Biografia de una modelo principiante
Relato autobiografico acerca de mis primeras experiencias sexuales como modelo.
Miranda estaba tan nerviosa que le temblaba todo el cuerpo mientras caminaba por Getafe, en busca de la calle Madrid. Iba a recoger sus fotos, sus primeras fotos como modelo. Se preguntaba si saldría bien, si sería lo bastante buena, si a su agente le gustarían. La experiencia había sido emocionante y agotadora a un tiempo. Apenas dos semanas antes, su padre la llevó hasta la casa del fotógrafo. Una vez allí, la maquillaron y le hicieron probarse infinidad de prendas sofisticadas, con las que sus diecisiete años de edad, parecían multiplicarse como por milagro. Una vez seleccionado el vestuario, fotógrafo, estilista y modelo se pusieron manos a la obra, recorriendo las distintas calles en busca del lugar idóneo para ubicar las fotos. Finalmente se decantaron por las ruinas de lo que había sido una fábrica. Miranda se sentía flotando. El fotógrafo giraba a su alrededor, pidiendo esto o lo otro, más sensualidad, más inocencia, más glamour. Su mujer, maquilladora y estilista por excelencia, llevaba consigo un gigantesco maletín repleto de potingues. Tras cada cambio de vestuario, Miranda esperaba pacientemente a que ella retocara su maquillaje y su peinado. Cuando todo hubo acabado, la llevaron hasta Atocha, donde Miranda cogía el tren para llegar a casa.
Una vez sola en las calles, sintió ganas de gritar. Se veía especial, miraba a la gente que caminaba a su alrededor y pensaba," mirad, aquí, frente a vosotros, hay una modelo, sí, una de esas chicas perfectas que salen en las revistas". Le habría encantado que todos esos chicos que se reían de ella en el colegio la vieran ahora, exultante de belleza. Le lanzarían piropos, tratando de captar su atención, y entonces, ella, Miranda, les dedicaría la mirada déspota del que sabe que está por encima del resto de los mortales, giraría su cuerpo perfecto y se alejaría de allí. Esos eran los pensamientos que la acariciaban hasta que su mirada chocó con un Macdonalds. Llevaba todo el día sin comer, se estaba muriendo de hambre. Pero, ¿puede una modelo meterse entre pecho y espalda un menú Big Mac, con patatas y coca cola gigantes? Muy a su pesar, decidió no arruinar su día de gloria y optó por una ensalada y un zumo de naranja. Cuando terminó de comer, se acercó al baño para poder ver su rostro en el espejo. Conservaba el maquillaje y el peinado intactos. El reflejo le devolvió la imagen de una criatura angelical, de facciones suaves, aterciopeladas y aspecto aniñado. Si Nabokov pudiera haberla visto en ese instante, la habría bautizado como nínfula.
Cruzó la calle y pasó el supermercado hasta llegar al edificio en el que vivía el fotógrafo. Llamó por telefonillo y se retocó el maquillaje antes de entrar en el portal. Julio le abrió la puerta en pantalones cortos y camiseta. Era un cuarentón bajito, con una alopecia galopante y un aire de autosuficiencia que intimidaba a Miranda. Vivía en un piso con decoración minimalista, todo en negro y metal, con espléndidas fotografías cubriendo las paredes.
Siéntate, mujer, ponte cómoda. Voy a buscar tus fotos.- Con aire de intriga, Julio desapareció tras el pasillo.
¿Tu mujer no está?-
No, tenía trabajo, una sesión de fotos para una revista.
Ah, qué bien. Es majísima, y además, me encanta como maquilla.
Gracias, sí, la verdad es que es muy buena.- Julio apareció con un álbum negro en la mano- Vamos a ver qué tal sales -sonrió, creando cierto misterio.
A ver - Miranda estaba tan impaciente que deseaba avalanzarse sobre él y arrancarle el álbum de las manos.
Las fotos eran increíbles. Captaban gestos y miradas que ella no identificaba como suyas. Estaban bañadas de erotismo y naturalidad. A su agente le encantarían.
¡¡¡¡¡Son preciosas!!!!! Madre mía, eres un fotógrafo buenísimo- Miranda se estaba enamorando de sí misma, de ese rostro impreso en el papel. No podía dejar de mirarlas.
Julio cerró el álbum.
Voy a ser sincero contigo. Creo que vales para esto. Y eso es exactamente lo que le he dicho a tu agente cuando me ha llamado esta mañana. Le he dicho, "esta niña vale, creo que vas a trabajar mucho con ella".
¿De verdad? Muchas gracias no sé, eso espero.- se sentía abrumada por sus palabras.
Así que, como creo en ti y me has caído bien, voy a hacer una excepción contigo y voy a ayudarte.
Miranda le miró sin comprender, preguntándose qué clase de ayuda podría ofrecerle un fotógrafo de books.
Vamos a trabajar juntos en diferentes sesiones y te voy a ayudar a estar más suelta frente a la cámara. Se nota que eres inexperta porque en ciertos momentos se te ve tensa. Mira, te voy a enseñar algunas fotos.
Julio abrió una Playboy. A Miranda le palpitó el corazón en el estómago.
Mira, ¿ves, por ejemplo, Cindy Crawford? En esta foto está maravillosa, es una explosión de sensualidad. Mira a Inés Sastre aquí. ¿Ves todo lo que expresa su cara en esta foto? Eso es lo que quiero conseguir contigo, que seas capaz de mostrar toda esta expresividad, porque vas a necesitarlo en tu carrera de modelo. Incluso, si te animas, yo podría hacerte alguna foto como éstas, son unos desnudos preciosos, es puro arte. Tendríamos que trabajarlos juntos, con mi mujer, que se encargaría del maquillaje y los retoques. Creo que estarías fantástica en una de estas fotos, Miranda.
Sí, son muy bonitas, pero no sé, yo no creo que pudiera hacer eso, me daría mucho corte - sintió cómo, poco a poco, estaba enrojeciendo. Las mejillas le ardían.
¿Ves? A esto es a lo que me refiero.- cerró la revista y la dejó sobre la mesilla.- No puedes avergonzarte de tu cuerpo o nunca llegaras lejos en esta profesión.
Ya, ya lo, sé, si tienes razón.
Mira, vamos a empezar a trabajar ahora, ¿de acuerdo?
¿Ahora?- Miranda se encogió en el sillón, se sentía aterrada.
¡Ahora!- Julio se levantó con mucha energía.- Vamos a ver, lo primero que vas a necesitar es cambiarte de ropa, porque con esa camisa tan cerrada no se puede trabajar. Voy a buscarte algo de mi mujer.
El fotógrafo volvió con una prenda de lencería, delicada y transparente, cuya abertura en mitad del pecho, dejaba poco lugar a la imaginación. Miranda no podía decir no. Sentía que tenía que "pasar por el aro", como siempre decía su madre cuando hablaba de las modelos y de las actrices. Se quitó su camisa blanca, dejando al descubierto sus senos. Julio la observaba. Una vez se puso el trozo minúsculo de tela que él le ofrecía, se sintió un poco más fuerte, aunque aún le temblaban las rodillas.
Bueno, ahora, vamos a empezar con un poco de movimiento, ¿ok? Intenta seducir a la cámara, no sé, imagínate que estás haciendo el amor, quiero ver esa mirada en ti.
Miranda no pudo controlar una risa nerviosa, infantil.
Dios, ¡qué corte! Si es que no sé como hacerlo, no sé. Si pones algo de música, a lo mejor, me sale algo.
Sí, es buena idea, mira detrás de ti, tengo la estantería de los cds, elige el que más te guste.
Le bastó una ojeada para percatarse de que sus gustos musicales distaban bastante de los del fotógrafo, cuya colección de jazz, blues y chill out, resultaban bastante poco inspiradores para una adolescente enamorada de la música de Chayanne, Ricky Martin y los Backstreetboys.
Hmmmmm, no conozco ninguno de estos grupos.
Se me ocurre otra idea. Te voy a traer una copa, así, a lo mejor, te desinhibes y te resulta más fácil, ¿vale?
Miranda no había bebido una copa en su vida. Sus fines de semana se resumían en innumerables botellones en el parque de su barrio, en los que ella deambulaba con una coca- cola light, rodeada de litronas y de parejas compartiendo algo más que la lengua.
Julio apareció con una botella de Jack Daniels. Le sirvió un poco en un vaso pequeño. Miranda se lo bebió de un trago. Casi vomitó al sentir el ardor recorriéndole la garganta. Le quedó un regusto amargo en los labios. Julio sonrió.
Bueno, vamos allá. A ver, intenta bailar para mí, ya sabes, movimientos sensuales, miradas - cogió la camara. Fue entonces cuando Miranda recobró un poco de sentido común y se dio cuenta de que no podía permitir que nadie le sacara fotos de ese tipo, no hasta habérselo pensado bien y con calma, porque ¿y si le pasaba como a esas famosas que un día tenían que enfrentarse con fotos impúdicas tomadas en sus tiempos jóvenes, que se publicaban de pronto en miles de revistas, destrozando su imagen pública?
Vale, pero nada de cámaras, llévatela, no quiero que me hagas fotos.
Muy bien, como quieras.- Julio dejó su cámara en la cocina.
Entonces, ella intentó moverse como Demi Moore en la película Striptease, pero se sentía tan ridícula, tan niña, que no conseguía meterse en el papel. Julio dedició probar entonces otro método de aprendizaje.
Cierra los ojos y relájate.-
Miranda cerró los ojos. Estaba de pie, frente a él, con la respiración agitada y el estómago dándole vueltas y vueltas en una vorágine de pensamientos. Entonces lo sintió. Él la estaba tocando. Su mano se deslizaba con suavidad, casi imperceptible, bordeando sus senos. Ella nunca había estado con un chico. A lo máximo que había llegado era a cruzar un beso rápido en los labios con su compañero de catequesis, Nacho, con quien había roto tras un mes de relación, por la enorme presión a la que la sometía con el tema del sexo. Y ahí estaba ella, pura y virginal, en manos de un cuarentón, calvo y nauseabundo que estaba sobándola con plena aquiescencia por parte de la víctima en cuestión. Pero no, las cosas no eran así de sencillas. Él era fotógrafo y le estaba enseñando cómo sentirse cómoda con su cuerpo. Si quería ser modelo tenía que dejar de ser tan puritana y abrirse de piernas cuando fuera necesario. Intentó verse a sí misma como una mujer irresistible que consigue cuanto quiere utilizando sus encantos.
Julio ahora estaba mojando sus dedos regordetes en su propia saliva, para restregarlos luego por los labios de Miranda. Ella sintió arcadas, pero se dejó hacer.
Muy bien, perfecto, ¿ves cómo te vas soltando? Esta mirada es justo lo que quiero, pero creo que puedes llegar aún más lejos.-
¿Qué tengo que hacer?- empezaba a sentirse algo aturdida por el Jack Daniels.
Ven.- él la dirigió hacia el sofá.- Túmbate encima de mí y finjamos que estamos haciendo el amor. Quiero ver la pasión en tu cara, es importante para algunas fotos. Y no te preocupes por nada de lo que hagas, siéntete libre para lo que sea.- sus ojos brillaban lascivos.
Pero ¿y tu mujer?- Miranda empezó a sospechar que todo eso resultaba poco profesional.
Estamos trabajando, cielo.- Julio sonrió condescendiente- Cuando llegue a casa, le diré que has estado aquí y que estás mejorando mucho como modelo.
Accedió a sus peticiones y se montó sobre él. De pronto, sintió algo duro clavándose contra la parte interna de sus muslos. Inmediatamente, le vino a la cabeza lo que aquella dureza podría ser. Fue demasiado para ella, se sintió aturdida y asqueada. Comenzó a sentir desprecio por sí misma. ¿Y si sus padres la vieran en ese preciso instante? Ellos, que creían en los cuentos de hadas y soñaban con tener una hija modelo, sin sospechar por un instante que la estaban lanzando a una piscina abarrotada de tiburones.
Poco después, Miranda corría hacia la parada de autobús. Corría lo más rápido que su cuerpo le permitía, intentando huir, alejarse de aquel piso y de lo que había hecho. Su mente repasaba una y otra vez los últimos minutos. Ella se había vuelto a poner
la camisa, había dado un mala excusa y se había precipitado hacia la puerta, aferrando sus fotos bajo el brazo. El aire frío le golpeaba la piel provocándole cierto alivio, ya que el rostro le ardía de confusión y de culpabilidad.
Mientras iba sentada en el autobús, miraba sus fotos. Se dio cuenta de que su vida ya no volvería a ser la misma desde entonces. Un solo momento lo había cambiado todo. Suspiró mientras se preguntaba qué le deparaba el destino.