Bite me II

Gracias, por los comentarios recibidos =). Espero que les guste la segunda entrega.

Día 1, 18:30

No sé cuánto tiempo me llevó poder salir del baño, pero me quedé allí al menos una hora. Me temblaban las piernas, hacer el amor con ella tenía un efecto maratoniano. Mi cuerpo nunca había sentido semejante bienestar. Llevaba cicatrices nuevas, las del placer: mordiscos, arañazos y el pelo hecho un desastre.

El recuerdo fresco de nuestros cuerpos fundidos me hace revivir el deseo. Estoy tan avergonzada… Me acuerdo de la sensación de cuando hacía algo prohibido de pequeña, como comer chocolate a escondidas. ¿Me habría drogado Sammy con el té? Me siento como una adicta, quiero más de Tessa, más lejos, más fuerte, más violentamente. Mi vientre arde y estoy agotada. Debería intentar dormir.

Día 10, 9:25

Esta mañana, Tessa me escribió una nota y la dejó sobre la mesita de noche: quiere que cenemos juntos y tengo que vestirme para la ocasión de manera elegante y sexy . Tessa es una dama , ella siempre está elegante y sexy , pero en su caso es algo natural. Es como si no le costara ningún esfuerzo ser mejor del prototipo con el que siempre he soñado. Parece que ni ella ni Sammy son conscientes de su belleza o de la belleza de los objetos que amueblan su suntuoso hogar. Ambas tienen esa gracia de la gente de alta cuna. No son ni pretenciosas ni arrogantes, sino que siempre se muestran educadas y atentas conmigo, además de generosas. Cada vez tengo menos sensación de estar prisionera, los días pasan y me siento casi afortunada de encontrarme aquí. Mi asombro por los maravillosos objetos que me rodean no cesa y mi corazón se acelera cada vez que Tessa me devora con su enigmática mirada.

Estaba encantada de arreglarme para aquella noche, porque la verdad era que entre las idas y venidas de Tessa (que me dejaba desnuda la mayor parte de las veces) y la poca ropa que Sammy me había prestado (demasiado pequeña para mí), no tenía mucho que ponerme. Eso me hacía sentir incómoda, porque todo era tan hermoso, tan refinado en esa casa... Tenía la desagradable sensación de deslucir a su lado y de no saber estar en mi lugar.

Sammy entró en la habitación para avisarme de que un paquete dirigido a mi nombre me esperaba en el vestíbulo. Día a día, había establecido ciertas rutinas con aquella pensativa mujer que cada mañana me servía un té aromático y unas galletas tan deliciosas que me parecían un manjar digno de los dioses.

¿Un paquete?

Llevaba diez días allí y pensé que tal vez alguien había descubierto mi escondite... La curiosidad me sacó de la cama de un salto y llegué al vestíbulo sin aliento, vestida con una bata de seda japonesa que Magda me había prestado. Aún no había podido explorar toda la casa de Tessa, ya que el médico me había pedido que no caminara demasiado mientras mi rodilla se recuperaba. Sammy venía a visitarme durante el día y por la noche Tessa aparecía cuando le placía, para hablar, contemplarme o hacerme el amor, sin revelar jamás ni el más mínimo atisbo de su estado de ánimo. Cuando ellas no estaban allí, tenía un único deseo: dormir, descansar de ella, de nosotras; pero sobre todo escribir lo que estaba sucediendo. Aún me preguntaba si todo aquello era real y mi pequeño diario dorado era mi único testimonio.

Tessa... cuando releía mi diario, me daba cuenta de hasta qué punto era omnipresente. Cuando ella estaba allí, al acto me sonrojaba, me sudaban las manos, farfullaba. En vez de ser menos tímida, dado nuestro nivel de intimidad, cada vez era como si de la primera se tratase. No sabía si era “amor”, pero podía dar fe de que aquel sentimiento casaba a la perfección con la definición de atracción. Ella lograba despertar a la mujer seductora que había en mí, sin miedo a nada y con ganas de más. Y cuando ellal estaba en mí, en lo más profundo de mi ser, me sentía en mi plenitud. Sin embargo, nuestra relación no estaba equilibrada: Tessa ordenaba y yo obedecía. No tenía experiencia para dirigir el baile, pero me desquiciaba obedecerla sin rechistar en ningún momento.

La noche anterior, por ejemplo, había sido especialmente agotadora debido a las exigencias de mi “maestra”. Sin ir más lejos, aquella misma mañana me había dejado sobre la almohada un pequeño paquete. Cuando lo abrí, encontré una máscara de satén envuelta en un pañuelo de seda. En una pequeña tarjeta nacarada al extremo de una cinta se leía: Que se haga la oscuridad . Esbocé una sonrisa, esas órdenes tan concisas eran tan típicas de ella… Me puse la máscara sobre los ojos, sumisa, dispuesta a recibir lo que la voluntad de Tessa, me deparara.

La corriente de aire frío, ya familiar, me indicó que Tessa estaba en la habitación, pero no pronunció ni una palabra. La llamé para romper el silencio, inmersa en la oscuridad, incapaz de ver si estaba allí, y esperé una señal. Sentí su presencia, su mirada posada en mí, pero (aparte de que la habitación se había enfriado notablemente) no había indicios de que ella estuviera a mi lado. Me acosté, aparté las sábanas que protegían mi cuerpo desnudo y esperé. Pensaba que así le tendía una trampa, que dispuesta de ese modo para ella, se  abrazaría a mí. Pero nada. Eso era lo que más me molestaba de ella, que todas mis iniciativas para conseguir que hiciera lo que YO deseaba terminaran en un rotundo fracaso. Así que separé las piernas y mi pie chocó con lo que entendí que era su cadera. En la oscuridad, me imaginé la escena: ella estaría sentada en la cama, mirando, dispuesta a devorarme cuando ELLA así lo decidiera.

Esa sencilla imagen en mi cabeza dio lugar a un aluvión de deseos que se me atragantaron en la garganta. El aluvión se aceleró, creció y se apoderó de mis venas para terminar entre mis piernas. Era difícil descubrir el placer y tratar de domarlo a merced de una desconocida... Pero tenía que ingeniar alguna astucia para sacarla de su guarida, así que abrí un poco más las piernas. El ambiente de la estancia era electrizante y estaba cargado con un denso silencio rebosante de deseo.

Fueron mis manos las primeras en romper el hielo y empecé a acariciarme. Con una mano, separaba mis labios; con la otra, jugaba a excitarme. Me lamí los dedos para deslizarlos sobre ese monte rojo, hinchado de deseo. El placer me hizo arquear la espalda, aguantando el equilibrio para poder penetrarme. Gracias a mi ceguera, podía descubrir más intensamente mi propio sexo, que apenas conocía: los pequeños labios apretados protegidos por sus hermanos mayores, redondos, brillantes por la humedad. Quería tocarlo todo, presionaba, frotaba, me deslizaba y sentía mi pulso furioso. Finalmente, percibí su respiración. No había duda de que estaba allí y que el espectáculo que le ofrecía, según entendía por sus jadeos, la satisfacía.

Envalentonada por ese estímulo tácito, me di la vuelta para ponerme en cuclillas. Mis dedos empapados reencontraron el camino a mi sexo, cuya visión le ofrecía por completo. Mi sexo rojo, mi ano apretado, mis nalgas rosadas... Ella podía verlo todo, tenerlo todo y yo sentía sus ojos escrutándome. Me imaginaba que se acercaba y se hundía en mi sexo, como nunca antes nadie lo había hecho. Ese último pensamiento aumentó mi excitación, aprisioné mi clítoris entre mis dedos húmedos para hacerle vivir un castigo final, lo apreté con firmeza y liberé mi orgasmo, en silencio. Nunca jamás me había masturbado y ese orgasmo tenía un punto de vergüenza.

Jadeando en la cama, todavía con los ojos vendados, me había corrido sin penetración...

Me quedé pensando: ¿Por qué no ha intervenido, no estoy a la altura? Era la primera vez que no me tocaba y aunque le hubiera excitado esa fantasía voyerista, yo la había echado de menos. A ella, a sus manos, a su sexo... y a su potencia, que me hacía someterme y reclamar más. ¿Le habría gustado, al menos?


El paquete estaba colocado sobre la mesa ovalada de nogal, iluminado por la gran araña de cristal de la entrada. Tenía muchísima curiosidad por descubrir su contenido. Sammy me había seguido para decirme que había dejado sobre la cama el vestido que “la señora Tessa” quería que me pusiera para la cena.

—Ya verá, es una preciosidad, yo le ayudé a elegirlo.

—¿Vamos a hacer algo especial esta noche? Tessa  me dejó una nota misteriosa.

—¡Ya lleva diez días aquí! ¡Es una buena oportunidad para inaugurar el salón rojo!

—¿El salón rojo?

—La Sra. Tessa quería tener un salón para celebrar cenas, pero sin el ambiente excesivamente ceremonial del comedor. Cambia los muebles cada año. Después, los donamos a organizaciones benéficas humanas, aunque nadie nunca nos los agradece.

Me olvidaba, me olvidaba una y otra vez de con quién estaba. Los vampiros se parecen tanto a nosotros, aparte de los ojos y los colmillos, que ninguna otra cosa desvela su naturaleza. Aún no había hablado de ello con Tessa y quería saber más. Mi curiosidad me consumía. Ya no me sentía amenazada por un mordisco mortal, aunque todavía seguía sin saber nada acerca de ellos. Esas riquezas acumuladas me mareaban, ¿renovar el salón cada año? ¡Qué idea tan excéntrica! ¿Por qué eran tan ricos? Tessa llevaba un vestido nuevo en cada una de sus apariciones, ¿de qué trabajaba? Sammy, por su parte, no tenía nada que envidiar a Coco Chanel. Y luego estaba el tema de la edad: en todos los retratos, fueran de la época que fueran, Tessa tenía la misma cara, la de una mujer de unos 25 años, pero ¿por qué Sammy parecía un poco mayor, si ella también era inmortal?

—¿Le apetece tomar un aperitivo en la cocina conmigo, mientras preparo la cena de esta noche?

—Me encantaría, me siento un poco...

—¿Sola?

—Sí.

—Es normal, cielo. Lleve sus nuevas adquisiciones a la habitación, vuelva en media hora y hablaremos de todo lo que a usted le plazca.

—Gracias, Sammy.

¿Acaso me leía el pensamiento? El paquete en cuestión era demasiado pesado para mí y de repente Sammy se puso a canturrear:

—¿Aliiiice? ¿Alice?

Una mujer muy guapa, rubia y que por lo menos medía un metro y noventa entró en el vestíbulo. El carisma de Charles era desbordante, era el tipo de persona con la que te cruzas una sola vez y que ya reconoces de por vida.

—Alice, te presento a la famosa Clary, ¿le puedes echar una mano con esta caja?

Alice me dirigió una gran sonrisa y me invitó a seguirla. Me di cuenta de que estaba un poco desvestida para ese primer encuentro. Madre mía, ¿cuántas personas había en aquella casa? Había sido una ingenua al pensar que éramos solo nosotras tres. A veces oía pasos arriba y voces, pero nunca había visto a nadie.

Alice dejó el paquete y salió de la habitación, sonriéndome. Sola en la habitación, abrí la caja y descubrí objetos que me pertenecían. ¿Cómo los había conseguido Tessa? Me sentí eufórica al reencontrarme con mi ropa, mi libro favorito, mi perfume. Al respirar el olor del pasado se me encogió el corazón. No me sentía en absoluto desgraciada, aunque no era libre. Encontré un sobre, enterrado al fondo de la caja, que iba dirigido a mí:

QueridaClary:

Dada tu imposibilidad para volver a casa de momento, me he visto en la obligación de mover algunos hilos para conseguir integrar un pedazo de tu hogar en el mío. El espectáculo que me ofreciste anoche me tiene obsesionada y estoy ansioso por verte con el vestido que he elegido para ti. Ponte medias, nos harán falta. Tengo ganas de tus pechos. Hasta esta noche, T.

La carta tuvo en mí el efecto de una bomba y reavivó las cenizas. Tessa, con sus palabras y su actitud, parecía estar recordándome en todo momento que, en el fondo, nunca estaría mejor que ahí. Tengo ganas de tus pechos , me bastó una mirada fugaz y los dos interesados se enderezaron con orgullo bajo mi camisón. Los acaricié, pensativa.

Observé la gran funda que cubría la cama y llevaba las iniciales grabadas en plata de una casa francesa de alta costura. Ahí estaba el famoso vestido elegido por Tessa. Al bajar la cremallera, pensé en el momento en que ella me desnudaría y me estremecí. El vestido era una maravilla, la primera impresión denotaba sencillez (era negro y sobrio), pero la clave estaba en los detalles. La parte posterior era completamente abotonada, fluida, con un tejido transparente, y la yuxtaposición de varias capas hacía que la prenda resultara simplemente magnífica. Reconocí enseguida el ojo exigente de Tessa en el vestido, perfecto ejemplo de que es mejor insinuar que exponer para hacer volar la imaginación. Me moría de ganas de ponérmelo y a la vez me moría de ganas de quitármelo.


Sammy estaba ocupada haciendo relucir los vasos en su impecable cocina inmaculada. ¿Por qué necesitaban una cocina, de todos modos? Mis conocimientos sobre sus hábitos y costumbres eran muy limitados, pero una cosa sí sabía: los vampiros se alimentan de sangre humana... ¿No era esa su única necesidad?

—¿Tiene hambre?

—¡Sí! Pero quiero reservarme para esta noche.

—Tome, un tentempié.

Sammy me tendió una cuchara con una crema gris cremosa y algunos pequeños granos negros.

—¡Es delicioso! ¿Qué es?

—Crema de trufa con granos de caviar.

—¡Oh! Es la primera vez que lo pruebo, es maravilloso en la boca, sutil y fuerte. ¡Me encanta!

—Hace ya unos cuantos años, trabajé para una familia que adoraba la buena mesa. Nunca había trabajado en una cocina y aprendí mucho. Creo incluso que me he vuelto completamente adicta a la comida de los humanos.

—¡Ah! ¿Ustedes comen?

—¡Por supuesto!

—Pero... eh... no lo necesitan... ¿no?

—¡No! ¡Y eso es lo bueno! Para sobrevivir, ustedes no necesitan beber vino, por ejemplo. Sin embargo, elaboran y degustan grandes vinos. ¿Por qué? Por placer, y si hay algo que nos apasiona, es el placer. Unos hedonistas, eso es lo que somos.

—Tal vez mi pregunta le parezca molesta, pero… ¿usted es así desde...?

—Desde siempre, soy fruto de una unión y no de un mordisco. Estoy muy orgullosa de ello. Tessa también.

—Iba a preguntárselo.

—¡Yo la vi nacer! Y convertirse en adulta. Llegó a la edad de no retorno hace ya… algún tiempo.

—¿Su edad de no retorno?

—Sí, al igual que ustedes, nosotros también tenemos numerosos interrogantes sobre nuestros “orígenes”. Todos somos distintos los unos de los otros, y aparte están los “mordidos” y “los ancianos”. Cuando se nace como yo: crecemos, envejecemos y un día nos quedamos en lo que se llama la edad de no retorno. Yo paré a los treinta, Tessa antes.

—¿Qué edad tiene?

—Hm, ¡yo no puedo contestarle a eso! Pero pregúnteselo usted misma, ya tiene suficiente confianza para ello.

—Sí y no.

—Ya, ya lo sé, es una gran mujer, aunque llena de secretos y taciturna desde que perdió a su esposa.

—¿Su esposa?

—La guerra de la sangre no se limitó a las víctimas de su bando. Desapareció y nunca más se supo de ella... Creo que usted es la primera mujer que veo a su lado desde entonces.

Consciente de que ya había contado demasiado, Sammy miró el reloj.

Uuuuuuh , el tiempo vuela, ¡ellos estarán aquí en un par de horitas!

—¿Ellos?

—¡Los amigas de Tessa, para la cena, claro! Vamos, venga, venga, vaya a prepararse, niña.

Esa información me dejó trastornada. Una vez en la habitación, todavía impresionada por las revelaciones de Sammy, me senté a pensar. Tessa había tenido una esposa, una vida matrimonial. No la imaginaba en ese papel. Busqué a mi alrededor, en los retratos, por si daba con una pista sobre la “misteriosa esposa desaparecida”. Sentía celos, pero no tenía tiempo de pensar en ello porque me invadía una nueva preocupación: Sammy había dicho los amigas de Tessa . Por tanto, iba a estar entre gente que no conocía… ¡Después de haberme hecho ilusiones de tener a Tessa para mí sola durante toda la noche!