Bodas de plata
Las fantasías que muchos matrimonios tienen y no se atreven a compartir se hicieron realidad durante el viaje para festejar nuestras bodas de plata. (Fotos)
BODAS DE PLATA.
Cumplimos veinticinco años de casado con mi esposa y decidimos realizar un viaje de placer para festejarlo. Visitamos las principales ciudades turísticas de Europa, hasta que recalamos en Ámsterdam. Nuestra vida matrimonial ha sido placentera con los altibajos propios de tantos años de convivencia. Ni más ni menos como sucede con otras parejas de nuestra edad. Por supuesto que en determinados temas, por una educación generacional, lo referente al sexo era un tema tabú. A pesar de mi formación religiosa mis fantasías se instalaron en mi mente muchas veces como seguramente pasa en la mayoría de los mortales. Nunca se las hice saber a Alicia que me enteré también tenía los suyos, como luego les referiré.
Salimos de recorrida por la zona roja de la que tanto nos habían hablado nuestras amistades con la curiosidad propia del que la visita por primera vez. Quedamos asombrados por lo que descubrimos; no tanto por la oferta sexual de las prostitutas, sino de los hombres que se ofrecían mostrando sus cuerpos trabajados y sus atributos personales.
Mi mujer es muy recatada y remisa para mostrar sus deseos y sentimientos pero creo que lo que vio la alteró y al sentir el apretón de su mano asida de la mía durante todo el paseo, me hizo suponer que algo la había perturbado.
De regreso al hotel, y luego de cenar le pregunté que le había parecido la recorrida. Se tomó un tiempo antes de contestarme como midiendo la palabras y respondió.
"Hay para todos los gustos", "Jóvenes hermosas, veteranas de varias guerras, y hombres para elegir".
Alentado por sus reflexiones que mostraban un erotismo disimulado le propuse para terminar el día concurrir a un espectáculo porno que me habían recomendado o ver una película hot".
"No creo que me sienta cómoda, así que prefiero ir a dormir", me contestó no muy convencida.
Noté durante la noche su dormir inquieto. Gemidos y sus palabras incoherentes me sobresaltaron. La desperté y mientras la tranquilizaba, la abracé y entre besos y caricias hicimos el amor. En un momento le pregunté por su sueño y luego de negar en principio el motivo de su "pesadilla", terminó confesándome que su fantasía desde hacía mucho tiempo era hacer el amor con un hombre de raza negra. Le había impresionado el que nos había encarado en la calle ofreciéndose para mostrarnos su habitación e invitarnos para gozar de una velada diferente. Él, me confirmó, había sido el protagonista de sus sueños eróticos.
Quedé estupefacto con su confesión pero me dio pié para encararla. "Mañana vamos al cine y después vemos".
Nos levantamos felices y luego de desayunar planificamos el día. Visitaríamos el museo de Van Gogh y por la tarde de regreso, iríamos al cine. No opuso reparos como la noche anterior y la noté distendida y locuaz. Algo en su pensamiento había cambiado.
La muestra del museo me pareció estupenda, pero me pareció que Alicia estaba inquieta y supuse que no sabía como preguntarme por lo que vendría. Me anticipé y saqué entradas para un cine porno sin consultarla. Ella ensayó una tímida protesta, pero ante el hecho consumado no tuvo más remedio que aceptar "Nunca fui a un cine de esos, me da vergüenza", me confesó lacónicamente como defensa.
"Por favor vas conmigo y aquí nadie nos conoce", fue mi argumento.
Luego de merendar, nos dirigimos al cine tomados de la mano. Parecíamos dos adolescentes a punto de cometer una fechoría. Antes de entrar miramos hacia todos lados como dos pecadores, pero por supuesto nadie nos miraba. Nos sentamos en una de las últimas filas y observé al auditorio. Había poca gente. Se apagaron las luces y comenzó la película. Yo había concurrido algunas veces a cines porno años antes, pero la calidad del film me asombró. La nitidez, el color y la proximidad de las tomas eran espectaculares. Alicia comenzó a acariciarme la entrepierna a medida que avanzaba la película y yo le crucé mi brazo sobre el hombro aproximándola. Un negro enorme sometía a una rubia madura que le besaba y succionaba el pene hasta que el protagonista luego de colocarla de espaldas la penetró sin contemplaciones. Los gemidos y las expresiones de placer de la rubia me excitaron. Alicia me besó en la mejilla y luego de desprender la bragueta tomó mi pene y comenzó a masturbarme. Miré alrededor y observé a dos parejas involucradas en lo mismo. Al observar que nadie se fijaba en nosotros llevé su cabeza hacia mi miembro duro y palpitante y comenzó con una mamada como solo ella sabía hacerme.
Cuando terminé Alicia tragó hasta la última gota de semen limpiando la verga dejándome exhausto y satisfecho. Nos besamos antes de que las luces se encendieran y en un susurro al oído le pregunté si había tenido su orgasmo. Lo negó y entonces le dije "Este día va a ser inolvidable y solo nosotros lo guardaremos en secreto hasta la muerte".
Intrigada me preguntó "¿como es eso?".
"Iremos a la zona roja, y allí se hará realidad tu fantasía". "El negro se encargará de terminar con tu calentura y yo filmaré el momento".
"Estas loco, jamás me acosté con un hombre desde nuestro casamiento". "Siempre te he sido fiel".
"Esto no tiene nada que ver, seguirás siendo fiel pues lo consentido deja de ser un engaño y los dos debemos explorar nuestra mente y la sexualidad".
Quedó confundida pero muy caliente por el film que acabábamos de ver y cuando tomé rumbo a la zona roja no se opuso. Caminamos las dos cuadras hasta donde habíamos encontrado el día anterior al negro holandés, para contactarnos. Cuando nos volvíamos, nos vio y cruzó desde un pub. Nos había reconocido.
"Quieren conocer mi lugar", nos preguntó decidido como aquel que conoce a sus clientes.
"Si", me apresuré a contestar antes que Alicia se echara atrás, "¿puedo llevar mi filmadora?"
"Por supuesto si pagan el precio del servicio".
Dick que así se llamaba, tomó de la mano a mi señora. Los seguí. Llegamos a una habitación espaciosa, donde una cama de dos plazas, un diván, una mesa, cuatro sillas y un velador sobre una mesa de luz, eran su único mobiliario. Un espejo y dos cuadros adornaban las paredes. Un baño y una ducha pequeña completaban el recinto.
Alicia estaba absorta, y buscó en mi mirada el consentimiento cuando él le pidió que se desnudase. La noté indecisa hasta que Dick se desnudó dejando a la vista sus atributos masculinos. Yo había puesto mi cámara en funcionamiento. Alicia no dudó más. Se arrodilló y tomó con sus manos la enorme tranca de Dick y la llevó a su boca. Luego de besar y lamer el glande rojo vinoso descubierto cuando se endureció lo introdujo hasta la garganta y comenzó con una mamada lenta y profunda. Dick le tomó la cabeza y al impulsarla hacia sí le provocó arcadas cuando eyaculó. Filmé cuando el semen que no pudo tragar escurría por la comisura de los labios de Alicia cubierta aún con la parte superior del solero. No había atinado a sacárselo por la premura de gozar de esa verga enorme. Dick gemía de placer.
Mi calentura iba en aumento y hacía ingentes esfuerzos para continuar filmando. Dick tenía una tranca fenomenal y parecía insaciable. Colocó a Alicia sobre la cama abierta de piernas y abrió las nalgas para que filmase la vulva y el orificio comparando el tamaño del miembro que le iba a introducir. Era la consumación de mi fantasía. Observar la concha de mi esposa penetrada por otro hombre de enorme verga. Los rosados labios de la vulva contrastaban con el negro de la verga de Dick que jugueteó con el clítoris hasta que Alicia le pidió por favor que saciase su calentura.
Observar el movimiento de mete y saca y los jadeos y gemidos de mi esposa, hicieron que me corriese y gozase como nunca antes.
Dick retiró la verga de la concha y la insinuó en el ano que se abrió generosamente ante los embates de Dick que hizo caso omiso a los pedidos de Alicia que lloraba y gozaba al mismo tiempo.
"Por favor sácala me duele mucho", "me vas a lastimar, no aguanto más". Pero Dick no se detuvo hasta que eyaculó entre las nalgas. Alicia pese a todo se siguió moviendo hasta tener un último orgasmo entre gemidos de placer y palabras obscenas. "Que rico, me rompiste el culo con esa verga negra hermosa".
Se paró. Sus piernas temblaban y tuve que acompañarla al baño. El semen escurría por los muslos y su orificio anal abierto como una flor, fue cerrándose lentamente. Se duchó y cuando salió me besó. Nos despedimos de Dick que la elogió por su entrega y su sensualidad y dejó una invitación para otra oportunidad.
Llegamos al hotel casi sin pronunciar palabra, pero cuando se cerró la puerta de nuestra habitación nos dimos un abrazo y nos besamos con amor para sellar el secreto que solo nosotros guardaríamos. Habíamos cumplido con las fantasías que ambos teníamos desde mucho tiempo atrás y nadie más sabría de nuestra aventura en Holanda.
MUNJOL.