Bonita Pequeñez (2da parte)
Siguen las aventuras travestis de yo, que soy la niña descubriendo su feminidad
Segunda parte
Su correo me estremeció de excitación:
“Katy, tú sabes que yo te voy a elegir a ti. Tienes una feminidad que me aloca. Me vuelvo una bestia cuando imagino que estoy a solas contigo. De verdad me siento tu dueño. No quiero que nadie del salón ni siquiera te mire. Tus amigas también son guapas, no puedo decir que no me gustan, pero por ti siento algo muy diferente. Nunca pensé que me gustarían las chicas como ustedes, ahora lo sé”.
Me excitó, pero también me preocupó. ¿Por qué me hablaba de mis amigas? Me dieron unos celos terribles. Y eso también me hacía enloquecer, pues era un sentimiento puramente femenino. Estaba celosa como mujer, quería a un hombre. Ya no se trataba de una sesión donde me vestía de chica, donde me sentaba en el toilette para hacer pila, donde me levantaba el vestido antes de poner mi trasero allí y luego me alucinaba que era toda una señorita. Ya no. Ahora eran emociones más fuertes, más de mujer, más de señora que quiere a su marido para ella sola.
Pude comprobar ese sentimiento cuando me reuní con mis dos amigas para planificar la fiesta. Esta vez fue en la casa de Carolina. Era hija única y sus padres estaban de viaje. Era una mansión muy lujosa la casa en que vivía. Con la casa vacía y totalmente a nuestra disposición, Carolina había había hecho del hogar de la familia un templo del travestismo. Su closet era primorosamente femenino. Nos llevó por toda la casa y en cada habitación estaba su sello personal, sumamente femenino. Y allí estábamos las tres, vistiéndonos de empleadas domésticas con la cocina, con un mandil muy femenino. En el baño nos tomamos fotos sentándonos sobre el inodoro vestidas sólo con lencería.
Su casa era un palacio del travestismo. Nos dijo que su familia salía siempre de viaje en la misma época del año y volvían al término de un mes, tiempo que ella tenía para transformar su casa a su feminidad. Aquella vez fue la primera que no estaba sola, ya que la acompañábamos en la aventura travesti Fernanda y yo.
Los celos que sentía por mis amigas se fueron diluyendo. La verdad es que fue una experiencia muy excitante. Al estar solas las tres, Carolina, Fernanda y yo, todas nos fuimos calentando. Yo las veía a ellas e imaginaba estar vestidas así. Yo estaba linda, pero era como tener varias personalidades, todas como mujer. Carolina me lanzó de pronto una mirada coqueta, guiñándome el ojo y haciendo un gesto masculino mordiéndose el labio inferior. Yo me estremecí por un momento, pues se me ocurrió que podíamos tener sexo entre las dos, pero no me decidía qué papel tomar yo, ya que había empezado a sentir algo de placer al imaginarme como dominante con ella.
Carolina disipó mis dudas volteándome violentamente y respirando sobre mi nuca. No era muy grande, pero era más alta que yo y más fuerte. Me tomó por la cintura desde atrás y al tocar mi trasero con su pene, se acabó su fortaleza. Como ya se sabe, yo gané el título del pene más pequeño de la clase, pero Carolina no estaba muy lejos. En verdad yo me había introducido por atrás cosas más grandes que el pene de Carolina, así que cuando me levantó el vestido y me bajó el calzón, lo que me entró no fue nada importante. Digamos que me penetró con facilidad aunque no voy a negar que lo disfruté, sobre todo cuando ella eyaculó varios chorros abundantes de semen dentro de mis entrañas. Fernanda tenía el más grande de las tres, pero no fue por atrás que sentí su incursión en dentro de mí. Cuando Carolina empezaba a apurar el paso dándome la señal de su inminente orgasmo, Fernanda soltaba su primer juguito lubricando mi boca. Cuando yo estaba bien húmeda por atrás con el semen de Carolina, Fernanda soltó una buena porción de líquido lubricante dentro de mi boca. Yo, desesperada, chupaba su pene, el cual con mis caricias bucales creció bastante hasta que llenó mi boca con su semen y todavía alcanzó para que mi carita de mujercita fuese el destino de más y más leche deliciosa.
Todo me lo metí a la boca y me lo tragué. Mi culito todo pegajoso disfrutaba de seguir lubricado.
Nos bañamos, nos arreglamos con más ropa que nos prestó Carolina, pues la otra la dejamos muy maltratada con nuestros juegos.
De pronto sonó un ruido en el garage. Carolina saltó y gritó “¡Mis padres! ¡Mis padres han llegado!
Ella corría de un lado hacia el otro, mientras se sacaba la ropa de mujer y nos gritaba para que nos escondiéramos en su cuarto.
CONTINUARÁ...