Blackout - Apagón

Comenzamos como dos ciegos.

Blackout - Apagón

1 – Un vecino muy reservado

Era viernes y ya había anochecido ¿Cómo voy a olvidar esto? Pensaba salir con mi amigo Pedro – al que tuve que convencer durante semanas para que accediera – y me llamó cancelando la cita. Si ya estaba mi mente calenturienta haciendo planes y me ponía a tope sólo de pensarlo, su llamada me dejó paralizado. ¡No salgo, me dije, me cago en la…! El siguiente paso era inventar algo y todas las ideas vinieron a mi cabeza en orden. Prepararía una cena rápida y apetitosa, pondría el salón a media luz y comería viendo una buena película de sexo que me esperaba desde hacía dos semanas en un cajón.

Me puse abrigado pero cómodo, dejé todo preparado en la mesita de centro y estiré las piernas antes de poner la película en marcha. Cuando empezó me quedé algo confuso. Pensé que sería una película sin argumento y llena de folleteo para ponerse caliente, pero tras unas escenas muy sensuales, el tema se hizo muy suave, de mucho diálogo y sin que se viera nada excitante. Comencé a comer y a beber y el argumento me fue capturando segundo a segundo, hasta el punto de que, cuando empezó la primera escena sensual, mi mente estaba más que preparada y me empalmé bestialmente. Ni siquiera me acordé de Pedro.

Estaba subiendo el climax y dejé de comer acariciándome el miembro durísimo por encima del grueso pantalón de deporte. De pronto, dejó de verse todo. Y cuando digo todo no me refiero a la película, sino que no podía ver nada. Todas las luces del barrio se habían apagado. Sin dejar de acariciarme, tomé el encendedor y busqué a tientas algo para alumbrarme; una lamparita a pilas que tenía para leer de noche. Y ya sentado otra vez en el sofá, muy abrigado y sin calefacción, esperando a que se restableciera el servicio eléctrico, me pareció oír unos golpes seguidos en la puerta.

  • ¿Quién es? – pregunté molesto y sin imaginar a nadie -.

  • Soy, Javi – oí lejanamente -; tu vecino.

Abrí la puerta al chico y hablamos a la luz de mi lamparita.

  • Dice mi madre – habló en voz baja y tímidamente – que si no tendrías una vela. Nunca las compramos porque a ella le aterra que se pueda prender fuego.

  • No sé, Javi – pensé -; no he buscado en los cajones pero debo tener alguna. Uso esta lamparita ¡Pasa!

Entró antes de lo que yo esperaba y su cuerpo chocó y se pegó al mío. Creo que fue una de sus manos la que golpeó mi miembro erecto y, en cualquier caso, Javi supo qué pasaba entre mis piernas. No me separé de él y retrocedió despacio.

  • ¡Lo siento! – susurró - ¡No pensaba que seguías ahí!

  • ¡Dame la mano, guapo! – levanté mi brazo y rocé por algún lado de su camiseta cálida de lana -; tendremos que movernos como los ciegos: palpando.

Contuvo la risa, pero ni soltó mi mano ni se despegó de mí agarrado al elástico de mi pantalón.

  • ¡Ven! – fui hacia el balcón - ¡Observa qué oscuro está todo! Espero que no tarde demasiado esto.

  • Sí – noté cómo me miraba en la oscuridad -, pero estar a oscuras me gusta.

  • A mí no, Javi… – me acerqué a él - ¡Estoy solo!

  • No te preocupes, Quique – apretó sus dedos en mi mano -; yo también preferiría estar acompañado… aunque no de mi madre y mi tía.

  • ¡Buscaré esa vela! – tiré de él hacia el mueble - ¡Llévala a tu casa, la enciendes y, si quieres, te vienes!

  • ¿De verdad? – no sabía si se había molestado - ¡No, no, déjalo!

  • ¡Si quieres, hombre! Charlaremos un rato.

No me dijo nada más. Javi había sido siempre así. Nunca averigüé un detalle sobre su vida. Lo acompañé a la puerta y no me soltó hasta que entró en su casa con la vela. Tampoco entonces dijo nada más. Intuí que había imaginado que podríamos hacer algo más que charlar y se asustó.

2 – Doble apagón

Volví a sentarme en el sofá pensativo mirando la lamparita puesta sobre la mesa ¿Qué iba a hacer? Sonó el teléfono y me sacó de mis pensamientos.

  • ¡Quique, hijo! – era mi madre - ¡Creí que no ibas a estar en casa!

  • De momento estoy; pensaba salir

  • ¿Salir? – se extrañó - ¡Ha dicho la tele que todo ese barrio está a oscuras y que va para largo… ¿Piensas bajar y subir las nueve plantas por las escaleras?

  • ¿Para largo, dices? – me hizo pensar - ¡Me parece que me acostaré! Si me levanto temprano aprovecharé el tiempo ¡No se ve nada, nada!

  • Tendrás que poner la correspondiente denuncia – pensó por mí como todas las madres -; mañana vas a tener todo el frigorífico descongelado y… ¡vas a estar toda la noche sin calefacción!

  • ¡Es igual, mamá – me pareció oír la puerta -, ya veré lo que hago! Te llamo mañana ¡Adiós!

Me acerqué a la entrada para ver si habían tocado. Si alguien había golpeado la puerta… ¡tenía que ser Javi! Caminé despacio pero sin llevar mi lamparita y, cuando menos lo esperaba, topé con algo en la oscuridad.

  • ¡Quique! – oí - ¡Lo siento! Soy yo; te has dejado la puerta abierta.

  • ¡Ah, gracias! – no podía verlo -; si no me lo dices me acuesto y se queda abierta. Cerraré bien.

  • ¡Espera! – tanteó para agarrarse a mi brazo - ¡No veo nada! En realidad no venía sólo a decirte esto y a darte las gracias por la vela.

  • ¿Ah, no? – empecé a imaginar cosas - ¿Pasa algo?

  • Nada… – bajó la voz - ¡Bueno, algo pero sin importancia! Si vas a estar solo y yo también… ¿charlamos?

  • ¡Pasa, anda! – tiré de su camiseta -; aquí no se ve nada y en el salón todavía se está calentito.

  • ¡Gracias! – me siguió agarrado a mi cintura -; precisamente esta noche no me apetece estar solo.

  • ¿Pensabas salir? ¡Siéntate!

  • ¡No, no salgo los viernes!

  • Entonces… - no lo entendía - ¿cuándo sales?

  • No salgo, Quique – pude entreverle cabizbajo -; entre semana estudio y el finde no me apetece la calle.

  • ¿Y tus amigos y amigas? – no me cuadraba - ¿No te dicen nada?

  • ¡No! – me pareció que se acercaba - ¡No tengo!

  • Si tienes, Javi – acaricié su mano caliente -; a mí me tienes como amigo.

  • ¡Ya! – fue parco -; por eso me he venido, pero… ¡déjalo! No quiero molestar

Se separó de mí y me pareció que huía hacia la puerta oliéndose algo más que una simple charla cuando notó que acariciaba el dorso de su mano con mi pulgar. Corrí como pude tras él y traté de hablarle de forma que no imaginase nada que no quisiera. Conseguí que volviese y se sentase en el sofá. Me miró serio un instante y empezó a jugar con la lamparilla en la mesa. Cuando menos lo esperaba, la apagó.

  • ¡Eh! – exclamé - ¿Qué pasa?

  • ¡Lo siento! – no sabía qué decir - ¡Debo haberle dado sin querer! Espera que la encienda.

  • ¡No! – me arriesgué - ¡Déjala así!

Hubo un silencio que me pareció largo. Tomé su mano cálida y no dejé de acariciarla. No sabía qué se le podía estar pasando por la cabeza: la lamparita la había apagado adrede, no por accidente. Jamás pensé que Javi, de quien no sabía nada, pudiese pensar en venirse a mi casa… pero mucho menos imaginé que apagase la lamparilla y no le diera importancia a que le acariciase la mano. No se veía nada, pero estaba claro que intentaba dar un paso que yo desconocía. Si era lo que yo pensaba no me importaba en absoluto. Javi era reservado, es verdad, no lo conocía, pero era un chico que siempre me había llamado la atención y en el que nunca me fijé sencillamente por ser mi vecino. En aquel momento lo tenía muy cerca, a oscuras, sin ropas de calle sino muy abrigado con las de andar por casa y sus zapatillas; como yo.

  • ¡Déjalo, Quique! – encendió la lamparilla otra vez -; supongo que querrás irte a la cama. Mañana nos vemos

  • ¡No, espera, espera! - tiré aún más de su mano - ¡No voy a acostarme! ¿Vas a dejarme solo?

No contestó. Entonces tomé la lamparilla, lo enfoqué desde la cabeza a los pies y me alumbré la cara para que viese que le sonreía. Luego la apagué y la dejé en la mesa. Entonces, sin esperar otra cosa, se posó su mano en mi pierna y… más bien cerca de la entrepierna. Antes de que asumiera lo que estaba pasando, noté que movía su cabeza torpemente, en la oscuridad, buscando la mía. Todo fue inmediato. Levanté mi brazo, encontré su mejilla y acerqué mi boca a la suya. Su mano subió al instante hasta abarcar mi polla y no se movió de allí. Y una de mis manos se posó en su rodilla y fue deslizándose lentamente hasta encontrar su polla: estaba empalmado.

3 – Luz no

Sólo hubo un besuqueo que iba acelerándose, pero no podía verlo y eso me hubiese excitado mucho. De pronto, sin previo aviso (como lo había hecho todo), me soltó y oí cómo se levantaba – creí que se iba asustado - y hizo ciertos movimientos mientras me pareció que se había puesto en pie y se estaba quitando la ropa. Adelanté mi mano para esclarecer algo mis pensamientos y pude tocar su cadera desnuda; se había quitado también los calzoncillos.

  • ¡Espera! – me pareció asustado - ¿Tenías la luz encendida?

  • ¡Sí, claro! No estaba a oscuras

  • Es que voy a darle al interruptor – se separó algo de mí -. No quiero que venga la luz y me veas.

  • Como quieras, Javi… - acaricié su cadera hacia su vientre -, pero no debes avergonzarte por eso. Además, creo que no vamos a tener luz en toda la noche y a mí me gustaría ver tu cuerpo. Al tacto me parece increíble, pero ojalá pudiera verlo.

  • No te gustaría – dijo serio -; tengo un cuerpo… ¡no te gustaría!

  • Se supone que eso debería decirlo yo – se alejó arrastrando los pantalones -; a nadie le gusta su propio cuerpo.

  • Puede que sea así – le oí pulsar el interruptor -, pero si se enciende la luz de repente me muero de vergüenza

  • ¡Vale! Ya estas seguro de que no voy a verte. No había más luces encendidas pero… ¿si vinieras otro día… también tendría que estar todo a oscuras?

  • No me vas a creer – ya se acercaba y se sentaba a mi lado tanteando -, pero lo que me ha hecho decidirme a venir es que no vamos a tener luz en toda la noche ¡La oscuridad total!

  • Esta vez vale, Javi – acaricié su rostro -, pero no esperes a otro apagón para volver. Me fascina tenerte aquí; a mi lado; de esta forma… Pero un día me gustaría que volvieras sin apagón. Te prometo apagar las luces.

  • ¿Harías esto más veces conmigo? – no lo creía - ¡Pensé que ibas a enfadarte! ¡No te gustaría!

No contesté. Me puse en pie, me quité toda la ropa rápidamente y me senté aún más pegado a él. Nuestras caderas y piernas se rozaban. La siguiente sorpresa sin palabras es que se levantó un poco sin apartar su boca de la mía y se apoyó en mis hombros desnudos para sentarse sobre mis piernas. Su polla golpeó mi ombligo y lo dejó impregnado de su aroma líquido y denso.

Podía haberle propuesto que nos fuésemos a la cama, pero preferí dejarlo llevar la iniciativa… y no me arrepentí. Recorrimos nuestros cuerpos palmo a palmo; acariciándonos lentamente. No dejamos de besarnos ni cuando me empujó hacia el respaldar. Se levantó otro instante y se sentó sobre mí. Él lo hizo casi todo. Me la cogió, apuntó y se dejó caer lentamente mientras me masturbaba de distintas formas. La total oscuridad, sin dudas, era su aliado. Me dejé caer en el asiento del sofá acostándome y levantó su pierna para quedar sentado sobre mí… pero yo ya estaba dentro. Y se movió y saltó de tal manera, que no quise que oyese mis quejidos hasta que me corrí brutalmente.

Lo notó y se fue levantando despacio hasta que lo oí suspirar cuando salí de él; en ese momento en que el culo te la empuja hacia afuera. Volvió a respirar sonoramente para tomar aliento y noté que tiraba de mí hacia un lado. Ya sabía lo que tenía que hacer. Por debajo de sus piernas, que se sostenían de rodillas sobre mi cuerpo, roté hasta quedar boca abajo y, sin esperas, abrió mis nalgas y tanteó. Yo mismo tuve que dirigir su polla hasta el sitio adecuado y, después de un masaje que volvió a ponerme a mil, empezó a empujar y se echó sobre mi espalda.

  • ¡Avísame si te duele! - susurró -.

  • ¡No, no! – tiré de sus nalgas -; empuja a mala leche ¡Lastímame! ¡Reviéntame! Tal vez sea lo único que va a quedarme de ti.

  • Te equivocas, Quique – me besó la oreja -; no sé comportarme, pero puedo asegurarte que vendría a obligarte a apagar la luz todas las noches.

Me sorprendí y me incorporé un poco mirándolo sin ser visto.

  • ¿Vendrías más veces si no hay luz?

  • Deja de pagarla hasta que te la corten y luego intenta echarme de tu casa – rió - ¿Tú quieres?

  • En esta casa no habrá luz por las noches ¡Ya lo sabes! Ahora empuja y párteme ¡Fóllame, Javi! ¡Fóllame mientras estemos a oscuras!

4 –Entonces lo vi claro

Justo cuando se corrió y pensé que iba a quedarse un poco echado sobre mí, entró una tenue luz por el balcón, casi inapreciable, sacó su polla como si sintiese pánico y corrió a echar la persiana con algo de ropa tapándole sus vergüenzas.

  • ¿Qué te pasa? – pregunté - ¡No se ve nada! ¿Cómo puedes avergonzarte tanto?

Oí caer sus ropas al suelo y me pareció que lloraba. En pocos segundos, se encendió la luz tenue de mi salón; le había dado al interruptor equivocado. Su cuerpo estaba casi totalmente cubierto de enormes manchas blancas; sin pigmento. Con sus ropas siempre cubriéndole el cuerpo nunca imaginé lo que estaba viendo. Se agachó aterrado y se tapó como pudo; llorando.

Me levanté despacio y me acerqué a él. Me pareció que quería zafarse, pero lo así por la muñeca, le sonreí y miré lo poco que veía de su cuerpo.

  • ¡Es de nacimiento! – gimió - ¡Nadie me quiere así!

  • Te equivocas, Javi – lo abracé -; no encenderemos las luces si lo prefieres, pero quiero ver tu cuerpo como es, no escondido. Eres bellísimo y estos cambios de color forman parte de tu belleza. Voy a apagar la luz si quieres, pero no me parece justo que me ocultes lo que eres; no quiero que escondas lo que tienes.

Me volví hacia la pared sin mirarlo y quise apretar el interruptor.

-¡No, no! – casi gritó - ¡Deja encendido! ¡Nadie me ha dicho eso en mi vida! ¡Repítelo aunque me mientas!

  • Voy a repetírtelo hasta la saciedad – dije -; sin mentirte, a oscuras o con luz ¡Vuelve siempre que quieras! Tu amigo Quique espera ese cuerpo claro que sabe darse. Otros tienen color y se esconden.

Por primera vez, dejó caer toda su ropa al suelo, abrió algo sus brazos y lo vi totalmente desnudo ante mí.

  • ¡Déjame acariciarte más ahora que nos vemos!