Bite me
Esta es una historia que me encantó, y me gustaría poderla compartir.
Estaba acostumbrada a tíos gordos, pesados y borrachos babeando sobre la barra del Club Melvin, estaba acostumbrada y cansada de sus vulgares intentos de ligar conmigo. Ser una camarera de veintidós años en un bar donde van a parar todos los hombres desafortunados en amores era como ser un saco de carne en medio de un montón de muertos de hambre. Algunas noches había hombres con un poco más de clase, que subían la media; pero aún así mi lugar de trabajo distaba mucho de ser un punto de encuentro de príncipes azules —más bien, era una charca de sapos que tendrían que pagarme millones para que les besara. Era consciente de que yo valía más que ese trabajo, pero no tenía elección: debía pagarme los estudios y, desde el final de la crisis de la sangre, el “éxito” era una cuestión de supervivencia. Recordé lo simple que solía ser la vida, antes de perder a mis padres, hacía un año. Me habían dejado sola.
Por un salario ínfimo, tenía que sufrir el acoso de sus miradas posándose sobre mí, desnudándome... Tal vez deberían gustarme, hacerme sentir halagada, complacida... En cambio, cada día que pasaba me daban más asco.
Esa noche de noviembre, mi jornada no se escapaba a la rutina: lavar, enjuagar y secar vasos, servir, recoger y soportar a los hombres. Era lo mismo de siempre, pero a veces parece que una gota de agua basta para colmar el vaso, incluso para provocar una cascada que te puede cambiar la vida.
Como de costumbre, el viejo Joey llegó a las diez y se encaramó en su taburete favorito. Ya estaba “en forma”: borracho hasta las trancas y lanzándome miradas lascivas directas al escote. Me di cuenta de que la noche iba a ser larga. Joey me hacía agacharme para recoger cualquier cosa que hubiera tirado al suelo, sin apartar la vista de mi entrepierna. Hacía calor, me había puesto unos pantalones cortos vaqueros y la camiseta de tirantes blanca de rigor, impuesta por el jefe. Un uniforme demasiado pequeño y demasiado corto, ideal para hacer beber y ganar dinero. Joey, en un arrebato de valentía, me agarró por las caderas y me acarició el culo. Nada nuevo; sin embargo, por primera vez, me negué a quedarme callada sin hacer nada. Empujé al viejo, le tiré el delantal a la cara y salí del bar con la intención de no volver jamás. El jefe trató de detenerme, pero ya era demasiado tarde: tenía que huir de allí.
—¡Las chicas como tú han nacido para excitar a los hombres, ese cuerpo no está hecho más que para el vicio, lo llevas escrito! —me gritó Joey desde la entrada.
Sus groseras palabras merecían que me diera la vuelta para defender “ese cuerpo” y de paso mi ego, pero preferí cerrar los puños y seguir caminando. No era la primera vez que me acusaban de provocadora. La sociedad exigía a todas las mujeres que fueran delgadas y con marcadas formas femeninas, y yo las había heredado de mi madre, pero no me sentía para nada orgullosa. Odiaba esa silueta demasiado “femenina” que tan a menudo me hacía víctima de insultos y amenazas.
Estaba nerviosa y furiosa, probablemente por eso no miré antes de cruzar la carretera. La noche era oscura y densa, la luna llena emitía una pálida luz. Tenía frío sin mi abrigo, quería echar a correr, llegar a mi estudio y darme una ducha caliente para lavarme de todas las miradas sucias. Quería huir, rápido y lejos... a una vida diferente.
Me acuerdo de las dos pequeñas luces amarillas que se acercaron a toda velocidad y de su halo, más intenso a cada segundo que pasaba. En vez de alejarme, me quedé allí plantada, como si estuviera hipnotizada. Se profirió un ruido sordo, hubo dolor, y luego… nada.
Es extraño cómo un acto, por el efecto dominó, es capaz de cambiar el curso de una vida. Si Joey no hubiera estado allí, si yo hubiera dado media vuelta para darle la bofetada que se merecía, si ese coche hubiera llegado unos segundos más tarde… nada habría sucedido. Pero todo lo que hasta entonces había hecho en mi vida tenía la misión de conducirme hasta ese preciso instante en el que recobré la conciencia, envuelta en las sábanas de aquel desconocido, totalmente desnuda.
Abrí los ojos y el pánico se apoderó de mí. El dedo del hombre que me había recogido se posó firmemente sobre mi boca.
—Shsss, cálmese. Soy Tessa. Ha tenido un accidente, relájese, estoy a su lado.
Bajé los párpados, pero me dio tiempo a observar la cara de mi anfitriona. Lo primero que me llamó la atención fueron sus grandes ojos verdes, que contrastaban con su piel color marfil. Su pelo era bonito, cobre y ondulado, y le caía sobre el pecho. Tenía unos rasgos hermosos, elegantes, era el tipo de mujer delgada con el que una se siente segura. Pero fue su sonrisa lo que realmente me llamó la atención: huidiza y misteriosa, dejaba entrever dos largos colmillos puntiagudos. Me dio un vuelco el corazón cuando me di cuenta de lo que era. Era la primera vez que veía a una tan de cerca. Un escalofrío me recorrió la espalda, no sabría cómo describir lo que sentí en ese momento. Tenía miedo, por supuesto, pero también sentía una especie de emoción teñida de deseo. Justo entonces volví a perder la conciencia y lo último que recuerdo que me vino a la mente fue: ¡Una vampiresa!
Los recuerdos que revivo de aquella noche son muy difusos: caricias, una boca, el calor de mi piel electrocutada por la frialdad de una mano experta. Era como un sueño delicioso y realmente inquietante.
La noche comenzaba a caer cuando salí de ese dulce letargo. Tessa ya no estaba allí. Me encontraba en una habitación grande, tumbada sobre una cama enorme. La sala estaba decorada con buen gusto, el gusto de la gente que tiene mucho dinero. Mi madre me decía a menudo que el lujo se esconde en los detalles, y esa habitación era el ejemplo perfecto. La cama con dosel era de madera preciosa y estaba cubierta por una sábana suave y fina, con una gruesa y mullida manta granate por encima. Había una gran alfombra color crema, lista para recibir mis pies descalzos, y una mesita de otra época. Una lámpara rosa aportaba a la habitación una luz tenue y cálida. Las espesas cortinas estaban totalmente echadas, a modo de murallas de defensa contra la luz mortal. Me senté para contemplar mejor la decoración. El techo era tan alto que, irónicamente, me dio la sensación de estar en una iglesia, pero los cuadros de las paredes rápidamente me devolvieron a la preocupante realidad. Había una docena de retratos adornando las altas paredes, algunos muy antiguos, pero todos con los mismos protagonistas. La familia de Tessa , pensé, pasando de una época a otra sin cambiar jamás. Una larga genealogía de vampiros que ha visto el mundo, ha vivido dramas, guerras, innovaciones... en las tinieblas, hasta el año 2012. Tenía la extraña sensación de que Tessa me observaba desde cada uno de los retratos en los que aparecía, él y sus enormes ojos verdes.
Estaba inmersa en aquella inquietante mirada cuando me sorprendió una corriente de aire que procedía de la puerta de la habitación... abierta. Tenía a Tessa ante mí. Asustada y avergonzada por mi desnudez, me metí corriendo en la cama. Al cabo de unos segundos, viendo que no pasaba nada, saqué la cabeza por encima de la sábana para ver si se había ido. Estaba allí, apoyada en una de las columnas de la cama: fuerte, hermosa y sombría. La sábana transparente delataba mi cuerpo y noté que Tessa no dejaba de mirarme fijamente el pecho.
—Perdone, ¿dónde está mi ropa?
No quería resultar agresiva, al fin y al cabo ella me había acogido y, además, dado que no le conocía, no quería correr el riesgo de irritarla, por lo que sonreí tímidamente.
—Fui yo quien la desvistió. Estaba inconsciente, por el choque, supongo. Pero se dejó hacer y resultó ser un momento muy agradable.
Su voz era cálida y suave, con un toque de autoridad que apuntillaba cada palabra. No hacía falta observarle, ni a ella ni a su apartamento, para saber que era una mujer poderosa. Emanaba una superioridad natural. Cuanto más me miraba, más me encogía yo en esa cama. Dándose cuenta de mi turbación, se acercó a mí con una pequeña sonrisa de satisfacción.
—Su ropa se está secando. Me he ocupado de que se la laven, era necesario después del accidente y, aparte, si me lo permite, teniendo en cuenta la temperatura de la noche, no era la más apropiada...
—Es mi ropa de trabajo. Trabajo de camarera en el Club Melvin. Gracias por lo de la ropa, me gustaría recuperarla e irme, me parece que ya es tarde y no querría abu...
—¿Cómo se llama? —me preguntó, interrumpiéndome de golpe.
—Yo... yo me llamo Clary y yo...
—Encantada,Clary. Antes de continuar, prefiero aclarar las cosas. En estos momentos no puede salir a la calle. ¡Imposible! En primer lugar, porque el traumatismo causado por el accidente requiere ciertos cuidados que yo le voy a proporcionar. Además, como sabe, desde la crisis de la sangre, “nosotros” nos hemos comprometido a no aventurarnos en los barrios humanos de la ciudad más que en las noches de luna llena. Las jóvenes mortales también han asumido el mismo compromiso respecto a la zona roja. Por lo tanto, no podrá salir de aquí hasta dentro de veintisiete días.
Me llevó unos cuantos segundos asimilar lo que me decía. Me quedé de piedra.
—He de volver, no me puedo quedar. Tengo un trabajo, bueno, lo tenía… y debo ir a la universidad.
—Organizaré el traslado de sus clases aquí, tengo amigos que pueden encargarse. El resto no depende de usted, sino de mí, Clary
—Pero… la gente se preocupará por mí, me buscarán.
Tessa se dio cuenta de que esa frase era falsa: padres fallecidos, ningún amigo, algunos conocidos de la universidad y un trabajo del que me había largado... Había recurrido a un argumento en el que no creía. Nadie se preocuparía por mi suerte, tal vez mi casero y, de todos modos, era de los que ponía de patitas en la calle a cualquiera que se retrasara lo más mínimo en el pago del alquiler. Sola, estaba sola, y eso me rompía el corazón.
—Más tarde le explicaré las reglas de la casa. Aún está cansada, le sugiero que duerma.
Fijó su mirada de nuevo sobre la sábana transparente y se mojó los labios carmesí.
Su presencia me desestabilizaba. Sus palabras eran firmes, pero su cercanía física era lo que verdaderamente me resultaba imponente. Había reprimido el enfado por sentirme atrapada con un nuevo sentimiento, una oleada cálida que me recorría las entrañas cada vez que mis ojos se posaban en ella. Tessa ejercía cierto poder sobre mí y ese breve intercambio había bastado para dejarlo claro. Me atraía y yo apenas podía contener la vergüenza. Estaba desnuda, helada y, sin embargo, roja escarlata. Por otro lado, tenía miedo y mi lógica no entendía el porqué de esa repentina debilidad, ya que por lo general era una persona que no me dejaba llevar; pero en aquel momento, absolutamente todo escapaba a mi control. Estaba buscando las palabras adecuadas, desconcertada, cuando mi debate interno se vio interrumpido por la fría mano de Tessa sobre mi muslo. La deslizó lentamente hacia mí, por encima de la tela.
—Se encontrará muy bien aquí, Clary.
Hundió un poco su mano, que quedo prisionera entre mis muslos temblorosos. Se inclinó hacia mí, se acercó a mi labio inferior y lo besó suavemente.
—Se encontrará muy, muy bien aquí. Yo me encargaré de ello personalmente.
Completamente conmocionada por lo que estaba sucediendo, me desplomé en la cama. Los nervios y el cansancio pudieron conmigo y rompí a llorar, probablemente a causa del shock post-traumático, pero sobre todo por el miedo. ¿Qué quería de mí esa... cosa?
—Le dejo un diario en blanco. Yo escribo mucho, creo que ayuda a relativizar, a analizar. Considero que nada ocurre por casualidad. Tal vez le ayude plasmar sobre el papel esta “desgracia”. No llore más, el mes pasará deprisa.
Me sentía diminuta en esa cama enorme donde mis piernas apenas cubrían la mitad y mi figura escuálida desentonaba por completo con todo lo que me rodeaba. Me habría gustado llamar a mi madre, decirle que estaba en casa de una vampiresa que me tenía cautiva y refugiarme en sus brazos. Ante mi aparente desazón, la cara de Tessa se crispó y me tomó en sus brazos. Intentando calmarme, me susurró:
—Clary, no quiero hacerle daño. Presté juramento hace dos años y durante la crisis de la sangre yo era uno de los pacificadores. Hace casi cuatrocientos años que vivo la confrontación entre humanos y vampiros y fui la primera en alegrarse de las soluciones propuestas por nuestros gobiernos. Hace años que no muerdo a nadie.
Con la cabeza acomodada en su cuello, el ritmo de mi corazón se ralentizó. La frialdad de Tessa contrastaba con una increíble dulzura. Me entraron unas ganas irresistibles de tocar su piel con los labios.
—Yo... No tengo miedo... Estoy confundida. ¿Qué voy a hacer durante un mes?
Se puso de pie y esbozó una sonrisa.
—Escribir... y un montón de actividades bien gratificantes. La vida está llena de sorpresas, créame.
Avanzó hacia la puerta, caminando con aplomo. Antes de cerrarla, se volvió para lanzarme una última mirada.
Tomé la pequeña libreta dorada que me había ofrecido para escribir las primeras palabras: Qué mujer tan inquietante.
Día 1, 14:30 h
No sé si ha sido el destino lo que me ha traído aquí, pero papá siempre decía que nada sucede por casualidad. No entiendo bien lo que está pasando, pero lo que sí sé es que me siento débil cuando estoy con Tessa. ¿Soy normal? ¿Tengo síndrome de Estocolmo, esa reacción por la que los rehenes se enamoran de sus captores para asimilar mejor la ansiedad? ¿Podría llegar a enamorarme de una mujer? A pesar de su frialdad, la encuentro atractiva. No es que sea guapa, no, es que es... perfecta. Largas pestañas, ojos brillantes y una boca tan... No sé por qué estoy escribiendo todo esto, pero creo que tiene razón: me voy a tomar la vida tal como viene, no tengo otra elección. Además, siempre me ha intrigado saber más sobre el comportamiento de los vampiros. Esta es mi oportunidad.
Alguien llamó a la puerta. Me moría de ganas de darme una ducha.
Una mujer menuda, que rondaba la treinta, entró en la habitación. Tenía el pelo rubio, que llevaba recogido en un moño sobrio. Su rostro, en cambio, derrochaba dulzura y franqueza. Los hoyuelos que se le formaban alrededor de la boca le daban un toque de ternura. La pobre cargaba con una enorme bandeja sobre la que había depositado un juego de té de porcelana, para un desayuno de lujo en la cama. Aquella encantadora aparición se presentó con gran solemnidad.
—Soy Sammy, la ama de llaves del Sra.Tessa. Le doy la bienvenida a nuestro hogar.
Su presencia me había tranquilizado en un primer momento, pero rápidamente me desilusioné al ver sus grandes ojos verdes, que ya me eran familiares. Era una vampiresa, otra. Puede que estuviera bajo el hechizo de mi anfitriona, pero tenía muy presente cuál era su condición y temía el devenir de los acontecimientos. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se abalanzaran todas sobre mí? ¿Me morderían? Desde que se instauró la donación de sangre obligatoria, ya no se registraban ataques de vampiros. Pero… ¿de verdad estaba a salvo en casa de esa desconocida? La guerra había terminado, pero todavía corrían muchos rumores acerca de “los sedientos”. Mi compañera de universidad Melanie me había contado que el gobierno enviaba presos al barrio rojo para solventar los problemas de hacinamiento en las cárceles.
Además, los vampiros tienen mucha labia, un montón de chicas han desaparecido y reaparecido más tarde con dos colmillos afilados como cuchillos. Así que ¿a quién creer? Ya no atacaban, pero no sabía si yo estaría segura allí o no. Normalmente era una persona bastante desconfiada, pero cuando pensaba en los hermosos ojos de Tessa, perdía el sentido...
—Lamento interrumpir sus pensamientos, pequeña. La ducha está al fondo del pasillo, sus cosas están allí. Coja este albornoz, hija mía. No acostumbramos a tener invitados... como usted. Estoy encantada de tenerla aquí, si necesita algo, lo que sea, por favor pulse aquí.
¡Oh! Un botón de servicio, digno de las películas de James Bond, se ocultaba en el tapiz.
—Muchas gracias, señora.
—¡Sammy! Viviremos juntas durante todo un mes, así que llámeme por el nombre, cariño.
—Gracias Sammy. Lo siento, pero estoy un poco confundida.
—No lo esté, la señora Tessa va a ocuparse muy bien de usted, no se preocupe. Y, además, ya he desayunado bien esta mañana… ¡Ja, ja, ja!
Vampiro o no, su risa alegre y sonora consiguió relajarme. Sin duda, su sentido del humor era cuestionable, pero yo sabía que nos íbamos a llevar bien.
Aún a riesgo de repetirme, todo lo relacionado con Tessa era majestuosa y su apartamento no era ninguna excepción. La mejor habitación de todas era mi maravilloso baño: una ducha de estilo italiano ocupaba la mitad del espacio Al otro extremo de la habitación, un espejo de cuerpo entero y un lavabo de mármol adornaban la pared de pizarra. Todo era precioso. De pie frente al espejo, observé mi cuerpo, aún turbado por el gesto, demasiado atrevida, de Tessa. Algunos rasguños, un golpe... El accidente no había causado demasiados daños, pero aún así yo me sentía diferente. Tal vez porque nunca me había dedicado el tiempo necesario para observar mi cuerpo que, a menudo, sentía que me estorbaba. ¿Era guapa? Observé mis cabellos castaños caer sobre mis hombros, las puntas me acariciaban los pezones. Era una chica delgada de ojos negros.
Ufff, ¿le gustaría a ella?
Al abrir los dos grifos de la ducha, salieron cinco chorros del cabezal. No recordaba el último momento de puro placer que había vivido. Desde la muerte de mis padres, me limitaba a sobrevivir: pequeños trabajos, limpiar la casa, la universidad... Los momentos de placer eran del todo inaccesibles para mí, así que no iba a desaprovechar ese regalo, sino al contrario: ya que estaba cautiva, ¡que fuera a todo lujo!
El vapor llenó la habitación rápidamente, en cuestión de minutos había recreado un baño turco, suave y envolvente. Siembre me había encantado el agua, así que aunque la situación en la que me encontraba era ciertamente incómoda, sentir el calor de las gotas cálidas sobre mi cuerpo me embriagó más de lo que las palabras puedan expresar. Me dejé llevar, cerré los ojos y reflexioné. Tenía tantas preguntas que hacerle a Tessa, quería saberlo todo sobre ella. Me gustaba tanto como me impresionaba y era la primera vez que una mujer me provocaba aquel efecto. Solo con pensar en ello, sentía todo mi cuerpo arder de deseo.
Abrí los ojos y una corriente de aire frío me cosquilleó los pies. Era casi imposible ver nada en aquella sauna. Entonces, distinguí una sombra acercándose a mí. Di un salto. Era Tessa, completamente desnuda en la ducha, con la misma sonrisa traviesa de antes. Era la segunda vez que me sorprendía en menos de dos horas.
—Lo siento, pensé que había cerrado la puerta.
—Disfruté desnudándola,Tessa. Un placer infinito. Me tomé algunas libertades mientras dormía. Pasé los dedos sobre su carne rosada, tan tierna. Usted sonreía, así que interpreté esa reacción como un acuerdo tácito y recorrí su cuerpo con mis manos. Sus pechos son firmes, turgentes. Los mordisqueé y sus pezones se endurecieron. Me ofreció todo su cuerpo. Le gustó y a mí también, me mojé , pero necesitaba ver sus ojos. He venido para el resto.
¡Todos esos flashes que había tenido por la mañana no habían sido un producto de mi imaginación, sino fragmentos de la noche conTessa! Estaba enfadada porque se hubiera aprovechado de mi cuerpo indefenso, pero lo que más me molestaba era que yo tan solo tenía vagos recuerdos.
Pero mi boca no profirió ningún sonido, estaba demasiado conmocionada. El agua seguía cayendo sobre mi piel. Estaba perdida, ella se acercaba, mi cuerpo reculaba y la razón me abandonó por completo. Las baldosas frías y húmedas de la pared me enfriaron la espalda... Ya no podía dar ni un solo paso más atrás. Tessa avanzó, no estaba más que a pocos centímetros de distancia de mí y de repente selló su cuerpo al mío.
—Voy a ocuparme de usted y no va a querer contrariarme.
—No.
Me cogió por las muñecas y las agarró con firmeza. Se acercó aún más, posó su boca en mi cuello y pensé: Se acabó, me va a morder , pero en vez de eso, rozó con sus labios mi oído y susurró:
—Separe las piernas, Clary, mi lengua arde en deseos de explorarla.
Se me escapó un gemido y obedecí. Ella se arrodilló entre mis piernas y separó los labios para posar ahí suavemente su lengua. Una sacudida, luego dos, tres... Mi cuerpo perdió el control. Quería que me devorara, que se quemara sintiendo mi ardor. Hundió su cabeza con firmeza. Su lengua iba adelante y hacia atrás sobre mi clítoris hinchado, rompiendo el ritmo con deliciosas interrupciones para succionarme. Me chupaba, me lamía y yo sentía que me moría, estaba histérica, como loca. Los gritos reemplazaron mis tímidos gemidos. Comenzó a alternar los besos con pequeños mordiscos. Sus dos colmillos puntiagudos excitaban mis labios mayores, todo mi sexo estaba siendo devorado por su pasión.
Desde mi altura, miré a mi inquietante anfitriona hurgar en mi sexo. Estaba al borde de la explosión, grité aún más fuerte y… se detuvo abruptamente.
Entonces, me ordenó arrodillarme y que le devolviera el favor. Me apresuré a la tarea, deseosa de su sexo hinchado, mojado y sin ningún pelo. Quería hacerle gozar con el mismo placer que ella me había procurado.
Tessa me recogió el pelo con la mano para tomar el control de nuestra coreografía. El ritmo se aceleró, quería que mi lengua explorara lo más posible de su intimidad , se le mojó aún más. Cada sacudida de sus caderas aumentaba mi deseo, ella gruñía y su vagina abarcaba en mi boca. Yo le lamía dócil y aplicadamente. Pero… ¿en quién me había convertido, qué me estaba pasando? Nunca había sido una “amante experta”, pero en ese momento estaba dándolo todo para enloquecer a una mujer a la que apenas conocía.
—Acuéstate, vas a tener un orgasmo conmigo, vas a saber qué es gozar.
Esa nueva familiaridad —me trataba de tú ahora— me sorprendió e hizo que le sintiera más cercano, aunque Tessa seguía dominando la situación. Habría podido meterme un dedo, ponerme una correa, pegarme, pedirme cualquier cosa... yo habría accedido sin rechistar. Me tumbé sobre las baldosas plateadas de la gran ducha, el agua corría por mis muslos y entre ellos.
—Separa las piernas.
Obedecí.
—Sepáralas más.
No podía abrirme más, mi cuerpo era todo suyo, tenía una rodilla en cada mano. Todo mi sexo entregado a los ojos de esa desconocida la que deseaba con locura. Ella se tomó su tiempo; su sonrisa era amplia, triunfante. Se acarició el sexo ante la escena que le ofrecía: el cuadro de “El origen del mundo”, solo para ella. A ella parecía excitarle muchísimo esa visión. Dejó su sexo y continuó jugando con sus manos sobre mi sexo, siguiendo mis reacciones. Su índice húmedo acarició mi pubis, se lo llevó a la boca y lo lamió para degustarme con placer. La tortura era insoportable y le rogué que se uniera a mí.
Con la mano acariciandome, me preguntó si yo “lo deseaba”.
—Sí.
Se me cortó la respiración cuando sentí su vagina entrar en contacto con la mia. Nunca había experimentado nada igual: su sexo se compenetraba perfectamente con el mío y me asfixiaba de placer. Sentía el latido de mi corazón en cada unión; intentaba retorcerme, pero sus idas y venidas persistían. Sentía cada centímetro de mi piel quemarse progresivamente y un abrumador placer me invadía. Su cara se pegó a la mía mientras abrí la boca para gritar, ella ahogó el sonido besándome con lengua. Llegué al orgasmo como nunca antes, una y mil veces, tan fuerte que pensé que me estaba muriendo. Yo temblaba, movía la cabeza, su clítoris golpeaba fuerte contra el mío y yo jadeaba de placer. Sus manos agarraron con más fuerza mis piernas y vi cómo ella también llegaba al orgasmo. Sus ojos verdes se oscurecieron, sus pezones se marcaron más y aparecieron algunas venas en su cuello. Un líquido caliente fluyó en mí, como un ungüento dulce para calmar mi sexo.
Después, me besó la mano, se retiró y, sin decir una palabra, me dejó allí, desvanecida de placer.