bizarrogay

El protagonista cuenta cómo accede a un sitio de encuentros de sexo extraño, siendo tratado por un par de gemelos como jamás pensó anteriormente.

bizarrogay

Varios días me he tardado en concluir esta extraña fantasía que vino a mi mente antes de dormirme. Sé que es extraña, pero en materia de deseo sexual pueden existir variantes como ésta. Ojalá les agrade y les excite. Si no es así, sólo deja y sé tolerante.

Tenía dieciséis años y todo el futuro para desarrollar miles de proyectos. En general, la vida me sonreía. Tenía buenas calificaciones, una situación acomodada y una pinta que mataba a todo aquél que me miraba. Podía sentir las miradas tras de mí cuando caminaba por la calle. Además, vestía siempre tratando de provocar: ajustadas camisetas coloridas y jeans más abajo de la cintura, mostrando a través de mi bóxer lo parado de mis nalgas. Mi rostro dorado por el sol relucía iluminado por mis ojos grandes y verdes. Mi negro cabello, cortado como melena, lo ubicaba tras las orejas. Un hoyuelo en mi barbilla daba un toque entre de seguridad y de infancia. Era delgado y comenzaba a desarrollar mi musculatura en un gimnasio, aunque siempre he tenido un físico agradable de tanto andar en bicicleta y jugar fútbol. Pero a pesar de todo, no podía sentirme realmente feliz. Mis padres se preocupaban por ello y pensaban enviarme al psicólogo. Pero yo sabía que ahí no estaba la solución. El problema es que yo deseaba experimentar. Ya me había cansado de las mamadas que se me ofrecían sin que yo las buscara, tanto de hombres como de mujeres. Yo deseaba algo nuevo. Y la ocasión llegó cuando menos lo pensaba.

Fue leyendo el periódico que encontré un aviso que me llamó la atención: "Si quieres probar algo nuevo, entra a www.bizarrogay.com". Junto a la información, el torso de un hombre gordo y velludo llamó mi atención. Entré en la página y vi una serie de imágenes que me atrajeron, pero que no deseo relatar aún. Decidí contactar con el servidor, para lo que llené un formulario con datos personales. Luego, me olvidé del asunto hasta el día siguiente.

Cuando reabrí el computador, ahí estaba: un e-mail de la página visitada. Estaba a punto de borrarlo por temor, pero preferí ver de qué se trataba antes. Era una cita en un punto de encuentro y me daban claras instrucciones de cómo ir: tenía que llevar un slip negro estrecho con una abertura atrás, camiseta roja sin mangas y short deportivo. El resto se suponía que debía ser ropa deportiva. Tuve que correr a comprar la indumentaria, ya que siempre había utilizado boxers.

A las siete en punto estaba esperando bajo un farol en el parque de la cita. Veía pasar varios hombres pensando que podían ser los del aviso. Pero ninguno me llamaba para nada. Es cierto que se detenían y me observaban como queriendo invitarme, pero eso no pasaba de ser una situación habitual en mi vida. Yo miraba el reloj captando el lento avance del tiempo. Dieron las siete y media y ya iban a ser las ocho. Estaba a punto de partir, pensando que nadie se aparecería, cuando un hombre, que ya había pasado analizando mi físico me dijo "sígueme".Tendría unos treinta años, pero la indumentaria formal, el bigote cuidado y el cabello engominado lo hacían ver mayor.

Nadie articuló ninguna palabra más mientras caminábamos hacia un edificio cercano. Subimos las escaleras hasta el tercer piso, siempre él delante, y entramos a un departamento amoblado con muebles negros de cuero. Parecía la recepción de un dentista. Me senté con las rodillas temblando de miedo y seguí esperando los sucesos. Tomé una revista cualquiera de la mesa de centro para distraerme y observé cómo un muchacho era atado por cuerdas. Bastantes minutos después, el mismo hombre se acercó con un maletín en la mano.

-Disculpe que le haga esperar, pero debía redactar el contrato de su trabajo -me dijo sacando unos papeles y pasándolos para ser leídos.

De acuerdo al contrato, yo gozaría de un sueldo no despreciable para un adolescente, por un fin de semana con ellos y la publicación de las fotos en la red, pixelando mi rostro.

Estaba de acuerdo; no sabía, realmente, lo que vendría. Me dieron un teléfono celular con el que avisé que no me aparecería por la casa. Después, el secretario tomó mi dedo y, con un bisturí, abrió la yema para que pudiera firmar con mi propia sangre. Luego, me informó que los patrones ya vendrían y que él me prepararía la comida, que consistió en erizos, almejas, calamares y camarones, acompañados por un exquisito y frío vino sauvignon blanc.

Cuando terminé de comer apareció nuevamente el hombre que me había guiado, vestido con un frack de color negro, al que le habían cortado las piernas y arrancado las mangas. Me produjo algo de risa contenida, pero el hombre no se dio por aludido y se dirigió a mí.

-Este es el momento en que puedo presentarme. Mi nombre es Eduardo y soy el mayordomo de la casa. En este momento debo proceder a su limpieza.

Con un gesto de su mano, me hizo entender que debía seguirle hasta el baño.

-Levante sus brazos, por favor –me dijo mientras procedía a sacarme la camiseta.

Luego, desamarró los cordones de mis zapatillas deportivas y me las arrancó suavemente. El short cayó también al suelo, procediendo Eduardo a doblarlo y guardarlo con el resto de la ropa. Arriba mío, iba sintiendo el flash y el zumbido de las fotografías. Sabía que iba a dejarme desnudo. Podía ver la excitación sexual en el brillo de los ojos del mayordomo, pero también entendía que había una contención por ser sólo un empleado. ¿Y quién sería mi amo? ¿El que tomaba las fotografías? Deseaba que Eduardo me manoseara, que metiera sus dedos en mi culo, que chupara mis tetillas, pero él sólo me tocaba suavemente para desvestirme o para guiarme. Tomó mi mano y me dirigió hacia un jacuzzi de color rojo. Entré en las cálidas y agitadas aguas lentamente. Con un suave cepillo enjabonado, el mayordomo masajeaba mi cuerpo. Luego, utilizando una manguera lavó mi cabello con un champú para bebés.

-Levante, señor, sus posaderas, por favor –me dijo.

Yo, dándome vuelta alcé mi trasero hacia mi interlocutor, quien tomó en sus manos una escobilla de esas para lavar mamaderas y, a través del agujero abierto en mi slip, la introdujo lentamente, girándola sobre su centro. Eran sensaciones que jamás había probado, acostumbrado como estaba sólo a mamadas. Comencé a emitir quejidos variados y a pronunciar frases que provenían de mi subconsciente: "eso papito", "dale más adentro", "agítame las nalgas". Sin embargo, el hombre realizaba su operación con sumo profesionalismo y tratando de no demostrar ningún sentimiento.

-Póngase de pie, por favor, y mire hacia acá –me ordenó el sirviente y yo obedecí, mostrando mi imponente erección a través del slip.

Vi cómo Eduardo se ponía un par de guantes de goma y tomaba unas tijeras y unas pinzas de un cajón. Al ver cómo las tijeras se acercaban a mi verga me provocó un intenso miedo, pero sólo pude cerrar los ojos en vez de huir o pedir explicaciones. Pero el joven empleado sólo abrió un agujero por donde asomó mi enhiesto palo triunfante. El hombre no dijo nada. Tomó las pinzas y descorrió mi escroto hacia atrás, no sin dejar de hacerme daño. Con las mismas pinzas tomó unos algodones que introdujo en un líquido verde y limpió suavemente mi glande.

Luego me hizo salir del agua y me secó con suaves sábanas blancas. Me condujo a una habitación vecina que, para mi sorpresa, estaba decorada como si fuera la de un niño pequeño. Ahí dejé de entenderlo todo, pero mi verga dio un respingo y se alzó con toda su energía. El mayordomo, entonces, me levantó en sus brazos y me acostó sobre una cómoda. Quitó los restos del slip y mis toallas, y levantó mis piernas, para untar en mis nalgas y agujero un suave aceite emulsionado. A continuación, aplicó en mi entrepierna un aromático talco.

Ya entendía que la fantasía en la que estaba metida era bastante extraña, pero alucinante. El mayordomo dejó de llamarme "usted" y comenzó a decirme "mi bebé". Pero lo más extraño aún no llegaba: él tomó entonces un consolador pequeño de color rosado, con una terminación como la de un chupete y me la introdujo en el culo, diciéndome que no pensara en nada, que pusiera la mente en blanco. Como estaba lubricado con el aceite y el artefacto era pequeño, fui penetrado fácilmente. Luego, un pañal cubrió mi erecto falo y mi culo, apretándome por delante y por detrás, evitando la salida del dildo. Una píldora en mi boca y una mamadera con leche tibia fue lo siguiente que vi. Quise decir que tenía dieciséis años y bastante experiencia, pero suavemente me fui durmiendo.

Desperté con una conversación de voces que no reconocí.

-¿Cómo se ha portado el niño?

-Muy bien, señores. Si realmente es un angelito.

-Realmente es un niño hermoso. Sus ojos denotan inocencia.

Entonces comencé a recordar. Estaba allí, habiendo firmado un contrato, para experimentar nuevas sensaciones. El dolor en mi pene erecto y aprisionado y en mi culo que había dormido con un consolador me devolvieron a la realidad. Pensé que debía representar bien el papel y comencé a llorar sonoramente.

-Oh, mi niño se ha despertado, aquí están sus papás –escuché y miré atentamente.

Frente a mí estaban un par de hombres idénticos, concluí que gemelos, vestidos con cuero negro y cadenas. Sus torsos peludos y gordos estaban cruzados de vellos y cadenas. Sus rostros eran amables, pero se volvían rudos por los bigotes largos y colorines que llevaban. Ambos cortaban su pelirrojo cabello al rape y me miraban con una ternura que parecía verdadera.

-Creo que tiene hambre –dijo uno de ellos-. Ven con tu padre.

Y me tomó en brazos sin mucho esfuerzo. Me sentó sobre su regazo y acercó su prominente pezón hacia mis labios, mientras daba golpecitos en mi trasero.

Yo mamaba con la mayor energía que podía. Luego de un rato, la "mamá" me cambiaba de tetilla y el "papá" me acariciaba el cabello suavemente.

-Creo que se está quedando con hambre –expresó entonces el otro hombre.- Me parece que debe probar leche en biberón.

Y diciendo esto sacó una larga manguera flácida de su calzoncillo de cuero y la introdujo en mi boca. Tengo unos labios gruesos que saben exprimir con energía, por lo que pronto la mamadera de carne se volvió dura. Seguí mamando en busca de la leche, que pronto irrumpió como un río torrentoso y caudaloso. Pero yo no desperdicié ninguna gota.

-Voy a sacarle los flatitos –dijo entonces "papá" y me tomó en brazos.

Yo me aferré con brazos y piernas al cuerpo velludo del hombre, que diestramente hacía que los fluidos corporales se manifestaran en mi ser. No podía evitarlo, así es que eructé sonoramente.

-Eso es, mi niño –dijo el papá uno, mientras besaba tiernamente mi mejilla.

-Creo que tiene ganas de hacer caca –dijo el papá dos, levantándome por las axilas.

El otro hombre entonces, descorrió los cierres de mi pañal, haciendo que mi verga saliera disparada. Luego, quitó de mi culo el consolador y entre ambos me sentaron en una bacinica.

-Bota –me dijo el primero mirándome fijo a los ojos y yo inmediatamente obedecí. Había algo en sus ojos que impedía cualquier sublevación. Incluso, me sentía como un niño pequeño.

El mayordomo fue llamado con una campanilla y se llevó la pelela con un grueso mojón en ella. Mi papá dos me tomó entonces de la mano y me condujo al baño, donde me hizo poner en cuatro patas, levantando el trasero. Me limpió con papeles sedosos y luego me perfumó el culo, introduciéndome un jabón especial con forma de pene.

-Eres muy hermoso –me dijo, mientras chupaba suavemente el lóbulo de mi oreja.

Ya hacía muchas horas que no emitía palabras, por lo que me extrañó que papá uno me dijera que a qué deseaba jugar el nene. Yo ya estaba muy caliente, más que nunca en mi vida, y tenía que encontrar la forma de pedir pico en el culo.

-Me gustaría jugar al trencito –dije con voz de infante, tratando de que los colorines me entendieran.

-¿Quieres que este trencito entre en tu túnel? –me preguntó el papá dos y yo asentí con la cabeza.

Un rato después estaba sobre una cama, mientras un papá me introducía su falo en mi agujero y el otro en mi boca. Nuevamente mamaba como un desesperado, hasta que ambos se fueron cortados dentro de mí. Sacaron sus penes de mi boca y culo, dejándome una sensación de vacío. Me sentaron en la cama y me miraron ambos fijamente a los ojos.

-¡Ahora! –dijeron al unísono y yo eyaculé como nunca lo había hecho, sin tocarme, sólo por recibir una orden.

El juego continuó durante todo el fin de semana. Realmente, el dejar la mente en blanco y sólo obedecer al instinto y las órdenes de los padres provocaba en mí una gran relajación. En cada juego, iba siendo tratado como un niño mayor, hasta que el domingo, poco antes de que se venciera el contrato, pude penetrar a mis dos padres adoptivos intercaladamente, mientras con mis manos agarraba sus grasas y sus miembros.

Finalmente, la experiencia valió mucho más que el dinero dado, por lo que el fin de semana siguiente toqué el timbre del departamento. Cuando Eduardo abrió la puerta vi tres muchachos como de mi edad sentados esperando.

-Pase usted –me dijo-, hoy tendrá más compañía.