Bisexual por culpa de la cuarentena
Con mi esposo en otra ciudad y mi compañera de trabajo calentándome era imposible escapar. Mi primera relación lésbica... y espero que no sea la última.
Desde marzo en Argentina estamos en aislamiento social obligatorio, especialmente los que vivimos en ciudades grandes.
Como personal de la salud, mi tarea es esencial, por lo que sigo trabajando. Mi esposo y mi hijo, para evitar exponerse a un contagio de mi parte, se fueron a una cabaña que tenemos en un lugar en las sierras de nuestro país, donde solemos pasar el mes de enero. Yo me quedé en Buenos Aires. Sola en mi casa. Trabajo durante 48hs y descanso 24. Como cuando empecé mis prácticas médicas. Hago de todo. Cirugías, solo las urgentes. Pero sobre todo comparto mucho con mis compañeros: enfermeros y enfermeras, camilleros, personal de limpieza, ecónomas. Todos con las mismas preocupaciones y las mismas ganas de ponerle el hombro a la situación.
En este contexto conocí a Leticia, la jefa de enfermeras que por un tema de horarios, antes de la pandemia, nunca nos habíamos cruzado. Sabía de su existencia porque es muy joven, linda y tiene unas tetas que son el comentario de todo el personal de la clínica.
De casualidad empezamos a charlar en la sala de descanso. Tiene una voz de locución, que no le va con su cuerpito delgado y chaparrito, pero que hace imposible que la dejes de mirar mientras habla. Las legendarias tetas tampoco parecen pertenecer a su cuerpo: se adivinan grandes, pero firmes debajo de su uniforme color verde. Debajo de la cofia que siempre lleva puesta con dibujos arabescos en tonos verdes y azules, pude ver que tiene el cabello negro y bastante corto. Los rasgos de la cara son los de una nena, nariz pequeña y respingada; ojos grandes, rasgados y azules y una boca generosa con labios gruesos que siempre lleva humedecidos.
Me dijo que le encantaría ver alguna cirugía mía, que me admiraba y que siempre escuchaba comentarios muy buenos acerca de mi.
Cada vez que me veía descansando se acercaba y sacaba algún tema para charlar. Parecía que sabía de todo. No contaba chismes. Hablaba con profundidad de temas diferentes. la verdad que yo esperaba encontrarla porque me divertía mucho.
Un día, estábamos comiendo con algunos compañeros y compañeras y empezamos a hablar del sexo en tiempos de la pandemia. Un camillero dijo que se estaba masturbando más que en su adolescencia. Una cocinera dijo que como su esposo era enfermero y habían aislado a los hijos en casa de sus padres, vivían cogiendo los días de descanso, aprovechando la soledad. Un doctor que estaba en la misma situación que yo, dijo que los sábados hacía videollamadas hot con su esposa que estaba en Río Negro y que si alguna quería acompañarlo los demás días, se hacían el favor mutuamente. Yo me hice la distraída. No me gusta hablar de sexo. No porque no lo tenga. Mi esposo tiene 50 años y jamás hemos dormido juntos sin tener relaciones. Es un semental. Todo lo hace muy bien y en 20 años de matrimonio hemos probado todas las posiciones. Ahora que lo tengo lejos, hacemos en mis días de descanso, una llamada en la que nos masturbamos. No es lo mismo, pero bueno. Todos querían saber sobre Leti, porque si bien hablaba de todo, daba poca información sobre ella. Ella sólo dijo “hace mucho que no tengo relaciones”.
Cada vez que coincidimos yo pensaba en cómo podía estar sola semejante mujer y con tantos admiradores. Es muy linda. Hasta a mi me hace fantasear, sobre todo esos pechos preciosos.
Después de esa charla ella se encontraba más callada, no sé por qué. Una tarde que yo estaba en el patio de la clínica sola, comiendo una mandarina se me acercó y empezamos a charlar. Me preguntó sobre mi esposo. Le dije que estaba en Córdoba con mi hijo. Me preguntó si lo amaba y le era fiel. Le dije que lo amaba y que solo lo había engañado con el pensamiento. “¿Alguna vez estuviste con una chica?”, me dijo, “No, pero tengo curiosidad”, respondí, porque era la verdad. En ese momento se me acercó, me pasó su mano por la mejilla y luego la puso en mi cuello, en la base del cráneo y tiró suavemente hacia ella. Me miró los ojos, luego los labios y descendió hacia ellos. No fue un beso. Me chupó los labios como quien chupa un helado, pero sin utilizar la lengua, solo sus labios carnosos y húmedos succionaban los míos y hacían un sonido que parecía que los comía, los devoraba. Yo tenía los labios entreabiertos y los ojos desorbitados. Había dejado de pensar y el torrente sanguíneo se me concentró en la entrepierna. En ese momento sonó mi bipper. Nos separamos. Me pasó un dedo pulgar por la boca y me dijo “Me encantan tus labios con gusto a mandarina”. Necesité dos minutos para encauzar mi sangre hacia el cerebro, levantarme y acudir a la urgencia.
Después de esa tarde pocas veces coincidimos y ya no hablábamos como antes. Tal vez no le gustó, o quiso probarme, o sentía vergüenza. Yo no me podía sacar sus labios de mi cabeza y las videollamadas con mi esposo terminaban en una paja que me hacía pensando en ella. Si él hubiese estado en casa se lo hubiese contado y él también se hubiese calentado, pero a la distancia, tenía miedo que lo tomara mal.
Un mes después de lo sucedido la encontré llorando en el baño, cuando me acerco me muestra una nota que habían pasado por debajo de la puerta de su departamento, instándole a abandonar el edificio para preservar la salud de los habitantes del mismo. A varios compañeros le había pasado lo mismo. La gente tenía una psicosis y no se daba cuenta que los trabajadores de la salud somos los que más recaudos tomamos para no contagiarnos ni contagiar no solamente esta enfermedad, sino cualquiera. Me dijo que tenía miedo de volver al edificio. Yo la abracé y le dije que ya se iba a solucionar todo. que la ignorancia es el peor de los males.
Llamé a mi esposo y le conté. Me sugirió que la invitara a quedarse conmigo, así yo no estaba tan sola. Así se lo hice saber a ella, me miró y me dijo: “ Detrás de una gran mujer, hay siempre un gran tipo”.
Quedamos en que ella iba a buscar sus cosas al departamento y luego iba a mi casa, donde yo la esperaría, ya que nuestros turnos coincidían.
Salimos de la clínica a las 7 de la mañana y a las 9 ella ya estaba en casa.
Yo en ese tiempo había abierto las ventanas y puse el lavarropas.
Cuando llegó, fui a abrir la puerta y la vi por primera vez sin su uniforme: su cabello era corto, con ondulaciones, renegrido. Llevaba una camiseta ajustada y escotada y unos jeans que descubrieron su cola pequeña, pero redonda y parada. Se había maquillado apenas con rimel, que resaltaba sus ojos azules y con un labial rojo mate, que resalta esos labios tan tentadores. También me había sacado mi uniforme y llevaba un pantalón holgado y una camiseta vieja.
La invité a recorrer la casa mientras yo, preparaba algo para tomar. Escuché un grito y salí corriendo al patio. Había descubierto la pileta. Mi esposo es nadador y tenemos una pileta de 35 metros de largo que tiene un sistema de calderas que permite utilizarla durante todo el año. “¿Podemos usarla?” preguntó. “Claro”, le contesté, dándole una copa de un licor de café que preparo todos los años y que tomo cuando vuelvo del trabajo para relajarme. Fui hasta mi habitación a buscar un traje de baño para cada una y unas salidas de baño de toalla muy gruesas porque aunque había sol, hacía frío.Tengo varios bañadores de dos piezas. Busqué el que me queda mejor y mientras me lo ponía pensaba en cuál prestarle a Leti. Me decidí por el más pequeño.
Ambas con bikinis y salidas de baño puestas, salimos al patio. Ella se sacó enseguida la toalla y me dijo : “Hagamos una carrera. Ida y vuelta”. Nos lanzamos al agua y nadamos los dos largos. Llegué unos segundos antes que ella a la meta. Pude ver el momento en que ella llegaba y emergía del agua con el diminuto corpiño. Tenía ambas tetas afuera. Fue caminando hacia mi. Cuando estuvo enfrente se sacó la parte de arriba de la bikini y sin dejar de mirarme la arrojó afuera. Se acercó, pasó las manos hacia mi espalda y me dijo. “Así es mucho mejor”, desatando mi corpiño y tirándolo junto al que ella llevaba puesto.
Quedamos de frente. Muy juntas. Tetas con tetas. Yo no podía hablar. Ella me sacaba el don del habla. Sólo podía mirar los pezones pequeños, rosados e iniestos que acompañaban a las legendarias tetas. Ella comenzó a acariciar las mías, con las manos abiertas y luego con el pulgar y el índice mis pezones. Siempre mirándome a los ojos. No me contuve más y comencé a tocar sus hermosas tetas, tratándo de hacer lo mismo que ella hacía. Sus manos abandonaron mis pechos y se fueron hacia mi cola, Comenzó a acariciarme el culo con ambas manos. Luego comenzó a abrirlo con la mano izquierda y acariciarme el ano con el dedo índice derecho. Yo solté sus tetas, la tomé del pelo y la besé con fuerza. Enrede mi lengua a la de ella. Nos chupamos y lamimos. Luego subió por mi espalda la mano izquierda, me tomó del cabello y empujó mi cabeza hacia atrás, comenzando a lamer mi cuello. Y así fue, con su dedo en mi ano y su lengua en mi cuello que tuve mi primer orgasmo con una mujer.
Salí como pude de la pileta y fui corriendo hasta el calefactor que está en el living. Leticia llegó detrás mío y comenzó a friccionar mi cuerpo sobre la toalla, con el fin de tranquilizarme y darme calor. Nos miramos y otra vez nos besamos; primero castamente y después devorándonos las bocas. Caímos sobre el futón, con las tangas del traje de baño aún puestas. Comenzó a pasarme la mano sobre la vulva, de arriba a abajo y trazando círculos sobre la zona del clítoris. Yo traté de imitar sus movimientos y me anime a meterle el dedo en el elástico de la tanga para quitársela de un tirón. Me miró divertida e hizo lo mismo. Ahora si. Desnudas. Me pasaba la mano desde arriba hacia abajo, abriendo mis labios introduciendo apenas un dedo en mi vagina que ya había comenzado a humedecerse. Yo imitaba sus movimientos sobre su concha, pero mi mano derecha estaba atrapada entre ambas, así que hice lo que pude con la mano izquierda. Su humedad me decía que le gustaba, estábamos empapadas. Ella tenía el control. Me besaba, me tocaba, me introducía no uno, sino dos dedos. Mi clítoris era como un globo que se inflaba en cada roce, hasta que sentí explotar mi cabeza y comencé a convulsionar en un orgasmo fuera de serie.
Para recuperarme, me tiré hacia atrás. Leti en un movimiento rápido puso su cara entre mis piernas y comenzó a lamer mi clítoris abriendo los labios con los dedos para después apretarlo con sus labios. Chupaba los labios como si fueran un postre, cuando miré hacia abajo y vi esos labios descender entre mis piernas y escuche los sonidos que producía su boca succionandome, volví a tener mi convulsión orgásmica. Ella siguió lamiendo hasta que todo pasó. Se levantó y tomó mis caderas y las colocó de manera que sus piernas quedaban entrelazadas con las mías, tocando su concha con la mía. Estaba húmeda y caliente. Como la mía. O más. Porque la noté caliente. Comenzó a moverse. Me sorprendió el movimiento y lo bien que se sentía. Cuando pude comprender cómo debía hacerlo, la agarré de los hombros para que no se moviera y comencé a hacerlo yo en forma rápida. A la quinta embestida ella me dice “más” y comencé a realizar movimientos cortos y rapidísimos, hasta que la veo tirar los ojos y la cabeza hacia atrás y la siento temblar entre mis piernas. Fue un espectáculo tan maravilloso que mi cuerpo no tuvo más que unirse a la fiesta y temblar también.
Me abrazó y me acostó sobre ella. “Excelente por ser tu primera vez”. Comenzó a pasarme la mano por mi pelo alborotado, la espalda y la cola, pero de forma fraternal y así me quedé dormida sobre sus monumentales tetas. Exhausta, relajada y satisfecha.
Pero esto no es nada. Tengo mucho más para contarles. No dejen de buscar la segunda parte de cómo termine “Bisexual por culpa de la cuarentena”