Bite Me XV

Siento mucho el parón que he tenido. Gracias a los que habeís dejado un comentario, se agradece mucho ya da fuerzas para seguir escribiendo. Bueno aquí les dejo la continuación. Tessa y Clary que harán despues de lo que Elisabeth y Rebecca han planeado....

Como si cerrara mi frase, Tessa posó sus labios suavemente sobre los míos. Su respiración se había acelerado. Introdujo la lengua en mi boca y no pude retener un gruñido de placer. Por fin, estaba allí. Por fin, era mía. Quizás sólo por unas horas, pero pensaba saborearlo hasta embriagarme.

Tessa aprovechó el prolongado beso para soltarme la cola de caballo. Sentí como se deslizaba la goma y mi cabello se liberaba, mientras, con una mano, Tessa lo revolvía. Se inclinó y su nariz rozó mi mejilla. Hundió la cara en mi cuello y respiró profundamente. Después, calló un momento y rompió ese silencio cargado de significado.

  • Hueles tan bien, tu olor, el que se esconde tras tu perfume, me vuelve loca.

Cuando me desea, Tessa tiene la voz más grave, más sombría. Sé exactamente cuándo deja de ser la amiga, la confidente, para convertirse en la amante. En ese momento, se transforma en un ser instintivo, más salvaje, y la presa que duerme en mi interior se despierta. No sólo sé descodificar el comportamiento de esta mujer, sino también dejarme llevar y obedecerla para multiplicar mi placer. Es como un baile, un ballet que dominamos las dos.

Las manos de Tessa me exploraban con impaciencia por encima de mi ropa. Pellizcaban mis pechos tensos, acariciaban mi vientre, palpaban mis muslos y se detuvieron un momento, palmas abiertas, sobre mi sexo.

¿Había elegido inconscientemente esta ropa con la esperanza de volver a verla hoy? Daba gracias al instinto que me había empujado a optar por una falda cruzada y unas finas medias en lugar de por un chándal y un plumífero.

Tessapodía aventurar sus dedos por donde quería y lo aprovechaba. Sentí la yema de su dedo índice apoyada en mi sexo, palpándolo. Mis piernas se aflojaron y la cabeza me daba vueltas, pero eso no parecía molestar a mi amante. Mi debilidad le daba fuerzas y me levantó del suelo para depositarme sobre la cama ovalada. En sus ojos estaba encendida una llama que bailaba frenéticamente.

– Tengo tantas ganas de ti. Pienso en ti todo el tiempo y, por la noche, cuando me duermo no puedo impedir que pasen ante mí todas las imágenes de tu cuerpo, en todas las posiciones.

Me levanté ligeramente la falda para que pudiera ver, en transparencia, mis braguitas de encaje negro.

– ¿En qué piensas?

Tessa se arrodilló, me atrajo hasta el borde y sujetó firmemente mis rodillas con los codos. Su boca besó la parte superior de mis muslos. Se detenía a intervalos para hablar.

– Pienso en nuestra primera noche, en la ducha. En tu cuerpo mojado, tus pechos goteando, igual que tu sexo. Pienso en ti con los ojos vendados o en tu cuerpo atado a la silla del salón rojo. Pienso en la sauna, pienso en tus muslos, abiertos, acogedores en la habitación de los espejos.

Lancé un gemido y Tessa besó mi sexo. Prosiguió.

– Pienso en ti, la primera noche, la del accidente. Llevabas un pantalón corto minúsculo y una camiseta de tirantes. Tuve que desnudarte para comprobar que no estabas herida y me tuve que controlar para hacerte mía allí mismo. Tus muslos desnudos temblaban cuando pasaba la mano por ellos, así…

Tessa unió el gesto a la palabra y acarició lentamente mis muslos. Me asustaba pensar en aquella noche, sólo conservaba algunas imágenes de ella, pero recordaba que fue entonces cuando sentí, por primera vez, ese calor naciendo en mí: el del deseo que quema y anula cualquier pudor y cualquier timidez.

Tessa se impacientaba y mordió mis medias. Las arrancó con dos dentelladas de sus caninos y se quitó el jersey y la camiseta. Me quedé sin aliento al ver sus senos desnudos, sin duda lo más más hermoso que había visto nunca. Su piel era pálida y lisa, sus pezones marrones, sus pechos ni grandes ni pequeños... ¿cómo no iba a sufrir por estar separada de ese maravilloso cuerpo?

Tenía las piernas separadas y las medias arrancadas, me temía que no estaba muy sexy y que la pose no me favorecía. Pero, qué importaba; lo que me importaba era el efecto que le producía aTessa, y a juzgar por su ritmo cardiaco, estaba enloquecida de deseo. Deslicé una mano por mis braguitas, húmedas, y manoseé mi sexo mientras ella continuaba enumerando todos los lugares y todas las veces que ella y yo, las dos nos habíamos hecho gozar mutuamente.

Tessa desabrochó su pantalón, la humedad se veía a traves de su lencería casi transparente.

– ¿Lo has echado en falta? –preguntó acariciándose con vigor.

La visión de su sexo orgullosamente expuesto me hacía perder la cabeza. Nunca me han obsesionado las mujeresy su sexo, pero cuando veo a Tessa desnuda, acariciando su sexo con las yemas de la mano, se me hace absolutamente necesario, lo quiero para mí.

– ¿Qué si me ha faltado? Babeo al verla, ponla en mi boca y sabrás cuánto me cuesta estar privada de ella.

No me puedo creer que sea capaz de estar hablándole de este modo. Con crudeza, como una profesional. Sin embargo, las palabras habían surgido sin más y seguía pudiendo mirarle a los ojos sin ruborizarme.

– Se te ha olvidado, Clary, que no eres tú la que decides. Te la voy a meter en la boca hasta el fondo, pero no suavemente; para que recuerdes quién de los dos es el dominante.

Abrí la boca para recibir a mi amante. Gabriel saltó sobre la cama, se arrodilló sobre mi cara y entró en mi boca sin miramientos. Los movimientos de vaivén eran cortos y rápidos. Me pidió que lamiera su sexo y así lo hice, porque me gusta obedecerla, me gusta su ser su cosa, su objeto, su esclava. Sentí que mi clítoris se hinchaba al pasar la lengua por el clítoris de Tessa. Mi sexo palpitaba en tensión, estaba lista para ella. Disminuyó el ritmo para que le chupara suavemente, con delicadeza, y comenzó a explorarme con sus largos dedos. Dos, tres y me arqueé de placer.

– Ponte en pie, Clary. Ya has descansado demasiado, ahora me toca a mí tumbarme y ver cómo te desnudas.

Me puse manos a la obra. Tessa se instaló, se tocaba el sexo con las yemas de la mano y lo acarició suavemente mientras yo me quitaba las botas.

Improvisé un strip-tease y ella aprovechó para cambiar el ambiente luminoso con un mando a distancia que estaba junto a la cama. Pasamos de una tenue luz dorada a una penumbra color naranja. Para completar la escena, Tessa encendió una minicadena y puso un repertorio de blues, jazz y música sensual.

El escenario me ponía a prueba, pero me bastaba ver los fluidos de Tessa para recuperar la confianza. Lentamente y con habilidad, me deshice de mi jersey de niña buena. La blusita de seda que iba a juego siguió el mismo camino y voló al otro lado de la habitación. Me quedé en sujetador y pasé a la falda. Dos movimientos de mis dedos y cayó hasta mis tobillos. Medias, bragas y sujetador, unos pocos gramos de tela más y ya sería suya.

Había guardado lo mejor para el final y sentía que Tessa se impacientaba, quería ver más, así que decidí tomarme mi tiempo. Me giré, de espaldas a ella, y solté el corpiño que elevaba mis pechos. Con las manos ocultando mis pezones, me volví para quedar de nuevo frente a ella.

– ¡Enséñamelos! Quita las manos, quiero ver tus pechos, quiero que se ericen por mí.

Esperé unos segundos, manoseé mis pezones con firmeza y levanté las manos de mis pechos. Los ojos de Tessa pedían devorar, se relamía.

– Continúa.

Empecé a deslizar mis manos por la cintura de las medias para bajarlas hacia los muslos, pero Tessa, como si se le acabara de ocurrir una gran idea, me detuvo.

– No las quites. Te voy a comer con las medias rotas y esas braguitas que piden a gritos ser forzadas. Te da un toque punk, un aspecto rock que no me disgusta nada. Quiero que vengas con ese agujero abierto en la entrepierna para facilitar el acceso de mi sexo.

Tessa hablaba con crudeza y me gustaba. Cuando alcancé la cama, me cogió por el pelo y me pidió que le montara. Como había hecho antes, en su moto.

– ¿Crees que no he notado hace un rato cómo separabas al máximo los muslos contra mi cadera? Te pegabas a mí, en las curvas, y notaba tus piernas completamente abiertas. No te dabas cuenta, pero ya entonces me estabas buscando…

Me monté a horcajadas sobre Tessa y cerré los ojos. Me acordaba de la moto, de mis manos que sólo querían una cosa, deslizarse por su pantalón de cuero. Aún no me había tocado, estaba contra mí. Sentir su sexo pegado al mío me estaba volviendo loca. Me daba miedo acabar, correrme sin hacerla disfrutar . Afortunadamente, Tessa notó mi temor y, sin esperar más, con un movimiento fluido se desizo de mis bragas, y comenzó a moverse debajo de mi a una velocidad impresionantes.

Mi grito me sorprendió a mí misma, fue agudo y estridente. Me invadieron los espasmos, igual que si hubiera metido los dedos en un enchufe. Feliz del efecto que me había causado, Tessa me cogió por las caderas para pegarse más a mí. Mis pechos se agitaban hacia todos los lados y, al inclinarme para recuperar aliento, Tessa los cogió y mordisqueó.

Se incorporó,y nos quedamos las dos sentadas, juntando ahora nuestros sexos. Al tener su boca frente a mí, no pude resistirme y le besé salvajemente. Me agarré a su pelo y me encomencé a mover con más ferocidad. Este último movimiento nos marcó el final a las dos. Mientras Tessa se corría, notar su flujo caliente hizo que mi sexo se contrajera por la descarga de placer que recibía. Grité su nombre.

Nos dejamos caer sudorosos sobre la cama. Reíamos por la intensidad de nuestro reencuentro. Me dormí con una relajada sonrisa en los labios y caí en un sueño, que muy pronto quedó interrumpido.

Fue primero una sensación de humedad la que me sacó de los brazos de Morfeo. Me sentía excitada, en un mundo difuso, entre el sueño y la vigilia; no sabía muy bien dónde estaba. Mis caderas se movían solas. Entreabrí un poco los ojos y observé que era aún de noche; podía ver la luz del teléfono de Tessa. Estaba en su cama. Empezaba a recordar, estábamos en el barco, pero Gabriel ya no estaba a mi lado.

Abrí por completo los ojos y una caricia cosquilleó en mi sexo. Bajé la mirada y vi a Tessa sujetando mis piernas.

– Vuélvete a dormir, Clary. Es sólo que tenía que saborearte aún un poco.

Su larga lengua me saboreaba, humedecía mi sexo, mordisqueaba uno de los pequeños labios. Mientras me penetraba con su boca, su nariz estimulaba mi clítoris.

– No… no puedo… dormir, lo que me haces…

– ¡Sh! Déjame devorarte. Noto que aún tienes más ganas y yo también estoy llena de deseo, quiero estar aquí, en este lugar, cuando tu sexo tiemble y se estremezca, y penetrarte más y más hasta correrme. No podré dormirme si no.

Me tumbé mirando el techo. Sentía toda la cabeza de Tessa emborracharse con mi sexo. Su respiración era fuerte y mis pezones se endurecieron. Tenía razón, aún tenía ganas de ella, así que iba aprovechar, toda la noche.

Cada día depara nuevas sorpresas. En mi caso, esa mañana había amanecido en la proa de un barco que no flotaba. Me calentaba con un café ardiendo en la mano, arrebujada en un gran jersey de Tessa. No había conseguido dormir mucho, porque necesitaba mirarla; no podía cerrar los ojos porque uno no sabe nunca, algunos sueños parecen demasiado reales y descubrir que mi subconsciente había inventado ese recuerdo me hubiera hecho mucho daño.

La noche había sido hermosa, carnal, excitante y salvaje. Nos necesitábamos tanto la una a la otra, que había durado toda la noche. Por fin, había conseguido dormirme. Una hora después, ya estaba sobre el puente, como un marinero que espera las órdenes de su capitán. ¿Qué iba a hacer? Tenía muchísimas ganas de quedarme junto a ella en el barco, pero eso podría decubrir su escondite. Además, ¿quería ella que siguiéramos? ¿No habría sido tan sólo un desliz?

– Parece que tu cabeza es un hervidero.

Era Tessa, que me había dado un golpecillo en el cabeza. Estaba tan ocupada haciéndome mil preguntas que no la había oído llegar. Me fui a levantar, pero me pidió que no me moviera. Yo sólo quería darle un beso.

– ¿Has dormido bien, niña hermosa?

– Poco, pero profundamente.

– ¡Tienes suerte!

– ¡Y tú?

– Así, así.

– Te escuché suspirar en sueños como una bendita.

Tessa se calló.

– ¿Hay algún problema?

– No, es… es complicado, Clary. Tienes que tener claro que no puedo prometerte nada.

– Lo sé.

– Ayer, cuando vi que girabas la cabeza, como si hubieses sentido mi presencia, me dije que era una estupidez por mi parte ocultarme. Yo también tenía ganas de verte, a ti y a tu cabecita de ratón.

– Qué amable.

– Ayer por la noche fue mágico, pero no sé si habrá otras noches.

El tono de Tessa empezaba a ponerme nerviosa, me estaba tratando como a una groupie a la que haya que echar del backstage con elegancia. Continuó.

– Tengo miedo de decepcionarte. Cuentas mucho para mí, pero no estoy segura de que sea una buena idea…

– Tessa, ¿se puede saber qué estás haciendo?

– Hablar, lo más francamente posible, aunque lo esté haciendo de pena.

– Sabes, si te he seguido no ha sido porque estuviera obligada a hacerlo. Te he seguido porque tenía ganas. Si hemos hecho el amor... si hemos hecho el amor toda la noche, es porque yo te deseaba. No sé que idea nefasta se te está metiendo en la cabeza, pero no voy a quedarme…

Tessa se cogió la cabeza entre las manos y, aunque lo que yo quería era volver a la habitación para recoger mis cosas y vestirme, me senté a su lado.

– Tessa, dime, qué es lo que pasa. ¡Háblame! ¡Vamos, soy yo!

– Estoy desorientada y esta noche no lo ha arreglado precisamente. Ya no puedo confiar. Entiendes… ella me ha destruido.

– Lo entiendo, pero te equivocas. Es cierto que te ha destruido, pero no es irreparable. Tienes dos opciones, o sigues lamentándote en tu barco o luchas.

– ¿Luchar contra quién? ¿Contra ella?

– No, luchar contra ti misma. Contra tu miedo de amar, contra tu miedo de enfrentarte a Rebecca y contra tu miedo de mí.

Tessa me miro y sonrió.

– Mi pequeña Clary que se ha hecho una chica grande.

– No, ha sido la voz de la experiencia. Yo perdí a las dos personas a las que más quería en el mundo. He pasado una parte de mi vida ocultándome, sin crear ningún vínculo. Pero, después, aparecisteis vosotros. Ya ni siquiera creía en la idea de una familia, de poder amar de nuevo y, en sólo dos meses, me ha ocurrido todo eso…

– Gracias.

– Tómate el tiempo que necesites, yo de todos modos me tengo que ir. He quedado con Alice para almorzar. Por cierto, ¿sabes dónde puedo comprarme un móvil?

– Imagino que en la galería comercial B.

– ¿Tessa?

– ¿Sí?

– Me puedes secuestrar cuando quieras, entre todo el gentío.

– Te tomo la palabra.

Regresé al dormitorio, me puse las botas, la falda y el jersey. Cuando volví al puente, bajo mi taza había una nota garabateada por Tessz:

No estoy hecho para los discursos ni para los adioses. Gracias por haberme zarandeado un poco. Cuento con tu discreción sobre este sitio. Tú, puedes contar con mi amor.

Plegué la nota y la metí en el compartimento del bolso. La añadiría a mi libreta con todas las demás cartas de Tessa. Comprendía que hubiera preferido no quedarse y comprendía su comportamiento. Siempre he pensado que la vida hay que tomarla como viene. Esa mañana me sentía hermosa. La noche compartida con Tessa iba a quedar grabada en mi memoria.


En la galería B, dedicada completamente al mundo de la alta tecnología, encontré de inmediato a un vendedor que me asesoró sobre qué móvil debía comprar. La verdad es que yo no tenía grandes exigencias.

– Sólo podrá utilizarlo en el Barrio rojo.

– ¿Por qué?

– ¿No lo sabe? –preguntó el vendedor receloso.

– No, estoy empezando, llevo aquí sólo dos meses y hasta ahora no había necesitado telefonear. Lo hacía todo por correo electrónico.

– Bueno. Se lo voy a resumir porque imagino que tendrá prisa, como todos los humanos. En la zona H hay inhibidores que impiden que pasen los móviles del Barrio rojo. No son legales, pero los «H» los han instalado…

– ¡Qué horror!

– ¿Verdad? Pero eso no es lo peor que hacen. Me han dicho que Georges Liss, cuya afinidad con el Partido es conocida, podría acceder a la vicepresidencia. Será entonces cuando hablaremos verdaderamente de horror.

– Supongo que sí. Espero fervientemente que eso no ocurra.

– ¿Va a pagar en metálico?

– No, tengo una tarjeta.

Al salir, me sentí incómoda. El vendedor no sólo era desdeñoso, sino que además era desconfiado a más no poder. No podía censurarle, tenía tantos reproches que hacerme como yo tenía contra su especie antes de conocer a Tessa. Activé el móvil para consultar mi buzón de correo y envié mi número a todos mis contactos.

Aproveché para pasar el rato callejeando. Al pasar frente a un escaparate opaco, leí la palabra «Destino». Intrigada, entré en la tienda. Unas bolsas enormes con el sello de la tienda estaban ordenadas en hilera: 34, 36, 38, 40… hasta el 52. Se me acercó una mujer con los pies descalzos y vestida con una larga túnica naranja, adornada con al menos una decena de collares de madera y brazaletes dorados que tintineaban al andar.

– ¿Le puedo ayudar?

– Sí… No conocía su tienda y…

– ¿Cuál es su talla? ¿La 34?

– No, la 36. Pero gracias.

– Como su nombre indica, el funcionamiento de nuestra tienda se basa únicamente en el destino. Cada fila de bolsas corresponde a una talla. Después, sólo tiene que elegir el paquete que crea que debe ser el suyo. Nunca enseñamos la ropa que hay en su interior y no se admiten devoluciones ni cambios.

– ¡Me encanta! Siempre tengo problemas para elegir.

– Pues va a tener que elegir una bolsa.

– ¡Eso es más fácil! La novena, el nueve es mi número de la suerte.

La propietaria de Destino, cogió la novena bolsa y me la entregó. Estaba pagando cuando sonó mi móvil. No reconocí el número.

– Hola ratita, soy San.

– Hola, ¿qué tal te va?

– Fenomenal. Verás, quería organizar una cena esta noche en el castillo. ¿Te apuntas?

– Será un placer.

– Vale, Rebecca también viene. Me ha prometido portarse bien.

– Yo también lo haré. ¿Por qué esa cena?

– Porque… Me voy de viaje con Daniela y quería veros antes de partir.

– No hay problema.

– ¡No te olvides de guardar mi número! Por cierto, dónde has pasado la noche, tramposilla?

– ¿Cómo?

– Sammy me ha dicho que te había estado esperando ayer por la noche. Que tenías que contarle tu cita con Miller y que no apareciste…

Cómo podía ser tan tonta, se me había olvidado completamente…

–Estuve con una amiga, en la Zona H, Mélanie, acuérdate, te había comentado que habíamos quedado en vernos después de las fiestas.

– ¡Ah, sí! Qué cabeza la mía, se me había olvidado esa opción.

– ¿En qué otra habías pensado?

– Oh, en la clásica: ha regresado a su casa y ya nunca volveremos a saber nada de ella... o bien se ha encontrado con Tessa.

– Ya veo, ¡pues no! Es más bien, encontró a su antigua compañera de facultad y las dos se pasaron la noche asustándose con historias de vampiros y amores imposibles.

– Ja, ja. ¡Ahí me has dado! Bien, estoy contenta de hablar podido hablar contigo. Le diré a Sammy que deje de preocuparse.

Al colgar, recibí un mensaje de Alice. Pensé que vivía más tranquila sin el móvil.

Italiano, en 2 horas, en Césarée

Vale, me muero de hambre

Recuerdo esa sensación…☺

Mi nuevo móvil tenía dos aplicaciones integradas: Barrio rojo y Zona H. Muy práctico, con su mini GPS que me permitió encontrar «Césarée» en dos segundos. Con mi misteriosa bolsa bajo el brazo, entré en el primer Starbucks que vi en mi camino. Pedí un latte y un scone de limón, que devoré como si llevase un día sin comer. Es que en realidad era así. Además, la noche pasada con Tessa, como decir… me había abierto el apetito. Como no quería sacar todas las ropas de la intrigante bolsa «Destino» (uno no sabe nunca, lo mismo aparecía un traje sadomaso), entreabrí la bolsa y palpé, cachemira, piel… Ya sólo quería una cosa, volver a casa y sacarlo todo.

Encontré en mi bolsillo los comentarios de Lucas que había imprimido la víspera. Me sumergí en su lectura, no sin antes activar la alarma para no olvidarme del almuerzo conAlice. Me absorbieron los comentarios del hombrecillo. Eran finos, incisivos y directos. Había tachado a veces párrafos enteros con la anotación «Largo. No interesa. Sin interés». Afortunadamente, de vez en cuando, me premiaba con un «brillante» subrayando una frase. Me di cuenta de que iba a necesitar por lo menos una semana de correcciones y no era el momento de dormirme en los laureles.

Sonó la alarma avisándome de que ya era la hora de reunirme con Alice. Me estaba esperando en el restaurante, mirando a las hermosas mujeres que reían con sorna cuando les guiñaba un ojo.

– Hola.

– ¡Vaya, la desertora!

– ¡Eh, vale! Estaba con tu futura mujer…

– ¿Y cómo se llama?

– Mélanie.

– Bah.

– Ja, ja. Ya veremos, algo me dice que… Entremos, tengo HAMBRE.

La comida transcurrió a las mil maravillas y ninguno de las dos hicimos ningún comentario sobre la fiesta de fin de año ni del beso en la sala de ventas. Alice me aconsejó un amigo suyo abogado para el contrato con Miller y ojeó las notas de Lucas. Era el único que había leído mi manuscrito y también parecía estar sorprendido por la perspicacia del editor.

– ¡Va a arrasar!

– Ya vale de decirme esas cosas, todos… Empiezo a creérmelo, ¿y si luego fuera un fracaso?

– Te vas a hacer rica.

– ¡Sin pasar por la casilla de vampiro!

– ¡Eso es seguro!

No me había planteado nunca pasar al otro lado del espejo. De todos modos, era imposible desde la guerra de la sangre, ya que no podía haber mordedura. Pero, aunque mi historia con Tessa hubiera sido un poco más sencilla, yo no quisiera vivir eternamente. He nacido humana y estoy condicionada por la idea de que hay que disfrutar de la vida antes de morir.

– Sé que pudiste elegir entre morir y ser mordida por Tessa. ¿Por qué elegiste la segunda opción, Alice?

– Porque cuando sabes que vas a morir y apenas has empezado a vivir, venderías tu alma al diablo por tener unos minutos más…

– O la eternidad.

– Es cierto. Intento no pensarlo.

– Perdona, ¿te molesto con mis preguntas?

– No, en absoluto Clara, aunque es cierto que cuando hice la elección no reflexioné mucho. Después, he sido muy feliz y estoy aprendiendo a manejar esta perspectiva. Tengo en realidad 73 años, pero lo más gracioso es que, a la mayoría de la gente que conozco, 73 años les parece extremadamente joven.

– No me había preguntado cuántos años tenéis cada uno… ni siquiera Tessa…

– Créeme, mejor que no lo sepas, te resultaría muy raro.

– No te preocupes, me quedé bastante bien servida el primer día, con todos aquellos cuadros de Tessa en otros siglos.

– Bueno, no es siempre Tessa quien está en ellos, también hay algunos de Elisabeth.

– No me digas eso, que luego no puedo dormir. Esa mujer me hiela la sangre.

El móvil de Alice comenzó a vibrar, era un mensaje. Lo leyó, frunció el entrecejo y devolvió inmediatamente la llamada. Yo escuchaba mientras saboreaba el divino tiramisú de Césarée.

– ¿Sammy?, Sí, muy bien. Acabo de leer tu mensaje… ¿Qué pasa? Sí… estoy con Clara, ¿quieres vernos? Vale, en Césarée… sí, sí. Hasta ahora.

Me quedé mirando a Alice, que parecía preocupado.

– Es Sammy, parece trastornada.

– ¿Te ha dicho por qué?

– No se le entendía bien, hablaba de Rebecca, de LūX… No he comprendido todo.

Terminamos la comida en silencio, intentando imaginar cada una qué había podido poner a Sammy en ese estado. Ella, que era la fuerza tranquila, la chica positiva.

– Esta historia me huele mal…

– Espera antes de alarmarte, quizás Sammy te tranquilice.

– No, la desaparición de Tessa. Me estoy refiriendo a esa historia.

– Bueno… pero volverá.

– Sí, supongo. Estoy hablando de su ausencia en la empresa.

– Oh…

Sammy llegó en ese momento. Venía sin resuello. Le serví un vaso de agua y le ayudé a quitarse el abrigo. Sammy se sentó a su lado, protector, como un hijo.

– ¿Qué ha ocurrido, viejilla?

– Es ella.

– ¿Rebecca?

– Sí.

Escuchar su nombre me produjo un sobresalto, pero me callé e intenté comportarme lo más discretamente posible.

– Estaba en la antigua sala de estar, leyendo una novela romántica mientras disfrutaba de un té, tranquilamente, cuando ha llegado ella, demasiado sonriente y demasiado melosa.

Sammy se llevó el vaso de agua a los labios y bebió dos grandes tragos; después continuó.

– La he saludado amablemente y he vuelto a mi libro. Pero, como se quedaba en la habitación merodeando, le he preguntado si necesitaba alguna cosa. Me ha contestado que estaba pensado, que estaba buscando ideas para redecorar esa habitación. Hasta ahí, no había nada extraño. Pero he empezado a ponerme en guardia cuando ha empezado a hablar de «su oficina». Ha continuado diciéndome que si Tessa seguía escondiéndose en su madriguera como un conejo, iba a necesitar un espacio digno de ese nombre para dirigir los negocios en su nombre. Extrañada, le he dicho que estaba segura de que Tessa dirigía el negocio debidamente y me ha respondido que esa no era la opinión de su madre, la cual, no hay que olvidar, es la presidente de la empresa. Después se ha callado. Ha hecho alguna medición aproximada y me ha preguntado si me parecía que el malva iría bien para una directora. Se me ha atragantado el te. Ha terminado diciendo que tenía razón, que el malva era una pésima idea, y se ha ido como si tal cosa.

Sammy había terminado y miraba a Alice con ansiedad. No estaba segura de haber comprendido el lado dramático de la situación, pero al ver la reacción de Alice, empecé a preocuparme.

– ¡Cabrones!

– ¿Quiénes? –me atreví a preguntar.

Pero era como si no hubiera oído mi pregunta. Seguía mirando fijamente a Sammy.

– No pueden hacerle eso. Hay… tengo que encontrar el medio de contactar con ella.

– Ya lo he intentado. Sale el contestador.

– ¡Pero tiene que reaccionar! No sé a partir de qué tiempo se considera abandono del puesto…

Empezaba a entender la envergadura de la situación. Dudé antes de hablar, pero me decidí.

– Yo sé dónde se esconde.

– ¿Lo sabes?

– Sí, yo… me lo ha dicho. Me ha dicho que no podía decíroslo y le he dado mi palabra. Sin embargo, creo que puedo hacerle llegar un mensaje con bastante rapidez.

– Ay, pequeña, no sé si lo comprendes, pero si Tessa pierde su empresa, lo perderá todo. Ha trabajado durante décadas… Si Rebecca… Le ha hecho tanto daño.

– ¿De qué estáis hablando?

Alice interrogaba con la mirada, pero me daba cuenta de que para ella serían demasiadas emociones para un solo día, así que le di una discreta patada a Sammy bajo la mesa e inventé una historia para Alice.

– Ha sido muy desagradable con ella desde su regreso. Ella lo lleva muy mal.

– Hubiera debido abandonarla hace mucho tiempo.

Me levanté y decidí volver a ver a Tessa en el hangar. Me despedí de Sammy y Alice.

Una vez en el hangar, llamé a la puerta y dudé en entrar. Pero si estaba en su habitación, escuchando música clásica con los cascos, como solía hacer, no podría oírme. Rodeé el almacén y encontré una salida de emergencia de otros tiempos, que no se me resistió. Entré en el hangar. No se veía ninguna luz en el yate. El lugar no era muy tranquilizador y mis tacones resonaban con un ruido grave que me aterrorizaba. A bordo, ningún rastro de Tessa, así que decidí esperarla. Pero estaba sola y eso me asustaba. ¿Y si volvía acompañada? ¿Cómo iba a justificar mi presencia? Arranqué una hoja de mi nueva agenda y le escribí una nota.

«Tessa:

Alice y Sammy están muy preocupados por LūX. Parece que Elisabeth y Rebecca se han puesto de acuerdo. Ella ha comentado algo de que se va a poner al frente de la compañía. Creo que tienes que volver.

Me puedes llamar a este número.

Con toda mi ternura,

Tu Tessa»

Sujeté el papel al cristal, de manera que no pudiera despegarse. Me subí al Smart, que había aparcado no muy lejos, y decidí regresar. Comenzaba a aflorar el cansancio de la noche. Necesitaba echar una cabezada cuanto antes.


– Amor mío, amor mío, despierta, son las 19:30 h…

Estaba soñando y en mi sueño la mujer a la que amaba me murmuraba al oído que era hora de despertar. Yo me negaba a despertarme precisamente por eso, porque quería quedarme con ella, con su voz suave y dulce que me decía que…

– Venga pequeña marmota, Sammy me ha dicho que San había organizado una cena hoy… con la famosa Dani.

Me sobresalté, abrí los ojos y vi a Tessa inclinada sobre mí. No estaba soñando, estaba ahí, en mi dormitorio. Aparté el edredón, me enganché a sus hombros y le hice caer sobre la cama. Después volví a echar el edredón sobre los dos. Nos reímos.

– Ven, nos quedamos aquí diez años.

– ¿Y cómo harás para escribir tus libros, charlar, husmear y hacer preguntas?

Pellizqué a Tessa, que ya ni se molestaba en disimular al burlarse de mi curiosidad, y me acurruqué junto a ella.

– Has leído mi nota.

– Sí. Tu nota y todos los mensajes de Sammy y Alice. No te preocupes, todo se va a arreglar. Ya estoy aquí.

– ¿Para quedarte?

– Sí, salvo que tengas alguna otra revelación que hacerme.

– Que no me gusta la carne roja.

– ¡Abandona inmediatamente este castillo, mujer sin gusto!

Hubiera querido no tener que salir nunca de esta cabaña de mantas. Comenzamos a besarnos, primero moderadamente, después lánguidamente... pero, enfrié los ardores de mi asaltante.

– No puedo, es muy tarde. San ha organizado la cena y ni siquiera me he lavado y arreglado. Y, para colmo, podría entrar cualquiera.

– ¿Desde cuándo os asusta ser sorprendida, señorita «Clary »?

– Pero, cómo haces para estar siempre al corriente de todo,Tessa?

– Tengo mis informadores.

– ¿Entonces, vienes a la cena?

– Sí, por supuesto.

– ¿Sabes que estará Rebecca?

– Lo sé, y sé que ella sabe que lo sé.

– ¿Y qué va a transcurrir la velada?

– Muy bien, yo seré una dama, porque he sido educado por una madre muy puntillosa con las formas.

– ¿Y te enseñó también que un pdlo despeindado de tres días era lo correcto para una cena en un castillo?

– ¡Me hubiera desheredado!

– ¡Pues corre a prepararte!

Empujé a Tessa fuera de la cama. Le costó un buen rato salir del dormitorio y me quedé con la dolorosa sensación de que no había aprovechado el momento. Necesité unos segundos para eliminar la sonrisa de satisfacción que me queda siempre después de una visita de Tessa y me abalancé sobre mi misteriosa bolsa de «Destino» esperando encontrar algo que ponerme para la cena. ¡Premio! Había introducido la mano en la bolsa y la había sacado con un vestido de punto de angora color topo, de cuello redondo y con la espalda escotada. No quise descubrir el resto de la ropa que había en la bolsa y me reservé la sorpresa para otra ocasión.

Bajo la ducha, volvió a asaltarme la preocupación: ¡Rebecca, Tessa y yo en la misma mesa! Era como si todos los ingredientes de un cóctel Molotov hubieran decidido darse cita en un espacio cerrado. Aparté ese mal presagio de mi cabeza y entonces me di cuenta, después de habérmelo puesto, de que el vestido parecía haber sido hecho especialmente para mí. Gustarle a Tessa esta noche, me parecía una buena idea.


Cuando llegué al comedor, mis amigos ya estaban allí. Sammy, Alice, Tessa, Dani y San, a la que encontré particularmente nerviosa. Estaba luchando con una botella de champán que se le resistía. Dani acudió en su ayuda.

– Queridos, ¿no me esperáis para descorchar el champagne?

Rebecca es una profesional de las entradas triunfales. Está radiante y saluda a Tessa con una sonrisa.

– Ah, estás aquí, empeza…

– No empieces.

Se había levantado la veda, el mensaje asesino lanzado por Tessa a Rebecca parecía no haber afectado a la belleza pelirroja que besaba a San afectuosamente.

– Dime, hermosa mía, ¿a que se debe esta cena?

– Ya te lo he dicho, Dani y yo nos vamos de vacaciones.

– Y…

Todos estábamos pendientes de los labios de San, que se ruborizó púdicamente. Era la primera vez que la veía así, tímida, reservada, tranquila… Me resultó aún más entrañable. Pero, a Rebecca no le gustaba dejar de ser el centro de atención, así que intervino.

– Y bueno… os vais a casar, ¿es eso?

Daniela, visiblemente contrariada por el espectáculo de Rebecca, la cortó.

– No. Bueno, no inmediatamente; pero no te preocupes, si fuera el caso, me ocuparé de anunciarlo yo misma en la asamblea.

San cogió la mano de Daniela y anunció:

– Estoy embarazada. En fin, «estamos». Bueno, eso. Un bebé.

Sammy fue la primera en saltar de alegría. Es curioso, recordé la primera impresión que le había hecho la muñequita a nuestra gobernanta romántica y clásica. Me emocionaba verla ahora, rebosante de alegría por ella. Alice levantó su copa y todo el mundo abrazó a la rubia que mojaba los labios tímidamente en la copa de Dani «porque traía buena suerte». Me invadió una oleada de felicidad tal que ahogó mi corazón. Sin poder controlarlo, las lágrimas asomaron a mis ojos y se deslizaron por mis mejillas en un arroyo desconcertante. Al verlo, San se echó también a llorar y las dos nos fundimos en un abrazo.

– Lo siento, no quería hacerte llorar.

– No te preocupes, Clara, son las hormonas. Que gracioso, eh, voy a ser mamá.

– Lo más hermoso que pueda haber.

Alice se acercó a nosotras y nos rodeó a las dos con sus brazos.

– Sois las dos unas lloronas.

Tessa y Sammy se abrazaban, mientras Dani se servía una segunda copa, visiblemente feliz de ir a convertirse en mama. Únicamente Rebecca se mantenía rezagada. Me recordaba a Maléfica, la bruja de La Bella durmiente del bosque , y me daba la impresión de que en cualquier momento iba a salir de las sombras para escupirnos todo su veneno. Pero no pasó nada. Se contentó con terminar su copa mientras observaba nuestras ñoñerías.

Crucé la mirada con Tessa y sus ojos me dijeron muchas cosas hermosas. Todo era muy complicado, pero era feliz. La cena continuó en el mismo tono despreocupado y yo aproveché para informarme lo máximo posible sobre el embarazo de San. ¿Iba a ser igual que el de los humanos? Parecía una pregunta tonta, pero me abría nuevas perspectivas. El embarazo de San iba a ser tranquilo, sin problemas de salud para el niño. Sencillamente, iba a crecer dentro de su vientre y asomaría su naricilla al finalizar el noveno mes.

– Únicamente, que tendré una tarjeta de receptor doble, para alimentar a dos.

– Eso, más sangre para este pequeño glotoncillo. Dijo Dani, hablándole al vientre de San.

– ¿Es decir, que nada le diferenciará de un bebé humano?

– Sí, sus caninos. Dos puntitas adorables, ya verás -comentó Tessa.

Ya verás… dentro de nueve meses. ¿Es que iba a estar yo aún aquí?

Agotada por las emociones, San abandonó la mesa, seguida rápidamente por Dani. Hacían muy buena pareja. ¡Qué hermosa historia de amor!

Rebecca había permanecido callada toda la velada, pero sin abandonar en ningún momento su inquietante sonrisa. Llamaron a la puerta del comedor y me levanté para abrir. Pensé que era San que había olvidado alguna cosa. Al ver a Elisabeth, mi mano se quedó petrificada.

– ¡Clary, aún aquí, pensaba que tenía trabajo!

– Oh… Hola. Me ha invitado San, está… ¿está usted bien?

Sin siquiera responderme, Elisabeth pasó por delante de mí para saludar a Rebecca.

– Querida Rebecca, está sublime. Si no se hubiera casado usted con mi afortunada hija…

Rebecca ahogó una risita. Era como si hubieran repetido esta escena cientos de veces. Después de dar un cordial «buenas noches» a Sammy y Alice, Elisabeth se volvió hacia Tessa. Su parecido era impresionante y me producía escalofríos.

– Una aparecida.

Me sentía incómoda de estar allí. Sammy nos hizo un señal, a mi y a Alice, indicándonos que era el momento de levantarnos y dejarles hablar a los tres solos. Tessa intentó retenernos, pero su madre se lo desaconsejó.

– Es un asunto de familia, Tessa.

Le dirigí una mirada llena de ternura y cerré la puerta con un mal presentimiento. Volvimos a la cocina de puntillas y en silencio.

– Sammy, ¿nos preparas un café?

– Sí, por supuesto. Alice, ¿qué va a ocurrir ahora?

– No te preocupes, muy pronto lo sabremos.

Alice se dirigió hacia el armario del contador eléctrico y abrió una pequeña estantería. Parpadearon una cincuentena de botones. Activó dos, desconectó uno y en la cocina resonó la voz de Rebecca. Alice bajó el sonido y nos hizo una seña para que nos acercáramos. Rebecca tenía el tono de sus peores días.

– ¡Estaba segura de que no funcionaría! Te había sobrestimado. Tu madre, ella sí sabía que caerías en la trampa.

Charles dejó escapar:

– ¡Vaya zorra!

– ¿No te pueden oír? –pregunté inquieta.

– No, he desactivado el micrófono de la cocina.

Magda se acercó, con los cafés en la mano, y nos callamos para escuchar el resto de la conversación. Rebecca hablaba sin parar.

– Era tan sencillo asustar a Sammy. Si hubieras visto la cara que puso cuando le hablé de oficina, de directora… ¡Ja, ja, ja!

– Ya habíamos lanzado el señuelo y sabíamos que iba a hacer todo lo posible para que volvieras –continuó Elisabeth.

– Nos divorciamos, Rebecca. Nos divorciamos por culpa tuya. Elisabeth, ¿ya sabes lo que me ha hecho?

Tessa había alzado la voz.

– Sí, hija, ya lo sé. Pero ya no tienes 12 años. ¡Huir como una adolescente, cuando estás a la cabeza de la empresa familiar, es inconcebible! Además, un matrimonio tiene sus momentos buenos y sus momentos malos…

– ¿Cómo te atreves a hablar de momentos buenos y malos? Desapareció para revolcarse en la cama de otra y, dos años después, reaparece haciéndose la amnésica.

– Tessa, dirígete a mí en otro tono –espetó Elisabeth con una voz autoritaria.

– Yo no quería hacerte daño Tess.

Me enfermaba que le llamara así.

– Escucha, Rebecca me ha confesado que lo sentía verdaderamente. Creo que tú eres demasiado sensible. Se lo decía siempre a tu padre. Él y Sammy te han mimado demasiado y mira ahora el resultado. Estoy obligada a intervenir y tenderte una trampa para que te atrevas a afrontar tus problemas.

– Madre, me voy a divorciar.

– Eso no es posible.

– ¿Perdona?

– Me has oído perfectamente. Rebecca es la esposa que has elegido, para lo mejor y para lo peor.

– No me puedes obligar a permanecer con ella.

– Sí puedo y lo he hecho. Anteayer, Rebecca y yo estuvimos con los abogados. Le he cedido la mitad de las participaciones de LūX; la otra mitad son tuyas. Le he confiado esta empresa, por la que he trabajado sin descanso. No voy a dejar que eches todo a perder por los tiernos ojitos de una humana.

– Clary no tiene nada que ver en esto.

– ¡Desde luego que sí! Desde que llegó, descuidas los contratos, te vas de escapada, ya no negocias los precios… ¿Has perdido el juicio? He hablado con mis asesores y han encontrado el siguiente sistema: si te quedas con Rebecca y LūX continúa creciendo, ella no intervendrá en la sociedad y te dejará ocuparte de los negocios como siempre ha hecho. Si te divorcias, conseguirá tus participaciones como compensación y pasará a ser la accionista mayoritaria de la empresa, la cual dejará de pertenecer a la familia.

– Te estás olvidando de que un divorcio por falta anula todas las cláusulas.

Rebecca intervino, haciendo teatro.

– ¿De qué falta hablas, Tessa? Desaparecí, no sé lo que me pasó. Tengo el certificado de un psiquiatra que confirma mi amnesia postratumática.

– Me dejaste por otra, Rebecca.

– ¿Tienes alguna prueba?

Tessa se calló. Elisabeth aprovechó para asestarle la puñalada final.

– Si Rebecca se queda con LūX, se quedará también con la casa, los coches y todos tus bienes. Sammy y Alice dejarán de estar a tu servicio para pasar al suyo, ya que tienen un contrato para los dos próximos años. LūX ha revolucionado nuestra vida, ¿de verdad quieres echar todo a rodar por una criatura que estará muerta en un ridículo puñado de años? Te dejo reflexionar sobre el contrato. Tienes 48 horas, hija. Si lo rechazas, deberás rehacer tu vida en otro lugar. Dejarás de ser para mí un Lamberson y dedicaré mi energía en borrar cualquier rastro de tu existencia. Buenas noches. Consúltalo con la almohada.

Oímos cómo se cerraba la puerta y el ruido de pasos.

– No des un paso más o te juro…

– Tess, vamos a superar esta crisis. Déjame que te explique. Me fui porque era muy desgraciada. Creía que podía encontrar algo diferente en otro lugar, pero muy pronto comprendí que estábamos hechos el uno para la otra. En estos momentos, tú estás pasando por una situación parecida a la mía. Te estoy haciendo ganar tiempo, llegarías a la misma conclusión que yo. Eres mi mujer. Mi amor.

– ¡Fuera!

Sin decir una palabra más, Rebecca salió de la habitación. Alice se había quedado estupefacto con la conversación que acabábamos de escuchar. Sammy murmuraba «pobre chica». Permanecimos un momento callados y después escuché los sollozos de Tessa en el micrófono. Me levanté para ir a su lado, pero Sammy me sujetó por el brazo.

– Hay que dejarle sola, Clary.

Sienna Lloyd