Blanca Rosa, la matrona voluptuosa (05)

Despues de la tremenda paja que le hizo a su esposo, Blanca Rosa sintió que a su culo le faltaba algo, así que fué a buscar a Don Ramón para que le besara el enorme culo. Y luego accedió a los requerimientos sexuales de un joven recién casado que la abordó por la calle... Ella no quería abusarse de la inexperiencia del joven. Bueno, abusarse demasiado...

Blanca Rosa, la matrona voluptuosa 05

Por Mujer Dominante 4

mujerdominante4@hotmail.com

El lunes por la mañana, Blanca Rosa estuvo particularmente inspirada con la paja que le hizo a Alberto, su marido de sesenta y tres años. Se la hizo durar cerca de una hora, con sus manoseos insidiosos, teniéndolo siempre al borde del orgasmo pero sin dejarlo llegar. A sus sesenta y dos actuales, Blanca tiene mucha experiencia sobre como jugar con los hombres, y su pobre marido es su víctima preferida, bueno, la más habitual, ya que todas las mañanas ella lo hace objeto de sus impulsos depravados. Y el pobre termina despatarrado y semi-inconciente, como luego de acabar con esta soberbia paja, que le sacó la leche para varios días. Aunque Blanca Rosa volvería al ataque la mañana siguiente y seguramente se las ingeniaría para despacharlo nuevamente. Ella tiene esa precaución para que en el resto del día su esposo no tenga ánimos, ni esperma, para intentar infidelidad alguna. No es que deba temer tal posibilidad, porque el pobre está boludo perdido por ella, y además queda medio tarumba para todo el día, pero esa rutina matinal de abuso conyugal, Blanca Rosa no se la perdería por nada en el mundo.

Pero, claro, el enorme culo de Blanca Rosa quedó sin atención marital esa mañana, así que ella decidió proveerse de las debidas caricias por otro medio. Se puso su amplia falda, y en vez del traje sastre tapó sus enormes melones con una remera que debió estirar mucho para que le entrara.

Y se encaminó a la portería del edificio.

-Hola, Don Ramón, ¿no sería usted tan amable de chuparme un poco el culo?

Los ojos del encargado brillaron de alegría. -¡Claro que sí, será un placer! – exclamó, recordando el majestuoso culo de la señora amiga. -¡Venga a mi departamentito, que mi señora viajó a visitar a la hermana! –

Blanca Rosa sonrió calladamente, sabía que el portero estaba loco por su culo y que era número puesto para cualquier propuesta de ella.

En el departamento Blanca se quitó la falda, dejando al aire las rotundas turgencias de su gran culo. Y el hombre se arrodilló inmediatamente, hundiendo su cara entre las enormes nalgas. -¡Ay, don Ramón, que bien dispuesto! – dijo halagada, al sentir la caliente lengua del hombre entre sus glúteos.

El hombre se aferró a ese gran culo, tomándola por las caderas. Y comenzó a revolearle la lengua con pasión. -¡No sabe cuanto le agradezco, don Ramón! Esta mañana le hice flor de paja a mi esposo y el pobre quedó como para la ambulancia – explicó, abriendo bien sus nalgas, para que la lengua del hombre llegara a su ojetito.

La situación la estaba calentando cada vez más, y entonces, impulsivamente, tomó la nuca del hombre, la sujetó con ambas manos, y le dio una culeada en la cara. Y luego otra, y otra. El pobre don Ramón estaba sufriendo una paliza de culo en cara, y a cada culeada respondía con un gemido. Y Blanca aumentó la frecuencia de sus aplastadas de cara con el culo, a medida que sentía que iba avanzando hacia un orgasmo. A don Ramón le temblaban las rodillas, señal de que el asunto también lo estaba afectando. Entonces Blanca, con ánimo juguetón, comenzó a mover el culo de un lado al otro, restregándole las soberbias nalgas en el rostro, una y otra vez, hasta que el hombre en su desesperación se aferró tan fuerte que ya no pudo hacer movimientos laterales, y se quedó sintiendo esa lengua que lamía el interior de su ojete. Bueno, si no podía mover el culo hacia los costados, lo movería arriba y abajo. Y el hombre no pudo impedirle esos lascivos movimientos que llevaban el ojete de ella ora hacia lengua, ora hacia su nariz, en forma cada vez más vertiginosa.

Finalmente Blanca Rosa se detuvo porque le estaba sobreviniendo el orgasmo, y manteniendo ambas manos sobre la nuca del portero, le aplastó la cara con el culo, tanto, que la gorda lengua del hombre llegó a unos cuantos centímetros dentro de su ojete. Y ahí le descargó todos los estremecimientos de su polvo anal, durante todo un ratito. Cuando le sacó el culo de la cara, pudo ver la enorme mancha en los pantalones de don Ramón, y lo ayudó a pararse, al fin de cuentas el hombre también tenía sus años. Y en esos momentos estaba con los ojos vidriosos, pero era comprensible.

-Muchas gracias, don Ramón, no se imagina lo bien que me ha hecho sentir. Ya que mi marido no estaba en condiciones de chuparme el culo. Espero que usted también lo haya disfrutado. Ah, veo que sí – dijo, señalando la enorme mancha de semen.

-Ha sido un gusto, señora Blanca – consiguió articular el hombre que todavía seguía con los ojos vidriosos –Venga todas las veces que guste-

-¿Y cuando vuelve su señora?-

-En diez días, más o menos –

-Ah, que bien, seguramente vendré a visitarlo antes...

Y Blanca encaminó sus majestuosas carnes hacia la calle.

El llevar sus grandes melones tan expuestos, marcando los pezones en la estirada remerita, era todo un trastorno. Los hombres a su paso, y algunas mujeres también, abrían los ojos como huevos fritos, como si no pudieran creer en tanta opulencia. Algunos hasta se animaron a decirle cosas.

Al final, Blanca se rindió, y al siguiente que le dijo algo, le contestó:

-Si tanto le entusiasman, usted ¿qué les haría? –

-¡Te los chuparía, mamita!- se trataba de un joven de unos treinta años, la edad de uno de sus hijos, y por el apasionamiento de su voz, Blanca Rosa sintió que podrían hacer buenas migas.

-¿Y nada más?- le preguntó con voz fría.

-¡Te-te los amasaría, y besaría y me haría una paja entre ellos!- dijo el joven.

-Está bien - aceptó Blanca, veremos que tal se comporta, joven.

Y se dejó llevar a un hotel, notando la erección en los pantalones de su galán. Seguramente, pensó, su marido ya se habría repuesto lo suficiente como para encaminar sus cansados pasos hacia el trabajo.

En el hotel Blanca Rosa, señaló el anillo que llevaba el muchacho: -¡Pero, caramba, es usted casado! –

-Sí pero hace poco, y al verla a usted comprendí que algo faltaba en mi matrimonio... – dijo él, abalanzando ambas manos sobre la imponente tetería de su invitada.

Blanca Rosa dejó que el muchacho le manoseara los enormes pechos a través de la remera. Las manos del joven, apasionadas e incansables, pronto llenaron de ardores sus pesados melones. Y Blanca lanzó un suspiro que era toda una declaración. El chico no parecía demasiado apurado por sacar las enormes tetonas de la remera, así que Blanca, atrayéndole la cabeza hacia uno de sus pezones, se lo introdujo en la boca, con remera y todo. El muchacho se prendió con su caliente boca abierta al máximo y su lengua trabajando como la de un enamorado. Blanca supo que era cierto que en el matrimonio de su reciente amigo faltaba algo. Y enternecida por la chupada a través de la remerita, llevó su mano a la entrepierna del chico, liberando su nabo al aire. Estaba completamente erecto y era de un respetable tamaño. Blanca no se animó a acariciarlo por temor a que el joven se viniera y se acabara la diversión para sus tetonas. Eso sí, con un par de deditos le corrió el prepucio, dejándole el glande al aire. El erecto pene se estremeció.

Cambió la cabeza de su flamante enamorado de un tetón al otro, y se quedó sintiendo la chupada. Con su otra mano, el recién casado, le amasaba locamente la otra teta, provocando cierta humedad en los ojos de Blanca, que se estaban poniendo turbios. La matrona recordó la época de la lactancia del mayor de sus hijos, que llegó hasta sus veinticuatro años, y que aún ahora, ya casado, cada tanto repetía. Su nuera no tenía todo lo que hacía falta, y eso, saber que hay cosas en que no puede ser reemplazada por la nuera, es un placer para toda madre. Así que Blanca Rosa comprendía y permitía que su hijo recurriera a ella cuando lo necesitaba. Naturalmente, su marido era ajeno a estas muestras de amor filial, ya que seguramente le habrían producido celos.

Bueno, que la temperatura de nuestra voluptuosa matrona fue aumentando, hasta que decidió sacarse la remerita, para sentir la caliente boca del muchacho en directo. Lo que no previó fue que cuando el joven se encontró con todo el esplendor de esa metería frente a la cara, la pasión lo desbordó y de su polla salió un disparo de leche que dio de lleno en la parte baja del tetón izquierdo. Con mano rápida Blanca le corrigió la posición de la polla, para que la siguiente descarga fuera al otro tetón. Y las que siguieron fueron a parar a cualquier parte, siempre dentro del glorioso torso de la sesenta añera.

El muchacho se desmoronó sobre la cama, de espaldas. –Vaya – le recriminó ella, inclinándose sobre la vencida polla del muchacho, -por lo visto no cumple usted con sus promesas – y con su boca limpió de semen el nabo de su cortejante. –Me había prometido hacerse una paja entre mis tetonas... – Y se metió el miembro del muchacho en su caliente y jugosa boca, acariciándolo con la lengua. La carne joven respondió instantáneamente. Y Blanca sintió ir hinchándose la polla en el interior de la boca. Eso la calentó tanto que decidió quitarse la falda, quedando también desnuda por abajo.

Cuando ya no pudo contener el erguido miembro en la boca, lo sacó casi completamente, y se quedó succionando y lamiendo solo el descubierto glande. Seguramente esto tampoco lo tendría en casa con su reciente esposa. Pero la experiencia es algo que no se encuentra así nomás. El joven recién casado estaba trinando en las nubes, completamente arrobado por la chupada.

Entonces Blanca se tiró de espaldas en la cama para que el joven le hiciera la cubana entre las Tetis. Pero al ver tanta carne esplendorosa, el muchacho se lanzó sobre ella, enterrándole la tranca en la vagina. Blanca iba a protestar, pero una buena y apasionada polla en la concha no es algo que se rechace, así que se dijo aquello de "cállate y disfruta" y dejó que su entusiasta nuevo amigo se solazara con su cuerpo. Así que, rodeándole la cintura con sus sabrosos muslazos, la lujuriosa matrona se dejó coger bien cogida. Al fin de cuentas hacía ya unos años que su esposo Alberto no presentaba ardores semejantes, si bien ella podía darlo vuelta en la cama. Pero sólo una vez al día, lamentablemente. Y sentir esa garcha joven cogiéndole la concha, era una experiencia decididamente romántica. Así que rodeando la cabeza del chico con sus melones, se dedicó a darle gozosos besos de lengua que hicieron perder todo control de la situación al muchacho, cuya pelvis continuó dando embestidas en forma instintiva.

Blanca hubiera querido que la cosa durara más, pero no fue capaz de dejar de comerle la boca al recién casado, ni de responder con su pelvis a cada pollazo que recibía. Así que, llevado por las olas del erotismo, el muchacho se corrió dentro de la apasionada concha de su anfitriona, que le exprimió la polla hasta el último chorro. Por suerte para Blanca, ella también se echó un gran polvo, mientras pensaba que su esposo ya debería de estar por iniciar su nueva jornada laboral, bien desagotado por cierto.

Aunque había acabado, mientras tuvo el nabo adentro, su pelvis siguió agasajándolo con repetidos movimientos que, pese a que el muchacho, había quedado semi-conciente sobre ella, lograron que su miembro no perdiera su dureza. Así que Blanca continuó divirtiéndose durante un buen rato.

Poco a poco fue retornando la conciencia al espíritu de su amante, y con ella comenzaron los vaivenes de su polla, que parecía nuevamente a punto.

Entonces la dulce matrona se lo sacó de encima y lo sentó sobre su panza. –Lo prometido es deuda – le recordó, mirando el erecto miembro apuntando a la línea de separación de sus melones. El joven recordó, y más aún cuando Blanca Rosa, levantándole por las nalgas condujo su polla al medio entre ambas tetonas. El recién casado tomó ambos melones por los costados, apretándose el erecto miembro. Y Blanca tomó las nalgas del muchacho con las suyas para ayudarlo a hamacarse. Ver aparecer la cabeza colorada del glande a cada vaivén entre sus tetazas, la erotizaba irresistiblemente. Y levantando los ojos miraba la expresión de extravío en la cara de su galán. Seguramente, su joven esposita, no tendría algo así para hacerle tan feliz. No, seguramente no lo tenía, porque luego de unos minutos el glande comenzó a echar chorros de espeso semen que fueron a parar a la cara de la encantada matrona, hasta que esta consiguió atraparlo y consumir el resto de la acabada. Pocos momentos antes de que se precipitara la eyaculación del adorador de sus pechos, Blanca le medió un dedo entre las peludas nalgas, bien adentro del agujero, y pudo sentir los estremecimientos de este a medida que el muchacho iba expulsando sus chorros.

-Espero que a usted no le incomode si yo me masturbo a su lado – le dijo a su yacente enamorado, mientras metía la mano en su concha, con los muslazos bien abiertos. Y acariciándose apasionadamente, dejó escapar tales gemidos y jadeos de placer, que cuando tuvo su glorioso orgasmo, pudo ver la polla del muchacho nuevamente erecta.

-No, por hoy es suficiente. Debe usted dejar algo para su mujercita – dijo, mirando con pena el simpático aparato. –Pero otro día, si desea usted continuar agasajándome, podemos continuar. – Y le extendió su tarjeta, con el teléfono y los horarios en que no estaba su esposo.

-Fue un gusto conocerlo – dijo al salir de la pieza, mirando a su despatarrado admirador, con su nabo al palo, panza arriba en la cama. El muchacho no supo muy bien que contestar, pero sin duda había recibido una lección de urbanidad. "Así es el amor" pensó Blanca, "el respeto mutuo es lo más importante". Porque ella sabía que este muchacho sentiría de ahí en más un respeto fanático por ella. Así que seguramente le presentaría sus respetos muchas veces en el futuro. Y ella procuraría dejar algo para su joven esposa, ya que las jóvenes esposas también merecen respeto.

Cuando salió a la calle se presentó a su mente la imagen de su mano pajeando una hermosa polla, alguna un poco más grande que la de Alberto, su marido, y decidió que alguno de estos días visitaría la asociación senegalesa, llevada sin duda por la inspiración. Ella había sondeado la opinión de su esposo con respecto a las diferencias raciales, y por suerte él no tenía ningún tipo de racismo. Así que todo estaba bien.

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