Bite me VIII

Sandy descubre lo que sucede entre Tessa y Clary, que decidirá hacer? Clary tendrá que desaparecer de la vida de Tessa

Una vez en mi habitación, me apresuré a anotar con entusiasmo todo lo que había visto, por miedo a olvidarlo, miedo a despertarme, miedo a no volver. Alguien llamó a la puerta, ¿Mis paquetes, tal vez? , pensé.

—¿Clary?

Era Rebecca. Aún temerosa por mi último encuentro con ella, dudé si abrir o no. Desde fuera, ella siguió hablando.

—Los seres humanos emiten un calor que podemos percibir. Ábrame Clary, quiero disculparme.

Abrí, no sin cierto recelo. Rebecca tamborileaba maquinalmente sus largas uñas rojas en el marco de la puerta.

—Clary le presento mis más sinceras disculpas. Mi regreso no va según lo previsto, Tessa y yo... Es... No tenía derecho a hablarle así. Experimento cambios de humor, lo sé, pero fui demasiado lejos.

—Entre.

—Está invitada al baile.

—¿Al baile?

—Sí, el próximo viernes. Tengo ganas de ver a mis amigos y de celebrar... mi regreso. Usted está invitada, encontrará su invitación debajo de la almohada.

—Oh.

—Se trata de un baile de disfraces, el tema es “Ni humano, ni vampiro”.

—Eso va a cambiar nuestra rutina diaria.

—Bueno, voy a ser clara contigo, ¿puedo tutearte?

—Por supuesto.

—No sé qué pasa con Tess, no sé qué está sucediendo, ni siquiera qué va a ocurrir. Siento que he llegado y me ha atrapado como una mosca en la sopa. Idiota de mí, ¿esperaba acaso que me recibiera con un espectáculo de fuegos artificiales? Tessa está distante. Y, además, ya ni siquiera tengo claro cuáles son mis sentimientos.

—No quiero inmiscuirme en los entresijos de vuestra relación.

—Entiendo. Perdona lo de esta mañana.

—No te preocupes.

—Pero, Clara, que sepas que, mientras tenga la sensación de que aún es posible avivar el fuego sobre las cenizas de nuestra relación, voy a luchar por Tess.

Sus últimas palabras enfriaron el ambiente. Una vez más, Rebecca era capaz de recuperar rápidamente su posición predominante y de pasar de mujer arrepentida a mujer amenazadora. Le sonreí y salió de la habitación.

No la entendía, ¿en qué consistía su estrategia? ¿Era acaso bipolar? ¿Qué pretendía pidiéndome disculpas para luego terminar su discurso profiriendo una amenaza? Estaba impaciente por verla entre sus amigos para entender un poco mejor la situación. No estaba segura de que, con todas las tensiones latentes que se habían ido acumulando, celebrar aquel baile fuera lo ideal.

Volvieron a llamar a la puerta y en aquella ocasión ya se trataba de mis paquetes. Me costó lo mío, pero conseguí esconderlos por la casa: en la cocina, la biblioteca, el salón rojo... Me sentí como Santa Claus.


Esa misma noche, todo el mundo se reunió en el salón rojo para cenar. Sammy había encontrado su regalo, al igual que Alice.

—¿Sabes? Como todo el mundo tiene todo aquello que necesita, nadie regala nada ya. De verdad que ha sido un detallazo de mucha clase por tu parte —me confesó Alice.

—Bueno, pero no tiene ningún mérito gastar para los demás, es más fácil que para mí. San, Rebeca y Tessa aún no han encontrado su regalo...

—¿Qué? ¿También hay un regalo para mí? —exclamó Sol, emocionada.

Sammy decidió entonces que no se serviría el plato principal hasta que todo el mundo no hubiera encontrado su regalo. Tras darle algunas pistas, Sol enseguida descubrió el paquete de Chloé bajo el sofá.

—¡AY, MADRE MÍA! Lo había visto en una tienda hoy, pero solo tenían tallas grandes, me enfadé muchísimo. Gracias, Clara, ¡es tan rosa!

—No hay de qué, San, tú me has regalado un nuevo look . Ahora te toca a ti, Rebecca.

—¡Um, qué intriga!

—Tu regalo se encuentra en el vestíbulo de la entrada. El tuyo, Tessa, en algún lugar del baño del primer piso.

Los dos se levantaron y salieron corriendo como niños, Alice y Sammy reían a carcajadas, y San ya se había puesto su abrigo, aunque gracias a la chimenea hacía muchísimo calor en el salón.

Rebecca regresó unos minutos más tarde con el móvil en la mano para enseñar una foto de la lámpara. Estaba encantada.

—¡Justo lo que me gusta!

Tessa trajo su abrecartas de cuero. La hoja era delgada y elegante. La combinación de cuero y metal le sentaba perfecta. Sonrió. Había encontrado la nota que le había dejado: Aquí te dejo un pequeño regalo, pero el de verdad lo llevo conmigo, bajo el vestido. Estoy impaciente porque lo descubras.

El resto de la noche fue a pedir de boca. Rebecca le preguntó a Tessa si no le importaba que pasara la noche con San para organizar el baile.

El vino se me había subido a la cabeza y me atreví a imaginar una visita nocturna. Un escalofrío me recorrió la columna y Sammy me preguntó cómo podía tener frío. Todo el mundo volvió a sus aposentos. Tessa y yo dimos un paseo hasta la reja de entrada del parque, quería enseñarme los jardines. Sacó un mando a distancia de su bolsillo, apuntó al cielo y todas las luces del parque se apagaron.

Era una noche oscura, sin luna, no se distinguía nada en absoluto. Su mano tomó la mía y caminamos juntos en silencio. El aire era gélido, pero Tessa me hizo olvidar que solo llevaba un vestido.

—Clary, quiero mi regalo.

—Está demasiado oscuro para que te lo enseñe.

—Tú eres mi regalo.

Tessa me besó fogosamente. Me tendió sobre la hierba apresuradamente. Como si me hubiera quedado en estado de pausa desde el beso de aquella mañana, sentí que el fuego de mi cuerpo se reavivaba de inmediato.

Me quitó el vestido y se encontró con mi conjunto de corsé y liguero. Le cogí la mano para dirigirla sobre mi cuerpo y hacerle descubrir a ciegas mi sexy lencería.

—Toca. Mis pechos están prisioneros. Es de satén rojo, los ribetes son de encaje negro.

Ella me acarició los pechos, gimiendo. Hice deslizar su mano sobre mi vientre.

—¿Ves? La estructura es rígida, se ajusta a mis caderas para resaltar mis pechos, toca.

Su respiración se ralentizó, bebía cada una de mis palabras. Bajé su mano hasta que llegó a mi sexo. Un corsé era todo lo que me había puesto, no llevaba ropa interior. Tessa acarició mi sexo, ya muy húmedo. Acercó su cabeza y empezó a besarlo, primero poco a poco y luego cada vez más intensamente.

Pronto su lengua encontró mis labios, hinchados por el deseo. Con la punta de la lengua, jugueteó con ellos, haciéndome exasperar, buscando en cada rincón. Introdujo un dedo y luego dos en mí, al mismo tiempo.

Me costaba respirar, estaba comprendiendo toda la carga erótica que implicaba el corsé, que me apretaba y me obligaba a respirar con inspiraciones cortas, lo que aumentaba mi placer. Tessa me hizo callar apoyando su otra mano sobre mi boca.

—Cállate o detengo la tortura.

Dócil, intenté controlar mis gemidos. Me contoneaba y mi culo se frotaba contra la hierba fresca. El contraste de temperatura resultaba sobrecogedor. Separé las piernas para que Tessa se hundiera más en mí. Acaricié los bucles de su pelo mientras me lamía. Su lengua era vigorosa, dura y húmeda por mi lubricación y su saliva. Me devoraba, a veces ralentizaba el ritmo para hacerme arquear la espalda y acercarme a su boca, suplicándole que continuara degustándome.

—Vas a gozar tu orgasmo y tendrás que ahogar tus gritos, bella mía. Corremos el riesgo de que nos sorprendan, imagínate. Cállate y disfruta al máximo.

La cabeza de Tessa se hundió en mí. Endureció la punta de su lengua y atacó frontalmente mi clítoris. Al borde del abismo, todas las venas de mi cuerpo se llenaron de sangre, la excitación me puso todos los pelos de punta, el placer era infinito e indescriptible. Mis piernas aprisionaban su cabeza, temblaba y lloraba en silencio y una lágrima de pura felicidad se deslizó por mi rostro. Estaba en el paraíso, en el séptimo cielo. Tessa se separó, besó el interior de mis muslos y me estremecí todavía más. Lo que estaba viviendo físicamente era tan intenso y emocionante que mis ganas de llorar eran enormes. Un torrente de amor me invadió el corazón y me levanté de golpe para abalanzarme hacia ella. La aprisioné con fuerza contra mi pecho. Ella, divertida, se rio de mi torpe abrazo.

—Tessa, te amo.

Se quedó tan sorprendido con mis palabras que ni siquiera se dio cuenta de las luces que se encendían. Nuestras miradas se clavaron la una en la otra, repletas de amor.

—Oh, joder, ¡mierda!

La voz de San nos heló la sangre. Estaba detrás de Tessa y nos observaba furiosa. Intenté balbucear algo, pero me lanzó una mirada llena de odio. Se quitó su abrigo rosa y lo tiró al suelo sin decir una palabra. A continuación, salió corriendo hacia la casa y entró dando un portazo tras de sí.

Mis ojos se inundaron de lágrimas. No sabía si era la vergüenza por tan desafortunado descubrimiento, que posiblemente marcaría el final de nuestra historia, o el miedo lo que dio origen a mi llanto desconsolado. No podía parar de sollozar y Tessa me abrazó fuerte, estrechándome contra su pecho.

Día 47, 01:20 h

Creo que este ha sido mi último día aquí.

Sienna Lloyd