BPN. Ojos verdes (11). Una madre y una hija
Por fin consigo lo que quería...
-Dios mío…
No fue un grito. Ni siquiera una exclamación. Las palabras de Laura fueron una especie de suspiro entre anonadado e indignado, un exabrupto amortiguado por la sorpresa, casi una petición de auxilio. Forcejeó contra mi presa en sus muñecas, sin éxito, y retorció y trató de cerrar las piernas que Helena abrazaba, tratando de impedir que la boca de su hija volviese a perderse en su coño.
-¡Suéltame! ¡C***! ¡Te digo que me sueltes! – se agitaba de lado a lado, como una portilla rebelde, y estuvo a punto de liberarse, así que no tuve más remedio que resolverlo pasando una pierna sobre su torso y sentándome en su vientre, de rodillas, inmovilizándola a pesar de sus protestas. - ¡Malnacido!
¿Qué podría haber hecho? Ahora, en retrospectiva, quizá habría obrado de otra manera. En frío, sentado frente al ordenador, posiblemente existían un centenar de caminos mejores, más dignos, más lógicos, más coherentes. Pero entonces, en aquel momento, con mis dos vecinas, madre e hija, desnudas en mi cama, y yo completamente a merced de los caprichos de la más joven de las dos, no pude sino huir hacia delante y continuar hasta las últimas consecuencias.
Porque podría mentirles. Podría jactarme de mi astucia, pero la realidad es que había sido Helena, la dulce Helena, la joven Helena, la perversa Helena, la depravada Helena, la que me había proporcionado el mapa con la ruta a seguir. Había sido Helena la que había encendido a su madre con palabras la noche anterior. La que sabía que al ausentarse por la mañana su madre no podría evitar buscarla en mi casa. La que confiaba en que Laura iría a encontrarme para acabar con ello de una buena vez, y fue Helena quien me había insinuado qué resortes pulsar para provocar la rendición de su madre y atraerla a mi cama de nuevo. Buena cuenta me di, tiempo después, de mi verdadero papel de Polichinela en aquella farsa. Yo, que me creí, por momentos, un Don Juan.
Pero allí y entonces, estaba en uno de esos momentos culminantes de mi existencia, o eso pensaba yo.
-Mamá… -la voz de Helena sonó autoritaria, firme, sin atisbo de titubeo. – Si no te estás quieta nos vas a obligar a castigarte…
Laura se sacudió un poco más, y comenzó a mover la cabeza furiosamente, tratando de arrancarse la venda de los ojos. Arqueaba la espalda, o lo intentaba, y tuve que volver a echar mano de todas mis fuerzas para someter su indómita resistencia, a base de apretar mis rodillas contra su costado y hacer presión con mi cuerpo sobre el suyo, mientras mantenía sus brazos bien sujetos.
Tardó un poco, pero al final asumió su inferioridad física, y se calmó, resoplando, acalorada. Su pecho subía y bajaba, hinchándose como un gran fuelle, y su expresión cambió de la ira a la pena, a la conmiseración.
-Soltadme, por favor… por favor…
Lanzó un chillido corto, ahogado, cuando notó una lengua en su coño. Helena había aprovechado la momentánea tregua para darle un buen lametón en su inflamado clítoris, que Laura recibió con un respiro, un sobresalto, y una sarta de palabras entrecortadas.
-No no no… no quiero… no quiero… ¡paraaaa…! – sus protestas se hicieron más agudas y más bajas, a medida que la lengua de su hija iba profundizando, iba recorriendo con habilidad los recovecos de su coño, y puede notar una crispación distinta en su cuerpo, una agitación diferente. – Para por favor….
Volví el rostro, y solo vi la cabeza de Helena bien metida entre la piernas de su madre, que ya no trataba de cerrar los muslos, sino que las dejó caer sobre la cama, rindiéndose al placer sin pensar, aparentemente, en nada más. Así que despacio me salí de encima, pero sin dejar de sujetarle las manos, y me quedé de rodillas, agachado, junto a ella. No me pude resistir, y con mi boca atrapé uno de los pezones de Laura, que lanzó un gemido y negó con la cabeza, sin energía, sin convicción.
-Noooo… - pero los tres sabíamos que ya no significaba nada. Yo le chupé esos pezones hasta ponerlos de piedra, hasta casi desgastarlos, jugando con ellos, mordisqueándolos, provocando los gemidos involuntarios de mi vecina madura que trataba de resistirse ya solo de forma aparente, testimonial, hasta que Helena levantó la cabeza, sonrojada, la boca y la barbilla brillantes de saliva y jugos de su madre, y con una sonrisa le metió dos dedos en ese coño baboso, anhelante, que Laura recibió con un largo gemido quejumbroso y un lento arqueo de su zona lumbar, rendida definitivamente. Los dedos de mi vecinita empezaron a entrar y salir de ese chocho maduro, encharcado, con un sonido húmedo, gelatinoso y excitante, que ejercía de lúbrico contrapunto a los suspiros y jadeos de Laura.
-Au… oooh… mmm… - Nada quedaba de las lamentaciones e improperios de hacía unos minutos, así que me atreví a soltar sus muñecas, y al verse libre, Laura sencillamente se quitó la venda de los ojos, clavando en mí una mirada febril, calenturienta, acusadora y culpable, para acto seguido cerrar los párpados y abandonarse al placer de su entrepierna.
-Helenaaa… - susurró, en tono de reproche entremezclado con lascivia. Su hija sonrió.
-Cállate… ¿Es que no te gusta…? – siguió follándosela con los dedos, y bajó de nuevo la cabeza para lamer su clítoris, acelerando los jadeos de su madre, hasta que Laura bajó los brazos y cogió la cabeza de su hija, obligándola a alzarla y levantándola ella a su vez, uniendo por primera vez sus miradas, lujuriosas, entregadas, dominante y sumisa, cuatro ojos verdes centelleantes frente a mí.
Helena se detuvo, y cogiendo a su madre por las caderas a obligó a darse a vuelta, quedando boca abajo. Yo aproveché para situarme frente a la cara de Laura, que torpemente se enderezó y se colocó a cuatro patas, ofreciendo sus abundantes nalgas a su hija, que las palmeó con fuerza. Helena y yo nos miramos, por encima de la espalda encorvada de su madre, que ajena a todo se metió la mitad de mi polla en la boca sin decir una palabra. Su hija, después de sonreírme torvamente, se sumergió entre las nalgas de su madre, sus manos abriendo bien esas dos cachas. Laura se sacó mi verga de la boca, pajeándola despacio.
-¡Ay dios… ay dios hija …! – gimió mi vecina, y me miró, incrédula, sin saber qué decirme. Yo imaginaba lo que estaba haciendo Helena, viciosa como era, así que solo sonreí y con la mano empujé la cabeza de Laura hacia mi polla, y ésta entendió el mensaje, porque volvió a chupármela despacio, apretando mucho los labios, aprovechando el trayecto para acariciarla con la lengua, mientras yo peinaba con mis dedos el pelo de su nuca, los ojos cerrados, disfrutando de la mamada y de los sonidos insistentes de Helena comiéndole el coño a su madre mientras ella me chupaba la polla.
Un sonido viscoso y el repentino gemido enmudecido por mi verga que surgió de la garganta de Laura me hizo abrir los ojos, para encontrarme a Helena de rodillas tras su madre, penetrándola, o eso suponía, con los dedos, rápido y profundo. Laura gimoteaba, sin sacarse mi polla de la boca, durante uno, dos minutos, hasta que no sé si necesitó aire o sacar de dentro sus sensaciones.
-Jodeeeer… Helenaaaaa….- escondió la cabeza en mi pelvis, agarrada a mi polla como a un clavo ardiendo, temblando, sacudiéndose, su hija sin detenerse ni por un momento lacarga con los dedos entre las nalgas de su madre, que bufó y se estremeció apretándome mucho – Ayyyyy….
Los dos asistimos a su orgasmo en primera fila, el súbito estremecimiento y los repetidos espasmos que la fueron recorriendo, mientras jadeaba y contenía los bramidos moviendo las caderas como en un baile, como en un ataque, mientras su hija no dejaba de follársela con los dedos, no sé si dos, si tres, si la mano entera… lo único que vi fue cómo Laura se sacudía, cómo temblaba y cómo se desplomaba, al fallarle las rodillas y los codos, cayendo desmadejada sobre mí, soltando mi polla y resollando como si acabase de completar una maratón.
-Dios… mío… - jadeaba, mientras su hija se limpiaba los dedos en la boca, lamiéndolos de forma lúbrica, y se colocaba erguida sobre ella, de rodillas, sus tetitas bien firmes y erguidas, casi desafiantes, y su coño brillando de humedad visible incluso desde mi posición.
-Parece que sí que te gusta, mamá… - fue una frase casi casual, pronunciada sin ningún énfasis especial, pero me hizo reír, risa que enseguida correspondió Helena, mientras Laura trataba de recomponerse entre carcajadas sofocadas.
-Ayyy… pero es que es esto… esto no está bien… - Laura nos miró, alternativamente, con carita de pena, mientras respiraba pesadamente. Helena le dio una palmada en el trasero, haciendo que su pálida nalga vibrase, y se agachó para cogerle la cara con la mano derecha.
-¿Ya estás con eso otra vez? – le apartó la cara con gesto brusco, y le cogió el pelo enredando su media melena en el puño, tirando de ella hacia atrás.
-¡Aaaay…! – se lamentó Laura, siguiendo el movimiento de su hija, levantándose - ¿Qué haceees…?
Mi vecinita la soltó y se sentó en la cama, abriendo bien las piernas, reclinándose hacía atrás apoyándose en los codos, exponiendo su coñito empapado, y se lo señaló con un movimiento de barbilla y una mirada de lo más explícita.
-Venga mamá… - y se quedó con la boca entreabierta, expectante, mientras Laura se frotaba el cuero cabelludo y la miraba a su vez, con los ojos como platos.
-¿Qué? – resultaba a la vez cómico y excitante su cara de incomprensión, hasta que Helena se incorporó, cogiéndola de cuello con cierto ademán tiránico, y acercó su cara a la suya, hablándole a pocos milímetros.
-¡Que me comas el coñoooo! – lo dijo de una manera tan dominante, tan severa, tan natural, que casi me pongo a comérselo yo.
La soltó, y regresó a su posición original. Laura dudó, pero finalmente gateó y con muchas dudas acercó su rostro a la entrepierna de su hija. Se quedó estática, escrutando ese coñito jugoso y rosado, y Helena terminó por impacientarse. Su mano derecha se posó en la nuca de su madre, y empujó con fuerza hacia su vagina. Laura se resistió un poco, pero finalmente no pudo evitar posar los labios de su boca contra los labios del coño de su hija y comenzó a darle besos tímidos, inexpertos, temerosos. Helena cerró un poco los ojos, y suspiró complacida, aunque enseguida agarró del pelo de su madre.
-Mamáá… usa la lengua, joder… - Yo estaba atónito, no tanto por la sumisión de Laura que ya conocía, o por el carácter dominante de Helena que ya habían podido vislumbrar, sino por ese extraño cambio de roles, esa peculiar inversión de papeles. Fuese como fuese, Laura empezó a lamer obedeciendo las órdenes de su hija. – Así… así… mucho mejor…
Yo estaba cansado de ser el convidado de piedra, así que obré por mi cuenta. Me situé detrás de Laura, acariciando su amplio, pálido, fláccido pero atractivo culazo, y comprobé con cierta condescendencia la generosa humedad que rezumaba de sus enrojecidos labios. Después de todo, tampoco parecía estar tan a disgusto como fingía... Endurecí mi polla con un masaje enérgico, aunque poco estímulo necesitaba ante la panorámica, y sin más preámbulos la enfundé de dos estocadas hasta el fondo de su coño, disfrutando otra vez de ese tacto ya tan familiar, cálido, gomoso y elástico, tan ceñido como siempre.
-¡Mmmmmm! – Laura profirió un gemido, con la lengua ocupada en la vagina de su hija, y Helena me miró, con los ojos vidriosos, la boca abierta, la lengua paseando por sus gruesos labios con un gesto entre glotón y lascivo, mientras su mano acariciaba la cabeza de su madre. Yo me la empecé a follar despacio, sacando mi polla con lentitud, disfrutando de la forma en sus paredes me aprisionaban, reticentes a dejarme salir, complacientes al apartarse para dejarme entrar. Fui acelerando el ritmo, poco a poco, pellizcando sus nalgas y separándolas para contemplar mi verga abriendo camino, saliendo colorada, venosa, reluciente de flujo, dura como el pedernal, y entrando con facilidad haciendo un ruidito casi de succión, el culo de Laura temblando con mis embestidas, sus grandes nalgas prisioneras de mis manos.
Mi follada estaba surtiendo efecto, porque a juzgar por los gemidos y jadeos de Helena, Laura estaba comiéndose su coño casi vez con más fruición. Veía a la adolescente retorcerse re gusto, suspirar, abrir mucho la boca en busca de aire, y finalmente hablar casi entre gruñidos.
-Ay mamá… lo haces bieeen…. – Helena se recostó, apoyando la espalda y la cabeza en el colchón, y con ambas manos sujetó la cabeza de su madre contra su entrepierna, profiriendo gemiditos de entusiasmo.
Yo seguí a lo mío, ajeno a aquel ritual sáfico, follándome a Laura tranquilamente, disfrutando cada centímetro, cada segundo, explorando con mi capullo cada rinconcito mojado de ese coño maduro, saboreando con mi polla los jugos de su interior, percutiendo y deleitándome sin prisas, hasta que Helena se incorporó, mirándome sin verme, la cara enrojecida, la expresión maliciosa que yo había empezado a conocer.
-C***…. – pronunció mi nombre alargando mucho la última sílaba, en voz baja y ronca. Yo le respondí con un monosílabo. – La perrita es buena… comiendo coños, pero ya has visto… que es desobediente… - dijo, entre jadeos.
-¿Y... qué pasa? – acerté a articular como respuesta, centrado como estaba en mi polla recorriendo los vericuetos del coño de su madre a velocidad de crucero, chapaleando en los abundantes jugos que lo desbordaban, paladeando el placer que me empezaba a embarcar y entumecer.
-Creo que deberíamos…. enseñarle disciplina… - farfulló, apartándose con un gesto casi violento el pelo de la cara, conteniendo apenas los gemidos.
-¿Ah sí…? – resoplé, sin dejar ni por momento de meterle la polla hasta bien dentro a Laura. - ¿y qué sugieres?
Helena sonrió de la misma forma que deben de sonreír los lobos cuando encuentran a un cervatillo cojuelo, perdido y aterido en mitad del bosque. Enseñando los dientes, casi como para airearlos.
-¿Qué te parece… una ronda… de azotes…?
Laura o no se enteró o no quiso enterarse, porque siguió sumergida en el coño de su hija, lamiendo, besando, chupando y supongo que degustando el primer chocho de su vida, posiblemente disfrutando la experiencia. Yo detuve mi follada, con un doloroso hormigueo en mis pelotas, sintiendo todos los engranajes de mi cuerpo chirriar ante la repentina interrupción del placer, y pensé en qué podría emplear como herramienta punitiva. Una idea se encendió en mi mente, y recé porque no fuese algo excesivo.
-¡Hmmm…! – se lamentó Laura, cuando abandoné su coño y salté de la cama, ante la mirada de Helena, que mantuvo la presión de sus manos en la cabeza de su madre, disfrutando del cunilingus con cara de vicio. Yo abrí el armario, y saqué un cinturón.
No era un cinturón de cuero, sino uno de cuerdas entrelazadas, un cinturón de verano ligero y elástico. Lo doblé en dos, lo empujé, y lo blandí tentativamente en aire, que silbó un poco. Helena sonrió un poco más ampliamente, y yo regresé a la cama, alertando a Laura, que se deshizo de la presa de su hija y se volvió hacia mí, con curiosidad.
Su cara estaba desencajada, su mirada perdida, la boca enrojecida y llena de baba y flujo, una expresión indefinible en su rostro, pero en cuanto me vio con el cinturón, la alarma se abrió paso en sus sentidos embotados por el deseo y tosió.
-¿Qué… qué es eso…? – casi graznó, balbuceando, e hizo falta toda la fuerza de Helena para contenerla.
-Mamá, tienes que aprender a obedecer, ¿recuerdas cuando me lo decías? - Helena le acarició la cabeza, apartando el pelo que caía alborotado por su rostro, húmedo, pegándose en mechones en sus mejillas. Helena cogió la cara de su madre entre sus manos, y le habló con un tono que no admitía réplica. – Sigue con lo que estabas.
-P…pero… - si Laura iba a añadir algo, Helena lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios, y con autoridad empujó la cabeza de su madre hacia su coño de nuevo.
El culo de Laura se mostraba en pompa, enorme, blanco, fofo, algo colorado donde yo lo había agarrado y estrujado sus carnes. Yo me quedé mirando, con el cinturón en la mano, sin saber muy bien qué fuerza aplicar. Jamás había golpeado a nadie con una correa, y no tenía ni idea del efecto o el dolor que causaría, así que titubeé un poco, antes de coger un moderado impulso y descargar el primer golpe sobre en desprevenido trasero de Laura.
-¡¡¡Mmmmmmaaaaayyyyyyyy…!!! – el berrido de Laura llegó casi al mismo tiempo que el chasquido del cinturón contra su piel blanquísima, que se estremeció por el impacto. Una marca roja comenzó a formarse cruzando su nalga derecha, como si la hubiese pintado con una brocha, y mi vecina se sacudió como si la hubiésemos aguijoneado con un pastor eléctrico.
-¡Jodeeer! – se giró, llevándose ambas manos al culo y poniéndose de costado, mirándonos con reproche. - ¿Pero qué coño…?
-¡Mamá! – Helena se movió como una anguila, abalanzándose sobre su madre con actitud casi diría que amenazadora. – ¡Cierra la boca! ¡Vuelve a ponerte como estabas!
-Hija … - los ojos de Laura se llenaron de lágrimas, no sé si de dolor, de sorpresa, de resignación, de incomprensión - ….yo… ¿por qué…?
-Mamá… - la voz de Helena fue dulce, melosa, pero también firme. – Tú solamente obedece, o el castigo será peor…
Debo reconocer que la situación me estaba poniendo a mil por hora, y cuando Laura sorbió ruidosamente por la nariz y volvió a colocarse a cuatro patas entre las piernas de Helena, ofreciéndome su culo, sentí mi polla dar un pálpito, y la excitación apoderarse de mi vientre como un trago de licor. Apenas esperé que mi vecina madura retomase la comida de coño, que eché mi brazo hacia atrás y volví a descargar un correazo en sus indefensas nalgas, con un chasquido como un relámpago, y un sollozo como un trueno.
-¡Mmmmmm…! – Laura ahogó el lamentó en el coño de su hija, que mantuvo la cabeza de su madre enterrada en su entrepierna con ambas manos en su nuca. Mi vecina madura se retorció un poco, escamoteándome sus cachetes, pero yo no tenía ninguna prisa. Los dos verdugones bien colorados surcaban su piel pálida y temblona. Miré a Helena, que asintió con la cabeza. Esperé a que Laura, reticente, volviese a relajar su cuerpo y asumir la postura ordenada.
El tercer cintazo cruzó el glúteo derecho de Laura de forma casi transversal a su raja, y provocó un aullido apenas contenido. La madura se llevó las manos al culo, protegiéndolo, y escondió la cara en el colchón mientras gimoteaba.
-Bastaaa… - dijo, finalmente, alzando los ojos hacia su hija, llorosos, suplicantes, humillados. Helena le acarició la cara.
-Uno más, mamá. – me miró, y le obedecí sin pensar ni por un momento en no hacerlo, soltando otro latigazo más con el cinturón en el culo de Laura, esta vez de forma oblicua, buscando un rincón todavía no mordido por la correa, evitando las manos de la madura.
-Aaaaayyyyy…. – la violencia del golpe hizo que se enderezara, tensando sus músculos, y soplando muy rápido para soltar el chispeante dolor que sin duda le recorría cada centímetro cuadrado de su abundante retaguardia - ¡Ya vale! ¡Ya! – se frotaba la zona dolorida, dándose enérgicas friegas, mientras trataba de contener las lágrimas.
-¿Obedecerás? - preguntó, sin inmutarse, Helena.
-Sí, joder, sí… pero no me peguéis más, por favor… - nos miró, primero a mí y luego a su hija, que sonrió.
--Solo si te lo mereces… ahora… C***… túmbate boca arriba…
La miré, y por un momento estuve a punto de decirle que yo no era su madre, que yo no pensaba someterme a sus caprichos y sus ocurrencias… pero la vi desnuda con ese cuerpo de infarto, las tetas con los pezones como agujas, llena de deseo, el pelo revuelto, los ojos relucientes… y me pudo la lujuria. Obedecí, tumbándome con la espalda en el colchón, mi polla durísima posada contra mi estómago, todos los sentidos erizados por la excitación.
-Mamá… quiero te sientes sobre su cara … mirando hacia sus pies… - ordenó Helena, de rodillas.
No dije nada. No dijimos nada. Laura gateó hasta mi rostro, y colocando con movimientos torpones ambos muslos a los lados de mi cabeza situó su coño, húmedo, oloroso, directamente sobre mi boca. Yo liberé mis brazos y cogí sus nalgas, provocando un respingo en la madura, que se sacudió un poco.
Entonces noté cómo Helena se colocaba sobre mi entrepierna, a horcajadas, y que con cuidado se fue introduciendo mi polla hasta el mismísimo fondo de su coño, con infinito cuidado.
-Bufff… - la escuché decir, con una voz trémula, al notar mi polla dilatando su chocho empapado - ¡qué ganas tenía joder…!
Su coño era distinto al de en su madre, desde luego. Más ceñido, más pequeño me atrevería a decir, más caliente y más húmedo. Notaba su peso en mi pelvis, notaba cómo mi polla se torcía y se acomodaba a su interior, al tiempo que Helena se movía despacio, en círculos y hacia arriba, dejándose caer suavemente sin sacarse nunca más de la mitad de mi verga. Era una vagina adolescente, tirante, ceñida, delicada y tersa, pero también abrasadora, como goma derretida envolviendo mi polla desde el capullo hasta la base.
No puede contener un puñado de escalofríos de puro placer.
Yo tenía, asimismo, a su madre con su coño pegado a mi boca, mis manos en sus amplias caderas, así que hice lo que tenía que hacer… comérmelo a bocados sin esperar ni un momento más. Mi lengua lo recorrió, de arriba abajo y de izquierda a derecha, saboreándolo como un dulce, como un helado, rebañando a lametones, descubriendo en cada pliegue y cada pedacito de piel el sabor único y fuerte de Laura, que agradeció mi dedicación gimiendo sonoramente, mientras Helena aceleraba un poco sus maniobras.
-¿Te está comiendo el coño, mamá? ¿Sí? – mascullaba Helena mientras ella solita se empalaba en mi polla, la meneaba, apretaba los músculos de su pelvis masajeándomela y haciéndome enloquecer de gusto.
-Sí… ay sí… siiiiii… - sus voces me llegaban algo amortiguadas por las generosas carnes de Laura, saturándome, pero audibles. Yo pellizqué las cachas de la madura, y redoblé mis esfuerzos en mi lengua en su empapado y ardiente coño, respirando con alguna dificultad su aroma fuerte a hembra, tragando sus jugos que rezumaban y me llenaban la cara. Sus labios llenaban mi boca, y mi lengua jugaba con esa carne blanda y salada, mientras notaba mi polla bien alojada en el interior de Helena, refugiada en puerto seguro, mimada por su coño perfecto. Mi vecinita empezó a jadear en voz alta.
-Hmmmm… mamá… me encanta cómo me folla…. – siendo sinceros, podría decirse que me estaba follando ella a mí. Pero me pareció igualmente excitante. Moví los caderas , impulsándolas hacia el techo, hundiéndome más en el coñito jugoso de Helena, desbordándolo, estocándolo con fuerza, mientras devoraba con voracidad el de su madre, buscando el clítoris y encontrándolo al fin, hozando en su coño como un jabalí. Los gemidos de Laura, chillones, me hicieron partícipe de su placer, y entonces me venció mi instinto perverso y depravado. Con ambas manos en su la nalgas la empujé un poco hacia delante, y separé esas dos montañas de carne pálida para admirar el culo que había desvirgado hacía tan poco, pequeñito, algo abultadito, rosado, y sin dilación me lancé a comérmelo con la lengua y con los labios, casi queriendo premiar su sacrificio de los días pasados.
-Ay Dios…. – Laura se reacomodó como pudo, y Helena le preguntó con una especie de ronroneo sugerente.
-¿Qué pasa mamá…? ¿Qué te hace…?
-Uf… me está… me está chupando… mmm…. – fui alternando los paseos de mi lengua por el borde de ese hoyito arrugado junto con largas lamidas en la entrada de su coño e intrépidas libaciones de su clítoris inflamado y protuberante. Laura gimió profundamente, y yo seguí, endureciendo la lengua, dibujando con su punta en ese lienzo pecaminoso y exquisito.
-¿Qué…? – la voz de Helena me llegó, inquisitiva, excitada, curiosa.
-Mmm… me está comiendo… el… coño… y el culooo… - bufó Laura, cuando mi lengua regresó a su ano para contar a lametones sus estrías, sus tirantes, su rugosa cavidad sellada, cosquilleándola, estimulándola, degustándola.
Noté que Laura temblaba de arriba abajo, y que Helena cada vez me cabalgaba más rápido, más profundo, y su pelvis se meneaba de forma más frenética, pero solo me llegaba sonidos húmedos, en lugar de sus voces. Me di cuenta de que madre e hija se estaban besando mientras yo le comía a la una y le llenaba de polla a la otra, y fue una sensación extraña, morbosa desde luego, pero también peculiar, prohibida.
Helena se empezó a sacudir de forma más agresiva, y sentí que su coño se atornillaba a mi polla con muchísima fuerza, lanzando gañidos apagados, antes de que estallar en un orgasmo interminable, apenas sofocado por los besos con su madre, que temblaba también mientras mi boca jugaba con su clítoris, mi boca tañéndolo como una diminuta campanilla, vibrando sobre él, trenzando espirales en torno a ese botón de carne tan excitable y sensible, y mis manos apretaban sus nalgas, que temblaban incontrolables.
-¡¡Joderrrrrr…!! - Helena empezó a sentarse sobre mí con violencia, como si quisiese hundirse mi polla hasta las entrañas, como si quisiese fundirse conmigo - … ¡Me corro jodeeeeer…! – y sentí como se aflojaba, cómo se detenía ese impulso y se quedaba muy quieta, ensartada en mi rabo, ambas manos sobre mí estómago, agitándose apenas. Yo continué lamiendo y chupando el coño de Laura, que tampoco duró mucho más antes de estremecerse, apretar los muslos en mi cabeza con la potencia de una prensa, y lanzar una serie de gemidos rítmicos, extasiados, derramándose en mi boca y hundiendo su coño en ella, hurtándomelo al cabo de unos segundos y cayendo de lado en la cama entre estertores.
Respiré hondo, la lengua agotada, los labios hinchados, la cara llena de una mezcla de saliva, sudor, flujo, y un sabor agrio en mi garganta seca, mirando al techo.
-Dios… - Laura estaba acurrucada en la cama, de costado, respirando ruidosamente, mientras Helena seguía con mi polla encajada hasta la raíz, la cara oculta tras su pelo enmarañado, sus dos tetas pequeñitas y perfectas alzándose al compás de su respiración agitada.
-Mamá… - susurró Helena. Laura alzó la cabeza, sudorosa, arrebolada, jadeante. Helena comenzó a moverse otra vez, despacio, arriba y abajo, bailando con sus caderas sobre las mías, danzando un ritual de apareamiento tribal, primitivo, eterno.- Mira... Mira cómo me folla…
Noté cómo se avecinaba mi propio clímax, demorado tanto ya, tantas veces contenido que notaba un ardor en los huevos, un hormigueo casi desagradable a lo largo de mi miembro, sustituido enseguida por un cosquilleo familiar y desbordante a medida que Helena volvía a hacerme trotar primero y galopar después, a base de golpes de cadera y el tacto algodonoso y lujuriante de su coño, un ajustado guante, la vaina perfecta de mi espada, que se deslizaba dentro con la fluidez y naturalidad de un pez en el agua.
-¿Ves cómo me folla, mamá?... ¿Lo ves?... ¿Lo ves? – Helena miraba a su madre, que no perdía ripio de nuestro polvo, que se alargó poco más de un par de minutos, con mi vecinita cada vez más acelerada, más apasionada, convirtiendo su entrepierna en un molinillo que fue triturando cada uno de mis diques, dejando que me fuese derritiendo y llevándome al borde mismo del paroxismo. Sólo separó la vista de su madre y me miró cuando notó mis movimientos tan próximos ya al orgasmo. - ¿Te vas a correr, C***? ¿Te vas a correr para nosotras?
Por los dioses que escuchar su voz en ese tono tan lascivo fue superior a mis fuerzas. Empecé a gemir y a decir unos “síes” balbuceantes, y Helena se descabalgó de un salto. Yo reaccioné con desencanto al principio, casi con sorpresa, pero como pude me puse de rodillas, agarrando mi polla y masturbándola con furia, a toda velocidad. Laura se arrastró con algo más de lentitud, pero acabaron las dos postradas frente a mí con la boca bien abierta, boca abajo, dos cuerpos tan distintos pero cuya visión terminó por hacer que mi polla reventarse en un orgasmo chorreante, abundantísimo. Gotas de esperma saltaron de mi polla a sus caras, a sus bocas, a su pelo, resbalaron por mi polla empapándome la mano que exprimía mi verga, pegajosa, mientras yo rugía de gusto, cerraba los ojos y estiraba mi cuello hacia arriba, hacia el techo, notando el placer recorrerme cada fibra del cuerpo y vaciándome por completo, barriéndome como una ola furiosa.
Me sorprendió que fuera Laura la que sin decir ni una palabra se metió mi polla en la boca, causándome unas cosquillas casi insoportables en el capullo, y la fue chupando despacio, limpiándola, con dedicación casi amorosa, maternal, dejándola poco a poco menguar sobre su lengua, dándole cortas y enérgicas lamidas que me electrizaron. Acaricié su pelo, y cuando finalmente se la sacó, ya pequeña y arrugada, me miró una media sonrisa mientras yo me sentaba primero y me desplomaba después sobre el colchón.
-La… virgen… - acerté a murmurar, agotado, totalmente superado por los acontecimientos.
Helena se limpió como pudo mi lefa con la sábana, y se arrastró despacio hasta quedar tumbada a mi costado, pasando una pierna, en actitud casi posesiva, sobre las mías, abrazando mi pecho. Su madre se quedó tumbada, mirándonos, y también terminó por limpiarse y tumbarse boca arriba a mi lado.
Nos quedamos respirando los tres lentamente, en silencio, como si estuviéramos digiriendo el tremendo bocado que acabábamos de tragar. Pasaron unos minutos, en los que fui asimilando este triángulo imposible, este impensable atolladero en el que nos habíamos metido, antes de comprobar que Helena respiraba profunda y regularmente.
Se había dormido.
Miré a Laura, que tenía la vista fija en el techo, la boca torcida con aire pensativo, y susurré en voz baja para no despertar a Helena.
-¿En qué piensas? – Era una pregunta estúpida, lo admito, pero notaba que silencio comenzaba a ser opresivo, pesado como manta en pleno verano. Laura se volvió hacia mí, mirándome como si fuese la primera vez que me veía, y curvó los labios en una parodia de sonrisa, y giró la cabeza para volver a enfocar al techo.
-En nada. – mintió. Yo me reí calladamente.
-En nada… claro… - Laura me miró de nuevo, y guardó silencio unos momentos, antes de hablar.
-La verdad… pensaba en cómo puedes ser tan atractivo como para tenerme comiendo de tu mano, y a la vez tan repulsivo como para que tenga ganas de matarte… - ¿Qué contestar a eso?
-No lo sé… - le dije, sonriendo de medio lado.
-Claro que no lo sabes… porque te crees muy listo pero no lo eres. – masculló, frunciendo el ceño. – Te las has arreglado para ir haciendo todo lo que no quería que hicieras, paso a paso, ¿sabes?
-¿De verdad no lo querías? – inquirí, enarcando la ceja.
-No me vengas con chorradas a estas alturas, C***. Cuando te pones en ese plan eres insoportable. – casi me vomito encima las palabras, de puro ácidas.
-Lo… siento. Lo que quiero decir es que…
-Sé lo que querías decir. – me interrumpió, sin ablandar el gesto de reproche y cierto desdén - Ya sé que yo tengo la mitad de la culpa, pero… ¿de verdad tenías que ser tan egoísta?
Podría ser un buen resumen de mi vida. Pero a nadie le gusta que le canten las verdades, tras un polvazo como aquel, o que le pongan frente a su retrato como a un Dorian Gray de pacotilla. No me gustaba el tono de Laura, no me gustaban sus palabras y no me gustaba la forma en que me miraba.
-¿Egoísta? Tiene cojones… llevo semanas sin hacer otra cosa que complacerte de todas las formas posibles…
-¿Qué coño dices? – su murmullo creció de intensidad, si no de volumen. Entrecerró los ojos, que relampaguearon de rabia contenida.
-¿Que qué digo? Querías una aventura, y ahí estaba yo. Querías que fuese dominante, que fuese duro contigo, y me desviví para ti. Querías algo excitante, algo emocionante, y he removido cielo y tierra para dártelo. ¿Qué más quieres de mí, Laura?
-Serás hijo de la gran puta… - se incorporó sobre un codo, furiosa. – Te has acostado con mi hija, ¡te has acostado con las dos!
-Perdona, pero creo que lo que querías decir es “nos hemos acostado con tu hija”, Laura. – repliqué.
Laura se quedó con la vista fija, y poco a poco su expresión iracunda y de reproche se fue disolviendo en una mueca de culpabilidad, sus ojos anegándose de lágrimas. Despacio, volvió a tumbarse boca arriba, sin atreverse a mirarme de nuevo.
-Desearía no haberte conocido nunca. – terminó murmurando, con la voz casi quebrada.
-Y yo desearía ser más alto… - depuse, ahora desdeñoso. Laura volvió un poco la cabeza, y se rió con amargura.
-Imbécil… - sentenció, tras las carcajadas desprovistas de humor.
Guardamos silencio por un rato, antes de que una pregunta me rondase la cabeza, me picotease la lengua y finalmente se forzase a formularla en voz alta.
-Laura… ¿tan mal ha estado?
No contestó inmediatamente. No sé qué podía estar pasando por su cabeza, pero tardó una eternidad en responderme, hablando casi cuando ya no esperaba que lo hiciera.
-A ver… el sexo ha sido… es… una pasada. Lo reconozco. Pero es que lo de Helena…- se quedó pensativa, callada, sin parpadear, mordiéndose los labios. No acerté bien a recomponerme, pero terminé por coger su mano con la mí, y para mí sorpresa, ella me devolvió un apretón firme.
-C***… - giró la cabeza y fijó en mí su mirada verde, llena de destellos húmedos, con las mejillas ruborizadas. - ¿Crees por un momento que esto es normal?
-No sé lo que significa que algo sea normal, Laura, de verdad. – Mis ojos oscuros le devolvieron la mirada penetrante - Lo único que sé, lo único que puedo decirte es que esto es, y punto. Ha ocurrido, está ocurriendo, y podemos hacer como si nada, o podemos disfrutarlo.
-¿Disfrutarlo? – negó, componiendo una expresión incrédula – Estamos hablando de mi hija, C***…
Lo reconozco. Tanta pacatería repentina me estomagaba, después de haber asistido al festival de hacia un rato, donde Laura, a pesar de todos los pesares, se había corrido como una fuente y disfrutado de forma innegable. La miré con el ceño fruncido, sonriendo de forma sarcástica.
-Claro Laura… ¿En qué momento te ha parecido que Helena ha hecho algo que no quisiera?
No respondió, sino que parpadeó una o dos veces, antes de lanzar un suspiro y volver la cara de nuevo arriba, hurtándome su respuesta. Y sin embargo, su mano seguía en la mía, apretándome los dedos, transmitiéndome su calor con su contacto.
-Vamos, Laura… construyamos castillos en el aire… - susurré, dándole un apretón cariñoso, mirando su perfil sinuoso y lleno todavía de misterios, preñado de placeres aún por conocer, su silueta pálida y triste de sirena varada en una playa desierta. Respiró despacio, con la cadencia rítmica de una fiera dormida, antes de soltar mi mano y girarse de costado, de frente a mí, mostrando su piel blanquísima, sus pechos generosos, sus caderas anchas y tan acogedoras, y sobre todo la luz sosegada y complaciente de sus ojos verdes.
-No sé si podré… - musitó, con una voz tan tímida, tan entregada, que no me pude contener y uní los labios con los suyos, en un beso tan puro, tan calmado y la vez tan íntimo, tan nuestro, tan azul como el mar en una mañana de verano.
Helena se sacudió ante mí movimiento, alterada de repente.
-¿Qué… qué pasa …? – alzó la cabeza, mariposa de sueño, las largas pestañas enredadas todavía, la voz algo pastosa, y cuando vio a su madre y a mì envueltos en una caricia tan cariñosa no pido sino echarse a reír – Míralos…
Se estiró, desperezándose, y dio un bostezo bien sonoro, casi desencajado las mandíbulas, sentándose en la cama. Yo me incorporé también, repentinamente aguijoneado otra vez por el deseo, y acaricié la espalda de Helena con un dedo, pulsando sus vértebras con delicadeza, descendiendo por entre sus omóplatos hasta la zona lumbar. Mi vecinita giró la cabeza, sonriendo, y guiñando los ojos.
-¿Cuánto he dormido? – preguntó, antes de bostezar de nuevo.
-No sé… puede que media hora… - repuse, de costado, apoyados sobre mi codo, mientras Laura me abrazaba por la espalda, sus manos frotándome despacio el pecho y el vientre, sus labios posándose muy levemente en mis hombros, en mi cuello.
-Bufff… será casi la hora de comer… - dijo Helena, peinándose como pido las guedejas que escapaban de su melena. Mi dedo escaló de nuevo la curva perfecta de su espalda, y la adolescente dio un pequeño respingo, riéndose – Me haces cosquillas…
-Helena… - le dije, y ella se giró de nuevo, mirándome con una amplia sonrisa. – ¿No crees que va siendo hora de que pagues tus deudas?
*
-Tú solo relájate, hija… respira hondo.
La visión desde mi posición era fabulosa. Había visto pocos culos mejores que el de Helena, tan carnoso, firme y duro como un músculo bien torneado, dos semiesferas casi perfectas de piel amelocotonada y dúctil. Tenerlo así, en pompa, abierto, dispuesto a entregarse, era poco menos que una fantasía.
Curiosamente me costó más convencer a la madre que a la hija.
-¿Cómo que por detrás? – Laura se quedó mirándome, aterrada.
-Mamááá… - Helena protestó un poco, aunque con mucha menos determinación que cuando era ella la que ponía las normas y daba las órdenes.
-¡Hija! ¡Que duele mucho! ¿Tú estás segura? – la madre, protectora, acarició el rostro de Helena con una ternura alarmada y condescendiente.
-Me lo debe, Laura… - repuse yo, con una sonrisa predadora en el rostro, dando un apretón a una de las deliciosas nalgas de la adolescente.
-Te debe una mierda, te debe… - rugió Laura, con gesto torvo - ¿Seguro que quieres hacerlo?
-Que sí, mamá… - Helena me miró, entornando los ojos, con gesto desvalido – Además, C*** no me haría daño, ¿a que no?
-Claro que no… - aseveré, solemne, risueño, supongo que no demasiado convincente.
-Será mentiroso el cabrón… - Laura bufó, picada. - ¿Tendrás cuidado?
Alcé la mano.
-Palabra de honor… - algo me debió de ver en el rostro, que Laura negó con la cabeza, y
-Házmelo a mí, C***… ¿Quieres? – Laura casi suplicó, poniéndose a gatas y amagando con darse la vuelta y ofrendarme su culo – Házmelo a mi…
-¡Mamá! – Helena se cruzó de brazos. Su madre suspiró, y cogió la cara de su hija, mirándola de hito en hito y hablándole muy seria.
-Escúchame… si te duele, aunque sea un poco, me dices, ¿vale?
-Que sí, mamá… - sin hacerles caso, coloqué a Helena a cuatro patas, con las rodillas justo. En el borde de la cama. Laura se colocó frente a ella, acariciándole el pelo.
-C***… - la voz de Laura me interrumpió mientras rebuscaba en los cajones de la mesilla.
-¿Mmm? – respondí, sin mirarla, encontrando al fin el botecito de lubricante.
-Cuidado con ella, ¿me has oído?
-Claro… - respondí, distraído.
-¡C***! – su grito me hizo mirarla, alarmado. Por un momento me arrepentí de no haberme cobrado la deuda de Helena tranquilamente los dos solos, y haber cedido a ese impulso libertino, inmoral, pervertido, de romper el culo de la hija delante de su madre. La tentación había sido irresistible.
-¿Qué? – respondí, frío, clamado, imperturbable.
-¿Tendrás cuidado? Lo digo en serio…
-Mamá, joder, déjalo ya… - Helena se incorporó, cogiendo a su madre por los hombros, quedando las dos enfrentadas, tan diferentes y sin embargo tan parecidas. Yo me acerqué, lubricante en ristre, y palmeé el culo de Helena.
-Laura, solo voy a follarle el culo, no a operarle a corazón abierto… - dije.
Helena se echó a reír, algo nerviosamente, y su madre me miró con los ojos entornados, antes de reír también con algo menos de alegría.
-Sois idiotas, los dos.
Pero al fin, su hija volvió a colocarse a gatas sobre la cama, levantando bien su culo y separando un poco las piernas. Yo contemplé la visión de su trasero bien redondo, bien erguido, y acaricié la parte interior de sus muslos, llegándome incluso a su coño, hurgando apenas entre sus labios mayores con mi dedo corazón, buscando sus nalgas y dándole cariñosos pellizcos, agarrando puñados de esa carne tan tersa y maleable, dando suaves pero sonoras palmadas en sus cachetes.
-Vaya culazo que tienes, Helena… - no me pude resistir a decirlo, y su dueña lo celebró con una risita. – Laura, ábrele el culo.
-¿Cómo? – ausente hasta entonces, la mirada perdida, Laura respondió con cierta sorpresa.
-Que le abras el culo a Helena. ¡Vamos! – repliqué, impaciente. No se movió.
-Pero… ¿cómo?
Suspiré con fastidio y cogí su mano, colocándola en la nalga de su hija.
-Le abres el culo. Así.
Al fin pareció entenderlo, o más bien asumirlo. Se colocó junto a su hija, que empezó a respirar un poco más agitadamente, y agarrando bien sus glúteos los separó apenas un par de centímetros.
-Más. – ordené Laura obedeció, tirando de las nalgas de Helena hacia los lados, ofreciéndome el espectáculo de su culito en el mismísimo centro de una raja algo enrojecida.
Era diminuto, como bien sabía. Un pequeño asterisco rosado, infinitesimal, un puntito invisible rodeado de estrías y pliegues, virginal, inmaculado, minúsculo. Un ojo cerrado en un guiño perpetuo, un puñito bien prieto que habría que ir aflojando, ir seduciendo, ir ablandando hasta poder domarlo del todo. Miré a Laura, que contemplaba el ano de su hija como alucinada, sin decir palabra, con cierto arrobamiento perverso, y entonces se me ocurrió.
-Laura… - llamé su atención. Alzó la cabeza, y me miró, inquisitiva – Mójalo.
Su rostro pasó del desconcierto al rubor color granate, en apenas unos instantes.
-¿Qué? – preguntó. - ¿Cómo has dicho…?
-Laura… - dije, cogiéndola con una mano ambas mejillas, alzando su rostro hacia el mío – Me has oído perfectamente… y además lo estás deseando…
Mi vecina madura se me quedó mirando, respirando profundamente, y arrugó la frente, pero en cuanto liberé su rostro bajó de la cama, y sin soltar por un momento las nalgas de Helena se colocó a sus espaldas, agachándose, y dio una lamida casi tentativamente, miedosa, como si temiese el sabor.
-¡Hmmm mamá…! – el gemido de Helena fue el de una gata en celo, meneando un poco el trasero pidiendo más. Su madre no tardó en complacerla, convencida por fin, dando otro lametón bien salivado en el arrugado ojete de Helena, que volvió a gemir y arqueó un poco la espalda, facilitando la maniobra.
-Muy bien Laura… mójalo bien… - le dije, pero no le hizo falta mucho ánimo. La lengua de mi vecina madura comenzó a recorrer en círculos el ano rosadito de su hija, dejando un brillante rastro de baba, a base de largos y lentos lengüetazos. Laura alzaba la cabeza, como admirando su obra, entre lametón y lametón, y decidí premiar un poco su buen comportamiento, llevando mi mano a su entrepierna, que no me sorprendió en absoluto encontrar empapada. Introduje un par de dedos en su coño, desde atrás, con una facilidad viscosa y bien lubricada, que la madura correspondió lamiendo con más ahínco el culo de su hija.
-Sí… me gusta … - Helena alzó la cabeza, bufando y gimiendo de gusto, mientras yo contmapla a la escena excitado como un maldito semental.
-Laura… - mi vecina dejo de lamer, y me miró. – Un dedito…
No hizo falta decir más. Chupó su dedo índice, casi escupiendo sobre él, y con cuidado lo posó sobre el cerrado anillo trasero de Helena, que bajó la cabeza. Su madre giró el dedo, trazó una corta espiral, y con un movimiento fluido deslizó dentro del culo de Helena su primera falange, y sin detenerse, la segunda y tercera hasta el mismo nudillo.
-Ufff… - resopló Helena, moviendo un poco las caderas – Mamá… qué me haceees…
Laura se quedó quieta, mirando su dedo perdido en las profundidades anales de su hija, y acercando la boca dejó caer un poco de saliva justo donde el cerrado esfínter de Helena se apretaba como una argolla sobre su dedo. Entonces, muy despacio, fue sacando el índice, que parecía querer ser retenido allí por recto de mi vecinita adolescente, tan justo y prieto parecía aquel abrazo. El dedo de Laura salió del interior de Helena, y su culo volvió a cerrarse inmediatamente, plegándose sobre sí mismo, haciéndonos un guiño.
-Otra vez… - dije, sin perder ni un detalle, aunque reconozco que casi no hizo falta ni verbalizarlo. Laura volvió a empujar, con un pequeño giro, su dedo descorchando ese culo tan pequeñito y terco, y su dedo volvió a perderse dentro de la cavidad rectal de su hija con facilidad, más facilidad incluso que la primera vez.
-Sí… - Helena profirió una aprobación mitad gemido mitad suspiro, y su madre lo interpretó correctamente, comenzando a sacar un poco del dedo y volviéndolo a meter. Yo cogí su mano y la guié mínimamente para que hiciera movimientos muy sutiles de palanca, contribuyendo a aflojar y ablandar ese músculo que siempre era tan reacio a dejarse distender, a permitir la entrada ajena. Laura fue penetrando el culete de Helena con infinita paciencia, mientras mis propios dedos batían los caldos de su vagina, entrando y saliendo casi al mismo ritmo que los suyos de ano de su hija.
-Lo haces bien… - le dije – Prueba con dos dedos…
Laura me miró, y sacando el índice llevó la mano a su boca, lamiendo y ensalivando en abundancia el dedo corazón, colocándolos bien juntos, la yema del corazón sobre la uña del índice, formando un émbolo cónico que embocó directamente en el ano de Helena. Esperó un poco, y me apiadé. Con la mano izquierda, vertí un chorrito de gel lubricante sobre sus dedos y el ano casi palpitante de su hija.
-Huy… está frío… - Helena protestó un poco, pero enseguida su voz fue sustituida por los jadeos al notar los dos dedos empujando con resuelta decisión, estirando un poco más el músculo y forzando, lentamente, la entrada de manera un pelo más dolorosa.
-Uuuy… - Se quejó Helena, levantando un poco los pies. Curiosamente, Laura no sé arredró, sino que siguió empujando hasta que poquito a poco, nudillo a nudillo, los dedos desaparecieron dentro del culo y nuevamente el esfínter se selló como una ventosa sobre su piel. – Hmmm… mamááá…
-Ssssh… - para mí asombro, fue Laura la que la mandó callar – Relájate … afloja un poco el culo…
Yo seguía follándomela con dos dedos, y notaba un brillo excitado y casi febril en sus ojos, en un ritmo acelerado en su respiración, una reverberación distinta en su voz. Meneaba las caderas, buscando mis dedos, buscando masturbarse con ellos, embarrando mi mano de flujo. Yo miraba como si estuviese viendo un espectáculo que no fuera conmigo, aunque notaba una erección casi dolorosa.
Debo decir que Helena obedeció, aflojando el culo, que se relajó permitiendo que su madre fuese sacando y metiendo ambos dedos sin prisa pero sin pausa, enrojeciendo ese culito pero a la vez relajándolo, abriéndolo, dilatándolo. Su hija terminó por bajar el torso y apoyar la cabeza y el pecho en la cama, cruzando las manos delante de la cabeza y apoyando la cara en ellas, con los ojos cerrados y una expresión a medio camino entre el placer y la crispación en el rostro. O más bien, para ser precisos, con placer que a veces era sustituido por una mueca de tensión cuando notaba los dedos de su madre entrando bien dentro de su culo.
No puedo precisar cuánto tiempo pasamos así, unidos en una penetración a tres, yo entrando y saliendo del coño de Laura y ella entrando y saliendo el del culo de Helena, pero fue bastante, hasta que sentí que era el momento de cobrarme de una vez por todas mi premio. Saqué los dedos del interior de mi vecina, y le señalé mi polla, tan enhiesta y roja que parecía amenazante.
-Mójala bien… - Laura lo captó a la primera. Escupió sobre el capullo, y con los labios y la extendió todo lo que pudo la saliva, babeando sobre el glande, sobre el tronco, llenándolo tan bien que algunas gotas cayeron al suelo. Cuando consideré que era bastante, le hice señas de que se apartara. Laura hizo un mohín.
-Con cuidado C***… por favor… ¿vale?
Asentí, y cogí mi polla bien rebozada y coloqué mi capullo justo en el hueco que dejaron los dedos de Laura al abandonar, en el último momento, el culo de Helena, a la vez que mis manos cogían sus preciosas nalgas y las estrujaban, separándolas. No dejé que su ano se cerrara, sino que empujé queriendo aprovechar la inercia de la dilatación, tomarla por sorpresa, sustituir los dedos de su madre por mi polla como si no fuese a darse cuenta.
-Joder … esto es más grandeee… - mi vecina posó la frente sobre la cama, y con ambos puños aferró un buen trozo de sábana. Probando hasta el límite la elasticidad de su esfínter recién destapado, mi glande trató de hacerse sitio sin parar hasta conseguir entrar sin ser invitado dentro de ese canal aún no profanado. -¡Au!
El gemido agudo de Helena parecía tener más sorpresa que dolor, pero Laura se alarmó, y subió a la cama, acariciando la espalda de su hija con aire protector.
-¿Estás bien? ¿Te duele? – Laura miró el ano de Helena, estirado hasta el límite, atravesado por mi polla, o al menos por el prólogo de mi polla, porque aún quedaban capítulos de sobra.
-Ufff… - Helena respiró hondo, soltando el aire despacio – Es… no sé si es dolor… es… como un pinchazo… como un frío ahí…
Yo miraba desde arriba, comprobando la desproporción entre mi polla y ese ano chiquito que tendría que desdoblarse para dejarme entrar, o más bien para seguir dejándome entrar, mis manos agarrando esas cachas morenas y tensas. No me moví, paciente, aunque le presión y el calor de ese ano, ese recto abierto en exclusiva para mí amenazaba con romper mi cordura. Pero aguardé, escuchando los jadeos de Helena, hasta que me dio permiso para continuar.
-Despacio C***… - dijo, mientras su madre le acariciaba la espalda y me miraba a su vez, expectante. Cogí un el bote de lubricante y vertí otro chorrito, unas gotas transparentes y gelatinosas, antes de empujar suavemente y deslizar dentro del intestino de Helena toda la longitud de mi polla.
-Uy uy…. Hmmmm… uffff…. – quejido sordo, gemido, bufido, la breve secuencia que acompañó mí movimiento hasta que el culito de Helena se apretó firme en la base misma de mi verga, sus tripas abiertas por fin de par en par. No había costado mucho, la verdad, petar ese culo adolescente, tan deseable y apetecible. - ¿Ya… ya está entera?
-Sí… - confirmó su madre, asomándose al lugar donde confluían el culo de su hija y mi rabo, unidos en un beso lascivo y tragón.
-La noto… hmmm… - Helena no se movía, pero su interior sí, latiendo y buscando hacer sitio al incómodo inquilino, enviando pulsiones deliciosas a mi capullo. ¿Era el momento? Aún me quedé hierático, paralizado, durante medio minuto, antes de empezar a sacar de su funda carnosa, sedosa y ardiente mi polla, tan despacio como entró, retrocediendo sin detenerme, hasta dejar apenas la mitad de mi miembro dentro, antes de volver a empujar hacia delante y reingresar dentro de ese apretado culo.
-¡Bufff! – Helena celebró mi maniobra con un resoplido agudo, pero no tuvo mucho tiempo para asimilarlo porque no me detuve como al principio, sino que emprendí un bamboleo de fuera a dentro corto, apenas unos centímetros, sin querer forzar de primeras, dilatando con infinita paciencia y tacto el culo de la adolescente, paso a paso.
Laura besaba despacio el rostro de Helena, pero enseguida sus besos se fueron haciendo más apasionados, más atrevidos, menos maternales y más lascivos, a los que Helena respondió casi distraídamente al principio, para ir gradualmente animándose, encendiéndose, y acabar las dos con las bocas fundidas en un contacto casi agresivo.
Yo aproveché la distracción para ir sacando cada vez más mi polla, disfrutando del ceñidísimo masaje que su recto y su tenso ano me proporcionaban, y a la vez aumentar paulatinamente la velocidad de mis entradas, separando con mi verga las hasta entonces bien prietas paredes de su culito tierno y bien caliente.
-Sigue… sigue… despacio… - Helena separó su boca de la de su madre para exhalar un gemido y mirarme con el rostro desencajado, muy colorado, los ojos como dos brasas color esmeralda. Empezó a mover su culo, sus caderas, un poco adelante y atrás, acompañando mis movimientos, y yo manoseé y sobé y apreté esas nalgas increíbles mientras iba aumentando la potencia, la energía de mis embestidas, que mi vecinita aguantó con estoicismo, con meritoria impasibilidad, disfrutando a dentelladas, a bocanadas, de mi polla y de la boca hambrienta y glotona de su madre, que la besaba desaforadamente, sin el menor rastro de pudor o remordimiento.
El primer azote resonó por la habitación.
-¡Ay! ¡Cabronazo…! – Helena medio gritó medio gimió el insulto, al tiempo que su carne vibraba y se enrojecía, mi mano repitiendo dos, tres veces la palmada en ese culo terso y firme – Cómo te gusta… - me reprochó entre jadeos, a lo que yo respondí sodomizándola más rápido, más fuerte, entrando y saliendo ahora de su recto sin cortapisas, con arreones largos y duros no exentos de cierta tosquedad que Helena, lejos de lamentar, casi celebraba con movimientos de cadera y gritos de placer y desafío - ¡Más! ¡Sí…! ¡Fóllame el culo!
Pues vaya si se lo follé.
Había descargado hacía bien poco, así que por ese lado estaba tranquilo. No había ninguna urgencia, por lo que me dediqué a disfrutar a fondo, sin pensar en nada que no fuera percutir a fondo y no dar el menor cuartel. Empujé, presioné, penetré y desfondé ese culo que me había escamoteado demasiado tiempo, haciendo palanca en su cintura, moviéndome a los lados, batiendo sus tripas como si me masturbara con ellas, en círculos, indagando con mi capullo en su intestino lo más adentro que podía, sin hacer caso de gemidos, de jadeos de resoplidos o de grititos, me daba exactamente igual. El placer que obtenía de aquella enculada era soberbio, más allá de lo puramente físico, porque mientras yo partía el ojete de Helena en pedazos, su madre no dejaba de lanzarme miradas, de lamerse los labios, de besar a su hija cuando está gemía bien fuerte, de acariciarla y confortarla y a la vez mirarme, siempre mirarme.
Curiosamente, lo que con más nitidez recuerdo del momento en que Helena me entregó el culo, es sin duda alguna el brillo salvaje de los ojos verdes de Laura.
Desgraciadamente, y aunque estaba gozando como una bestia, todo tiene un final. Por mucho que traté de resistirme, a pesar de que puse todo mi empeño en retrasarlo todo lo posible, al cabo de un rato que me pareció breve, brevísimo, noté que iba a vaciarme bien dentro de ese culazo. Así que mis embestidas se hicieron a la vez más lentas, pero también muy muy profundas, más hondas.
-Hmmmm… - Helena gimió en la boca de su madre, deshaciendo el beso. Hundí mi polla en su culo todo lo que pude, y me corrí dando un gemido bajo, grave, gutural, mi lefa brotando de mí como un veneno, como un ácido, vaciándose en lo más profundo de las entrañas de Helena, que se movió despacio, casi torpemente, bufando en voz baja. Yo di un par de golpes más, apenado por la repentina blandura de mi miembro, que perdía rigidez de forma irremediable, pero sin querer abandonar esa cálida, placentera, aterciopelada angostura que me había proporcionado un placer indescriptible.
Salí de su culo, jadeando, y me agaché para verlo, abriendo de nuevo sus nalgas. Estaba enrojecidísimo, casi amoratado, inflamado y latiendo al compás de los bufidos de Helena. Su diminuto hoyito se había deformado en aquella boca húmeda, cárdena, de la que escapaban un hilillo blanquecino y espeso.
-Joder... – en cuanto solté sus nalgas, Helena se tumbó boca abajo, recuperando el ritmo de su respiración. Laura le acarició la espalda, y con ternura fue besando los omóplatos, la espina dorsal, los lumbares y los dos cachetes de su hija, acariciándola mientras ella iba poco a poco serenándose.
– Me arde el culo… - dijo de repente, riéndose un poco. Yo me tumbé boca arriba, exhausto, totalmente esquilmado, sudoroso, colmado, y las miré a las dos con una media sonrisa.
-¿Ya te has quedado contento? – me preguntó Laura, sentándose de costado.
-Completamente… - balbuceé, respirando hondo el aire viciado, caliente, ligeramente pestilente de la habitación.
-Mamá… - Helena levantó un poco la cabeza y el pecho del colchón, todavía boca abajo, mientras se frotaba despacio la raja de su trasero.
-Dime… - Laura se volvió, solícita.
-¿Dónde guardas… la crema del culo…?
( Continuará )