BPN. Luchi (2). Premio para el caballero

Mi madura me premia por mi buena conducta.

Nota : Dudas, sugerencias, preguntas, críticas... En los comentarios.

En la oficina tuvimos que guardar las distancias, buscando no levantar sospechas. Nos tratábamos de forma un poco más formal, un poco menos cómplice, y evitamos en lo posible quedarnos a solas o dar qué hablar. Tampoco salíamos mucho por Zaragoza, preferíamos irnos los fines de semana a algún lado para evitar encontrarnos con algún conocido, circunstancia que a Luchi le daba pánico. “Imagínate, qué iban a pensar

Estuvimos de casa rural por todo Aragón, de Jaca a la Matarraña, desde Fraga a Daroca. Visitamos el Pirineo, y también algo de Cataluña, durante los tres meses que estuvimos manteniendo una especie de romance secreto que no era ni romance ni nada, porque no nos tratábamos como novios, como pareja, sino como buenos amigos que además de charla comparten cama. Y fluidos.

Follábamos como conejos.

Lo hicimos en el coche, lo hicimos al aire libre en un camping cerca de Canfranc, lo hicimos en una bañera de hidromasaje, en el suelo de la habitación de un Parador, en cada rincón de su casa, y en general donde y cuando se le ocurriera a Luchi, que se reveló como una viciosa de mucho cuidado. Le encantaba jugar a provocarme.

-No llevo bragas… - me dijo mientras bajábamos a cenar en el ascensor de un hotel.

  • ¿Cómo? - me pilló de sopetón.

No me respondió, sino que se levantó la falda del vestido de verano que llevaba y me mostró su coño al descubierto. Últimamente se había dejado un poco de vello muy negro y crespo, una línea de pelo en mitad del pubis. Se echó a reír, y yo le seguí poco después. Fuimos hacia el comedor por los pasillos de piedra, y cuando se aseguró de que no había nadie, se me adelantó unos pasos y alzándose la parte de atrás del vestido me obsequió con una panorámica de su culo, que meneó juguetona antes de dejar caer la tela, al llegar al comedor.

No llevábamos sentados ni cinco minutos que su pie descalzo comenzó a recorrer mi pierna, desde el gemelo hacia arriba, y en menos que canta un gallo tenia su pie en mi entrepierna, frotándose con mucho disimulo. Mi polla respondió al estímulo, y Luchi sonrió con aire de triunfo.

-Mira cómo le gusta al niño…

Le hice un gesto, abarcando el restaurante que sin estar abarrotado tenía como medio centenar de espectadores potenciales, pero la morena se limitó a encogerse de hombros y humedecerse los labios. Con algunos sutiles ademanes, me convenció de colocar mi pie en su silla, entre sus piernas, y ella con movimientos pausados me desató los cordones y dejó mi pie libre. Dejé mi zapatilla de deporte en el suelo, y mi pie buscó de nuevo su entrepierna. Luchi, sin dejar de sonreír y disimular, me quitó el calcetín.

El tacto de mi pie descalzo en su coño hizo que Luchi diera un respingo. Mi dedo gordo jugaba entre sus labios, con un entusiasmo que espero disculparse la torpeza, mientras la madura fingìa que todo era perfectamente normal.

Les recomiendo pedir una cena mientras juegan con su pie en el chochito de su pareja. Toda una aventura.

Esa clase de juegos le encantaban a Luchi. Le gustaba mirarse en espejo mientras follábamos, de pie, en el baño de los hoteles, yo atacando su coño desde atrás y ella mirándose y mirándome en el azogue. O vendarme los ojos, no dejando que la penetrara limitándonos a acariciar nuestros puntos más erógenos sin parar hasta caer rendidos. También le gustaba que le comiera el coño a todas horas, ese coño de aroma un poco fuerte, labios colgantes e hinchados y clítoris siempre protuberante y demandante, que respondía a mi lengua como un resorte. Lo que no le gustaba era ceder el control. Era siempre un poco dominante. Le gustaba llevar las riendas, y cumplir sus fantasías, siempre dentro de un orden, nunca escandalosas o depravadas. Una pizca de exhibicionismo, follando en la terraza del hotel en plena madrugada. Un atisbo de aire libre, comiéndome la polla en una poza en pleno parque natural en el Pirineo, en una excursión de senderismo. Una gota de sumisión, como cuando me pidió que le diera unos azotes con una regla, y yo le obligué a contarlos dejando sus nalgas marcadas. Pero sin cruzar los límites, riesgos controlados. Picante, sin llegar a quemarse nunca.

Lo que sí que me seguía negando, obstinada, era el anal. Dejaba que jugase con su agujero, que lo lamiese o alguna vez en mitad de un polvo o un cunilingus dejó que le metiese un dedo. Pero como acercase mi polla a menos de cinco centímetros, se negaba en redondo.

-No, C***, no. – me decía siempre. Me daba largas, me explicaba que tenía que estar de humor, o muy excitada, porque si no le dolía mucho. Que ese día no, otro. Yo probaba siempre que podía, a riesgo de parecer demasiado insistente, pero en el fondo creo que ella disfrutaba a su modo de saberme cautivo del deseo y frustrado por sus negativas.

-Hace mucho que no lo hago cielo… - me dijo una vez, en la que estuve particularmente inquisitivo – Mi ex me lo pedía de vez en cuando, pero nunca lo hicimos porque con mi primer novio lo probé algunas veces y no me gustó mucho…

-Mira que eres pesado… - protestó otro día, que mi dedo buscó y encontró la guardia baja en su puerta trasera y se perdió en su hoyito. – Tampoco es para tanto, ¿no? ¡Para! Me molesta…

-Mira C***… que tu polla no es pequeña precisamente… - .argumento una vez, después de que una de mis intentonas acabase en un bufido y un par de bofetones en el brazo.

Por lo demás, con Luchi el sexo era muy bueno, variado, atrevido y placentero. Pili, su amiga, me había dado su bendición y alguna vez salíamos los tres, o los cuatro con el ocasional compañero de la separada. Mi pareja tenía razón, no es que pegásemos mucho, pero casi siempre nos divertíamos.

*

En julio uno de los restaurantes más conocidos de Zaragoza recibió un premio bastante importante a nivel nacional. Precisamente yo había cenado un par de veces allí, hacía cosa de seis meses, y al verlo en la televisión me hizo bastante ilusión, tener tan cerca de casa uno de los reconocidos mejores chefs de ese año en toda España. Normalmente, Luchi no quería salir por Zaragoza (y menos tan cerca del centro), pero podríamos hacer una excepción. Llamé al restaurante, del que conservaba la tarjeta, y reservé la que el maître me dijo era la última mesa para ese mismo sábado. Era un local hogareño pero moderno, con una carta que mezclaba de forma inteligente los platos tradicionales con nuevos toques en ingredientes y texturas, además de contar con una buena bodega (o eso decía mi padre, una de las personas con las que fui a cenar allí).

Cuando quedamos a tomar una tapas el viernes por la tarde noche, se lo comenté en plan sorpresa romántica.

-Tengo un plan para mañana… - bebí un trago de cerveza, dejando que la intriga de aposentase, con una sonrisilla de conspirador. Luchi mordió el anzuelo, dejando a medio sorbo su copa de vino blanco.

-¿Ah sí? – el bar estaba hasta los topes, y hablábamos muy cerca el uno del otro, prácticamente a la oreja.

--Te va a encantar… - seguí haciéndome el interesante, picando del la tapa de champiñones. Sin dar ninguna pista, sencillamente mirándola divertido. Luchi se rió un poco, y me picó con su dedo en mi costado, haciéndome cosquillas mientras yo protestaba, riendo a mi vez.

-No seas tan bobo y dímelo.

-Está bien, está bien… había pensado en cambiar un poco el rollo de salir de fin de semana. Por una vez, podríamos quedarnos en Zaragoza… - Luchi torció un poco el gesto, pero siguió sonriendo – y bueno… … ¿A qué no sabes quién tiene reserva para dos en el ####?

Me la quedé mirando, con aire de suficiencia, apurando la caña y esperando una reacción favorable que no se produjo. Un poco incrédulo, y por qué no decirlo, con un pequeño chasco por no haber provocado una respuesta un poco más entusiasta, proseguí

-¿No te has enterado? Ha salido en el dominical, y en la tele. Le han dado un premio al chef, al parecer es uno de los mejores de España, y está aquí al lado. Se me hace raro que no lo conozcas.

-Sí, si lo conozco. – Luchi estaba algo sería, pero yo continué con mi perorata.

-A mí me apetece ir. Estaba lleno pero he conseguido mesa a las nueve. ¿A ti no te gusta la idea?

-Hombre C***… no mucho.

-Ya sé que no eres muy partidaria de salir por el centro, pero solo es una cena. Va, no seas aguafiestas…

-No es eso…

-¿Entonces? ¿No te gusta el ####?

Luchi se acabó la copa de vino, antes de contestar, con una sonrisa algo amarga.

-Pues no, no me gusta. Es el restaurante de mi ex marido.

Nunca me habló mucho de él, apenas unos esbozos de una convivencia difícil, unos apuntes de caracteres incompatibles, y un bosquejo de un divorcio algo traumático. A fuerza de ignorarlo, su ex marido se había convertido en un ente incorpóreo, simplemente una palabra, un nombre, que no parecía real, sino el personaje de un libro o una serie de televisión. Así que comprobar que era una persona de carne y hueso, con vida propia, y además alguien concierta relevancia, me resultó chocante. Abrí y cerré la boca como un cretino, antes de poder decir algo.

-No… no tenía ni idea…

-Ya lo sé. – Luchi sonrió otra vez, con algo más de franqueza, e hizo un gesto como de dejarlo correr. Yo no quise meter más la pata, y cambiamos de tema. Después de un rato, todo había vuelto a la normalidad, a las bromas, y ambos lo estábamos pasando tan bien que la morena se atrevió incluso a darme algún morreo, alguna palmada en el culo, porque el vino blanco empezaba a surtir cierto efecto.

Dicen que si deseas algo con mucha fuerza, si de verdad lo deseas, el universo conspira para hacerlo realidad. En mi opinión todo es más sencillo que eso, y se reduce a que en esta y en otros realidades, las casualidades simplemente existen. El teléfono de Luchi sonó en ese momento, y aunque al principio lo ignoró, terminó sacando el terminal del bolso, mirando la pantalla y frunciendo el ceño. Me miró, murmuró un “Discúlpame” y se alejó un poco del bullicio callejero. Yo la seguí, unos pasos por detrás, sin poder evitar captar al vuelo algunas frases sueltas.

-Enhorabuena, claro, claro… faltaba más… sí, ayer mismo … no, lo siento, no creo que pueda, estaré fuera… gracias de todos modos, de verdad… sí, felicidades, felicidades…

Colgó el teléfono con cierta rabia, y casi lo arrojó al fondo de su bolso. Me buscó con la mirada, y chasqueó la lengua mirando hacia arriba y negando con la cabeza.

-¿Te lo puedes creer? Seis meses sin saber nada de él, pero le dan un premio …

-¿Era tu ex marido? – le pregunté, llegando a su lado.

-El mismo gilipollas que viste y calza… manda huevos, dice que me invita a una ceremonia el domingo en el Ayuntamiento que le van a dar una placa. Será imbécil…

-Hombre Luchi, no lo hará con mala intención… - me arrepentí al momento de decir eso, llevado por una mal entendida solidaridad masculina, porque Luchi me miró con gesto de enfado

-¿Que no? ¿Y tú qué sabes? Ese cabrón sólo quiere restregarme por la cara su éxito, y con esa fulana ..

Siguieron un buen puñado de invectivas, que no se suavizaron durante buena parte de la velada. Luchi bebió unos cuantos vinos blancos más, y aunque hablamos un poco de todo, siempre volvía al tema con comentarios cáusticos sobre la virilidad de su ex marido, su carácter, su personalidad.

-… un puto pesetero, te lo digo yo … un miserable. Si te cuento lo que nos pasó con la casa de La Manga … - me limité a asistir al desollamiento virtual del tipo con mi mejor cara, dándole la razón en todo y fingiendo curiosidad por las anécdotas que reflejaban todos y cada uno de sus defectos. Luchi, por su parte, se fue achispando un poco, abusando del vino. – … y ahora me viene con estas, por una mierda de premio… qué asco de tío joder…

Yo le di la razón, mientras la abrazaba.

-Está claro que es un payaso, por no saber apreciarte. El mejor premio lo tenía en casa… - Luchi me dio un beso, con una sonrisa ligeramente ebria.

-Qué dulce eres cuando quieres, C***… - me acarició la cara y se acercó a mí oreja para susurrarme al oído, la voz un poco pastosa. - ¿Sabes qué? Vamos a mi casa. Voy a darte un premio que mi ex ni ganó ni va a ganar.

*

Sus manos en mi pelo me obligan a mantener la cara bien pegada a su coño, y a sorber y lamer y chupar como si fuera una piedra de sal, como si pudiera desgastarlo. Tengo la cara llena de flujo y saliva, la boca con un sabor salado y un poco amargo, y la lengua agotada de tanto vibrar y jugar con su clítoris, oculto entre unos labios protuberantes y colgantes a los que me he tenido que ir acostumbrando. A ratos me falta el aire, y prefería cuando se depilaba entera porque su vello me provoca una molesta comezón en la nariz cuando trato de respirar.

El trayecto hasta su casa fue una sucesión de besos, caricias y metidas de mano, en cada portal y cada rincón. El vino y el despecho actuaron de afrodisíacos, porque Luchi estaba más agresiva de lo habitual, mordiendo, arañando, apretando con avidez airada mi paquete, mi culo, mi rostro, besándome y dándome chupetones en el cuello que eran a una vez excitantes y dolorosos. La ropa nos duró puesta lo que tardamos en llegar a su casa, y sin tiempo para decir nada me vi en la cama, con la boca en su coño y sus piernas alrededor de mi cabeza.

Se corre como siempre en silencio, un par de bocanadas de aire, un resoplido algo más prolongado de lo normal, y una presión insoportable en mi cabeza al apretar Luchi sus piernas como si quisiese alargar el placer a costa de mi cráneo. Yo sigo lamiendo, soportando los tirones de pelo, sigo pulsando la cuerda de su coño como una guitarra, hasta que se relaja por completo y me libera tanto de la trampa de sus muslos como de la presa de sus manos. Mi boca está invadida por el sabor denso de su interior, y voy a la baño a limpiarme la cara y enjuagarme un poco la boca. Al regresar, veo a Luchi boca abajo, de espaldas a mí. Veo sus largas piernas ligeramente abiertas, sus pantorrillas en el aire, moviendo los pies en círculos, alzándolos y dejándolos caer golpeando el colchón. Veo su trasero, muy blanco, y la insondable falla oscura de la raja entre sus nalgas. Veo su espalda, ligeramente encorvada hacia arriba, apoyada sobre sus codos, y sobre todo veo su cara muy colorada, sus ojo brillantes, su expresión de colegiala traviesa, cuando se vuelve para mirarme.

-C***… - me dice, con voz insinuante, mientras me acerco a ella, mis ojos recorriendo su cuerpo desnudo hasta detenerse en sus ojos.

-Dime…

Me mira en silencio, y se muerde el labio inferior, antes de respirar hondo y responderme en un susurro de lo más sensual.

-Esta noche… sí.

*

Pocos placeres sexuales se igualan, en mi particular escala, al abrir los cachetes de un culo y contemplar el fruto tierno que guardan. Poder separar con las manos unas buenas nalgas, comprobar su tacto carnoso y abundante, vencer su natural tendencia a juntarse y proteger su santuario. Dejar expuesto, desvalido, accesible, ese agujero que tantas veces nos es prohibido, esa senda angosta que, sin importar las veces que la hollemos, siempre ofrece una innata y exquisita resistencia a ser profanada. Porque da igual que la voluntad de su dueña sea entregarlo, cuando el culo percibe que ha llegado la hora de la ofrenda y que su destino es ser sodomizado, su reflejo instintivo es contraerse, volverse diminuto, desaparecer.

El ano de Luchi no fue una excepción.

Desde esa perspectiva, boca bajo, sus caderazas se mostraban en todo su esplendor, amplias y redondas, y casi no sabía ni por dónde empezar. Mis manos apartaron sus nalgas pálidas, algo más tonificadas que hacía meses pero aún así blanditas y casi sin forma, que en ese momento se me antojaron perfectas. Me demoré abriendo bien y estudiando su raja enrojecida y sobre todo el delicado hoyo de su centro, que se veía más recogido que nunca, sus estrías bien marcadas, oscuro y temeroso, encogiéndose a ojos vista como si fuera un tic involuntario, ante la risita nerviosa de Luchi. Hasta los retorcidos bultitos de sus hemorroides, tan poco atrayentes, se tensaron al notar sus glúteos totalmente separados y anticipando lo que se avecinaba. Mi saliva cayó justo en la diana, y mi morena contuvo el aliento mientras mi dedo iba frotando el objetivo con círculos suaves. Giró la cabeza, y me miró.

-Muy despacio, ¿me oyes? Y si te digo que pares, paras. – Su tono no me dejó lugar a dudas. Un paso en falso, y el culo de Luchi se esfumaría para no volver. Se volvió a colocar como estaba, tumbada boca abajo con las piernas abiertas y la cabeza apoyada en los brazos cruzados. – Coge el gel de la mesilla, anda ..

Di una momentánea tregua a su trasero y cogí el gel íntimo que utilizábamos cuando a veces ella no lubricaba bien. Serví una buena ración en mis dedos, y la esparcí generosamente por su esfínter y todo el vecindario, empapándolo, preparándolo y disponiéndolo para el sacrificio. Aproveché para visitar su coño y comprobar que estaba bien húmedo, lo cual me hizo sonreír para mis adentros.

-Trae el gel y tu polla… - podía estar un poco embriagada, podía estar sobreexcitada, y podía estar dispuesta a entregarme su entrada trasera clausurada desde hacía años, pero desde luego Luchi dejó claro que era ella la que dominaba la situación, dándome las órdenes pertinentes. Por supuesto, obedecí al momento.

El gel estaba frío, pero su mano lo fue entibiando mientras lo refregaba a conciencia por toda la longitud de mi miembro, masturbándome, haciendo especial hincapié en embadurnar bien el capullo, que estaba hinchadísimo. Luchi vertió otro poco de gel justo en la punta, y la fue extendiendo por mi glande con los dedos, haciendo que creciese un poco más, incluso.

-Joder… está enorme… No sé si me va a caber toda por "ahí”… - me dijo, con una media sonrisa, mirándome desde abajo con aire indefenso. Cuando terminó de lubricar mi rabo a su gusto, me apretó suavemente las pelotas, y medio en broma medio en serio me amenazó – Como me hagas daño te las corto…

Retrocedí y aproveché para meter un dedo, tentativo, en su culo, que aunque en un primer momento se tensó y pareció rechazar mi avance, enseguida se fue distendiendo y fue poco a poco engullendo el índice, que desapareció en sus profundidades con ímpetu espeleológico, tentando la cavidad gomosa de su recto. Luchi se incomodó un poco, pero no dijo nada. Se limitó a cerrar los ojos, frunciendo el ceño algo más cuando mi dedo empezó a entrar y salir, haciendo camino al andar.

-Buf .. ya hacía tiempo… - me sorprendió escucharla, ella que siempre era tan silenciosa durante el sexo, pero lo consideré una buena señal y aumenté poco a poco la velocidad. Al poco rato, y al notar la facilidad con que resbalaba dentro, cambié el dedo índice por el gordo, que se abrió paso con idéntica fluidez. Con el dedo más grueso bien dentro hice fuerza hacia los lados, comprobando la deliciosa elasticidad de los esfínteres de mi madurita.

Dos dedos fueron el siguiente paso, algo más costoso pero igualmente satisfactorio. Vi cómo Luchi abría mucho los ojos y mordía en silencio su brazo cuando mis dos dedos quebraron la barrera de su ano, pero los dos nos relajamos al notar que sus esfínteres, tras la inicial rigidez y oposición, se dilataban perfectamente, acompañando a mis exploradores con un amarre firme, y tras unos minutos la vanguardia consideró que había llegado el momento de que el grueso del ejército se hiciese cargo de la situación. En cuanto saqué mis dedos y me coloqué en posición, Luchi volvió a abrir los ojos y resopló lentamente.

-Cuidadito, C***. Cui-da-di-to… - Me habló sin mirarme.

-¿Te está doliendo? – pregunté, nuevamente sorprendido al escucharla - ¿Vas bien?

-Sì, voy bien. Me está gustando… es muy diferente que por delante, con los dedos es muy rico… pero cuidado con… lo otro. – “Lo otro”, luciendo una erección descomunal, se apoyó contra su anillo, aflojado a conciencia, pero todavía desproporcionadamente pequeño frente su próximo invitado.

Alea jacta est.

Reticentes al principio, las fronteras exteriores de su ojete fueron cediendo a medida que la punta de mi polla, engrasada a la perfección, fue imponiendo su ley. Tampoco su anillo interior ofreció batalla suficiente. No me costó ni diez segundos que su ano, tan cerrado hasta entonces, se tragara mi capullo y el aro de su esfínter se abrazara en torno a mi rabo como una goma elástica, un torniquete, amenazando con cortar la circulación . Luchi levantó la cabeza y un “oh” se escapó de su boca, al notar el allanamiento, pero enseguida volvió a posar la cabeza en los brazos, respirando, eso sí, de forma más audible.

-¿Todo bien? – le pregunté, acariciando su espalda, contando sus lunares, redibujando el perfil de su tatuaje con mis dedos. No sé si esperaba respuesta. Las paredes de su culo me oprimían el glande, y su ano se ajustaba al cuello de mi rabo como una argolla.

-Todo... bien... cielo… - giró la cabeza y me miró a los ojos, con la boca entreabierta, la mirada trémula, y una expresión en su rostro a medio camino entre la entrega y el temor. “ Soy toda tuya ”, decía en silencio, “pero por favor no me hagas sufrir”. Quien ha tenido a una hembra así, dispuesta todo, enfrentándose a sus temores, ofrecida por completo, preparada para otorgar placer aún a costa del propio sufrimiento, conoce esa expresión, y no hace falta decir que es un gozo que trasciende lo físico.

Quien lo probó lo sabe.

En fin, las pollas son como los gatos. Por donde pase la cabeza, pasa el resto del cuerpo. Con la punta ya encajada, meter el resto del asta fue coser y cantar, sencillamente ir empujando poco a poco, dando un paso para atrás y dos para delante, ensanchando las paredes del intestino de Luchi sin prisa, pero sin pausa. Mi morena sostuvo mi mirada todo el tiempo que pudo, y fui leyendo en su rostro las diferentes fases de la enculada. Un leve dolor, un placer incipiente, una incomodidad, un alivio, otra vez goce, y finalmente la total aceptación cuando en menos de cinco minutos mi polla estuvo enterita a buen recaudo, abrigada, acunada por ese culito que se contraía en torno a la raíz de mi rabo al compás de los latidos del corazón de su dueña.

-¿Qué tal? – era la primera vez que mi morena se mostraba tan comunicativa mientras follábamos, habría que aprovecharlo.

-Tienes una polla gigante… gigante… - repuso mi morena con voz ronca, tras posar la cabeza de nuevo en sus brazos cruzados. Claro que no era cierto, pero son cosas que a uno le gusta escuchar, y llevado por la excitación abandoné un tanto las precauciones. La fui sacando despacio y volviéndola a meter con algo más de impulso, y al notar que Luchi respondía de forma favorable, meneando la cintura e incluso bajando una mano hasta su trasero para tirar de una nalga, mi vaivén empezó a regularizarse. Las carnes de la madurita temblaban con mis arremetidas, y la propia cama comenzó a protestar a medida que comencé a ganar velocidad, profundidad y energía en cada penetración. Luchi levantó un poco el torso, apoyándose en un codo, con los ojos cerrados y el ojete bien abierto, boqueando en busca de aire, y yo lo que hice fue completar el círculo, el uroboros, fundiéndonos en un beso lascivo y baboso, enredando nuestras lenguas, lamiéndonos la cara mientras yo la sodomizaba con toda la longitud de mi polla. La metía y la sacaba como haciendo prospección, tal si quisiese abrirle otro agujero, puede que sin mucho ritmo pero con toda la fuerza de los riñones, de mis caderas, de mis glúteos, de mi cuerpo entero, que arremetía enculándola y profundizando a cuchillo en la mantequilla de su recto. Notaba en mi capullo, cuando la metía hasta el fondo, algo duro, como un obstáculo, seco y áspero, pero aún y todo al caer en la cuenta de lo que era no me importó en absoluto, porque llevaba tres meses queriendo tener a Luchi exactamente así, entregada por entero, rendida por fin, cautiva y desarmada dejando que mis tropas ocupasen hasta el rincón más secreto de su cuerpo de madura.

Regué sus intestinos con una corrida que me pareció interminable. Cada vez que parecía que aquel chispazo era el último, mi polla volvía a hincharse y me recorría un escalofrío por los huevos, y vuelta otra vez. No cejé ni en mis embestidas ni en mis besos, y mientras soltaba mi leche en su culo Luchi me comió la boca, succionando, mordiendo, explorándome con la lengua igual que yo estaba plantando mi bandera en lo más hondo de su intestino, casi asfixiándome. Cuando al fin se extinguió la agonía de mi orgasmo, caí sobre su cuerpo como un títere al que le hubiesen cortado las cuerdas.

Guardamos silencio, salvo por mis jadeos que parecían gemidos, con mi polla poco a poco volviéndose infinitesimal, diminuta, pero aún sin querer abandonar ese reducto tan difícil de conquistar, pero tan placentero.

-¿Qué tal, C***? ¿Te ha gustado tu premio? – La voz de Luchi era la de una gata, la de una fiera satisfecha, la de una dama orgullosa de haber soportado la furia de su macho. Contesté sin palabras, con un especie de exclamación de aprobación, un resoplido de asentimiento, provocando su risa – Habrá merecido la pena… - La besé, repetidas veces, para que estuviera segura de que sí.

-Tú qué tal… ¿Has disfrutado? – hablé al fin, tras recuperar el resuello.

-No ha estado mal… no creí que me fuera a caber tanta polla, pero casi no me ha dolido. “Casi”. Te doy... un notable. - me dijo, con una sonrisa, mientras se giraba y me sacaba de encima. Yo me incorporé como pude y miré mi rabo. Estaba a medio gas, sucio de semen, lubricante, y me alarmé al ver un poco de sangre. Ella también se intranquilizó, pero mi examen visual del orificio descartó a priori daños graves, más allá de la inflamación de sus hemorroides. Fuimos al baño los dos, y Luchi me limpió en la ducha como si fuera un niño. Ella se sentó en el bidé para asearse, quejándose de la comezón y la irritación de su ano.

Al día siguiente se despertó todavía algo molesta, y una visita al baño se convirtió, según sus propias palabras, en una tortura medieval. La verdad es que su ano no tenían buen aspecto, así que al ver que el dolor y el picor no remitían, con mucha vergüenza fue a Urgencias. Al volver lo primero que hizo fue sacudirme una no tan cariñosa colleja, dedicándome algunas maldiciones, no todas ellas de broma. Entró en el baño, y tuve que esperar a que saliera para que me aclarara la situación.

-Pues que me has reventado las almorranas, burro… - me dijo, enseñándome una pomada, y aunque al final ambos nos reímos, hizo un puchero.– Me van a estar escociendo hasta agosto…

Me obligó a ponerle la pomada, todos los días, durante dos semanas, y me tuvo castigado sin sexo hasta que pudo ir al baño sin ver las estrellas.

*

Luchi y yo seguimos viéndonos hasta finales de ese año. Fuese lo que fuese aquello (¿Noviazgo? ¿Amistad con derechos?) duró hasta que su empresa quiso abrir una oficina comercial en Barcelona, y le ofreció dirigirla a ella. Me confesó que estuvo muy tentada de rechazar la oferta, no por mí, o al menos no por mí exclusivamente, sino por la vida que llevaba en Zaragoza. Aún así todo el mundo, incluido yo mismo, le dijimos que suponía una gran oportunidad y no podía dejarla escapar.

Pude volver a disfrutar en dos oportunidades más del culo de Luchi, pero en ambas terminó sangrando y quejándose de las hemorroides, así que volvió a prohibírmelo. No me importó, el sexo con ella era excelente, y me dio muchísima pena despedirme de ella aquellas Navidades.

La visité en Barcelona varias veces, pero gradualmente la vida nos terminó separando. No hemos vuelto a coincidir, pero solemos hablar una o dos veces al año. Sé que le van bien las cosas, y doy gracias porque es una de mis pocas relaciones que no finalizó de forma abrupta, traumática, surrealista…

… o todo eso a la vez.