Blanca del Segundo Origen
Blanca Topovich, la nueva becaria, participa en una investigación sobre conducta animal que no es lo que parece, y que puedo arrojar alguna luz acerca de lo que ocurrió después del fin del mundo.
La nueva becaria avanzó con desparpajo por el laberíntico pasillo en dirección al despacho del catedrático Pérez. Su más que brillante expediente académico al fin le servía para algo práctico. Lástima que lo suyo no fuera la investigación en conducta animal sino el estudio del espectro emotivo, pero el hecho de que el departamento de Psicobiología animal se hubiera interesado por ella y le hubiera conseguido una beca de colaboración, no sólo la halagaba sino que además le proporcionaba unos ingresos que le permitirían continuar formándose. Con suerte en unos años el Departamento de Estudios Emocionales volvería a ponerse en marcha y ella sería la primera en participar.
La becaria asomó la cabeza con decisión mientras golpeaba en el marco de la puerta con los nudillos:
—
¿Se puede?
—
Pase, pase ¿es usted la señorita Blanca Topovich, verdad? Excelente expediente, estoy impresionado…
Blanca pasó al despacho y miró al catedrático Pérez. Le pareció mucho más grueso y más gris que cuando lo tuvo como profesor de Técnicas avanzadas de laboratorio en segundo.
—
Es una lástima que no tenga ningún tipo de experiencia en estudios animales ¿verdad?…veo que no es su especialidad. Sin embargo su rendimiento en Estadística Intercinética y en Conclusivismo Periférico es envidiable. Precisamente necesitamos a alguien como usted...Entenderá que tendrá que comenzar desde abajo…no dando de comer a los animales ni higienizando los cubículos, desde luego, pero sí familiarizándose con el experimento, conociendo las variables que tendrá que manejar después, ¿lo comprende, verdad?— El catedrático emitió una risilla por debajo del bigote que irritó a Blanca. En realidad todo él le resultaba irritante: sus ojillos pequeños e inquisitivos, su bigotillo mal cuidado, su corpulencia, su manera de sentarse pesadamente, como una mole gris e inestable. Y especialmente aquella manera de repetir “¿verdad?” a cada momento.
Pérez alzó una de sus gruesas manos al tiempo que gritaba:
—
¡Roque! ¡Pase al despacho!
Al instante apareció un joven negro como el tizón que a Blanca le pareció más que atractivo. Tanto que por un momento olvidó irritarse con el catedrático.
—
Roque, le presento a la nueva becaria, la señorita Blanca. Es la sustituta del señor Giggio. Deberá instruirla hasta el detalle: muéstrele todo lo referente al experimento, que entre en el laboratorio, que maneje los parámetros, que conozca las variables, que haga turnos durante al menos una semana. Quiero que cuando analice los datos sepa exactamente lo que está haciendo. Este trabajo es especialmente importante.
Roque y Blanca salieron juntos: el joven caminaba unos pasos por delante mientras se dirigía a los laboratorios:
—
Sígueme por aquí, te enseñaré las instalaciones, así podrás empezar enseguida.
Roque estaba de buen humor. Giggio, el anterior becario, era un tipo aburrido y silencioso, con una limitadísima conversación si se salían del tema académico, y le olían los sobacos. Por suerte había abandonado el departamento cuando recibió un premio a la Excelencia para jóvenes investigadores, y ahora se encontraba a muchos kilómetros de allí, seguramente rodeado de colegas igualmente aburridos y olorosos.
Blanca, sin embargo, olía de maravilla, era inteligente y bonita (a su expediente y a la vista se remitía) y, lo más importante, pasaría mucho rato con él. El joven abrió una puerta e invitó a su acompañante a pasar. Blanca se tapó la nariz con un gesto de profundo desagrado.
—
Lo sé, lo sé— dijo Roque sonriendo— el olor no es muy agradable, pero acabas acostumbrándote. Es el pienso, los desechos, en fin un poco de todo. Y el calor. Son animales diurnos y además necesitan temperaturas cálidas, así es que, como aquí trabajamos con la luna, les hemos cambiado el ciclo: iluminamos intensamente la sala por la noche y la oscurecemos durante el día.
Blanca paseó con precaución entre las jaulas que se distribuían en hileras a lo largo y ancho de aquella enorme nave.
—
Aquí están los sujetos experimentales con los que trabajaremos esta semana— prosiguió Roque—Seis machos y seis hembras. Todos están esterilizados, excepto, claro está, los que se usan para investigación en conducta maternal. En aquel lado tenemos a los de las próximas semanas, y al fondo los que pasaron por el experimento y ya no sirven.
—
¿Qué hacéis con ellos?— preguntó Blanca acercándose a las jaulas donde los animales parecían dormitar.
—
Se eliminan. Ya no aprovechan; pasaron una condición experimental y no son útiles para ninguna otra investigación. Por decirlo de alguna manera siempre necesitamos sujetos vírgenes, sin experiencias previas, y más en este caso en el que manejamos variables de estrés inducido.
Blanca se quedó por un momento mirando a los sujetos experimentales. Roque se le acercó desde atrás:
—
No te preocupes— la tranquilizó— de eliminarlos se encarga el mozo de laboratorio, y lo hace de una manera limpia: simplemente se cierran los cubículos herméticamente y se llenan de un gas mortal…apenas unos segundos. Además— añadió sonriendo— después de la descontaminación, los cuerpos son llevados a la Reserva y sirven como alimento a los carroñeros. Ya sabes, el ciclo de la vida.
Roque parecía divertirse con los gestos de repulsa que la becaria se esforzaba por disimular. Ella giró por un pasillo estrecho flanqueado por jaulas vacías y Roque la siguió encantado. La tenía muy cerca. Blanca lo sentía detrás de ella, muy próximo: aquella situación en la que se mezclaba el asco y el agradable calor del cuerpo de su acompañante la excitaban inexplicablemente. Se detuvo en seco de manera que Roque, tan cercano a ella, no pudo evitar chocar. Los dos rieron nerviosos.
—
¿No te dan pena?...Quiero decir que están aquí encerrados, sometidos a tensión para luego ser eliminados…
—
Blanca, son sólo animales y te conviene recordarlo. Nosotros también pertenecemos al reino animal, es cierto, pero las diferencias son obvias. No les mires a los ojos, no personalices, no les pongas nombre ni tengas un preferido. Somos observadores, describimos la conducta y luego la analizamos para sacar conclusiones. Si es extrapolable de una especie a otra, lo hacemos, y en eso consiste la investigación básica. Pero si crees que no podrás cumplir, ahora es el momento de decirlo…
—
Puedo hacerlo…—dijo Blanca convenciéndose de que aquello no era más que un puente hacia su verdadera vocación.
Durante una semana completa Blanca iniciaba su jornada a las siete y media de la tarde. Roque casi siempre la recibía en la entrada del laboratorio y aprovechaba cualquier ocasión para interrumpirla trayéndole algo de beber, contándole algún chiste o masajeándole los hombros cuando pasaban las horas y ella, sin poder abandonar el experimento, se quejaba. Trabajaban por turnos: tres parejas experimentales cada uno, con pequeños descansos que les permitían charlar e ir conociéndose. Blanca, aún inexperta en la metodología experimental, se sentía más segura cuando tenía a Roque al lado, y Roque se sentía más acompañado durante su turno, si Blanca permanecía junto a él.
Cuando llegaban, el mozo de laboratorio, un tipo canijo y de mirada inexpresiva, ya había dispuesto los seis cubículos sobre la cinta transportadora, de modo que ellos sólo tenían que accionar un sencillo dispositivo para que la jaula apareciera en la sala de observación o desapareciera camino al almacén del laboratorio, presentándose a su vez la siguiente jaula. En cada cubículo había una pareja de sujetos experimentales: macho y hembra, que habían sido privados de alimento y agua o bien, si pertenecían al grupo control, recibían una alimentación estándar.
Roque tenía razón, la joven pronto se acostumbró a aquel olor que al principio le producía arcadas y fue capaz hasta de comer un tentempié con una mano, mientras con la otra manejaba el teclado del mecanoanotador.
Blanca marcaba en una planilla el tipo de conductas que mostraban los animales según una lista ya elaborada: acicalamiento, amenaza, huida, sumisión, exploración social, apareamiento y hasta treinta variables más, y, finalmente, anotaba el número de heces y su aspecto como indicativo del nivel de estrés sufrido por los sujetos experimentales. Todo ello era cuidadosamente apuntado tras periodos de media hora de observación rezumante de aburrimiento. Si no fuera porque Roque no paraba de revolotear alrededor de ella hasta llegar a distraerla hubiera renunciado a su beca y a su futuro sólo por salir corriendo de allí.
Aquella tarde hacía un calor espantoso. El climatizador se mantenía a una temperatura constante de 30 grados y el humidificador prodigaba vapor de agua sin medida, pero hasta el día siguiente no vendrían los técnicos a repararlo. Blanca arrodillada en la banqueta y acodada en la mesa tomaba notas con desgana. Roque abrió la puerta sonriendo. Traía dos helados de nieve aromatizada.
—
Gracias, gracias, gracias— exclamó Blanca— ¡creía que iba a derretirme!
Aprovechando el interludio del cambio de jaulas saborearon el helado con calma. Roque observaba la lengua de Blanca, que lamía despacio la nieve rosada totalmente concentrada, con los ojos entrecerrados y emitiendo suspiros de verdadero gozo. No podía apartar la vista de ella mientras su propio helado comenzaba a derretirse y a gotear por su mano. El joven sintió un cosquilleo en la entrepierna que intentó acallar levantándose bruscamente.
—
Sigamos— exclamó Blanca recompuesta, complacida por la reacción de su compañero pero sin dar muestras de haberse dado cuenta. De nuevo se arrodilló en la banqueta y accionó el dispositivo de cambio de jaula, al tiempo que acentuaba la lordosis natural de su espalda, ofreciéndose como si no fuera el asunto con ella. Roque se acercó desde atrás y la rodeó con sus brazos, un poco inseguro porque las voces que llegaban del exterior del laboratorio le hacían sentirse incómodo. Blanca presionó con su trasero el miembro erecto de Roque quien se deshizo con rapidez de lo poco que llevaba puesto para, de un empujón brusco, penetrarla. Ella estaba tremendamente excitada, aquellas planillas absurdas, los animales golpeando contra los barrotes de las jaulas en un motín improvisado, el calor, las voces provenientes del pasillo, ahora las planillas cayendo al suelo, planeando en el aire, luego el mecanoanotador que apartó de un manotazo para apoyar su pecho contra la mesa, Roque empujando una y otra vez con desespero, conteniendo los dos sus jadeos, él tan negro, ella tan blanca, date prisa Roque que nos pillan, alguien va a entrar, date prisa, y el orgasmo casi compartido, ella apartando a Roque de un empujón al tiempo que se abría la puerta y el catedrático Pérez, con sus ojillos inquisitivos, asomaba su corpulencia:
—
Roque, cuando pueda, le quiero en mi despacho.
Blanca se recompuso rápidamente, recogió los papeles y enderezó el mecanoanotador.
—
No soporto a Pérez…es…asqueroso…— dijo aún recuperando el aliento— ¿Has visto cómo nos miraba? Capullo…y esa simpleza en la forma de plantear absurdas investigaciones que no son más que réplicas de otras… ¿Cómo pudo llegar a catedrático?
—
No te precipites en tus juicios, Blanca. — le advirtió Roque— las cosas no son casi nunca como parecen. Pérez es mucho más inteligente de lo que imaginas, es más, yo diría que es uno de los investigadores más inteligentes con los que contamos en el país…
Blanca escuchaba con una mueca de incredulidad mientras se arreglaba el pelo. Se sentía completamente contrariada, y molesta.
El joven suspiró y la miró fijamente. “Allá vamos de nuevo”, pensó Blanca irguiéndose con entusiasmo, sin embargo Roque se limitó a apartar la vista y comenzó a hablar:
—
Te contaré algo sobre Pérez; las raíces de su árbol genealógico se pierden en las profundidades del Primer Origen. Su linaje hizo grandes cosas, incluso en los tiempos más oscuros de nuestra historia, el apellido de sus antepasados mantuvo su brillo por encima de cualquier calamidad. Sin embargo ahora, desde el gobierno del Segundo Origen, se ve obligado a esconder su pasado y a renegar de sus ancestros si no quiere perder su puesto y su posición social. Este experimento no es sólo lo que parece ¿lo entiendes?— inquirió Roque con gesto grave— Todo lo que has hecho hasta ahora no es más que la investigación oficial: sujetos experimentales sometidos a situaciones clásicas de estrés inducido: frío, calor, hambre, dolor…A partir de ahora las hipótesis varían, y es tremendamente importante que guardes silencio al respecto…Nadie, y recuerda bien, nadie, puede saber qué se está cociendo en este laboratorio a partir de ahora.
Blanca escuchaba en silencio, sin apenas mover un músculo y durante unos momentos el silencio fue absoluto. Roque prosiguió:
—
Pérez lleva un tiempo realizando investigaciones paralelas. Por supuesto son totalmente ilegales; si el Cuerpo de Indagación y Búsqueda supiera algo de esto se nos caía a todos el pelo.
—
Quieres decir que desde el principio me buscasteis a mí para colaborar con vosotros
—
Sí. Desde el principio. Eres la mejor en análisis transferenciales y no podíamos acudir a un profesional en activo, era demasiado arriesgado. Tenerte aquí nos ha permitido observarte hasta asegurarnos de que tu amor por la ciencia haría posible que te unieras a nuestra investigación. Bueno…— se apresuró a aclarar— por supuesto que nuestros digamos roces…no tienen nada que ver con esto.
Blanca estaba perpleja, se levantó y caminó por la sala intentando ordenar sus pensamientos. En el fondo se alegró de no tener que pasar las horas observando las veces que los sujetos experimentales comían o tenían conductas de acicalamiento. Desde el principio había intuido algo raro, pero su juventud, su inexperiencia y sus ganas de percibir un salario le habían hecho obviar toda sospecha.
—
¿En qué consiste la verdadera investigación entonces?— preguntó finalmente.
Roque se levantó e indicó Blanca que le acompañara. La llevó por el pasillo hasta llegar a una puerta blindada en la que ella ya había reparado anteriormente. Sacó una llave gruesa y la abrió. Al hacerlo sonó una alarma aguda que Roque se apresuró a desconectar. Ambos entraron a una amplia sala donde Blanca se sobresaltó al reconocer al catedrático Pérez sentado delante de un cuadro de mandos y de un gran cristal a través del cual se veía a un grupo de animales deambulando en una habitación. Se sintió tremendamente incómoda. Roque y Pérez cruzaron las miradas y ante el movimiento de asentimiento del primero, el catedrático invitó a Blanca a tomar asiento.
—
Es un espejo unidireccional, ellos no pueden vernos, como habrá imaginado ¿verdad?
Pérez hablaba como si aquella imagen de los dos jóvenes sorprendidos en plena refriega sexual ni siquiera hubiera sido registrada en su retina, lo que tranquilizó a Blanca.
—
¿Llevan electrodos en la cabeza?— preguntó la joven.
—
Sí. Desde aquí puedo controlarlos. Están colocados en áreas estratégicas de su primitivo cerebro: nos llevó mucho tiempo trazar el mapa cerebral— añadió con orgullo. — Tengo la teoría de que estos animales no fueron siempre de una inteligencia tan plana. Sospecho que es posible que durante el Primer Origen incluso tuvieran alguna actividad pensante, aunque no podría precisar el grado.
—
Esa es una hipótesis absolutamente arriesgada – añadió Roque— pero pensamos que si pudiéramos demostrarlo, nuestro concepto del mundo cambiaría. Digamos que tras esta investigación hay algo más que biología. Tanto el catedrático Pérez como yo tenemos también intereses filosóficos, alfapológicos e incluso muscusóficos. No estamos solos en esto: hay otros investigadores de diferentes especialidades colaborando en este mismo proyecto.
Blanca les escuchaba con la boca abierta sin articular un solo sonido. Pérez tomó la palabra:
—
Tratamos de ir más allá, de dejar de inducir estrés a través de condiciones físicas y hacerlo por medio de… pensamientos. Le sorprende ¿verdad? Del pensamiento a la emoción hay un paso y sé de buena tinta que usted es una experta en el tema ¿verdad? En este momento trabajamos con la amígdala cerebral…
—
Es la zona del miedo y de las emociones más primitivas…— susurró Blanca sin apartar la mirada del cristal.
—
Sin embargo estos sujetos en concreto despliegan actividades que van más allá de la diada “lucha o huída” ¿No le parece asombroso?
—
¿Qué tipo de “pensamientos” introduce?— preguntó Blanca interesada. Su pasión eran las emociones de sus congéneres. La idea de que otras especies tuvieran la capacidad de sentir o pensar de manera compleja era inadmisible para la comunidad científica, y así se lo habían enseñado desde la infancia. Cualquier declaración en este sentido era contemplada con compasión e inmediatamente corregida en la niñez, y si persistía en la etapa adulta era duramente castigada.
Roque tendió a Blanca un grueso documento dándole estrictas instrucciones: debería estudiarlo, memorizarlo y bajo ningún concepto sacarlo de aquella sala. En un par de semanas comenzaría a participar activamente en el experimento real, mientras tanto debería continuar con sus observaciones oficiales para no levantar sospechas.
La joven se entregó a la tarea con disciplina, aunque seguía acudiendo cada día al laboratorio a cumplir el protocolo experimental según las instrucciones recibidas. Se lamentaba de que desde aquel último encuentro, Roque hubiera dejado de acudir al experimento y era ella la que debía completar la observación de las seis parejas de sujetos experimentales diarias. Pero sobre todo se sentía profundamente molesta: aquel interés de Roque por ella había finalizado automáticamente en el momento en que se desveló la verdadera naturaleza de la investigación y cada uno había vuelto a su lugar. Ahora Roque se encontraba jerárquicamente más cerca de Pérez que de ella que tan sólo era una aprendiz en aquel arriesgado proyecto. O quizá no le había gustado. Este último pensamiento le asaltaba una y otra vez: aquel polvo rápido y desmanotado había sido un error, se habían comportado como los animales a los que observaban, y ahora Roque había perdido todo interés. Blanca luchaba por apartar estas ideas de su mente, pues le impedían concentrarse en su trabajo y especialmente en el estudio de aquellos documentos con los que ahora se sentía comprometida.
A las dos semanas apreció de nuevo Roque. Había estado fuera, le dijo, ya le explicaría, pero ahora era el momento de completar el verdadero experimento y esperaba que ella estuviera preparada y hubiera cumplido con su parte. Blanca asintió: estaba preparada, aunque no acababa de comprender por qué era necesario desgranar la conducta de los animales de aquella manera, describirla hasta el máximo detalle y utilizar términos tan precisos. En esta ocasión los registros serían de voz para luego pasar a analizar cada uno de los comentarios y rellenar unas nuevas planillas que a Blanca le parecieron infinitas. Habría también un sofisticado equipo de registro de respuestas fisiológicas que requeriría un complicado análisis estadístico posterior.
—
Lo del otro día— añadió Roque— no estuvo nada mal a pesar de la interrupción ¿repetiremos?
Blanca suspiró aliviada. No es que buscara nada estable, pero trabajar mano a mano con alguien con el que había echado un polvo expreso y hacer que no había ocurrido nada le hubiera supuesto un tremendo esfuerzo. Y además, qué cojones, la idea de repetir le había rondado por la cabeza desde cinco minutos después de haber sido sorprendidos por Pérez.
Las siguientes semanas fueron agotadoras. A pesar de que Roque y Blanca trabajaban juntos, apenas tuvieron ocasión de algún escarceo sin más trascendencia. Al menos hasta que los Pensamientos Inducidos fueron concretándose. La primera condición experimental fue el pensamiento “No hay nada que comer”. En la sala de observación deambulaban dos hembras y dos machos a los que se les había transmitido esta idea por medio de ondas cerebrales fractales en una zona muy concreta de su primitivo cerebro. En la sala había varios contenedores de comida fresca a su alcance, y sin embargo los sujetos experimentales mostraban conductas de carencia, gestos parecidos a la preocupación: búsqueda, inmovilización, ataque, llanto. Eran incapaces de registrar la realidad de la comida pues su pensamiento de falta de alimento era lo real para ellos. Blanca y Roque hacían registros de voz independientes que luego contrastarían. Ella estaba francamente fascinada ante el despliegue de respuestas emocionales de aquellos animales a los que se les suponía una simplicidad absoluta y una conducta meramente reactiva. A medida que los pensamientos eran más abstractos, las respuestas de los sujetos eran más sorprendentes. Cada conducta era descrita hasta el menor detalle por medio de Registradores Especializados: los cambios en el ritmo respiratorio, la tensión muscular, la dilatación pupilar, la dirección de la mirada…
Los pensamientos Inducidos fueron variando: “El suelo quema” dio paso a “Se te está cayendo todo el pelo”, “No es posible dormir”, “Algo diferente va a pasar”, “Eres incapaz de planificar tus movimientos”…Hacia el final de la investigación Roque y Blanca estaban extenuados y al tiempo entusiasmados. Lo único que lamentaba Blanca era saber que de ahí no sacaría publicación ninguna que engrosara su curriculum, pues todo debería permanecer en el más absoluto secreto.
Para la última condición experimental el propio catedrático quiso estar presente. A Blanca no le agradó la idea. Le gustaba compartir aquel trabajo con Roque aunque no tuvieran tiempo de mirarse siquiera y acabaran demasiado cansados para prestarse atención. Los dos jóvenes se sentaron tras la mesa uno al lado de otro, como siempre, mientras que Pérez se acomodó a cierta distancia.
El último pensamiento inducido era realmente el alma de la investigación. De hecho todo el trabajo previo no era sino una especie de calentamiento, una forma de ajustar los parámetros y asegurarse de que todo el equipo funcionaba perfectamente. “Mañana es el fin del mundo”.
Un total de ciento veinte sujetos agrupados de cuatro en cuatro serían sometidos a la nueva condición. Blanca, acostumbrada ya a las reacciones básicas de los animales esperaba conductas de desesperación, intentos de huida y autolesiones. De hecho así ocurrió en los primeros minutos. Los sujetos experimentales mostraron inquietud, algunos inmovilidad, mirada perdida, movimientos reiterativos, algún tipo de conducta supersticiosa…y los investigadores anotaron hasta el detalle cada una de ellas.
Pérez parecía estar esperando algo concreto, incluso adelantó su cuerpo con interés cuando uno de los machos comenzó a mostrar una evidente erección.
—
¿Conducta sexual?— comentó Roque desconcertado.
—
Vaya que sí— respondió Blanca. Una de las hembras se aproximó al macho y tomó contacto físico con él.
Al cabo de unos minutos la otra pareja se había unido a la primera. Unos y otros comenzaron a lamerse.
—
Una situación tan estresante y….— murmuró Blanca.
—
¿Qué harías tú si mañana fuera el fin del mundo? ¿Construir una nave espacial para huir a otra galaxia? ¿o aprovechar cada segundo de placer que te queda?
—
No son tan simples…— se oyó a catedrático susurrar complacido— no parece una conducta compulsiva…
El macho más grande seguía lamiendo a una de las hembras que a su vez hacía lo propio con la hembra negra. Esta última con los muslos separados recibía con evidente placer los húmedos lengüetazos de su compañera en su sexo, al tiempo que buscaba la verga del macho segundo y la metía en su boca succionando con energía.
Blanca comenzó a sentirse muy excitada. Había presenciado otras conductas de apareamiento durante la investigación, pero habían sido encuentros breves, casi siempre mecánicos, al menos mientras ella observaba. Empezaba a sospechar que los animales tenían cierto sentido de la intimidad y que ahora ante una situación límite, comenzaban a perderlo.
Aquello prometía...científicamente hablando, por supuesto… Sintió la mano libre de Roque explorando su coño y dio un respingo. A pesar de la penumbra de la sala no se sentía relajada con Pérez cerca.
Ahora el macho pequeño se colocó tras la hembra blanca la penetró con una delicadeza que perturbó a Blanca. Ella extendió la mano hasta el sexo de Roque que parecía a punto de estallar. De nuevo miró de reojo al catedrático que parecía más interesado en lo inusual de la conducta de los animales experimentales que en la temperatura sexual que el recinto estaba tomando. El registro de voz de ambos jóvenes empezó a quedar afectado por la excitación.
La hembra Blanca continuaba lamiendo el sexo de la hembra negra al tiempo que recibía las embestidas del macho pequeño. El macho grande procedió a mordisquear los pezones de la hembra negra quien emitía sonidos agudos que Blanca interpretó como “placer” a pesar de que este término raramente se relacionaba con los animales.
A estas alturas Blanca había olvidado la presencia de Pérez que parecía totalmente absorto en los registros mecánicos, y separó aún más los muslos sintiendo los ágiles dedos de Roque introduciéndose en su húmeda raja. Tuvo que contenerse para no inclinarse sobre la polla erecta de Roque y comérsela con ganas, pues no podía ni debía perder detalle de lo que acontecía detrás del cristal unidireccional.
El macho grande ahora embestía por detrás al macho pequeño que a su vez continuaba dentro de la hembra blanca. La hembra negra se colocó a su vez a la retaguardia del macho grande lamiendo su ano en el mismo momento en que Roque no aguantó más y se corrió reprimiendo un gemido que salió ahogado y del que Pérez no pareció percatarse. Blanca le siguió casi de inmediato. Y no tardaron mucho más los sujetos experimentales en quedar exhaustos sobre el suelo. Los seis permanecieron durante unos minutos boqueando como peces recién pescados, mientras Pérez, ajeno a todo, murmuraba y razonaba para sí mismo mientras examinaba los registros que iban saliendo impresos del Registrador Mecánico.
Tras un breve instante, los sujetos experimentales reanudaron su actividad hasta el punto que Blanca hubo de retirarse los auriculares pues los alaridos y sonidos guturales que emitían los animales amenazaban con dejarla sorda.
Cada uno de los grupos experimentales mostró una conducta parecida: tras la desesperación y los intentos de huída, los sujetos acababan indefectiblemente desarrollando conductas de apareamiento.
—
Qué asombroso — comentó Roque,— ante la aniquilación la reproducción, eternos Eros y Tánatos…
Blanca recorrió el pasillo apresuradamente llevando una carpeta con los resultados de los análisis transferenciales preliminares. Estaba exultante. Una vez acabado su trabajo había salido a cenar con Roque y al fin pudieron consumar su encuentro con la calma y el tiempo que se merecía. Solo de recordarlo se le ponía una sonrisa bobalicona en su hocico rosado y se le erizaban cada uno de los pelillos de su blanco pelaje.
En el despacho le esperaban Roque y Pérez. El joven roía una nuez con ganas. Al ver a Blanca se le iluminaron los ojillos rojos. Después de aquella gloriosa noche había tenido que correr varios kilómetros en la rueda de Hamster para calmar la euforia que sentía y apenas podía controlar. El catedrático enroscaba y desenroscaba su rabo gris con nerviosismo, ansioso de comprobar los primeros resultados del experimento. Para él no sólo era una cuestión científica, en el fondo le movía su necesidad de comprender su propio origen y la razón por la que el apellido Pérez enlazaba de una manera tan llamativa con la civilización preoriginaria e incluso con especies tan burdas como la de los humanos y concretamente con sus crías.
En una semana tendría lugar una importante reunión en la que los diversos investigadores del proyecto pondrían en común sus conclusiones, y quizá pudieran dinamitar el orden establecido demostrando que antes del Segundo Origen hubo otro mundo del todo diferente.
Querido lector, acabas de leer el décimo relato correspondiente al XXI Ejercicio de Autores. Te pedimos que dediques un minuto a puntuar este relato entre 0 y 10 en un comentario al mismo, lo tendremos en cuenta para decidir qué relato de los presentados al Ejercicio es el mejor de todos ellos. Gracias.