BPN. Ojos verdes (4). Todos los caminos llevan a..

Castigando la desobediencia

Dicen que solo te decepcionan aquellos de quienes realmente esperas algo.

Es otra forma de decir aquello de “quien bien te quiere te hará llorar”, porque es verdad verdadera que es complicado que te defraude en quien no confías. Duele depositar tus esperanzas en alguien o en algo, creyendo firmemente que no te puede fallar, y comprobar con amargura que hay ocasiones en las que incluso de quien menos podrías esperarlo llega la bofetada, se truncan tus ilusiones y descubres, una vez más, que la vida no es como en las películas o en los relatos eróticos.

Siempre queda, no obstante, el ponzoñoso pero exquisito placer de la venganza.

Bastaron dos breves mensajes de móvil para apañar la tarde del viernes. El primero a mi pandilla, confirmando mi asistencia la partido de fútbol a las cuatro. Y el segundo a Laura.

631* - En mi casa de 6 a 9.*

Un minuto después silbó mi teléfono, en respuesta.

LAURA VECI MVL – Ok

Me entretuve un momento con el terminal en la mano, pensativo, y terminé escribiendo otro mensaje.

631* - Recien duchada y sin ropa interior* .

Por segunda vez el teléfono vibró y emitió un corto sonido agudo.

LAURA VECI MVL – Okok

Admito que no tuve mi mejor día como futbolista. No es que fuese precisamente un jugador sobresaliente, pero me mantenía en razonable buena forma y a base de jugar todas las semanas desde hacía años, algo me defendía. Pero aquella tarde no di una a derechas, fallando lo infallable, enviando los pases a la grada y sin ser capaz de embocar portería ni a un metro de la línea de gol. Tenía la cabeza en otra parte, como es comprensible, y apenas era capaz de abstraerme del hecho de que iba a follarme a una madurita en cuanto acabase de darle patadas sin sentido a un balón.

Ni siquiera me duché, porque tenía ganas de que me ducharan.

Llegué a casa a las seis menos cuarto, y dejé la bolsa en el cuarto vacío, mientras miraba el reloj con impaciencia. Bebí un refresco isotónico, y anduve por toda la casa como una bestia enjaulada, mientras el minutero tenía tiempo de dar media vuelta larga en su bucle infinito, antes de que llamarán a la puerta con unos leves toques.

Abrí, con cara de pocos amigos, y algo debió notar Laura que se deshizo en explicaciones.

-Perdón, perdón, perdón. Se me ha hecho tarde en el bar, teníamos mucho lío y quería venir como tú me has dicho, pero me ha sido imposible… - la miré de arriba abajo, en el vestíbulo, tras cerrar la puerta. Venía directamente del bar, oliendo todavía a fritanga y guisotes, con la ropa de trabajo sucia y el pelo algo enmarañado y grasiento. Apenas se había lavado la cara y las manos, que retorcía frente a ella, nerviosa, mientras iba intranquilizándose por momentos al ver mi expresión, mi mirada escrutadora y reprobatoria, y sobre todo mi silencio – Perdóname, pero es que los viernes… me ha sido imposible…

-Primera falta, llegas tarde… veinte minutos tarde. – negué con la cabeza, acallando sus pretextos, y mi mano se dirigió al cuello de su polo de trabajo. Laura se encogió, como si temiese que la golpease, pero se relajó al ver que simplemente desabotoné los cuatro botones que cerraban su escote y dejaba al descubierto, con un suave tirón, su sujetador de color negro. – Segunda falta, vienes con ropa interior. – Mi tono debió de alarmarla, porque hizo ademán de quitarse la ropa allí mismo, pero la detuve con un gesto, sujetando sus manos. Me acerqué a ella, y olisqueé ostensiblemente, haciendo que enrojeciese y bajase la mirada, avergonzada. – Tercera falta, vienes sin duchar…

-C***, yo… - volví a negar, y la sujeté por el mentón, como me había acostumbrado, alzando su barbilla y forzándola a mirarme entornando sus ojos verdes.

-Parece que sigues sin darte cuenta, Laura. Yo no te digo las cosas. Yo te las ordeno. Y si desobedeces, no me valen excusas.

-Lo siento, lo siento… de veras que lo siento… - sus ojos se humedecieron y se vidriaron de lágrimas, mientras su labio inferior temblaba y su respiración se agitaba - ¿Qué quieres que haga? No te enfades, por favor… - probó a endulzar el tono, a jugar con sus armas, a provocar mi deseo. La solté, y lancé un suspiro.

-No estoy enfadado. Estoy decepcionado. Me dijiste que habías aprendido la lección, pero me demuestras que no… - crucé los brazos, y con el ceño fruncido la miré con desdén. Laura parecía azorada, agachando la vista, y cuando levantó la cabeza vi dos lágrimas escurrir por sus mejillas.

-No me castigues, por favor… perdóname C***. Te juro por mi hija que no volverá a ocurrir…

No dije nada en un rato interminable, mirándonos a los ojos, ella cada vez más inquieta, y yo inflexible, serio, espartano. Finalmente, antes de girarme, ladré una orden.

-Vamos a la ducha.

Me siguió como una perrita al servicio. Mi cuarto de baño era bastante grande, con una gran ducha de cabina, bidet y bastante espacio para maniobrar cómodamente dos personas. Abrí el grifo de agua caliente, y cuando me giré vi que Laura había empezado a desnudarse, lo cual me complació. Se soltó la goma y las horquillas del pelo, dejándolas en la repisa del mueble del lavabo, junto con sus pendientes. Se ahuecó la melena negra y rizada en un gesto que me recordó poderosamente a su hija Helena, y después se quitó el polo y el sostén, liberando de su prisión de metal y tela sus dos grandes tetazas, con los pezones tan duros y salientes que serían capaces de cortar el vidrio del espejo. La miré mientras se retorcía para quitarse los pantalones negros de trabajo, que le quedaban algo apretados, y cuando se bajó las elásticas bragas negras, no pude creérmelo. Iba a meterse en la ducha, cuando le puse una mano en el pecho, y le señalé su entrepierna.

-¿Qué es eso?

Laura bajó la vista a su frondoso vello púbico, y vi cómo el miedo y la angustia se apoderaban de su rostro, que palideció a ojos vista. Su mirada se nubló de nuevo, y balbuceó un poco, antes de responderme.

-Es que… no he podido… ¿cómo se lo iba a explicar a Luis? Estoy seguro de que iba a sospechar algo, C***… quería, en serio que quería, pero entiéndeme…

Negué con la cabeza, y con las dos manos cogí sus pezones y empecé a estirarlos y retorcerlos en un fuerte pellizco que la hizo chillar bajito, agarrándome las muñecas y avanzando de puntillas hasta chocarse con mi cuerpo. La miré, y vi el brillo de la desazón en sus pupilas, la zozobra que estaba a punto de romperla en llanto.

-¿Qué voy a hacer contigo…? – le dije, con voz ronca, mientras cerraba el grifo de la ducha. – Laura, no dejas de defraudarme una y otra vez…

-Lo… lo sientoo… - no resistió más, y las lágrimas afloraron en sus ojos, surcando su rostro. Sollozó en silencio, sin duda aterrorizada por el castigo que anticipaba, pero quise mostrarme un poco tierno antes de cobrarme mi compensación. La consolé abrazándola, y poco a poco fue recobrando la entereza. En ese momento, me separé de ella y le señalé el suelo.

-De rodillas.

Me obedeció al momento. Yo me bajé los pantalones y los calzoncillos, empapados de sudor, y los arrojé al suelo, antes de retroceder dos pasos y sentarme en el bidet, abriendo mis piernas y mostrando mi moderada erección.

-Vamos… - no hizo falta decir más, Laura avanzó de rodillas y metió la cabeza en mi regazo, con la intención de chuparme la polla a dos carrillos.

Estaba asquerosa, lo sabía. Un largo partido de fútbol, el sudor acumulado, los vellos, casi una hora con los calzoncillos sudados puestos… el olor debía ser fuerte, y el aspecto pegajoso no debía de ser precisamente apetecible. Laura hizo el amago de metérsela a la boca, pero arrugó el rostro al acercarse, mirándome con el rostro acongojado.

-Está sucia… huele fuerte… - dijo, con un hilo de voz, pero mi mano se posó en su nuca, enredando su pelo suelto, y tiré hacia atrás doblando su cuello y provocando una exclamación de dolor.

-Chupa y calla. – le dije, y dirigí su cabeza a mi entrepierna.

Colocó sus manos en mis muslos, y aunque titubeó, al final no tuvo más remedio que abrir la boca y meterse toda mi polla, todavía apenas morcillona, en su boca. Su moflete se deformó dando cobijo a mi rabo, y hundió la nariz en mi vello púbico. La mantuve allí, con la mano firme en su cabeza, mientras la escuchaba resoplar y respirar fuerte por la nariz. El tacto de su boca, caliente, suave, el relieve de su paladar, el ardor mojado de su lengua hicieron que mi polla fuese creciendo poco a poco, ocupando cada vez más espacio, atragantándola, desbordándola, y empezó a sacudir la cabeza con urgencia a la vez que palmeaba con fuerza mis muslos, clavando sus uñas, hasta que la liberé y sacó su cabeza como si hubiese estado debajo del agua, boqueando, tosiendo, reprimiendo las arcadas. Se sentó sobre sus rodillas, entre toses, limpiándose las lágrimas y las babas con la mano. Me miró, afligida, indefensa, pero no encontraría piedad, al menos de momento.

-¿Qué haces ahí? Continúa.

Respiró hondo, y volvió a colocarse de rodillas, metiéndose otra vez mi polla en la boca, hasta donde fue capaz, que no fue mucho. Subía y bajaba la cabeza, apretando los labios y abriendo las quijadas, con la lengua y el paladar cosquilleando el capullo y el frenillo, despacio pero sin detenerse, respirando fuerte por la nariz. La dejé hacer un rato, lamentando que no tuviese el mismo entusiasmo y picardía que su hija, veintitantos años más joven pero considerablemente más experimentada. Se paró un par de veces, gorgoteando, y sacándose algún vello púbico de la boca con cara de asco, pero en su descargo he de decir que cada vez reemprendió la mamada sin rechistar, empapándola bien y dejando el capullo rojo, reluciente y limpio como la patena.

-A la ducha. - la interrumpí, y ella se quedó con la boca entreabierta, jadeando un poco, cuando me levanté y la ayudé a incorporarse. Abrí otra vez el grifo, y mientras esperaba a que el agua se calentarse apreté un poco sus abundantes nalgas blanditas, que ella me ofrecía gustosa, apoyándose en la mampara. Probé el agua, aceptablemente tibia, y nos metimos en la amplia cabina de ducha, empapándonos con los chorros. Cogí mi esponja, le añadí el gel, y se la alargué.

-Límpiame.

No dijo nada. Cogió la esponja y comenzó a frotarme el pecho con suavidad, bajando al estómago, enjabonando mis costados, descendiendo por las piernas, arrodillándose para restregar mis muslos, mis pantorrillas, mis pies, para detenerse de forma especial en mi entrepierna. Fregó mis ingles, mis caderas, y con dedicación amorosa me enjabonó el miembro erecto una y otra vez, demorándose especialmente, acariciándolo con la esponja y con la mano, pasando después a limpiar a conciencia mis huevos y mi perineo, con abundante jabón. Me di la vuelta y aclaró la esponja, llenándola de gel otra vez y frotándome la espalda, los brazos, la parte trasera de mis piernas y finalmente el culo, dándome unas suaves friegas en las nalgas y jabonando también la raja y el ano, causándome cosquillas y una sensación agradable. Después cogió la ducha y me enjuagó minuciosamente, dirigiendo de forma estratégica los chorros templados y arrastrando jabón, sudor y suciedad y dejándome refrescado, relajado y limpio de pies a cabeza, acariciado, mimado y satisfecho. La miré, y le fui dando instrucciones.

-Levanta los brazos.

Lo hizo, un poco sorprendida de mi brusquedad. Vertí un buen chorro de gel en mi mano, y empecé a frotarla con fuerza, con energía, empezando por los brazos y los hombros, dándole friegas en los pechos, limpiándolos con las manos, sopesándolos, masajeándolos, para luego refrotar su vientre, sus michelines. No protestó, a pesar de la falta de delicadeza de mis manipulaciones. Le enjaboné las piernas, embadurnándolas bien, y con un poco más de gel lavé su coño peludo como quien lo hace con una mascota, sin cuidado.

-Abre las piernas.

Obedeció, y llené de jabón su coño de adelante hacia atrás y de atrás adelante, provocando una tímida protesta en forma de gemido quejumbroso. Cuando acabé me incorporé.

-Date la vuelta e inclínate hasta posar la frente sobre la pared.

Lo hizo, y froté su espalda amplia con renovado ímpetu, y después sus nalgazas fláccidas y sus piernas rollizas. Alcé la cabeza.

-Ábrete bien el culo con las manos.

Sus dedos aferraron sus nalgas y estiraron, dejando frente a mi rostro su ano marrón y fruncido. Froté con ganas, enjabonando esa raja de arriba abajo varias veces, frotando con un dedo los pliegues exteriores de su culo, y cuando terminé la enjuagué con meticulosa lentitud. Cerré la ducha y salí, dejándola de espaldas a mí, sin atreverse abandonar su postura. Antes de cerrar la mampara, le di la última orden.

-Lávate el pelo.

Se giró, mirándome, y asintió con el labio inferior entre los dientes, y una expresión sumisa y entregada. Cerré la mampara, y escuché abrirse de nuevo el agua. Con prontitud me saqué, y tracé en mi mente un plan, un sendero a seguir, un mapa.

Un mapa en el que todos los caminos llevaban a Sodoma.

*

Salió del baño, envuelta en una toalla, buscándome tímidamente en el salón. Yo ya lo tenía todo preparado, así que no vi motivo para alargarlo más. Me coloqué frente a ella, y le enseñé un gran pañuelo negro, un foulard de invierno. Lo miró sin entender.

-¿Qué es eso?

No contesté, sino que en silencio me situé tras ella y le vendé los ojos con fuerza, asegurándome que no veía nada.

-¿Qué pasa, C***…? ¿Qué… qué es esto?

-Laura, voy a ser muy claro contigo. Tú comportamiento de hoy es intolerable. Estoy valorando la posibilidad de cancelar nuestro… acuerdo.

Mi vecina contuvo una exclamación de sorpresa, y comenzó a mover la cabeza a los lados, en señal de negación.

-No, C***… no me hagas eso… por favor, perdóname. No volverá a ocurrir. De verdad. De verdad…

Di vueltas alrededor de ella, y ella me seguía con la cabeza, los ojos fuertemente vendados, desconcertada.

-Quiero creerte, Laura, de veras que sí… pero yo confiaba en ti. Y reconoce que has traicionado mi confianza.

-Sí, C***… lo siento, siento haberte fallado… - hablaba con una voz tan conmovedora, tan contrita, tan arrepentida, que habría enternecido a cualquiera. A casi cualquiera.

-¿Reconoces que te has portado mal, Laura?

-Sì, C***. Reconozco que me he portado muy mal… perdóname, por favor.

-¿Y qué se hace con las chicas que se portan mal, Laura?

Laura hizo un puchero, bajó la cabeza y murmuró algo, tan bajito que fue imposible oírlo.

-¿Qué has dicho, Laura? Dilo más alto.

-… he dicho… que se las castiga.

Me coloqué tras ella, y puse las manos en sus hombros. Tembló ante mi contacto.

-Entonces, Laura… - me acerqué mucho a su oído y susurré, con voz pausada y tranquila -… estarás de acuerdo en que tengo que castigarte, ¿verdad?

Su respuesta fue el silencio, roto solo por su respiración, cada vez más rápida. Me pareció notar incluso que su corazón se aceleraba. Dio un pequeño brinco cuando hablé, un poco más alto, un poco más imperativo.

-Contéstame, Laura.

Giró la cabeza hacia mí, respirando fuerte, y abrió la boca, suspirando antes de responder.

-Sí.

-¿Sí, qué, Laura?

-Sí, castígame, C***… profesor.

Estuve a punto de aplaudir, pero habría estropeado el efecto, así que sencillamente cogí lo que necesitaba para ejecutar la segunda fase del plan, el siguiente paso en el camino. Mi vecina me escuchó moverme, pero se quedó muy quieta, parada en mitad del salón. Una vez tuve lo necesario, me planté frente a ella y hablé en voz neutra.

-Laura, escúchame bien. Has dicho que aceptas tu castigo, pero quiero que sepas que tienes una última oportunidad de parar ahora mismo. Puedes quitarte el pañuelo de los ojos en este mismo momento, puedes vestirte y consideraré que nuestro trato ha terminado. Pero si quieres seguir adelante, y solo si estás segura, quítate la toalla y cruza las manos a tu espalda. Sin preguntas.

Pasaron unos segundos, y finalmente Laura dejó caer la toalla, descubriendo su desnudez grávida pero insinuante, sus pechos caídos pero generosos, sus amplias caderas, su enmarañado coño de mujer madura. Sin decir una palabra, cruzó los brazos detrás de la espalda.

El silencio era la mejor estrategia, a partir de este momento. Sin decir nada, cogí sus manos y la junté, mientras Laura se estremecía, no podría asegurar si de frío, de desasosiego, de excitación, o de todo a la vez. Con más facilidad de la que me esperaba, y actuando con una seguridad y una determinación bastante mayores de las que sentía realmente, uní con una venda ambas muñecas, y enrollando la venda restante alrededor de su vientre, inmovilicé sus brazos.

-¿Qué… qué haces? - Se sacudió, sin mucho empeño, y la convencí de quedarse quieta con dos fuerte azotes en sus nalgas, que hizo que se dejase hacer sin quejarse. Culminé la obra con dos nudos bien apretados, y comprobé que no podía mover los brazos, más allá de agitar los codos cómicamente. Pellizqué sus pezones, tirando de sus tetas, haciendo que me siguiese con unos quejidos agudos y lastimeros, llevándola hacia la habitación.

-¡Ay..! ¿Me vas a decir qué vas a hacer, C***...? Me… me estás asustando… – la coloqué frente a una esquina de la cama, con una pierna a cada lado. Con las manos ahora en sus hombros la hice avanzar, hasta que sus muslos tropezaron contra el colchón, y la esquina le obligó a separar las piernas. Cómo si estuviese colocando a una muñeca, la hice doblarse y recostarse boca abajo, los pies todavía posados en el suelo, y el torso y el vientre en el colchón, las piernas bien abiertas y su trasero ofrecido, enorme, pálido, fofo y a la vez provocativo.

-C***… por favor… no me pegues… - las marcas de la sandalia habían desaparecido de la piel de sus nalgas, pero seguían dolorosa y humillantemente frescas en su memoria, al parecer.

-No te voy a pegar, Laura, te lo prometo… - dije, agachándome frente a su rostro y quitándole la venda de los ojos. Parpadeó varias veces, bizqueando ante la repentina luz, y me miró esperanzada, como si le hubiese ofrecido clemencia cuando ya no aguardaba sino la más amarga de las sentencias.

-¿De verdad? – sonrió con alivio, y cuando enredé nuestros labios me enterró la lengua hasta la garganta, besándome con una pasión agradecida y sincera.

-De verdad… - dije, separándome de ella, mientras me incorporaba. Me siguió con la mirada, y arrugó el rostro cuando le di una afectuosa pero vigorosa palmetada en una nalga. Sonreí de medio lado – Hoy, Laura, tu castigo es que me vas a entregar tu culo.

*

La sonrisa se le heló en el rostro, y sus ojazos verdes se abrieron desmesuradamente.

-No… no… C***. No. – negó con la cabeza, y empezó a retorcerse tratando de incorporarse. Hicieron falta cuatro, cinco azotes para que entre quejidos se estuviese quieta. Me senté en el borde de la cama, mirando su carita triste, y acaricié su pelo mojado.

-Es tu segunda lección, Laura.

-C***… por lo que más quieras… Azótame. Fóllame. Humíllame si es lo que quieres… pero no me hagas daño, no me des por el culo…

-No hay vuelta atrás, Laura. Has sido una alumna desobediente, y te mereces un castigo ejemplar, y yo una compensación – Le hablaba como a una niña, con calma, sin dejar de acariciarle el pelo. Ella me miraba con una expresión de cachorrito asustado.

-C***… es que soy virgen por ahí y me vas a destrozar… por favor. No te pido nada más. Nada más. Pero por el culo no.

-Laura… - le dije, repentinamente serio, cogiendo su mejilla entre mis dedos pulgar e índice y pellizcándola con suavidad – Basta ya. Tu culo ha entrado virgen en esta habitación, pero va a salir follado y bien follado. Así que basta ya.

Algo debió de ver en mis ojos mi vecina que cerró la boca, y giró la cabeza para no mirarme. La escuché quejarse, gimotear y cuchichear, al borde mismo del llanto. Yo me levanté y me quité la toalla, comprobando que estaba empalmado de forma aceptable. Me la meneé un poco, y acaricié la espalda de Laura, que se tensó visiblemente. Su culo se contrajo tensando sus glúteos, y volvió a retorcerse un poco en señal de rebeldía.

Me senté a horcajadas sobre su zona lumbar, inmovilizándola con mi peso. Trató de resistirse un poco, pero con los brazos bien atados y conmigo encima, fue un intento vano y fútil. Me agaché, inclinándome sobre ella, y casi posé mi boca contra su oreja, al susurrarle al oído.

-Laura… - se agitó, sin conseguir descabalgarme ni un poquito - ¿Lo quieres fácil, o lo quieres difícil? Porque la única diferencia es cuanto vas a llorar hoy… y mañana. – Lo reconozco. Fui cruel y desagradable. Espero poder contar aún con su simpatía.

Laura se echó a llorar, escondiendo la cabeza en la colcha de la cama, agitándose rítmicamente con sus sollozos. La dejé que se calmara, despacio, frotando sus hombros en un masaje lento y suave, hasta que se giró hacia mí, mirándome con los ojos hinchados y enrojecidos, la boca torcida en un gesto de reproche.

-¡¿Pero por qué quieres hacerme daño?! – habló en tono alto, pero después se serenó un poco, bajando la voz - ¿Por qué no me lo haces como el otro día…?

-Porque quiero que entiendas que puedo hacer contigo lo que se me antoje, Laura. – repuse, muy serio. Mi vecina chasqueó la lengua.

-¿Y para eso tienes que reventarme el culo? ¿En serio? Pero si ya haces conmigo lo que te da la gana, joder… - sorbió por la nariz, negando con la cabeza - ¿Es que no lo ves?

Saboreé como si fuera un brandy añejo, como un buen vino, como un dulce, la sensación que me recorrió todo el cuerpo. La paladeé, sonriendo, degustando la entrega, la derrota, la rendición incondicional que podía leer en sus ojos verdes. Le acaricié el rostro con los dedos, secando el rastro de sus lágrimas.

-Dilo. – ordené.

-¿Que diga qué? – Laura me miró sin comprender.

-Di que has aprendido la lección y que a partir de ahora harás lo que yo te diga.

-A partir de ahora… - restregó el rostro en la colcha, para limpiarse las lágrimas - … a partir de ahora, haré lo que tú me digas.

-¿Estás segura?

Asintió, antes de contestar.

-Claro que sí…

Me volví a inclinar sobre ella, y le hablé al oído, muy despacio.

-Pues entrégame el culo.

*

Me miró, con el rostro demudado, en silencio, y ese silencio fue para mí estridente, elocuente, esclarecedor. Me quité de encima, y comencé a masajear en círculos sus grandes nalgas blanditas, lívidas, recorriendo con las yemas de mis dedos sus colinas lunares, casi esponjosas. Laura las contraía, endureciendo los glúteos bajo mis manos, pero terminaba aflojándose, permitiendo que me llenase de esas cachas interminables, nacaradas, copiosas.

Me arrodillé, con mis pies hacia su cabeza, y me asomé al balcón de su raja con espíritu de pionero, separando sus cachetes delicadamente, exponiendo su ano lacrado, apretado como los remaches de un submarino, rodeado de vellos negros. Junté saliva y la dejé caer, apuntando con cuidado, y noté el escalofrío de Laura al notar la humedad en su ano.

Froté, muy suavemente, extendiendo la saliva por todo el contorno de su precinto, sondeando y palpando las fibras de sus músculos, que respondieron contrayéndose más, como una fiera a la que un gesto hace que se cobije aún más profundo en su madriguera. Me llevé el dedo índice a la boca, y lo empapé bien con saliva, antes de regresarlo a su misión de comando tras la línea, o más bien tras el cerco enemigo.

Costó un mundo que cruzase la trinchera.

No sé si llevada por el miedo, por la cabezonería, o por el encono, Laura apretaba el culo al máximo, y mis intentos por meter el dedo fueron rechazados una vez y otra, acompañados por leves quejidos sofocados por las mantas, que mi vecina mordía con fuerza al notar el intento de invasión anal por parte de mis falanges. Volví a escupir, y a tratar de ablandar ese círculo estriado que impedía mi entrada, en ceñido afán por mantener a salvo la virginidad de los intestinos de su dueña.

-Afloja el culo, Laura. – me giré para decírselo, y di un azote en su nalga.

Me hizo caso a regañadientes, y tras algo de batalla, un par de salivazos y mucha paciencia, mi dedo consiguió traspasar la primera barrera e introducirse muy despacio en el prohibido túnel que sellaba su entrada trasera.

-Aay… - Laura giró la cabeza y se quejó muy bajito, doblando las piernas cuando notó que mi dedo buceaba un poco más hondo y se iba colando hasta el nudillo. Mi dedo, atrapado en ese pozo angosto y abrasador, retrocedió y avanzó a intervalos regulares, venciendo a duras penas la tensión imposible del umbral, tan ajustado que amenazaba con dejar mi dedo allí indefinidamente.

Pero la resistencia de todo músculo tiene un límite, y poco a poco ese terco anillo no tuvo más remedio que ir cediendo, y Laura admitiendo la presencia de ese dedo curioso y travieso, que se adentraba en las profundidades de sus tripas, palpando las paredes de su intestino y destensando la porfiada tirantez de sus esfínteres. Ella respiraba agitadamente, resoplando, y ahogaba sus reacciones en la ropa de cama. Por fin, mi dedo se movió por ese canal de forma fluida, ayudado por la abundante saliva que derramé, lubricando todo lo que podía su culo.

Aún así, meter el segundo dedo fue como intentar enhebrar una aguja diminuta con una soga de barco.

-¡Ayayay! – Laura se tensó como un resorte, al notar mi dedo corazón forzando el ya reducido espacio de su culo, tratando de introducirse junto al índice– C… me dueleee – me miró con los ojos llenos de lágrimas, y me detuve. Me levanté, y fui hasta la mesilla, rebuscando en los cajones hasta sacar un gel lubricante. Laura me miraba, con el ceño fruncido, y cuando me coloqué a su espalda se giró todo lo que pudo. – C… por favor… me duele mucho…

-Tú solo relájate.

-Fóllame por delante… es imposible que tu… “eso”... me entre por el culo...

No dije nada, sino que derramé una buena cantidad de gel en su raja, frotando con meticulosa dedicación cada recoveco, centrándome en el epicentro y embutiendo con el dedo, empujando y embarrando el interior de su culo con el lubricante, transparente, acuoso y denso. Ahora sí, bien engrasado, mi dedo se perdió en su ano con más facilidad.

-¡Mmm…! – Laura se mordió los labios, y pataleó un poco, pero no pudo impedir que la fuese sodomizando cada vez más rápido con el dedo, preparando el camino. El segundo dedo, aunque costó un poco más, se unió al primero y juntos trazaron una vía gemela y angosta. Los abrí dentro de su ojete, separándolos como unas tijeras, y redimensionando su interior para aclimatarlo a lo que venía, acelerando gradualmente para convencer a su obstinado culete de que era hora de dejarse desflorar.

Dicen que no hay dos sin tres.

Fui muy despacio, muy cuidadoso, y a base de insistir y de subterfugio, mi dedo anular se fue colando también en su culo ayudado por la generosa porción de gel que incorporé para facilitar la tarea.

-Tienes tres dedos dentro ya, Laura… - le dije, mirándola, sacando y metiendo el trío con viscosa facilidad. Su ano estaba rojo, y seguía apretando con brío dificultando un poco el primer acceso a los intrusos, pero más allá todo iba como la seda. - ¿Te duele?

No respondió, y su silencio me enojó un poco, por lo que azoté un par de veces sus nalgas. Se volvió hacia mí, mirándome con rabia, un rictus de sufrimiento surcándole el rostro.

-No pienso… darte el gusto… de escuchar mis quejas.. cabrón… - lo fue diciendo en voz alta, interrumpiéndose cuando le metía los dedos hasta el fondo y su cara se crispaba de dolor. Ese desafío me puso la polla de cemento, y decidí que era la hora de petar ese culo que llevaba cuarenta años esperando ser sodomizado como dios manda. Bueno, no exactamente, pero es una manera de hablar.

Saqué los dedos, notando cómo Laura se relajaba y respiraba hondo, y me saqué brillo a la polla a base de gel, repartiéndolo por toda su longitud. Mi vecina me miraba de reojo, mordiendo la manta, y cuando me coloqué directamente sobre su trasero tembló un poco. A pesar de toda su fingida entereza, se volvió un poco, sin poder evitar mirarme.

-Por favor… hazlo… hazlo con cuidado, ¿vale? Me duele mucho…

-Afloja el culo. Si aprietas lo pasarás peor.

-Es que… Dios… se nota que te encanta esto.. cabrón…

-Mira, si crees que iba a dejar este culazo sin follar... - le apreté las nalgas, dándole unos cariñoso azotes.

-Hijo de puta… con la de veces que le he dicho que no a mi marido… y que me lo vaya a reventar un cabrón como tú… - el gesto de Laura era de contrariedad, y abrió mucho los ojos cuando mi capullo se posó en su ojete, dispuesto a echarlo abajo como un ariete. – De verdad… hazlo con cuidado. Te lo suplico.

No hizo falta más que empujar con decisión, y como si fuera una naranja abierta en gajos, su ano se resquebrajó y mi capullo rompió ese culo bien madurito, mi polla entrando como si fuera un torpedo hasta casi la mitad de su longitud.

-Hijo… de… ¡puta! – Laura gritó, al notar sus carnes expandirse de forma violenta en sentido contrario al de su naturaleza, y yo casi me corro ahí mismo del gusto que me proporcionó ese tensísimo esfínter agarrotando mi rabo, esa caldera elástica y tersa. Mi vecina comenzó a respirar a toda máquina, exhalando a base de bufidos cortos, antes de ser capaz de articular otra frase. – Dios mío… - su voz se terminó transformando en una especie de sollozo ahogado -… me has roto el culo… me has roto el culo cabrón… aaaay…. – ya se había olvidado de que no iba a dejarme escuchar sus quejas.

Me quedé quieto, contando los latidos del corazón de Laura, a cien por hora, perfectamente notorios en el pálpito de sus tripas en mi capullo. Miré, y no vi nada raro. Aunque su anillo estabais tenso hasta el máximo de su capacidad, no había ni rastro de nada fuera de lo normal, así que me tranquilicé, y me detuve a esperar que el recto de Laura se aclimatase a tener embutida una buena polla. Bueno, la mitad de una buena polla.

-Ay madre… Aayayayayay… - Laura gimoteaba, y cada uno de mis movimientos, por leve que fuera, desataba una cascada de quejidos y llantinas. Hicieron falta no menos de cinco minutos para que a base de respirar hondo, mi vecina se calmase. Cogí el bote de lubricante y eché otro poco, confiando en que aliviarse el tránsito. Ella volvió el rostro, los ojos cerrados, la boca abierta, y habló en voz baja y algo rasgada – Me estás matando…

Saqué un poco de mi polla, con un sonido pegajoso debido al lubricante, y empujé un poco más ensartando unos centímetros más, hasta encajar otro buen pedazo de polla en su desvirgado orificio.

-Me haces daño… ¡Me haces daño! – se quejaba Laura, boqueando. – Ouuuu… es muy grande C***…

Un chorrito más de gel lubricante, donde se unían su ano reticente y mi polla tenaz, y saqué apenas una par de centímetros, dejando que la magia del aceite redujese la fricción al mínimo, y con un nuevo impulso mi rabo se envainó hasta la mismísima base, mis vellos púbicos enredándose con los pelitos de culo de Laura.

-¡¡¡¡Joooooderrrr!!!! – exclamó mi vecina, al notar que se había tragado hasta la última pulgada de mi polla por el culo, incólume hasta hoy mismo. Y allí estaba, como una pluma en su estuche, acunada en el algodón húmedo de sus tripas, desde el capullo a la raíz, mis huevos apoyados contra los labios de su coño, mis muslos contra los suyos. Mi boca buscó su oreja.

-¿Cómo la sientes, Laura?

No contestó inmediatamente, respirando por la boca, con un gesto transido de dolor. No habló sino tras una larga pausa, salpicada de jadeos y gemidos cortos, con un hilillo de voz.

-Me estás partiendo en dos… - posó la cabeza de lado sobre la cama, y pude ver las lágrimas que empapaban sus pómulos. – No sé cómo… cómo puedo dejar que me hagas esto…

Le mordí cariñosamente la oreja, besando su cuello, y aunque al principio rechazó esos mimos algo hipócritas, se rindió enseguida y dejó que la fuera colmando de pequeños besos, y terminó por sonreír un poco.

-C***… - me dijo, sin mirarme, con voz melosa y resignada. – Ya tienes lo que querías… ahora, por favor, ¿me harás caso? Hazlo despacio, te lo pido, despacio.

-Tranquila, Laura. Tú afloja todo lo que puedas.

-Qué fácil es decirlo… tengo tu “cosa” hasta la garganta, joder…

Muy despacio la fui sacando, y sus intestinos ayudaron a expulsar todo el grosor de mi miembro de forma lenta pero fluida, hasta que solo quedó dentro mi capullo, la vanguardia, el último reducto. Aprovechando el momentáneo alivio, Laura se destensó, suspirando, y fue el instante que aproveché para meter de una larga tacada toda mi polla hasta el fondo, posándome otra vez sobre el culo de mi vecina.

-¡Despacio brutoooo…! - pataleó otra vez, pero le sirvió de poco, porque la saqué y volví a metérsela hasta lo más hondo. – Aay.. cómo te gusta… verme sufrir… cabronazo… - se retorció, pero al comprobar que eso no hacía sino incrementar su dolor y mi placer, se quedó quieta, bufando.

-Lo que me gusta es follarte el culo, Laura.

-Ya veo, ya… me lo vas a reventar… la tienes muy gorda…

Bastaba ya de palabrería. Mi polla me estaba mandando vibraciones de placer como hacía tiempo, y tenía ganas de dejar ese culo abierto de par en par. Alcé mis caderas, sintiendo que sus esfínteres hacían un esfuerzo por no venir tras de mí, aferrados a mi polla, y empecé a meter y sacar mi rabo despacio, pero sin hacer caso a las protestas ni quejidos de Laura. Como si la estuviera enterrando en un pastel, con un sonido viscoso, entré y salí de su culo que no se oponía ya en absoluto a mis visitas. Laura comenzó a jadear rítmicamente, y la vi mover los codos de una forma graciosa, como si fuese un pájaro dodo tratando emprender torpemente el vuelo, mientras yo la embestía cada vez un poco más fuerte, un poco más potente, y todo su cuerpo se encogía y temblaba sin parar.

-¡Ay… más suave… más suave…! – ni pensé en hacerle caso. Yo ahora era una flecha, y su culo una diana que perforar en el mismísimo centro. No me importaba su dolor ni su placer, en ese momento, lo confieso, sino mi propio gusto y disfrute, cayese quien cayese. Afortunadamente, en uno de mis arrebatos, mi polla se escurrió de su bien aceitado ano y tanto Laura como yo pudimos tomar aliento, ella aliviada, con su recto y su ano regresando a su reposo habitual, y yo refrescándome, serenándome.

-Ay… animal… - aproveché el impasse para abrir sus nalgas y mirar el culo de Laura, que se abría y se cerraba sin llegar a apretarse del todo, rojo casi amoratado, inflamado, prominente, reluciente de lubricante. Palmeé sus cachetes, y coloqué mi polla entre ellos.

-Vaya culo, Laura… me encanta.

Mi vecina resoplaba, pero meneó las caderas, frotando mi polla que descansaba entre sus glúteos como entre dos colchones de plumas.

-Ahora dime zalamerías, ahora… - me reprochó.

-No son zalamerías… - pasé mi polla por toda su raja, desde el principio de su culo hasta las puertas mismas de su coño, y me incliné un poco, para hablarle en voz baja, casi furtiva – Te voy a follar hasta desgastarte, Laura… - le acaricié la espalda, y decidí ser magnánimo - ¿por dónde la quieres?

Me sorprendió la respuesta, que tardó en llegar.

-Por… por dónde… se te antoje…

Enarqué las cejas , y cogí su rostro, volviéndolo hacia mí. Estaba muy colorada, sudada, y se notaba que había llorado, pero me miró con sus ojos verdes llenos de desafío, llenos de orgullo, y sonreí antes de volver a preguntarle.

-¿Cómo has dicho?

-He dicho… - sus ojos brillaron, y su voz sonó sumisa, complaciente – que por dónde se te antoje… ¿No es lo que querías… que aprendiera hoy?

Le comí la boca con ansia durante un minuto eterno, antes de volver a metérsela por el culo hasta la empuñadura.

-Ayyyyy… - gimió, y los dos sentimos que su culo se desplegaba, se quebraba, se rendía definitivamente dejándose sodomizar de una sola vez, sometiéndose a los caprichos de su nuevo dueño. Estoy seguro de que ella recuerda tan bien como yo cada segundo que pasó con el culo abierto por primera vez, mi polla entrando en él como si le perteneciera, sus entrañas apartándose para hacer sitio al nuevo inquilino, las fibras musculares de su esfínter perdiendo la batalla y dándose por vencidas ante el acoso de mi rabo, que las volvió del revés a puro golpe de cadera.

-Ay C***… ¡Aay! – sus quejas y gemidos arreciaban cuando profundizaba a cuchillo con mi polla, alcanzando recodos y ángulos muy hondo dentro de sus tripas, rincones que Laura nunca hubiese imaginado que serían horadados por un rabo duro como el granito. Costaba creer que ese culo, ahora tan maleable y servicial, no hubiese sido descorchado antes.

Laura comenzó a mover la pelvis, apretando su entrepierna contra el colchón, mitad para tratar de huir de las potentes embestidas que la atormentaban, mitad para estimular su coño, combatiendo con el placer las sensaciones contradictorias que le llegaban desde su agujero trasero.

-Laura… - dije, entre jadeos - … me voy a correr en tu culo…

-Por favor… - repuso ella, moviendo torpemente la cadera en cìrculos – Córrete… córrete ya…

Fue como la bandera a cuadros en una carrera de motor.

Su culo ahogó mi rabo en un esfuerzo ímprobo, y sentí que se avecinaba un orgasmo brutal, salvaje, que nacía como un torrente en mi próstata y se ramificaba, caudaloso, extendiéndose por mis extremidades, hasta la punta de mis dedos, e inundando mis huevos y mi polla con una corriente rugiente e imparable. Embestí con todas mis fuerzas, y me sorprendió que Laura alzase un poco el culo, como si quisiese que me vaciase muy adentro, hincando lo que pudo las rodillas en la cama e impulsándose hacia arriba.

Tras el supositorio de carne, llegó la lavativa de leche.

Coloqué mis manos en sus nalgas, un pulgar a cada lado del culo, y tiré de sus glúteos como si quisiese abrirla en canal, empujando a golpes secos, escuchando el crujido del colchón al ceder bajo nuestro peso combinado. Metí mi polla todo lo que pude, violentando ese ano, hace rato tan tozudo, hasta el límite del desgarro, arrastrando tras de mí sus vellos empapados de lubricante alrededor de esa abertura forzada al máximo. Laura ya ni se movía, bufando en cortos soplidos, y no fue hasta que descargué mi lefa como un aspersor, a chisgazos, que entre gemidos habló con un susurro ronco.

-Me estás… auuu… rompiendo…. enteraa… - mordió la manta, y arqueó todo lo que pudo la espalda para encontrar algo de consuelo, mientras yo seguía dándole que te pego, apurando mi orgasmo, cabalgándolo, su recto dándome unas friegas ajustadas hasta el último momento, que me salí de su interior, y conmigo una ventosidad de aire que el ano fue incapaz de contener, cerrándose un poco pero sin llegar a sellar la abertura.

Sus intestinos no pudieron más.

-C… - se giró, dolorida, angustiada, contrayendo las nalgas y moviendo el torso como si fuese una morsa subiéndose a un peñasco. Estuve a punto de reírme, pero su rostro era de pánico. - ¡C! ¡al baño! ¡Por favor … que me lo hago encima…! - Agotado como estaba, la ayudé a incorporarse, y la dirigí hacia el inodoro mientras ella daba saltitos y arrugaba la nariz a cada paso – Me has reventado el culo, hijo de puta…

Levanté la tapa y dejé que se sentara, y casi no llegué ni a cerrar la puerta que se escuchó un ruido de timbales y el chapoteo del contenido de sus intestinos cayendo al agua, entre las maldiciones y quejas de Laura. Fui a la cocina y cogí las tijeras, y de paso me limpié con un trapo húmedo el capullo, salpicado de restos de heces, lubricante y semen. La escuché llamarme desde el servicio.

-¡C***! – pasé sin llamar, ignorando el olor, y sin decir nada le fui liberando de las vendas, una a una. Cuando se vio libre, estiró los brazos y la espalda, mirándome con rencor. -¿ya estás contento?

Pulsé el botón, lavando así la taza, y la cogí por el mentón, mostrándole mi sempiterna sonrisa de medio lado.

-¿Tan mal ha estado?

-Serás maricón… ¿Por qué no pruebas a meterte tú un pepino, a ver?

Me reí, y me situé en cuclillas frente a ella, sujetando su carita apenada con ambas manos. Su mirada era huidiza, centelleante de lágrimas y quién sabe si algo más,

-Un poco sí te ha gustado, Laura, admítelo. – Había abandonado mi torpe papel de amo, para volver a ser yo mismo. Mi vecina miró al suelo, sin cruzar la mirada conmigo, antes de contestar.

-Duele. Duele mucho… pero a la vez… tu polla me ha llenado a tope, cabrón… - Levanté su barbilla, y encontré en el sagrario de sus ojos verdes esa mirada mansa, el brillo de quien acepta gustoso el sacrificio. La besé, con ternura, con sensibilidad, por todo su rostro hasta detenerme en sus labios, que se abrieron sin resistencia y compartieron su lengua, juguetona. Me separé de ella, que se quedó hambrienta, la boca húmeda y ávida, y me incorporé, retirándome, con mi polla ya dormida balanceándose como un péndulo.

-¿Qué has aprendido hoy, Laura?

Me miró, y sus ojos bajaron hasta mi miembro frente a su cara. Lo acarició, algo patosa, y esbozó una sonrisa resignada.

-Que soy tuya… por dónde se te antoje.

(Continuará)