Borrachos... de leche

Tras una noche de alcohol tuve que acompañar a mi borracho amigo a su casa y aproveché la situación para cumplir una fantasia.

"Borrachos... de leche", por Malachi

Suele suceder que cuando menos lo esperas ocurren las situaciones más excitantes. A veces las noches de juerga terminan de forma totalmente insospechada.

Eso me paso el mes pasado, cuando tras una noche de botellón y deambular por los bares y discotecas en busca de carne fresca, mi amigo Luis y yo decidimos retirarnos y encomendarnos al próximo fin de semana. A ver si hay más suerte.

Pero esa noche nos habíamos pasado con el ron de las copas y Luis había sobrepasado el límite de lo normal. Vamos, que iba más borracho que una cuba.

Eran las cinco de la madrugada y ayudado por unos compañeros logramos llevarlo hasta su casa. Lo subimos hasta el piso donde vive con sus padres y a partir de ahí me quedé yo sólo para acomodarlo en la cama.

Los padres de Luis dormían y no quise dar las luces para no alarmarlos. Como la habitación de mi amigo da al otro extremo de la casa tuve que cargar con él, que apenas se mantenía en pie y llevarlo hasta su cama. Cayó como un tronco sobre el colchón.

A todo esto hay que decir que Luis, pese a no tener mucho éxito entre las mujeres debido a su timidez, es un chico bastante atractivo y que, pese a algún michelín, tiene un buen cuerpo. Recuerdo especialmente las veces que este verano pasamos en la playa y como, mientras él tomaba el sol, yo me quedaba absorto contemplando su paquete e imaginando la herramienta que ocultaba su minúsculo tanga. Me quedé allí parado dándole vueltas a una idea. ¿Y si me aprovechaba de su actual estado, totalmente borracho, para observarle con más detenimiento?

Dicho y hecho, comencé a aflojarle la camisa y luego le quité los zapatos. Ahora venía la parte más delicada: los pantalones.

Le desabroche el cinturón y poco a poco fui bajándolos hasta dejarlos a la altura de las rodillas. Unos calzoncillos blancos y algo gastados era la última frontera entre el objeto de mi deseo y yo. Acerqué la nariz al paquete y aspiré el aroma a polla tan característico de los adolescentes pajilleros. Mmmmm.

Decidí ponerme cómodo y me quité la ropa en silencio. Luego me acurruqué junto a su almohada y acerqué mi boca a sus labios. Como en un juego perverso lamí sus labios y recorrí su cara hasta la oreja, mordisqueándole el lóbulo. Luis dio un respingo y masculló algunas palabras en sueños que no supe descifrar.

Tras comprobar que seguía como un tronco acerqué mi paquete a la altura de su cara y puse el glande sobre sus labios, que entreabiertos acogían aquel regalo con gusto, provocándome una repentina erección.

La situación, que nunca hubiera previsto antes de salir aquella noche, me excitaba más y más por momentos. Nunca antes había estado tan caliente y dispuesto a cometer locuras (hay que recordar que yo también estaba bastante bebido) y me fui lanzando.

Me coloqué a la altura de sus calzones y fui bajando los mismos para dar paso al miembro de Luis en el juego. Su polla, flácida y dormida aparentaba un tamaño interesante y sus huevos, deliciosos aparecían entre una frondosa mata de pelo púbico. La tomé entre mis dedos pulgar e índice para sentir su tacto y masajeé sus grandes huevos con la palma de mi mano, que a duras penas abarcaba la totalidad de superficie testicular.

Acerqué mi lengua a su frenillo y pase la punta de la lengua con cuidado. La polla de mi amigo dio un respingo atenta a mis cuidados. Nunca antes había catado pito y el sabor entre salado y suave que tenía me recordaba al de algún otro coño que me había comido alguna vez. El caso es que me gusto y decidí engullirla entera en mi garganta, Una vez entro en la boca comenzó a crecer y endurecerse, hasta que, casi ahogándome tuve que sacármela para poder respirar mientras escupía algunos pelillos que Luis había abandonado en mi boca. Caray con la pollita de Luis. Era una barbaridad que alcanzaba los dieciocho centímetros en erección. La recorrí con la lengua a lo largo de su longitud y relamí el glande a conciencia. Luis empezó a agitarse nerviosamente y a gemir en sueños, llegando a agarrarme la cabeza y sepultármela entre sus poderosas piernas.

Yo, tragaba y tragaba como buenamente podía y mientras con la mano le masajeaba los testículos, hundía una y otra vez la tranca de mi amigo en mi boca. Deseaba que se corriera de una vez, que me inundara de leche caliente y tras unos segundos note como se convulsionaba nervioso y expulsaba todo su chorro en mi lengua. No dejé escapar ni una sola gota, nada. Todo para el nene.

Tragué y tragué hasta que del surtidor mágico, por mucho que mi traviesa lengua lo exprimiera, cesó de manar.

Luis exhalo un suspiro y volvió a roncar profundamente. Ni siquiera un terremoto podría haberlo despertado.

Todavía me escurría entre los labios algunas gotitas de semen cuando se me ocurrió probar la otra parte de su anatomía que deseaba poseer.

Con cuidado, lo fui girando hasta darle la vuelta por completo, poniéndolo bocabajo y deleitándome con su esplendoroso culito. Mmmm.

Fui entre abriendo aquellas nalgas prietas y musculosas e introduje el dedo corazón en el ano de mi amigo. Se resistía, así que me chupé el dedo, para lubricarlo y volví a intentarlo, consiguiendo que entrara unos centímetros.

Pareció gustarle porque comenzó a culear lentamente como queriendo más y más. Y yo le iba a dar más, añadiendo un dedo más al por momentos dilatado esfínter de Luis. Introduje ahora mi lengua en el interior de su cueva oscura y saboreé aquel manjar prohibido, lamiendo todo su contorno y logrando oír nuevos gemidos entre la almohada.

Ya no podía más. Mi polla estaba a punto de reventar y aproximando mi rolliza pistola al culo de Luis, me corrí como nunca antes sobre su espalda y sus glúteos, formando un pequeño charquito de leche blanca y espesa en el orificio anal. Sobre la mesa había un vaso de café y una cucharilla y se me ocurrió otra perversión. Con la cucharilla, recogí el semen que acababa de regalar, escarbando en el entreabierto agujerito de mi amante involuntario y se lo acercaba a sus labios entreabiertos para dejarlo caer en su lengua, así una y otra vez hasta que mi nenito acabó con su "papilla" .

Estaba agotado. Me vestí y abandoné la habitación, no sin antes darle un beso de despedida a mi amigo en la parte de su anatomía que más me había hecho disfrutar esa noche.

A la mañana siguiente, cuando conecté el móvil tenía un mensaje de Luis que decía lo siguiente:

"Buenos días. Anoche me pasé con la bebida y no recuerdo nada, pero no entiendo como llegué a mi casa y como he dormido completamente desnudo y porque tengo tus calzoncillos en lugar de los míos, que no aparecen por ninguna parte. Espero que me lo expliques esta tarde... tomando un café."

Desde entonces Luis y yo hemos logrado un entendimiento mutuo que antes nunca habríamos soñado y a veces nos emborrachamos inconscientemente, deseosos de repetir la experiencia de aquella noche.

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