Bite me IV

Vuelve alguien del pasado de Tessa, que va a pasar con Clary?

Me encontré cara a cara con una bandeja y al levantar la cabeza… vi que era ella. Sus ojos eran más bellos, me pareció más alta y más majestuosa. Me estremecí.

Un sonoro ¡Oh! se escapó de mis labios y, por primera vez en dos semanas, vi a Tessa esbozar una gran sonrisa. Sus ojos brillaban. Entró con la bandeja e hizo el gesto de dejarla donde estaba la cómoda, pero la bandeja cayó al suelo y entonces se dio cuenta de que el mueble ya no estaba ahí, porque yo lo había cambiado todo de sitio. La miré, sintiéndome un cachorrito al que habían abandonado durante demasiado tiempo. Ella cerró los ojos, me tomó en sus brazos y susurró:

—Te he echado de menos.

—Yo a ti también.

—Te traeré otro té, estoy sorprendida porque hace siglos que no veo esta habitación de otra manera.

—Oh, lo siento, he redecorado, bueno... antes de ponerme a escribir en la pared, he decidido colocarlo todo un poco más a mi gusto.

—No te disculpes, Clary. Te he dejado sola, no volverá a suceder en la semana que queda hasta tu vuelta.

Tu vuelta , dos palabras que se me clavaron como cuchillos en el corazón. ¿Era necesario que mencionara mi vuelta tan pronto?

—¿En qué piensas?

—En que no me echarás de menos.

Desconcertada, Tessa me desnudó con la mirada.

—Ven aquí.

Me acerqué y me tiró de la camiseta hasta que me quedé pegada a ella. Estaba molesta, con una mezcla de enfado, tristeza, alegría y excitación. Sus movimientos se volvieron sensuales, me apartó un mechón de los ojos, yo no me atrevía a mirarla.

—No he dejado de pensar en este momento durante mi ausencia, en el momento de morderte los labios. Cierra los ojos.

Se inclinó sobre mí, sentí su colmillo derecho morder la comisura de mi labio. Un minúsculo mordisco que activó mi lengua. La saqué tímidamente, recorrí el borde de su boca, entré en ella, dejó de morderme y nuestras lenguas bailaron al unísono. Nos seguimos besando mientras entramos en la habitación, nos besamos hasta la intoxicación, contra la puerta de la habitación, contra las cortinas y los muebles. Llegamos en la cama y ella se apartó, jadeando.

—Me vuelves loca.

Me tiró del pelo para acercarme de nuevo y unir nuestras bocas, ella me buscaba con su lengua, me exploraba a fondo. Se sentó sobre la cama y yo me senté sobre su regazo. Seguimos besándonos, aún vestidos, sobre la cama. Yo sentía que me ardía todo el cuerpo: movía mi pelvis de atrás hacia adelante para masturbarla con mi sexo, a la vez que ella me masturbaba con el suyo. Ya no había reservas, estábamos gimiendo de puro placer. Me tumbó en la cama, se inclinó sobre mí, me separó las piernas y continuó frotando su coño contra mí, aunque nuestros cuerpos seguían prisioneros bajo la ropa. Quería desvestirme, liberar nuestros sexos, pero Tessa me detuvo.

—Quiero darte un orgasmo sin quitarte ni una sola prenda. Quiero preservarte... Aún nos quedan algunos días, quiero que terminen apoteósicamente.

Tumbada sobre la cama, solo podía esperar a que actuara. Tessa no tardó en echarse sobre mí, quería que yo sintiera la humedad de su sexo, quería que yo me desbordara de placer. Su pelvis seguía moviéndose rítmicamente, con la misma cadencia del sexo, en un juego que me consumía. El ritmo se aceleró, sentía la fricción de la tela, mi sexo lubricado se hinchó, rugía y aullaba de placer.

Noté que el sexo Tessa se relajaba después de unas cuantas convulsiones. Ella también había tenido un orgasmo, pero estaba demasiado ocupada en gozar del mío para percatarme.

Era la primera vez que teníamos sexo “protegido”, aunque podíamos hacer el amor sin miedo: no me podía quedar embarazada de un vampiresa ni transmitirle ninguna enfermedad. Sin embargo, aquel juego sexual me había dado la impresión de que era una adolescente a su lado, por primera vez. Nos abrazamos y por fin perdí el miedo a hablarle.

—Tessa, ¿por qué te has ido?

—Por trabajo, tenía un asunto importante que atender que no podía esperar.

—No, por qué te has ido del salón rojo después de…

—Ah...

Un silencio sepulcral invadió la habitación.

—Vi un fantasma.

—¿Qué?

—Sé que estás al corriente de quién es Rebecca.

Estaba disfrutando con placer del maravilloso momento de pasión que acabábamos de compartir, pero la foto de su mujer, iluminada por la chimenea, me volvió a la mente. En aquel momento me había hecho sentir incómoda... como observada.

—¿Sufres por su ausencia?

—Bueno, ya pasé mi luto en su momento. Nuestra relación realmente no estaba en su mejor momento y la última vez que la vi, discutimos. Eso es difícil de llevar, el hecho de que no arreglamos nuestra relación antes de que desapareciera...

—Lo siento, no sé qué decir. —Yo nunca había tenido relaciones duraderas—. ¿Quizás nuestro... “paréntesis” ha removido tu dolor? De todos modos, pronto me iré.

Lo sabía, era un truco infantil, lo que quería era que me contestara que yo era lo mejor que le había pasado desde la ausencia de su mujer, pero Tessa era más sutil que eso, sus sentimientos eran impredecibles. Los míos se me atragantaban en la garganta, el “recuerdo” de esa mujer en el salón aquella noche me inquietaba. Estaba enfadada, dolida, pero sobre todo me sentía ridícula por estar celosa de una mujer que había desaparecido.

—Tenerte a mi lado es una experiencia nueva. Eres “mi primera humana”.

No podía haberme puesto en mi lugar de una mejor manera. Una aventura, una humana...

—¿Es eso todo lo que soy, una experiencia nueva?

—Me niego a creer que me estés haciendo esa pregunta. Eres mucho más que eso, Clary, no hace falta que lo diga, ¡no vuelvas a dudar de ello! Sammy vendrá en media hora, comienza la sorpresa.

Tessa salió de la habitación, le vi marcharse —era una imagen ya familiar— con una actitud relajada y confiada, segura de sí misma. Su frase Eres mucho más que eso, Clary resonó en mi cabeza. Ni siquiera me atrevía pensar en el momento de irme. Quería parar el tiempo, empezar de cero y que mi cautiverio fuera para toda la eternidad.


—¡Qué buena cara tiene! El regreso de Tessa le ha sentado muy bien, niña.

—Buenos días, Sammy. Sí, me sentía un poco sola.

—Lo siento, tenía instrucciones de dejarla sola, creo que ella quería que usted la echara de menos. Además, estaba enfadada con Alice, que me dijo que la había distraído un poco.

—No, no se enfade con ella, fui yo quien se lo pidió y le di pena, creo.

—¡Da igual! Bueno, tengo una maleta para usted, ¡se va de viaje!

—¿Cómo? ¡Pero no es posible!

—Con Tessa, todo es posible. Tenemos un helicóptero en la azotea, una pequeña joya de la tecnología, comprada poco después de la... desaparición. Legalmente, no puede caminar por las calles del barrio rojo, pero si va por el aire… es otra cosa.

—Pero… ¿a dónde vamos?

Sorpreeeesa! Esté preparada a las diez.

Sammy parecía tan emocionada como yo con el viaje. Mis pensamientos eran un torbellino: me había dejado sola durante una semana y ahora me secuestraba para una especie de luna de miel. Tessa y su montaña rusa emocional... En la maleta, vi dos trajes de baño y dos toallas de marca. Íbamos a nadar, ¿cómo sabía que el agua era lo que más me gustaba en el mundo? Algunos libros, un nuevo diario... Parecía hecho a mi medida. Me imaginé que nos íbamos a algún lugar lejano, en el que pudiera leer al borde de una piscina, mientras Tessa dormía a mi lado abrazándome.

—¿Está usted lista?

Alice llevaba puesto un abrigo y me esperaba en la puerta.

—¿Usted viene con nosotros, Alice?

—¿De “sujeta velas”? No, gracias; además, mis libros me echarían de menos.

—¡La echaré de menos!

—Yo también. Mucho. Tessa es muy afortunada.

Alice cogió mi maleta y sacó una cinta para vendarme los ojos.

—Lo siento, es el protocolo, es una sorpresa.

Me tendió la mano. La suya estaba menos fría que la de Tessa. Sentí que nuestra proximidad la incomodaba, parecía que la tenía algo sudorosa. Me resultó conmovedor.

—¿A dónde vamos?

—A un sitio al que Tessa nunca ha llevado a nadie.

—¡Oh, entonces se lo contaré todo!

—¡Me puede ahorrar algunos detalles! Pero no tengo nada en contra de una foto suya en bikini.

—Nunca pierde una oportunidad, ¿no?

—Me encantan las mujeres, es cierto. A menudo se me dan muy bien... Pero usted es...

Una corriente de aire frío interrumpió su frase, oí una puerta que se abría a nuestro paso.

—Ah, aquí estás, por fin. Gracias, Alice, puede irse.

Sin dedicarme una palabra de despedida, Alice se fue. El tono que Tessa había usado con ella era seco; era obvio que estaba acostumbrada a que le obedecieran.

La mano de Tessa tomó la mía con firmeza para guiarme. Subimos a la azotea y me ayudó a montarme en el helicóptero. Me entristecía el hecho de no poder quitarme la venda porque me habría gustado ver la ciudad, ubicarme, pero eso era precisamente lo que ella no quería. Se me llenaron los ojos de lágrimas al sentir el aire contra mi piel, me vino el olor de los coches, sentí el frío del invierno (la nieve no tardaría en llegar) y me estremecí al pensar que dentro de poco estaría en algún lugar cálido, en traje de baño. Mi asiento era cómodo, nunca habría pensado que un helicóptero ofreciera esa sensación de confort. Me habría encantado poder quitarme la venda para observarlo todo.

Tessa se instaló a mi derecha y entendí que iba a pilotar ella misma el aparato.

—¿Tienes más talentos ocultos?

—Hm... No sé si es talento o si más bien es cuestión de medios y sobre todo... ¡de tiempo!

Tiempo. El tiempo era un concepto muy especial para ellas. Me sentía tan diminuta y frágil a su lado... Su vida se multiplicaba, mientras que a mí me aterrorizaba pensar en todo lo que no me daría tiempo a vivir.

El vuelo duró tres o cuatro horas, o más, no lo sabía, la oscuridad me hizo perder la noción del tiempo. Hablamos de su licencia de piloto, de sus otros títulos. Tessa había hecho fortuna en varias ocasiones: había sido doctora, chef en un restaurante con estrella Michelin, dueña de casinos... Incluso mencionó a Rebecca, pero solo de pasada, para hablarme de sus problemas. Era un fantasma, sí, pero también era un mal recuerdo para ella.

Aterrizamos.

Tessa quiso agarrarme la mano y a mí me pareció muy romántico. Hacía calor, una atmósfera tropical opuesta al frío polar de la azotea de su casa. Pude oír el sonido del agua y los pájaros. Por fin me quitó la venda.

—¡Oh!

Se me escapó una exclamación de sorpresa. Estábamos en un riad oriental. Las estrellas y las velas ubicadas en todos los rincones del edificio emanaban una luz cálida y roja.

Avanzamos por un pequeño camino de arena y divisé a lo lejos una enorme piscina. Al entrar en el vestíbulo, una mujer muy alta nos esperaba con dos copas en la mano.

—Bienvenida Tessa, he encendido la sauna para usted.

—Gracias Solenne, le presento a Clary.

—Sí. Hola.

El tono de Solenne era educado y distante (una humana como compañía de un ser tan hermoso debía chocarle enormemente), pero estaba tan desorientada que ni le presté atención. Tenía que estar soñando, no podía ser verdad.

Solenne se acercó con un carrito de golf, nos montamos y ella nos condujo a una cúpula transparente. En el interior había una gran piscina y una cabaña de lujo.

—Bienvenida a la zona blanca, Tessa. Que disfrute de su estancia.

Así que estábamos en la famosa zona blanca, en la que los humanos y los vampiros podían convivir —aunque solamente la élite privilegiada, con medios económicos, ya que la estancia costaba lo mismo que mi salario anual. La cúpula y la biblioteca de Tessa estaban construidas con el mismo cristal.

Entré en la cabaña. El interior era de madera, al estilo “Robinson Crusoe”. No había ventanas, solo cortinas transparentes que revoloteaban gracias al ventilador con palas de madera que estaba colocado sobre la cama.

Abrí lo que me pareció que era un armario, para dejar mis cosas, pero resultó ser una puerta que conducía a la sauna.

—¿Te gusta?

Tessa me interrumpió. Me hallaba en plena contemplación. Yo jamás había estado en una sauna.

—Entonces, ¡vamos a inaugurarla!

Tessa estaba feliz como nunca le había visto antes. Se quitó la ropa a toda prisa y me desnudó como una niña apresurada. Casi me caí al suelo y nos reímos a carcajadas, pero una vez en la sauna, desnudos, nuestras risas dieron paso a una pasión que nos devoraba.

Tenía una manera de mirarme que me hacía sentir como si fuera su presa. Estaba de pie en la sauna, las piedras calientes hacían subir el termómetro y yo ya estaba sudando. Las perlas de sudor me caían de la frente para aterrizar sobre mi ombligo. Tessa siguió el camino de una gota al milímetro. Se humedeció los labios con la lengua, sabía que me iba a sorprender. Esperé. Empezó a acariciarse el sexo y continuó durante un rato. Yo le observaba, me moría de ganas, estaba totalmente excitada. Era consciente de que eran mis últimos días con ella y quería darlo todo.

—Túmbate —le dije.

—¿Ahora me das órdenes, Clary?

—Es un consejo.

Tessa, sorprendida por mi nuevo tono, se tumbó sobre el banco de madera de la sauna. Me puse delante de ella y empecé a masajearle los tobillos. Mis manos subieron por sus piernas y me detuve en sus muslos. Su sexo estaba mojado, pero quería exasperarla, sacarla de quicio, dejarla rendida. Mi boca se paseó por su muslo, le lamí, le mordí y me levanté para admirarla. Satisfecha, volví a mi tarea, mi lengua se tensó, mi cabeza estaba ahora entre sus muslos, pero sin llegar nunca a tocar su sexo. Ella suspiraba, se quejaba y elevó la pelvis para que, por fin, besara su sexo.

Me sentía como una mujer nueva. Por primera vez, llevaba el control. Mis manos húmedas empezaron a jugar en su entrada. Era suave y estaba lleno de fluidos, me encargué de acariciarle cada vez con más firmeza. Era mía, estaba en mis manos y hacía lo que quería.

Tessa me leyó la mente, me miró fijamente con sus ojos color esmeralda y, como si quisiera recuperar el control, se puso en pie abruptamente, me cogió por la cintura y me colocó de rodillas en el suelo. Dejé escapar un grito de sorpresa y sentí su mano dándome un azote sobre la nalga derecha. Nunca había entendido por qué la gente se azotaba durante el sexo, pero al sentir cómo se contraía mi vagina con el golpe, lo comprendí perfectamente.

—Quiero ponerte el culo rojo.

Otra palmada me sacudió las nalgas. Después, Tessa me penetró con sus dedos, ya estaba en mí. Su mano me sujetaban para mantener  mi cuerpo quieto. Era incapaz de emitir ningún sonido. Cerré los ojos para disfrutar al máximo del momento, ella se deslizaba en mí, estaba empapada, sus dedos se abrían paso en mí  y me volvía loca. Mi cuerpo explotó, una de sus movimientos circulares me hizo soltar un grito agudo, me agarró del pelo y tiró de él con fuerza para liberar mi clamor. No tardó mucho más en unirse a mí en esa locura atronadora.

Rojos y empapados, nos echamos uno sobre el otro. Tessa sugirió ir a nadar. El contacto con el agua fresca en mi cuerpo me dio la sensación de estar en el paraíso.

Día 27, 19:10

El viaje con Tessa ha sido como una luna de miel. Nuestros paseos nocturnos terminaban siempre en ardientes caricias. Tessa era muy protectora, nunca me dejaba sola. Me cubría de besos y hablábamos de todo.

¿Qué voy a hacer sin ella? ¿Seguir adelante, esconder lo que ha sucedido, lo que ha nacido en el fondo de mi corazón? Estoy haciendo la maleta, Alice me acompañará a casa. No quiero dejar a esta gente. Siento que tengo de nuevo el derecho a una familia, este mes ha sido como una segunda oportunidad para mí. ¿De verdad ha llegado el momento de volver al bar mugriento de Joey y a mi habitación minúscula? He probado lo que es una vida mágica y siento que estoy a punto de despertar de mi sueño, y me asusta. No he visto a Tessa durante todo el día. No me dirá “adiós”, tal vez para ella esto también sea muy difícil.

Solo me quedaba esperar lo más tranquilamente posible, con la maleta ya hecha y el corazón en la boca. Pero de repente Tessa entró en la habitación sin aliento.

—No pensaba que te volvería a ver —le dije, desconcertada.

—No debería haberte dicho que te tenías que ir.

—Pero es así…

Me eché a llorar porque no me creía lo que acababa de decir, ni por un segundo. Tessa me tomó en sus brazos y me cubrió de besos.

—¿Y si no dejara que te marcharas esta tarde? Digamos que no puedo encontrar las llaves de la entrada. Se te pasa la hora en la que tienes permiso para salir…y tendría que cuidar de ti un mes más… qué pena, ¿no?

—Tú...

—No, no estoy bromeando. No quiero que te vayas, eres nuestro rayo de sol. Alice me habló de tu proyecto de escribir un libro sobre nosotros. Has visto la biblioteca, sabes que este tipo de trabajo me apasiona y lo patrocino. Digamos que sería tu mecenas y por la noche cuando...

¿Cómo no iba a saltar a sus brazos? Estuvimos dándonos mimos toda una eternidad, hasta que Sammy entró en la habitación sin llamar, lo cual nos sorprendió porque un gesto tan brusco no era habitual en ella. Parecía angustiada, se disculpó y nos miró en silencio, apenada. Era evidente que acababa de recibir un shock.

—¿Sammy? —le preguntó amablemente Tessa.

—Señora, venga conmigo. Clary, cielo, si no le importa, quédese aquí, por favor.

Me pregunté qué podía haber sucedido que fuera tan grave. En realidad me daba igual, me iba a quedar y con una buena razón, no me importaba nada más.

Transcurrió más de una hora. Oía voces pero no me atrevía a salir. Decidí recolocar mis cosas, escribir y pensar en el libro que quería escribir. Pasaron dos horas, luego tres, luego cinco. Tenía hambre. Oí una risa, la de Tessa. Si se reía es que la tormenta había pasado, así que decidí salir.

Avancé por el pasillo de puntillas, guiada por los ruidos. Me sentía como una niña jugando a espiar a los adultos. No sabía de qué tenía miedo, pero me sudaban las manos. Oía a Sammy llorar y luego reír. No entendía nada.

Estaban en el salón rojo.

Llamé a la puerta y se hizo el silencio. Un silencio pesado e incómodo. Estaba a punto de dar media vuelta, avergonzada, cuando se abrió la puerta.

—¿Quién es?

Era una mujer pelirroja muy alta, debía medir más de metro ochenta. Su cabello resplandecía y sus ojos me taladraban. Vi a Tessa en el sofá, con la cabeza entre las manos. Miré de nuevo a la hermosa mujer, que empezaba a impacientarse por obtener una respuesta. El salón rojo de repente me pareció negro. Sammy miraba hacia otro lado, Aliceme miraba fijamente con una expresión compungida... y lo entendí todo.

—Soy Clary. Estoy trabajando en un libro sobre nuestras dos especies y Tessa me está ayudando. Estoy alojada en la habitación de invitados.

Tessa se puso en pie y me interrumpió.

—Clary, le presento a Rebecca, mi esposa.

Tuve que tragar saliva porque me estaba mareando. Cuando la despampanante pelirroja me sonrió con todos sus afilados colmillos y puso sus largas manos alrededor de Tessa, mi corazón dio un vuelco. Necesité todas mis fuerzas para no soltar un sollozo. El reloj anunció en ese momento las cinco. Ya era demasiado tarde para irme. Los ojos de Tessa me suplicaban que no creara problemas.

Volví a mi habitación, desorientada. Apenas podía mantenerme en pie, tuve que apoyarme en la pared del pasillo. Ya no tenía ni hambre ni sed, me sentía vacía.

Sentada en la cama, cerré los ojos para intentar verlo todo con más claridad. ¿Cómo podía haberme metido en semejante lío? Gabriel estaba con su mujer “desaparecida”, que no había muerto. ¡La “desaparecida” había reaparecido! Estaba como loca de rabia pero, a la vez, las imágenes de todos los encuentros con Tessa aparecían como fogonazos ante mis ojos.

Y me di cuenta.

Su esposa.Tessa. Yo... bajo el mismo techo. Era demasiado tarde para dar marcha atrás, no podía ni tampoco quería borrar lo que había sucedido. Y, de todos modos, tenía que permanecer otro mes en aquella casa. Nunca había luchado por nada, nunca había tenido una razón... Hasta ese día, ese día por fin tenía una y se llamaba Tessa.

Sienna Lloyd