Bite me X

Gracias por seguir leyendo. Espero que les guste la décima entrega.

Sentía el corazón en la boca y cada vez me costaba más contener las palabras.

—Todo esto es demasiado peligroso. ¿Sabes? En el pasado hice sufrir mucho a Rebecca y ella me perdonó. Además, me ha apoyado en los momentos difíciles, durante los conflictos con mi padre. Si hoy en día soy yo quien dirige la empresa familiar, LūX, es gracias a ella. Rebecca parece haber sufrido un gran shock durante su desaparición y aún no ha recuperado la memoria de los últimos dos años. ¿De verdad quieres que todavía sufra más?

Aturdida, me quedé en silencio, ningún sonido salía de mi boca. Estaba como anestesiada. Tessa siguió caminando, a duras penas conseguía seguirle el paso. Estaba fría, distante, dura.

—El día de su desaparición, habíamos discutido. Mi comportamiento con ella fue despreciable. Me había enfadado con mi padre, una vez más, y me vengué con Rebecca. Ella se marchó de casa hecha una furia, gritando que era la última vez. Tenía razón. Encontramos su coche abandonado en la carretera, a unos cientos de metros del castillo, vacío. Ella había desaparecido y su bolso estaba en el asiento trasero. Pensé que se trataba de una operación de los H . Era la época en que comenzaron su cruzada para purificar vuestra “raza”, como ellos dicen. Creí que Rebecca había sido una víctima de la guerra de la sangre. Fue un golpe muy duro para mí. Su regreso, lo admito, me brinda una segunda oportunidad para poder redimir mis pecados.

Tessa calló y se instauró un silencio denso, siniestro. Tuve la misma impresión que si me hubieran acabado de comunicar que alguien había muerto. Siguió caminando y yo perdí la calma.

—No lo entiendo, Tessa.

—¿Qué es lo que no entiendes? Eleonor, ¿qué estás haciendo aquí?

Me di la vuelta y vi a Tessa, que avanzaba rápidamente hacia mí. Sentí vértigo, ¿Cómo puede estar delante y detrás de mí? ¿Estoy soñando?

La mujer a la que seguía hundió sus ojos en los míos y me di cuenta de que no era Tessa.

—Lo hago por tu bien, hija. ¿En serio crees que voy a dejar que lo arriesgues todo por esta… humana?

—Pero, ¿con qué derecho…?

El rostro de Tessa estaba deformado por la ira. Sus pupilas se habían dilatado hasta convertir sus ojos en dos discos negros.

Eleonor, que se parecía como dos gotas de agua a su hija, lanzó una mirada desdeñosa a Tessa.

—El día que seas madre, lo entenderás. Aunque, dicho sea de paso, no estoy segura de que seas capaz de convertirte en madre…

Tessa recibió el ataque de pleno. Su madre se alejó. Eleonor tenía los mismos rasgos, la misma complexión, la misma edad físicamente que ella y, sin embargo… Al verla caminar, podría haber adivinado, debería haber percibido la diferencia fundamental entre las dos: Eleonor era la encarnación del mal.

Una vena se hinchó en la frente de Tessa. Estaba furiosa. Inició un movimiento como para continuar la conversación, pero la retuve, agarrándole por el brazo. No necesitaba más odio, más violencia... Necesitaba amor. La abracé y le susurré:

—Tenía tanto miedo de sus palabras... Pensé que eras tú.

—Lo que sea que te haya dicho, olvídalo. No es una buena persona.

—Pero ¿por qué estaba allí? ¿Cómo sabe lo nuestro? ¿Por qué se hizo pasar por ti?

—Tardaste en darte cuenta, ¿eh? —dijo Tessa, burlonamente.

—No te mofes, creo que es lo mínimo que puedes hacer después de lo que acabo de pasar. ¡Un minuto más y me habría explotado el corazón!

Tomé su fría mano y la posé sobre mi pecho izquierdo. Cuando su piel estremeció la mía, me di cuenta de que ese gesto de intimidad era una locura completamente fuera de lugar. En mi afán por hacerle ver mi miedo, me había puesto en una posición delicada.

Sentí que mis mejillas se sonrosaban. La mano de Tessa siguió constatando el latido frenético de mi corazón.

—¡Mi madre te ha alterado mucho, Clary!

—No tanto como su hija.

—Estoy furioso con ella, pero no quiero que me arruine el tiempo que tengo contigo. Ajustaré cuentas con ella más tarde. Me alegro de verte.

—Eso no era lo que parecía ayer por la noche. Tu indiferencia me hizo daño.

—Clary, no seas exigente. ¿Te das cuenta de lo difícil que es volver a ver a mi esposa, que sufre y, sin embargo, solo desear estar en tus brazos?

—Lo siento.

—Bueno, tengo dos cosas para ti. Para la primera, no tenemos que ir muy lejos.

Caminamos en silencio. Tessa tenía la mirada perdida en el horizonte, como viendo el infinito ante nosotros. La sentía ansioso, angustiada, parecía que estaba repitiendo mentalmente la escena con su madre y lo que le podía haber contestado. Por mi parte, yo iba a su lado, le cogía de la mano, pero estaba lejos. Eleonor... Había visto ese nombre en la intranet de casa... ¿Vive aquí? ¿Cómo puedo poner en riesgo a LūX? ¿Por qué es Rebecca esencial para la vida profesional de Tessa? Las preguntas sin respuesta se agolpaban en mi cabeza, pero una vocecita me susurraba que tenía que aprovechar ese momento a solas con ella. Detuve el paso apurado de Tessa, la miré y le ofrecí mi mejor sonrisa. Ella me devolvió la sonrisa y su rostro se relajó. Sus grandes ojos color esmeralda me revolucionaban el alma, era demasiado atractiva. Sentí la necesidad de empaparme de ella, así que me permití la audacia y salté a su cuello. Ella me agarró por las muñecas antes de que pudiera llegar a su deliciosa boca. Me quedé inmóvil, con los brazos en el aire sujetados por aquella mujer tan bella.

—Todavía no, Clary.

Me soltó los brazos, volvió a coger mi mano y dimos unos cinco pasos. Habíamos llegado al final de la galería. Abrió otra puerta, similar a la de su despacho: un gran espejo que, en realidad, era un acceso a otra habitación secreta. Tessa accionó la puerta y entramos. Me quedé sin palabras: me pareció entrar en una bola de espejos. Desde el suelo hasta el techo, y por todas las paredes, la sala estaba totalmente cubierta de pequeños azulejos de espejo. Me veía desde todos los ángulos. En el centro de la habitación, había una cama redonda, con unas finas sábanas blancas.

—Sabía que los ricos tenían panic rooms , para poder esconderse ante la presencia de intrusos en casa, pero desconocía la existencia de sex rooms .

Tessa echó una carcajada. Desde nuestra estancia en la zona blanca, no la había oído reír.

—De acuerdo, el nombre de sex room le va muy bien a esta habitación. Pero observa el trabajo de artesanía, todos los azulejos de espejo. Podría pasarme horas mirándolos. He estudiado muchas cosas en la vida, aprender es lo que más me gusta; pero no soy una buena artista. Eso es algo innato y yo no soy precisamente la “creativo” de la familia.

—¿Hay alguien que sí lo sea?

—Oh, sí, mi hermana, Leona. Ella construyó esta habitación. Le llevó meses recubrirlo todo.

—¿Has decidido darme información a cuentagotas, Tessa?

—No hemos tenido muchas oportunidades de charlar, tú y yo... La culpa es de nuestra química.

Me acarició el estómago con su suave mano, me levantó la camiseta y dibujó arabescos con la punta de su dedo alrededor de mi ombligo. Mis pechos se enderezaron.

—Quería encontrarme aquí contigo, quería verte desde todos los ángulos.

Su mano se deslizó bajo mis pantalones vaqueros y, sin dificultad, llegó hasta mi sexo y empezó a tocarme.

—Quiero ver el placer en tu cara. Quiero leer en tus ojos la súplica. Quiero ver tus pechos aprisionados en mis manos.

Estaba impaciente y bebía sus palabras como se bebe un vino exquisito. Ebria de deseo, abrí las piernas y ella deslizó dos dedos en mí.

—Voy a lamerte, a hacer que disfrutes. Quiero que veas hasta qué punto eres mía. Tus ojos no podrán huir, te verás por todas partes.

Tessa, excitada por sus propias palabras, retiró su mano y desabrochó mis vaqueros. Sonrió tiernamente al ver mis braguitas de algodón —me las había puesto porque no esperaba nada más que una conversación… Bajó la fina tela y su boca, separada tan solo por unos milímetros de tejido de mi sexo, se detuvo para impregnarse de mi perfume.

—Tu olor es delicioso, Clary, tu sexo es una fruta lista para ser devorada.

Me tumbó sobre la cama. Me veía reflejada en el techo, sobre esa cama, con las piernas separadas. El espectáculo me agradaba, pero rápidamente me inquieté al no ver a Tessa. Bajé la cabeza y comprobé que ahí estaba, bajándome los pantalones. Volví a echar un vistazo al techo, ni rastro de ella. Tessa sintió que me había distraído y se detuvo.

—No tengo reflejo, Clary.

—Es muy raro, me da la impresión de hablar sola, de estar sola cuando me veo.

—Esa es precisamente la curiosidad de esta habitación.

Tessa prosiguió su asalto. Me degustó con pasión, enloquecido por mi sexo. Me encantaba cuando Tessa dejaba libre su espíritu salvaje. Sus ojos cambiaban, ya no era la misma mujer amable, sino una salvaje. Me quedé mirando al techo, hipnotizada por la escena: estaba haciendo el amor con la mujer invisible y mi ropa se quitaba sola. Era magia. Magia roja.

Tessa se desnudó lentamente y se acarició su sexo con la mano. Cambié de postura y me acerqué para poner mi boca sobre su clítoris. Saqué la punta de la lengua y le lamí con avidez.

—Eres dócil y me encanta.

Subrayó su comentario haciendo que me hundiera más en ella. Me asestó un duro golpe, pero no sentí ningún dolor: estaba anestesiada por la excitación. Me puso de cuclillas. Frente a los espejos, no tenía modo de verle. Dejó de tocarme, así que me puse en estado de alerta. Me observé en esa postura humillante. Mis mejillas estaban enrojecidas, mis pechos me parecían más turgentes. Sus manos separaron mis nalgas, y empezó a lamer mi ano. No sabía si era por sentir la lengua en ese punto que nunca nadie había explorado, la extraña sensación de estar inmersa en un sueño o el hecho de no verla, pero me sentía totalmente osada. La dejé jugar y me dejé llevar por la multitud de placeres, que me parecían simplemente excitantes.

—Tu culo me vuelve loca. Mientras estoy dentro ti, solo tengo un deseo: visitarlo.

—Puedes...

—No era una petición.

Me penetró de golpe con un dedo. Yo intenté hacer fuerza, me resistí.

—Clary, necesitas relajar los músculos sino no será placentero, solo doloroso.

Para relajarme empezó a besar mis hombros y mi cuello, en ese momento ella se hundió en mí con ardor. Ante el reflejo de mi cuerpo, que se sacudía solo; de mis labios, que mordía de placer; de mis pechos, que se agitaban en todas direcciones… llegué al orgasmo. Excitada por mi imagen en tan humillante postura, profundicé con mis dedos en mi sexo... y grité y descubrí mi faceta animal. Mis cabellos se me pegaban a la frente, estaba completamente empapada de sudor, cubierta de marcas rojas por todo el cuerpo. Tessa explotó. Escuché su potente gemido después de que le llegara el climax, pero no la veía.

Se apartó y me extendí sobre la cama, exhausta. Depositó un beso en una de mis nalgas y aquel fue mi último recuerdo.


Me desperté sola. Vi mi ropa desgarrada por el suelo y una pila de ropa nueva doblada sobre la cama. Encima, había un paquete: un cuaderno cerrado con un lazo negro y envuelto en papel de seda. Encontré una nota bajo el paquete:

Querida Clary:

Sé que tienes preguntas y, aunque yo no tengo todas las respuestas, encontrarás algunas de ellas en este diario, que empecé el día que te conocí.

Tessa

Me vestí a toda prisa, salí disimuladamente al pasillo y regresé a mi habitación sin aliento. Cerré la puerta con llave y retiré con cuidado el papel que envolvía el diario de Tessa, mi tesoro.

Esta tarde, he atropellado a una mujer. Está durmiendo en la habitación de invitados. Se le parece demasiado. Rebecca me había hecho olvidarla, pero esta humana me la recuerda vívidamente. Tiene que ser mía. Eleonor no debe enterarse. Tengo ganas de volver a verla dormir y besar sus muslos.

Tuve que parar para ir por un trago. Sabía que me iba a hacer falta para poder seguir leyendo su relato.

Me ha parecido ver que el retrato de Rebecca se movía. Sé que no es posible, sé que es producto de mi mala conciencia y de mi culpabilidad, pero me he sentido atraída por aquella fotografía. Recuerdo que la tomé el día de nuestro vigésimo aniversario. Hacía muy buen tiempo, el cabello de Rebecca se movía como mecido por el viento y confería a su pálida piel reflejos cobrizos... Eran tiempos felices para nosotras.

Mientras mi divina Clary ronroneaba de placer en mis brazos, intentando recuperar el aliento tras nuestra ardiente unión, los recuerdos de mi mujer volvieron a mí en el salón rojo. Tenía que marcharme. Clary me miró con sus enormes e inocentes ojos mientras yo cerraba la puerta, con el corazón apesadumbrado.

Día 48, 22:20 h

Llevo dos días leyendo el diario de Tessa. No hago otra cosa. He puesto como pretexto mis investigaciones y me he encerrado en mi habitación para embeberme de sus palabras. Tenía tanta necesidad de que me hablara, de que se abriera a mí… que gracias a ese cuaderno me sobreviene una calma apaciguadora. No todo resulta fácil de leer, en especial los pasajes en las que habla de Rebecca, pero si antes dudaba de su compromiso conmigo, ahora ya no. Las palabras de Tessa respecto a mí son hermosas y parecen sinceras. Tengo la impresión de estar espiando el subconsciente de mi amante. Todo el mundo ha deseado en algún momento tener la habilidad de introducirse en la mente de un ser querido, para conocer toda la verdad. Yo no podría haber soñado nada mejor. Como en la cama, Tessa se expresa sobre el papel, permitiéndome seguir su razonamiento y comprender sus huidas, a veces precipitadas.

Rebecca... Quería poder odiarla, habría sido mucho más fácil para acallar mi sentimiento de culpa. Pero, aparte de algunos cambios de humor complicados, no tenía nada que reprocharle. ¿Qué podía hacer, aparte de esperar a que esas dos gestionaran su relación? Había llegado a un punto en el que ya no me importaba el resultado, me daba igual que terminaran o que lo arreglaran, pero necesitaba que sucediera algo pronto.

Nunca piensas en ti, Clara, eso te va a traer muchas decepciones, cariño.

Aquella frase de mi adoraba madre, que se había ido demasiado pronto, me vino a la cabeza. Tenía tanta razón… En vez de tomar las riendas de mi vida, esperaba que otras personas, como Rebecca o Tessa, a los que tan solo conocía desde hacía unas semanas, decidieran por mí. Cuando mi padre cayó enfermo, me dediqué en cuerpo y alma a él, y cuando falleció, un año después, me tocó ocuparme de mamá. Sospecho que murió de pena. Esa era una de las últimas frases que me había dicho, mientras intentaba darle de comer sin éxito. Cuidarme… sí, pero ¿de qué me serviría, si iba a terminar sola, mamá?

Deprimida por esos pensamientos, decidí volver a sumirme en la lectura del diario de Tessa. Ya me sabía de memoria mis pasajes favoritos. Había de todo: algunos me halagaban, otros me conmovían y otros me excitaban. Fuera nevaba; era un 18 de diciembre, así que no resultaba extraño. Coloqué algunos troncos en la pequeña chimenea. Iba vestida con una sudadera, unos pantaloncitos y llevaba puestos unos calcetines que me llegaban hasta la rodilla. Sammy me había traído un termo de té “para trabajar”.

Clary, qué nombre tan dulce. Una fina naricita, ligeramente respingona, un poco arrogante sobre los pómulos elevados, sonrojados, soberbios. Ojos inmensos, castaños, del color de la madera noble, con algunos destellos dorados. Piernas largas y delgadas, esbeltas... Mujer pequeña, vientre plano, pechos para perder la cordura. Dientes perfectos, salvo por un colmillo que se adelanta un poco al incisivo. Un defecto adorable.

Tendría que hacerme un póster con esta descripción, pensé, que objetivamente me parecía que no tenía nada que ver conmigo. No creía que mi cuerpo fuera firme y mis pechos... bueno, de acuerdo, mis pechos estaban bien, pero realmente no me consideraba tan bella como ella me había descrito. No obstante, sentaba bien leerlo.

Me hundí en el sofá. El fuego y el té me habían calentado. Me quité la sudadera y observé con orgullo, bajó mi camiseta blanca de tirantes, mis pechos redondos. Pasé la mano por debajo y sentí cómo se endurecían mis pezones.

Retomé la lectura, eligiendo una página al azar.

Creo que Clary está contenta. Ella, que siempre tiene un velo de melancolía en los ojos, parece por primera vez alegre desde que la conozco. Habla poco de sí misma, pero conozco su pasado, me he informado, y espero el día en que desee compartirlo conmigo. Mientras tanto, disfruto de ella. Ahora mismo está en la piscina frente a la cabaña, se ríe como una niña, la he retado a atravesar la piscina haciendo el pino. No tiene una gran capacidad pulmonar y, al cabo de tan solo unos metros, ha salido del agua tosiendo, con la decepción en la mirada, fruto de su fracaso. Me ha jurado que lo va a conseguir.

Pero, cuando sale del agua, ya no estoy frente a una chiquilla. Me deleito observando el recorrido del agua por su cuerpo firme, que está chorreando. El traje de baño empapado se pega a su piel y toda su anatomía se hace visible ante mis ojos: la hendidura de su sexo, la curva magistral de sus nalgas, sus pezones oscuros, gélidos. Sospecho que quiere provocarme cuando se pone frente a mí para escurrirse el pelo, inclinándose hacia adelante para no mojarlo todo. Desde mi posición, veo los labios de su sexo, abultados bajo el bañador. No debería jugar conmigo, sabe que cuando la deseo, me vuelvo loca. Quiero hacer que se estremezca, saltar sobre ella. Que mi sexo se una con el suyo, mientras me pide que me acelere los movimientos para que terminemos juntas.

Ayer, también jugó a este juego y la pobre no podía ni entender lo que estaba pasando. La misma escena: salió del agua y me preguntó cuáles eran los planes para la noche. El agua hizo que la parte de abajo de su bikini color crema se transparentara por completo. La fina línea de vello que cubre su pubis parecía llamarme a gritos. Entonces, llegó el momento en que me hizo perder el sentido y mi única obsesión era poner mi lengua sobre su clítoris.

Jadeaba mientras leía, no podía continuar con el relato. La temperatura de la habitación era demasiado elevada, así que abrí las ventanas para dejar entrar una bocanada de aire invernal. Me di cuenta de que mis mejillas y mi pecho estaban enrojecidos, lo que solo me sucedía cuando hacía el amor con Tessa. Me pregunté si no estaría jugando conmigo, a través de ese diario. No me creía capaz de leer aquel pasaje sin excitarme, pero acepté el desafío, me quité los pantalones cortos y los calcetines. Me quedé en braguitas y camiseta de tirantes. Bajé la rejilla de la chimenea para sofocar las llamas y me acosté en mi enorme y suave cama, para proseguir con mi lectura, que se volvía pornográfica por momentos.

Clary percibió en el espacio de un segundo que mis ojos pasaron de la ternura a la rabia y no le dio tiempo a decir nada, yo ya estaba de rodillas ante ella, mi boca sobre su sexo, aún prisionero de la tela de su bikini. Al principio solo tenía el sabor del agua clorada pero, según mi lengua se iba adentrando más profundamente, enseguida pude percibir su perfume, el aroma de su excitación, que era como una caricia para mi lengua. Afrutada, mi Clary.

Apretó los muslos, obedeciendo a un acto reflejo, pero ya era demasiado tarde. Mis manos agarraron sus nalgas, mis dientes desataron los nudos de su braguita a cada lado de la cadera y el pedazo de tela cayó a sus pies. Su sexo era mío, todo mío. Y cuando estaba a punto de devorar lo que se exhibía ante mis narices, Clary saltó a la piscina.

Recordaba aquel momento. Tenía un recuerdo maravilloso de esas vacaciones, lejos de todo; habían sido toda una delicia. Leer la escena desde el punto de vista de Tessa era una experiencia muy fuerte para mí. Sujetaba el libro con la mano izquierda, mientras que la derecha, aventurera, se coló bajo de la sábana para llegar a mi sexo. Comprobé que estaba mojada, por no decir completamente empapada. Delicadamente, con la punta del índice, masajeé el botoncito que dominaba mi sexo y retomé mi inmersión en la piel de Tessa.

En el agua, Clary se reía a carcajadas. Me había ganado y estaba orgullosa. Odio que mis planes no salgan del modo previsto. Me puse en pie y se noto mi humedad. Me quité sea la parte superior que inferior del bikini y Héloïse, la muy descarada, dejó de reírse. Percibí el deseo en su mirada, pero también el miedo, como cada vez que posaba los ojos en mi seco. Me zambullí para alcanzarla. Clary trataba de huir, pero yo soy una buena nadadora y había llegado el momento de que me las pagara todas juntas. La atrapé en los escalones medio sumergidos. Le abrí las piernas y la penetré sin contemplaciones. Ella gritó. Me encantaba. Hundí mis dedos aún más profundamente en su interior. Creábamos olas en la superficie, que iban a romper contra nuestros pechos. Clary estaba casi sin aliento, la arrastré hasta donde no hacía pie, se agarró fuerte a mi cuello y nos empezamos a besar como si no hubiese un mañana y…

Mis dedos se restregaban furiosos contra mi sexo ardiente. Cerré los ojos para completar el relato de Tessa en mi mente, me venían las imágenes de la escena y volvía a sentir la penetración de esa mujer, que me había llevado en brazos por el agua. El índice, el medio y el anular: introduje los tres dedos en mí para poner fin a mi suplicio y mi orgasmo fue tan potente que mi pelvis se elevó del colchón en una tremenda convulsión. Ahogué mi grito.

Una hora después, aún con una sonrisa de satisfacción en los labios, acariciaba la portada del cuaderno —probablemente lo mejor que jamás había leído: la historia de Tessa, la mujer que me obsesionaba— y, al abrir la tapa frontal para determinar el origen del cuaderno de cuero, de una manufactura exquisita, me fijé en la primera página. Descubrí restos de papel, indicio de que las páginas anteriores había sido arrancadas. ¿Qué podrían contener? , me pregunté.

Exhausta, me dormí, desnuda, abrazando contra mi corazón las confidencias de Tessa.

Sienna Lloyd