Bite me XIV

Quiero disculparme por el retraso. Clary vuelve a ver a Tessa que pasará?

Escuché a Sammy entonar mi nombre a voz en grito. Podía hacerme la que no oía y esconderme bajo la gruesa colcha que cubría la cama, pero conocía la tenacidad de Sammy. Si había decidido sacarme de la cama, no había duda de que lo haría. Me levanté, me pasé una mano por el pelo, me estiré como un gato y me puse el albornoz azul rey y oro y las delicadas zapatillas japonesas que la adorable ama de llaves me había regalado en Navidad.

– ¡Ya voy Sammy!

La menuda mujer se calló y por fin, en paz, pude saborear mi despertar. No me gusta hablar cuando me levanto, prefiero estar encerrada en mí misma, recopilar los datos que mi subconsciente ha tenido la amabilidad de regalarme en sueños y escribir. Pero, esta mañana, no tenía gran cosa que decir. Había decidido quedarme aquí, hasta ver las cosas más claras profesionalmente. Ayer era 1 de enero y San, Sammy y yo nos instalamos las tres en la sala de proyecciones para ver la película «clásica romántica» preferida por cada una de nosotras.

Sammy nos hizo descubrir La Vida es bella de Franck Capra, toda una lección de positivismo. Después, pasamos a la elegida por SAndy; me esperaba una comedia romántica, de tipo chick lit , y nos puso Eternal Sunshine of the Spotless Mind de Gondry. Poética, romántica, loca… sobre historias de amor que una no puede borrar de la memoria. Como me tocaba a mí, y quería ver esa película a toda costa, elegí Imagine You and Me, porque para mí no puede haber una historia más hermosa.

Así que ayer tuve mucho tiempo para pensar en el amor y en la vida, y lejos de sentirme deprimida, tenía el corazón lleno de alegría al final de nuestra triple sesión. Dormí como un bebé soñando que Tessa y yo éramos personajes de una película moderna, un romance con final feliz.


– Bueno, pequeña, te estoy llamando desde hace media hora.

– Buenos días, Sammy. Estaba durmiendo.

– Ah, claro. Es que primero te he enviado correos electrónicos, pero, como no contestabas y tengo un suflé en horno al que no puedo perder de vista ni un momento, he tenido que gritar. Ya sabes cómo son estos chismes, son como niños pequeños, en cuanto te vuelves un segun…

– Sammy, dime para qué me llamabas, cariño, o dame un café. Morfeo me llama a su lado.

– Lucas Miller ha telefoneado esta mañana y te espera dentro de dos horas en su oficina de la calle Temple… ¡Como ves, tenía una muy buena razón!

– ¿Eh? Pero habíamos quedado en llamarnos en enero para fijar entre los dos una cita…

– Sí, y es exactamente lo que ha hecho.

– Si dejamos a un lado el concepto «entre los dos».

– Sí, es ese tipo de hombre.

– ¿Le conoces?

– Todo el mundo le conoce, pero de lejos y hace mucho tiempo.

Me sentía con la mente aún aturdida y escuchaba con atención a Sammy, que no apartaba la vista de la puerta del horno. Lucas Miller era el magnate de las editoriales, un hombre que monopolizaba el mercado desde… hacía siglos. Todas las publicaciones universitarias y políticas venían de él. Incluso antes de que se conociera «su» existencia, Miller ya negociaba con los humanos, con frecuencia en su oficina para no revelar su tapadera y no poner en riesgo su vida por comer en una terraza.

Lucas Miller es un hombre de negocios, intuitivo, astuto y sin compromisos, me había dicho Sammy. Me sentía halagada de que se hubiera interesado por los borradores de una jovencita que había descubierto su universo desde hacía sólo unas semanas.

– No sé qué ponerme, Sammy.

– Yo no soy la experta, pero Miller te transformará en lo que él desee en el momento de la promoción. Yo, en tu lugar, iría como tal y como eres, natural.

– ¿La «promoción»?

– Yo no soy Miller, Clary, pero lo que sí sé es que una humana que escribe un libro sobre la cohabitación de las dos especies y que vive en el centro de su mundo… va a ser todo un éxito.

– Pero son textos serios y teóricos.

– Te apuesto lo que quieras que la promoción los hará más para el «gran público».

– Creo que estás desbarrando.

– Pues yo creo que no sabes lo que vales.

Sammy seguía afanada en su suflé y le di un beso en su mejilla redonda y fría al pasar. Pensativa, regresé a mi habitación. No tenía ni idea de qué me esperaba, pero estaba excitada por hablar de mis investigaciones con un hombre con experiencia. Vacilaba en si debía recurrir a San para decidir mi indumentaria, pero finalmente me dije que Sammy tenía razón. Natural, seria y profesional, eso es todo lo que necesitaba ver Miller.

Furtivamente, Tessa pasó por mi mente. Me daba rabia que no

estuviera, de nuevo, a mi lado para asesorarme. Estaba sola y era posible que fuera a firmar mi libro con el diablo.

– Eres una chica grande, demuéstrales que puedes conseguirlo sola –me repeía en voz alta frente a mi ordenador.

Cambié el nombre de los archivos para que estuvieran en orden y los copié en un lápiz de memoria. Aproveché los minutos que tardaban en copiarse para leer el correo. Mélanie me había enviado uno el día anterior: nos habíamos prometido vernos y contárnoslo todo después de las fiestas.

Estamos a 1 de enero y son las 13:05 h. Tengo una resaca horrible, pero pienso en ti. Cuánto me alegro de que estés bien. ¿Cuándo nos vemos? Estoy impaciente por saber dónde te has escondido todo este tiempo.

¡Feliz año!

Mel.

¡Bien! Justo lo que necesitaba: una persona neutra, que no sabía nada, alguien como yo, que comprendía qué era «el tiempo». Respondí inmediatamente a su propuesta.

Hola Mélanie:

¡Feliz año a ti también! Sí, ya es hora de que charlemos. Tengo una cita importante, pero estoy libre esta noche si te parece bien. ¿Podríamos vernos en el Narval a las 18:00 h?

XXX

Clary.

Corrí a la ducha, contenta de tener otras cosas en mente que no fueran Tessa. Ya ocupaba todas mis noches y este ayuno carnal me estaba siendo difícil de soportar. Había abierto la caja de Pandora y ahora tenía continuamente ganas de ella, de su cuerpo, de nosotras. Necesitaba tener nuevas perspectivas para acallar mi deseo; ver películas con Sammy y San, entrevistarme con el señor Miller, beber unas copas con Mélanie… eran las distracciones perfectas. Al entrar en el dormitorio, encontré las llaves de un coche con una pequeña misiva de Alice.

Para tu cita, pequeña. Almorcemos mañana en la ciudad para que me cuentes lo de Miller y compañía.

¡Empezaba a necesitar una agenda! Alice era una persona llena de delicadezas, pensaba en todo, mientras que yo era incapaz de prever nada. Es verdad, no se me había venido ni un segundo a la mente que, efectivamente, sería conveniente acudir a la cita con Miller en coche. ¿En qué estaba pensando, en emplear mi patético talento de corredora de jogging y presentarme chorreando de sudor en la oficina del papa de la literatura? Mélanie había respondido a mi correo, me iba a reunir con ella esa noche. Me sentía estresada a la vez que excitada por este encuentro. Se había despedido de una chica triste, moribunda, que nunca tenía ánimo para hacer nada, salvo para hacer revisiones, y me iba a encontrar… cambiada.

Bajé al parking. Había optado por un vaquero, un jersey de cuello alto negro y el pelo atado en una cola de caballo. Mi bolso Dior, que ahora llevaba siempre encima porque me traía suerte y, por supuesto, el diamante de Tessa. En el sótano, pulsé el mando a distancia del llavero para encontrar el coche que me había prestado Alice. Le maldije al ver que las luces que habían parpadeado eran las de un pequeño Porsche. En mi vida había conducido un coche que costara más de 10 años de sueldo, ¡por no hablar de la sobriedad! Alice era perfectamente consciente de que era un regalo envenenado. Ya la estaba viendo riéndose, imaginándome conduciendo a 40 con los ojos bajos.

Subí al bólido y, cuando el motor comenzó a rugir, me di cuenta de que iba a ser un deportivo. A la más mínima presión en el pedal, el coche no se hizo esperar y salió embalado. Al llegar al camino, calé varias veces y me eché a reír al pensar que San, Sammy y Alice estarían detrás de los cristales reventadas de la risa al ver mi ineptitud. Salí del coche, mirando a la derecha y a la izquierda. De pronto, me quedé petrificada al percibir a Rebecca y Tessa en la ventana, traspasándome con la mirada. Tardé unos segundos en darme cuenta de que en realidad era Eleonor. Trastornada, volví a subir al coche y sin dudarlo un momento escapé de allí a toda prisa. La aparición de estos dos oscuros personajes me había helado la sangre en las venas y prefería sacarlos de mi cabeza para poder concentrarme en lo esencial: llegar a mi destino y, si era posible, en una sola pieza.


En la calle Temple, algunas plazas estaban reservadas para los visitantes de las ediciones Miller, pero, al ir a aparcar en una al azar, observé que una de ellas tenía un cartelito blanco en el que se leía «Señorita Clara».

El edificio se parecía curiosamente a una facultad francesa, se podría decir que era la réplica exacta de la Sorbona. Escaleras de mármol, molduras, tarima que crujía al pisarla y lámparas. La recepcionista era una conocida modelo rusa a la que ya había visto en publicidades del perfume Haute Couture . Estaba segura de que era ella.

– ¡Hola, bienvenida! -me dijo con un acento ruso que confirmó mi primera impresión.

– Hola, tengo cita con el señor Miller. Soy…

– Sí, ya sé. Suba por la escalera de enfrente, es la única oficina que hay en toda la planta. Llame tres veces, la está esperando.

– Gracias.

Llamé tres veces a la gruesa puerta que daba la impresión de que había sido construida para resistir a las cabezas de ariete de la Edad Media. Lucas Miller me estaba esperando, minúsculo detrás de un escritorio ridículamente grande, en una habitación del tamaño de una sala de baile. Pequeño, regordete, rojo, con sus sempiternas gafas sin cristales en la nariz.

– Ah, Clary. ¿Qué le ha parecido su nuevo pseudónimo?

– ¿Mi…?

– Señorita Clara. Ha sido idea mía. Lo he soñado, eso y los 100 000 ejemplares en la primera semana.

– ¿100 000? Entonces, aún no lo ha leído, señor Mi…

– ¡Llámeme Lucas! ¿Cree usted jovencita que si estoy aquí es porque he «leído» libros? Ni recuerdo la última obra que he leído completamente. Yo soy un jugador de póquer Clary, y muy bueno, sin querer vanagloriarme. Pero, siéntese por favor.

– Así que póquer…

– Sí, póquer o cualquier otro juego en el que la suerte no tenga nada que ver con el éxito. Un apretón de manos y dos palabras me bastan para saber si estoy o no frente al autor de un best seller.

– ¿Y le ocurre a menudo?

– Una vez cada cincuenta años, quizás.

– Me siento halagada señor… uy, Lucas. Bueno, ¿puedo hablarle de mi proyecto?

– ¡Empiece!

– Tessa me ha…

– ¿Tessa Lamberson? ¿De LūX, no?

– Sí, eso es. Así que, después de que Tessa me atropellara y tuviera que pasarme un mes en su casa, he comprendido que estaba equivocada con respecto a «ustedes».

Le cuento a Miller, que no pierde palabra de mi discurso, toda mi historia. Los cuentos de vampiros que me leía mi padre cuando era pequeña, los primeros rumores, la guerra de la sangre y los reportajes a cual más horrible sobre las «bestias sanguinarias». Me parecía importante que se diera cuenta de hasta qué punto mi residencia forzosa, durante el tiempo que dura una nueva luna, era como si entrara en la boca del lobo. Le hablo de mis encuentros, mis investigaciones y de la biblioteca de Alice. Le cuento también las miles de preguntas a las que debo responder continuamente; la más recurrente: «¿Qué quiere decir no tener tiempo?» Concluyo mi discurso explicando la importancia de educar a nuestra generación y a las venideras, que las corrientes extremistas como los «H» me dan mucho miedo y que ya es hora de que podamos vivir juntos en paz y no separados por fronteras.

Sentí que al señor Miller le había gustado mi discurso y que estaba de acuerdo; eso era lo único que necesitaba comprobar antes de confiarle mi lápiz de memoria.

– Clary, lo que me ha contado supera lo que había imaginado.

– Oh… ¿y?

– Que no está al alcance de cualquier emocionar a Lucas Miller.

– Gracias, me siento muy honrada.

– Le enviaré un correo electrónico esta tarde para hablar de plazos, revisión, dinero y otras cosas que no llegan a la altura del tobillo de la ambición de esta obra. ¿Ha pensado en un título?

– Sí.

– Diga.

– «En el corazón»

– ¡Vendido!

– No quiero quitarle más tiempo, tengo otras citas señorita. Gracias por esta bocanada de verdad.

– Gracias a usted.

Me puse en pie para salir y Lucas me preguntó.

– Recuérdeme que le cuente algún día cómo yo también, una vez, conocí el amor, el gran amor, con… una humana.

Me giré y vi a Lucas mirando, pensativo, hacia su gran ventanal. Un pequeño hombre solitario a la cabeza de un imperio, como otros muchos por aquí.


Anochecía cuando entré en la zona «H». Tenía la impresión de que no había visto la ciudad desde hacía 10 años, pero nada había cambiado. Era yo la que había cambiado, mi mirada era nueva y cada grafiti firmado «H» me provocaba un escalofrío. ¿Había más que hacía dos meses? Tenía la desagradable impresión de que era así.

«Sangremos a los sangradores», «Humanos, la Tierra os pertenece» «M.A.T» (matémoslos a todos). Me sentía oprimida por la tinta roja que corría por las sucias paredes de la periferia. Entré en la ciudad y agradecí con alivio la opción «lunas tintadas» de este coche diseñado para la ostentación. Había hecho bien en quedar con Mélanie en el elegante barrio del Carré d’Or, porque no estaba segura de que el flamante Batmobile pudiera sobrevivir en otro lugar. Al llegar frente al Narval, pude ver a Mélanie impacientándose en la terraza. Eran las 18:30 h, llegaba con media hora de retraso y no tenía ningún modo de contactar con ella. Bajé la ventanilla de mala gana para gritarle:

– Mélanie, tengo que aparcar. ¡Lo siento!

Mélanie abrió los ojos como platos y tardó unos segundos en comprender que la mujer que iba en el Porsche era yo. Escuché su «vale», con muchos puntos de interrogación, y arranqué de nuevo. Me sonreía la suerte porque apenas a diez metros de distancia se libraba un sitio estupendo, inmenso, que no necesitaba maniobras y se podía ver desde el café.

Mélanie me observó acercarme, boquiabierta.

– ¡Mél, se diría que has visto un fantasma!

– Se diría que tienes una hermana gemela millonaria que ha decidido hacerse pasar por ti.

Reí, estaba encantada de volver a estar con Mél. Mi amiga del alma, la chica popular que se había encariñado conmigo porque me importaban un bledo la imagen, las apariencias y otras muchas cosas. Bueno, eso era antes.

Mélanie es alta, rubia, con una hermosa melena rizada. Es bonita, seductora con su larga nariz afilada salpicada de pecas. Tiene unos grandes ojos azules y la sorpresa que se acababa de llevar los hacía aún más inmensos. Como seguía aún boquiabierta, rompí el silencio.

– No has cambiado nada.

– Ya, claro. Yo no he desaparecido dos meses para hacerme un nuevo look.

– ¡No me he hecho un nuevo look, Mel!

– Pelo corto, ropa increíble, coche de infarto… Y ahora te maquillas.

– Estoy bien. Lo que tienes frente a ti, es la misma Clary que, en efecto, se ha hecho mejorar por una amiga.

– Preséntamela, yo también quiero.

– Tú no lo necesitas.

– ¿Dónde estabas?

– Ja, ja. Si no te importa, voy a pedir una Coca-Cola antes para reponerme de todas las emociones. Este coche te hace perder un minuto de vida en cada cruce. Sí, como te puedes imaginar, no es mío sino de un amigo.

– Un amigo, una amiga. ¿Quiénes son? Pensaba que era la única persona en tu vida.

Un camarero de apenas 16 años tomó nota de nuestro pedido. Nos trajo la mitad de las cosas y nos pidió disculpas; su jefe le echó la bronca y volvió avergonzado. Recordé la época del Melvin Club y el sentimiento de quererlo hacer bien. Ayudé al chico a repartir los vasos y los aperitivos y le susurré que no se preocupara, que poco a poco lo iría haciendo cada vez mejor.

– ¿Entiendo que no te has reincorporado al trabajo? preguntó molesta Mélanie.

– No.

– ¿Entiendo que no vuelves a la facultad?

– No.

– ¿Entiendo que has conocido a una mujer rico?

– Sí. Pero no es lo que piensas.

No comprendía por qué, pero Mélanie estaba un poco más agresiva que al principio.

– ¿No es lo que pienso? Te presentas en un Porsche, vestida de Dior. Te las das de gran señora con el camarero y llevas un diamante del tamaño de un ojo en el cuello; que va, no es lo que pienso. ¿Quién es el feliz ancianita?

Me eché hacia atrás en la silla, chocada por las palabras de Mélanie. Era consciente de que la situación se prestaba a pensar mal. Pero, sin quererlo, Mélanie había metido el dedo en la llaga que me mortificaba en ese momento, la historia imposible con Tessa.

– Lo siento Clara. De verdad. No quiero juzgarte o causarte pena. Pero estoy enfadada contigo. He pasado dos meses preocupada, preguntando a todo el mundo, yendo a la policía y acosando a nuestros profesores. Me daba la impresión de que a nadie le importaba esta desaparición. Y ahora te encuentro radiante, enamorada, rica y sin la menor conciencia de lo que ha podido suponer para mí tu desaparición.

Intenté interrumpirla, pero Mel se había lanzado.

– He puesto en entredicho muchas cosas en mi vida. Me he dicho que quizás había perdido la única amistad sana que tenía. Y enterarme ahora de que te daba igual saber si te estaba buscando, me duele. No quiero decir que hubiera preferido encontrarte desnutrida, torturada y herida. Pero verte tan resplandeciente, me pone celosa y furiosa.

Las palabras de Mel me llegaban al alma, y la comprendía perfectamente. Me sentía emocionada y avergonzada.

– Mélanie, déjame que primero te lo explique todo. Será más fácil. Pero, antes te pido perdón desde lo más profundo de mi corazón. Tenía tan poca seguridad en mí misma, que estaba convencida de que nadie en la Tierra se preocupaba por mí.

La cara de Mélanie se dulcificó. Calló y esperó a que comenzara mi historia. Se lo solté todo, sin guardarme nada. Mi dimisión del Melvin Club, el accidente, mi encuentro con Tessa, nuestra pasión, la desaparición de su mujer durante la guerra de la sangre, nuestro amor creciente, el milagroso regreso de Rebecca y la verdad de su ausencia, y la partida de Tessa. Continuaba aún hablando y ya era de noche.

Alice, Sammy, San, Tessa, Nicolas, Rebecca y Eleonor. Los vínculos de amistad creados, la sensación de tener una nueva familia.

Mis nuevos conocimientos sobre los vampiros, mi obra… mi nuevo contrato. Los ojos de Mélanie reflejaban su sorpresa y me daba cuenta de que, en dos meses, había vivido el equivalente a dos vidas. Una vez terminado el monólogo, Mel me abrazó. Su excitación, debida a mis palabras y a la fuerte dosis de café que nos habíamos tomado, era palpable. Me devoró a preguntas:

Tessa, los vampiros, el sexo, la relación con el dinero, el historial de Alice, San, Sammy, Rebecca, a la que inmediatamente llamó «La Malvada». Estaba impaciente por saberlo todo y era comprensible.

Nos callamos un momento y me sentí vacía. Hablar de estos recuerdos me había hecho volver a pensar con nostalgia en las cuatro semanas pasadas con Tessa. No era todo de color de rosa y la desaparición de su mujer pesaba aún en nosotras, pero yo había sido feliz. Me había enamorado y ante mis ojos pasaron las imágenes de nuestras vacaciones en la Zona Blanca: el agua, Tessa, nuestra sed mutua. Había nacido físicamente con ella y ahora me faltaba.

Mélanie había comprendido que nuestra historia era una locura y que me sentía muy desgraciada sin ella.

– Dale tiempo. ¿Te imaginas en qué estado estarías tú si hubieras pasado dos años de tu vida buscando a una mujer a la que le importabas un bledo? Yo, con sólo dos meses, creía enloquecer, y eso que ni siquiera eras mi mujer.

– Sí, lo sé. Pero, ¿por qué no podemos pasar esta prueba juntas?

– Porque no quiere que pierdas el tiempo esperándola. Tú no eres como ella.

– Pero yo no quiero que ella…

– Lo sé, no te estoy diciendo que vuelvas a la Zona H y que te busques una mujer. Te digo que pongas en stand-by tu vida sentimental, tan repleta, y que te centres en otra cosa.

– ¿En el libro?

– ¡Por ejemplo!

El camarero se acercó tímidamente a nosotras. Eran las dos de la madrugada y acababa su servicio. No habíamos visto pasar las horas. Le propuse a Mel llevarla a casa para que me contara por el camino su escapada con el señor Nevert, nuestro profesor de Filosofía.

– Acompañarme a casa en un Porsche, tú… la vida es curiosa.

– Lo que es curioso es el señor Nevert y tú.

– Es agua pasada. Tengo otro objetivo .

– ¿Ah sí? ¿Le conozco?

– Tú sí, pero yo aún no.

– ¿?

– Alice.

– Ja, ja.

– Estoy fascinada con lo que me has contado de ella. Estoy deseando conocerla. Y pensar que nunca me han atraído las mujeres, pero tengo la necesidad de saber de ella.

– ¡Ya veo que no pierdes comba, ja, ja! ¿En la próxima luna llena?

– Vale. Y cómprate un teléfono.

– Prometido. Gracias por todo.

Apreté con fuerza entre mis brazos a Mélanie y nos despedimos, más cercanas que nunca. Salí de la ciudad, pasé la barrera nocturna para el barrio rojo y escapé. Llegué al castillo y aparqué como pude el coche de Alice, me sentí orgullosa de no haberle hecho ni un arañazo. La casa estaba en calma, silenciosa, todo el mundo dormía y es que eran casi las tres de la mañana.


Me levanté a eso de las 10:00 h, descansada y llena de buenas intenciones. Tenía tres correos en mi buzón: uno de Mélanie que me recordaba que tenía que comprarme un teléfono, otro de Alice para decirme que retraba nuestro almuerzo porque tenía que irse a buscar un nuevo libro… El último correo, de Lucas Miller, me inundó de alegría.

Clary, acabo de terminar el manuscrito y estoy impresionado. ¿22 años? He conocido autores que tenían diez veces su edad y diez veces menos de perspectiva sobre las cosas.

Veámonos pronto para hablar de los siguientes pasos. Tengo algunas correcciones que quiero que lea (en documento adjunto) y también tenemos que estar con los abogados para hablar de los derechos de autor. ¿Tiene usted alguno?

Aproveché la anulación de Alice para organizarme una jornada para mí sola. La excusa de «comprar un teléfono» me iba a permitir dar una vuelta por el barrio rojo para hacerme con una libreta, una agenda. Imprimí los comentarios de Lucas y corrí a prepararme. En la entrada, mientras rebuscaba en el armario para encontrar unas llaves de algún coche más discreto que pudiera coger prestado, me crucé con Sammy.

– ¡Magda, cielo mío!

– ¡Ay, ay! Necesitas pedirme algo.

– Sí, un consejo. Tengo que ir a la ciudad y estoy buscando un medio de locomoción más discreto que los bólidos que veo en el parking.

– ¡Puedes coger el Smart!

– ¿Tenéis un Smart?

– Sí, un capricho de Tessa, le pareció revolucionario un yogur de dos plazas.

– ¡Hecho!

– ¿Y tu cita? ¡Terminaste tarde!

– Te lo cuento todo esta noche, ¡te lo prometo!

– Entonces, corre.

Efectivamente, me sentía mucho más cómoda al volante de la Smart y no tuve ningún problema para aparcar cerca del lago Tendre. Me había encantado el paisaje por la noche, pero el puerto y el lago helado eran deslumbrantes a la luz de la mañana. Las calles estaban desiertas, en pleno día, aunque eso no tenía nada de extraño. Me adentré en la primera galería subterránea que encontré para llegar al paso Melvin, que sí estaba animado. Había mucha gente y me costaba encontrar una tienda de móviles, así que me dejé llevar por el gentío.

Observaba las ropas, la belleza, la elegancia… cuando, de pronto, mi corazón se aceleró. No sabía cómo, pero lo sabía. Sabía que estaba allí. ¿Había reconocido su perfume entre todos los olores? ¿Había percibido su nuca entre todas las nucas de la gente? Tenía la certeza. Estaba allí, estaba segura. Me sentía oprimida por toda esta gente, giré sobre mí misma, escudriñé a todo el mundo. No estaba soñando, todo mi cuerpo me lo decía. ¡Estaba allí!

Una mano cogió la mía y me sacó del tumulto con decisión. Era ella. Sus ojos brillaban. Me quedé enganchada a su sonrisa. Estaba tan guapa, con su sonrisa maravillosa, el pelo alisado y revuelto, era una versión salvaje de Tessa, casi irreconocible. Antes de que me diera tiempo a decir nada, se había cubierto con un gorro grueso y muy suave, se había vuelto a poner la bufanda y habíamos comenzado a andar rápidamente.

Cogimos un ascensor y llegamos a un parking. Yo seguía sin decir palabra, no me hacía falta. La miré, estaba allí, y eso me bastaba. Nos detuvimos frente a una moto. Se puso un mono de cuero, un casco completamente opaco y me tendió otro casco. Subió a la moto, me ayudó a montarme en ella y arrancó a toda velocidad hacia la salida. Yo me pegaba a ella. No es que tuviera miedo, es que necesitaba tocarla. Mis muslos contra los suyos, mis manos rodeando su cintura y ese calor que tan bien conocía, que sube como un grito por mi cuerpo cuando estoy junto a ella.

Habíamos llegado de nuevo al puerto. Por un momento, temí que fuera a dejarme junto a mi coche. Pero ¿cómo podría saber que había aparcado allí? Frente a un hangar, Tessa pulsó un botón de su llavero y una puerta inmensa comenzó a deslizarse suavemente. Comprobó que no hubiera nadie antes de avanzar y de que las puertas se cerraran nuevamente tras nosotras.

Hacía frío. Un gran yate en dique seco ocupaba el espacio vacío.

– Es el barco de una amiga.

– ¿Una amiga?

– Sí, tengo amigas.

Ésa era una cosa que había borrado de mi memoria, el tono frío y dominador de Tessa. Estaba tan contenta de volver a estar con ella, que me daba igual.

– Es muy bonito.

– Sí que lo es. ¿Te lo enseño?

Tessa me quitó el casco con delicadeza. Me cogió de la mano. Su pelo desordenado, el cuero… noté que mis mejillas ardían al sentirla tan sensual. Subimos por una escalerilla para acceder al barco, que estaba calzado sobre unos caballetes y un zócalo de hormigón. Era una sensación curiosa estar en la proa de un barco… en un hangar. Pero, cuando Tessa encendió todas las guirnaldas, tuve la impresión de que estaba en el barco volador de Peter Pan. Maderas preciosas, cuero color crema, al interior no le faltaba de nada. Cuadros únicos, alfombras persas, estábamos en los dominios de alguien a quien le gustaba el lujo. Era mucho más «bling-bling» que la casa de Tessa. Había varios dormitorios, pero Tessa había elegido el más grande, como si tuviera pensado quedarse allí bastante tiempo.

– Quieres… champagne.

– ¡Es demasiado pronto!

– Sí, pero tenemos algo que celebrar.

– ¿Ah, sí?

– Tu cita con Miller

– ¿Tú cómo lo sabes?

– Cuido de… mi inversión.

– ¿Soy tu inversión?

– Eres mucho más.

Tessa se acercó a mí. Me sujetó por la cintura. Se inclinó y me susurró:

– Tengo ganas de ti Clary.

– Soy tuya.

Sienna Lloyd