Bombeando
Un casero dominante y prepotente somete a una parejita de novios adolescentes, que caen a su casa-quinta de vacaciones. A ella la usa y la emputece junto a dos amigos más, y a él lo humilla y lo pone a hacer trabajos forzados.
Bombeando
Por Rebelde Buey
Terminamos en ese lugar porque no teníamos un peso para vacacionar. Éramos muy jóvenes, casi chicos, y nos arreglábamos con cualquier cosa, pero aun así aquello era demasiado.
La casa quinta que alquilamos desde Buenos Aires hubiera sido una belleza, como nos dijeron, si acaso estuviese con un mínimo de mantención. Fue llegar y casi deprimirse por el espectáculo: los pastos altos, maleza por todos lados, paredes despintadas y la pileta sucia y vacía.
—¿Qué es esto? ¿Nos están cargando? —increpé al casero, que era el encargado de abrirnos, cobrarnos y controlar que estuviera todo bien quince días después, al dejar la casa. El tipo me miró con desprecio y volví a sentirme intimidado. Era un hombre de unos 55 años, ancho y retacón, con dos cicatrices en el rostro y ojos duros y escrutadores. Era de andar seguro y trato prepotente. Al menos, así se mostró conmigo desde que nos habíamos subido a su camioneta.
En cambio con Tami, mi novia, no había sido así. Tampoco es que era atento, pero la miraba de otra forma.
—No hubo tiempo de hacer los últimos arreglos. Pero vamos a terminar para hoy a la noche —No me hablaba a mí, sino a Tami. Tami era por aquel entonces una morocha de apenas 19 años, delgada y con un cuerpo de modelo. No tenía un rostro angelical pero sí unos ojos felinos que, con su cabello largo y oscuro, le daban un aura de perra fatal. No lo era. Bueno, al menos hasta ese verano.
Tami no parecía molesta, como si la casa quinta arruinada no fuera un problema para dormir, comer y pasar allí quince días.
—Esto es inaudito. Yo no voy a dejar que mi novia viva en este chiquero. Nos vamos para…
—Esperá, mi amor… —dijo Tami. Miraba hacia el fondo, donde había dos morochos cortando unas malezas altas. Estaban en cueros y sudados por el sol—. ¿Seguro que para hoy a la noche terminan?
—Para mañana a más tardar, princesa —le respondió el casero. Tami sonrió halagada. Yo no podía creer el tupé de este señor—. Tengo a Botellón y al Indio para sacar los yuyos y podar los árboles, y a “Rápido y Furioso” para la pintura y la mampostería —señaló a un viejo gordo medio ido, con el pelo muy ralo y teñido de rubio berreta, que rasqueteaba unas paredes. La crueldad del chiste de campo me pegó: “Rápido y Furioso” era a todas luces el idiota del pueblo.
—¿Y usted se va a encargar de la pileta?
—Le informaron mal, porteñito —me dijo con sorna. —No hay pileta este verano.
—¿Cómo que no hay pileta? Nosotros la alquilamos con pileta.
—Se rompió el motor de la bomba y el dueño va a comprar otra con lo que saque este verano. La única forma de llenarla es a mano.
—Entonces nos vamos…
—Mi amor, no sé… Sería un bajón, volver… —veía a mi novia dudando. Yo estaba mandándome un poco la parte para ver si el casero movía aunque sea un dedo por la casa. Claro que podíamos estar allí sin pileta. De hecho, pensaba estar todo el día cogiendo con mi novia, pero la situación era injusta y quería protestar—. ¿Cómo se podría llenar?
El casero contestó:
—Con la bomba manual. ¿Ve? Allá.
Cerca de la pileta había una bomba de agua, de esas que se accionan con una palanca y toman agua de las napas de la tierra. El pobre cristiano que el casero pusiera a trabajar con eso para llenar la pileta iba a estar dos o tres días sin parar.
—Está bien —dije haciéndome el importante—, ponga a uno de sus chicos a trabajar cuanto antes. Eso va a tardar un siglo.
—Nosotros no vamos a hacer nada. La casa se alquiló sin pileta. Si usted quiere la pileta llena, va a tener que llenarla con sus propias manos.
—¿Me está jodiendo?
Me puso una mirada que no dejaba dudas sobre la seriedad de lo que decía. Otra vez me sentí intimidado. Se me acercó.
—Ya me está cansando con todas esas mariconadas de ciudad. Si no le gusta, váyase. Acá estamos trabajando.
Y se fue a repartir órdenes entre los dos chicos que cortaban maleza.
—Mi amor, no te pongas pesado con el casero… —Encima mi novia me regañaba—. ¿Querés que nos quedemos sin casa quinta?
—Pero… ese tipo nos está cagando. ¡Mirá si me voy a poner a bombear con eso!
—Yo no quiero volver a casa. Además, no tenés que llenar toda la pileta, con que llenes la mitad está bien.
—¿Pero vos viste lo que es eso?
—¿Y yo no valgo ese pequeño sacrificio? —me dijo con carita de ángel—. Pensá todo lo que podemos hacer en estos quince días.
Giró para mirar al casero y los dos chicos en cuero. Las curvas perfectas se le dibujaban bajo el jean apretado y no pude evitar imaginármela en la cama boca abajo con un almohadón bajo su pancita, toda su cola redonda a mi merced.
El casero volvió con los dos muchachos.
—¿Y…? ¿Al final qué hacen?
—Nos quedamos —resolvió entusiasmada Tami—. Mi novio va a llenarme la pileta.
El casero me miró con asco y sonrió. Escupió algo de su boca y se corrió para dar lugar a los muchachos y presentarnos.
—Ellos son el Indio y el Botellón… —le hablaba a Tami, a mí me ignoraba por completo. Los dos morochos eran chicos jóvenes de entre 20 y 30 años, fibrosos, de sonrisa rápida y mirada aun más veloz. Se devoraron a mi novia con los ojos, y me pareció que Tami hizo lo mismo. Fue cuando seguí su mirada que me detuve en el bulto que portaba Botellón en sus bermudas. No sé si estaba al palo o no, pero la pierna del pantaloncito hacía como un doblez duro y enorme. Se saludaron con un beso, lo que me llamó la atención. A esa altura Tami se había ido corriendo y me daba parcialmente la espalda. Se había formado una especie de círculo donde yo quedaba casi afuera. Me acerqué para presentarme yo también con los dos chicos, pero el casero me franqueó el paso con el brazo.
—Yo le diría que empiece a bombear cuanto antes porque si no lo va a agarrar febrero y no se va a dar ni un chapuzón.
—Sí, mi amor, José tiene razón —¿Y eso? ¿Desde cuándo llamaba al casero por el nombre? Ni un “don” José, siquiera—. Empezá cuanto antes —Giró y se volvió a Botellón.
—Vaya y empiece a bombear —me ordenó el casero. Tami se dio vuelta porque el tono había sido desubicado e imperativo. Pero no hizo mayor caso y volvió otra vez con Botellón y el Indio.
Destilaba tanta violencia contenida el tono del casero que lo obedecí sin cambiarme de ropa. Vi que don José tomó a mi novia de la cintura al tiempo que le decía:
—Venga que le presento al resto del peonaje y la guio por la casa.
Yo me encontré con la bomba de agua, a unos cinco metros de la pileta. Conecté a la canilla una manguera como la de los bomberos, mientras Tami le sonreía condescendiente a Rápido y Furioso, a quien le estaban presentando. Puse el otro extremo de la manguera dentro del foso de la pileta y vi cómo el casero se metía en la casa con mi novia.
Mientras los dos chicos y Rápido y Furioso retomaron sus trabajos, yo levanté la palanca. Estaba dura de óxido y hacía un ruido agudo. Parecía que se iba a destartalar. Luego la bajé y repetí el movimiento un par de veces. En unos segundos comenzó a fluir el agua, primero sucia y luego ya limpia y fría.
Desde donde estaba podía ver la entrada de la casa y a Rápido y Furioso rasqueteando una pared. Esperaba que Tami se apareciera en cualquier momento. Pero en cambio apareció el casero y fue directo a la camioneta. Sacó un bolso, el de Tami, y volvió a la casa. Lo intercepté cuando cruzó cerca mío.
—¿Qué pasó?
—Su novia quiere cambiarse para estar más cómoda… Siga bombeando.
Ensayé una protesta pero el tipo me tenía calado. Se me vino al humo apenas respiré para decir algo y me apretó la mano contra la palanca que yo mismo estaba accionando.
—Su novia quiere la pileta llena para las vacaciones. Sea hombre y complázcala. Siga bombeando hasta llenarla.
—¡Ay! —grité dolorido.
—¡Maricón! —me dijo. Me soltó y se fue. Quedé dolorido y arrodillado sobre el pasto, tomándome la mano esguinzada. Alcé la vista y vi a Rápido y Furioso disfrutar de la función. Los dos chicos que estaban allá lejos tampoco se habían perdido el espectáculo. Me sentí impotente, solo, dolido. Tuve el impulso de llorar de la impotencia, pero me contuve.
Y seguí bombeando.
Tami se apareció por allí más de media hora después. En bikini. Se había cambiado y ahora andaba lo más campante por el parque casi desnuda. La tanguita turquesa se le enterraba en la cola y las tetas se peleaban por salir del corpiñito.
—¡Nena, estás en bolas!
—¿Qué decís, amor? ¡Es una malla!
Vi a Rápido y Furioso aflojar el ritmo y mirarla con cara de degollado. Se le cayó la espátula y Tami rió por lo bajo.
—Los negros estos te van a violar.
—Dejate de decir pavadas —me desautorizó—. Además, está José. Con él me siento segura, no van a hacer nada estos tipos.
—¿Con José? ¿Pero qué José? ¿Y yo?
—Vos estás para bombear —bromeó. Y comenzó a caminar hacia los dos chicos.
Seguí bombeando, el calor y la sed me estaban matando, y para peor, apareció el casero.
—Va bien —me dijo Y agregó mirando el movimiento del culo de mi novia al alejarse—. Hermosa hembrita... Lo felicito. Dan ganas de bombear y bombear.
Me estaba cargando pero no le iba a dar el gusto de que me vuelva a hacer doler. Hice como que no lo escuché. Tami estaba en el fondo hablando y jugando de manos con Botellón y el Indio, un poco desfachatadamente, lo que hizo que los dos vagos aprovecharan para manosearla con disimulo. Cuando regresó, caminaba insinuante y sensual, como una modelo, sexy como nunca. La vi erguirse al pararse delante de José y éste comerla con la vista.
—Voy a tomar un poquito se sol, amor —me anunció.
—Ya le traigo una reposera, señorita —dijo solícito don José.
Se puso a tomar sol junto a la pileta. Se tiró boca arriba y se puso protector. El casero le daba indicaciones a los dos chicos mientras yo seguía bombeando. Como a la media hora Tami se dio vuelta y llamó a don José, para que le pasara bronceador por la espalda.
—Mi amor, yo te puedo pasar —reclamé.
—No, bichi. No quiero hacerte perder tiempo. Vos seguí bombeando que vas re bien… —se dio media vuelta sobre la reposera y quedó de espaldas. El casero ya se estaba embadurnando las manos con crema y mi novia se desabrochaba el corpiño.
Comenzó a aplicarle el protector sobre toda la piel con suavidad, en la espalda primero, lentamente. El hijo de puta disfrutaba de cada centímetro de piel que magreaba. Y disfrutaba aun mas, estoy seguro, porque yo observaba la vejación a escasos cinco metros. Pronto llegó a los hombros, los brazos, y finalmente se detuvo en la cola. Se llenó las manos de esa redondez perfecta de mi novia y la masajeaba despacio, palpándola y deleitándose con esa carne joven. Yo, carajo, estaba comenzando a tener una leve erección. Pero no de excitación sino de bronca, claro.
—¡Mi amor! —no me pude contener—. ¡Te está tocando!
—No seas tonto, me está poniendo protector. ¿Vas a empezar otra vez con tus celos?
Pero el hijo de puta del casero le estaba pasando la crema bien entre la raya. Mi novia hizo un movimiento y se enterró la bikini muchísimo más adentro, de forma ya desvergonzada. Y José aprovechó para enterrarle la puntita de uno de sus dedos.
Tragué saliva. Mi pija estaba creciendo y endureciéndose de forma inexplicable. Pero seguía con bronca por el avasallamiento. Como no me animaba a decir nada, me desquité dándole más duro y fuerte a la bomba, subiéndola y bajándola con todo, mientras el otro hijo de puta se manoseaba a mi nena.
Cada vez que yo bajaba la palanca, el casero le enterraba un dedo entre la bikini y la entrepierna, y cuando yo la subía, él la retiraba. Una y otra vez, y lo hacía a propósito porque me miraba desafiante con cada leve penetración. Mi novia se hacía la desentendida, como si no le estuviera haciendo nada fuera de lo normal. Estuvieron así un buen rato y me di cuenta que Tami se estaba excitando. Por suerte el jueguito terminó rápido, quizá el casero se amedrentó por mi presencia.
A media mañana yo estaba tan cansado y sediento que arranqué la manguera de bomberos de la bomba y me bañé en el agua helada. Luego me tiré a descansar y casi me quedo dormido. O me quedé. Cuando recuperé fuerzas me despabilé pero Tami ya no estaba junto a la pileta. El casero tampoco. Miré alrededor. Botellón y el Indio seguían quitando maleza y yuyerío, allá tras, y Rápido y Furioso rasqueteaba despacio y mirándome de reojo. Algo andaba mal.
Sí, la ventana del ala norte, la que daba a la pared que Rápido y Furioso rasqueteaba, estaba ahora cerrada, cuando antes estaba abierta. Un salto en el corazón me ahogó. Largué la bomba que ya maquinalmente había agarrado y me dirigí a la casa. El idiota me salió al paso.
—No entre. ¡No puede entrar! —me dijo con su sonrisa ida.
—¿Cómo que no puedo entrar? —Rápido y Furioso no era el casero, nomás era un pobre tonto bueno con una facha bizarra, no me intimidaba. Crucé la puerta con él atrás, suplicándome no avanzar.
Hasta que llegué a la puerta de la habitación norte. Los gemidos de mujer eran fuertes y rítmicos. ¿Mi novia? Quise abrir pero estaba cerrada. Traté de forzarla. Del otro lado los sonidos no paraban, y Rápido y Furioso me agarraba débilmente del brazo para sacarme.
En un momento la cogida paró y la puerta se abrió apenas unos centímetros. Era el casero, y parecía desnudo.
—¿Qué carajo quiere?
—¿Dónde está mi novia? ¡Déjeme entrar! —y empujé. Pero José tenía trabada la puerta abajo, con su pie.
—Acá no se puede entrar. Esto es un asunto privado —Apoyó también el culo y ahora empujar se me hacía imposible.
—¿Mi novia está ahí? ¡Déjeme ver quién está con usted!
Pero el hijo de puta no solo ignoró mi reclamo, sino que hizo algo peor.
—Vení, nenita, vení para acá —le dijo a la que estaba con él. La llevó evidentemente para sí y continuó cogiéndosela, pero esta vez apoyado contra la puerta que yo trataba de abrir.
Me asomé por el poquito de espacio que había y vi que se estaba cogiendo a una chica delgada y de pelo oscuro, igual de delgada y morocha que mi novia, pero de quien no le pude ver el rostro. Ella se apoyó de espaldas a él y a la puerta y se acomodó para —evidentemente— enterrarse la verga del casero.
—¡Tami! ¿Estás ahí? ¡Tami!
—¡Andá a seguir bombeando, cuerno! —me gritó José, mientras se seguía clavando a la que seguro era mi novia, y a la vez trataba de empujar la puerta con su peso, para cerrarla. Pero el que trababa ahora con el pié abajo era yo.
—Tami! ¿Sos vos? —Vi cómo la chica iba atrás y adelante con movimientos repetidos. Y jadeaba. Dios, cómo jadeaba.
Se la estaría violando. Mi noviecita era incapaz de hacerme algo así. Empecé a golpear la puerta con desesperación y tratar de meter el cogote para comprobar si era Tami. Era. Le vi el rostro por un segundo y estaba como poseída por un demonio. Empapada de transpiración, los cabellos mojados sobre sus ojos, mordiéndose los labios de puro placer animal. Recibía la verga de José, totalmente entregada, facilitado por la apertura que el mismo hijo de puta le producía al abrirle con sus manos las nalgas, como si fueran gajos. Le sacaba la pija y se la enterraba hasta los huevos, ahora a una buena velocidad.
—¡Suéltela, hijo de puta! ¡No se la coja!
Pero el casero seguía garchándosela como si nada. A veces se asomaba un poco por la apertura de la puerta y me miraba y se reía, burlón. Y seguía bombeándola. Entonces comencé a implorar, patético:
—No me la coja más, por favor… —Pero eso parecía excitarlo y redoblaba los pijazos—. No me la coja, don José, por favor, no me la coja…
Un minuto después yo estaba de rodillas junto a la puerta y llorisqueando un ruego lastimoso. Cada jadeo de Tami era una cuchillada a mi orgullo, y el orgasmo que el casero le arrancó, notorio, uno a mi hombría.
José se asomó.
—¡Viejo pelotudo, te dije que no quería que entrara nadie! —le gritó a Rápido y Furioso mientras seguía bombeando sin parar como un animal, buscando ahora su propia acabada—. ¡Te voy a descontar el día! —Los jadeos de mi novia se habían aflojado por el orgasmo, pero volvían a crecer—. Andá a buscar a los chicos, y sáquenme a este infeliz de acá que no me puedo coger tranquilo a la pendeja.
Mi novia jadeaba y pedía más, pero en voz baja, como si tuviera vergüenza.
—Tami, no dejes que te coja… No te dejes, por favor…
Cuando llegaron el Indio y Botellón, yo ya estaba saliendo. Me acompañaron hasta la pileta y fui a la bomba, como un autómata. Supongo que para que yo no regresara a la casa, se quedaron cerca mío. Botellón se sentó en la reposera y se quedó charlando con el Indio. Mientras retomé el bombeo, lentamente, lo observé. Por la posición en que estaba sentado, el bulto que le había visto al principio ahora se revelaba, casi expuesto hacia mí, por el hueco de la pierna de las bermudas. Era una terrible pija, como me había imaginado. Pero terrible de verdad. Parecía, efectivamente, una botella. Supe en ese instante que las probabilidades de que esos chicos también me hicieran cornudo eran del ciento por ciento. Botellón se movió otra vez y ahora la pija le quedó absolutamente expuesta. Lo miré a la cara y vi que me estaba viendo. Me puse rojo como un morrón y bombeé más fuerte, más al palo y más cornudo.
Mi novia salió de la casa tres cuarto de hora después, con el cabello mojado y con otra ropa: short y remera blancos. Traía una jarra con jugo y unos vasos, como si nada. Venía sonriendo, más que sonriendo, radiante, feliz. Me saludó con un beso en la frente.
—¿Estás cansado, mi amor? Te traje algo para que repongas fuerzas.
Yo la miraba sin poder creer su comportamiento.
—¿No tenés nada para decirme? —le pregunté indignado.
—Sí, que vas a seguir bombeando todo el día… —se divertía a costas mías—. Y que ya empiezo a preparar la comida.
El almuerzo fue patético. Tami había cocinado algo y yo había puesto la mesa. Pero por órdenes de José, él se sentó en la cabecera y mi novia a su derecha. Los otros rodeándola, y yo en otra mesita más chica y apartada en un costado. La familiaridad con la que se manejaban con mi novia era por demás humillante. Lo que más me molestaba no era eso sino la pasividad o permisividad de mi novia. Parecía que eso estaba bien, que era normal, que así debía ser.
Corrió vino. Bastante. Yo tomé algo y me aflojé. Me di cuenta que ella era objeto constante de manoseos furtivos y bromas mal intencionadas. Pero el vino me hacía más tolerante. Decidí tomar más para dejar esa pesadilla atrás. Y tomé y tomé.
—Bueno, cornudo…—me dijo José al término del almuerzo, con tono paternal y tomándome de los hombros—. Ahora vos te vas a seguir bombeando mientras nosotros nos encargamos de tu chiquita, ¿sí?
—Sí —dije muy borracho, aliviado y muy asumido. Miré hacia atrás de él, Botellón y el Indio le estaban haciendo sanguchito a mi novia, que los aguantaba en el medio mientras le besaban el cuello y le metían mano. La realidad me daba vueltas del mareo que tenía.
—No tenés que espiar, ¿eh? —José me advertía como si fuera un chico—. Mirá que tenés que llenar la pileta…
—Yo les lleno la pileta y ustedes me llenan a Tami…
Estaba decididamente borracho, y José festejó el chiste con ganas.
—Jajaja! ¡Qué pedazo de cornudo sos, nene…! Y no te preocupes que tu novia la va a pasar como nunca… Te la vamos a llenar bien llenita… —Me palmeó la espalda y me despidió—. Ya vas a ver dentro de nueve meses, jajaja…
—Jajaj —me reí yo también.
—Bueno, ahora levantá la mesa y lavá todos los platos que nosotros nos vamos a gozar a tu noviecita… te la vamos a emputecer bien emputecida, ¿querés…?
Y me condujo amablemente a la cocina donde comencé a lavar los platos como un auténtico cornudo.
Los otros tres turros se llevarían a mi novia a la habitación para enfiestársela, estaba seguro. No sabía qué podía suceder con el idiota. Me asomé al comedor: Rápido y Furioso estaba dormido en un sillón, babeando sobre su brazo.
Cuando terminé, me fui a la pileta a bombear. Me habían ordenado no espiar y por alguna razón sentí que debía obedecer.
Pero la sorpresa me estaba esperando en la pileta. Me puse a hacer lo mío mientras me imaginaba cómo se estarían cogiendo a Tami, cuando comencé a escuchar, perfecta y claramente, las voces de los tres hijos de puta y los jadeos de mi novia. Y todo venía de cinco metros.
—Más… más… más… —gritaba Tami—. Así, dame… dame, hijo de puta…
Se la estaban garchando en la pileta. Me estiré y pude ver las sombras de los cuatro sobre la pared más lejana.
Seguí bombeando, feliz, aunque medio abombado, porque mi felicidad venía de escuchar la voz de mi amorcito, que me era grata y la familiar. El alcohol disimulaba la atrocidad de lo que sucedía. Por lo que veía de las sombras y se escuchaba, se estaban turnando. Botellón se quejaba de ir último, y mi novia parecía temer el tamaño de esa pija. Realmente no sé si era así, yo estaba como drogado. En un momento me cansé y me mojé con agua. Me despabilé apenas y fui y me asomé a la pileta. Estaban ahí abajo, con el agua por los tobillos, usando a mi novia. Los sonidos se hicieron más fuertes y ahora no solo escuchaba el jadeo y los gritos de ella, también la respiración de los tres hijos de puta que se la estaban garchando. Botellón estaba sobre la cabeza de Tami recibiendo una felación de película, con Tami chupándolo y cabeceando con su melena oscura, doblada hacia él. Detrás de ella estaban el casero y el Indio. El Indio la tenía agarrada de atrás, clavándole los dedos en las nalgas y la pija bien adentro. La sacaba y la volvía a meter a ritmo lento pero continuo. Tenía una buena pija, aunque nada del otro mundo. Mi Tami deliraba de placer, especialmente cada vez que José le masajeaba el ano y le introducía un dedo. La estaba dilatando para lo que venía. La imagen era como hipnótica, mis ojos simplemente no podían salirse de ahí.
—Le voy a romper el culo a tu mujercita, ¿eh, cornudo? ¿Qué te parece?
José me seguía tratando como un idiota alcoholizado, pero el agua me había despabilado un poco. Se dio cuenta por mi gesto.
—Tomá un poco —me dijo—. Así no te duele la cornamenta… —seguía masajeando el ano de mi novia y lubricándolo con saliva—. Botellón, pasale un poco de vino.
Miré por primera vez el borde de la pileta. Habían llevado vodka, vino y hasta hielo. De todo, menos preservativos.
—¡No quiero! —me rebelé.
Pero Tami giró hacia mí, mientras el Indio no dejaba de enterrársela ni por un segundo, y me dijo entre jadeos:
—Tomá, mi amor… Tomá que te va a hacer bien… Ahhh… Te va a hacer menos cornudo… Uhhh… —Cerraba los ojitos y me señalaba con un dedo la botella que me ofrecía Botellón, desde abajo. Me negué. Botellón fue a la escalerita.
Y apareció con la botella en su mano de este lado de la pileta, poniéndose junto a mí. Estaba desnudo.
—Tomá, mi amor… —me insistía Tami, mientras José ya le metía dos dedos en el ano y la hacía gemir—. Te va a hacer bien….
Botellón puso el tubo de vidrio a la altura de su propia pija y por primera vez vi aquello en todo su esplendor. Era una verga descomunal, aun a pesar del alcohol lo pude advertir.
—Arrodillate —exigió.
No pude no arrodillarme. Estaba muy mareado. Pero además, como subyugado por el poder que esgrimía ese pedazo de pija. Botellón se abrió de piernas, su pija pendulando, y se me acercó. Quedé arrodillado casi entre sus piernas, con la cara cerca de su pija, mirándolo a la cara… aunque de reojo, también a su verga. Me puso su pija cerca de mi rostro. Yo no estaba tan en pedo como para chupársela, si eso pretendía. Pero si el casero me lo llegaba a exigir con alguna amenaza, no sé que hubiera hecho.
—Ahora vas a hacerle caso a don José y a la putita de tu novia… ¡Chupá!
Y chupé. Botellón había puesto la botella de vino a la altura de su pija, pegado a su pija en realidad, y apuntando para abajo, una al lado de la otra. Yo estaba entre sus piernas mamando la botella de vidrio, intoxicándome con alcohol. Pero desde debajo, dentro de la pileta, Tami no veía el truco y se alucinó que le estaba chupando la verga.
Mi novia se revolucionó. Comenzó a excitarse y a pedir pija y que le rompan el culo. Creída que yo le chupaba la vergota a Botellón, y ya con tres dedos de José dilatándole el ano, comenzó a acabar a puro morbo.
—¡Sí, mi amor! —me gritaba como poseída—. ¡Chupá pija! ¡Chupá pija, cornudo!
El guacho de Botellón me tomó de los pelos mientras yo chupaba del tubo de vidrio, y debo admitir que estar bajo ese triangulo de poder que dibujaban sus piernas y su verga, con la cabeza para arriba, lograron un efecto inesperadamente excitador en mí.
—Cómo chupa el cuerno —dijo Botellón, y se rió de la cara de mi novia. Mi novia ya había explotado en un orgasmo y no aguantó más y se levantó para asomarse por el borde de la pileta.
Se decepcionó un poco de la escena armada pero ya venía con mucho envión para rendirse ahí.
—Chupale la pija, cornudo. Quiero verte hecho un putito para mí.
—Mi amor, no… —le supliqué, totalmente borracho.
—Chupale la pija mientras José me rompe el culo…
Botellón levantó las manos y dijo algo así como que hasta ahí llegaba con el jueguito. Y que ahora le tocaba a él. Se metió a la pileta de un salto y se puso de espaldas a mí, levantó a mi novia en el aire, por arriba de su cintura y de a poco se la fue clavando sobre su pija mientras ella gritaba y se agitaba por el esfuerzo por que le entre esa verga.
—¡Ay, qué pedazo de pija que tenés…! —mi novia ya no e acordaba más de mí—. ¡Qué pedazo de pija, hijo de puta…!
Se la enterraba centímetro a centímetro, dilatándola, abriéndola como a una almeja. Tami quedó abrazada a Botellón, de frente a mí, las piernas asiéndolo por la cintura, pegados ambos al borde de la pileta, donde estaba yo. Por detrás de ella se acercó José.
—Llegó la hora de romper ese culazo hermoso, mi amor…
—No, ahora no… Con Botellón adentro me van a hacer mierda…
—Lo lamento, mamita… Los caprichitos que te los banque el cuerno, con nosotros no se jode…
Se le puso atrás y vi cómo mi novia trataba de adelantar un poco su cuerpo, para evitar la embestida del casero. Pero su cuerpo estaba atrapado por Botellón, y este no la dejaba escapar. La cabeza de la verga de José le puerteó el ano y ella trató de zafarse, pero cuando el casero la tomó de la cintura y se agarró la pija para apuntar mejor, mi novia estaba vencida.
—Quietita… No te resistas que va a ser peor… —le decía Botellón. La cara de mi novia estaba tensa. Tenía ganas pero también temor. Don José le empujó la pija unos centímetros. Se la sacó y la ensalivó de nuevo. Volvió a empujar y entró un poquito más. Tami cerraba los ojos.
—Don José, no me la coja por atrás… —supliqué. Con el “don” quise mostrarme más respetuoso—. Déjeme algo para cuando me case con ella…
—No te preocupes, cuerno, te voy a dejar un hijo…
Y le seguía enterrando otro centímetro. Tami lagrimeaba, pero se la aguantaba estoicamente. Me miraba, pero yo no podía sacar los ojos de la fabulosa “rompida de culo” que le estaban haciendo a mi amorcito.
—Tranquila, chiquita —la calmaba don José, y le clavaba un centímetro más. Botellón la estimulaba por adelante, serruchándola muy suavemente con su formidable verga. Otro centímetro de pija avanzó dentro del ano de mi novia.
—No tengas miedo, cualquier cosa acá está el cornudo para apoyarte… ¿no es cierto, cornudo?
—Sí, don José. —dije acariciándome disimuladamente la pija por sobre el pantalón. Estaba muy caliente a causa del vino.
—Ey, imbécil… —me hablaba a mí—. Te gusta como le damos verga a tu novia… ¿eh?
—Sí, don José. Es que ella es hermosa, don José…
—Ahí le estoy enterrando un poquitito más… ya tiene la cabeza adentro… ¿Te gusta, chiquita?
—Me duele… —sufría Tami.
—Aflojate…
—¡Aaay! Me duele, don José… No siga… —mi novia también se había puesto respetuosa.
—Callate, chiquita, yo sé que a vos te gusta. Vas a ver…
Y le seguía enterrando carne de la dura. Mi novia ya lagrimeaba y se mordía los labios y apretaba los puños. Pero se comía la verga calladita.
—Decile… —pidió José—. Decile a tu novio que te gusta…
—Pero me duele… Despacio… Despacio por favor….
—Decile al cornudo que te gusta, putita… decile…
Tami tenía su rostro apoyado sobre el hombro de botellón, y casi pegado al mío. Podía besarla si quería.
—Me está abriendo la cola, mi amor… Me… ¡Ah! Perdoname…. ¡Ahhh! Despacio, porfavorrr… Perdoname, mi amor… No sé por qué lo hago…
—Ya te tragaste la mitad, chiquita… —le decía el casero sobándole los pechitos—. Y acá te va la otra mitad…
—¡Ahhh…! —gritaba de dolor mi novia—. ¡Más despacio! ¡Más despacio, por favor! —Pero el casero estaba entusiasmado. Avanzó otro centímetro—.¡Más despacio, don José! ¡No me entra más!
—¡Shhht! Te entra, chiquita… Claro que te entra… Mirá…
Y le enterraba un poco más.
—¡Me duele, don José! ¡No siga, por favor…!
—Te sigue entrando, mi amor… ¿Ves? Aguantate un poquito más… Dos centímetros más y la tenés hasta los huevos, chiquita…
Con dolor, el formidable y virgen culazo de mi novia se fue tragando el vergón del casero de a poquito y sin ofrecer una resistencia seria. Tragaba aire, sudaba a mares por el esfuerzo que la rompida de culo le generaba, pero se la aguantaba. Y empezaba a gozar. Cada tanto abría los ojos y me encontraba a su lado, casi pegado a ella pero del lado de afuera de la pileta. Y me pedía perdón.
—Mi amor… —me repetía—. Te juro que no sé por qué lo hago… Me tenés que creer… —Mientras, el hijo de puta de don José comenzaba a sacarle y meterle la verga otra vez, de a poco, despacio todavía, y Botellón ya bufaba de calentura y agite, muy cerca de acabarle. —No sé por qué lo hago —y le enterraban la verga otra vez—. No sé… —Y otra.
La cara de puta viciosa que tenía mi novia en ese momento, y el alcohol que yo había tomado hicieron que me animara a sacar la pija fuera de mi pantalón y comenzara a pajearme.
Don José ya se movía mucho más rápido, y comenzaba a darle pleno placer a mi novia. La tenía agarrada de la cintura y le clavaba la pija sin misericordia, mirando morbosamente las penetraciones interminables. Tami comenzó a jadear y mover la pelvis, especialmente para coordinar las dos pijas que tenía clavadas hasta el esófago. Cuando mi novia empezó a acabar a los gritos como una puta, el exceso de calentura hizo que fuera inevitable mi desleche. Las cosas me giraban y mis piernas se aflojaron, pero recuerdo que la visión de su rostro y su cuerpo siendo doblemente usado fue la visión más hermosa que jamás había presenciado. También recuerdo al idiota del pueblo, al otro lado de la pileta, mirando estúpidamente y masturbándose babeante como un imbécil. Me vi reflejado por un segundo y me odié.
Creo que fue el escape de toda esa tensión acumulada, sumado al alcohol y el sol, lo que provocaron mi segundo desvanecimiento. Me recosté sobre el borde y permanecí allí semi dormido mientras escuchaba a Botellón y al hijo de puta del casero llenar de leche a mi novia, entre gritos animales.
Habré despertado una hora después o más, todavía mareado y con un dolor de cabeza que me moría. Me asomé al interior de la pileta y ya no había nadie. En el parque tampoco. Apareció entonces Rápido y Furioso, el idiota, mirándome con sorna. Me señaló y —riendo— me dijo:
—¡Cornudo! ¡jajaja!
Sí, gran chiste. Miren quién se ríe. Le pregunté dónde estaba Tami y me indicó una habitación donde yo sabía que había una cama matrimonial. Quise entrar, estaba cerrada. Adentro se escuchaban risas. Golpeé.
Abrió la puerta el casero, desnudo. Detrás de él se veía a Botellón poniéndose un aceite o algo en la pija y a mi novia recostada boca abajo sobre el catre, con una almohada debajo de la panza para que la cola le quede paradita hacia arriba y a merced de sus verdugos. El Indio también le pasaba a mi novia una crema por la concha.
—Hola, cuerno —me saludó burlón don José—. No te olvidés que tenés que llenar la pileta.
—¿Qué van a hacerle?
—Estamos preparando la colita de tu nena para Botellón… No queremos que la desgarre…
—¡No!
—Tranquilo, no le va a pasar nada… Vos ocupate de lo tuyo. Cuando terminemos de cogértela bien cogida, te avisamos.
—¡La van a hacer mierda! ¡No pueden…!
— Acá todos sabemos lo que hacemos, porteñito… Vas a ver que tu novia se traga toda la verga de Botellón por el culo y sin chistar… Te la vamos a devolver más abierta que un higo en verano.
—No la lastime, don José. Se lo suplico.
Pero don José me miró con indulgencia, me chistó algo como si fuera un tarado y cerró la puerta, sin dejar de recordarme que vaya a bombear para llenar la pileta.
Me fui dejando a mi novia a punto de ser abierta por una verga del tamaño de una botella. Y lo peor era que iba a volver feliz a mí.
Me fui a la pileta a bombear agua con furia. Me humillaban de una forma increíble y sin embargo estaba excitado como jamás en mi vida. El dolor de cabeza no se me pasaba y como a la media hora de estar bombeando comencé a escuchar los alaridos de mi novia, primero de dolor y un buen rato después, de placer.
Se la estuvieron cogiendo sin parar y turnándose hasta la noche, mientras yo meta bombear y bombear.
Esa noche Tami estaba muerta y se durmió casi al apoyar la cabeza en la almohada. Debido a su cansancio yo había tenido que hacer la comida, las camas para dormir y limpiar toda la casa. ¡Como si yo no estuviera también exhausto!
Dormida a mi lado decidí explorarla. No me importaba si se despertaba: a pesar de la excitación, también sentía indignación por lo que se había prestado mi novia. Con mis dedos la toqué abajo, y me asusté de lo abierta que la sentí, tanto la concha como el ano. Mi excitación era tal que tenía la pija como un garrote. Aproveché que estaba de costado y le apoyé la cabecita mía en la cola y la conchita.
Tami se medio despertó.
—Mi amor… Te juro que no sé… Mañana mismo nos volvemos… No quiero que pienses que soy así… Debe haber sido el vino.
Pero ella ya estaba emputecida antes de tomar. En cambio, le dije:
—Mañana vuelven a terminar el trabajo. Porque hoy no hicieron nada…
Se hizo un silencio. Yo trataba de puertearle el ano dilatadísimo.
—¿Cómo que mañana vuelven…? —preguntó finalmente—. ¿Quiénes?
Logré advertir cierto interés.
—El casero. Tiene que terminar de poner esta casa en condiciones… Aunque nosotros nos vayamos…
Otro largo silencio.
—Claro… —resolvió ella, dubitativa—. Mañana nos tenemos que ir… Nos volvemos a Buenos Aires y nos olvidamos todo lo que pasó acá… ¿Sí, mi amor…?
—Sí.
—¿Vas a poder perdonarme alguna vez…?
Yo le había empujado la pija en el ano pero ella había corregido la trayectoria y ahora le puerteaba la concha, que parecía abierta como un vaso de whisky.
—José me dijo que mañana trae dos o tres peones más… —informé. Y callé. Aproveché el silencio larguísimo de ella para penetrarla un poco. Mi pija entró con una facilidad tal que dudé que la estuviera cogiendo. Ella me preguntó:
—¿Para reemplazar a Botellón y el Indio o… dos o tres más…?
—Dos o tres más. Dice que si no pone a cinco o seis a trabajar, ya no llega a cumplir con los tiempos para dejar la casa lista para nosotros…
Escuché su silencio, y su respiración expectante.
—Qué responsable es don José…
Era una frase lo suficientemente ambigua como para dejar de lado la idea de irse pero sin jugarse por quedarse. La tomé de la cintura y le manoseé lascivamente la cola usada, por puro morbo.
—Sí… Me dijo que puede traer más y más peones —Yo apenas la sentía ahí abajo, y sabía que ella, entre el ensanchamiento y los dolores de la cogida, y mi pijita que tampoco era gran cosa, prácticamente no se enteraba qué le hacía—, y que si es necesario va llenar la casa de obreros durante los quince días…
Apenas me había movido dos veces, pero cuando terminé de decir aquello acabé como un primerizo.
—Mi amor… —me dijo dulcemente Tami—. ¿Querés que nos quedemos un día más, a ver si nos terminan de poner bien la casa?
Me estaba rogando con la mirada de quedarnos. La idea a esta altura me encantaba, porque por más que ella me estaba siendo infiel, al volver a Buenos Aires todo se encausaría por los carriles normales y tomaríamos esos dos días como un paréntesis. Con el tiempo haríamos como que nunca pasó.
—Puede ser… Seis tipos tienen que trabajar más rápido que tres, ¿no?
Trabajaron exactamente el doble. Porque al otro día eran seis para cogerse a mi Tami. Apenas llegaron, mi novia fue corriendo hacia ellos para ver a los tres machos nuevos. Había dos grandotes medio hoscos y un tercero más chico que parecía inexperto. En menos de una hora la tenían a mi novia a su servicio, en la cama matrimonial, desnudándose para ellos y metiéndole manos por todos lados. Se la cogieron durante todo el día y de las maneras más diversas. Se turnaban para darle por atrás y por adelante, y cuando descansaban iban a burlarse de mí por estar bombeando como un idiota. Bah, más que nada el casero, que venía seguido a cerciorarse de que yo hacía mi trabajo y a humillarme cada vez que podía. Había dejado de decirme cornudo para pasar a llamarme lisa y llanamente Imbécil o Idiota. Tami no parecía molestarse, aunque a decir verdad casi todo el tiempo estaba dentro de las habitaciones siendo usada como una puta.
Dos veces en lo que duró la jornada sexual me mandaron a comprar preservativos, los que traje muy obediente para comprobar que en mi ausencia, y mientras yo iba a comprar, se la habían estado cogiendo sin forro. Como el primer día.
Así que tampoco se trabajó mucho en la puesta a punto de la casa quinta, ya que los seis peones se la pasaron cogiéndose a mi novia. De modo que al otro día el casero volvió con más gente. Que también se enfiestó a mi chica.
A la semana yo había logrado llenar buena parte de la pileta, aunque las malezas, la pintura y la casa en general estaban tan descuidadas como cuando llegamos. El casero ya había logrado que diecisiete de sus compas del pueblo se cogieran a Tami, la mitad de ellos sin forro. A esa altura yo era un desecho humano, José dormía con mi novia por las noches y me había mandado a mí al galpón de las herramientas, ni siquiera a la habitación de huéspedes. Es que decía que un cornudo como yo no tenía derecho a dormir en la misma casa que un macho de verdad. Mi novia no me había defendido, aunque me había prometido compensarme a la vuelta.
Fueron quince días de locura absoluta, donde Tami y yo perdimos por completo nuestra cordura y razón, donde el casero se hizo dueño de ella y ella le obedecía en todo. En la segunda semana la sacó a pasear por el pueblo casi todas las noches y se la presentó a cuanto amigo o conocido se cruzó, diciendo que era su puta personal. Volvía a la madrugada a dormir con el casero, pero pasaba por mi habitación unos minutos para consolarme y pedirme perdón por su comportamiento.
Ya en Buenos Aires las cosas se precipitaron para el lugar menos pensado. Habíamos prometido no volver a hablar del tema pero fue imposible. Nos casamos al mes. No, no estaba embarazada. Nos casamos porque en esos quince días nos dimos cuenta de cuánto y cómo nos amábamos.
Supimos, cuando nos mudamos a nuestro departamentito alquilado, en el mismo momento en que estrenábamos la habitación haciéndonos el amor, que el verano siguiente y todos los veranos de nuestras vidas iríamos a alquilar esa maldita casa quinta, con ese hijo de puta impresentable de casero que tenía.
FIN
Mi blog de relatos cornudos (no es comercial):
http://rebelde-buey.blogspot.com.ar/
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