Blanca Rosa, la matrona voluptuosa (02)
Blanca Rosa, la señorona de 62 años, encandila a un señor con la vista de sus rotundos muslos, levantando las faldas descubriendo su intimidad desnuda, pero como esto ocurría en la plaza, un niño había entrado bajo su falda a buscar su pelota...
Blanca Rosa, la matrona voluptuosa 02
por Mujer Dominante 4.
Para los que no leyeron el relato anterior sobre Blanca Rosa, haremos una breve descripción. Imagínate una estupenda mujer en sus sesenta´s. Formas abundantes y rotundas, con carnes macizas, lo que hace aún más espectacular su enorme culo y sus tremendas tetas. Durante toda su vida Blanca Rosa no tuvo dificultad alguna para bajarse a cuanto muñeco se le cruzó. Y al parecer sigue sin problemas al respecto. Jóvenes, medianos o maduros, sucumben ante la potencia irresistible de esta mujer experimentada y lujuriosa. Aunque prefiere a los jóvenes.
Blanca Rosa sabe como lograr la excitación de un varón, y luego exprimirlo para su propio disfrute. Empezando con su esposo, a quien todas las mañanas ordeña para dejarlo tranquilito y exento de infidelidades para el resto del día. En cambio a Blanca Rosa, este ejercicio matinal le estimula el apetito. Y ya sabes a qué clase de apetito me refiero. El marido no sospecha nada. Pero el pobre está tan tarumba con ella que no anda con disposición alguna para sospechas y suspicacias. Así que su mujer coje como loca, y él lo más feliz. Ojos que no ven, corazón que no siente...
Dominar a los hombres es para ella un verdadero vicio. Una forma de perversión, que sabe muy bien como llevar a cabo. Y también con las mujeres, ya que a la hora de subyugar la voluntad ajena y someter a sus víctimas a sus gustos depravados, no le hace asco a nadie. Lo que más le gusta es el proceso de irlos seduciendo hasta tenerlos a disposición de sus depravadas perversiones.
Y tan decente que parece... Con sus trajes sastres y sus ropas formales y anticuadas. Además de su costumbre de no acceder al tuteo. Pero ella, con su mirada y sus gestos se las arregla muy bien para seducirlos y llevarlos hasta donde ella quiere.
Esa mañana, después de sentarle el culo en la cara a su sometido esposo y tenerlo al borde de la asfixia hasta que el pobre se corrió, Blanca le echó una meada en la cara, y mientras él se quedaba desparramado y en estado de éxtasis en la cama, ella salió a pasear con su habitual aspecto señorial.
Nadie habría supuesto que bajo sus amplias faldas, no llevaba bombacha. Pero a ella le gustaba sentir el aire en la concha, le daba una sensación de erotismo y libertad, o mejor dicho, libertinaje.
La mañana era espléndida y los pasos de Blanca la encaminaron al parque. Decidió sentarse sobre una de las altas raíces del ombú, así que acampanando su pollera, puso su culo directamente sobre el tronco. Si llegaban algunas hormiguitas, mejor, más diversión.
Frente a ella había algunos niños jugando a la pelota. Y no tardó esta en rodar rumbo a nuestra veterana. Blanca Rosa separó las piernas y levantando un poco la falda dejó que la pelota quedara atrapada, volviendo a bajar la falda. Uno de los niños se le acercó. "Doña, ¿me devuelve la pelota?" "Claro, pasá a buscarla, querido" y levantando la falda dio una amplia visión de sus muslotes y vagina a un hombre que sentado en un asiento a pocos pasos, se sintió atraído por la escena. Los ojos del hombre se abrieron como dos huevos fritos. Y vio como el niño desaparecía en las profundidades detrás de la falda.
El niño tardaba en salir. Y los ojos de la matrona se humedecieron, con una expresión perversa en su leve sonrisa lasciva. Cuando vio que la mujer removía su trasero sobre el improvisado asiento, la imaginación lo traicionó y le sobrevino una inesperada erección. El niño tardó más de tres minutos en volver a aparecer con la pelota en la mano, tenía la cara de todos los colores y el pito parado bajo el pantaloncito. La mujer también estaba de todos los colores. Y continuó removiendo el trasero sobre su apoyo, por algunos minutos más. Luego tuvo varios intensos estremecimientos en sus zonas inferiores, para luego quedar tranquila, como relajada. El que no quedó tranquilo, ni relajado fue el hombre, que no podía creer lo que había presenciado, o lo que había imaginado. Y su mirada se encontró con la de la matrona, que le hizo un gesto de empatía, como quien dice "así son las cosas..." Luego ella le sonrió. Y, como movido por un resorte, el hombre se levantó, encaminándose en su dirección. Ni intentó disimular la furiosa erección bajo sus pantalones.
"¿Le gustó el paisaje, caballero...?" le sonrió ella con una indudable doble intención.
"Mucho, y especialmente el paisaje bajo su falda..."
"Ah, sí, la naturaleza, especialmente la naturaleza femenina. Pena que se ha perdido usted los aromas..."
El hombre tragó saliva, y se imaginó los aromas que se estaba perdiendo. "Y no podríamos hacer algo para que yo pueda sentir esos aromas...?" preguntó ansioso.
"No aquí, en el parque", la dama le dio una mirada insinuante, "pero si usted dispone de algún lugar más íntimo, podré dejarle oler mis íntimos aromas..." Y agregó: "al nene lo volvió bastante loco, pobrecito..." "pero usted es un adulto y sabrá apreciarlo con más madurez, pienso..."
El caballero proveyó del lugar íntimo. Y Blanca Rosa proveyó de los aromas, los jugos y demás especialidades suyas.
Como el señor había sido cautivado por la escena del niño debajo de las faldas de nuestra dama, ella decidió hacerlo participar de la experiencia. Así que sentándose en un silloncito bajo, sin respaldo, permitió que el caballero accediera a las intimidades que escondía bajo su amplia falda, que levantó para que su amigo entrara, para luego volverla a bajar.
Este tipo de situación la calentaba enormemente, así que puedes imaginarte el olor de sus secreciones íntimas. El pobre hombre no tuvo que imaginárselas, teniendo una experiencia de primera mano de la intimidad de Blanca Rosa. El resultado inmediato fue una erección que formó una carpita dentro de su pantalón. La tela de la falda era porosa, pero dentro de ella las condiciones climáticas eran mucho más concentradas que afuera, y el hombre respiró esos olores con efectos embriagadores sobre su psiquis.
Para que no tuviera que cambiar su posición de espaldas, Blanca Rosa adelantó su culo, de modo de sumergirle la cabeza entre sus gruesos muslos, dejando el resto librado a la inspiración del sujeto. El sujeto, primero llenó sus fosas nasales con los olores sexuales que emanaban de las zonas húmedas de su anfitriona. Pero pronto comenzó a besar la parte trasera de los muslos, el lado de abajo. Blanca sintió un estremecimiento de placer al sentir los labios, la caliente respiración y la lengua del hombre.
Y cuando sintió que los besos y lamidas avanzaban en dirección a la unión de sus muslos, fue separándolos para dar acceso a su visitante al corazón de su intimidad. Y pronto sintió su lengua tanteando el interior de su vagina. El esclavo se comportaba como correspondía.
Así que lo dejó lamer sus intimidades por un ratito, mientras sus jugos iban bañando el rostro de su víctima. El hombre bufaba de excitación, atrapado en medio del aire enrarecido en que se encontraba su cabeza.
Cuando adelantó un poco más su concha para restregársela a gusto en la cara del caballero, este fue superado por la excitación y de la cúpula tirante de la carpa en su pantalón, comenzó a brotar un líquido pringoso y blanco, dándole el aspecto de una cumbre nevada. Fue entonces cuando Blanca Rosa, siguiendo el impulso de su propia calentura, le bajó el rotundo culo sobre la cara, y se echó un gran polvo que el hombre recibió en cada estremecimiento, próximo al desvanecimiento por asfixia. Antes de que el caballero sucumbiera, Blanca levantó el hermoso culo para permitirle respirar, para luego volver a rodearle la cara con sus grandes nalgas.
Luego se levantó, y alisándose la gran pollera, dejó al semi-desvanecido candidato, despatarrado a sus pies, en el suelo.
"Muchas gracias, caballero, espero haber saciado su comprensible curiosidad sobre lo que ocurre bajo mi falda. Cuando quiera otra sesión, sólo tiene que avisarme." Y le dejó una tarjetita con su teléfono y los horarios en que no estaba su esposo.
La mancha en el pantalón del hombre se había esparcido en un radio de diez centímetros, y continuaba creciendo.
Blanca salió a la calle con un delicioso sentimiento de triunfo en su arte de pervertir a los hombres.
Y moviendo sus majestuosas carnes con su estilo señorial fue a buscar algún nuevo contacto, alguna nueva amistad viril. No tenía por qué ser enseguida ya que ella no se veía a sí misma como ninguna clase de ninfómana. Así que se decidió ir a pasar un buen rato al cine.
Entró a ver una película romántica, y aunque la sala estaba casi vacía, se sentó al lado de una chica que parecía ensimismada en la película.
Blanca Rosa decidió tomarse su tiempo. Así que se desabrochó el traje sastre, dejó sus macizas tetas al aire y se abocó a ver la película, apoyada en el respaldo del asiento. Y dejó que los acontecimientos siguieran su curso ineluctable.
Todas las mujeres han tomado la teta, como los hombres, de bebés, de modo que para cualquier mujer un buen par de tetas no es algo que la deje indiferente. Blanca sabía que con el rabillo del ojo, la chica percibiría algo raro, y eso la impulsaría a dar una mirada breve y casual. Y allí se encontraría con el suntuoso tetamen de nuestra heroína. Así que ahora todo era cuestión de esperar a que las cosas alcanzaran su punto justo.
El momento no tardó mucho, pronto las miradas de la chica fueron atrapadas por los melones al aire de Blanca Rosa. Y ella sabía el efecto que estos producían en las mujeres. Así que dejó que la ansiedad de su vecina siguiera creciendo.
Cuando escuchó que la respiración de esta se estaba agitando, pasó su brazo por detrás de la cabeza de la mujer, que quedó a un palmo de sus tetazas turgentes. Su víctima se quedó mirándolas, totalmente subyugada. Entonces Blanca cruzó una mirada con ella, y con esa mirada la atrapó. Sacando las tetonas aún más para afuera, tomó suavemente la cabeza de la otra y la inclinó sobre uno de sus pezones. La mujer se quedó paralizada por la sorpresa, pero Blanca le empujó la cabeza lo suficiente como para meterle el pezón en la boca. La chica se rindió al erotismo de la situación y abriendo más la boca comenzó a succionarle el gordo pezón. Blanca le acarició la cabeza a medida que sentía como iba creciendo la pasión que sus tetazas sabían producir. Eso era algo seguro. Y su nueva víctima estaba sucumbiendo como todas las anteriores. Blanca se permitió algunos jadeos como para animarla. Y le manejaba la cabeza, para que ella supiera quién dominaba la situación.
Seguramente su vecina de asiento no se esperaba semejante situación, pero Blanca la escuchó ir tragando su propia saliva durante la lamida, y podía ir escuchando la respiración cada vez más fuerte de la mujer.
Girando un poco el torso hundió la cara de la mujer entre sus pechazos, y se los restregó a gusto por el rostro, para después ponerle el otro pecho en la boca. Cuando le miró la cara pudo ver la mirada extraviada de la mujer, que había caído completamente bajo su poder. Así que manejándole la cabeza comenzó a aplastarle el tetón de turno contra la indefensa cara. La chica había lanzado sus manos para apretarle las tetas con apasionamiento. Y los aplastamientos de tetón-cara se estaban haciendo algo más rítmicos, hasta que sintió los gemidos de la subyugada mujer, que estaba avanzando hacia un insólito orgasmo. Así que Blanca continuó con su tratamiento, permitiéndose pequeños mini-orgasmos, por la chupada húmeda y caliente de su nueva esclava. Cuando escuchó que la respiración de la chica se entrecortaba como signo del inminente orgasmo, le apretó más fuerte la cara contra el pecho, y continuó así, dominando a la muchacha hasta el fin del orgasmo de esta. Entonces le metió mano en la concha. Estaba mojadísima. Y con fuertes caricias lascivas y apretones la hizo acabar dos veces más. Y ella tuvo su propia estruendosa acabada, con la boca de la chica aplastada por su tetón. Luego le mantuvo la cabeza con tiernas caricias. Y cuando le levantó el rostro le dio varios profundos besos de lengua, dejándola totalmente apabullada. Luego guardó su tetería, volvió a besarla en la boca y se levantó, dejándola desmoronada en el asiento, no sin antes darle su tarjeta. "Llameme, mi cosita, no se arrepentirá"
Y se alejó con su paso señorial.
Esa noche su marido tuvo una sorpresa extra.
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