Bite me XI

Que pasará entre Clary y Alice? Ahora que Clary sabre el secreto que guarda Rebecca conseguirá mantenerlo?

De: Clary

A: Tessa

Gracias por este maravilloso regalo, gracias por confiar en mí, me siento afortunada y me doy cuenta de lo mucho que te preocupas por mí.

Vas a decir que soy una cotilla sin remedio, pero ¿por qué las primeras páginas han sido arrancadas?

No sé si cenas con nosotros esta noche, pero tengo MUCHAS ganas de verte.

Te mando besos… ¡donde tú quieras!

Mi intuición me decía que aquel iba a ser un buen día. Me quedaba poco para terminar mi investigación y estaba muy contenta pero a la vez me sentía estresada: mi experiencia había dado tanto de sí que, releyendo las notas, me daba la impresión de que tenía material suficiente para un segundo e incluso un tercer volumen.

Mientras escribía mecánicamente en el ordenador, se abrió la página de Google. Desde el accidente, ni siquiera se me había ocurrido consultar mi correo electrónico. Al fin y al cabo, ya no tenía apartamento ni trabajo ni esperaba ninguna noticia en especial.

Abrí la bandeja de entrada: ciento noventa mensajes. Spam en su mayor parte —la llegada de la Navidad era una pesadilla para los correos. Borré los mensajes uno por uno, hasta que solo quedaron quince. El primero era de mi casero, anunciándome que había alquilado mi estudio, que quedaban dos o tres cosas que había dejado en el bar de Joey. El segundo era del propio Joey, diciéndome que podía meterme las cosas por... en fin. Y los trece restantes eran de Mélanie, mi única amiga de la universidad. En los primeros correos hablaba de mis faltas de asistencia, de las clases de las que tendría que ponerme al día. En el último daba señales de pánico.

De: Mélanie

A: Clary

Clary:

Ya no sé qué más hacer. He ido a ver a la policía y me han dicho que un adulto tiene derecho a cambiar de vida. Te has dado de baja en la universidad, alguien ha vaciado tu apartamento por ti... Todo indica, según ellos, voluntad por tu parte de “desaparecer”. No nos conocemos demasiado, pero algo me dice que no estás lejos. Yo considero que somos amigas y me cuesta creer que te hayas ido sin decir una palabra, sin responder a mis correos electrónicos.

Un profesor me ha confesado que pediste seguir tus clases a distancia la primera semana, pero que no está autorizado a darme tu dirección. ¿Qué está pasando? Además, tienes el móvil apagado.

Vas a pensar que estoy loca, pero la última vez que alguien te vio fue en el Club Melvin y había luna llena... Quizás tenga algo que ver con ellos. Bueno, estoy divagando por completo, veo demasiadas historias espeluznantes sobre esas cosas.

Te mando un abrazo, dondequiera que estés.

Mél.

P. D.: Me he enrollado con el Sr. Never. Tenía que desahogarme con alguien.

Me conmovió el corazón. No esperaba que nadie me echara de menos en absoluto, pensaba que podía desaparecer de la faz de la tierra sin que nadie se diera cuenta. Pero las palabras de Mélanie eran como un gran soplo de amor.

Ellos , esas cosas … Me hacía gracia, no hacía tanto tiempo yo también hablaba así. Nunca apoyé el discurso fundamentalista de los H sobre la necesaria eliminación de los vampiros, pero no me tranquilizaba para nada la idea de su existencia.

Reescribí al menos cinco veces mi respuesta a Mélanie antes de enviarla. La conocía desde hacía un año y siempre nos sentábamos juntas. Desde septiembre, íbamos juntas a tomar un café de vez en cuando. Era muy popular y tenía un montón de amigos, pero había decidido que nosotras también debíamos serlo. Solía decir que yo era una gata salvaje, difícil de domesticar.

De: Clary

A: Mélanie

Mélanie:

Lo siento muchísimo, me siento fatal por la mera idea de haberte preocupado. No estoy lejos. Es complicado, pero no te apures porque estoy muy bien. ¡Mejor que nunca, diría! Me encantaría verte y tomar un café. Me voy a comprar un nuevo móvil y me pondré en contacto contigo pronto. Ya te daré mi número.

Me siento bien al saber que alguien piensa en mí.

Besos,

Clary

P. D.: He conocido a una mujer, y eso no es todo... Sé que está mal, pero está tan buena;)

Envié el mensaje, Mél sabía que me atraían las mujeres y era un gran apoyo para mí. El ordenador emitió un sonido de campana: tenía un nuevo mensaje, pero de la intranet. ¡Tessa! Mi corazón se aceleró.

De: Tessa

A: Clara

Si las páginas están arrancadas, será porque no te conciernen. Un día, tal vez, dejes de hacer preguntas y puedas vivir el momento.

Iré a cenar. Con Rebecca, por supuesto.

++

Tessa

Un jarro de agua fría. Tuve que contenerme para no enviarle una sarta de insultos, sabía que jamás hay que responder enfadada. Entre el mensaje y el diario de Tessa, había todo un mundo. Entre la mujer en público y la mujer en su intimidad, había un universo.

Herida, decidí apagar el ordenador y salir a tomar el aire.

Me crucé con Alice en la entrada. Llevaba unos vaqueros ajustados y un jersey de color camel a juego con los tacones.

—¡Una aparición!

—¡Venga ya! Solo han pasado un par de días, no es para tanto. ¡Estoy vivita y coleando!

—Quizás, ¡pero por tu aspecto nadie lo diría!

—¿Y tú pretendes ser una señorita?

—Lady, no señorita. Necesitas tomar un poco el aire, eso es todo. No puedo piropearte siempre, señorita sabelotodo.

—Bueno, pues que sepas que es justamente lo que iba a hacer, señora picaflores: airearme un poco.

—Ven conmigo, yo te llevo. Voy a una subasta.

—Deléitame.

—Colección privada de la dinastía Romanov. Anastasia lo vende todo, ¿sabes? Es una...

—¡NOOOOO!

—Ja, ja, su misteriosa desaparición, los rumores de su existencia... Capturaron a su padre, a sus hermanos, a su madre… Tuvo que ser una estaca en el corazón... Pero a ella, no. Total, que vende los libros y las notas de su padre y LOS NECESITO.

Esa información iba más allá de mi comprensión. Tenía que volver a plantearme toda la historia. Me acordé de haberme reído con películas que hablaban de la existencia de Elvis, de Marilyn… en algún lugar, bajo una nueva identidad. ¿Qué grandes personajes seguirían aún vivos? ¿Qué parte de todo aquello era verdad? , me preguntaba.

En el coche, a toda velocidad hacia la zona roja, Alice y yo conversamos apasionadamente sobre historia. Conducía un Mercedes SLR negro que me recordaba al Batmóvil : era un biplaza con tapicería de cuero rojo y puertas que se abrían hacia arriba, como las alas de una mariposa. Un coche vigoroso, sexy y arrogante. A Alice le divertía hacer zumbar el motor y mi asiento vibraba con cada acelerón.

Yo no era especialmente fan de este tipo de demostraciones de poder automotriz y creía que Freud hubiera tenido mucho que opinar sobre la elección del tipo de coche... Pero debía admitir que la sensación de deslizarse sobre el asfalto era reconfortante. El paisaje se deformaba tras el cristal, pero eso no impidió que Alice me hablara de Rusia, de la caída de los Romanov y de la llegada del comunismo.

Me enteré de que Anastasia había sido “salvada” por una vigilante nocturna, una vampira que la había criado como una madre. Cuando llegó a la edad adulta, la joven princesa decidió “casarse con la sangre” y convertirse en vampira, convencida de que conseguiría, gracias a la eternidad, restaurar la gloria de los Romanov.

Fue fascinante. Llegamos al palacio de la subasta, un edificio imponente. Esperamos un minuto antes de que la reja de la entrada se abriera para dejarnos paso y aparcamos en un patio de grava, donde se alineaban muchos coches de lujo.

Un pequeño cartel indicaba el camino: "Venta de la señorita A, primer piso, puerta C". Alice sacó su invitación, un tarjetón cuadrado, con inscripciones doradas. De repente me vi reflejada en el espejo del ascensor y tuve la sensación de que no iba adecuadamente vestida para la ocasión. Llevaba puestos unos vaqueros, unas zapatillas Converse blancas y un top de Dior de Solveig. Le pedí un minuto a Alice y me puse brillo de labios. Intenté soltarme el pelo, pero las puertas se abrieron ante una pareja de unos cincuenta años. La mujer, adornada con un tocado de piel blanca, me repasó de arriba abajo.

—¡Tu distintivo, Clara!

¡Menos mal que había pensado en cogerlo! Con desdén, la mujer entró en el ascensor propinándome un codazo. La agresividad de sus ojos me heló la sangre.

Al llegar a la sala de la subasta, me entraron ganas de dar marcha atrás. El suelo de madera crujía bajo la alfombra roja, el silencio se hacía pesado y las miradas de los desconocidos me hacían sentir realmente incómoda.

Alice, viendo la timidez que se apoderaba de mí, me cogió la mano y susurró:

—Vaya, señorita sabelotodo, ahora ya no te haces la listilla.

—¡Calla! Todas estas personas quieren echarme.

Un hombre vino directo hacia mí y tuve el reflejo infantil de ponerme detrás de Alice.

—Lucas, amigo mío, no hagas ningún caso al animalito asustado que se esconde tras de mí, no tiene la costumbre de estar entre nosotros. Pero mañana será famosa: va a publicar un libro que nos ayudará a hacer las paces con... su gente.

El hombre inclinó la cabeza en mi dirección. Era bajito, con la corpulencia de un epicúreo que no hacía el más mínimo caso de los consejos de su médico. Sus mejillas estaban sonrojadas y su frente despoblada. Llevaba unas gafitas sin cristales. Tenía un aspecto muy gracioso y su sonrisa me relajó.

—Encantado, señorita, soy Lucas Miller. ¿Así que un libro? ¿Qué mal editor ha elegido?

Su apellido me resultaba familiar, pero no conseguía relacionarlo.

—Eh... No tengo editor. Alice ha exagerado, estoy terminando el manuscrito.

Le expliqué brevemente mi experiencia: mi encuentro con Tessa, mis ideas, mis notas y su patrocinio. Lucas se quitó las gafas.

—Circulan muchos falsos rumores. Todos tenemos nuestro punto de vista, pero el suyo tiene estilo, me da la impresión. Su historia y sus ideas son... interesantes, jovencita. Me encantaría que quedáramos para hablar.

Sacó su teléfono móvil y murmuró algo. Al final, exasperado, sacó su agenda de cuero.

—No me adapto a la tecnología moderna. Déjeme ver cuándo podría darle cita.

—¿Cita dónde?

—¡En mi oficina, por supuesto!

Alice, divertida, intervino.

—Clary, el Sr. Miller es el jefe de la editorial Miller. Ya sabes, los libros Miller.

—¡Ah, sí, claro! La mitad de los libros de la biblioteca llevan su logotipo.

—¿La mitad? ¡Yo diría que las tres cuartas partes, jovencita!

Nos reímos los tres y acordamos reunirnos después de las fiestas navideñas.

La comisaria de la subasta pidió silencio y dio tres golpes de martillo contra el escritorio. El tono cambió y Alice se sentó, alerta. Me explicó muy rápidamente que, como el dinero no era ningún problema para los vampiros, no sería el mejor postor sino el más rápido el que se llevara los tesoros. Cada asiento estaba equipado con un botón que había que pulsar en cuanto se presentaran los libros. El juego se complicaba porque la presentadora modulaba su discurso de modo que los libros no se anunciaran hasta el último momento. Había que estar atento y reaccionar con rapidez.

Para hacerme reír, Alice se calentó el pulgar. La luz se apagó, salvo sobre la mujer del escritorio, y se inició la presentación del primer libro.

Alice era muy rápida y se llevó muchos manuscritos, que iban sucediéndose, uno tras otro. Cuando uno no le interesaba, me contaba quién era quién. Estaba fascinada por aquella venta, la tensión flotaba en el aire y la colección se agotó enseguida.

Una campana indicó que la subasta había terminado. En el pasillo, me crucé con Lucas Miller, que se despidió de mí diciéndome:

—¡Cuento con usted, Clary!

A lo lejos, divisé a una mujer alta y morena, con brillantes ojos azules y un carisma mágico, que era el centro de todas las miradas. La gente susurraba:

—Su Alteza Imperial la Gran Duquesa Anastasia Nikolaevna de Rusia.

Como todo el mundo allí, estaba perpleja. Ella desapareció grácilmente y yo me quedé conmovida por lo que acababa de presenciar. Estaba viviendo unas experiencias maravillosas.

Con el corazón rebosante de alegría, sonreí a Alice, que parecía que llevaba unos cuantos minutos observándome.

—¿Acaso tengo monos en la cara, Alice?

—Pues... tienes ojos de alucinada.

Me tomó del brazo y me propuso ir al cuarto piso, donde había otra subasta, antes de volver a casa. Tal vez pudiera participar, me animó. Después de todo, la tarjeta de crédito negra de Tessa bien podía servirme también para mi estudio.

En el cuarto piso, me encontré con la misma atmósfera que en el primero, salvo por un detalle: había mucha menos gente.

—Bueno, pues ahora que ya tienes tus libros nuevos, ¿qué quieres? —le pregunté.

—Disfraces para ti y para mí.

—¿Eh?

—¿Hola? ¡Tierra llamando a Clary! Falta poco para el baile, ¿te acuerdas?

El baile, el baile... Rebecca no hablaba de otra cosa y tenía que admitir que no había pensado en ello para nada. Necesitaba un disfraz, era cierto. El tema era “Ni vampiro ni humano”, lo cual no me inspiraba especialmente porque toda mi vida giraba en torno a esas dos categorías.

—Imagínate, un director de teatro ha decidido hacer liquidación y vender sus trajes —me explicó Charles.

Nos acomodamos en la sala pero, en aquella ocasión, como novedad, me inscribí en la lista de participantes. Me asignaron el asiento número 9, un buen augurio: era mi número favorito.

El subastador entró. Tenía pinta de comediante. Nos anunció que el lote era de quince trajes.

Las luces se apagaron. Me acordé de todos esos años en los que jugaba a videojuegos con mi padre, con la lengua fuera, concentrada esperando el start . Llegó el primer traje, de pastora... no estaba hecho para mí. El segundo era de caballero, el tercero también. Me enfurruñé y Alice se burló de mí. El cuarto era sublime y le di un codazo a Alice. Se trataba de un tres piezas clásico, con varias tonalidades de gris, conjuntado con una máscara de lobo descomunal. Los ojos de Alice se iluminaron: lo quería para ella. La observé con atención, esperaba la última palabra del subastador igual que se acecha a una presa. Resultaba muy sexy como cazadora. El hombre terminó su discurso sobre el traje en cuestión, sacado de Caperucita Roja , y vi que la mano enérgica de Charles se ponía en tensión. Apenas había acabado de pronunciar la última palabra, Alice, sin dilación, pulsó el botón, que empezó a parpadear: había ganado, ya tenía su traje.

Aplaudí, pero la gente se dio la vuelta, molesta —al parecer, mi actitud no era un ejemplo de buenos modales. Carraspeos de garganta, nuevo silencio, el vestido de Caperucita era la próxima venta. Deslumbrante y sexy, me encantó su capa de satén brillante, el nudo de seda y su gran capucha. Me apetecía, pero no tenía nada que ver con el tema del baile, una lástima. Los lotes se sucedieron y llegó el último traje.

Una mujer dejó escapar un ¡oh! de admiración. Mis ojos resplandecieron. El subastador inició un poético discurso sobre el vestido, procedente del ballet de El lago de los cisnes , inspirado en la música de Tchaikovski. Tenía un corpiño blanco bordado con pequeños diamantes centelleantes y tirantes finos cubiertos de plumas, que también cubrían elegantemente los hombros. El clásico tutú llegaba hasta la mitad del muslo y estaba formado por varias capas de muselina, tul de seda y plumas. El tocado era sublime: una corona de plumas que formaba unas alitas adorables en los laterales. El vestido me hechizó y quise imaginarme llevando esa maravilla.

El discurso iba llegando a su fin y me preparé para el momento crucial. Estaba lista, intenté respirar para tranquilizarme pero, una vez hubo musitado sus últimas palabras, pulsé el botón frenéticamente. La luz se volvió roja: había perdido mi oportunidad. Me sentía profundamente decepcionada. Alice pasó su brazo alrededor de mí:

—No siempre se puede ganar.

—Maldigo a quien lo haya ganado.

Bajó la barbilla para indicarme su botón, que parpadeaba: ella había sido el más rápido.

—No iba a dejar que te quedaras sin algo que deseas con tanto anhelo.

Me lancé a su cuello, profiriendo grititos agudos, mientras las luces se encendían y la sala se iba vaciando.

—¡Gracias, Alice! Estoy tan contenta, no quería ningún otro traje. Gracias, qué maravilloso regalo, ¿cómo podría agradecértelo?

Alice clavó en mí su penetrante mirada azul. Me pareció que el tiempo se detenía. Acercó su cara a la mía, muy poco a poco, y posó sus labios sobre los míos suavemente. Los recorrió con su lengua y me di cuenta de que tenía que detenerle antes de que fuera demasiado tarde. No quería que siguiera besándome, así que reculé. Alice agachó la cabeza.

—Perdona, Clary, ha sido sin pensar.

—No te disculpes. No pasa nada, no volveremos a hablar de ello.

—De todos modos, ¡qué beso tan nefasto!

Alice distendió el ambiente con su broma, me pellizcó la mejilla y regresamos en silencio. Debo confesar, al rememorar aquel beso, que por espacio de un segundo había sentido placer. Pero mi boca pertenecía a Tessa.

Día 53, 20:05 h

Llego tarde a cenar. Ya he recibido un recordatorio de Sammy: parece que si no bajamos todos juntos, su comida se arruinará. Estoy hambrienta, pero no tengo ganas de unirme a ellos. Tessa me saca de mis casillas, Alice me ha besado, San no me dirige la palabra y Rebecca... Rebecca es la esposa de Gabriel.

El día había empezado bien: el diario de Gabriel, la subasta, el editor, los trajes, el correo electrónico de Mélanie. Tenía que llamar a Mélanie y contárselo todo. Me vendría bien desahogarme con alguien de mi… especie.

Sammy y Alice, por más que se esfuerzan por ser mis fieles amigas, no pueden imaginar el choque cultural que estoy viviendo. Durante la guerra de la sangre, cada noche veíamos reportajes sobre los vampiros en los que aparecían como devoradores de bebés, asesinos, violadores y ladrones. La imagen que nos habíamos formado de ellos estaba más cerca de Jack el Destripador que de Nosferatu. Siempre oía una vocecita que me decía que no todo podía ser tan siniestro, pero igualmente me aterrorizaban.

Mélanie debe sentir ese mismo miedo, así que podrá entender mi historia con el mismo ánimo. Tengo que encontrar tiempo para verla, sin que aquí nadie sospeche. Mi vida ya es bastante complicada. Me aprovecharé de que puedo cruzar el barrio rojo y la zona de los H .

Feliz ante la perspectiva de volver a ver a Mélanie, me animé y decidí cenar. Eran las ocho y cuarto, sabía que me esperaba una riña. Me puse un top negro de tirantes y mis pantalones cortos de lino color caqui; hacía demasiado calor en la casa para llevar nada más.

La sala roja estaba desierta, igual que el comedor. Oí risas en la cocina y allí me encontré a todo el mundo, congregado alrededor de la isla central, degustando un pollo asado con patatas fritas. Parecía una escena sacada de una comedia familiar en la que todos destilaban paz y amor. Para mi gran asombro, San acercó un taburete a su lado y me dijo:

—¡Ven a sentarte... Lara Croft!

—No estoy armada, podéis seguir comiendo tranquilamente. Y bien, ¿ya tienes disfraz para el baile?

Estaba tan sorprendida por la amabilidad de San que entablé conversación con ella alegremente. Me encantaba esa Barbie generosa y divertida, su frialdad hacia mí me había hecho sufrir.

—Voy a ir de...

Todas las miradas se volvieron hacia San, hasta la de Tessa, que me había esforzado por evitar desde que había entrado en la cocina. Parecía verdaderamente intrigada por el disfraz de la bella rubia. Era la típica fashionista extravagante por excelencia y, fuera lo que fuera de lo que se disfrazara, estaría fenomenal: era lo que se esperaba de ella.

—Iré de mujer enamorada.

Abrí los ojos sorprendida. Ella bajó los suyos dirigiendo la mirada hacia su plato y se sonrojó. Rebecca, mientras tanto, fruncía el ceño.

—A ver, cariño, eso no tiene nada que ver con mi tema: “Ni vampiro ni huma...”

—Becca, ella no va a disfrazarse de “mujer enamorada”, simplemente nos está informando de que lo está —intervino Tessa.

Al cabo de unos segundos, Rebecca finalmente reaccionó.

—¿Qué, qué, qué? ¿Estás enamorada? Pero, ¿de quién? ¿Por qué no me lo has dicho?

—Porque en este momento tienes problemas más urgentes que mi vida amorosa.

—Es cierto. Pero vendrás al baile de todas formas, ¿no?

Sentí que la reacción de Rebecca había defraudado a San, aunque ello no le impidió contarnos que había conocido a una mujer mientras buscaba su traje: la nueva responsable de una casa de alta costura, Mastha, que tomaba el relevo de su padrino. Ella había resbalado delante de ella y se había agarrado a su fular... rosa.

Alice dejó escapar un profundo suspiro de alivio.

—¡Tenía miedo de que estuvieras hablando de mí, San!

—Ja, ja. No, querida, he encontrado a mi mujer ideal. Es una mezcla de Javina Gavankar y Ashley Greene.

—¡Tiene padrina, como tú, eso es genial! ¿De qué se disfrazará?

—El baile, el baile, el baile... Rebecca, te voy a prohibir que lo vuelvas a mencionar durante el resto de la noche.

Tessa estaba visiblemente harta ya del tema.

Molesta, la explosiva pelirroja se recolocó el fular, se levantó, tomó su cuaderno de notas, su pluma y el móvil y salió de la habitación, con el pretexto de que “tenía cosas que hacer” .

Apoyados sobre la mesa, Sammy, Alice, Teesa y yo seguíamos la historia romántica de cómo San había conocido a Dani, directora de Mastha. Con todo lujo de detalles, la chispeante San nos describió las sonrisas, los guiños, las carcajadas, los besos fogosos en el probador... Alice, ansioso por saber más, comía patatas fritas directamente de la fuente y Sammy le daba palmaditas cada poco en los dedos para que dejara de comer compulsivamente.

Y allí, en medio de esa comedia romántica entre dos mordidos (o "apadrinadas", ese parecía ser el término políticamente correcto), San nos desveló un hecho de lo más sorprendente...

—Nosotras... nosotras todavía no hemos ido más lejos.

Alice, imprudente, inició la discusión.

—¿Aún no te has acostado con “la mujer de tu vida”?

—No.

—¿¿¿Por qué??

—Porque quiero esperar a ver si va en serio.

—¡Al contrario, eso no se verá hasta que no os hayáis acostado! Es fácil jugar a ser Romeo cuando aún no has estado con Julieta. El amor viene después, cuando él te llama y te coge de la mano. Eso ya no está calculado con el fin de conseguirte, porque ya lo ha hecho.

Tessa intervino.

—Estoy de acuerdo. Hacer el amor con una mujer es todo un reto. Siempre tenemos ganas. Pero después, querer dormir con ella, no solo por el sexo, sino para poder ver su hermoso rostro por la mañana... eso es el amor.

Mientras Tessa hablaba, la miraba y sentía mi corazón derretirse. No creía que su discurso fuera porque yo estaba ahí, tampoco creía que hablara de Rebecca, pero me pareció sincero. San posó su mano sobre la de Tessa y le dijo:

—Cuando se ama a alguien, no podemos luchar contra ello...

El silencio se instaló en la cocina y vivimos un hermoso momento de comunión entre los cinco, pensando en nuestros amores, fracasos, sueños y futuros.

Rebecca abrió bruscamente la puerta, histérica.

—¡He perdido mis pegatinas para el vestuario, tenemos que encontrarlas!

Nos entró un ataque de risa incontenible. Rebecca nos había puesto de nuevo los pies en el suelo, nos había sacado del país de los corazones, las mariposas en el estómago y “el amor que todo lo puede”; sus preocupaciones nos parecieron bastante surrealistas.

Rebecca se fue aún más molesta. Encontré sus etiquetas bajo mi asiento y corrí tras ella para dárselas. Rebecca me abrazó en una demostración de afecto que me sorprendió. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando le pregunté, por cortesía, si todo iba bien.

—A nadie le importa realmente este baile; aunque el motivo de celebración es que he regresado. ¿Debo concluir que a nadie le importa?

Yo era la última persona en el mundo que debía consolar a Rebecca. Me sentía dividida entre mi traición y mi empatía. San venía caminando alegremente por el pasillo, ligera como una pluma. Sonrió a Rebecca y le dijo:

—Becca, no llores más, ¡solo son unas pegatinas!

¡Ay, el fuego que inundó los ojos de la altísima pelirroja…! Era la misma mirada a la que me había enfrentado en la cocina, aquella mañana que había sido odiosa conmigo.

—No te creas mejor que los demás, ahora, tú y tus ojos de corderito. Está enamorada, vale, por enésima vez, te lo recuerdo. Y, la miró de arriba abajo , déjame que te diga, vieja amiga, que encontrarás a miles de hombres que quieran acostarse contigo, pero que quieran casarse contigo… Eso ya es otra historia. Tú no sabes qué es el verdadero amor.

Rebecca se fue con una sonrisa triunfal en los labios. Me daban ganas de darle una bofetada. Sandy, en estado de shock, tragó saliva, cerró los ojos y los abrió de nuevo unos segundos más tarde.

—¡Qué mujer tan mala!

—Está triste, San. Discúlpala.

—¿Cómo puedes defenderla? Ella te trata mal cada dos por tres.

—... El sentimiento de culpabilidad, quizás.

—Deja de torturarte, te juro que... ¿Quieres que vayamos a tomar una copa, las dos solas? Creo que es hora de que sepas la verdad.


El barrio rojo, de noche, parecía un carnaval de lujo. Miles de guirnaldas de colores vestían cada edificio. Pregunté a San cuánto duraba esta decoración navideña, pero me respondió que el barrio rojo estaba iluminado así durante todo el año.

—Es la tradición. Llevamos tanto tiempo en la sombra que cultivamos un gusto desmedido por las luces nocturnas, es nuestro “día” aquí.

Sandy me llevó al lago Tendre. El pequeño puerto del barrio rojo había sido creado para que los yates de los residentes pudieran estar anclados todo el año, pero aquel día no había ninguno: el lago estaba congelado.

Estuvimos hablando un rato de la famosa Dani, de su fogosidad, de la pasión que ponía en sus besos. Estábamos frente a un hotel, el Beau Rivage, y San me propuso tomar una copa.

—La mayoría de mis amigos odian este lugar, es un poco anticuado, pero...

—¿Pero?

—Es el lugar ideal para hablar lejos de cotillas.

Entramos a un vestíbulo desierto donde hacía calor, pero nadie nos dio la bienvenida. Me había acostumbrado tanto en aquellos últimos tiempos a un servicio de cinco estrellas que tenía la impresión, por muy elegante que fuera ese hotel, de estar en un antro de mala muerte.

San giró a la izquierda sin preguntar y cruzamos la recepción fantasma. Al llegar al bar del hotel, también vacío, un camarero que estaba detrás de la barra sonrió al reconocer a San.

—¡Sandy la rubia!

—¡Martin el barman!

—Ya sé, un Cosmopolitan con un montón de arándanos y cerezas confitadas. ¿Y para usted, señorita…?

—Clary, perdón, mire, tengo una identificación.

—Los amigos de Sandy son mis amigos, no hacen falta identificaciones aquí, ¡sino bebidas!

—Un Martini blanco con lima, por favor.

—¿Vienen a contarse secretos o se quedan en la barra?

—¡Ya me conoces, Martin!

Sin esperar a que el camarero nos sirviera las bebidas, San me llevó a una esquina del bar. La gruesa alfombra ahogaba nuestros pasos y nos hundimos en un sofá de terciopelo un poco gastado, pero muy cómodo.

—Tienes que perdonarme, Clara.

—¿Por qué?

—Por haberte puesto mala cara, como una niña pequeña. Desconocía lo que estaba pasando entre Tessa y tú. Me quedé muy sorprendida, nunca me habría imaginado... Te creía demasiado inhibida... En fin, no estoy diciendo que seas una...

Sonreí al ver a Sandy embrollarse con disculpas. No encontraba las palabras, pero la comprendía. Martin nos interrumpió y nos sirvió las copas. Le di un sorbo a la mía y San se acabó su Cosmo de un trago. Continuó:

—Bueno, he hablado con Tessa y...

—¿¡Has hablado con Tessa de “nosotras”!?

—Sí. Ella vino a verme, pensé que quería convencerme de que no se lo contara a Rebecca, pero me habló de ti. De tu dolor, tu bondad, tus... sentimientos.

—Ah.

—Fue la noche en que había conocido a Dani y tenía el corazón lo suficientemente abierto como para escuchar a Tessa. Estaba fatal, se sentía tan culpable, me dio mucha pena, pero no fui capaz a decirle que...

Martin le trajo una segunda copa a Sol, como si se anticipara a sus necesidades. Ella jugó con una cereza, la sumergió en el líquido de color rosa y, a continuación, intentó hacerla flotar. Podría haberme cautivado el ballet acuático, pero esperaba la continuación de su relato con impaciencia.

—Sandy...

—Sí, perdón. En resumen, me he dado cuenta de que estáis enamoradas y más preocupadas por la situación que otra cosa.

—¿Y es eso es lo que no fuiste capaz de decirle?

Con sus finas manos, tomó la copa del cóctel y, de nuevo, se lo bebió de un solo trago. Como para darse coraje, miró hacia arriba.

—De acuerdo, tengo que contárselo a alguien, pero júrame, Clara, que no le dirás nada a Tessa. Será nuestro secreto. NADIE puede estar al corriente. Es solo que me parece justo que no te sientas culpable...

—Sandy, me preocupas, ¿qué es eso tan grave que tienes que explicarme?

—Rebecca nunca desapareció.

Mi corazón se detuvo. Sentí náuseas. No entendía nada y un aluvión de preguntas hervía en mi mente. Sandy parecía aliviada, y era yo la que necesitaba un trago.

No pude proferir palabra. Estaba claro que, ante las noticias impactantes, el mutismo era mi refugio. Sin embargo, no me faltaban ganas de entender ni de hablar.

Sol hizo una señal a Martin para que trajera una botella. Estuvimos allí hablando durante dos horas y Sandy me lo contó absolutamente todo: repasamos la vida de Tessa y Rebecca, desde dos años antes de la desaparición hasta aquel momento. Yo absorbía cada palabra, completamente desestabilizada por la noticia.

Volvimos a casa de madrugada. Se me había olvidado cerrar la ventana de mi habitación y, por primera vez desde mi llegada, estaba helada. Una nota de Tessa bajo la almohada me reconfortó el corazón:

El estilo Lara Croft te queda genial. No puedo esperar a verte disfrazada mañana. Besos, para cada centímetro de tu deliciosa piel.

T .

Sienna Lloyd