Biografía de un MaripoSoneto. Capítulo primero.

Sonetos de contenido gay y misógino. El autor no apoya los comportamientos ni las ideas misóginas. Tampoco pretende que exista una relación entre ésta y la homosexualidad. ¡El autor ni siquiera es gay! Pero, por algún oscuro motivo, encuentra muy excitante esta bizarra y estúpida fantasía.

PRÓLOGO.

Quítándole la pe a mi pesoneto,

poniéndola a la olla que me meto,

quiero cantar si puedo en mil estrofas

lo feas y lo tontas y lo fofas

que son para mi gusto las mujeres.

¿Por qué se las elogia y las prefiere

en todos los poemas? Pues, en suma,

ya pueden los poetas tener pluma

que todos andan locos por la raja

cambiándonos las rimas por las pajas.

Más todo no es, lector, más que impostura:

ningún chocho jamás la puso dura

desde el mismo alborar del paleozoico.

Te ha de sonar quizá, conspiranoico:

nos engañan así los reptilianos

para follar el coño en vez del ano.

Lo hacen para tener ganado humano

siempre bien abundante, siempre a mano.

Así, querido amigo,

cansado de la brevas y los higos,

te dejo, a base de sonetos,

preciosos y discretos,

mi vida de mamón, mi biografía

que ha de excitar tu pene y fantasía.

1

El día que yo nací cumplí los cero.

Nací varón, ¡qué bien! ¡El sexo fuerte!

Y el bello, añado yo. No nací hetero

sino que maricón hasta la muerte.

Nací en San Valentín, mes de febrero,

enamorado y puto. Tuve suerte.

Me dieron de mamar, pensé "¡No quiero!

¡Fuera, teta, de aquí! ¡Me da asco verte!"

Probaron con nodrizas a montones

y a todas respondí con arañazos

patadas, llantos, gritos y empujones.

Lleváronme al doctor -un morenazo-

y al verme así, cogido entre sus brazos,

me puse a succionar de sus pezones.

2

Muy pronto descubrí -sería a los siete-

que las niñas del patio del recreo

tenían la cara, el cuerpo, todo feo.

Yo me escondí con tres en el retrete

y ellas quisieron ver ese paquete.

¡Cómo quedaron llenas de deseo

cuando dije "Mirad. Así yo meo"!

¡Se relamieron viendo aquel juguete!

"Nosotras no tenemos" confesaron

y me enseñaron Marta, Clara y Lidia

el costurón tan feo que les dejaron,

la cicatriz curada con desidia,

el olor desabrido, y se quedaron

con su pena, sin pene y con envidia.

3

Mi padre era albañil, era un currante

que alimentó la panza blanda y rosa

de sus hijas mayores y su esposa

con sus potentes brazos de diamante.

De ese cuerpo viril tan elegante

vestido sin cuidarse con qué cosa,

de esa cara tan noble, afectuosa

no apartaba la vista el tierno infante.

Por andar él por casa ya era fiesta

el domingo. Y por fin, al lado suyo

podía yo velar sus largas siestas.

Y una de ellas brotó, como un capullo

de su escaso calzón la polla enhiesta.

"Yo he nacido de aquí", pensó mi orgullo.

4

La hora de acostarse era la aciaga

en que mi madre me robaba al macho.

Por no aguantar su hedor iba borracho

para el trabajo sórdido y sin paga:

subirle el camisón, bajar las bragas

y allí donde a las hembras falta un cacho

hundir su miembro hermoso y sin empacho

sentir a la sentina que lo traga.

¡Cuánto la odié a esa cerda! No me agobia

considerar que entonces por privarme

del que nací, nació mi ginofobia.

Sólo encontré este medio de salvarme:

matarla de una vez, vestir de novia

y así decir, "Papá, quiero casarme."

5

Me puse, pues, las bragas de mi hermana

-limpias, of course, si no, menuda grima;

cogí sujetadores de mi prima,

los rellené con calcetín de lana;

me puse una peluca de gitana

de un disfraz y un vestido por encima

que las cheerleaders llevan cuando animan.

Me puse todo eso una mañana

estando los dos solos en el piso.

Me dijo "¿Dónde vas así vestido?"

"Cásate conmigo" dije y él no quiso.

Me arrodillé y besé su cetro erguido

y con mis labios tiernos y fruncidos

un anillo forjé de compromiso.

(Es posible que continúe.)