Bite me XII
Ha estallado la bomba nuclear que todos intentaban evitar
De: Rebecca
A: Sandy, Alice, Sammy, Tessa, Clary
¡Hoy es el GRAN DÍA, aaaaaaaaaah!
La fiesta empezará a las siete en punto. Cuento con vosotros, sed puntuales para dar la bienvenida a mis invitados. Yo llegaré a las ocho, ¡tengo que aparecer tarde! La decoración del salón ya está lista. Voy a dormir un poco esta mañana, pero no dudéis en ir a verlo, ha quedado muy bien.
¡Qué ganas, qué ganas, qué ganas!
La histeria se había apoderado de Rebecca. Me propuse tratar de olvidar lo que sabía. Sammy llamó a mi puerta: no sabía qué había hecho para merecer tanto, pero me había traído el desayuno en un carrito con ruedas.
—Regalo de San, cariño, ella me dijo que iba a tener una mañana complicada. ¿Han bebido demasiado, hablando de amores?
—Sammy, recuerde que yo trabajaba en un bar, tres o cuatro copas de Martini no... Bueno, vale, de acuerdo: tengo jaqueca.
—Viene todo directo de la cafetería del Grand Palais. ¡Cómo la miman! El café lo he hecho yo, que conste, a su gusto: ¡corto y con azúcar!
—Un ángel, usted es un ángel. ¿De qué se va a disfrazar esta noche?
—¡De ángel, precisamente!
—¡Le va perfecto!
—Mientras tanto, voy a esconderme, no quiero cruzarme con “el dragón”...
—Ja, ja. Por cierto... ¿dónde está el salón de baile?
—En el ático, coja el ascensor y pulse PH.
Sammy se fue y yo descubrí con placer las exquisiteces bajo las pesadas campanas de plata sobre el carrito: bollería francesa, dulce de leche y crepes por un lado; huevos revueltos, bacón a la parrilla y tomates asados por el otro.
A las cinco de la tarde, recorrí en chándal los pasillos en dirección al ático para ver el salón de baile. El ascensor se abrió y me condujo a una antesala, con un escritorio Luis XV delante de un vestidor vacío, futuro guardarropa de los invitados. Empujé las pesadas puertas de madera tallada y me quedé sin aliento al entrar en el salón: una veintena de personas trabajaban afanosamente. Aún estaban sacándole brillo al suelo, pero ya se podía adivinar cómo se reflejarían las miles de luces que iluminarían aquella velada.
El suelo había sido encerado y estuve a punto de resbalar varias veces. A ambos lados del salón, había dos inmensas mesas cubiertas de manteles blancos, perfectamente dispuestas para albergar los canapés y, en el centro de la pista, una pirámide de copas de champán se erigía con orgullo. Se había dispuesto un escenario para el DJ ante unos grandes ventanales que ofrecían unas vistas impresionantes de la ciudad. Miré el paisaje, intentando situar mi casa. Mi antigua casa.
Mientras volvía a la habitación, iba soñando con esa velada, vestida de princesa. Conseguí prepararme sin pensar en las inquietantes revelaciones de Sandy.
Eran las siete. Llegaba tarde. Dudaba si pintarme los labios de rojo o no. Sol había venido para maquillarme los ojos con un “efecto ahumado”. Era la única que me había visto disfrazada de cisne y vi en su mirada que mi disfraz sería del agrado de Tessa. Se fue a cambiar y se despidió de mí gritándome al salir:
—¡Has puesto el listón muy alto, Clara!
Frente al espejo, me veía irreconocible. El corpiño me apretaba los pechos, debía estar pensado para una mujer anorexica. Pero no me importaba, marcaba la cintura y me parecía muy elegante. Cuando me puse la corona de plumas me sentí transformada pero, al fin y al cabo, los disfraces nunca pretendían ser discretos.
En el salón ya había unos cincuenta invitados. Las mujeres estaban espectaculares. Había rosas, margaritas, golondrinas que charlaban con bisontes, caballos y nubes. El tema del baile se había respetado al pie de la letra y no me crucé con ningún humano ni vampiro.
Un lobo me tendió una copa de champán y me reí al descubrir a Alice. Su disfraz era sobrio y elegante, estaba segura de que no se iría solo de la fiesta. Durante una hora la velada se amenizó con música de jazz de fondo. Sandy llegó del brazo de Dani, iban vestidos de Barbie y Barbie. Admiré la complicidad que ya les unía; Dani era encantadora, seductora y tan alegre como San. Fueron los primeros en la pista y bailaron como si estuvieran solas.
Les miraba enternecida bailar una balada lenta, cuando el DJ detuvo la música: las puertas se abrieron y Rebeca y Tessa hicieron su entrada. A Sammy se le escapó una risita ahogada ante aquella escena, pretenciosa a su parecer. Yo solo tenía ojos para Tessa.
Se había disfrazado... No sabría decirlo. Estaba vestido de pies a cabeza de satén negro y llevaba una máscara demasiado sexy para que fuera de gato. Cuando vi sus colmillos y sus ojos verdes, me di cuenta de que era una pantera. Era el disfraz más discreto de la fiesta y al mismo sexy. Se movía como un felino e iba saludando a algunas personas. Rebecca llevaba un vestido tan impresionante que nadie podía acercársele a menos de un metro. Estaba completamente cubierta de plumas de pavo real, verdes y doradas. Con su cabello rojo, en tirabuzones recogidos con una pluma, nada le hubiera quedado mejor.
Elle y Élisa se acercaron para conversar conmigo, mientras la música se reanudaba. Se hizo el silencio de golpe cuando la imponente Rebecca llegó a mi izquierda.
—¡Clary, qué disfraz!
—Estás espectacular Rebecca, magnífica. Y este evento es digno de un cuento de hadas.
Se rió burlonamente y siguió sin mirarme.
—Ten cuidado, Cenicienta. En la vida real, las criadas mugrientas no se casan con la princesa.
Desconcertada, Élisa me miró fijamente y Elle, que obviamente no la había entendido, se echó a reír a carcajadas, mientras Rebecca siguió lanzando su ataque:
—No sé si los cisnes y los pavos reales se llevan demasiado bien.
—Yo… yo no sé, no.
—En fin, mientras el cisne se quede chapoteando en su charca y el pavo real disfrute de su territorio natural, no debería haber ningún problema.
—Rebecca, no entiendo...
—Sí que entiendes.
Un hombre empujó a Rebecca y ella soltó su copa de vino, que explotó contra el suelo, rompiéndose en mil añicos. Bajé la mirada y vi mi vestido manchado de vino. Mis ojos se llenaron de lágrimas y Rebecca aprovechó la oportunidad para darme la estocada final:
—Tic, tac, Cenicienta: ya es hora de irse en calabaza.
Crucé el salón humillada, sintiendo todas las miradas clavadas en mí. Salí al vestíbulo vacío y, mientras esperaba el ascensor, Tessa apareció detrás mío. Me cogió firmemente del brazo, me llevó al guardarropa, completamente lleno, y cerró la puerta detrás de nosotros.
—¡Dios mío, qué bella estás!
Las lágrimas me corrían por las mejillas y solo tenía una cosa clara: estaba de todo menos bella. Era un oso panda con manchurrones de maquillaje en los ojos y disfrazada de cisne al que acababan de dar caza.
Tessa me abrazó fuerte y me apretó contra ella.
—¿Qué te ha pasado, mi hermoso cisne, se te ha derramado la bebida?
—No. Rebecca.
—Es algo torpe.
Me mordí el labio de rabia. Tessa me preguntó:
—¿Lo ha hecho a propósito?
—No, un hombre la empujó, pero después...
—Sh, mi Clary. Bésame.
Tessa acercó su boca a mí. Aún llevaba su máscara y yo se la quité. Tomé su cabeza entre las manos y observé a esa mujer tan perfecta, que me deseaba.
—Hazme el amor, Tessa.
—¿Por qué crees que te he encerrado en este vestidor?
—Este vestidor es más grande que mi antiguo apartamento.
Tessa tiró de una percha e hizo caer un largo abrigo de visón negro a mis pies.
—Quiero verte desnuda sobre esta piel. El contraste de tu cuerpo blanco sobre el negro...
El interruptor de la luz tenía un regulador de intensidad. Lo ajustó para dejarnos en la penumbra.
—Desnúdate.
Obedecí y empecé a bajar las capas de mi tutú una a una hasta los tobillos. Recordé un número de una bailarina de striptease en el Club Melvin e intenté copiar los gestos que le había visto hacer. Suavemente, acaricié mi nuca y me quité la corona, liberando mi pelo. La respiración de Tessa se aceleró cuando me acaricié el cuello. Me giré para desatarme las enaguas, que se desplomaron emitiendo un ruido sordo.
Oí cómo los pantalones de Tessa se caían al suelo. Me di la vuelta y la veía con la respiración acelerada.
—Sigue.
Excitada, me incliné hacia delante. Las braguitas blancas que cubrían mi trasero quedaron al descubierto, ante sus ojos. Me tomé mi tiempo para desabotonarme el corpiño. Aún de espaldas a ella, dejé que mi ropa interior se deslizara hasta el suelo.
—Date la vuelta. Muéstrate ante mí.
Mi sexo ardía de deseo. Me di la vuelta y me tumbó sobre el abrigo de piel, que me acariciaba la espalda. Tessa se agachó y se acercó a mi cara. Descubrí su sexo, en dirección a mi boca. Lo lamí por instinto.
—Qué bien. Eres dócil, conseguirás lo que quieras. Justo así.
Llevó dos dedos a la entrada de mi sexo, como jugando, y los hundió tan solo unos segundos. Después, se lamió los dedos.
—Eres deliciosa.
Todo mi cuerpo reclamaba su sexo, lo necesitaba en lo más profundo de mi ser.
—Penétrame, te lo ruego.
Le cogí la mano para que me siguiera acariciando, pero la retiró.
Entonces, tomé la iniciativa y me hundí en su sexo. Mi lengua, afanosa, se dedicó a chupar y lamer su clítoris sin descanso, con ardor. La fiebre de Tessa aumentaba a la par que sus fluidos y le sentía al borde del orgasmo. Se retiró de mi boca y entró en mí. Estaba exultante: Tessa era tan hermosa, sus brazos me acariciaban como si fuesen de seda. Era la mujer que había estado esperando: dulce, firme y tierna. Un torrente de emociones nos envolvió al mismo tiempo y, cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, vi cómo sus grandes ojos verdes se humedecían. ¿Son mis propias lágrimas de amor, que me engañan y me hacen ver, por primera vez, el amor de Tessa por mí? En ese preciso momento, con todo su cuerpo, oí que me decía te amo y con un fuerte gemido terminamos, mientras yo rompí a llorar sin pudor.
No se retiró inmediatamente. Los sonidos de la fiesta, amortiguados por la montaña de abrigos, llegaron hasta nosotras. Todavía apoyada en mí, Tessa me sonrió; puse la mano en su mejilla y deslicé el dedo hasta su colmillo puntiagudo. La melodía de Sinatra, Strangers in the night era la banda sonora de aquel paréntesis mágico, puro y perfecto. Ella colocó su cabeza sobre mi pecho. Y descansó.
Después de algunas canciones más, debían haber pasado unos veinte minutos, me di cuenta de que Tessa no estaba bien.
—Tessa, ¿qué te pasa?
—Nada, que no soy feliz.
—Podría tomármelo a mal.
—No. Sabes que no estoy hablando de nosotras. Soy una torpe... yo también.
—No quiero hablar de ello.
—Sería la primera vez. Tengo un peso en el corazón y me siento avergonzada. Mi esposa disfruta, deslumbra entre sus invitados y yo estoy escondida en un vestidor contigo.
Como una marioneta saliendo con un resorte de su caja, me puse en pie sin tener en consideración la cabeza de Tessa sobre mí.
—Clary, entiéndeme. Rebecca sufre, no sé lo que le pasó, ella tampoco, aunque sea la misma físicamente, parece estar traumatizada. Me imagino lo peor, los H ... qué sé yo. Su regreso es un milagro. La he esperado tanto y ahora soy incapaz de alegrarme. No me merezco ninguna felicidad. Mi madre tenía razón, debería avergonzarme.
Un torrente de ira me recorrió las venas, algo incontrolable que me aceleró el ritmo cardíaco y me hizo sentir el latido de mi corazón en las sienes.
—Tessa, no puedes decir eso. Te lo prohibo.
—Tú no sabes quién soy, Clary.
—Eres una magnifica mujer.
—Rebecca me dijo lo contrario, ayer por la noche cuando la dejé sola en la cama porque era incapaz de tocarla. Mi rechazo es inmundo y ella lo sufre...
—¡ELLA TE ABANDONÓ POR OTRA, JODER!
Esas palabras salieron de mi boca sin que pudiera controlarlas. Me llevé ambas manos a la boca, era como si fuera otra persona quien hubiera gritado la verdad a Tessa.
—¿Qué has dicho, Clary?
De pie, con una expresión amenazante, Tessa esperaba mi explicación.
—No, nada.
En pleno ataque de rabia, me agarró el cuello firmemente con la mano. Entendí toda la angustia que se escondía detrás de tan violento gesto. Me aclaré la garganta y empecé a hablar, tratando de transcribir las palabras de Sandy lo más rápidamente posible.
—Rebecca tenía una aventura, desde hacía seis meses. Una noche estaba viendo la televisión y empezaron a hablar de desapariciones. Se dijo que era la mejor manera de dejarte sin que nadie la juzgara. Planificó su partida: el coche, el bolso... y su amante vino a recogerla. Luego, la historia no funcionó entre ellas... Y cuando se enteró de que una mujer vivía aquí, decidió que era hora de volver. Yo... yo soy...
Tessa salió del vestidor sin mediar palabra.
Día 66
Tessa lleva doce días desaparecida. Tampoco hay rastro de Rebecca. Ya se han acabado las Navidades. Esta noche entramos en el año 2013. Si no vuelve, me iré de esta casa y lo daré todo por terminado.
Sienna Lloyd