el rostro congestionado. No tardé en complacer su deseo, entrando y saliendo de su coño encharcado con la misma parsimonia y flema que hubiese empleado un relojero. Empujaba y estiraba, a ritmo, dejando que Helena se fuese poco a poco habituando, acompasado su respiración, sus gemidos, sus caricias. Y entonces me detuve, con una diminuta porción de mi polla atrapada justo en el felpudo de entrada a su chochito, y escuché su leve protesta. - ¿umm… por qué te paraas?

Embestí con fuerza, encajándola hasta su misma matriz de un solo golpe.

Helena se retorció apretándome estrechamente mientras daba un grito que se derritió en un gemido, abriendo los ojos como si se le fueran a salir de las órbitas. Esperé unos segundos y volví a mi cadencia normal, haciendo círculos con las caderas, estimulando cada una de las terminaciones nerviosas de su coño con mi polla, tanteando los rincones, levantando las alfombras y no dejando cajón sin abrir ni esquina sin pisar, a base de pollazos largos, interminables, infinitos, incansables.

Helena me miraba sin verme, con un brillo casi febril en sus ojazos, y se mordía los labios, los dedos, los nudillos, ahogando los gemidos en su garganta y empujando a su vez con sus propias caderas, presionando contra las mías como si toda mi polla no le fuese bastante, como si quisiese que derribarse hasta la última barrera de su coño, estremeciéndose cada vez que mi capullo golpeaba contra el bulto del fondo de su vagina, el puño cerrado que sellaba el acceso a sus profundidades.

Repetí mi maniobra de detenerme y penetrarla violentamente por sorpresa no menos de una docena de veces, cosechando gemidos y berridos de placer, hasta el punto que Helena me cogió la cara entre las manos, balbuceando.

-Te… odio… hijo… de la gran… puta…. – No sé cuánto tiempo pasó, puede que cinco minutos, o puede que cincuenta, pero me vi capaz de follándose así, a tirones, durante horas.

Se corrió sacudiendo la cabeza, estirándose mucho, arqueando la espalda hacia arriba y apretando su coño como un garrote vil, asfixiando mi polla y estrujándola con un abrazo exquisito y eterno. Yo seguí a mi tarea, aunque tomé la decisión de subir las apuestas y me eché sus piernas a los hombros, alzando su cintura, doblándola por la mitad y accediendo así a recodos y escondites dentro de su coño todavía por percutir.

-Ay Dios mío… aaay… - su voz se hizo aguda, cuando notó que la frecuencia y cadencia de mis embestidas subía, y cuando abrí sus nalgas con mis manos y alcé un poco más su culo, contemplé su rostro contraerse, su boca abrirse en un grito mudo, y sus ojos fijarse en los míos como si fuera incapaz de creerse que la estaba follando a cara de perro.

Le estaba dando tan fuerte que estaba poniendo su flujo a punto de nieve.

En ese momento estaba fuera de mí, soltando toda la adrenalina, la rabia y la lascivia acumulada, vengándome en ese coñito de todos mis demonios. Como una estaca en el pecho de un vampiro, como una bala de plata, mi polla era el arma con la que acabar con mis frustraciones y su coño la víctima propiciatoria, el chivo expiatorio. Me follé a Helena como si quisiera que fuese la última vez, como si se fuese a acabar el mundo, como si me hubiesen condenado a muerte. Y ella lo disfrutó a tope, ya lo creo.

-¡No puedo… no puedo mááás…! – se retorció bajo mi peso como en un ataque, buscando la almohada, tiritando de forma incontrolada, corriéndose de forma estruendosa, volcánica, sísmica. Si yo no hubiese estado penetrándola como un loco, seguro me habría tirado de encima al tensar las piernas y contorsionar las caderas, pero no cejé en mi empeño y seguí disfrutando de ese coño durante un buen rato más, hasta que el agotamiento me hizo ir bajando el ritmo, dejando que Helena bajase las piernas, se abriese, y finalmente pusiese las manos en mi estómago, mirándome con el rostro demudado, muy rojo, desfallecido.

-C***… por favor… que me lo vas dejar en carne viva…

Me detuve, resoplando, y me salí de su coñito dejándome caer de espaldas en la cama, mientras Helena se frotaba las caderas y jadeaba a su vez. Nos quedamos mirando al techo, contando las sombras de la persiana que dejaba entrar a resquicios la luz de las farolas, hasta que nos fuimos calmando, recuperando el resuello.

Helena se giró hacia mí, gimiendo dolorida al cambiar la postura, y miró mi polla, aún erecta, enfundada en el profiláctico que se secaba al calor del pegajoso ambiente de la habitación, que apestaba a sudor, a sexo, a vicio.

-Joder… ¿pero es que no te has corrido? – preguntó, y yo negué con la cabeza, sonriendo con cierta chulería. Me quitó el condón, y comenzó a pajearme espacio, mirándome con una sonrisa cansada pero satisfecha. Yo le acaricié la espalda, y me incorporé a medias para agarrarla por la cintura y arrastrarla colocando su cuerpo al revés que el mío.

-¿Qué haces? – me dijo, con una risita nerviosa, pero no opuso resistencia cuando la subí sobre mí, con mi cabeza entre sus piernas a la altura de su coño, y su cabeza a la altura de mi polla. Miré ese chocho empapado, rojísimo, y en cuanto le di una lengüetada Helena pegó un respingo mientras lanzaba una exclamación.

Me lo comí otra vez como si tuviese hambre atrasada, ese coño sudadito y lleno de flujo que sabía a sal, a lujuria, a pecado, a látex. Lamí su cuevita dilatada e hinchada, su clítoris inflamado, y no dudé en separar con las manos sus nalgas de granito y lamer, saborear y chupar ese ano minúsculo. Sentí una descarga eléctrica cuando su boca se apoderó de mí polla y empezó a chuparla con codicia, con avidez desesperada, como si necesitase mi orgasmo, pajeándome con violencia a la vez que me la chupaba emitiendo sonidos ahogados y yo bebía de su coño a lengua suelta.

Debo decir que ninguno de los dos duró mucho. Ella tembló de nuevo, crispando las nalgas que yo amasaba con deleite y acelerando más sus chupadas en mi polla, y yo sentí muy dentro el familiar cosquilleo del cercano clímax, llevando mi lengua hasta su clítoris y tocando el timbre llamando a su orgasmo.

Allí morimos los dos de esa pequeña muerte, yo vaciándome en su boca entre gemidos pagados por los pliegues de su coñito, y ella desmoronándose sobre mí, aferrada a mi polla como a un clavo ardiendo, gimoteando y casi atragantándose. Respiramos juntos durante unos segundos, pero Helena no tardó en sacarse mi polla de la boca en silencio, y tapándosela con la mano, como pudo, se fue arrastrando por la cama hasta ponerse en pie, tambaleante, y caminó hasta el baño donde la escuché escupir, toser, carraspear, enjuagarse la boca.

Yo estaba panza arriba, derrengado, y ni la miré cuando regresó y se desplomó a mi lado.

-Jo…der… - dijo, sin mirarme, con una voz queda y grave. No se movía apenas, apartarse desmayadamente el pelo de la cara, frotarse lánguida el estómago, resoplar y recuperar el resuello. – Me duele todo…

Volví la cabeza, y me reí un poco.

-No te rías… me duelen las piernas, me duele la espalda, me duelen las caderas….y me duele el coño… - dijo, acariciándose con mucho cuidado el monte de Venus y el desfiladero entre sus piernas. - ¿A mi madre también la follas así?

No dije nada. Me limité a mirarla, colorada, jadeante, desnuda, saciada, inerme, sus dos pequeñas y erguidas tetas como dos bollitos respingones, su vientre plano y firme, sus caderas bien proporcionadas, sus blancas piernas de adolescente, su rostro quizá no hermoso, pero sí lindo, fresco, descarado.

Me levanté, profiriendo más ruidos de los que me hubiera gustado, mis articulaciones rechinando como las del hombre de hojalata, y abrí un poco la ventana.

-¿Puedo ducharme? – me dijo.

-Claro. Hay toallas en el armario del baño.

Escuché el ruido del agua en la ducha, y me acerqué al baño. Helena se duchaba, mientras cantaba una canción de moda, y yo la miré a través de la mampara traslúcida, quebradas sus líneas por el agua que caía mansamente, y maldije no tener el talento de Monet para transmitir en un lienzo la curva de su espalda, la simetría de sus pechos o los armónicos volúmenes de sus piernas.

Cuando terminó, salió y me miró, sobresaltada y divertida.

-¡Aivá! Si estabas aquí… - le alargué la toalla y ella se envolvió en su abrazo algodonoso, secándose y reprimiendo un escalofrío. – ¿Me podrías traer mi ropa, porfa…?

Le traje su ropa, y la vi vestirse con dificultad, quejándose un poquito cuando tenía que estirar las piernas, y ambos nos reímos un poco.

-Toda la culpa es tuya, así que no sé de qué te ríes…

-De nada… oye, Helena…

-¿Sí? – me miró mientas se secaba el pelo con la toalla.

-Quiero que hagas una cosa.

-Dime – me miró con cara sería, frunciendo el ceño.

-Quiero que acompañes a tu madre a un local de depilación, y os depiléis los bajos.

Su boca se quedó abierta, y enseguida se deshizo en una risotada incrédula.

-¿Pero qué dices? ¿Estás loco? Ni de coña…

-Vais a pedir cita las dos en un local de depilación, y quiero que os dejéis el coño como el de un recién nacido. – lo dije como si no la hubiera escuchado replicar, con tranquilidad, apoyado en el quicio de la puerta, los brazos cruzados.

-Vete a tomar por culo… - me dijo, con sorna, y cogió el secador, mirándome en el espejo mientras secaba su melena negra, que ondeaba tras de su cabeza como una banderola, un gallardete azabache. Cuando silenció el estrépito del aire caliente, posó el aparato y me miró con los ojos entrecerrados.

-Lo estás diciendo en serio… - no era una pregunta, pero aún así, respondì.

-Completamente en serio. Y es más… - me acerqué y me pegué a su espalda, mirándonos a los ojos en el espejo, agarrándola por los hombros. – Quiero que me cuentes todo lo que pase allí, y que me mandes fotos.

-¡Venga ya! – se sacudió, y al retroceder yo un paso se volvió, con un arrebato de ira. - ¡Eres un pervertido de mierda…!

-Lo vas a hacer, y punto.

Iba a seguir protestando, pero le agarré las mejillas y apreté, silenciándola, y aunque su mirada centelleó de rabia, se calló.

-Ni una palabra más, Helena. Si quieres que borre el tercer video, lo vas a hacer y además mañana mismo. ¿Me has entendido?

La solté, y durante un momento no supe si iba a responder o a escupirme, pero terminó asintiendo.

-Vale, puto enfermo.

-Quiero fotos.

-Que sí…

Se fue, sin despedirse, y todo mi cuerpo comenzó a echarla de menos.

( Continuará )