Bondage

Las fantasías sexuales no siempre acaban como uno espera. Esto me sucedió una mañana, hace mucho tiempo.

Bondage.

  • Por fin, te has despertado. Creía que no lo ibas a hacer nunca.

Me despertaba, cuando me iba dando cuenta de cual era mi situación, en dónde estaba, pero sobre todo, en cómo estaba. Me vi amarrado a una cama y desnudo, tan sólo con unos calzoncillos, pero lo más inquietante era que no me acordaba de nada, sufría un ligero dolor de cabeza y además llevaba una mordaza en la boca. Siempre había tenido entre mis fantasías la de despertarme en una cama de una chica, en una situación poco decorosa, pero esto iba más allá de cualquier deseo. Sobre todo porque a la chica la conocía de algo. Rubia, alta, con una larga melena suelta, unos bonitos labios y muy delgada, con un pantalón y un top, ambos de un tono crema, que ceñían sus delicadas curvas. Contoneó su figura y me dedicó una larga sonrisa cuando se puso a arreglar, frente a un espejo y fue paseando por la habitación, sin perder detalle a su huésped.

  • Claro, es Delia, Delia. Pero, eso es imposible.

  • A que no te acuerdas de nada, ¿verdad?.

No, en realidad, no.

  • A ver si esto te refresca la memoria.

Su sonrisa fue entonces, más espectacular, como si, invisibles, unos focos se dirigieran a su rostro para acentuarlo en aquella situación. Cuando, su mano, que estaba apoyada en su cintura me apartó el pañuelo de la boca y con las mismas me besó en los labios. Largo y húmedo, se dedicó un momento a besarme, mientras sus manos se aferraban a mi cuello o me alborotaba el cabello, pero pronto vi que lo que quería era otra cosa. Mientras me estaba besando, también posó una de sus manos en mis calzoncillos para frotarme el pene, que ya se iba empalmando hasta lo máximo. Hasta que al dejar de besarme, su boca ya no buscaba la mía, sino que sus labios se quedaron prendados de mi ropa interior, definiendo con sus comisuras carnosas el tejido de los calzones, al menos un instante. Porque en seguida me lo había bajado, y tras una larga y final sonrisa, antes incluso de que pudiera decir algo en contra, ya había quedado bajo su completo dominio. Primero de su mano, prieta, suave, cálida y bien lubricada por saliva, pero luego pasó a la boca, y esos labios, fruto de un deseo no del todo sano, lo aprisionaron con una dulzura sin igual. Entonces, quise agitarme, proferir un rechazo, pero era imposible. Delia, aquella rubia muy atractiva, me besó de nuevo antes de colocarme el pañuelo como mordaza.

  • Yo me tengo que ir a la facultad, que ya llego tarde. Pero tu no te preocupes, que no voy a dejarte solo.- Me miró, dedicándome una coqueta mirada mientras contoneaba la cintura, al paso del cepillo por su cabello largo, y me vio sumiso, buenecito, intentando inútilmente desembarazarme de la mordaza de las amarras que me retenían a la cama. - He hablado muy bien de ti a unas amigas mías.

Salió, cuando se había cepillado el pelo y estuvo a punto de llevarse el pintalabios a la boca. Apenas tardó en instante en volver y llegó con dos chicas.

  • Bueno, voy a hacer las presentaciones. - Dirigió su dedo índice a una chica morena, con el cabello largo cayendo sobre los hombros y un bonito flequillo, tapándole su nutrida frente bronceada.- Ella se llama Lucía.- Y volvió la mirada a la del pelo ondulado rubio, con un top negro ajustado y abierto en un amplio escote. - Y ella, María.

Se terminó de perfilar los labios con un poco de carmín rosilla, cuando volvió hacia mí. Se acercó a la cama y me revolvió el pelo con sus dedillos largos. Bajó la cabeza y posó sus labios en los míos, marcándome de carmín la boca.

  • Pórtate bien, que mami volverá pronto. - Se volvió atrás y se alisó la falda.- Y vosotras, pasadlo bien, ¿vale?.

  • No te preocupes,- dijo María- seguro que nos vamos a llevar muy bien.

Se había marchado, cuando las chicas se fueron acomodando por la habitación hasta que una de ellas, se dirigió a la cama, con su mano en el pene, sintiendo cómo su miembro se endurecía al paso de sus dedos.

  • Bueno, ¿y ahora qué hacemos?.

  • Besos para todas.- Dijo Lucía.

Las chicas se hicieron hueco en la cama y fueron tomando posiciones en ella, hasta que todas empezaron a marcarme la piel con carmín y el rasgueo de la lengua. Al principio el pequeño grupo aparecía tumbado, comprimiéndome el cuerpo con suaves caricias, el palmoteo de su boca, mientras me agitaba y hacía un esfuerzo sobrehumano por apartarme; pero pronto cada una de ellas iba dirigiendo sus propias maniobras y al poco tiempo ya empezaron a apartarse de lo que hacían en grupo. María se fue distrayendo besándome el pecho y haciendo pasar su lengüita por el pequeño pezón; mientras Lucía, que me estaba revolviendo el pelo con sus dedillos largos, mostrándome una bonita sonrisa pícara, se entretuvo en tomar en su boquita de fresa el lóbulo de la oreja. La morena decidió arrumbarse acariciando con la mano la impetuosa verga que se empalmaba, con el paso de sus dedos. Se dedicó a tomarlo entre su mano y gustaba de frotarlo con la palma bien prieta, primero lento, aunque pronto se despertó la fierecilla que dormía en su interior, y lo hizo con brío y con violencia. Esta morena dirigió sus 185 centímetros de estatura, sofisticada y sexy, que quizás hiciese prácticas de algún ensayo titulado "La teoría del orgasmo, mil formas de estimular el placer en tu pareja", y bajó su cabecita, con esos deliciosos rizos largos, para aprisionar con su boca el miembro viril. Entonces, sus labios gruesos y berbellones bullían, sintiendo al pene en su interior, todo brillante, rojizo y vibrante, con el roce de la lengua por la verga.

Hasta ese justo momento, había permanecido en silencio, con los ojos que me le salían de sus órbitas al sentir como una y otra se iban acomodando a mi alrededor para disfrutar de mi compañía. Mientras ellas no quedaban quietas. Lucía volvió su mirada golosa y dulce, con el cabello largo que caía por sus hombros, pero con un corte sensual similar a las rastas, y giró enseguida mi cabeza a la carita que con tanta saña y fulgor había besado. Decidida entonces a probar algo nuevo, me liberó la boca, y fue a besarme en los labios. Despedí un sonoro gemido, que hizo mucha gracia.

Mis ojos se violentaron, con una mirada apocada al gesto violento de la chica, mientras eran vanos todos los esfuerzos por apartarme de las garras que me aprisionaban y de sus labios que se acercaban hasta hacerse dueña de los míos. Ella disfrutaba besándome, a la vez que movía su trasero, pero la rubia no se contentó sólo con eso, y desnudándose de su azulada braguita, posó sus nalgas sobre mí para que le fuera acariciando los pliegues de su piel vaginal. Sus labios bullían, su boca gemía, con la curva que dibujaba su espalda encorsetada en la escotada prenda y su cabeza en vaivén, moviéndose las largas hebras de su cabello sobre su piel.

  • Sigue, sigue, ¡sigue!.

La morena se río viendo la escena, ella encima, yo debajo. Con la cabeza bajo la entrepierna, con los muslos apretados para que este quedase firme y quieto, siempre dispuesto a dispensarle placer, mientras que sus nalgas temblaban y yo quedase humillado, en su lugar, sintiendo como sus dedos se aferraban a mi pelo para que no decidiera apartarme, ni por un segundo, de esa placentera misión.

  • Haz que me corra.

Sintiendo como se iba agitando presa del goce que despuntaba desde su boca hasta sus pechos empuntados, con sus dedos briosos, que aferraban mi cabello, mientras que su espalda, agitándose, tambaleante, con la cabeza vibrante y su melena dorada, acariciando su blanco espaldar. Pero de pronto, en uno de aquellos instantes, su carita adorable, de suave y blanquecino coral, se elevó a lo imposible, y aún más sus dedillos apretaban mis hebras negruzcas del pelo, cuando la pasión indomable y bucólica hacía derramarse a la chica en su interior. Su gemido, entonces, se convirtió en grito, antes de que por fin se relajasen sus músculos y todo su cuerpo decidiera apartarse de tal elevado lugar, para que sus labios, satisfechos y gozosos fueran a besarme como premio por tan grato momento.

Sonrientes y casi divinas aparecían en frente, cuando la alta del cabello moreno, se arrimó al cabecero y, tras devolverme una mirada jugosa, se estuvo fijando como delimitaba con la vista la forma de sus pechos.

  • ¿Te - tas despistando, cariño?.- Me dijo, cuchicheándome casi al oído.- ¡Cómo en las revistas! ¿no crees?.

  • ¡No, estas son más bonitas!.- Indicó la bajita, elevándose sus senos con las manos.

  • Ya ves como no tienes necesidad que te la machaques con tus juegos manuales, nosotras lo hacemos por tí.

  • Pero, no...

  • ¡Shhhh!

Me posó su dedo índice en los labios y me dirigió su boca a la mía, hasta que me hubiera atrapado en un beso, suave y largo, mientras que una de las otras dos fuese a ponerme la gomita de látex, sobre el pene juguetón. A María, la morena del bonito flequillo caído sobre la frente, le tocó empotrarse la pollita y brincar encima mía, por lo que no tardó en lanzar gemidos. Pero también me dedicaron algunos momentos intensos, gemían, encorvaban sus espaldas, hasta que bien satisfechas, me abandonaron, no sin antes devolverme a una silla y amarrarme las manos. Aunque Lucía todavía tuvo ganas de besarme, antes de ponerme una mordaza en la boca.

Sin luz, amarrado y amordazado con pañuelos, no sé cuanto tiempo pasé, en realidad fue poco, diez, quince, o veinte minutos, aunque me pareció toda una eternidad, cuando en algún momento sentí unos pasos aproximándose y el cerrojo de la puerta. Se encendió la luz y vi la figura que se iba acercando hacia mí. Era una cuarentona, gorda, que se asustó tanto al verme de tal guisa que a punto estuvo de darle un soponcio e incluso de llamar a la policía. Por lo visto, era la asistenta que iba dos veces en semana a poner un poco de orden a ese piso, una solterona a la que pocos -si no nadie- le había puesto una mano encima desde hace mucho tiempo. Al menos hasta ese día.¡No se pueden imaginar, queridos lectores, lo que me costó explicarme, el esfuerzo que puse en convencerla!.