Bite me XIII

Gracias por seguir leyendo. Espero que les guste la entrega.

Día 67

Había recibido noticias de Tessa. Pero quizás ya nunca volveríamos a estar juntas. Desde el día de su desaparición hasta ese día, nada había transcurrido como era debido…

Día 60

Todos sabemos, porque lo hemos leído en la Historia, que la costumbre es matar al mensajero portador de malas noticias. Se le torturaba y se le mataba, para desahogarse. Se les asimilaba a la propia naturaleza del mensaje. Ahora, yo era la mensajera y no estaba en mejor situación. Había sido una estúpida al contar a Tessa la verdad sobre la actuación de Rebecca, había matado nuestra relación, que apenas acababa de nacer. Para empezar, no era de mi incumbencia y, para seguir, había conseguido provocar su huida. Ahora estaba sola ante las preguntas de todos. ¿Cómo les iba a contar? ¿Cómo iba a confesarle a San que había traicionado su confianza? ¿Cómo podría mirar a Rebecca a los ojos y soltarle que la había desenmascarado ante su mujer?

Por el momento, sólo Sammy estaba al corriente porque me había encontrado llorando en la cocina cuando salía del castillo, agotada de bailar durante toda la noche. Después de escuchar mi historia, intercalada de convulsos sollozos, se había hecho cargo de todo y había contado a Rebecca que había visto a Tessa y que tenía mucha prisa por un asunto urgente. De eso hacía ya dos días; ahora todo estaba a punto de reventar. La mujer de Tessa sentía que le faltaban algunos datos clave y no dejaba de mirarme con sus ojos color esmeralda, como preguntándome si estaba segura de que no pasaba nada.

Desde esa mañana, estaba intentando relativizar, quizás para no autoflagelarme tanto. La noche del baile había sido horrible para mí, incluso mucho antes de la fuga de Tessa. Rebecca había sido muy desagradable y su comportamiento conmigo espantoso: humillarme como lo hizo delante de sus amigos fue muy vil por su parte. Ya era hora de que Tessa supiera la verdad. ¿Cómo había podido ser capaz de desaparecer, disimular un secuestro y dejar a su mujer plantado y sumido en el remordimiento durante años? ¿Y cómo había podido reaparecer después y atreverse a mirarla a la cara?

Si le conté a Tessa que en realidad había huido con un amante, no fue por vengarme, sino porque se culpabilizaba por nuestra aventura. Su tristeza, su empatía por la «pobre» Rebecca, una mujer valiente y amnésica… habían terminado por volverme loca. ¡Alguien tenía que decírselo! Ahora, su desaparición era el castigo que debía pagar.


Tessa no era el que daba vida y animación al castillo, de eso se ocupaba Alice y normalmente lo hacía de maravilla. Pero esta vez, cuando llegué a la sala de lectura que está junto al salón rojo, me la encontré con un aire moribundo y la mirada perdida.

– Alice, ¿qué te ocurre? Pareces deprimido.

– No… nada.

– ¡Cuéntame!

– Nada, estaba recordando cuando nos besamos y lo siento, no hubiera tenido que hacerlo, es que soy instintiva y no pienso. No quiero que lo que ha pasado cambie nada entre nosotros...

Como si mi vida no me pareciera ya bastante completa y complicada ese día. Los dulces labios de Alice robándome un beso… ni hablar, no quería pensarlo. Yo lo había ocultado y ella tenía que hacer otro tanto.

– No hablemos más de ello, ya te lo he dicho, sinceramente. Eres mi amiga y no ha cambiado nada.

– ¿Tienes noticias de Tessa?

– Ninguna.

– Esta desaparición me parece muy misteriosa, yo suelo estar al corriente de sus misiones urgentes.

– Estoy segura de que regresará muy pronto.

– ¿Antes de Navidad?

– Bueno, Navidad es mañana… no sé si tanto.

Nos sobresaltó el crujido de la madera del piso. Rebecca estaba de pie bajo el marco de la puerta. Hacía como que acaba de llegar, pero parecía que no había perdido detalle de la conversación. Saludó a Alice, que encontró inmediatamente una excusa para dejarnos solas. Pensó que hacía lo correcto, pero era la peor idea que podía tener.

– Clary, te quería hacer una pregunta.

– ¿Sí...?

Me costaba hacer que mi voz pareciera firme, temblaba como si estuviera en el banquillo de los acusados. Rebecca sin embargo se mostraba segura de sí misma. Se sentó y su falda cruzada de seda se abrió, dejando asomar una larga pierna de porcelana.

– Mi amigo Norbert de Savoye, que es un fiel compañero desde nuestra niñez, me ha comentado que asistió a una curiosa escena el día de mi recepción.

– ¿Ah sí?

Mi voz se quebraba cada vez más, era como si mi garganta me impidiera modular las palabras.

– Sí. Es que sabes, tengo plena confianza en él, por eso te lo cuento, porque yo no suelo hacer caso de las habladurías. O sea, que él abandonaba ya la velada cuando vio a Tessa abandonar furiosa el vestuario. Intentó entonces alcanzar a mí mujer para preguntarle por el motivo de su enfado, pero tú pasaste a su lado llorando y llamando a Tessa.

Rebecca no añadió nada más. Analizaba la más mínima reacción mía, con sus ojos clavados en los míos. Me había quedado de piedra, sin poder desviar la mirada, como hipnotizada. Ella se dio cuenta y continuó.

– Tessa no me ha dado signos de vida desde el baile. Y eso, es incomprensible.

– No sé…

– Como ya sabes -me cortó-, las cosas van mucho mejor entre Tessa y yo. Hemos comenzado de nuevo y no llego a comprender su desaparición.

Callé y, ante mi mutismo, Rebecca empezó a impacientarse. Tamborileaba nerviosamente su rodilla con los dedos.

– Clary, no soy idiota. Tú sabes algo y eres una pésima mentirosa. ¿Qué ha ocurrido con Tessa?

– ¡Nada!

Rebecca había empezado a perder la calma y había subido el tono.

– ¡Corrías tras ella llorando, así que tú eres el motivo de su partida! ¿Te burlas de mí, Clary? ¡Ya es suficiente! Te he acogido en esta cas…

– ¡Espera, tú no estabas aquí cuando llegué!

– Precisamente, has estropeado nuestro rencuentro, he tenido que convencer a Tessa para que se vaya unos días para despejarse. No sé lo que le has hecho a mi mujer, pero no eres la primera que ha querido desviarla del buen camino.

Notaba que se encendía la cólera en mi interior y que luchaba por salir. Cerré los ojos y respiré profundamente para calmarme. Rebecca me estaba provocando, me daba cuenta pero estaba cayendo en sus redes como una principiante. Una vocecita en mi cabeza me decía que contara hasta diez antes de abrir la boca y soltar todo el veneno.

La cara de Rebecca se endureció y me cogió por la mano.

– Clary, lo siento. Soy mujer y conozco a Tessa. Cualquier cosa que haya pasado entre vosotras en mi ausencia, es un error. Tessa es una seductora. Le gusta jugar con fuego, tener el sentimiento de que controla, pero nosotras estamos unidos por vínculos muy fuertes y, mientras yo esté aquí, nada ni nadie nos separará. Me lo ha dicho ella.

– No ocurre nada entre Tessa y yo.

– Sí, ya lo sé, nuestra vida íntima la tiene demasiado ocupado para buscar en otro sitio. Por eso no entiendo su partida.

– Quizás os habíais peleado antes, no sé…

– Antes del baile habíamos hecho el amor con tanta intensidad como en nuestros primeros encuentros. Hizo que me retrasara mucho esa noche; no, ese no es el problema.

Las palabras de Rebecca me habían hecho daño y un sabor ácido subía por mi garganta. Mientras, ella saboreaba su pequeña victoria, lentamente.

– No te extrañes querida. ¿Qué pensabas, que una escapada con una humana para reconfortarse de la desaparición de su mujer iba a desviar a Tessa de su verdadero y único amor? Oh, qué estoy viendo… ¿lagrimitas, Clary?

– Basta Rebecca, me haces daño y no quiero entrar en ese juego.

Se levantó, con una risa sarcástica que me provocó un escalofrío en la nuca.

– ¡Estoy soñando! «¡Ese juego!». ¿Pero, quién te crees que eres?

– Lo sabe todo Rebecca. Todo.

Rebecca detuvo sus movimientos triunfantes y, por primera vez desde que la conocía, vi desaparecer su aplomo hasta el punto de hacerle perder el equilibrio. Apoyada en el respaldo del asiento, lista para saltar sobre mi garganta, esperaba a que yo continuara, con los ojos brillantes de cólera.

– Me he enterado de que la habías abandonado. Por otra. Quería guardármelo para mí y olvidarlo. Pero ha sido más fuerte que yo, ante todo es mi amiga.

Rebecca se estaba controlando. Se tomaba su tiempo.

– ¿Quién te lo ha contado?

– Estaba en la ciudad, en el barrio rojo, en el probador de una tienda, y escuché la conversación entre un hombre y una mujer. Hablaban de vosotros…

– ¿Sandy?

– No. Se lo comenté, pero ella lo negó.

Una cosa que había aprendido en estos últimos meses era que los amigos son escasos e importantes, así que ni se me pasaba por la cabeza traicionar la palabra de Sandy. Conseguí convencer a Rebecca con total aplomo. Poco a poco, estaba aprendiendo a mentir pero no me sentía muy orgullosa de ello. Rebecca se levantó y me dio la espalda, con la mano sobre el pomo de la puerta.

– ¿Por qué se lo has dicho?

– Porque no se sentía a la altura desde tu regreso... No era justo.

– Esto que me has hecho lo vas a pagar con creces. No sé cuando, pero créeme, siempre cumplo mi palabra.

Teatral, salió dando un portazo. Yo me eché a llorar. No lloraba de miedo o de cólera. Estaba histérica de celos. La semilla que acababa de plantar Rebecca en mi mente me ponía enferma. ¿Se habían unido carnalmente desde su regreso? Aunque Tessa no me había hablado aún de su intimidad, en vista de la tensión que existía, estaba convencida de que ya no había nada entre ellos. Me sentía enfadada. Asqueada. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué había hecho? Hundí la cabeza en un cojín para gritar. Estuve llorando durante largo rato, hasta que mis ojos quedaron vacíos, y después me dormí sobre el cojín, agotada de tristeza y de cólera.


Día 66

Seis días sin escribir. Necesitaba ese tiempo para digerir mi encuentro con el dragón. Ya no merecía la pena seguir siendo educada. No había odiado a muchas personas en mi vida, pero la mujer de Tessa era por mucho la que más daño me había hecho a propósito. Quizás suene un poco mal que la principal rival critique a la esposa oficial, pero, aunque yo no hubiera existido, Rebecca no era buena persona. Entre sus cambios de humor, su temperamento mandón, sus mentiras y su egoísmo... Me seguía preguntando cómo alguien como Tessa había podido enamorarse de una mujer como ella.

Había estado pensado en mi situación y me había dado un ultimátum: si para el 31 de diciembre a medianoche seguía sin tener noticias de Tessa, me iba de la casa. ¿Para qué continuar vagando por allí si ella ya no estaba?

Se abrió la puerta y la nariz respingona de San me devolvió la sonrisa a la cara.

– Hola ratita, ¿cómo va eso?

– No soy una rata, soy un cisne, recuerda.

– ¡Dios mío, qué guapísima estabas esa noche! ¡Qué velada tan maravillosa! Daniela y yo regresamos al amanecer, el sol se elevaba en el horizonte y la cabeza sobre sus…

Al ver las lágrimas que asomaban a mis ojos, Sandy dejó abandona su narración.

– Oh, no. No quería... qué poco delicada soy, discúlpame…

– No, no es tu culpa. Al contrario, estoy muy feliz por ti, me decías que ya no creías en el amor, que era un camino pavimentado de mentiras y desilusiones. Ahora soy yo la que estoy en esa situación…

– ¿No has recibido noticias?

– No, esta noche hago las maletas.

– ¿Cómo? ¡Ni hablar!

– ¿Por qué no, San? El tiempo sigue su curso y yo debo rehacer mi vida…

– Rebecca también se ha ido. No ha querido explicarme por qué, pero me ha dicho que no quería volver a verte.

– Es ridículo, ella está en su casa. Soy yo la que tiene que irse.

– No te preocupes, se ha ido al ala izquierda, al ala de Eleonor…

– Una curiosa mudanza.

– Están buscando a Tessa. Yo creo que, visto el golpe que ha recibido, la pobre chica se ha buscado un escondite para encajarlo. Por cierto, gracias.

– ¿Por…?

– Por no haber confesado tu fuente a Rebecca.

– No dejo de reprocharme el habérselo contado; encima, no iba a romper nuestra amistad.

– Sabes, desde que hablo contigo, ella me deja indiferente... Me importa bien poco, tengo a Daniela.

– Es maravilloso, gracias a ella y a Alice tuvimos una Navidad encantadora.

Sandy me dio un beso y abandonó alegremente la habitación. Me hacía tan feliz saberla enamorada. Había pensado que iba a tener otra Navidad vacía, como ocurría todos los años desde la desaparición de mis padres, pero el amor entre Sandy y Daniela había revolucionado la situación y todos nos habíamos sentido invadidos por la magia de la Navidad que flotaba en el aire. Reímos con la penosa imitación de Madonna que hizo Alice, disfrutamos con la pantagruélica comida preparada por Sammy y el vino especiado de Navidad también hizo su trabajo, tanto que me puse al piano como hacía antes, cuando era pequeña, y tocábamos mi padre y yo.

Mentiría si dijera que Tessa no me había faltado en este decorado de familia de cuento, pero esa noche había decidido dejar aparcadas mis penas.

Rebecca y Eleonor habían rechazado la invitación de Sammy, para gran alivio mío.

Había empezado a hacer las maletas y, discretamente, había pedido a Alice que se ocupara de que alguien viniera a recogerme. No iba a poder llevarme ninguna foto de ninguno de ellos y por eso mi libreta, la que me había regalado Tessa el primer día, era para mí el objeto más preciado del mundo. No podría olvidarlo nunca.

El timbre de mi correo electrónico me avisó de que tenía un mensaje. Era Alice: «Te vas mañana, pero hoy, la noche es tuya».

Entré en el chat de ordenador y continué la conversación.

– Eso tiene toda la pinta de una proposición deshonesta.

– En absoluto. Pero, si de verdad quieres proseguir tu investigación, tienes que pasar una noche en el barrio rojo, y me refiero a una noche de calidad, con una compañía encantadora. Adivina quién tiene cuatro invitaciones privadas para una noche que hará historia.

– Hum… La verdad, creo que vuestras veladas no me van muy bien, Alice.

– Eh, que no te hablo de un baile burgués, lleno de gente empericuetada. Te hablo de una noche… L-O-C-A.

– No sé, había pensado en algo «sencillo».

– Como por ejemplo aburrirte esperando a tu vampiresa adorada que te ha abandonado.

– ¡Mira que eres tonto!

– Clara, me debes una velada, la última.

– Vale, pero no hasta muy tarde.

– Estarás de regreso antes de las 10:00 h… de la mañana, claro.

Apagué el ordenador y vi mi reflejo en la pantalla. Si no quería que me tiraran piedras al entrar en la exclusiva fiesta de Alice, ya estaba tardando en ponerme manos a la obra. Chándal gris, gafas graduadas, lápiz sujetando un moño destartalado… Parecía que tenía 70 años. Crucé rápidamente el piso para llegar a la puerta de Sandy y le ordené:

– Tienes dos horas para transformarme en otra cosa que no parezca una rata de biblioteca.

Los ojos de Sandy brillaron. Le encantaba jugar a las muñecas. Rebuscó en su armario y me entregó un bulto metálico.

– Muy bien, toma, es un vestido de Paco Rabanne auténtico. Es un poco pesado, pero sublime. A juego, te vamos a hacer un moño estilo Hepburn y lo completamos con un grueso trazo de eyeliner para dar una mirada de inocencia.

– Y con eso, me pongo unas deportivas, imagino –le lancé burlona.

– ¡No, descalza! ¿No sabes a dónde nos lleva Charles?

– No…

– A La Playa . Es una discoteca. No puedes entrar si no tienes invitación y las invitaciones se esconden en la ciudad la víspera por la noche. Ya conoces a Charles, ha estado investigando y nos ha encontrado cuatro plazas.

– ¿Cómo es el estilo de La Playa ?

– Y se suponía que tú eras la lista… Es un lugar mágico, en él tienes la sensación de estar en la playa. Tiene arena, agua. Te puedes bañar y los cócteles son de infarto, todos con el nombre de un vampiro célebre.

– ¡Oh! ¿De tipo… el Anastasia Romanov ? Todavía estoy impactada de conocer la verdadera historia.

– De tipo, el Jeff Buckley

– ¡¿Él también?!

– Sí. Un apadrinado, como yo.

Continuamos charlando una parte de la tarde mientras Sandy se afanaba sobre mí para ocultar mis ocho días de espera y de tristeza. A las 19:00 h, estaba frente al espejo de mi habitación sin poder dar crédito a lo que veía: en el plazo de unas horas, Sandy había sido capaz de transformar un patito feo en una mujer fatal de los años setenta.

Y, lo que era aún más admirable, en un cuarto de hora más, Sandy se había metamorfoseado también en Brigitte Bardot, con su traje de baño de talle alto con lunares blancos y su pañoleta en la cabeza al estilo pin-up. Una vestimenta algo osada para un 31 de diciembre bastante fresquillo. Pero se echó por encima un pesado abrigo de piel blanco y camufló así su incandescente vestimenta.

En el vestíbulo, Sammy nos descubrió, divertida.

– ¡Estáis tan hermosas, queridas! Clary, cuánto me alegro de verte sonreír, pequeña. ¡Que os divirtáis!

– Sammy, he decidido… mañana…

Me faltaba valor para decirle a Sammy que me iba a ir. Esa pequeña mujer testaruda me dejaba sin palabras.

– Mañana ya será otro año, hasta entonces, ¡diviértete!

Alice y Dani nos esperaban cerca del viejo Mustang. Les vi a lo lejos, sonriéndonos, y noté una opresión en el corazón. Cuánto más sencillo habría sido todo si mi corazón hubiese elegido a Alice. Soltera, guapa, inteligente y tan divertida…

– Estás espléndida.

– Gracias. ¿Una falda corta hawaiana?

– ¡Eh, bolita metálica, relájate!

Alice y yo teníamos una relación sencilla, hecha de bromas y cariño. Desvié la mirada para observar a San y Daniela que reían y se besaban largamente.

Habíamos llegado ante un gran edificio. Un discreto rótulo indicaba «La Playa - Privado». Un aparcacoches cogió las llaves de Alice, que se quedó mirando con preocupación cómo se alejaba «su joya». Una pregunta rondaba en mi cabeza:

– No entiendo…

– Es un aparcacoches. Se ocupa de tu coche mientras tú estás en la fiesta.

El tono de Alice era burlón.

– Ya, Alice, ya sé lo que es un aparcacoches, no soy una pueblerina. Lo que no entiendo es cómo podéis encontrar gente que haga un trabajo tan «poco cualificado». Pesaba que aquí todo el mundo era rico.

– Los que han tenido tiempo de hacerse ricos, sí. Este aparcacoches quizás llegue a serlo dentro de treinta años. Mientras tanto es como todo el mundo, tiene que ir escalando socialmente. Yo tuve suerte, me contrató Tessa. Pero si nuestro aparcacoches es un apadrinado, digamos por ejemplo que desde hace tres años, le queda aún bastante trecho por recorrer.

– ¡Vaya! ¡Fascinante! Como siempre, lo único que se me escapa es la relación con el tiempo, está tan presente en mis pensamientos, que no dejo de preguntarme cómo tiene que ser estar libre de él.

Daniela, que seguía sin soltar la mano de Sol, me respondió.

– Es como el amor Clara. Es totalmente imposible describirlo y el día en que te llega, lo comprendes todo. Tu vida está organizada completamente por la idea del tiempo que pasa, la nuestra está organizada con la idea de que hay que construir continuamente cosas para no aburrirse. Sin que importe el tiempo que pueda llevar.

Ante el inmueble, me sentí un poco decepcionada por la fachada; parecía un búnker, un almacén abandonado y descuidado. Un portero automático y una puerta de hierro eran los únicos adornos del edificio. Cada una de las invitaciones tenía un código específico que permitía abrir las puertas. El lugar estaba desierto y sentí un escalofrío, a pesar de llevar puesto un chaquetón de piel vuelta y una bufanda de cachemira (todo ello prestado por San). No se escuchaba ningún ruido de la supuesta «fiesta del año».

– No sabes la cara que estas poniendo, clary, parece que vas a hacerte degollar.

– Este lugar me parece flippante.

Los chicos se rieron socarronamente y montamos en un montacargas. La Playa estaba en el sótano, en el cuarto sótano, lo cual no mejoraba en absoluto mi angustia. Afortunadamente, al abrirse la puerta, nos envolvió un calor húmedo y una cálida música tropical. Los invitados reían y bailaban. Dejamos nuestros abrigos en el vestuario y entramos en la fiesta con unos grandes cócteles adornados con paragüitas fluorescentes y mezcladores de neón. Necesitaba por lo menos uno de esos maravillosos zumos de frutas para calmar mi sed, hacía unos cuarenta grados. Había dejado los zapatos en la consigna y estaba encantada de sentir la arena deslizarse entre los dedos de mis pies. El techo estaba por lo menos a seis metros de altura y la cúpula era azul marino, salpicada de pequeños puntos blancos diseminados de modo que parecían constelaciones. La estancia estaba iluminada con farolillos multicolores, enganchados en pequeños cercados de paja. Tenía sed, así que cogí otro cóctel, esta vez rosa y me puse a deambular entre la gente. Los hombres eran guapos y las mujeres tenían un encanto fascinante. ¿Cómo podían acostumbrarse a este mundo perfecto? Yo era tan diferente, tan llena de defectos.

De vez en cuando, detectaba una mirada de sorpresa y enseñaba mi tarjeta casi automáticamente. Por lo general, las miradas eran amables, aunque a veces me daba la impresión de que mi presencia molestaba. Vi una tumbona vacía y me senté en ella, me había despistado de mis amigos y me deleitaba con esta pequeña soledad ideal para observar a la gente.

La cabeza comenzó a darme vueltas, al parecer los cócteles que inocentemente pensaba que eran sólo de frutas estaban en realidad cargados de alcohol. El azúcar disimulaba el sabor, ¡qué novata! Tenía las mejillas rojas y me puse a observar a una mujer no muy lejos de donde estaba. Llevaba una camisa de lino y unos shorts caqui. Con la melena suelta, bailaba soloa, con una cerveza en la mano. Acaricié su mejilla con la mirada. Me hacía recordar a la de Tessa. La echaba tanto en falta, me hubiera gustado tanto que estuviera allí, que estuviéramos divirtiéndonos las dos juntos, que me besara…

23:00 h. Dentro de una hora, toda esperanza sería vana. Abandonaría el castillo, me mudaría. No sabía aún a dónde, pero después de entrevistarme con mi editor, Lucas Miller, imaginaba que vería las cosas más claras. Pensar en mi partida me hacía ponerme melancólica. Vi que Alice me estaba buscando con la mirada y noté cómo se tranquilizaba al verme, recostada en la tumbona e inmersa en mis pensamientos.

– Chica solitaria, vestida así no te doy ni cinco minutos antes de que se te echen encima.

– Quizás no doy la impresión a primera vista, pero sé defenderme.

– Ya, ya… Toma: es la especialidad de la playa: frambuesa, jengibre, coco y ron.

– ¡Huy! Tengo que ir suave…

– No seas sosa.

– Bueno, pero es el último.

Alice y yo pasamos el resto del año charlando en la tumbona. Era nuestra isla y nos reíamos como dos críos. Cada minuto que pasaba lo iba encontrando más sexy. Estaba eufórica, me ardían las mejillas y quería que me cogiera en sus brazos, necesitaba ser amada y poder creer, aunque fuera por un minuto, que era capaz de olvidar a Tessa.

Alice se giró para seguir con la mirada a una mujer en bikini, me guiñó un ojo y yo puse morros.

– Bueno, señorita mirarme sólo a mí, ¿estás celosa de las demás mujeres?

– No… eh… en absoluto. Es sólo que no es muy educado mirar a una chica cuando se tiene a otra a dos centímetros.

– Es que soy un esteta, qué quieres…

Intenté acercarme a Alice cuando paró la música. Al micrófono, el DJ, instalado en una cabina de socorrista, comenzó la cuenta atrás, la que iba a suponer el final de mi año, de mi aventura… Mi corazón se aceleró, no quería comenzar el primer día del resto de mi vida sin Tessa…

– 5… 4… 3…

La gente gritaba a coro, Alice levantó su copa alegremente. La miré fijamente. No quería que ocurriera, quería que me dejaran aún unos minutos de esperanza, que me dejaran creer que Tessa iba a aparecer entre el gentío y me iba a llevar con ella. Que nos iríamos lejos y que comenzaríamos una vida, aunque fuera imposible…

– 2… 1…

No podía más. Mi cuerpo, en un arrebato desesperado, se lanzó sobre la boca de Alice. Sus ojos se abrieron sorprendidos y me devolvió el beso durante un breve segundo; se repuso y me apartó con la mayor delicadeza posible.

– 0… ¡FELIZ AÑO!

Nos quedamos mudos mientras a nuestro alrededor resonaban el chocar de las copas, las carcajadas y los abrazos. Solos en medio de todos. La mirada de Alice quería reflejar empatía y ternura. Pero yo me sentía herida.

Había tenido razón. En el fondo de mí misma yo lo sabía. Esas ganas, ese beso, sólo los había provocado la necesidad de acallar mi angustia y mi tristeza. El alcohol me había dado el valor para franquear la débil barrera entre Alice y yo. Sabía que no quería a Alice, pero también sabía que ella sí me quería, y ese 1 de enero de 2014, a las 0:01 h, me sentía una miserable.

Se me escapó una lágrima, Alice frunció el ceño y me abrazó con fuerza. Me dolía, me dolía mucho, cómo había podido llegar a esto. Avergonzada, me levanté y besé a Alice en la mejilla.

– Vuelvo a casa. He bebido demasiado. Perdona.

– Te acompaño.

– No.

– No vas a…

– Necesito estar sola.

– Vale.

Alice buscó en su bolso y me entregó una tarjeta.

– Dásela al aparcacoches. Un conductor te llevará al castillo.

–Alice, eres la mujer ideal.

– Aunque no la tuya. Pero no importa. Déjame ser tu amiga ideal.

Las palabras de Alice me habían conmovido y abandoné la fiesta discretamente. Cuando las puertas del montacargas se cerraron, vi a Dani y San besándose fogosamente. Esta nota de esperanza me dio un poco de alivio. En el berlina que me llevaba a casa, mientras en la radio sonaba Stranger in the Night , decidí que ya era hora de ser positiva. Después de todo, era yo la que mandaba en mi destino.

La casa estaba silenciosa y vacía. Recorrí los pasillos que conducían a mi habitación. Estaba agotada y pensé que mañana ya tendría tiempo de organizar mi vida. En la oscuridad, me dejé caer en la cama. Algo me traspasó prácticamente la espalda y lancé un grito sorprendida. Al encender la luz, descubrí que sobre la cama había una gran caja color rosa pálido, atada con un lazo de satén rojo. Llevaba enganchada una tarjetita y mi corazón dio un vuelco al reconocer la letra de Tessa. Mi corazón me pedía abalanzarme a conocer las palabras de mi amante, pero la razón de decía que tenía que saborear el momento. No sin esfuerzo, salí de la habitación y entré en el cuarto de baño. Me tomé mi tiempo para desmaquillarme y ponerme otra ropa más cómoda. Me coloqué sobre la enorme cama, arropada bajo la mullida manta, con la caja en las manos. La abrí, para dejar lo mejor para el final, su carta.

Dentro de la caja, había otra caja azul oscuro, con las iniciales de un joyero. Temblorosa, la abrí y descubrí una gargantilla de oro blanco. La cadena era fina, casi invisible. En el centro, un colgante en forma de gota brillaba con mil destellos. Un diamante, delicadamente tallado pero sin florituras. Eterno. Nunca había visto alto tan hermoso. Solté el collar, me lo puse en el cuello y me levanté para admirar su belleza. Frente al espejo, dejé que mi mano permaneciera detenida sobre él. Era como si tocara a Tessa, era nuestro vínculo.

Emocionada, regresé a la cama, dispuesta ya a leer sus palabras. Abrí el sobre y apareció una página completamente escrita. Me lo tomé sin prisa, porque cada palabra contaba.

Querida Clary:

Lejos de ti no puedo vivir, así que antes de nada, quiero disculparme como es debido, me he alejado de ti sin siquiera mirar atrás. No me atrevo a pensar qué ha pasado después, pero compréndeme y, sobre todo, perdóname, es la rabia lo que me ha alejado del castillo.

Quiero decirte que antes de tus revelaciones, nunca había estado tan cerca de la felicidad. Sobre tu cálido vientre, en el vestidor, me sentí como una recién nacida. Ese sentimiento es magnífico, tan puro, tan nuevo. Puedo asegurar que me han ocurrido muchas cosas en la vida, que tengo experiencia, y sin embargo lo que tú me has dado ha sido nuevo.

Empiezo a conocerte y creo que te culpabilizas de haberme contado todo. Clary, no estoy enfadada contigo. Para ser totalmente honesta, me enfadé contigo un segundo, egoístamente, pero ahora me pongo en tu lugar y pienso que yo hubiera hecho lo mismo. Rebecca no sólo me ha mentido o engañado, me ha destruido.

Me siento desgraciado, indignado y enfadado. Pero lo que resulta más duro es estar lejos de ti. No te olvido, estás aquí, en mi corazón. Esta joya la he elegido pensando en ti, una «lágrima de luna» me ha dicho el joyero. Qué maravilloso nombre, todo un símbolo, el nuestro.

Ahora, debo explicarte que no puedo volver, no inmediatamente. Si me cruzara con Rebecca sería capaz de clavarle una estaca en el corazón.

No sabes hasta qué punto me afectó su desaparición. Pasaba las noches vagando en el coche, con la esperanza de encontrarla. No es que todo fuera de color de rosa entre nosotras, pero su ausencia había revelado en mí un hecho importante: era mi amiga, mi confidente, mi amante…

Dejé de leer para recuperarme un poco. Para conocer a Tessa, tenía que poder leer su pasado. Vacié mi vaso de agua y volví a sumergirme en su hermosa letra inclinada, una letra de otro tiempo.

…no saber si la volvería a ver, ese sentimiento de impotencia me era insoportable. Bebí mucho, lloré mucho e incluso recé a dioses que sabía inventados. Me decían que olvidara, que abandonara, pero volvía a ver su coche vacío en el arcén, sus cosas desordenadas y en mi cabeza surgían escenarios a cual más macabro. Después, hubo esa famosa noche de búsqueda en la que di contigo, o más bien en la que caíste del cielo, y volví a creer que había esperanza.

Esto es lo que había en las páginas arrancadas de la libreta que te di. En ellas contaba por qué, esa noche, estaba en tu carretera, en Zona H.

Cuando me contaste lo que había hecho Rebecca, supe de inmediato que me decías la verdad. Era la única hipótesis en la que no había pensado.

Me sentí traicionada y humillada por esa mujer, mi mujer. ¿Quién puede ser tan monstruoso para comportarse así? Sin embargo, en esta desgracia, hay una cosa que me reconforta y es que no hubiera querido tener que enterarme por otra persona que no fueras tú.

Perdona, me extiendo y no debería hacerlo, tendría que echarla y olvidar. Perdonar es importante según parece, pero yo no consigo hacerlo.

Clary mía, te echo tanto en falta, pero no puedo retenerte. Tienes un futuro brillante abierto ante ti. Puedes, con un libro, cambiar nuestro mundo.

Soy incapaz de decirte cuándo nos podremos volver a ver, ni siquiera sé si eso será posible. Si no hubieras sido una… en fin, si hubieras tenido tiempo, habría sido diferente. Te quiero, pero tengo muchas cosas por resolver. Recuérdalo siempre, eres lo mejor que ha pasado nunca… por mucho.

Eternamente.

Tessa.

PS: Tu cuerpo, tu cuerpo, mi cuerpo, tu cuerpo.

Mi mano no se había movido del collar de Tessa. Me dormí, agotada.

Sienna Lloyd