Bite me VII
Clary descubre lo que el mundo le puede ofrecer. Como aprovechará su nueva libertad?
Cuando llegué a la habitación, me encontré con el baúl de Vuitton de San. Lo abrí y descubrí una nota escrita con tinta rosa y aroma a fresas, dirigida a mí.
En realidad no tengo derecho a ser tu amiga y eso me entristece, pero que sepas que me caes muy bien. Espero que algún día podamos ser colegas.
Con cariño,
S.
¿Qué quería decir con En realidad no tengo derecho a ser tu amiga ? Metí su nota en mi diario y me probé un conjunto nuevo: leggings de cuero, suéter asimétrico rojo de cachemir y zapatos Louboutin rojos. De repente, era otra. San había sido muy generosa conmigo. El diario se cayó de la mesita. Releí la primera página y la necesidad de escribir se apoderó de mí.
Día 39, 22:59 h
Ya no sé muy bien ni dónde estoy, ni quién soy. Es como si me separaran diez años de mi antigua vida. Quizás las cosas que me han tocado vivir sean formidables, pero esta noche me inunda la melancolía. Acaricio mi nuevo suéter rojo, paso la mano por mi pelo corto, me calzo unos Louboutin... ¿Es esta mi nueva vida? ¿Dónde está Clary? Cada día nacen en mí torrentes de necesidades inéditas, mi sexualidad se ha apoderado de mi carácter y quiero devorar la vida al máximo. Es como si no hubiera vivido realmente durante todos estos años.
Todo lo que me está pasando sería maravilloso si Tessa fuera una mujer soltera y mortal, como yo. Si esto fuera un cuento de hadas, no tendría miedo. El final sería “y tuvieron muchos hijos, vivieron felices y comieron perdices hasta el fin de los tiempos”. Pero la realidad es más oscura: yo, Clary, humana, soy la amante de Tessa, una vampiresa, extremadamente rica pero sobre todo extremadamente casada. Ella me ha enseñado qué es el lujo, el placer y el amor. Y la dependencia. No veo que nada de todo esto pueda acabar bien.
Día 46, 06:50 h
Antes no soñaba o no recordaba mis sueños. Tal vez estaba demasiado agotada para tomar la senda de lo onírico cuando podía descansar... Mis noches eran cortas y pragmática: acostarse, dormir y levantarse para ir al trabajo. Desde que estoy aquí, no pasa una sola noche sin que sueñe. Esta noche, la cuadragésima quinta, no ha sido ninguna excepción. Y este último sueño me turba especialmente porque ha sido caliente, salvaje y maravilloso, pero… no estábamos solo Tessa y yo. Alice se unía a nosotras. No puedo recordarlo sin sentir vergüenza. Me encantaría tener una amiga a la que poder contárselo todo, a veces la soledad me pesa. En este momento, Tessa me rehúye y yo rehúyo la mirada de Alice.
El ambiente en la casa era muy tenso. Tessa ya no salía nunca de su guarida, Sammy parecía estar enfadada y no había vuelto a ver a Sandy desde que me había cortado el pelo. Miré su baúl y me di cuenta de que aún no le había dado las gracias. Su nota decía que nuestra amistad era imposible, pero eso no era excusa para mis malos modales. La verdad es que todos los vampiros de la casa tenía una cualidad común innegable: una enorme generosidad. Daban sin esperar nada a cambio, y aunque el dinero no tenía el mismo valor para ellos, nada les obligaba a ser tan espléndidos. Al regalarme ese baúl lleno de ropa exquisita, San había dado un paso para acercarse a mí. No sabía cómo podría agradecérselo… Aparte de las mujeres y la moda, no tenía ni idea de qué otras cosas le apasionaban.
Perdida en mis pensamientos, no escuché a Sammy entrar, refunfuñando en voz baja. Su rostro se dulcificó cuando le dediqué una amplia sonrisa.
—Hola, cielo, tome, le ha llegado esto por correo.
—Eh... vale. ¡Qué raro, nadie sabe esta dirección!
—Pues aun así, ya ve...
Sammy me entregó un grueso sobre. Llevaba el sello del Ministerio del Interior. No solía recibir documentos oficiales, así que se me aceleró el corazón por la inquietud. Sammy se sentó a mi lado, era evidente que no pensaba dejarme sola.
Me pasó una horquilla para que la usara como abrecartas. Rasgué el papel, leí las primeras líneas y repetí en voz alta algunas palabras:
—Solicitud… Acuerdo de luna llena... periodismo... se ha estudiado el caso... comisión... aceptado.
Sammy, que no entendía nada, me cogió la carta de las manos para averiguar de qué se trataba. La leyó y me dio un fuerte abrazo.
—Clary, ¡qué maravillosa noticia! ¡Debe estar contentísima, qué locura, no sabía que había hecho una solicitud para salir!
—¡Pero si yo no pedí nada! ¡Nada!
Busqué en el documento algo que arrojara un poco de luz al asunto. En la línea donde ponía “Solicitante – Garante”, vi inscrito el nombre de Alice. La idea de San de que obtuviera un salvoconducto para continuar mi investigación había germinado en la mente de Alice: había realizado la solicitud en mi nombre y la habían aceptado. Encontré un carné de prensa adjunto a la carta con mi nombre, mi foto y, en grandes letras negras, la frase: “Autorizada – Nivel 4”.
La noticia me sacudió por completo, aunque no sabía si de alegría o ansiedad. Alice había tenido un detalle precioso conmigo, ya que por fin iba a poder profundizar en mi trabajo y tener acceso al barrio rojo. Pero también suponía que ya no tendría ninguna razón para seguir encerrada, ni siquiera para quedarme en aquella casa. Ese último pensamiento me perturbó. Sammy se dio cuenta y me acarició el pelo.
—Tiene tiempo, Clary, no tome ninguna decisión precipitada. Aproveche, salga un poco y agradézcaselo a Alice. Si quiere, puedo ser su guía.
—¡Sería un honor, Sammy!
Todavía en pijama, decidí ir a darle las gracias a Alice, pero no di con ella. Supuse que estaría enredada entre las sábanas de Sandy, pero no tenía ganas de vagar por esa parte de la casa —no quería cruzarme con Tessa con esas pintas.
Saltando de alegría, me dirigí a la cocina para prepararme un café y planificar mi horario. Abrí la puerta de los dominios de Sammy y me encontré con Rebecca frente a un espresso al que miraba con hosquedad.
—Buenos días, Rebecca.
—Buenos días.
Me di cuenta de que tenía el maquillaje corrido, como si hubiera estado llorando.
—¿Todo bien?
—Sí. No veo por qué iba a ir mal, no soy yo quien se pasea por ahí como una histérica en pijama.
—Volveré más tarde.
—No se sienta obligada a volver.
—¿Qué problema hay, Rebecca?
—Su numerito de santurrona no va conmigo.
Me quedé sin palabras. En ese momento llegó Sammy y enseguida percibió que la tensión se podía cortar con un cuchillo. Rebecca me miró y se volvió hacia Sammy.
—Te quiero mucho, Sammy, pero si me vuelves a hacer un café tan asqueroso, acabaré por tomármelo a mal.
—¡Vaya, alguien está de mal humor! Puedes hacerte el café a tu gusto, ¿sabes?...
—Creo que ese es TU papel aquí. ¿Prefieres que te recuerde lo que le debes a nuestra familia?
—¿A Tessa? ¡Todo! ¿A ti? ¡Nada! Rebecca, deberías calmarte, te conozco, sé que podrías decir cosas de las que luego te arrepentirías.
Altiva, Rebecca se giró hacia mí. Rehuí su mirada, pero sentí que la clavaba en mí. Sammy me sonrió dulcemente, igual que cuando se quiere tranquilizar a un niño asustado.
—Ni lo sueñes, Sammy: Clary jamás será tu nueva patrona. A Tessa le gustan las mujeres de verdad, no podría sentir ningún deseo por esta... humana.
Rebecca se levantó y salió de la cocina. Sammy y yo nos quedamos atónitas, mudas. Ya había entendido que era una mujer de carácter, pero la maldad de las palabras que vomitó contra nosotras me había dejado atónita.
Sammy cogió la taza de Rebecca y la lanzó contra el fregadero. Me di cuenta de que estaba a punto de explotar. La detuve, colocando mi mano sobre su brazo, cuando iba a empezar a tirar la vajilla por los aires. Se dio la vuelta —sus ojos esmeralda estaban bañados en lágrimas. Trató de controlarse, pero se echó a llorar en mis brazos. Dejé que se calmara, intentando consolarla, repitiéndole que Rebecca debía sentirse muy desgraciada y que todo saldría bien al final. Ella suspiró.
—Ya empezamos otra vez. Igual que antes. No debería alegrarme de que se hubiera ido, pero… Luego llegó usted y fue como una señal de esperanza para nosotros. Y ahora, vuelta a empezar.
Sammy habló de los meses previos a la desaparición, de las peleas, las ausencias de Tessa y el despótico comportamiento de Rebecca.
—Bueno, usted termine de hacer sus cosas y yo volveré en veinte minutos. Vamos a salir las dos. ¡Ya verá qué bien nos sienta! —le dije.
Sammy me sonrió.
—Mi niña, es usted un ángel: ¡GRACIAS!
Me apresuré a llegar a mi habitación, me di una ducha exprés y me puse uno de los mil conjuntos que me había regalado Sol. Me di tanta prisa que en tan solo quince minutos ya estaba de vuelta en la cocina. Pensé que el corazón se me salía del pecho cuando la vi apoyada en la mesa… al lado de Tessa. Ella le susurraba algo y la abrazaba. La escena era dulce y tierna. Ambas me miraron a la vez y me sonrieron. Recibí todo su amor de golpe y sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. Antes creía que estaba sola en el mundo, pero había encontrado una nueva familia, una pequeña familia que me había hecho recobrar la ilusión. Desde la muerte de mis padres, era una huérfana de amor, hasta que esas dos personas me abrieron sus corazones, a pesar de que pertenecíamos a mundos diferentes. De repente, me sentí llena de felicidad, como hacía mucho tiempo que no me sentía.
—Buenos días —me saludó Tessa.
Entendí por su tono que el incidente en su despacho había quedado olvidado.
—Buenos días, Tessa, me alegro de verte. Sammy, ¿se siente ya mejor?
—Oh, sí. ¡Gracias a ustedes dos!
—Ya me he enterado de la gran noticia, Clary. ¡Autorizada para salir!
Tessa me miró como solo ella era capaz de hacerlo, desnudándome lascivamente. Sammy me avisó de que estaría lista en unos minutos y aprovechó para escabullirse.
—Sí, es una gran noticia y sobre todo una sorpresa muy hermosa por parte de Alice. No sabía que los humanos podían conseguir un permiso para visitar el barrio rojo.
—Yo sí que lo sabía, pero no pensé que pudieras acceder a alguna de las categorías autorizadas. Debería haberme informado mejor. ¿Estás contenta?
—Contenta y llena de curiosidad, también. Ya he escrito un centenar de páginas y el doble en notas y entrevistas. Humanos y vampiros hemos vivido tanto tiempo sin conocernos, sumidos en el miedo y la ignorancia…
—¿Has leído el ensayo de Léopold Black, Sangre en las manos ?
—No.
—Te lo prestaré, tengo un ejemplar original en mi despacho.
—Ya he visto que no tienes nada que envidiar a la biblioteca... A propósito, lo siento mucho, Tessa... No quería entrometerme en tu espacio.
—Soy yo quien se disculpa, tenías motivos para enfadarte.
Tessa se levantó del taburete junto a la mesa, se acercó y me acarició el pelo.
—Ni siquiera tuve tiempo de decirte lo guapa que estabas. Este corte de pelo es igual que tú: dinámico, alegre y endiabladamente sexy.
—Gracias.
Cuando Tessa estaba cerca de mí, era imposible no sonrojarme. Me intimidaba. Agaché la cabeza.
—Bésame.
—Tessa, podrían sorprendernos.
—¿No te mueres de ganas?
Su boca quedó a unos pocos milímetros de la mía. Ese ínfimo espacio entre nosotros era una tortura. Sentí su frío aliento en la comisura de mis labios. Ella sonrió, echaba de menos sus dientes de marfil, que tanto me habían mordisqueado.
—Tessa...
—¿Clary?
—Sammy me espera.
—También mi lengua.
Cuando sacó la lengua para mojarse los labios, sentí que era la gota que colmaba el vaso: avancé la minúscula distancia que nos separaba y la besé apasionadamente. Mi boca ardía de deseo, quería hacerle entender lo mucho que le había deseado esos últimos días. Ella avanzó a su vez con su lengua, explorando mi boca. Nuestras lenguas estaban imantadas, eran una sola. Fue un beso maravilloso, sentí que el corazón me bajaba al estómago y tuve que dar un paso atrás para recuperar el sentido. Tessa se acercó.
—Hoy vas a experimentar algo nuevo.
Me dio una tarjeta negra.
—¿Qué es esto?
—Has perdido tu trabajo en el bar. Estás sin blanca y yo soy tu mecenas. ¿Quieres entender a los vampiros? ¿Escribir un libro que se acerque lo más posible a la realidad? Entonces vive como uno de nosotros, como si el dinero no tuviera ninguna importancia.
—¿Es una tarjeta de crédito?
—Es una tarjeta negra. Funciona igual, pero no tiene límite.
—No puedo aceptarla. No puedo soportar la idea de ser una mantenida.
—Clary, dejar de pensar en el dinero de esa manera. Si te ofreciera un croissant, te lo comerías sin remordimientos. A nuestro nivel, ofrecer una tarjeta negra es lo mismo. Ponte en nuestra piel.
Tessa se fue y yo me quedé mirando la tarjeta. No podía evitar pensar en esas mujeres superficiales que salían con hombres solo por su dinero. Las “queridas” que, a cambio de no llevar una alianza en el dedo, tenían un Porsche. Pero los argumentos de Tessa eran válidos: el dinero no tenía límites para ellos y por lo tanto carecía de valor.
Sammy me esperaba en la entrada. Abrió la puerta y salimos a un rellano, donde apretó un botón que abrió dos enormes puertas. ¡Por fin iba a salir! Entramos a un ascensor para bajar al sótano, donde había un garaje gigantesco con una veintena de coches, la mayoría de ellos cubiertos. Había tantas marcas y estilos que parecía un museo: Mustang, Mercedes, Bentley, Porsche...
Divisé a Alice de lejos y reduje la velocidad de mis pasos. Me daba vergüenza, no solo por lo que había pasado en la biblioteca, sino también por mi sueño. Pero Sammy estaba allí y tenía que hacer como si nada.
—¿Qué se dice? —me recibió Alice.
Salté a sus brazos.
—¡Que eres la mejor mujer, divertida, inteligente y buena del mundo!
—Jovencita, ponte a la cola… tengo muchas admiradoras.
—Alice, te lo digo con todo mi corazón humano: GRACIAS.
—Bueno, tampoco ha sido para tanto. Te he preparado tu escarabajo, Sammy. ¿Por qué te empeñas en conducir esta tartana?
—¡Porque es amarillo, por supuesto!
Sammy había recuperado su buen humor. Una vez en el coche, me di cuenta de que los cristales eran más gruesos de lo normal, como los de la cúpula de la biblioteca. Magda me explicó que ese invento había revolucionado la vida de los vampiros. Antes solían ser aves nocturnas, pero, desde que habían creado ese cristal, ya no. No dejaba pasar los rayos pero sí la luz y además era resistente, para evitar accidentes.
—Supongo que la persona que lo inventó es el hombre más rico del mundo…
—Es el padre de Tessa. En efecto, es riquísimo.
Al salir, vi a Alice, diciéndonos adiós con la mano, por el espejo retrovisor. Las puertas blindadas se abrieron y la luz entró en el sótano. Sammy iba a toda pastilla y yo aguantaba la respiración. Estábamos en un parque inmenso. Por fin veía la casa desde el exterior, se trataba de un castillo enorme, típicamente europeo. Sammy conducía demasiado rápido como para poder contar los pisos. No sospechaba que había estado viviendo en un lugar tan hermoso, tan grande. Sammy me observaba, divertida.
—Qué bien, es un placer verla así, como un niño que descubre por primera vez la nieve. Tessa tiene la mansión más bonita de la ciudad.
—¡Ya lo veo! ¿A dónde vamos?
—Al pasaje Melvin, el núcleo de tiendas del barrio rojo. Siempre hay muchísimo ambiente.
Entramos en un túnel de cristal que descendía bajo tierra y recorrimos un largo trayecto. Sammy aparcó y salí del coche. Me resultaba difícil creer que estuviéramos en el subsuelo, ya que veía el cielo a través de una cristalera.
Había una multitud de hombres y mujeres de todas las edades que iban de un lado a otro y tenía la sensación de que todos me miraban. Sammy me pidió que llevara mi identificación de persona autorizada en un lugar visible para no “exasperar a los paranoicos”.
El famoso pasaje Melvin me recordó a París. Tenía la sensación de encontrarme en los Campos Elíseos. Estaba repleto de tiendas de lujo, boutiques de delicatesen y bares de la Belle Époque. Dos cosas me llamaron la atención de inmediato: todo el mundo era bellísimo e iba muy bien vestido. Magda me explicó que los vampiros eran seductores por naturaleza, les encantaba gustar y cuidaban su aspecto.
—Eso se me empieza a pegar, Sammy.
—Sí, usted ha cambiado desde su llegada, pero no se disculpe. Ser femenina y querer agradar no es algo de lo que nosotros nos avergoncemos. Vamos, tiene la tarjeta negra: primera lección.
Nos encontrábamos frente a una tienda tan monumental que dejaba en ridículo a Bloomingdale’s. Las puertas de diseño se abrieron solas a nuestro paso y me quedé pasmada: el lujo y el refinamiento inundaban tan tranquilo lugar. Una lámpara de araña central, de oro con colgantes de piedras preciosas que aportaban destellos multicolores por todo el espacio, iluminaba los cuatro pisos de la tienda. Sammy me tiró de la manga. ¡Había llegado el momento de pasar a la acción! Me pidió que en una hora comprara todo lo que me gustara. Era como un sueño de infancia y me produjo una sensación de vértigo.
Para no tener que cargar con los objetos comprados, había una especie de controles disponibles en la puerta. Bastaba escanear los artículos elegidos, llevar el control a la caja para pagar con la famosa tarjeta negra y los productos se entregaban a domicilio en una hora. Acalorada por la excitación del desafío de Sammy, que sin duda se divertía con toda aquella situación, la dejé en los sillones de masaje último modelo.
Zapatos, lencería, sombreros, vestidos, joyas, relojes... Era incapaz de dejarme llevar. Miraba los precios y le daba un montón de vueltas, no tenía la costumbre de comprar impulsivamente. Habían pasado veinte minutos y aún tenía las manos vacías. Apoyé los codos en la barandilla, mirando la lámpara que irradiaba mil colores. ¿Cómo iba a conseguirlo?
Miré al piso de abajo y divisé la sección de tecnología. Había un portátil color beige expuesto, parecía ligero y era muy bonito. ¡Lo necesitaba para trabajar! Corrí hasta él, lo miré, me palpitaba el corazón... y lo escaneé. Luego encontré un abrecartas de cuero negro que me recordó el despacho de Tessa, ese sería mi regalo. Bajé a la planta de los vinos y licores y compré una caja de vino de una buena añada para Alice, después me apresuré hasta la sección de ropa y descubrí un abrigo rosa chicle perfecto para San de la marca Chloé. En la joyería, compré una gargantilla esmeralda que tenía el mismo color que los ojos de Sammy.
Ya solo me faltaba Rebecca. Pensé en su habitación y, aunque creía que no la conocía, en la sección de decoración vi inmediatamente algo que sabía que le gustaría, porque teníamos el mismo gusto: una lámpara estilo retro de color marrón.
58 minutos, tenía que reencontrarme con Magda, pero pasé ante la firma francesa Chantal Thomass y escaneé sobre la marcha un maravilloso corsé rojo. Para cuando hube registrado mi talla, ya llevaba 59 minutos de compras. Llegué hasta Sammy exhausta, que me esperaba con una limonada en la mano.
—¿Ha sido agotador?
—Peor. Pero también magnífico.
—Venga, es hora de pagar y volver a casa, ya han sido demasiadas emociones para una primera salida.