Bite me III

La autora de este libro es Sienna Lloyd, gracias por seguir leyendo y enviando comentarios. Espero que os guste la tercera entrega

Sienna Lloyd

Me arreglé todo lo que pude para estar a la altura de Tessa. Me incomodaba muchísimo la idea de conocer a esas personas, que ya suponía que no serían “como yo”. Me peiné, me maquillé y me puse una crema con un delicado perfume de caramelo. Tenía que estar preparada físicamente, segura de mí misma. Tessa me hacía sentir como una mujer y ante el espejo me encontré bastante bella. Alguien llamó a la puerta y la abrí llena de confianza. Era Alice.

—Las invitadas de la señora Tessa están en el salón rojo y la están esperando.

Mi seguridad se desvaneció y seguí a Alice con la cabeza baja y las manos detrás de la espalda. Antes de abrir la puerta de cristal de la sala, se dio la vuelta y me dijo:

—Está espectacular, señorita Clary. De verdad.

Un elogio de una mujer tan atractiva como Alice siempre sentaba bien. Entré al salón con las mejillas sonrojadas por su halago.

Había dos parejas. La mujer más cercana a mí era rubia y delgada, parecía una bailarina del Bolshoi. Su vestido acentuaba una figura esbelta y exponía su espalda desnuda de porcelana. Su nombre era Sylvia. Su compañera, Elle, era un poco más baja y estaba cuadrada. Lucia una melena  recogida en un moño y cogía a su novia por la cintura, con ademán orgulloso y en gesto protector. La segunda de las parejas era igualmente deslumbrante. La joven debía tener “mi edad”, era una bella asiática con el pelo negro y grueso, pequeña, menuda, vestida con una minifalda muy corta y botas hasta el muslo. Su mujer era un mestizo de rara belleza, sus ojos verdes contrastaban con su piel oscura. Cerca de la chimenea estaba Tessa, mi Tessa. Vi que mi vestido no le decepcionaba y descubrí que sus enormes ojos relucían con un brillo inusitado.

Todas fueron muy agradables y atentas conmigo y, a medida que corría el vino, me sentía cada vez más cómoda. La conversación era ligera, las anécdotas abundaban y todo el mundo se cuidó mucho de evitar cualquier mención de la crisis de la sangre. Aquellas personas no habían tenido la misma vida que yo: hablaban de viajes, acontecimientos históricos... No pude por menos que sobresaltarme cuando Tessa evocó los felices años veinte o la Exposición Universal de 1901.

La temperatura subió de golpe cuando Tessa se sentó a mi lado en el sofá para tenerme más cerca, mientras la joven asiática, Élisa, hablaba de su última aventura en Chile. Ella jugaba en la penumbra y colocó su mano sobre mi espalda. Sentí sus dedos danzar a través de la tela de mi vestido y dibujar arabescos. De repente me clavó las uñas y presentí con excitación qué me deparaba la noche. Un escalofrío me recorrió la entrepierna y apreté las rodillas.

—¿Les mostramos nuestra última postura? —preguntó Élisa.

—Oh, sí, aún no me he recuperado de nuestra última reunión, Élisa, qué flexibilidad, seguro que Evangeline lo sabe aprecia¬r —respondió con picardía Sylvia, la guapa rubia.

Ante mis ojos interrogantes, Tessa colocó su mano sobre la mía.

—Jugamos a menudo a “las ligaduras de algodón”. Fue durante un viaje al Japón, el mismo en que conocimos a Élisa, cuando descubrimos el bondage .

—¡Atarse es todo un arte! —exclamó alegremente Élisa.

—Desde entonces, nos reunimos con regularidad para mejorar nuestra técnica. Yo he aportado los dibujos.

—No lo entiendo... ¿Juegan a atarse?

—Sí. Básicamente, sí. Mire.

Élisa me pasó una caja revestida en cuero, la abrí y descubrí diez dibujos a carboncillo de Sylvia, majestuosa, con las manos atadas y suspendida de una viga. La mano de Tessa bajó por mi muslo, me apretó y yo volví a estremecerme. Una de las imágenes de Élisa me perturbó sobremanera. La joven, tan alegre en la velada, aparecía con un aire solemne, como una estatua rebosante de sensualidad. Tumbada sobre una alfombra, tenía los ojos cerrados, en una postura de ofrecimiento.

—¿Quién ha dibujado esto?

—Tessa. Es hermoso, ¿verdad?

—Maravilloso. No conocía este talento tuyo.

No sé si se trataba del vino o del ambiente cálido y sexy del salón rojo, pero de repente deseé ser la mujer dibujada.

—Yo nunca podría hacer eso —dije, a pesar de mi oculto deseo.

—Oh, sí.

Tessa lanzó una interjección como si fuera una orden y me dio la impresión de que estábamos solos. Le dediqué una tímida sonrisa.

—Amigas, ha llegado el momento, creo —dijo Tessa, mirando el impresionante reloj suizo.

Se fueron inmediatamente y me encontré a solas con ella en el salón rojo.

Tessa avanzó hacia mí con una silla tapizada de terciopelo en la mano. Me pidió que la montara como si fuera un fiel corcel. Yo obedecí sin pudor, motivada por una repentina confianza en mí misma. Me desabroché el vestido, me quité el sujetador y me quedé solo con las bragas y las medias.

Tessa cogió entonces una cuerda gruesa pero suave y comenzó a atarme los pies a los de la silla. Yo sentía el control de sus acciones. ¿A cuántas mujeres habría atado? Fue a buscar otra cuerda, más larga y, sin quitarme los ojos de encima, dio dos vueltas alrededor de mis pechos para aprisionarlos. Ató los cabos uniendo mis manos a la espalda. No podía mover las piernas, tan solo podía esperar y ya estaba empapada de excitación.

—Me apetece pasar la lengua sobre tu sexo, pero no te lo mereces.

La mirada de Tessa ya se había vuelto animal, era el momento en el que la veía transformarse. Cuando ella me deseaba, me parecía que se hacía más alta, más grande e imponente. Sus ojos verdes se ensombrecieron y pude adivinar los abusos a los que deseaba someterme.

A horcajadas en la silla, con los pechos apretados, el sexo cubierto por mis bragas rojas, las manos atadas... esperaba a sentir cómo el frío se apoderaba de mí.

—¿Te han gustado los dibujos?

Las manos frías de Tessa me hacían cosquillas en los pezones tensos. Luego los liberó.

Me susurraba al oído mientras pasaba la lengua por mi oreja. Sus besos desencadenaban en mí una suave ola de calor, no sabía cómo Tessa conseguía siempre ser tan preciso. Dirigía mi placer con confianza, sin equivocarse jamás.

Me metió su dedo índice en la boca y me ordenó que lo lamiera. Le chupé ansiosamente el dedo, pero lo sacó bruscamente y hurgó en la tela roja de algodón de mis bragas, hundiéndose en mí. Mi sexo abierto recibió esa repentina intromisión con sumo placer. Sentí una descarga eléctrica en mi cuerpo que me impidió hablar y me agité como pude sobre la silla.

—Te has pasado la noche coqueteando con todas las mujeres. Creo que te mereces lo que ahora te va a pasar.

—No, no he flirteado con otras mujeres, apenas les he hablado,Tessa.

—No te burles de mí, Clary. Mientras Elle te hablaba, te vi separar un poco las piernas y pestañear seductoramente. Eres mía.

Me di cuenta de que Tessa hablaba en serio, pero creí que quería jugar, arrinconarme para poder hacérmelo a su manera. Esa noche, sentía que el sexo sería intenso y violento, y quería descubrir su lado oscuro.

¿Había coqueteado sin querer con Elle? No lo creía, pero a Tessa no le importaba la verdad. Ella solo deseaba una cosa: castigarme.

—Quizás he sido demasiado fresca... Lo lamento sinceramente, Tessa. La velada ha sido genial, he bebido demasiado.

Ella agarró mi silla con un brazo y la colocó delante del sofá. Se sentó y la inclinó hacia adelante. Mi cara quedó a dos centímetros de su sexo mojado y listo para recibir mi lengua. Yo estaba en equilibrio y me daba vértigo. Iba de adelante atrás, columpiándome entre sus muslos.

—Quiero que me la comas, que te la devores. Quiero que te llene la boca de jugos aunque te ahogues y que no pares hasta que yo te lo ordene.

Las rudas palabras de Tessa me hacían temblar de deseo. Tessa era una maga que me había convertido en una amante dispuesta a hacer cualquier cosa. Bajé como pude sus bragas con los dientes y empecé a degustar su sexo. Mi lengua trabajaba incesantemente, mis movimientos seguían un ritmo y su sexo palpitaba en mi boca. Apenas podía respirar y estaba roja. Abrí los muslos como pude, mi sexo exigía su turno. Ya no podía más, entonces sacó de su bolsillo una navaja suiza y con tres movimientos rápidos cortó los nudos de mis piernas. Mis bragas rojas cayeron al suelo, como una bandera en el campo de batalla. Mis manos seguían atadas a mi espalda, pero estaba libre sobre la silla. Ella se reacomodó en el sofá y tiró de la cuerda para atraerme a ella, como se tira de la correa de un perro desobediente. Me acerqué con actitud orgullosa y me senté sobre su brillante sexo.

Era la primera vez que dominaba en altura a Tessa. Pero sus ojos oscuros y mis brazos atados me recordaran que solo obedecía. Me sacudía sobre ella como si en ello me fuese la vida, me rozaba el clítoris profundamente, sentía que perdería la poca cordura que tenía, era una tortura deliciosa. Me mordió los pechos, hizo un movimiento violentamente y después se ralentizó para darme pequeños azotes en las nalgas, que me ardían.

—Eres mía.

Quería morderla, pero todo lo que salía de mi boca eran disculpas por mi comportamiento coqueto.

—Perdón. Sí, soy tuya. Hasta lo más profundo. Dentro de mí, somos uno. Perdón, sigue moviéndote, soy tuya.

Elevó mi pelvis, solo para decirme qua ahora seria más violenta y que  ya iba a correrse. Inspiró y empezó a mover a tal velocidad, tan fuerte, que, en mitad de mi grito, me invadió un orgasmo. No me quedaba aliento, Tessa hundió sus uñas en mi espalda y gritó. Sentí nuestros fluidos se unían. Los ecos de mi orgasmo todavía me sacudían unos minutos más tarde. Tessa se quedó callada, acariciándome el pelo, en un momento cómplice, tierno y eterno. Deshizo los nudos de mis manos y me estiré como un gato, con una sonrisa en los labios, que ella respondió con un guiño. Recorrió con la mirada la habitación calmadamente y, de repente, como si hubiera visto un fantasma, se tensó.

—Te tengo que dejar. Buenas noches, Clary. ¡Hasta pronto!

—Hasta pronto.

¿Por qué, después de tanto placer, Tessa arruinaba el vínculo que estábamos creando con esa actitud gélida? Me puse triste. Extendí una gran colcha escocesa junto a la chimenea y me quedé ante las brasas, tratando de entender a mi vampiresa. Recorrí la sala con la mirada y encontré una foto que me llamó la atención. Era ELLA, la esposa de Tessa, posando mientras se reía, mirando orgullosa al fotógrafo. Su belleza era impresionante. Pelirroja, con el pelo rizado, los ojos enormes... ¿quién podía competir con su recuerdo? Tessa me ofrecía su cuerpo con intensidad y gozaba hasta perder su frialdad, pero no me ofrecía nada más. Eso tenía que cambiar.

Día 16, 16:10

Hace seis días que no veo a Tessa, desde nuestro intenso encuentro sexual en el salón rojo y su precipitada salida. Ha desaparecido.

El primer día, no presté atención a su ausencia, estaba convencida de que vendría por la noche a hacerme una pequeña visita. Me pasé el día escribiendo sobre mí, sobre ella, sobre la crisis de la sangre... En este lugar estoy descubriendo el placer de la palabra escrita; de mi aislamiento nace un nuevo deseo: recoger mis vivencias.

Dos, tres… hasta seis días de ausencia lleva. ¿Estará de viaje? ¿Qué está haciendo? Intento sonsacarle algo a Sammy al respecto, pero la fiel ama de llaves no traiciona a su señora.

Presioné el botón de servicio. No necesitaba nada, solo quería ver a alguien, tener un contacto personal. Alice llegó en un minuto.

—¿Qué puedo ofrecerle, Clary?

—Respuestas.

—¡Haga su pregunta, entonces!

—De acuerdo. ¿Qué me propone para despejarme un poco? Si paso otro día sola, voy a terminar hablándole a los zapatos.

—Ja, ja. Comprendo. ¡Vayamos a dar un paseo!

—¿Fuera?

—No, no puedo permitirlo. Sin embargo, la casa es lo suficientemente grande como para dar un buen paseo de media hora.

¡Un poco de espacio por fin! Me dieron ganas de saltar de alegría. Dejé el diario sobre la mesita de noche, me puse los zapatos y cerré la puerta de mi jaula de oro. No había visto el sol ni respirado aire fresco desde hacía semanas, pero la idea de descubrir nuevos lugares me deleitaba.

Un pasillo, mi baño, otro pasillo, la entrada principal, la cocina, el salón rojo... Iba a la conquista de nuevos espacios. Alice abrió una puertecita verde, avanzamos por un largo pasillo y entramos en una enorme biblioteca.

—Le presento mi habitación favorita.

Los ojos risueños de Alice me miraban con amabilidad y respeto. Me sorprendió descubrir que sus ojos eran de un color entre azul y gris, por lo que no debía pertenecer a la misma especie que Sammy, Tessa y sus amigas. No era menos hermosa, simplemente sus rasgos no eran tan perfectos. Su nariz tenía mucha personalidad, me recordaba a la de mi madre, y sus manos eran grandes y finas. Me sentía minúscula a su lado, pero no me daba ningún temor por la dulzura de su carácter.

—Me parece un lugar increíble. Esta habitación me parece tan luminosa, con el resto de la casa tan oscuro... El cristal opaco permite que la luz penetre, pero en la justa medida para que no nos haga daño. Con todos estos libros, es como la sala del tesoro.

—¡Creo que quiero pasar aquí el tiempo que me queda de encierro!

—No tiene derecho. Es mi lugar preferido.

—Compártalo conmigo.

—No me tiente.

Me guiñó un ojo. No sé si era la ausencia de Tessa lo que me empujaba a acercarme a otra mujer o, simplemente, que Alice era una mujer joven que me atraía. Pero estaba cómoda con ella y, lo más importante, me sentía yo misma.

—Usted es diferente.

Alice bajó la mirada. Echó un vistazo a su alrededor y se desabrochó el primer botón de la camisa, dejando al descubierto dos pequeñas cicatrices redondas.

—Soy una “mordida”.

—Oh, lo siento.

—No lo sienta, fue decisión mía. Ocurrió hace cuarenta y seis años, yo era una periodista ambiciosa que investigaba leyendas urbanas: hombres lobo, brujas... y vampiros. Descubrí la identidad de Tessa. Podía haberme matado, pero es una buena mujer, me dio la oportunidad de unirme a ella y hacer grandes cosas a su lado. Acepté.

Oh, Tessa... Todo lo que me cuentan de ella es siempre tan agradable. La echo tanto de menos, ¿por qué no está aquí? Tengo tantas ganas de estar en sus brazos.

—¿La echa en falta?

—Me siento un poco desatendida, la verdad... Bueno, ¿cuáles son esas grandes cosas que hace usted para Tessa?

Alice me señaló a su alrededor.

—Me ocupo de los libros, al menos del patrimonio literario de la casa. Todo lo que se publica, lo resumo y lo clasifico. Viajo y adquiero muchas obras. Colecciono... ya que vamos a estar aquí durante mucho tiempo.

—¿Es usted feliz?

—¿Me está haciendo una entrevista?

—Quizás. Compréndame, me encuentro aquí, lejos de todo lo que me resulta familiar, he conocido a vampiros, me siento cercana a Sammy, a Tessa y, bueno, también a usted; pero me da la impresión de que me dan la información con cuentagotas.

—Eso es porque para nosotras la noción del tiempo no es esencial. Las cosas se hacen despacio. Dedico esta vida a conservar las huellas del pasado, eso me apasiona. Ni siquiera yo misma comprendo aún la dimensión completa de mi nueva identidad, pero esa es mi misión.

—¿Ha perdido su vida privada de golpe?

—¡He ganado muchas aventuras de golpe!

Me hizo sonrojar. Le veía como una mujer segura de sí misma y divertida, pero ese comentario me pareció una insinuación sexual que me hizo pensar, de nuevo, en Tessa.

—¿Puedo hacerle una última pregunta?

Alice me miró y sonrió.

—Regresa esta misma noche. Ha tenido que ausentarse, pero la verá pronto —contestó antes de darme tiempo a formular mi pregunta.

Di un salto para abrazar a la mensajera de las buenas noticias, en un gesto no calculado, bajo el impulso de la alegría. Iba a ver a Tessa. Por fin.

A pesar de las pesadas cortinas cerradas, tenía la impresión de que el sol brillaba en mi habitación. Encendí la radio, vestigio de mi habitación de estudiante, y me puse a bailar cuando sonó Donna Summer cantando “Last dance”. Se me olvidó la espera, su fría despedida, olvidé la soledad, la ira, el miedo, el abandono... Iba a volver pronto y quería sorprenderle.

Observé la estancia y decidí cambiar la disposición de los muebles. Cambié de lugar todos los cuadros de las paredes y moví la alfombra que inicialmente estaba bajo el mueble con espejo del cuarto de baño. Me sentía como en casa, con todas mis cosas y con la foto de mis padres. Me puse mis vaqueros de la suerte, los que mejor me quedaban, y una camiseta blanca amplia, un poco transparente. Sabía que a Tessa le gustaban las transparencias, así que dejé que mis senos, firmes y orgullosos, se movieran libres bajo la tela de algodón.

Alguien llamó a la puerta. Tessa nunca llamaba, por lo que me relajé y acudí a abrir despreocupada, segura de que sería Sammy con la cena. Me encontré cara a cara con una bandeja y al levantar la cabeza…