BimboTech: Una amiga en apuros II
Catherine asume su nueva condición y debe decidir que hacer con Marissa y el resto de bimbos que el Dr. Jones ha dejado desperdigadas por el campus.
Continuamos con una nueva entrega de la versión española de BimboTech. Les recuerdo que el autor, John Blade (The Sympathetic Devil), agradece cualquier comentario que le querais hacer llegar a su correo (thesympatheticdevil@hotmail.com). Su trabajo original lo podréis encontrar, entre otros, en la web "Erotic Mind Control".
Una amiga en apuros II
A la luz del sol de mediodía, dos mujeres muy diferentes salían de las instalaciones de BimboTech Incorporated. Dos mujeres diferentes la una de la otra, dos mujeres distintas de las jóvenes que habían sido sólo unas horas antes. Era imposible mirar a esas mujeres y no pensar en sexo, pero cada una de ellas evocaba un tipo diferente de encuentro sexual. A la izquierda de la otra mujer, y un paso por detrás, Marissa se contoneaba y reía embutida en un ceñido microvestido de lycra blanco brillante, con una vacua sonrisa dibujada en sus labios que proclamaba a los cuatro vientos que era la mujer más fácil del planeta. Delante de ella, andando con suficiencia, estaba Catherie, con la mirada brillante y caliente de una depredadora. Estaba ansiosa, tenía hambre, era insaciable. Y todo aquel que se encontraba con su mirada se sabía parte del menú.
Catherine guiaba a Marissa como si con una correa invisible tirase de ella. En un principio, la idea le había parecido simpática a Mistress Cat y consideró usar una correa con Marissa, pero al final descartó la idea. Marissa era su puta en cuerpo y alma. Cualquier indicativo exterior de ello era superfluo.
- ¡Joder, estas chicas sí que están calientes! – exclamó alguien al paso de las dos mujeres.
Catherine se volvió lentamente arqueando una ceja. Marissa sacaba pecho y sonreía a tres motoristas, uno de los cuales era quien había hablado.
- Sí, lo estamos. – contestó Catherine. – Tened cuidado no os vayáis a quemar.
Catherine dijo esto último con una sonrisa indicándoles que deseaba divertirse y los ciclistas se echaron a reír. La mujer echó un vistazo a su alrededor. Cerca había un callejón y también una cabina de teléfono, aunque lo suficientemente lejos de BimboTech Inc como para que nadie las relacionase con la compañía. Servirían para su propósito. Con un gesto sexy, se llevó un dedo coronado por una larga uña color marrón a su labio inferior y soltó una risita.
- ¿Os gustan los coñitos de bimbo, chicos? – preguntó Catherine. – Porque si es así, Marissa tiene una oferta especial para vosotros: un agujero, treinta dólares. ¡No esperéis más, tiene tres agujeros esperándoos! No teneis más que meter las motos en el callejón y podéis follárosla sobre ellas. ¿Hay trato?
Los motoristas se miraron entre ellos y, sonrientes, aceptaron el trato. Marissa, alegre, vitoreó y aplaudió la decisión dando pequeños saltitos que hacían rebotar sus tetas. Tras aparcar las Harleys en el callejón, abrieron sus carteras, ante la insistencia de Catherine de que pagasen por adelantado, y le entregaron el dinero. La mujer metió los noventa dólares en su inmenso escote. Cuando los hombres ya estaban dispuestos a abalanzarse sobre Marissa, Cath levantó una mano para detenerlos.
- Sólo una cosa más, muchachos. Hay una tasa de veinticinco centavos por ponérosla tiesa.
Los motoristas parecían confundidos y empezaron a sospechar algo raro.
¿Qué tasa es esa? – preguntó uno de ellos.
Dame los veinticinco céntimos y tu polla y te lo enseñaré. – dijo Catherine. – Te prometo que te gustará.
La apariencia morbosa y la mirada llena de lujuria que rodeaban a Catherine cortó cualquier atisbo de discusión. El hombre sacó el dinero y se lo tendió a la mujer. Luego se desabrochó el cinturón. Catherine se acuclilló frente a él y le ayudó a terminar de liberar su miembro viril para, después, comenzar a lamerle los testículos mirando, a continuación, a los otros dos hombres.
- Vamos, muchachos. Un cuarto de dólar y las pollas. Os lo haré a los tres a la vez. ¡Soy un coño muy ocupado!
Los hombres torpemente trataron de sacar el dinero al mismo tiempo que sus pollas. Muy pronto el dinero se encontró entre las monstruosas tetas de Catherine que, entre tanto, se encontraba ya introduciendo la primera polla entre sus hinchados labios mientras sus manos se ocupaban de las otras.
- ¡Muy bien, chicos! – dijo una vez los tres miembros estuvieron rígidos. – Ya estáis listos. ¿Podéis hacerle el favor a la Srta. Catherine de follaros a esa puta por todos sus agujeros?
Dijo empujando a los tres hombres hacia Marissa, que sentada sobre una de las motocicletas, jugaba impaciente con su pezón derecho retorciéndose de placer ante lo que le esperaba.
- ¡Oh, sí! – gritó cuando tres pares de manos comenzaron a acariciarla. ¡Folladme! ¡Folladme! ¡Folladme!
Pronto, el vestido de lycra blanco que vestía Marissa quedó reducido a un grueso y arrugado trozo de tela que, a modo de cinturón, rodeaba su cintura. Los tres motoristas hacían todo lo posible por llenar cada uno de los orificios de la pobre muchacha mientras ésta, al tiempo que era follada y chupaba una gruesa polla, se retorcía y gemía de placer.
Durante unos instantes, Catherine se detuvo a admirar la escena. Luego, dejo a Marissa y a los motoristas en el callejón mientras, rebuscando entre sus tetas las monedas que le habían dado los hombres, comenzó a andar por el callejón hacia la cabina de teléfono. Una vez allí marcó un número que conocía bien.
¿Hola? – contestó al otro lado del teléfono una voz familiar.
¿Brooke? – respondió Catherine. - ¡Oh, gracias a Dios que estás ahí!
¿Catherine? ¡Oh, Dios mío, Catherine! ¿Dónde estás? ¡Hemos estado muy preocupadas! ¿Está Marissa contigo? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
Cálmate, Brooke. ¡Cálmate! Estoy bien. Marissa está conmigo y no está en peligro. Sin embargo, ella necesita nuestra ayuda.
¡Oh, Dios mío! ¿Está herida?
Mira, no puedo explicártelo por teléfono. Consigue que todas las Zetas se reúnan con nosotras en la casa de la fraternidad dentro de dos horas. ¡Y no se lo digas a nadie! Si algo de esto transciende, la vida de Marissa estaría en peligro. ¡Esto tiene que permanecer como un secreto dentro de la fraternidad ZTA! ¡Júramelo, Broooke!
¡Por Dios, Catherine, por supuesto que te lo juro! ¡Lo juro por Dios! Ahora mismo voy a llamar a todas las chicas.
Gracias, Brooke. Sabía que podía contar contigo. Nos vemos dentro de dos horas.
Dos horas. Estaremos allí. ¿Estás segura de que estás bien?
Perfectamente. Ahora tengo que irme.
Vale. A… adiós. – dijo Brooke antes de que Catherine colgase.
Bimbo estúpida. – murmuró Catherine para sus adentros esbozando una maliciosa sonrisa. Luego, sacando otra moneda, llamó a BimboTech.
Una semana más tarde, Mistress Catherine se hallaba sentada, entronizada en toda su gloria, en medio de la gran sala común de la fraternidad ZTA, rodeada por una multitud de bimbos que la temían y adoraban al mismo tiempo. Había sido una semana muy larga, ocupando casi todo su tiempo en adoctrinar a todas las zetas , enseñándoles quien era la jefa y en reunir a todas aquellas bimbos que el experimento del Dr. Jones había dejado vagando por el campus. Sin duda había sido un trabajo duro, incluso había roto uno de sus arneses con dildo, pero Catherine había disfrutado de cada momento de su trabajo.
Clavó su mirada en Fifí, una bimbo del sudeste asiático que se había ataviado con un uniforme de sirvienta francesa. Con su copa vacía en la mano, le hizo una señal y la muchacha se apresuró a traerle un nuevo gin-tonic fresco y a retirar la copa vacía. Mientras lo hacía, Fifí, obsequió a Mistress Catherine con una reverencia que dejaba a la vista de su señora su magnífico escote. La chica tenía buenas tetas, pensó Cat, pero no tan bonitas como las de la dueña de la casa. Catherine respiró hondo hinchando su enorme escote hasta que sus tetas amenazaron con hacer estallar el bustier de terciopelo rojo y negro de su corsé. ¡Dios!, amaba sus tetas.
Sin embargo, a veces también eran un estorbo. Como, por ejemplo ahora, donde no le permitían ver cuál de sus muchos bimbos le estaba haciendo un trabajo oral tan delicioso. Sus gigantescas tetas le impedían ver cualquier cosa que sucediese bajo ellas a excepción de una burbujita rosa meneándose un poco más allá del horizonte de su pecho.
Mistress Cat miró hacia uno de los múltiples espejos que había hecho instalar en la sala para tener una mejor visión de su actual adoradora. El bien redondeado trasero tenía tatuado un corazón de color rosa en la nalga izquierda con la inscripción “Zeta Slut” en letras rojas, lo que identificaba a la bimbo como una de los miembros de su fraternidad, pero como las había tatuado a todas, el tatuaje no daba más pistas sobre su propietaria.
Los hinchados y rojos labios de la vulva de la bimbo tampoco daban pistas sobre quien era su propietaria. Por su aspecto podía saberse que Mistress Cat había usado recientemente un dildo con ella, pero también lo había hecho con otra media docena de bimbos más. Algún día, Catherine esperaba ser capaz de poder identificar a cada una de sus esclavas tan solo por sus culos y coños, pero, por ahora, debía conformarse con mirarlas a la cara.
Mistress Cat dio una larga calada de su boquilla negra y larga. Se había visto obligada a usar este tipo de aparatos para que, al fumar, la ceniza no cayese en su escote. La boquilla medía algo más de medio metro de largo y, al final de la misma, se situaba un largo y aromático Virginia Slim. Una vez que consiguió que en su punta se formase un buen montón de cenizas al rojo vivo, extendió su mano y golpeó la boquilla en la punta de su larga bota negra de tacón alto y que se apoyaba en la parte baja de la espalda de la bimbo que lamía su sexo. Las cenizas calientes cayeron sobre el hoyuelo que coronaba la hendidura de la muchacha, que gritó al tiempo que levantaba la cabeza golpeando las colgantes aldabas de Mistress Cat.
La muchacha se las arregló para mirar hacia atrás intentando averiguar qué era lo que había sucedido sin conseguirlo. La chica vestía un top azul celeste que sus duros pezones trataban de perforar. Por lo demás, estaba desnuda desde el ombligo a los tobillos. Acuciadas siempre por la urgente necesidad de follar y ser folladas, estas bimbos estúpidas andaban todo el día perdiendo sus faldas y pantaloncitos cortos, olvidándoselos en cualquier sitio y sin recordar, siquiera, que los habían usado. Sin duda necesitan más disciplina, pensó Mistress Cat sonriendo maliciosamente ante la idea.
Por fin, Mistress Cat pudo distinguir quién era la bimbo que trabajaba su coño. Era Brooke, la segunda de sus hermanas Zeta , tras Marissa, por supuesto, en abrazar con ayuda de BimboTech Inc. a su bimbo interior. Quizás Cat había exagerado la fijación oral que había programado en Brooke. Incluso mientras se preocupaba por lo que le había sucedido a su culo, agarró un mechón de su largo y ondulado pelo rubio y se lo llevó a la boca, chupándolo junto con su labio inferior. El tratamiento redujo el coeficiente intelectual de la muchacha, a su lado Marissa casi parecía inteligente, pero había conseguido que Brooke comiese coños como los ángeles. Esa cualidad compensaba cualquier otro defecto en opinión de Catherine y, en esta casa, la opinión de Catherine era la única que importaba.
Brooke. Se una niña buena y dile a todas que vengan aquí. Quiero decirles un par de cositas.
Sí, Mistress Cat. – contestó Brooke levantando el culo para salir corriendo por toda la casa llamando a todas sus hermanas de bimbo-fraternidad indicándoles que su señora las reclamaba.
¡Venid todas! ¡Venid todas! – gritó la joven con su lengüecita enredada aun con uno de sus mechones de pelo en la boca. - ¡Mistress Cat quiere vernos a todas! – dijo con una risita tonta. – O eso creo, jijiji… ¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Deprisa!
Brooke dudó si subir las escaleras o continuar su periplo por las habitaciones del piso principal y, a consecuencia de ello, chocó contra la pared que separaba la escalera del pasillo, cayendo sobre su bien acolchado trasero. Imperturbable ante su error, se echó a reír y corrió escaleras arriba a seguir llamando a sus compañeras.
Catherine hizo negó con la cabeza en señal de disgusto. Una bimbo podía entrenarse, pero siempre sería una tonta. De nuevo hizo un gesto hacia Fifí en su traje de doncella. Mientras las chicas se reunían aun había tiempo de jugar a uno de sus juegos de disciplina favoritos.
Levanta tu falda, Fifí. – ordenó y la muchacha obedeció al instante, alzando su falda de volantes para exponer su hinchado y rasurado sexo con la mano que no sostenía la bandeja de bebidas.
Ahora mantén la boca cerrada y la bandeja firme. No derrames ni una sola gota. ¿Entendido?
Fifí abrió la boca para responder, pero una ceja devastadoramente levantada en el rostro de Catherine hizo que la cerrase de nuevo. La muchacha asintió con la cabeza. Mistress Cat sonrió y empezó a acariciar con el dedo el sexo de la bimbo asiática para hacerla llegar al orgasmo.
Fifí no pudo dejar de estremecerse ante las maniobras de su Ama y los vasos de su bandeja entrechocaron entre sí, pero logró mantenerse firme y ninguno se cayó de la bandeja. La muchacha gemía con los labios fuertemente apretados mientras la habitación comenzó a llenarse de bimbos de todos los tipos imaginables. Sus tonos de piel variaban desde el pálido blanco de la porcelana al negro ébano. Las había que parecían putas baratas adictas al crack a perfectas muñequitas barbie. El pecho de todas ellas variaba entre aquellas con tetas muy grandes y aquellas otras con tetas con tamaño ¡Oh, Dios mío! Todas saltaban, reían y se movían por la sala principal antes de arrodillarse ante su Ama.
Cuando todas se hubieron reunido, Mistress Cat retiró su mano del húmedo sexo de Fifí, le dio una nalgadita y le indicó que se reuniese con las demás chicas.
- ¡Ah, Fifí!
La bimbo la miró expectante.
Ya puedes abrir la boca.
Gracias, Mistress Cat. – respondió Fifí haciendo una reverencia para luego arrodillarse junto a Mony, una bimbo pelirroja vestida con una perversa versión de un uniforme de colegiala de escuela católica. Los labios vaginales de Mony asomaban por debajo de su corta faldita a cuadros mientras que sus enormes y pecosas tetas, con una pequeña cruz de oro colgando entre ellas, asomaban de su blanca camisa desabrochada y atada con un nudo bajo ellas.
Mientras miraba a su alrededor, observando a su ejército de bimbos arrodilladas, Mistress Cat se lamió los restos que la humedad de Fifí había dejado en sus dedos. Estaban listas. Las había entrenado bien.
- Todas vosotras vais a necesitar esta noche vuestras bocas. Y vuestros coños, y vuestras tetas, y vuestros pequeños y apretados culos. ¡Esta noche vais a ser folladas como nunca os han follado antes!
Las muchachas sonrieron ampliamente y comenzaron a aplaudir y a vitorear a su señora. Durante unos segundos, Mistress Cat las dejó continuar. Luego, levantando su dominante mano, ssilenció a las estúpidas bimbos que ya habían olvidado porqué aplaudían.
- ¡Esta noche, la Casa Zeta, la casa de la fraternidad, se convertirá en la Casa de las Gatitas de Mistress Cat! ¡El hogar de las bimbos más deseables del mundo!
Brooke la miraba inquieta, como si tuviese una pregunta.
¿No es eso lo que queréis? – dijo Catherine dirigiéndose a ella con una sonrisa. Brooke se echó a reír.
Quiero que esta noche sea muy, muy especial, así que deseo que todas estéis muy, muy, muy calientes. Muchíííísssssimo más que de costumbre. Para ello, en las siguientes cinco horas, hasta que lleguen nuestros clientes, nadie puede tocarse el coño, las tetas o el culo.
Las chicas se miraron horrorizadas.
- Además, ninguna puede tocarle el coño, las tetas o el culo a ninguna de sus compañeras, y queda terminantemente prohibido salir de la casa. Quiero que todas las camas estén hechas y con sábanas limpias, que quitéis las braguitas y las medias que están colgadas de los ventiladores del techo, todas las manchas de flujos eliminadas de las alfombras y de los pasamanos. Cuando todo esté hecho, las quiero bien duchadas. Podéis tocaros mientras lo hacéis, pero sólo durante cinco minutos cada una y sólo una chica por ducha. Cuando estéis bien aseadas quiero que os maquilléis y os vistáis como auténticas zorras. Los folletos que hemos repartido por el campus dicen que sois las bimbos más putas y calientes de los alrededores y ¡maldición si no somos las mejores! Una vez que estemos todas listas, entonces follaremos. Como castigo, toda aquella que infrinja las normas, se quedará sin polla hasta pasadas dos horas de la llegada de los invitados. ¿Entendido?
Las bimbos quedaron desoladas. Brooke parecía a punto de llorar. Pero todas al unísono contestaron “Sí, Mistress”. Ella las había entrenado bien.
- ¡Venga, vamos! – rugió Cat. - ¡A limpiar!
Las jóvenes saltaron de sus sitios y corrieron a cumplir las órdenes. Alguna de ellas, la de pechos más grandes, cayeron de nuevo al suelo imposibilitadas de mantener el equilibrio de una forma tan rápida. Estas, se arrastraron entonces a gatas recogiendo las prendas que cubrían el suelo, arrastrando con ellas sus enormes atributos por el suelo.
¡Marissa! – gritó Catherine llamando a su excompañera de cuarto, que vestía ahora una escueta prenda consistente en una cinta de seda rosa enrollada a su alrededor y atada con un nudo que formaba un arco sobre sus tetas. La chica inmediatamente dejó caer el dildo que sujetaba en una maceta y se acercó rápidamente a su dueña.
¿Sí, Mistress Cat?
Tengo un trabajo para ti. Ven a mi habitación.
Marissa la siguió escaleras arriba. Allí, en medio de la mayor habitación de la casa, se encontraba la enorme cama de Mistress Cat, especialmente diseñada por sus amigos de BimboTech. La cama era lo suficientemente grande como para que media docena de bimbos jodiesen sobre ella a la vez sin caerse, con correas para atar las extremidades de las jóvenes en diferentes puntos y cuatro altas columnas en cada extremo, cada una con una pequeña plataforma, donde las bimbos podían deleitar a Cat con sus pole-dance.
Mistress Cat se despojó de su tanga de encaje negro dejándolo caer al suelo. Luego tomó el último número de Hustler de su mesilla de noche y quitó el cojín que llenaba el hueco que había en el centro del colchón. El propósito de esta depresión en la cama era la de acoger el monstruoso pecho de Mistress Cat. La mujer finalmente se metió en la cama y recostó sus tetas en el acogedor nido para, a continuación, comenzar a pasar las páginas de la revista.
Culto a mi culo, Marissa. – dijo sin quitar sus ojos de la revista.
Pero usted dijo… - empezó a protestar Marissa.
¡Las reglas no se aplican sobre mí, puta estúpida! ¡Soy la Reina de las Bimbos! ¡Tu cara! ¡A mi culo! ¡Ahora!
Sí, Mistress. – contestó Marissa antes de sumergirse entre las nalgas de Cat.
Catherine lanzó un suspiro de satisfacción cuando la muchacha se aplicó a la tarea encomendada. A continuación se puso a leer un artículo sobre escritores eróticos en internet y sus grandes hazañas sexuales.
Eran aun las seis y media de la tarde. Faltaba media hora para la inauguración de la Casa de las Gatitas de Mistress Cat, como ponía en los folletos, y todas las bimbos se hallaban agitadas y temblando, presa de la ansiedad. A Cat le asaltaron dudas acerca de si sus chicas aguantarían hasta entonces. Brooke balbuceaba incoherente mientras caminaba en círculos por la gran sala; Jelly, una joven de pelo púrpura, follaba con alguien imaginario; una docena más de bimbos estaban sentadas en los sofás retorciéndose y frotándose los muslos unos contra otros. Incluso Marissa, a quien Cat le había introducido el puño en su sexo cuando acabó de leer sus revista, parecía tan extremadamente excitada que cualquiera diría que estaba a punto de sufrir un colapso.
Entonces Becky comenzó a dar saltos por la habitación al tiempo que se ponía a a chillar. Becky era otra puta de la fraternidad Zeta y era particularmente buena saltando. Sus tetas de silicona eran perfectamente esféricas y del tamaño de balones de fútbol. El diminuto bikini naranja que llevaba estaba haciendo lo que podía para contenerlos mientras la joven daba saltos, pero no era mucho lo que podía hacer con ese pecho. Una cola de caballo de color rubio coronaba la parte superior de su cabeza para luego derramarse sobre su espalda y caer hasta por debajo de su trasero. La cola de caballo, junto a sus tetas y su redondeado culo acabaron uniéndose a los frenéticos saltos de la chica.
¡Becky! – rugió Mistress Cat. - ¡Bimbo estúpida! ¿Qué te pasa?
¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí! ¡Han llegado! – exclamó Becky acompañando cada exclamación con un salto en el aire. El bikini, finalmente, se rindió dejando escapar su pesada carga. Becky ni siquiera se percató de ello.
¡Maldita sea! ¿Quiénes han llegado? – gritó Catherine poniéndose nerviosa. Ella también necesitaba de un buen polvo para relajarse.
¡Los chicos, Mistress Cat! ¡Los chicos que nos van a follar! ¡Ya están aquí! ¡YA están aquí!
Ahora fueron todas las bimbos las que se pusieron a saltar y chillar.
- ¡Silencio! –ordenó Mistress Cat. - ¡Tranquilas!
Las bimbos callaron, poniendo al instante boquitas de labios temblorosos, haciendo pucheros.
- Son los primeros. El folleto pone que abrimos a las siete. Seguramente serán los eyaculadores precoces.
Los ojos de las muchachas estaban suplicando que empezase ya la fiesta.
- Pero creo que podemos empezar ya. – dijo finalmente Catherine.
Las muchachas inmediatamente comenzaron a aplaudir y vitorear.
- ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! ¡CAT! – gritaron todas al unísono.
Mistress Cat extendió una mano y se abrió paso entre la enfervorecida multitud de jóvenes bimbos hacia la puerta delantera.
¡Atrás, bimbos! – ordenó y abrió la puerta. Varias docenas de calientes universitarios se quedaron asombrados al verla. Al menos tres de ellos se corrieron en sus pantalones solo con contemplar sus gigantescas tetas enfundadas en un elaborado body de encaje escarlata. Cat se quedó plantada en la puerta, majestuosa, con sus manos enguantadas apoyadas sobre sus desnudas caderas y con sus piernas, calzadas con unas botas de cuero, bien abiertas. Era el único obstáculo que se interponía entre las dos fuerzas más calientes del universo. Se sentía poderosa, tanto como se sentiría, si fuese capaz de hacerlo, la presa Hoover. Pero había que hacer dinero, pensó. Para eso he abierto el negocio.
Bienvenidos, caballeros. Bienvenido a la Casa de las Gatitas de Mistress Cat. Esta será una noche que sus pollas jamás olvidarán. Hoy tenemos una promoción especial por inauguración. Serán cien dólares por cabeza. La próxima vez será mucho más caro, pero les garantizo que todos van a volver.
Catherine dibujó en su rostro su más amplia sonrisa de depredadora.
- Así que… ¡vamos a follar! – exclamó apartándose para que los chicos entrasen. Las bimbos chillaron. Los chicos rugieron. Cada uno de ellos, al entrar, deslizó un fajo de billetes o un talón en el escote de Cat y rápidamente era arrastrado por media docena de bimbos hacia un rincón de la casa. Las chicas luchaban entre ellas para ser las primeras en conseguir ser folladas. Los chicos las miraban asombrados, preguntándose en qué lío se habían metido, pero ninguno de ellos emitió ni una queja. Tampoco es que hubiesen podido hacerlo, pues la mayoría ya tenían más de un pezón metido en sus bocas y les hubiese resultado imposible hacerlo.
El tiempo fue pasando y a la casa comenzaron a llegar los clientes que se habían rezagado, por lo que la relación de bimbos por polla se redujo considerablemente, a una media de dos bimbos por cliente, y las cosas parecían ir a la perfección. Cat echó un vistazo a la orgía que se sucedía en la casa. Allí, en el suelo del vestíbulo, Becky se sentaba a horcajadas sobre la verga de un tipo con el que Catherine solía salir “antes”. La joven botaba sobre la polla del chico, con su culo golpeando la cara de Brooke que no paraba de chuparle las bolas al chico. Arqueándose de forma bastante creativa, Brooke había conseguido, además, que el hombre le metiese un dedo en el coño.
Admirando la manera de trabajar de sus chicas, la mirada de Cat se volvió hacia la puerta de la casa. Sorprendida, se encontró en ella a un hombre trajeado flanqueado por dos agentes de la policía del campus. Cat rápidamente reconoció al hombre, era el Decano Randall Wallace. Éste portaba en una de sus manos uno de los panfletos que había repartido el día anterior por todo el campus universitario. A los tres hombres se les notaba que estaban haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para actuar con profesionalidad, pero esta no fue suficiente para evitar sorprenderse ante el extraordinario volumen de las aldabas de la mujer. Cat sonrió. Los hombres no iban a ser un problema.
- Hola, caballeros. – dijo. – Bienvenidos a mi casa. Soy Mistress Cat.
Se hizo una larga pausa mientras el Decano echaba un largo vistazo al escote de la mujer. Tras un rato, al final habló.
¿Es usted la responsable de esto? – preguntó sosteniendo de forma visible uno de los folletos.
Ajá. – asintió Catherine con una inclinación de cabeza.
Estoy muy preocupado por… - comenzó a decir el hombre.
Bueno, si está muy preocupado, - interrumpió Catherine. – creo que puedo ofrecerle un regalo promocional. De hecho, creo que se lo haré yo misma. Me vendría bien un trago de jugo de hombre. ¡Chicas! ¡Aquí, necesito ayuda!
A su llamada, un grupo de bimbos que se hallaban en una esquina de la sala lamiéndose entre ellas el semen que les manchaba los rostros y las tetas, se levantaron de inmediato en ayuda de su Ama.
Niñas, haced que los agentes pasen un buen rato. Yo me encargaré del decano. – Mirando a su alrededor, Cat hizo un gesto a Fifí. - ¡Fifí! Hazle un trabajito al ojete del Decano mientras yo le chupo la polla.
Sí, Mistress Cat. – exclamó la joven bimbo.
Eso no es lo que yo quería decir… - protestó el Decano que, sin embargo, no hizo nada para detener a Catherine cuando esta se agachó y tiró de sus pantalones hasta dejárselos alrededor de los tobillos dejando a la vista una destacable erección. Una vez su pene estuvo en la boca de Catherine y la lengua de Fifí en su culo, sus preocupaciones parecían haberse apaciguado. El decano no tardó mucho en correrse y Catherine tragó su semen.
Hazme saber si tienes más preocupaciones, amorcito. – dijo Catherine acomodando de nuevo el flácido pene del Decano dentro de sus pantalones. - ¡Tu polla está riquísima!
El Decano bajó la mirada hacia ella, aun ensimismado por lo que había sucedido. Mistress Cat se levantaba, echando hacia atrás su enorme trasero para contrarrestar el peso de su monstruosa delantera. Con ella, una vez de pie, golpeó al Decano, sonriendo estúpidamente mientras volvía su mirada hacia el interior de la casa. En ella, cámaras de vídeo discretamente colocadas le proporcionarían material suficiente para chantajear al Decano si “las preocupaciones” de Mr. Wallace se interponían en su camino.
Las horas seguían pasando y Mistress Cat tenía ya en el interior de su escote, entre sus tetas, casi cien mil dólares en efectivo. Eran las diez de la noche y los clientes seguían llegando, pero Cat seguía caliente. Muy caliente. Quizás podría colocar a una de sus niñas a cobrar las entradas, pero seguro que acabaría dejando entrar gratis a los chicos, pero ¡mierda! ¡Un buen polvo bien valía que algunos chicos entrasen de gorra!
- ¡Mony! – llamó la mujer a una bimbo pelirroja a la que un gigantesco negro acababa de dar por culo. - ¡Ven a la puerta y encárgate de cobrar a los clientes!
Mony se alisó su escueta falda escocesa y acudió en auxilio de su ama. Justo en ese instante, dos altos y desgarbados jóvenes, de enormes pies, se presentaron en la puerta, llevando en sus grandes manos un fajo de billetes. Eran dos hermanos gemelos idénticos. Mistress Cat sonrió. Estos dos iban a ser suyos.
- ¡Hola, chicos! – exclamó tomando su dinero y colocándolo entre las pecosas tetas de Mony. - ¡Venid conmigo!
Catherine se las arregló para tomar de las muñecas las enormes manos de los chicos y colocarlas sobre sus gigantescas tetas y sobre sus nalgas.
¡Oh, Dios mío! – dijo uno de los gemelos.
Diosa. – corrigió Cat. - ¿Os lo habéis montado con la misma chica a la vez?
Uh… No, señora. – contestó el otro chico.
¿Os gustaría montároslo conmigo? ¡Me encantaría ser follada por dos pollas idénticas a la vez! – dijo la mujer meneando el culo donde aun reposaban las manos de los chicos. Los gemelos rieron nerviosamente y se dejaron llevar a la sala principal.
¡Fuera de mi camino, putas estúpidas! – gritó y tres bimbos rubias abandonaron el sofá al que se dirigía Mistress Cat, dejando a la vista a uno de los oficiales de policía del campus que se encontraba bajo ellas. Éste miró a su alrededor confundido, pero una de las rubias lo tomó de la mano y lo llevaron a otro rincón de la sala. Mientras tanto, Mistress Cat comenzó a sobar la entrepierna de los gemelos por encima de los pantalones. ¡Estaban muy bien dotados!
¡Fuera pantalones, chicos! ¡Os necesito dentro de mí ahora!
Sonrojados, los gemelos se despojaron de sus ropas, dejando al descubierto unas vergas largas, duras, gruesas y venosas.
- ¡Sí! – exclamó Cat. - ¡Tú, tiéndete en el sofá!
El muchacho elegido se tendió sobre el sofá con su erecta polla apuntando al cielo. Cat sonrió y se sentó a horcajadas sobre él, envolviendo su miembro con su hambriento coño. El muchacho también sonrió, presa de la más absoluta felicidad, antes de que su rostro desapareciera entre las enormes tetas de Cat, que se inclinaba hacia adelante, volviendo su atención hacia el otro gemelo.
- ¡Tú! ¡Méteme esa polla dura en mi culo! ¡Fóllame, fóllame, fóllame!
El muchacho obedeció. Apuntó con su polla al voraz ojete mientras separaba las nalgas de la mujer para, finalmente, embestir. Con aquellas dos pollas en su interior, Catherine estaba en la gloria, moviéndose sin parar y gritando obscenidades. Sus bimbos la observaban extasiadas, viendo como se tocaba ella misma y a los muchachos.
Mistress Cat arqueó la espalda y agarró del vello púbico al hombre que le taladraba el culo, obligándolo a aumentar la dureza de sus embestidas. Entre tanto, el chico que se dejaba cabalgar, miraba extasiado las enormes aldabas de la mujer mientras el coño de la mujer lo apretaba y exprimía.
- ¡Bimbos! – gritó de repente. - ¡Chupadme las tetas!
Ocho chicas corrieron a su orden y se abalanzaron sobre su pecho, dedicándose entusiasmadas a lamer las enormes bimbotetas de su Ama. La vida, sin duda, la trataba bien. Los gemelos comenzaron a correrse al mismo tiempo y llenaron el coño y culo de Cat de semen caliente y pegajoso. Cat volvió la cabeza y rugió de placer.
- ¡Colega! ¡Esa es la puta loca que nos tiramos la semana pasada!
Cat escuchó esa voz que le pareció ligeramente familiar. Miró a su alrededor y vio como Marissa se acercaba a los dos mismos tipos que Catherine había expulsado de la habitación que compartían hacía ya una eternidad.
¡Joder, de ninguna manera! – contestó el otro. Chet se llamaba, creyó recordar Cat. - ¡Las tetas de aquella zorra no eran ni de coña tan grandes!
¡Se las ha operado, tonto del culo! – respondió el que se llamaba Derek.
¡Hola! – dijo Marissa sacando pecho. - ¿Queréis jugar a esconder la salchicha?
¡Amigo! ¡Te dije que era ella!
Catherine apartó a las bimbos que se ocupaban de sus tetas y luego dio unas palmaditas de agradecimiento en las espaldas de los gemelos a modo de agradecimiento. Se deshizo de las desinfladas pollas que aun ocupaban sus agujeros y se acercó a donde estaban su excompañera de cuarto y sus dos pretendientes.
Marissa está realmente caliente. – explicaba la muchacha. - ¿Quieren estos chicos guapos hacer fucky-fucky?
¡Sí, colega! ¡Hagámoslo! – dijo Dereck.
No sé, tío. ¿Y si aparece la loca de su compañera de cuarto? – dijo Chet.
Oh, no creo que debas preocuparte por eso. – dijo Mistress Cat. – Esa perra se ha marchado para siempre.
Marissa lanzó una risita tonta. Los chicos se volvieron para encontrarse de frente con la visión de las tetas de Cat. La visión de las tetas de Catherine impidió que estos se fijaran en su rostro y la reconociesen.
¡Wow! ¡Estás cañón! – dijo Derek. - ¿Quieres, ya sabes, quieres qué…?
Tal vez más tarde, - dijo Catherine. – Lo que quiero ahora es ver cómo se follan a esta puta por todos lados.
¡Bien… bien…! – gritó Marissa dando saltitos que hacían botar sus pechos.
Derek y Chet sonrieron mientras Cat les bajaba a ambos los pantalones. La mujer le ofreció a Marissa la polla de Derek y la muchacha, de inmediato, se puso en cuclillas y comenzó a chupar golosa. Catherine arrastró a Chet por la polla hasta la parte de atrás de Marissa y se inclinó para darle una nalgada a la muchacha que consiguió que la esta cambiase su postura para hacer accesible su sexo. Cat procedió entonces a meter la polla del chico en el sexo de Marissa.
- ¡Dadle fuerte, muchachos! ¡Más duro! – jaleaba Mistress Cat. - ¡Ella no es ninguna virgen vergonzosa! ¡Vamos, es una estúpida puta facilona! ¡Dejaros de mimos! ¡Dadle duro!
Marissa gemía lamiendo la polla de Derek que, de un golpe, se la enterró hasta la garganta. Chet bombeaba como un martillo neumático en el coño de la muchacha. Cat sonreía. Era casi perfecto. Pero aun faltaba algo.
Cat miró a su alrededor y encontró lo que buscaba. Fue a por ello y volvió junto a la doblemente insertada bimbo.
- Lo estáis haciendo bien, chicos. Pero estáis descuidando por completo uno de sus mejores agujeros. – Diciendo esto, tomó su mayor dildo, lo lamió y lo metió en el culo de Marissa. La muchacha chilló agradecida. Mistress Cat estaba contenta de ayudar. Después de todo, Marissa era su mejor amiga.