Biografía de un salido, Jose Manuel (capítulo 3)

Estábamos a punto de comenzar a utilizar una regla de la escuela para tomar las medidas de nuestras pijas, cuando, aunque sin saber de dónde venía, oímos un ruido en el pasillo, lo que hizo que alocadamente, nos vistiéramos como pudimos, para evitar que nos vieran.

Exprimir la memoria y volver al pasado a veces es difícil, puede que doloroso e incluso pesado, pero últimamente me asaltan recuerdos de antaño y revivirlos comienza a serme muy excitante.

Los recuerdos de aquellas noche en casa de mi tia, explorando por primera vez un coñito, ni mas ni menos que el de mi hermana, recordar la primera vez que sentí como se humedecía, la sensación que me recorría al recorrer su culito, redondo, terso, rico o la primera vez que sentí que sus pezones se endurecían, a pesar de que aun casi no habían comenzado a formársele los pechos, la sensación en mi pene mientras mis dedos recorrían sus labios mayores o cuando penetraban entre ellos y rozando los menores llegaba a su clítoris…

Realmente se trata de sensaciones muy placenteras que incluso hoy, solo rememorándolo, hacen que mi mano deje el teclado para acariciar mi pene, a estas horas ya duro como una piedra.

Pero hoy, no voy a caer en la tentación de masturbarme, al menos de momento. Tratare de ordenar mi memoria y contaros una de mis aventuras infantiles.

Fue poco después de volver del pueblo de mi tia, y ya casi había olvidado mis escarceos con el cuerpo de mi hermana. Diariamente, como ya había comenzado el mal tiempo, aquí casi siempre llueve, solía ir, después de clase a casa de mi amigo intimo de la época, Jose Manuel, y como sus padres trabajaban hasta las ocho de la tarde, podíamos estar solos a nuestras anchas hasta las nueve.

Unos días practicábamos todos los juegos de masa que tenía, como la Oca, Parchís, ect o jugábamos al escondite (teníamos toda la casa para nosotros), otras veces podía ser a canicas o nos divertíamos con sus juguetes, después de todo era dos niños de aproximadamente nueve, quizá diez años.

A veces si el tiempo era malo demasiados días seguidos y estábamos aburridos de los juegos, iniciábamos “profundas” conversaciones sobre cualquier tema en las cuales nuestros sesudos “cocos”, nunca sabían dónde ir a parar. Fue uno de esos días, cuando nuestra conversación nos llevó por los caminos mas complicados, a discutir sobre el teórico tamaño de nuestros penes y tras muchos, tiras y aflojas, al no llegar a ningún acuerdo, decidimos que lo mejor era que nos quitáramos la ropa y los comparáramos. Y dicho y hecho, ni cortos ni perezosos, los dos no despelotamos y continuamos la discusión sin llegar a acuerdo, aquellos pingajos no se diferenciaban demasiado.

Yo tomaba con mi manita el suyo, de unos cinco o seis centímetros de largo, delgaducho, mas o menos del grosor del dedo meñique de un adulto y el hacia lo propio con mi pinga, un poco mas larga, en mi opinión (claro que era partidista) y ligeramente más gruesa, la suya recuerdo que estaba cubierta por una larga capa de piel que sobresalía por encima del glande, mientras que el mío asomaba su punta fuera del capuchón.

Era la primera vez que nos veíamos desnudos y el toquiteo era placentero haciéndonos sentir cierto cosquilleo tanto en el pito como en los testículos, por lo que lejos de dejar como zanjado el asunto, las pusimos en paralelo, frente a frente, rozándolas una a la otra, para seguir la comparación.

Y como no había acuerdo (ni ganas que teníamos de que lo hubiera (jajaja) nos dispusimos a discutir de que manera podríamos zanjarlo, eso si, sin soltar el de nuestro contrincante.

Estábamos a punto de comenzar a utilizar una regla de la escuela para tomar las medidas, cuando, aunque sin saber de dónde venía, oímos un ruido en el pasillo, lo que hizo que alocadamente, nos vistiéramos como pudimos, para evitar que nos vieran.

-          ¿Hola Chicos, que hacéis? – dijo apareciendo de repente – Estaba en mi casa aburridísima y os he oído reír, por lo que he decidido pasar a ver que hacíais y como la puerta solo estaba cerrada con el quisquete, he pasado a ver si os pillaba haciendo alguna trastada.

-          Hola – contestó Jose Manuel – va no hacíamos nada especial, solo nos reíamos de las ocurrencias de “este”. Por cierto, es Lucio, aunque prefiere que le llamen Luc, vive justo frente a nuestra casa. Ella es Marian mi prima.

-          Me da gusto conocerte, Luc, creo que ya te había visto alguna vez, pero no sabia que fueras amigo de mi primo.

-          También a mi me gusta conocerte, - dije - tu primo me ha hablado mucho de ti, de lo bien que os lleváis, que vivías justo al otro lado del rellano de la escalera y que eras muy simpática, así que tenia muchas ganas de conocerte. Si quieres puedes quedarte a jugar con nosotros, seguro que lo pasamos mejor tres que solo dos.

-          ¿Seguro que no os importa? No quisiera estropearos la diversión…

-          No seas tonta, quédate que lo pasaremos bien – dijimos los dos al unísono.

Marian, era una niña espigada, bastante mas alta que nosotros, a punto de cumplir los 12 años.

Tenia el pelo castaño oscuro, largo, hasta un poco más debajo de los omoplatos, cejas pobladas, pestañas largas, ojos marrones, muy expresivos, nariz respingona, una boquita pequeña de labios estrechos, orejas pegadas a la cabeza y mandíbula bien dibujada. Su figura era bastante desgarbada, pecho plano, cintura estrecha, piernas largas y agradable a la vista en general. De su físico destacaba su culito, un poco mas grande que el resto de su anatomía, pero bastante alto y de una bonita redondez, para mi y en eso diferíamos Jose Manuel y yo, mucho más atractivo que el de mi hermana, pero ella era su amor platónico.

Comenzamos con nuestros inocentes juegos, primero al escondite, luego al parchís, para después a un juego que yo no conocía y que se llamaba pillo-pillo.

El juego consistía en que uno trataba de huir de los otros dos y estos de pillarle, ganaba el que lo hacía. El primero en defenderme fui yo, se abalanzaron hacia mí y fue Marian quien me cogió, se abalanzó hacia mi y agarro la cintura de mi pantalón, con lo que caímos al suelo ella agarrada a la cintura del pantalón, y yo bocabajo, con el pantalón por las rodillas, el calzoncillo, que había sido arrastrado por este, un poco más arriba y todo el culo al aire

La situación les hizo mucha gracias y rieron a gusto, justo lo contrario que yo que me puse colorado como un tomate, y azarado como estaba me puse en pie para subirme la ropa, sin darme cuenta que al hacerlo me verían la pilila, Mas risas y más enfado. Seguimos con el juego, pero a partir de entonces yo solo intentaba vengarme haciéndole lo mismo a ellos, peo fuero bastante más hábiles que yo y no lo conseguí.

Mas tarde y ya cansados de jugar, nos sentamos a tomar un refresco y a contar historias. Al principio no me di cuenta, pero Marian se sentó frente a mi, y pronto comenzó a separa sus piernas dejando a mi vista sus blancas bragas. Las historias que contaba Marian, al contrario que las que nos contábamos habitualmente Jose Manuel y yo, eran siempre picantes, lo que hizo que me volviera el cosquilleo en la parte baja de la tripa y en la entrepierna.

Especialmente, cuando nos contó, que el anterior verano haba estado en un internado de verano, por que sus padres fueron de viaje al extranjero y allí conoció una chica algo mayor que ella, que ya tenia pelitos encima del coñito y que le había enseñado a besar, que como compartían habitación, todas las noches después de que apagaran las luces y pasara la monja a comprobar que todo estaba en orden, Olga (así se llamaba su compañera) y ella practicaban besándose, en la boca, para aprender para cuando tuvieran novio. Nosotros, muertos de curiosidad y morbo, le preguntamos como era, y ella no contó, que primero juntaban sus labios, y entonces su amiga se los separaba con su lengua, que después la introducía en su boca y mezclando sus salivas, enredaban las lenguas primero en la boca de una y después de la otra, que al principio parecía que iba a dar un poco asco, pero enseguida se sentía muy bueno, y que esto hacia que sintiera cosas que antes no babia sentido, que todo su cuerpo se erizaba y sentía cosquilleos por todas partes.

También nos contó, que algunas noches cuando su compañera pensaba que ella se había dormido, solía pasar a su camia y a tocarle los pezones, la barriga y las piernas. Que como ella se hacia la dormida y Olga seguía subiendo, hasta legar a su braguita y que le frotaba el chochito por encima de la misma.

Llegados a este punto, yo ya no podía quitar mis ojos de sus bragas, me sentía excitadísimo y con los nervios a flor de piel, ella no paraba de abrir y cerrar las piernas, mientras no me quitaba ojo a mí, primero a la cara, luego a mi pantalón. Lo que mas me llamó la atención, fue ver que sus bragas tenían una mancha de humedad que al principio no tenían, así que pensé que se le había ido algo de pis.

A continuación, siguió explicando, que una noche, quiso saber que se sentía si le tocaba la piel del chochito y se acostó sin bragas.

Aquella noche, como de costumbre, Olga paso a su cama y comenzó las maniobras habituales, pero al llegar a su entrepierna y notar que no había prenda por medio comenzó a rozarle con mucha suavidad por todo su conejito.

En aquel momento llamaron a la puerta. Era su madre que había llegado y venia a buscarla y nos dejo con la miel en los labios, tremendamente excitados, pero no nos quedo otra que despedirnos de ella.

A nosotros aun nos quedaba algo mas de una hora solos.

-          Uff -comenté según se cerró la puerta- Vaya historia que ha contado tu prima, ha hacho que deseara haber sido yo en lugar de Olga quien jugara con ella

-          Jo,-respondió Jose Manuel si eran dos chicas y dice que le gustó.

-          Si, ahora ella al menos ya sabe como hay que besarse, ojalá me enseñara a mi que nunca he besado a nadie ¿Te imaginas que te meto la lengua en la boca?

-          Aggg, que asco.

-          Pues ella ha dicho que, aunque creía que le iba a dar asco le gustó mucho y si antes no te daba asco que nos tocáramos la pilila, no sé porque te lo da ahora que toquemos los labios -le dije acercándome a el

-          Hombre, es diferente, lo de antes era solo una prueba científica, solo para una comprobación de medidas, que por cierto no hemos terminado. Pero en serio, ¿serias capaz de besarme como ha contado Marian?

-           No sé porque no, se trataría de otro experimento puramente científico, así que cuando quieras podemos hacer ambos experimentos. Aunque tu como eres un cortado, seguro que no te atreves.

-          EHH que yo no soy un cortado, tengo valor para eso y para mucho más, lo que pasa es que el que no se atreve eres tú. Pero si quieres podemos hacerlo ahora mismo, pero con una condición

-          Dime. Jose Manuel, ¿con que condición?

-          Que reconozcas que mi pito es mayor que el tuyo

-          Venga ya, eso habría que comprobarlo

-          Pues vale, antes de que pruebes como es eso de los besos, quítate la ropa para que lo comprobemos

La verdad es que la tensión que nos había provocado la historia que nos contó Marian era enorme y los dos estábamos muy excitados, aunque aún casi ni sabíamos que era eso, pero la verdad es que estábamos decididos a todo.

Sin pensarlo un momento más, comenzamos a quitarnos la ropa y una vez desnudos, comprobamos que nuestras pililas estaban algo mayores que antes, y aunque seguían siendo unas culebrillas, ahora estaban bastante duras, mas o menos como a las mañanas antes de ir al baño.

Cuando cogí la suya sentí un pequeño escalofrío, pero me encantó la sensación, aunque aun me gustó mas cuando sentí su mano, con la piel muy suave acariciando la mía con mucho cuidado. Aproveché para pasar mi mano por su cintura y atraerle hacia mí, mientras él se dedicaba a con la otra mano, toquitear mi culito, cosa que imité sin dejar de presionarle hacia mi cuerpo. Y entonces, como yo ya había cumplido su deseo, no me lo pensé ni un segundo, y pegué mi boca a la suya, nuestros labios se juntaron y mi lengua, al igual que nos había contado Marian que hacia la de su amiga Olga, separó los de Jose Manuel (no puso mucha oposición) y se introdujo tímidamente en su boca.

La primera sensación, fue de repulsa, asco y estuve a punto de retirarme, pero a la vez, sentía la placentera sensación que producía el roce de nuestros cuerpos uno contra otro, las caricias de su manita en mi culito, y de la otra acariciando mi pene, asi como la sensualidad de tener agarrado du pito y mi mano pasando por su espalda y su culo. Poco a poco la sensación de repulsa desapareció para dar paso a otra muy placentera, y especialmente cuando comenzamos a juguetear una lengua contra la otra.

Asi continuamos un buen rato, hasta que nos dimos cuenta que se hacia tarde y en cualquier momento podrían llegar sus padres y completamente azarados, rojos como un tomate, nos separamos para vestirnos rápidamente dándonos la espalda el uno al otro.

Esta fue mi primera experiencia homosexual (¿puede llamársele así teniendo en cuenta nuestra edad?), pero la verdad es que, durante mucho tiempo, nos avergonzamos de lo ocurrido y desde aquel día dejamos de vernos en su casa.

Espero que os haya gustado mi relato y dejéis vuestras sugerencias para los futuros