Bite me V

La situación entre Clary y Rebecca empeora, y Tessa....

Día 32, 16:18 h

Hace dos días que no salgo de mi habitación. Hace dos días que Sammy retira todos mis platos intactos. Hace dos días que Alicellama a mi puerta preguntando: “¿Todo bien?”. Hace dos días que no veo a Tessa, porque hace dos días que ELLA está aquí. Su mirada me atraviesa y su sonrisa es como una puñalada que atormenta mis noches. Tan solo cuatro días antes, una nueva vida en los brazos de Tessa parecía posible. Las vacaciones en la zona blanca estuvieron llenas de promesas. Después me pidió que me quedara un mes y me desnudó su corazón. Tengo la sensación de que todo esto es como una broma de mal gusto: su esposa desaparecida reaparece justo el día en que ella decide terminar su duelo… Pero más me vale salir de la madriguera o, de lo contrario, mi ausencia sembrará dudas en la mente de Rebecca, que piensa que estoy aquí para “estudiar” a los vampiros.

No soy una robaesposas, pero creo que estoy enamorada deTessa. Ya es hora de que salga y actúe como si todo fuera bien para evitar causar problemas. Verla es lo único que me importa ahora mismo.

De pequeña, mi madre me solía decir que para ordenar las ideas en la mente había que empezar por ordenar la casa. Y ya era hora de ponerme manos a la obra. Abrí las cortinas, estiré las sábanas, sacudí el edredón y dejé la cama bien hecha. Aire, aire fresco. Salí al pasillo para coger varios productos de limpieza que Sammy guardaba en un armario junto al baño y allí me pasé una hora entera haciendo menaje. Con el pelo recogido con un pañuelo, limpié y refregué; parecía un ama de casa de los años cincuenta y esa imagen me hizo esbozar una sonrisa. ¡Sentaba de maravilla dejarlo todo bien reluciente!

El plan era el siguiente: primera etapa, mi habitación; a continuación, arreglarme y luego, dirigirme a la biblioteca para trabajar en mi estudio. Pensaba darle un beso a Sammy y tomarme un té con Alice para tranquilizarlas. Ellas también sufrían por la situación, por esa espada de Damocles del adulterio que pendía sobre nuestras cabezas.

Puse mi disco Natural Mystic de Bob Marley para animarme y hacer mi tarea más llevadera y enseguida me vino la imagen del paquete con todas mis cosas que Tessa me había enviado. No sé qué habría hecho sin ellas porque me hacían sentir como en casa.

Estaba de rodillas, con un trapo en la mano tratando de sacarle brillo al parqué, cuando llamaron a la puerta. Seguro que es Sammy, que ha oído mi música hippie y sabe que ya estoy mejor , pensé. Abrí y me quedé totalmente paralizada. Era ELLA.

Rebecca me miró de arriba abajo y sonrió. Con mis pintas de pin-up de los años cincuenta, estaba hecha un desastre. Me sentí como Cenicienta. Ella estaba deslumbrante con su pelo de color fuego. Me dio la impresión de que había crecido en altura desde nuestro primer encuentro cara a cara. Cuanto más la miraba, más me encogía.

—¿Se encuentra mejor, Claire? Sammy me comentó que estaba enferma. Seguro que es por ese viaje de investigación a la zona blanca... Allí por la noche refresca, a veces.

—Sí, solamente es un pequeño resfriado. Nada grave. Por cierto, me llamo Clary, no Claire.

—Ah, perdón. No tengo buena memoria para los nombres. Además, Tessa siempre la llama “la humana”, así que se me olvida por completo…

Como un boxeador en el ring, decidí encajar el golpe. Y sonreír. Rebecca entró en la habitación y la exploró con la mirada, haciendo un giro completo sobre sí misma. Tenía la elegancia de una gran actriz de Hollywood. Su presencia iluminaba la estancia.

—Veo que se ha sabido hacer suyo el lugar, que se lo ha apropiado.

—¿“Apropiado”? Yo... Lo siento, no era mi intención. Tessa me dijo que...

—No se preocupe, Claire, está en su casa. Somos buenas anfitrionas, como se habrá dado cuenta, y ahora que he vuelto, usted también es mi invitada. Aparte, estoy muy interesada en su trabajo, ¿sabe? Tessa me ha hablado de él y creo que puedo aportarle un poco de perspectiva.

—Ah, sí. Estaría encantada. Podría entrevistarla.

—Sí, por supuesto, a nuestro regreso, será un placer.

Rebecca se sentó en mi cama. Posó su larga mano, que exhibía una manicura perfecta, sobre mi diario. Yo no le quitaba los ojos de encima al cuaderno: en cualquier momento podría descubrir el relato de mis escandalosas noches con su esposa.

—¿Se van de viaje?

—Sí. Después de dos años sin mi mujer, figúrese... ¡Digamos que tenemos que recuperar el tiempo perdido!

Me mordí el interior de las mejillas. Estaba K.O. Tras su victoria, Rebecca se puso en pie, triunfante, sonrió y se dirigió a la puerta, pero antes de cerrarla soltó su último golpe bajo:

—¿Va a cenar con nosotros esta noche? Una cena para conocernos mejor. Eso sí, Claire... ¡Código de etiqueta formal! —me soltó, mirando despectivamente mi atuendo.

Y cerró la puerta. Su fragancia enmascaró el olor de la madera encerada.

—Clary. No Claire. No “la humana”. Clary —dije en voz baja, a solas en mi habitación ridículamente impoluta.

Aunque solo habíamos intercambiado algunas palabras y mi experiencia con las relaciones femeninas era muy reducida, tenía suficiente perspicacia para entender qué acababa de pasar exactamente con Rebecca. Ella me había puesto en mi lugar sin perder en absoluto la compostura: “Estás en mi casa. Tessa es mi mujer. No eres más que una humana que está aquí para trabajar. No voy a recordar tu nombre. Quédate tranquilita y no te causaré problemas”. Odiaba que mi participación en esa escena hubiera sido tan pasiva. Podía entender la agresividad latente de Rebecca, pero no su desprecio. Sin embargo, yo no me sentía una “víctima”, llevaba mucho tiempo apañándomelas sola y me negaba a ser tratada como tal. ¿ Código de etiqueta ? Rebecca pronto iba a entender que su esposa había hecho de mí otra mujer: una mujer seductora, atractiva y capaz incluso de resultar temible.


La última vez que había pisado el pasillo había sido de puntillas, emocionada porque Tessa me había pedido que me quedara un mes más. Nos habíamos besado apasionadamente hasta que fuimos interrumpidos por una Sammy lívida y espectral. Tras esperar un tiempo prudencial antes de salir de la habitación, horas más tarde, había descubierto la “maravillosa” noticia del regreso de Rebecca, la desaparecida de la guerra de la sangre.

Sin embargo, aquella noche avanzaba mucho más resuelta por el mismo pasillo. Estaba preparada, sabía a qué atenerme. Íbamos a cenar todos juntos: Rebecca y Tessa (la parejita “reunida milagrosamente”), Sammy, Alice y yo. Me había armado para la lucha y mi atuendo también estaba minuciosamente estudiado. No quería pasarme de formal con la ropa, así que elegí unos pantalones pitillo negros, que sabía que me favorecían mucho, y un suéter rojo carmesí muy delicado, que dejaba sutilmente al descubierto mi hombro izquierdo. Me pinté los labios de rojo, a juego con mi suéter. Por supuesto, llegué un poco tarde, sonriente y segura de mí misma, aunque por dentro estuviera temblando y no fuera más que un verdadero manojo de nervios.

Dirigí mi primera sonrisa radiante directamente a la anfitriona, Rebecca. No parecía estar muy contenta de verme.

—Vaya, Claire, la veo muy... arreglada. ¿Lo ha hecho por mí?

—¿No estamos celebrando su regreso? Ah, por cierto, he pensado que, ya que mi nombre parece resistírsele, podría llamarme “Clara”; es el apodo que me dio mi padre, él también se confundía y me llamaba Clara.

—No lo sabía...

La voz de Tessa me hizo estremecer. Me di la vuelta y vi cómo me devoraba con la mirada. Estaba sentado en un sillón apartado, cerca de la chimenea. El fuego crepitaba. Tenía un vaso de whisky en la mano. Parecía tan solo…

Rebecca intentó retomar la conversación.

—“Clara” es un apodo muy gracioso. ¿Te acuerdas, Tess, de que así se llamaba el gato que robaba las migajas de aquel restaurante, cerca de Capri...?

—No. Se llamaba Clark.

—Ja, ja. ¡No me acuerdo de nada, tengo tan mala memoria…!

—Pues espero que empieces a recordar. Hay muchas cosas que me encantaría saber sobre tu desaparición.

—No me presiones, Tess. ¡Esta noche estamos de celebración!

Alzamos las copas de champán al aire y detecté cierto malestar en los ojos de Rebecca. El ruido al descorchar la botella nos hizo saltar y Alice nos llenó las copas, riendo alegremente. Sammy sirvió los platos humeantes a la mesa. El ambiente era, para mi sorpresa, muy cálido, y sentí que por fin podía relajarme, por primera vez en días.

Estaba muerta de hambre y Alice, sentado a mi lado, se mofaba de mi gran apetito. Me hacía burlas constantes y empezamos a pelearnos en broma como dos adolescentes. Gracias a eso y a mi absoluta la falta de atención para con Tessa, Rebecca empezó a mostrarse más simpática conmigo. Todo iba bien.

Cuando llegó el postre, Rebecca se ausentó para hacer una llamada y Tessa aprovechó la oportunidad para desnudarme con la mirada. Mientras Alice me contaba que había encontrado un libro muy raro en París, notaba los ojos de Tessa clavados en mí, recorriendo mi cuello y mis labios.

Sutilmente, bajé el escote de mi suéter por el lado que dejaba mi hombro al descubierto, para regalarle unos centímetros más de piel. Fue como si sintiera su aliento sobre mi cuerpo. Cerré los ojos por un instante y me vinieron en oleada a la mente unas imágenes bestiales. Echaba tanto de menos su cuerpo... Habíamos hecho el amor a pocos pasos de aquella mesa quince días atrás. Toda una eternidad. Como si siguiera el hilo de mis pensamientos, Tessal me sonrió.

Entonces, Rebecca regresó, haciendo una entrada teatral, para anunciarnos que al día siguiente llegaría su amiga Sandy para quedarse a vivir allí.

—¿No te molesta, verdad, Tess? Es mi única amiga, ella me apoyó en mi etapa errante y me ayudó a recuperar la memoria. ¡Tengo muchas ganas de que todos la conozcan!

—¿Es guapa, al menos? —preguntó Alice.

—¡Mucho! ¡Le diré que desconfíe de ti, Alice!

—Soy una conejita, Becca, ¡ya lo sabes!

—Ya, seguro… Estoy muy sorprendida de que aún no hayas seducido a Clara… Es justo tu tipo de mujer.

La sonrisa de Alice desapareció de su rostro. Ese comentario me había molestado y no era la única. Sammy carraspeó y yo decidí coger el toro por los cuernos y tomar la palabra.

—Soy muy discreta en mis asuntos sentimentales. Pero, hasta que no se demuestre lo contrario, nadie puede decir que Alice no me haya seducido.

—¡Esta chica tiene garra, me encanta! —exclamó Rebecca.

Sorprendido, Alice me miró con sus grandes ojos azules. Le encontraba muy guapa y, aunque mi corazón pertenecía a Tessa, me gustaba mucho. Pasaba mucho tiempo con ella, hablando de todo y de nada, y me hacía reír. Me sentía bien a su lado. No era Tessa, pero era una persona especial para mí.

La mirada de Tessa se cruzó con la mía. Los celos eran palpables en su rostro, en el que se marcaba una arruga en el entrecejo. No perdí la ocasión y elegí ese momento para brindar por el reencuentro de “Tess y Becca”.

Después del café, cuando estaba a punto de salir del salón, Tessa pasó junto a mí. Me acarició la nalga izquierda y, como si fuera a desearme buenas noches, se inclinó hacia mí y me susurró discretamente:

—Eres mía.

Y se fue sin más. Rebecca le siguió y Alice también se marchó, no sin antes pellizcarme la mejilla. Yo me quedé para ayudar a Sammy a recoger la mesa. Tuve la sensación de que quería hacerme algún tipo de confidencia, pero que no se atrevía, porque no dejaba de mirar a su alrededor como si las paredes tuvieran oídos. Por fin me dijo:

—Ha salido victoriosa esta noche, cielo, pero tenga mucho cuidado con ELLA. Es una mujer que aplasta a la gente, tiene un gran talento para ello, empezando por Tessa. No la subestime jamás. Y si lo que tiene con Tessa es “serio”, cuide esa relación como si fuera un diamante muy preciado: algo sólido e irrompible pero que despierta envidias y que le querrán arrebatar.

—Gracias, Sammy.

—Puede contar con mi ayuda para custodiar ese diamante. En cambio, si ELLA se inmiscuye… Estará sola, cariño.


Día 33, 09:18 h

Estoy agotada y mi cabeza es un torbellino. Me he pasado toda la noche haciendo el amor. Bueno, “técnicamente” no he hecho nada, pero mi subconsciente ha creado una escena de película en la que Tessa y yo nos reuníamos en secreto en el salón, todavía con los restos de la cena. Estaba oscuro, todo el mundo dormía y él empujaba con la mano todos los platos y cubiertos para sentarme sobre la mesa frente a ella. Me devoraba a besos, sus colmillos me mordían el cuello, yo temblaba. Me levantaba el vestido y me pacariciaba. Teníamos miedo de ser descubiertos, pero ese temor intensificaba el placer. Tessa se hundía profundamente en mí, yo estaba empapada. De repente, la luz nos deslumbraba, tan fuerte como si fuera un rayo de sol al mediodía. Me desperté. Tengo la impresión de que esta noche he tenido un sueño reincidente, y un orgasmo tras otro.

Anoche tuve la oportunidad de comprobar que su deseo por mí no se ha extinguido. A juzgar por sus miradas, mi calculado acercamiento Alice ha surtido efecto. “Eres mía”, me dijo. Sí, pero tú, Tessa, tú... no eres mía.

Me terminé todo el desayuno de Sammy, definitivamente había puesto fin al ayuno. Quería dedicar el día a estudiar y trabajar en mi proyecto, para tener la mente ocupada en otra cosa.

En la biblioteca me encontré a Alice con la nariz metida en una pila de libros antiguos. Las gafas que llevaba, con montura negra y muy a la moda, le daban un aspecto imponente. El pelo desordenado completaba su look de poeta maldito.

—Oh, ¿Clary o… Claire? ¡Recuérdame tu nombre!

—¡Veo que la amnesia de Rebecca es contagiosa!

—¡Estaba bromeando! Pero gracias a eso hemos podido descubrir tu apodo, “Clara”. Es adorable.

—¡Sí, cuando tenía diez años!

—¡Ni que fueras tan mayor ahora!

—Bueno, al lado de una vejestoria como tú...

Me encantaban esos “intercambios de ping-pong” con Alice. Ella me sonrió, me sirvió un té y nos enfrascamos en un maratón de aprendizaje sobre los vampiros. Su condición de ex-humano le permitía entender mis preguntas, yo quería saberlo TODO sobre ellos: el primer vampiro, la evolución, los purasangre, los mordidos… ¿Seguían existiendo purasangre auténticos, después de tantos años de cacería y mordeduras?

—Veo que la multiplicación de los vampiros y el cruce entre especies son temas que te interesan especialmente. ¿Tienes algún plan con Tessa?

Su pregunta me hizo sonrojar. Un posible futuro con Tessa era lo último en lo que pensaba en aquel momento. Hacía solo un mes, no creía posible amar lo suficiente a una mujer como para querer

tener hijos, ni siquiera para quedarme con ella toda la vida. No podía ni imaginarme siendo madre de vampiros... Eso significaría convertirme en vampiro y, si no sabía dónde estaría al cabo de un año, pensar en la vida eterna… era demasiado. Me moría de ganas de preguntarle cosas a Alice sobre Rebecca y Tessa, pero pensé que en ese tema Sammy sería mi mejor aliada.

El ama de llaves se unió a nosotros a la hora del almuerzo, para comer juntos los sándwiches que nos había traído. Los tres hablamos largo y tendido durante buena parte de la tarde. Les entrevisté y Sammy  a su vez me hizo algunas preguntas, sobre todo acerca de mi mortalidad. Había nacido vampiro hacía tanto tiempo que resultaba mareante. Me contó que su padre eligió alimentarse exclusivamente de la sangre de sus enemigos. Estaba contenta de que no hubiera más muertes tras los acuerdos firmados al término de la guerra de la sangre.

—A los vampiros les llevó miles de años aprender a alimentarse sin matar a inocentes. La donación de sangre es una bendición y, además, para ser sinceros, ¡nos ahorra mucho trabajo!

Nos estábamos riendo al unísono cuando nos interrumpieron unas voces femeninas que se acercaban a la biblioteca. Reconocí la voz de Rebecca, grave e imponente, pero no estaba sola. Entró acompañada de una chica joven, de cabello rubio. Debía tener mi edad, al menos en aspecto. Ya sabía distinguir a un vampiro de un humano en un abrir y cerrar de ojos: pupilas muy claras (verdes para los nacidos de padres vampiros, azules para los mordidos como Alice), piel perfecta, lisa y suave, y una seguridad inusual, propia de las personas que se enfrentan sin miedo al futuro.

—¡Pero bueno, amigos, qué ambiente hay aquí! Les presento a mi amiga, Sandy. Sandy, te presento a mi querida Sammy, a Alice (¡cuidado!) y a “Clara”, a la que tenemos alojada durante unos días para que pueda realizar su investigación.

Sandy se acercó a mí y me inspeccionó de arriba a abajo.

—Alojáis a una humana, ¡qué alucine! Guay.

Sandy parecía una Barbie en miniatura. Su pelo era suave y denso, al estilo Hollywood, como recién salida de la peluquería. Llevaba zapatillas deportivas con calcetines rosas que le llegaban a la rodilla, minifalda vaquera y una camiseta ajustada que ponía al descubierto un escote cuya naturalidad era del todo cuestionable. Tenía unos enormes ojos azules (era una mordida) y llevaba los labios pintados de rosa chicle. Me sorprendió mucho que fuera amiga de Rebecca.

Sammy se levantó y nos abandonó con el pretexto de dejarnos trabajar. Me pareció que Sandy no le había dado una buena impresión.

Alice no despegó los ojos del escote de Sandy salvo para dedicarle un Encantado .

Me aventuré preguntar:

—¿Cómo se conocieron ustedes dos?

—Ah, súper simple, pues yo estaba en el club cuando...

—¡Oh! No había visto la hora, San. Vamos a apurarnos, tengo que enseñarte la casa antes de salir de viaje con Tess.

Sandy se sorprendió por las repentinas prisas de Rebecca. En cuanto a mí, solo retuve una cosa: la palabra “viaje” que acababa de pronunciar... Sammy también lo había mencionado antes. Se iba dos días lejos para “volver a estrechar lazos”. Aquellas palabras me sentaron como cuchillos. De nuevo a solas, Alice y yo no podíamos concentrarnos, aunque por motivos obviamente diferentes.

—Sandy es muy guapa, pero a la vez muy vulgar, ¿no? —me preguntó Alice.

—¡Eso no pareció molestarte!

—Las chicas así son como el fuego. Uno quiere acercarse en busca de calor, pero enseguida se convierten en cenizas. Yo ya no busco eso.

—Entonces, ¿qué es lo que buscas?

—Una chica con la que establecer una relación duradera. Tengo mis escarceos amorosos, pero nunca me duran más de un mes. Bueno, hasta ahora.

La luz rosada del atardecer marcó el final del día en la biblioteca.  Alice me miró con sus grandes ojos azules. Leí en ellos una sombra de melancolía. Yo también estaba triste, Tessa y Rebecca se iban de viaje. La besaría, la tocaría... Aquellos pensamientos me rompían el corazón. Alice deslizó una mano sobre mi mejilla, se levantó y se fue. Observé el cielo a través de la cristalera y perdí la noción del tiempo. Ya era de noche cuando decidí volver a mi habitación.

Cuando entré, encontré una nota escrita a mano. Mi corazón se aceleró, ¡era de Tessa!

Mi querida Clary:

Vine a despedirme antes de marcharme. Rebecca me sugirió que os dejáramos solos, a ti y aAlice, ya que parecéis entenderos muy bien. Me voy molesto, Clary, porque sé que la situación es compleja, pero no llegué a imaginar que tan solo estando tres días alejados te pudieras distanciar de mí hasta ese punto. No hemos tenido tiempo para hablar desde el regreso de Rebecca. Supongo que es difícil para ti y que Alice es un gran apoyo... De todos modos, para serte del todo sincera, no estoy seguro de que pueda soportar veros juntas.

Tu cuerpo atormenta mis noches, ¿sabes? Puedo ver tus pezones henchidos por el deseo de mi sexo que entra al contacto con el tuyo, puedo ver tu boca jadeante y me niego a creer todo esto ya forme parte del pasado. Esos recuerdos me vuelven loca. Tengo ganas de ti, te deseo. Solo para mí.

T.

Tessa me dejaba sola con sus palabras mientras ella se marchaba con su esposa, a la que había amado y por la que había pasado un duelo. Esa nota era como un yugo: ella sabía que acababa de encender un volcán en mis entrañas, que me tendría obsesionada durante toda su ausencia y que le esperaría dócilmente.

Estaba enfadada con ella. ¿Cómo se atrevía a reprocharme mi amistad con Alice, que además era la única que me ofrecía un poco de ternura? Y, aparte, ¿no veía que era la coartada perfecta para que Rebecca no sospechara de nuestro secreto? ¡Qué idiota!

Rompí el papel en mil pedacitos. El confeti de su nota decoró el suelo de mi cuarto. Tessa lo quería todo: el oro y el moro. Estaba confusa. Había escrito “Tengo ganas de ti”... Me toqué un pecho, a mi deseo poco le importaba que Tessa se creyera con derecho a hacerme sentir culpable. Mi pecho, mi sexo, mi vientre… todo mi cuerpo deseaba a Tessa. La tentación de acariciarme crecía, pero mi razón se imponía: Tessa no podía controlarme a distancia, por mucho que supiera que, a esas horas nocturnas, ella me estaría desnudando en su mente. Me costó mucho coger el sueño.

Sienna Lloyd