Borracha para ella.

O de cómo viví mi primera experiencia lésbica.

Borracha para ella

O de cómo viví mi primera experiencia lésbica

Lo que voy a contarles pasó hace un par de años. Yo había entrado a la preparatoria y eso produjo muchos cambios en mi vida. Primero: el horario, pues me quedé en el turno de la tarde y me di cuenta que no era lo mismo ir a la secundaria que te quedaba a diez minutos caminando desde tu casa a tomar transporte público y hacer un recorrido que dura por mínimo una hora. Y falta calcular el regreso (otra hora) o los días cuando la ciudad se convierte en un caos imposible de transitar.

Lo segundo: la escuela. No era lo mismo cursar la secundaria que la preparatoria y eso lo entendí conforme pasaban los días. Eso trajo consigo cosas buenas y malas. Malas porque empecé a tener muchos conflictos con mis papás y buenas porque esos conflictos sucedían con regularidad cada fin de semana; mientras mis papás se preguntaban dónde andaba o por qué llegaba tan tarde, yo estaba disfrutando mi vida…

Tercero y último: la libertad. Comencé a gozar las oportunidades que tenía de estudiar la preparatoria por las tardes. Encontré lo que no había tenido antes -bueno, no mucho-, el saberme libre de preocupaciones académicas (estudiaba quien quería). Saber que en la escuela dejaron de existir aquellos molestos prefectos que te metían a tu salón, y que tu podías entrar o no a las clases me hizo sentirme por primera vez dueña de mi vida. En pocas palabras, era un regalo que no supe medir. Pero tampoco me arrepiento, pues gracias a todo lo anterior pude reconocerme en ámbitos que hasta ese momento eran desconocidos para mí. Y uno de ellos fue que no sólo confirmé mi gusto por los hombres, sino también descubrí un deseo inusual por las mujeres.

Me di cuenta del poder de la atracción femenina cuando la vi a ella por primera vez. Aunque mucha gente me dice que soy bonita -modestia aparte-, mi belleza no se compara con la de aquella chica, que bien podía pasar como modelo de alguna pasarela. No exagero. Esa ocasión la vi y quedé estupefacta ante su hermosura. Tenía una piel muy suave -eso lo comprobé después-, una tez de color claro que lograba resaltar más sus ojos color avellana y unos rizos de un color castaño que la convertían en algo delicioso -no encuentro otra palabra- a la vista. ¿Qué más puedo decir? Pues que, como ya dije, tenía cuerpo de modelo. Unas piernas bien moldeadas (nada de palitos de popote), una cintura de encanto y unos pechos que, aunque no eran grandes, lograban una redondez y firmeza envidiable. Todos en la preparatoria la ubican y hubo muchos y muchas que sucumbimos con el simple hecho de verla cruzar por algún pasillo de la escuela. Quién diría que tuve la dicha de tocarla…

Se llama Jimena, pero todos le decimos “La Jimo”. Y eso era por dos razones. Una, porque aunque se le veía coquetear y andar con hombres, su gusto se inclinaba con mayor medida hacia las mujeres. La segunda razón era porque quienes lograban estar con ella en la intimidad, fueran hombres o mujeres, hacían correr rumores de que era muy escandalosa en la cama. Todo ello y demás fantasías sexuales infundadas que se escuchaban de ella (que se cogía a los profesores por calificación, que armaba orgías en su casa, que le fascinaba tener dos vergas bien metidas al mismo tiempo, etc.) provocaron en mí un enigma sobre cómo o qué tanto disfrutaba ella del sexo, e incluso de cómo era su carácter real. Más que asustarme, me intrigó.

Aún recuerdo el primer acercamiento que tuve para descubrir el enigma sexual que rodeaba a Jimena. Esa vez, en la última hora de clase de la preparatoria, salí al sanitario y cuando entré a uno de los baños me percaté que había alguien más en el baño contiguo. Al parecer no se dió cuenta de mi presencia, pues parecía estar concentrada en otra cosa que no era precisamente una necesidad fisiológica. Se le escapó un leve gemido que, de inmediato, me alertó de algo increíble. Me quedé quieta, alejé los pies un poco al otro lado para que no se diera cuenta que alguien más estaba en el baño y pegué mi oído lo más que pude. La chica volvió a gemir lo más quedo que pudo mientras continuaba con lo que parecía el movimiento irrefrenable de sus dedos entrando y saliendo de su vagina. La idea de pensar que había una chica tocandose y dándose placer en pleno baño de la preparatoria generó en mí más que una idea: me excitó al grado de mojarme la panty. Los movimientos se escuchaban cada vez más rápido hasta el momento en que se escuchó un gemido final (ya sin importarle si la escuchaban), hecho que reconocí como el placer último, el orgasmo deseado. Salí lo más rápido que pude y fui a una de las jardineras cercanas para sentarme ahí (con el pretexto de revisar mi celular) y esperar a la chica en cuestión para saber de quién se trataba. Me sorprendí al ver que Jimena fue quien salió del baño. Esa misma noche, con la idea de recordar sus gemidos e imaginarla desnuda metiendose los dedos en su vagina, me  volvió a mojar. El deseo era tanto que terminé por tocarme imaginando cómo lo hizo, y me masturbé hasta provocarme un orgasmo. El primero que tuve pensando en una chica.

Así comenzó mi deseo hacia el mismo sexo y mi fijación con Jimena. Era como si le hubiese guardado un secreto. En mis horas libres y una que otra clase que me saltaba, caminaba por la preparatoria para ver si lograba encontrarla; también entré muchas veces a los baños con la esperanza de volver a encontrarla y escucharla. No fue sino hasta finales del ciclo escolar (cosa de dos meses después del episodio del baño) cuando a varios de nuestro grupo nos invitaron a la fiesta de despedida que andaban organizando algunos chicos (los más populares de la escuela) que dejarían la preparatoria para entrar a la universidad. En un principio no me sentí atraída por la idea, pues casi no conocía a nadie y el lugar de la fiesta iba a ser en un antro al sur de la ciudad (algo retirado de mi casa). Sin embargo, en cuanto escuché que Jimena iría a la fiesta, cambié de idea y decidí que iría. Era la oportunidad idónea para conversar con ella. Y por qué no, ver si algo más se podía dar.

Llegué en compañía de una amiga cuando la fiesta ya llevaba un par de horas iniciada. De inmediato otros compañeros del mismo grupo al que íbamos nos reconocieron y nos invitaron a beber. Supuse que en el antro sólo se encontraba la gente de la escuela, aunque había muchas caras que no conocía y que quizás no pudo faltar el invitado por otro amigo o amiga. Mi mirada se pasó buscando a Jimena, pero no se veía por ningún lado. Mientras esperé a que llegara, tomé y bailé con mis compañeros. Para la cuarta bebida comencé a sentirme algo mareada, por lo que fui al baño para echarme agua en el rostro y quitarme esa sensación. Entonces, cuando entré al baño, la vi a ella. Llevaba puesto un jersey blanco y ajustado que hacía resaltar la maravilla de sus piernas y una ombliguera roja que dejaba ver su vientre plano. Además de combinar muy bien el color de su ropa, el color de sus uñas y las las sombras de sus ojos la hacían ver como la diosa que era. Me pareció más hermosa de costumbre, tanto, que olvidé por un momento a qué había entrado al baño y me quedé allí mirándola. Inevitablemente provoqué que Jimena se percatara de que alguien más la veía.

-Hola -me dijo como si me conociera siempre-. ¿Otra vez por aquí?

-¿Cómo que otra vez? -le pregunté, olvidando devolverle el saludo.

-Pues sí -dijo- ¿Eres Vianney, no?

-Sí -mi intriga iba en aumento- ¿cómo sabes mi nombre?

-Fácil: le pregunté a uno de tus compañeros y ya.

-Claro -dije como reconociendo lo estúpido de mi pregunta-. Tú eres Jimena, pero sigo sin entender eso de otra vez.

-¿No te acuerdas? Yo me la pasé muy bien. Y me la pasé aún mejor cuando me di cuenta de que alguien más estaba al lado del baño escuchándome.

-¿De qué hablas? -intenté hacerme la tonta-. No sé de qué hablas.

-Pues qué pena…

Dijo eso para, acto seguido, acercarse a donde yo me encontraba y terminar de decirme: “Sé que fuiste tú. Sólo quería repetirlo”. Jimena salió del baño y el mareo se me quitó casi de inmediato. Cuando regresé donde estaban mis compañeros, me percaté de que ella me seguía con la mirada. ¿Cómo supo que yo fui quien la escuchó? Seguí bebiendo ya sin tomar atención de lo que platicaban mis compañeros. Comencé a pensar sobre lo último que me dijo, la idea de querer repetirlo. Tenía miedo, pero tentación; pena, pero atracción; inseguridad, pero anhelo. Una serie de contradicciones que no entendía, o más bien, no quería entender. Seguí bebiendo para calmar el mareo que ahora me daba pensar en todo ello.

Después de un rato, y ya con el doble de bebidas tomadas, tuve la necesidad de ir de nueva cuenta al baño. Caminé con pasos torpes al lugar y me di cuenta que el haber caminado de pronto hacia el baño no fue una gran idea. Como pude llegué al baño y cuando terminé salí tan sólo para encontrarme con el rostro de Jimena frente al mío. No me dijo nada, tan sólo se acercó y me besó. Yo me quedé congelada, sin saber si tenía que alejarla o responder a su beso. Ella fue más rápida y me metió al baño para cerrarlo y seguir besándome. Yo me seguía sintiendo borracha, esa sensación de mareo leve que permite la posibilidad de no pensar las cosas y hacerlas. La velocidad con que estaba pasando todo y el deseo irrefrenable de seguir el instinto y continuar con lo que estaba pasando me llevó a seguir el juego. Jimena volvió a besarme y yo correspondí, los besos se fueron intensificando y sus manos comenzaron a recorrer cada parte de mi cuerpo. Me rendía con la mirada, con el suave tacto de sus manos perfectas; el efecto era electrizante, deseable, carnal. Llevó sus manos hasta la altura de mi pecho y con suma delicadeza tocó uno de mis pezones por encima de la ropa, eso me puso a mil, sentir cómo recorría con lentitud y deseo mi pecho mientras su lengua y la mía se entrelazaban en el beso. Quise hacerle lo mismo, pero ella me detuvo, quería seguir con la iniciativa y yo sólo me dejé hacer lo que quisiera.

Pronto me quitó la blusa y el sostén, siguió besándome mientras tocaba mi piel con las suaves yemas de sus dedos, haciendo movimientos circulares, rodeando cada uno de mis pechos. La sensación era indescriptible, sentía un deseo que hasta entonces no había experimentado. Los hombres con los que había estado hasta ese momento eran muy bruscos y para el momento en que ella seguía besándome y mojándome por dentro, los hombres ya se hubieran venido dentro. Jimena sabía cómo preparar el camino a un gran orgasmo. Sus caricias y los leves gemiditos que provocaba cerca de mis oídos me mojó más y más. Ella dejó de besarme para llevar su lengua a mis pezones y lengüetearlos a placer, los ponía más duros y mis manos (que para ese momento ya estaban por debajo de su blusa) tocaban la perfección de los suyos. Ella llevó su mano entre mis piernas y comenzó a frotar su dedo por encima de mi ropa, podía jurar que sentía cómo había humedecido ya toda la panty y sin que ella me lo pidiera me bajé los jeans con todo y panty a la altura suficiente para que ella pudiera tocarme a placer. Ella no se desnudó del todo, tan sólo jaló un poco de su blusa para dejar ante mi vista la majestuosidad de sus pechos, que traía sin sujetador alguno. Enseguida bajó el asiento del retrete y tomó asiento, me sentó sobre ella, a espaldas suya, y me abrió las piernas para quedar a la misma distancia que las suyas. Por la diferencia de cuerpos (ella era más alta y esbelta que yo) no le costó tenerme como ya me había colocado. Mientras me besaba la espalda y el cuello (algo que hizo mojarme aún más de lo imprevisto) con su mano izquierda masajeaba mis pechos, mientras que con la derecha tocaba sutilmente mi monte de venus. Poco a poco se fue acercando a mi clítoris para tocarlo con la delicadeza suficiente para no sentir dolor, sino placer. El deseo apoderado en mó ya quería que ella metiera sus dedos en mi húmeda vagina.

Comenzó rozando mis labios vaginales con dos de sus dedos, en una especie de “V” invertida, sus besos y el roce de su otra mano me tenían a su entera disposición. Sentir cómo me dominaba y me dejaba persuadir en un baño, con alguien que no conocía pero con la que quería estar, la misma chica que me provocó meses antes un orgasmo con el simple hecho de imaginarla tocándose, me llevó a pedirselo con todas las ganas del mundo: “méteme tus dedos, no aguanto más”. Ella no tardó en hacerlo. Primero comenzó con el dedo índice y sentí el mayor de los placeres, comencé a moverme sobre de ella, era como sentir una verga dentro, una que había preparado todo el camino y al fin tenía su recompensa: una vagina caliente y húmeda queriéndose comer todo lo que estuviera a su paso. Poco después metió otro dedo y mi vagina estaba tan dilatada que el entrar y salir de sus dedos era una experiencia fascinante. En ocasiones giraba mi rostro para besarla y que ella viera mi mirada de mujer que se estaba entregando con todo, una mirada de gatita (como así me dice ahora) que estaba siendo satisfecha sexualmente. Seguía moviéndome en movimientos circulares y ella me pidió que me levantara para sentarme. Ella se reclinó sobre mí, bajó más mis jeans y panty, y puso una de mis piernas por sobre su hombro y comenzó a lamerme el clítoris al tiempo que seguía con el ritmo imparable y placentero de sus dedos. Yo me llevé una de las manos a mis pechos para frotarlos y apretarlos, la sensación de sentir la punta de su lengua en mi clítoris y el movimiento de algo que bien podía ser un toro por la velocidad y embestidas que me daban sus dedos, provocaron el inevitable gemido de placer que esperaba no se hubiese escuchado por la música del lugar. Ella siguió lamiéndome y dedeándome a placer hasta que no pude más y sentí un orgasmo explosivo, mismo que me hizo temblar y cerrar mis piernas para que sus dedos quedaran atrapados en mi vagina dilatada y mojada.

Ella pasó su cara sobre mis piernas, se levantó y se llevó los dedos con los que me penetró a la boca y lamió mis jugos al tiempo que la otra mano entraba bajo sus jeans y entre sus piernas. Se estaba tocando y dedeando mientras me veía cómo me había dejado, lamiendo sus dedos hasta dejarlos completamente limpios. Al terminar, Jimena se volvió a colocar la blusa y me besó para después decirme: “¿Verdad que querías repetir? A la otra vas tú” y salió del baño para seguir en la fiesta. Yo me vestí casi enseguida. El mareo había desaparecido nuevamente y pensé qué podía hacer ahora, no podía regresar con mis compañeros porque comenzarían a preguntarme dónde anduve. Salí del baño y también salí del antro para irme sola a mi casa casa. En el camino pensé que toda la gente supo lo que Jimena y yo habíamos hecho y cada que se cruzaba mi mirada con la de algún transeúnte me imaginaba que me decía lo puta que era y lo cachondo que había sido aquella escena con Jimena. Para cuando volví a casa, me puse a pensar en lo que me dijo al final. ¿Habrá sido sólo por lo desconocido o de verdad me gustaban las mujeres o sólo me gustaba Jimena? Tenía que descubrirlo. En la actualidad, Jimena se encuentra ya en la universidad, yo estoy en el último año de la escuela y sospecho que cuando ingrese al nivel superior habrá la posibilidad de coincidir nuevamente. Y sobre lo último que me dijo, pues sí, tuve un par de ocasiones más para estar con ella a solas y comprobar otras cosas que no pude hacerlo la primera vez. Ya habrá tiempo para escribirlo.

Viany