Bite me VI
Que sucede entre Tessa, Clary y Rebecca? Sandy y Alice?
Me desperté en medio de la noche tiritando. La habitación estaba sumida en una oscuridad total. Tenía frío, mucho frío. Me levanté para coger una manta y comprobar que la ventana no estuviera abierta cuando de repente me di cuenta que ese frío no tenía nada que ver con la temperatura. Ese frío era la firma de Tessa.
—Tessa, ¿eres tú?
—Estaba esperando a que te despertaras, siempre me ha encantado verte dormir.
Mi corazón empezó a latir mucho más rápido. Susurré:
—Pero, ¿qué estás haciendo aquí, ya estás de vuelta? ¿Hay algún problema?
—Sí y sí. He regresado alegando un problema de trabajo. Prometí que volvería pronto. Sandy se ha ido en el helicóptero para hacerle compañía a Rebecca esta noche.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—No estaba contenta con la nota que te dejé. Sigo molesta por esta historia con Alice, pero mis palabras eran duras. Y, además, no te había besado. Cuando me di cuenta de eso, supe que tenía que desandar el camino y volver a ti.
Tessa avanzó hacia mí, tomó mi rostro entre sus manos y lo acercó al suyo para susurrarme:
—Solo dispongo de una noche, tan solo una de momento y quiero estar a la altura.
Deslizó su mano a lo largo de mi vientre hasta llegar a mi sexo y lo apretó con firmeza. Mis recelos desaparecieron con la excitación que palpitaba en su mano. Ya no quería decir nada más. Distinguí sus hermosos labios y me abalancé sobre ellos desesperada. Nuestras lenguas se deslizaban juntas, calientes, húmedas, hambrientas por la larga espera. Me sentía embriagada y sabía que eso no era más que el principio. Una vocecita en mi interior me impulsaba a disfrutar del momento al máximo para intensificar el recuerdo de aquella noche. Acaricié su cabello y le agarré con fuerza los bucles de su pelo. Ella seguía explorando mi sexo, meciendo su mano, y yo ya me sentía al borde del precipicio. Lo adivinó y me levantó de golpe para empotrarme contra el sillón de la habitación. Mis muslos aprisionaban su torso, sentía su humedad, enorme ya, que reclamaba atención. En un único gesto, se bajó los vaqueros y juntó nuestras con ardor.
Una, dos, tres... Ya no podía más, me apretaba contra ella, Tessa se ahogaba en mí y gemía de placer. Me sostenía solo con la fuerza de sus brazos y se le marcaban los músculos, era un amante tan fuerte… Me siento como una muñeca de trapo en sus manos. Le arañé la espalda para mostrarle mi poder. Nuestro encuentro era salvaje, los sentimientos que habíamos experimentado en los últimos días por fin habían encontrado una vía de escape: la ira, la frustración, la añoranza se transformaban en un combate cuerpo a cuerpo en aquella habitación.
Tessa me llevó de vuelta a la cama, sin dejar de besarme y abrazarme. Una vez sobre la cama, la miré fijamente, poseída por la lujuria. Ella se desnudó, prolongando el placer. Traté de levantarme para ayudarla, pero me empujó contra el colchón. Ella llevaba la batuta.
Empezó a desabrocharme la camisa. Era suya, se la había quitado durante nuestra escapada y la usaba para dormir. Al segundo botón perdió la paciencia y me la arrancó. La tela rasgada se ceñía a mi piel. Frente a mis pechos, Tessa perdió la cabeza y empezó a morderlos y a jugar con ellos.
—Voy a devorarte, Clary.
Me besó, me lamió y me mordió entera. Me puso la piel de gallina al deslizar la lengua desde mi hombro hasta el lóbulo de mi oreja. Susurró:
—Tenía una vieja cuenta que saldar con este hombro, que se burló de mí anoche.
Enseguida me colocó boca abajo y me pidió que me pusiera encima de su cara. Comenzó a masajearme las piernas, luego siguió lamiendo mis muslos. No se resistió cuando llegó a mis nalgas, desnudas y mirando al cielo, y no dudó en lamerme allí donde nunca me habían lamido. Cogió mi culo entre sus manos y me degustó gimiendo. Yo le acompañé acariciándome.
—Date la vuelta.
—Quiero un orgasmo ya, Tessa.
—Cállate. Date la vuelta. Quiero estar en ti, quiero sentir tu sexo apretando mi lengua. Quiero marcarte, hacer que te corras y que grites.
—Estoy lista, hazlo.
La penetración de Tessa fue tan violenta como intensa. Entró en mí en un instante, sin rodeos. Yo estabachorreando y mi orgasmo tardó muy poco en llegar. Grité, como ella había pronosticado, tan fuerte que ni me enteré de su orgasmo.
Era como si el tiempo se dilatara, cada segundo me llenaba por completo, el tiempo era eterno. Me sentía totalmente satisfecha y abracé aún más fuerte a mi amante, que había llegado en medio de la noche porque extrañaba mi cuerpo.
Nos dormimos pacíficamente, sin decir una palabra. Cuando me desperté, temí abrir los ojos y ver que ya no estaba, pero me di la vuelta y me encontré con sus grandes ojos verdes sonriéndome.
—Aún estás aquí.
—Esperaba a que te despertaras. Pero me voy ya.
—Tessa, creo que deberíamos...
—No tengo tiempo para esta conversación. En serio, tengo que irme.
—Creo que tengo derecho a que me des respuestas.
—Estoy perdida, Clary.
—¿Y yo qué?
—Tú eres libre.
Tessa me besó en los párpados con ternura. Antes de cerrar la puerta de mi habitación y poner punto final a esa noche, se dio la vuelta para decirme:
—Clary, déjame tiempo para manejar la situación. Un poco de tiempo nada más, eso no es nada.
—No es nada para ti, lo sé, pero para mí...
Bajó la mirada y se fue.
Día 34, 07:20 h
La felicidad nunca es sencilla. Tal vez deberíamos aceptar lo que la vida nos ofrece y lo que nos niega. Debo tomar una decisión: aceptar los retazos de caricias furtivas de Tessa o rechazarlas y marcharme.
Día 38, 17:25 h
Creo que el regreso de Rebecca y Tessa está previsto para hoy. Estoy súper nerviosa por la idea de volver a verla. Tras su sensual visita nocturna, me siento más tranquila. He reflexionado, he sopesado los pros y los contras de la situación y he decidido seguir adelante, pase lo que pase. Después de todo, ¡solo tengo una vida que vivir!
Antes, cuando leía historias sobre amantes, tenía una opinión muy clara: las “destroza hogares” no eran buenas personas, solo se preocupaban por su felicidad y no les importaba tirar por tierra el compromiso del matrimonio. Eso era lo que pensaba antes, pero hoy ya no estoy tan segura. Yo misma me he convertido en “la otra”. Sin embargo, mi situación es muy diferente porque Rebecca no existía cuando iniciamos nuestra aventura...
Tessa ya no podrá evitar demorar ya demasiado la larga conversación que tenemos pendiente. Sé lo que tiene que aguantar, entiendo que necesita un tiempo en estos momentos e intento ponerme en su lugar, por supuesto que sé que todo esto debe ser muy difícil de manejar. Tiene demasiadas cuestiones por resolver como para imaginarse un futuro conmigo, la primera de ellas es saber qué pasó realmente con Rebecca. Es una pregunta que a mí también me atormenta. Sé que existe la amnesia postraumática, pero tengo la sensación de que Rebecca esconde algo.
Ahora todo está en manos de Tessa. De momento, he decidido que no volveremos a tener contacto físico hasta que no arregle la situación con su esposa.
Encontré a Sammy en la cocina, estaba limpiando el horno y echando pestes por no tener súper poderes para hacerlo en cuestión de segundos.
—¿Por qué está al servicio de los demás desde hace tanto tiempo? Yo pensaba que todos los vampiros habían tenido tiempo de hacer fortuna...
—¡No, pero si yo soy rica, Clary!
—Entonces, ¿por qué fregar el horno? Yo, si un día tengo montones y montones de dinero, no pienso hacer ninguna tarea doméstica.
—En mi casa no limpio nada. Tengo personal para eso, ja, ja.
—Pues me debo estar perdiendo algo, Sammy, porque no lo entiendo.
—Es muy sencillo: yo DEBO este servicio —el de velar por Tessa —a sus padres. Me sacaron de una situación… extremadamente delicada para su época, me quedé con ellos y como había tenido, siglos antes, experiencia como ama de llaves, acabé siéndolo de nuevo para ellos de forma natural. No lo haría por ninguna otra persona, eso seguro.
—¿Qué situación delicada?
—Ja, ja, Clary, ¡pequeña cotilla! Tome, coja este plato, es para Alice y para usted. ¡Que aproveche! Recuérdele también por favor que han llegado sus bolsillos.
—¿Sus bolsillos?
—Sí, sus libros de bolsillo —exclamó, hundiendo sus ojos verdes en los míos.
—Ah...
—Sí.
Me dirigí a la biblioteca y escuché de lejos las risitas ya familiares de Sandy. Sabía que pasaba mucho tiempo rondando por esa parte de la casa, pero desde que había llegado, salía al vuelo como un gorrión cuando nos encontrábamos. Me la encontré sentada en el escritorio central, enseñándole a una Alice muerta de risa sus últimas compras. La impresión que a priori me había dado (“Sandy = Barbie”) se confirmaba. Pero aun así, tenía que reconocerle su gran alegría comunicativa; tal vez fuera hora de socializar con ella.
—¡Hola a los dos! ¡Dios mío, Sandy, has saqueado las tiendas, qué suerte!
Para ser totalmente sincera, nunca había sido de la opinión de que “las compras son mi vida”. Me encantaba la moda y arreglarme, pero nunca había tenido los medios, por lo que jamás lo había considerado como una prioridad. Cuando me compraba una prenda, me aseguraba de que me fuera a durar mucho tiempo. Pero era necesario crear un vínculo con la guapa rubia.
Sandy me miró con asombro. ¿Me tomaría por una intelectual incapaz de tener temas de conversación ligeros? Al parecer, no era la única que había puesto una etiqueta basada en las apariencias.
—¡Sí! Has encontrado mi punto débil,Clara. Las compras y las mujeres —contestó coqueta, lanzándole un guiño a Alice.
—¡Enséñame qué has comprado! Alice, yo te adoro, pero, en serio, ¿a quién le puedo hablar de mis caprichos de mujer, como cambiar de look ?
—¡No me digas que quieres un cambio de look sin contar con mis servicios! —exclamó Sandy.
—¿Entiendes de eso?
—¿Estás de broma? Eso es lo MÍO. Hm... ¿Qué podríamos hacer contigo?
El gorrión se transformó en urraca de repente. Me miró con sus enormes ojos azules (un día tenía que preguntarle cómo se había convertido en vampira). La vi reflexionar y sacar un bloc de notas forrado de cuero rosa. Garabateó un rato mientras hacía pucheros, mordiendo el lápiz, y luego se concentró y empezó a hacer un dibujo.
—No veo qué se podría cambiar en Clary... Ella está muy bien tal y como es —dijo Alice, mirándome con sus ojos bondadosos.
—Sh, sh, sh, Alice —le calló Solveig—. Nadie dice que Clara no sea guapa, pero yo creo que siempre se pueden mejorar las cosas. Las situaciones, las personalidades... los físicos.
Me tendió su bloc y me quedé asombrada. Me había dibujado, mi cara en una página y mi cuerpo en la siguiente. Me sobrecogió, la había juzgado como una chica frívola sin más pero su talento era innegable. En un solo boceto, había capturado toda mi esencia. Me vi bella en sus rasgos. Buscando qué había podido cambiar o mejorar, me di cuenta de que me había reducido significativamente el largo del cabello, ahora en un corte capeado que no pasaba de las orejas.
Alice cogió el bloc de mis manos y también se quedó estupefacta.
—Tienes un cuello precioso y créeme, viniendo de un vampiro, es un gran cumplido.
—Clary, creo que el pelo corto ayudará a resaltar todo el potencial sexy que escondes torpemente bajo esa corte lacio y aburrido —intervino Sandy.
—Estoy impresionada, Sandy. ¡Gracias por esta nueva perspectiva! ¡Tijeras, rápido!
Nos pusimos a acabar de abrir sus paquetes: zapatillas de andar por casa de Chanel, pañuelo de Hermès… Todo era de marca, de la mejor calidad. Sin embargo, los colores elegidos por la chispeante muñequita eran demasiado chillones para mí. Podía hacerme un cambio de imagen, de acuerdo, pero no me sentía cómoda con las cosas llamativas. Me fijé en una cazadora de cuero de Dior que enseguida me llamó la atención.
—¿La quieres?
—¿Qué? ¡No, es tuya!
—La rescaté de una venta privada, es vintage , pero en realidad no es mi estilo. Te podría dar un look muy roquero si la combinas con un vestido de cachemir.
—Ja, ja, pero yo no me lo puedo permitir. Además, hasta que no salga...
—Oh. Es cierto, no me acordaba del acuerdo de la luna llena. Pero, ¿sabes?, en quince días te llevaré conmigo a pasar toda la noche por ahí, ¡ya te habrás ganado el derecho a salir! Además, ahora que lo pienso, los humanos tienen formas de infiltrarse en la zona roja: si son periodistas, políticos o diplomáticos, no hay restricciones de salida, creo.
—¡Voy a meterme en política, entonces!
—Lo que haces aquí es más o menos periodismo —dijo Alice.
—¡No me ilusionéis! SUEÑO con poder salir.
—¡Estoy segura de que encontraremos la manera, Clara! Bueno, voy a colocarlo todo en mi armario. ¡Esta noche vuelve Becca, hay que celebrarlo!
Sandy se alejó alegremente. Alice la miró discretamente el culo respingón, luego me miró a mí y le guiñé el ojo.
—¡Qué quieres, Clary, soy una mujer de carne y hueso!
Me besó en la mejilla sin más. Me dio tiempo a oler su cuello. Alice era coqueta, siempre olía de maravilla y su piel era muy suave. Se levantó y abandonó la habitación. Al verme sola en medio de todos esos libros, me sentí un poco triste y decidí estirar un poco las piernas.
Salí de la biblioteca y, en lugar de tomar mi camino habitual, me dejé guiar por la voz de Sandy, que cantaba a pleno pulmón. Llamé a su puerta. Me abrió, encantada con mi visita sorpresa. Llevaba una toalla en la cabeza y una mini bata de satén rosa. Se había calzado con las zapatillas con pompón de Chanel en las que antes me había fijado. Era una Barbie perfecta, parecía una conejita de Playboy de los sesenta.
—¡Oh, Clara, entra, qué sorpresa! Admítelo, ¿te has pensado mejor lo de la cazadora de Dior?
—Ja, ja, no. Es solo que nunca había venido a esta parte de la casa, he oído tu voz y pensé que podía acercarme a saludarte.
—¡Entra, entra! ¡Ah, ya sé! Te voy a cortar el pelo, como en el dibujo, ya verás. ¡Esta noche vas a estar deslumbrante!
—No estoy muy convencida... ¿Seguro que sabrás hacerlo?
—Confía en mí. Como en el dibujo. Prometido.
Entré en la enorme habitación de Sandy. La decoración era totalmente diferente a la del resto de la casa, también muy lujosa pero minimalista. Las otras habitaciones estaban llenas de maderas preciosas y oscuras, consolas Luis XV y polvorientos retratos de familia, pero esa era gris perla y blanca, con muebles de pino que me recordaban a las revistas de diseño escandinavo. El sofá, muy a lo art déco , estaba colocado sobre una alfombra de piel blanca. Había una mesa ovalada de tres patas, típica de los años cincuenta, moteada. Era un espacio luminoso, claro y con muchísima clase.
—¡Guau, qué maravilla de habitación! La decoración es sencilla y femenina. Es como si se hubieran materializado mis sueños de habitación ideal. Dios mío, ¿es auténtico?
Señalé con el dedo un sillón reclinable naranja que había visto en un programa de decoración.
—¿El sillón Mourgue? ¿Dudas de que aquí haya algo que no sea auténtico? Estamos en la antigua habitación de Rebecca. Lo decoró todo ella misma, es su tocador, de primera clase, ¿eh?
—¿Cómo? ¿No compartía habitación con Tessa antes de su desaparición?
—¡Qué va! No, ella iba a dejarla y...
Sandy se calló de repente. Yo la miraba ansiosamente. Seguro que Rebecca le había dado instrucciones sobre qué no podía contar y acababa de darse cuenta de que se había ido de la lengua. No quería que mi curiosidad resultara sospechosa, tenía que reanudar la conversación.
—Ah, sí, es cierto, Sammy me lo había comentado. ¡Pero ahora tienen una segunda oportunidad! La vida está llena de sorpresas.
—Sí, es verdad... Bueno, entonces, tu pelo, ¿nos ponemos a ello?
Decidí no intentar sonsacarle nada más y para evitar nuevos errores, me quedé en silencio. Ella corrió al baño a buscar su neceser “para el corte de pelo brutal”, como lo llamó ella, y me recosté en el sillón Mourgue. Al observar la habitación, sentí cierta simpatía por Rebecca. Pensé que si tenía gustos tan similares a los míos, no podíamos tener personalidades diametralmente opuestas. La decoración era muy acogedora, emanaba tranquilidad. ¿Podía ser que el carácter incendiario de la temible pelirroja escondiera cierta fragilidad?
La “conejita de Playboy” reapareció en la habitación perfectamente equipada con unas tijeras profesionales, cepillos redondos, planchas, peines, clips, gomas elásticas... La vi tan seria que me dio risa.
—Hm, antes de cortarte el pelo, quítate la ropa.
—Uh... ¿Qué?
—Ja, Ja. No me malinterpretes, eres muy bella, pero no eres mi tipo. Mi tipo es más bien una alta y guapa, con buenos senos.
—No hacían falta tantos detalles.
—¡Venga ya, Clara, no seas tan mojigata! ¿Cómo se llama tu ex?
—En realidad no tengo ningún...
—Oh, my God... ¿¿Eres VIRGEN??
Me tomé un tiempo antes de responderle porque me divertía la manera en que me miraba, con los ojos abiertos como platos.
—No, no. En realidad, lo que pasa es que nunca he durado mucho con ninguna. Tenía un novio en el instituto, Michael, pero bueno, no funcionó. Tuve un rollo con un camarera de mi antiguo trabajo y con un turista... Pero no se puede decir que sea una mujer fatal.
—Me parece increíble porque, cuando te miro, me da la impresión de que eres una mujer muy experimentada sexualmente. ¿Quieres decir que eres bisexual?.
—¿En serio? No ellos me ayudaron a entender que me atraen las mujeres.
—¡Sí! Quería que te quitaras la ropa porque tengo un montón de ropa, como puedes ver… Me obstino en comprar ropa oscura, aunque sé de sobra que si me pongo algo que no sea rosa o lila me siento triste. Así que, ¡venga, sírvete tú misma!
De debajo de la cama, sacó un baúl tamaño XL de cuero y madera, de Louis Vuitton. Cuando lo abrió, me quedé alucinada: seda, cachemir, lana de alpaca, ante... Acaricié las prendas y di con un par de zapatos Louboutin de cuero rojo.
—Nunca había visto tantas maravillas juntas.
—Llévatelo todo, Clara. Me haces mucha gracia, pareces una niña la mañana de Reyes. Le pediré a Alice que te lo deje en tu habitación. El baúl era para mis trabajos y, como no tienes demasiado dinero, ¡tú eres mi trabajo! Ahora, manos a la obra con tu transformación...
Salí de la habitación de Sandy una hora más tarde con el pelo mucho más corto. Sentía cómo se movía con cada uno de mis pasos y notaba el aire acariciándome la nuca. Me vi reflejada en la galería que conducía a la biblioteca y me di cuenta de que, aunque solía pensar que el pelo largo era más femenino, en mi caso era todo lo contrario.
Mientras estudiaba el corte capeado profesional de Sandy en un espejo con acabado dorado, descubrí una puerta a mi espalda. A priori, parecía un espejo normal, como todos los demás de la galería, pero el ribete de luz que se proyectaba desde abajo me hizo darme cuenta de que en realidad se trataba de una puerta secreta. No sabía si era por mi nuevo corte de pelo, pero sentía como si una nueva audacia se hubiera instalado en mí; después de más de un mes en aquella casa (cuyos rincones me permitían descubrir con cuentagotas), tenía ganas de saber qué se escondía detrás de aquel falso espejo, aunque nadie me hubiera dado permiso para investigar.
Busqué si había un pomo pero no encontré ninguno, así que posé mi mano, empujé, oí un clic y la puerta se abrió. Entré tímidamente, preguntando si había alguien. En cuanto puse un pie en la alfombra persa, comprendí que estaba en la “guarida” de Tessa. La habitación tenía al menos 50 m2. En el centro, había una mesa de despacho de nogal que marcaba el tono de la estancia: un espacio tranquilo para trabajar, meditar y aislarse. Todo estaba perfectamente limpio y ordenado. Los artículos de escritorio (cartapacio, bote para los bolígrafos, agenda…) en cuero negro eran muy elegantes, no se había dejado ni el más mínimo detalle al azar. También había un tintero y una pluma que se veían muy usados, dos Mont Blanc y un cenicero impoluto.
Al otro lado de la habitación, completamente cubierta por estanterías con libros, había cuatro amplios sillones de cuero y una mesa de servicio con numerosas jarras de cristal con bebidas. Parecía la sede de algún club selecto, como el Club Rotary, donde se reunían los lores ingleses mientras sus esposas tomaban el té en otra habitación.
Oí un clic y me sobresalté: Tessa me miraba boquiabierta desde el marco de la puerta.
—¿Qué haces aquí?
—Oh, Tessa, yo... Lo siento, no sabía...
—Clary, ¿por qué estás registrando esta habitación?
—¡No, no es eso, no la estoy registrando! La luz de debajo de la puerta me atrajo... Y me quedé asombrada al descubrir este despacho.
Tessa fue casi corriendo a la mesa para asegurarse que el cajón izquierdo estuviera cerrado con llave. Su rostro se relajó, pero aún veía atisbos de ira en sus ojos.
—Esta es mi casa. Debes aprender a respetar las reglas, Clary. ¿Nunca te han enseñado eso?
Estallé en cólera por dentro. No estaba precisamente orgullosa de haber entrado sin permiso y mucho menos de que me hubiera pillado, pero no soportaba su tono maternalista.
—¿Me equivoco en una cosa y ya cuestionas mi educación? Estoy sola, encerrada. Encerrada con una mujer a la que deseo y con su mujer, que reaparece después de años de ausencia. Debo asistir a su reconciliación, callarme, aguantar, evitar las sospechas sin acercarme demasiado a Alice, ya que eso te molesta, aceptar las visitas nocturnas y las salidas al amanecer. Y un día, cometo UN error, un error insignificante y… ¿Esto es lo que recibo, después de cuatro días sin verte, después de haberme cortado el pelo para ti?
Estaba colorada, furiosa y sin aliento tras mi perorata. Me sentía indignada. Al salir de la habitación, tropecé con una lámpara de terciopelo verde botella y la salvé de caer al suelo por los pelos. Tessa me agarró del brazo y me miró profundamente a los ojos. Sentí la tristeza en los suyos.
—Lo siento.
—No es la primera vez.
—Los últimos días con Rebecca han sido muy complicados.
—Lo siento mucho por ti. Espero que vuestro matrimonio consiga superar la tempestad.
Liberó mi brazo.
—Eres tan hermosa. Tu cuello, yo...
—Debo volver al trabajo.
Tessa me cogió por la nuca y me besó en el cuello. Su lengua me acarició y yo me estremecí.
—Eres tan hermosa… Toca.
Tomó mi mano y la posó sobre sus pantalones. Noté su sexo húmedo. Tuve que morderme el labio para no sucumbir a la tentación.
—Tengo trabajo, Tessa.
Salí de la habitación sin mirar atrás. Ese reencuentro había sido totalmente inesperado, yo había preparado otro escenario en mi cabeza y ese incidente había sido un jarro de agua fría en nuestra relación. Tessa me gustaba y tenía que luchar constantemente para no pensar en “nosotras”, pero tuve que decirle lo que sentía. Era muy fácil por su parte salirse con excusas y utilizar el sexo. Demasiado fácil. Solo me quedaba esperar que tuviera tiempo para reflexionar sobre el tono que había empleado.
Esa noche no fui a cenar. Sammy vino a verme y me encontró inmersa en los libros. Le dije que estaba en plena inspiración. Ella echó a reír, sin sospechar mi disgusto, y regresó después con una cena ligera.
Al día siguiente, me levanté más calmada. Pensaba en los ojos tristes de Tessa. Por pequeño que hubiera sido su beso, me obsesionaba. Tenía ganas de ella, tenía ganas de amor, de sexo. ¿Cuánto tiempo dependería de su cuerpo?
Llegué muy temprano a la biblioteca. No había nadie. La sala debía tener unos ocho metros de alto y las vidrieras talladas eran impresionantes. Subí la escalera de caracol para ir al piso superior, cuyos estantes estaban dedicados exclusivamente a los libros sobre los orígenes de los vampiros, sobre los que había diferentes opiniones. Tiré un cojín de terciopelo al suelo y me senté en un rincón. Las horas fueron pasando, envueltas en el silencio de aquella catedral de la literatura.
De repente, la puerta se abrió de golpe y entraron dos personas susurrando. Saqué la cabeza para observar desde lo alto de la balaustrada quién osaba perturbar mi aprendizaje. Y entonces vi a Sandy y a Alice. Mi primer instinto fue quedarme sin respiración y apartar la cabeza. Sentada contra la barandilla, me moví unos centímetros con mucho cuidado para esconderme. No sabía si quería espiarles o no molestarles, pero pasaron unos minutos y ya era demasiado tarde para informar de mi presencia. Muerta de curiosidad, me tumbé boca abajo para observarles.
Sandy estaba en su lugar de siempre, sentada sobre la mesa de estudio. Alice estaba de pie frente a ella. Sus voces resonaban, podía escucharlo todo y el ambiente era eléctrico.
—¿Quieres algo de beber?
—¿Quieres emborracharme, Alice?
Me costó reconocer la voz de Sandy, mucho más sensual y adulta de lo habitual. Ella se sirvió un whisky y me di cuenta de que era mucho más tarde de lo que creía.
—Es una idea. Pero prefiero saber que sigues estando en uso de tus plenas facultades mentales.
—¿No quieres abusar de jovencitas ebrias?
—Quiero verte disfrutar plenamente cuando te folle, aquí y ahora.
Alice acompaño sus palabras de acciones, separó los muslos de Solveig y pegó su pelvis a ella. La escena y la conversación eran endiabladamente sexis. Sin ningún pudor, uno frente al otro, sin haberse dado ni un solo beso. Había sacado los colmillos, más largos de lo normal, y el espectáculo resultaba tan hermoso como aterrador.
—Si haces eso —respondió Sandy contoneándose—, estaré tentada a escaparme.
Se dio la vuelta, jugando a pretender que se iba, y se puso a cuatro patas sobre la mesa. El efecto previsto no se hizo esperar: Alice parecía estar a punto de explotar ante la visión de las braguitas blancas bajo la faldita plisada de colegiala de Sandy. Extendió los brazos, agarró a la bella muñequita por las caderas y la atrajo hacia ella. Ella gemía, haciendo ver que intentaba resistirse, pero mantenía su postura y era obvio que estaba muy excitada.
Desde mi puesto de observadora allí en lo alto, la vista era magnífica. No quería perderme detalle, pero giré la cabeza, por pudor y... por excitación. Me sentía tan cachonda como ellas.
Me tumbé boca arriba y me puse a mirar fijamente la vidriera, intentando concentrarme en otras cosas y en los títulos de los libros que veía, pero los ruidos que me llegaban de abajo eran imposibles de ignorar. Sandy y Alice resoplaban al unísono, primero con respiraciones suaves y apagadas, luego con suspiros más largos. Estaban disfrutando, tomándose su tiempo. Sandy fue la primera en subir el tono, la oí gemir con una voz aguda. Luego le tocó a Alice dejarse llevar por la excitación. Su voz era más grave, más ronca, y los gemidos que marcaban cada respiración se hicieron cada vez más breves.
Mi corazón también se aceleró y aunque me había impedido seguir mirándoles, la sinfonía de su encuentro había aumentado la temperatura de la biblioteca. Juraría que los cristales se empañaron. Pensé en Alice, me moría de ganas de ver su cuerpo, estaba segura de que haría una magnifica pareja con Sandy. Cerré los ojos con fuerza para expulsar esa fantasía de mi cabeza, pero estaba demasiado excitada, tenía que verlas.
La imagen me dejó boquiabierta. Se habían puesto sobre la mesa y Alice se había tumbado de espaldas. Sus músculos se marcaban desde el cuello hasta los tobillos, tenía un cuerpo escultural, de modela, de atleta... ¡Lo tenía bien oculto! Empapado en sudor, sus senos brillaba deliciosamente. Sandy no tenía nada que envidiarle. Estaba tumbada sobre ella. Se apoyaba en las rodillas y sus codos para impedir que todo su peso cayera sobre Alice. Sus pechos, redondos y suaves, se juntaban con el abdomen de Alice. El pelo le caía en cascada. Seguí ansiosamente el recorrido de una gota que partió desde su ombligo hasta llegar a su sexo, perfectamente afeitado. Estaba absorta en sus lenguas y sus manos, cuando de repente ocurrió algo increíble: cuando estaban a punto de llegar al orgasmo, les envolvió un denso vapor y un humo blanco que llenó el ambiente. Ya no podía distinguir nada. Los gritos de su éxtasis llegaron hasta mí, me invadió la fuerza de su orgasmo y sentí que a mí también me penetraba.
Pasaron unos minutos. La niebla se disipó y la temperatura cayó en picado.
—Bueno, Alice, encantada.
—Me has hecho inaugurar la mesa, San.
—No te creo, pero gracias.
Charlaban sin inhibiciones mientras se vestían. Ninguna caricia ni palabra tierna, nada. Sandy miró la hora y le dijo a Alice que tenía que ir a ducharse porque iba a salir con Rebecca, como en los viejos tiempos, cuando estaban las dos solas.
—¿Me contarás por qué desapareció?
—Sí. Puede ser. Ahora no.
—Corre.
Ella se marchó y Alice se puso a colocar en su lugar los vasos y las sillas. Luego se dirigió a la puerta para irse él también, apagó la luz y exclamó en voz alta:
—Si tuviera la oportunidad, sería contigo con quien me habría encantado compartir este momento, Clary. Era en ti en quien pensaba mientras... No te olvides de cerrar al salir.
Y cerró la puerta. Me llevé la mano a la boca, muerta de vergüenza. No quería que supiera que les había espiado y no quería tener que volver a enfrentarme a su mirada. Pensé que nunca más podría mirarle a la cara. Su declaración me revolucionó por dentro. Alice, todo sería mucho más sencillo si...
Una pequeña parte de mí, ínfima, no pudo evitar sonrojarse, halagada por la revelación de Alice.
Sienna Lloyd
Muchas gracias por los comentarios recibidos y espero que las entregas les sigan gustando =)