Billete al Infierno

Silvia y Laura. Dos chicas jóvenes, dos amantes. Han encontrado su propio paraíso. No sin problemas… Surge la oportunidad de resolverlos todos a la vez. Fácil, rentable… Tiene su riesgo, pero es mínimo...

Despertar:

Abro los ojos… oscuridad, calor sofocante, sudor que empapa mi piel y la sábana. Necesito una sábana por encima para dormir. Serán las cinco de la mañana, la hora a la que siempre despierto. Me cuesta volver a dormir… En hora y media nos levantarán a todas. En dos horas saldrá el sol.

Oigo la respiración de mis compañeras. Varios tipos de respiración: muy leve que te hace pensar que la persona puede estar muerta, suave, moderada, fuerte y auténticos ronquidos… Tal vez no tan fuerte como un camionero obeso pero sí, las mujeres pueden roncar.

Me pregunto lo de siempre… ¿Cómo he podido llegar a esto?... Mi mente vuelve al principio de la historia…

Por cierto, soy Laura.


Hace seis meses:

¡¡¡Ahhh!!! Sí… sigue…

Silvia me chupa las tetas como ella sabe: suave, paseando su lengua húmeda por los pezones. De vez en cuando mordisquea un poco, con cuidado, sin hacerme daño.

¡¡¡Ohhh!!! Ya está bajando al coño… ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Ahhh!!!

Llevamos ya casi un año viviendo juntas… Ella tiene la firmeza que me falta, sabe lo que hacer. Duermo abrazada a ella, me siento segura…

Por la mañana desayunamos… surge el tema inevitable:

  • Quedan dos días para pagar el alquiler, no tenemos nada… -dice ella.

Yo ya lo sé… Hay problemas en el paraíso. Hace tres meses que Silvia no trabaja… Con lo que gano en el bar podemos comer pero no pagar la renta. Confío en ella, es fuerte, decidida… Después de una pausa, continúa hablando:

  • Me han propuesto algo… Puede ser muy rentable, es fácil… pero tiene su riesgo.

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Esa tarde quedamos en un bar, al otro lado de la ciudad. Al rato de sentarnos apareció un tipo. Bien vestido pero no parecía muy de fiar: expresión dura, gafas de sol estando nublado, pelo muy abundante y muy oscuro.

Nos explicó la propuesta… Bueno, la parte que “debíamos saber”. Viaje a un paraíso tropical. Billete pagado, una semana de estancia también pagada, con menos tiempo podríamos tener problemas, ¿Qué problemas?

El último día nos traerán dos objetos al hotel. Cada una trae uno. Alguien nos llama al llegar, los entregamos y nos pagan… nos pagan mucho.

Silvia está convencida… entonces yo también. Negocia con el tipo, quiere que nos pague el alquiler ya. Accede, disimuladamente le da dinero, hay de sobra…

No estoy nada convencida pero nuestra situación es desesperada… ¡¡¡Ahhh!!! Esa noche Silvia me folla con un dildo, sangra, duele un poco, pero me gusta. ¿Con un tío será así también? Nunca he estado con un hombre. Nuestra misión precisa que tengamos el himen roto, ahora yo también lo tengo.


La misión:

Vuelo a un archipiélago tropical. Una semana fantástica: buen hotel, todo incluído, playa, excursiones, comida, cerveza, vino, licores, sexo, mucho sexo… ¿Esto es trabajo?

Mañana volamos… Nos llaman de recepción. Un paquete.

Siliva va a buscarlo. Lo abre decidida. Dos ampollas herméticas de plástico. Como consoladores pequeños. Practicamos… vaselina y adentro, caminamos con el objeto ahí… Cuesta al principio, logramos que no se note. Risas…

Mañana deberemos hacerlo en el baño del aeropuerto.

No nos han dicho que hay dentro de los recipientes. Lo sabemos perfectamente… aunque ninguna se atreve a decirlo. Yo no quiero ni pensarlo… Povidona yodada… Popularmente: “pis de dragón”. La droga del siglo XXI. Un líquido amarillo que produce efectos alucinógenos increíbles. Se dice que sin efectos secundarios… Otros dicen que aunque no provoca secuelas físicas si las produce en la mente: 90% esquizofrenia paranoide al poco tiempo.

Este pequeño país es el centro mundial del tráfico. Si llevamos el líquido puro, los 100 ml de cada ampolla se podrán diluir en agua y vender en pequeñas dosis para obtener millones en el mercado negro.

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Salimos del baño y encaramos el control de seguridad. Rayos X para el equipaje, arco detector de metales. Policías armados… Mucho miedo...

Es inodoro… los perros no sirven. No pueden registrar la vagina de una mujer sin una buena razón… No nos pueden atrapar. Eso me repito una y otra vez.

No puedo evitar mirar con miedo a los agentes. El brillo de las esposas colgadas de su cintura me produce escalofríos.

Pasamos sin más…

Respiro aliviada, sonrío… caminamos rápido parece que haya crecido un par de centímetros.

El pasillo es estrecho. A la vuelta de la esquina, vemos una cola. Varios agentes revisan a los pasajeros. Uno de ellos custodia un enorme perro negro. Otros dos, hombre y mujer, pasan un aparato cerca de los pasajeros. Parece un detector de metales de mano. Ya hemos pasado el arco… son un poco exagerados pero no va a haber problema.

El perro nos ignora… Hacemos cola para el escaneo.

¡¡¡Ehhh!!! El aparato ha pitado al pasar junto a la entrepierna de Silvia. La apartan contra la pared. A mí me ocurre lo mismo. Allí con la espalda apoyada en el frío muro vemos pasar a toda la tanda de pasajeros.

Vienen dos agentes femeninas. Rudas, cara de pocos amigos. Nos llevan a un cuarto cercano. Realmente nos pastorean, como al ganado. Las dos llevan la mano derecha en el arma y la izquierda en las esposas.

La habitación es alargada, pequeña. Sólo hay una mesa apoyada en la pared. Nos obligan a dejar las mochilas sobre esa mesa. También nos obligan a vaciar los bolsillos, a dejar pendientes, colgantes, pulseras… el reloj de Silvia, yo nunca he usado.

  • Descalzas -dice la que parece de mayor rango.

Silvia se quita las deportivas, la obligan a quitarse también los calcetines, el cinturón… Yo tengo que quitarme las sandalias. Mis hermosas sandalias de tacón.

  • Contra esa pared, manos en la nuca, dedos entrelazados.

Obedecemos… yo estoy aterrada, mi corazón late desbocado. En el pasillo había aire acondicionado, aquí no… en poco tiempo estoy empapada de sudor. No sé cómo está Silvia por dentro.

Vuelven a pasar el detector. Comienzan por ella. Vuelve a pitar… La más fuerte de las agentes le pone las esposas a la espalda. Sin ninguna delicadeza, oigo a Silvia quejarse...

Ahora van conmigo… El aparato hace de nuevo su trabajo. ¡¡¡Ahhh!!! Me están poniendo los grilletes. ¡¡¡Es horrible!!! Los han apretado hasta el límite, noto la presión, no puedo girar las muñecas, mis palmas miran hacia afuera.

Ahora se ponen guantes de látex, nos cachean… nos soban por completo: tetas, culo… ¡¡¡Ehhh!!! A Silvia le han bajado los pantalones… ahora la braga. Una de ellas unta uno de sus guantes en vaselina. Mete la mano sin pudor, saca la ampolla. Ella pone cara de dolor, me mira con resignación… Ha salido mal.

Me bajan el short. No puedo evitarlo… Nunca me había sentido tan indefensa. ¡¡¡Ay!!! Han extraído la ampolla.

Una de las mujeres nos vuelve a subir la ropa… La otra nos sermonea:

  • Sois las primeras detenidas por el nuevo sistema de detección electrónica de droga. Nuestro país va a dejar de ser el coladero mundial de esa mierda amarilla.

Detenidas:

Una vez detenidas nos condujeron por un pasillo apartado del público. Salimos del edificio de la terminal y nos subieron a la parte trasera de un Jeep sin capota. El calor era agobiante.

Nos llevaron a un edificio apartado. No tenía el aspecto limpio y cuidado del resto del aeropuerto. Más bien necesitaba una mano de pintura.

Entrar allí era descubrir otro país… Hasta ahora habíamos visto hoteles, bares, restaurantes, playas… un aeropuerto de los más modernos que había visitado. Todo limpio, moderno… Todos los empleados hablaban nuestro idioma, incluso los policías del aeropuerto. Casi todos de etnia europea.

Al entrar en aquel cuchitril no notamos diferencia de temperatura, nada de aire acondicionado. El ambiente era cargado, parecía que respirábamos el sudor. Nos llevaron a una sala donde se recepcionaban los detenidos. Los agentes a cargo eran de etnia indígena y sólo hablaban el idioma indígena. Los otros detenidos y detenidas eran indígenas o mestizos.

Nos quitaron las esposas que llevábamos a la espalda, pero nos pusieron otras al frente. Parecían antiguas, básicas aunque también menos incómodas.

  • Esposas tipo “darby”, un diseño inglés del siglo XIX -dijo una de las agentes que nos detuvieron cuando se las pusieron a Silvia.

Creo que fueron las últimas palabras que entendimos correctamente aquel día.

Dos agentes se ocuparon de nosotras. Entre palabras mal pronunciadas y señas nos tomaron las huellas, nos hicieron fotos y nos hicieron firmar varios documentos: uno con los datos de la documentación, otro declarando que entendíamos nuestros derechos (al menos estaba en los dos idiomas) y otro con la relación de todos nuestros objetos personales. Llevábamos las mochilas y trajeron las maletas facturadas. Fueron concienzudos: contaron hasta las bragas. Creí entender que al ingresar en la cárcel, enviarían a la lavandería toda la ropa sucia.

Lo que no entendimos es qué nos iba a pasar ahora… ¿De qué dependía ir a la cárcel o no?, ¿Había fianza? Nos encerraron en una especie de barracón con otras infelices. Había colchones mugrientos en el suelo… Todavía llevábamos las esposas, las otras chicas también.

Silvia y yo nos acurrucamos en uno de los colchones… Aquella mujer fuerte y decidida estaba temblando como un junco. La noche fue muy larga. Apagaron las luces… el calor era insoportable. El olor también… una mezcla de sudor, suciedad y miseria humana. Se intuía a nuestras compañeras de infortunio retorciéndose sobre sus colchones. No deja de oírse un siniestro tintineo provocado por las cadenas de los grilletes.

Por fin llega la luz. En poco tiempo, rayos cegadores entran por los ventanucos enrejados. No sé si he dormido… Silvia sigue en mi regazo. Ahora ella parece la más débil.

Dos agentes entran en la sala. Son una mujer indígena y un hombre mestizo. Se pasean por entre nosotras… Traen papeles, parece que hacen inventario. Veo como van colocando una especie de collar identificativo al cuello de las infelices, le dicen algo a cada una pero no alcanzo a oírlo. Cuando llegan a nosotras, lo oigo:

  • Este es vuestro número de identificación -dice el hombre chapurreando nuestro idioma.
  • Tú: 14159265 -me dice directamente mientras me coloca el collar con el número.

Es como una brida de plástico con doble cierre. Aplica el segundo cierre y corta la tira sobrante, imagino que para evitar que se apriete sobre mi cuello.

Al rato veo que van llamando por esos números. Cada detenida se levanta como puede y sale de la sala acompañada por un agente. Al rato vuelve y llaman a otra…

Al fin le toca a Silvia… tarda como media hora. No me puede contar nada, en cuanto llega me llaman a mí… Me llevan a un despacho donde me espera una teniente de policía. Es indígena pero habla bien nuestro idioma.

Me explica: su trabajo es examinar las pruebas y decidir si vamos al centro de detención a esperar juicio o, por el contrario, quedamos libres. Ya sabe la historia, acaba de hablar con Silvia. Me la cuenta ella a mí. Las pruebas son irrefutables… Me dice categórica que no hay nada que hacer…

  • ¿Iremos a la cárcel?
  • Cárcel no… centro de detención… allí esperaréis juicio.
  • ¿Y después del juicio?
  • Con ese delito es un mínimo de veinte años en el penal.
  • ¿Penal?
  • Isla maldita.

Eso de “Isla maldita” no sonaba nada bien, y los veinte años menos… me llevaron de nuevo a la celda colectiva. Silvia y yo nos abrazamos como pudimos, con los grilletes puestos…

A mediodía nos dieron un poco de comida vomitiva… No la toqué… sólo bebí un poco de agua. Al poco rato nos sacaron a todas afuera. Allí nos esperaba un camión militar. Una cabina de cuatro plazas y una caja trasera que parecía un gallinero, malla de acero en paredes y techo. El techo iba cubierto con una tela de camuflaje. Nos sentaron en los bancos laterales, aquellas tablas eran como de piedra, se clavaron en mis nalgas sin piedad.

Engancharon un pequeño remolque al camión… Vimos como subían nuestros efectos personales en él. Entonces subieron dos agentes al camión. Uno llevaba un saco grande del que salían ruidos metálicos.

Por si las esposas en las muñecas no fueran suficientes, una a una, nos fueron aprisionando los pies con una especie de cepos metálicos. Eran como esposas sin cadena, con los grilletes unidos haciendo forma de ocho. Seguíamos descalzas desde la detención. Con aquel infame objeto sujetando mis pies no podía dar un solo paso.

  • Los cepos se usan en todos los traslados -dijo uno de los agentes haciendo un esfuerzo por hablar nuestro idioma.

Por fin el transporte arrancó…

Empezamos saliendo por la moderna autopista del aeropuerto pero enseguida salimos a carreteras secundarias, estrechas, mal asfaltadas que atraviesan la montaña. Los baches son molestos, las condiciones del viaje, mucho más. Vamos diez detenidas en el camión. No mezclan hombres con mujeres en el transporte… Todas nos miramos fijamente pero no dijimos nada.

La vegetación circundante ahora mismo es muy densa… Se diría que atravesamos la selva… No tengo idea alguna de dónde estamos. De a dónde vamos.

Por fin llegamos… Subimos una colina donde la vegetación, por efecto de la altura, se hace menos densa. Ya no hay árboles sino una pradera de color verde intenso. En la cima hay varios edificios rodeados por un muro. Después, me enteré de que había sido un convento rural… una misión.

Al menos, al llegar nos quitaron todos los grilletes. También nos obligaron a desnudar y a tomar una ducha… ¡¡¡Bien!!! Una ducha… Dos minutos contados de agua tibia. Realmente, no calientan el agua, el sol calienta las cañerías y así sale el agua, a unos veinte grados.


El centro de detención:

Casi un mes aquí… No sabemos nada de la fecha del juicio. Dicen que te avisan de un día para otro. Si tu abogado es de oficio, puedes reunirte con él el mismo día, un rato antes.

El módulo es un antiguo patio… Una corrala con tres alturas. Las celdas dan cobijo a dos prisioneras cada una. Por la noche se aseguran de que estamos en la nuestra y cierran la puerta hasta la mañana siguiente. Por el día dejan las puertas abiertas, se puede visitar otras celdas o bajar al patio.

En el primer piso hay un comedor donde no cabemos todas juntas. Hay dos turnos para comer bazofia. También hay algunas duchas… Han establecido turnos, nos podemos duchar uno de cada tres días. Dos minutos de agua “del tiempo”.

Tenemos que llevar un uniforme cutre: camiseta y pantalón corto deportivo, lo cambiamos con cada ducha. Nada de sujetador. Las bragas son de la suavidad del esparto, al menos las cambian todos los días.

A Silvia y a mí nos han puesto en celdas diferentes… Iba a buscarla a primera hora todos los días. También está en el otro turno de comedor. Poco a poco la he ido notando más fría… Ha hecho amistades con las otras presas, parece que ha aprendido lo más básico del idioma indígena. Siempre socializó mejor que yo… Yo sigo aislada, solitaria sin apenas comprender ese idioma.


El juicio:

Creo que van dos meses… He perdido la noción del tiempo. Nos acaban de avisar, el juicio será mañana. Hoy por la tarde nos trasladarán… Permaneceremos retenidas en el juzgado hasta el juicio mañana a mediodía.

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Vienen por nosotras. Nos encuentran en puntos opuestos del módulo. Hace dos meses estaríamos pegadas. Les da igual… Esposas delante, el modelo inglés clásico. Tiran por la cadena para llevarnos. Asiento de atrás de un pequeño coche patrulla. Nos colocan los inevitables cepos en los tobillos.

Vamos a la ciudad… A la ciudad donde pasamos nuestras últimas horas felices. Sin embargo, no nos hablamos… ni nos miramos. Por fin ella dice lo que me temía:

  • Laura, de lo nuestro no queda nada… Estoy durmiendo cada noche con mi compañera de celda.

Su compañera era una hermosa mujer mestiza. Un cuerpo joven repleto de curvas, desnuda debe ser como una escultura de bronce.

No me ha dicho nada que no sospechara… No sé si es el mejor momento, para esto no hay momento bueno.

Después de una hora de atravesar bosques por una carretera estrecha y mal mantenida llegamos a una autopista moderna. La ciudad estaba cerca… Tan cerca que en menos de cinco minutos estábamos descendiendo una gran avenida. Sabía que esa calle llevaba al centro… No pude evitar sentir los ojos húmedos al ver las cafeterías con sus terrazas, las tiendas, la gente: blancos, indígenas, mestizos, turistas… todos libres, haciendo lo que quieren hacer. Al bajar la vista y ver los grilletes no pude contener las lágrimas.

Llegamos al juzgado en una gran plaza. El coche entró a un garaje subterráneo. Nos llevaron a los calabozos del sótano y nos encerraron en celdas individuales. Tres metros por dos, un camastro desvencijado, un lavabo y una ducha. Todo viejo con aspecto sucio. Habían intentado desinfectar todo con mucha lejía y apestaba.

La noche fue interminable… un ventanuco en la parte alta de la pared daba a la acera de la plaza. Como no, estaba enrejado… por allí entraba la luz y el ruido de la calle. Era una noche cálida en una ciudad turística… la vida rugía, chillaba, hacía ruido, reía, también lloraba al otro lado de esa ventana. Di vueltas sin fin en la cama. Cuando por fin cesaron los sonidos de la calle, seguí dando vueltas, sintiendo la cabeza ardiendo y los pies helados. Cuando por fin dormí un poco, al poco tiempo (o eso creo), nos despertaron con un desayuno vomitivo.

Nos habían pedido que escogiéramos ropa de nuestros equipajes para el juicio. Por la mañana nos la dieron. Nos avisaron de que teníamos sólo dos minutos de ducha… como siempre.

Al vestirme con un mono elegante y zapatos de tacón me volví a sentir yo misma. Por un momento creo que estuve segura de mí misma. La realidad volvió cuando me pusieron las inevitables esposas antes de salir de la celda, a través de la ranura entre las rejas.

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El banquillo de los acusados está pensado para que te creas culpable, indefensa, desgraciada… Es una tabla estrecha, incómoda, con un murete de madera delante de más o menos un metro, con una pared detrás, con puertas a los lados y un agente en cada una. Por si fuera poco, antes de empezar el juicio, cuando nadie ha entrado todavía, te ponen el maldito cepo en los tobillos. El resto no lo ve, el murete delantero tapa los pies, pero no puedes dar un paso.

Tuvimos una hora con el abogado de oficio antes de ser llevadas a la sala. Nos avisó de que nos iban a quitar las esposas al entrar el juez, “presunción de inocencia” dicen… Hipocresía… seguimos con los pies encadenados.

Si el juez ordena poneros los grilletes de nuevo, daos por condenadas. Lo hace cuando cree que se ha demostrado la culpabilidad. El fiscal tardó quince minutos en exponer el caso. Cuando terminó, la jueza ordenó que nos esposaran de nuevo.

En menos de una hora estábamos en una sala aparte esperando la decisión del tribunal. En menos de veinte minutos nos arrastran a un despacho grande. Tras la gran mesa espera el tribunal: una jueza presidenta y dos magistrados más. La presidenta empezó a recitar la sentencia, al menos lo hizo en nuestro idioma, pero eso no lo hizo mucho más comprensible: lenguaje ampuloso, párrafos enteros sin apenas significado... Eso sí, hubo una frase que eclipsó a todo el resto, que hizo pararse el mundo, al menos mi mundo, creo que el de Silvia también.

  • Serán trasladadas bajo custodia al penal de Isla Maldita para cumplir treinta años de reclusión.

El viaje:

Se dieron prisa. En un ratito estábamos de nuevo en los asientos traseros del coche patrulla. Una rejilla nos separaba del asiento delantero. Las ventanillas iban bajadas pero protegidas por rejillas soldadas por fuera. Al menos circulaba el aire un poco. Por lo demás, íbamos en una cárcel con ruedas, más bien una mazmorra medieval con ruedas, porque llevábamos grilletes en pies y manos. Circulábamos por la avenida… Miré a la vida en las aceras, quizás por última vez.

Salimos de la ciudad por la autopista. Abandonamos la autopista por una de las primeras salidas. Al poco volvíamos a estar en una pista estrecha y rodeada por vegetación cada vez más frondosa. No sé si era alguno de los caminos ya conocidos u otro nuevo. No había referencia ni pista alguna de nuestro destino…

A mi lado, Silvia pareció relajarse, o rendirse… Se dejó caer sobre el incómodo asiento. Cogió el infame bocadillo que nos habían dado al salir, uno para cada una. Lo comió despacio… Yo no podía comer. Sólo iba bebiendo poco a poco de la botella de agua que también nos habían dado.

El camino siguió y siguió… Había algunos letreros que anunciaban desvíos a poblaciones. No tomamos ninguno. Era imposible conducir a más de sesenta kilómetros por hora por esa carretera. El camino fue monótono, el calor y la humedad insoportables, el sudor chorreaba por mi piel.

Ya anochecía cuando subimos a un pequeño alto. Al comenzar a descender por el otro lado, vimos el mar al fondo. La imagen sería magnífica para unas vacaciones, pero no era el caso.

En unos veinte minutos llegamos a un embarcadero. Había un pequeño edificio al lado y estaba todo vallado. Guardias en la entrada, dejan pasar al coche policial.

Nos liberan los pies, nos bajan del coche. Yo conservaba los zapatos de tacón… pude quitarlos durante el viaje pero ahora volví a calzarlos. Nos obligan a entrar en el edificio. Nos bajan al sótano… Allí nos recibe un guardia. Nos mira de arriba a abajo. Yo llevo mono y zapatos de tacón, Silvia pantalón de vestir, camisa y zapatos castellanos con un pequeño tacón de cinco centímetros.

  • Vaya, dos ejecutivas -dice con sorna.
  • Tendréis que esperar aquí al primer barco de mañana -continúa-. Utilizamos el barco de suministros para llevaros a la isla.

Nos encierra a las dos en la misma celda. Seguimos esposadas.

  • Aquí no hay mucha seguridad, debéis pasar la noche con las pulseras puestas -dice con sadismo.

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Lo peor de la noche fue estar encerrada con ella. No me puedo creer lo repulsiva que me resulta ahora. Nos sentamos en esquinas opuestas de la habitación… Creo que ella ha conseguido dormir apoyada en la pared.

Cuando nos sacan de la celda no sé si realmente he dormido algo o nada… En todo caso ya es primera hora de la mañana. Hay un barco de unos treinta metros de eslora en el embarcadero. Nos hacen subir y nos encierran en una sala de la bodega. Sin ventanas, sólo con una bombilla en el techo.

Oímos movimiento, están cargando y descargando. Voces, pasos, órdenes…

Por fin arranca el barco. El suelo se mueve… Sin ventanas, creo que vomitaré en un minuto. Me siento en una esquina, cierro los ojos… ¡¡¡Ehhh!!! Silvia se ha sentado a mi lado, me ha rodeado con un brazo...

Creía que si me tocaba la iba a golpear… Pero su tacto es agradable. No, no la voy a perdonar, no volveré a su lado pero la puedo tolerar. Incluso podemos ser amigas. Si nos enfadamos esto va a ser peor… Y ya es muy duro de todas formas.

Como en una hora llegamos a destino. La isla debe estar a unas veinte millas de la costa. Nos quitan los grilletes pero nos obligan a vestir ropa de presas… Nos llevan a barracones diferentes.


Vuelta al presente:

Llevo un rato sin dormir.. todas las mañanas igual. Suena el timbre, se encienden las luces. Entran las celadoras con porras en la mano. Nos vamos levantando, dejamos atrás los camastros mugrientos.

El desayuno es malo, muy malo… pero es mejor que lo que viene después. Una a una, nos hacen pasar por una minúscula sala. La tortura de cada día: fuera las chanclas, fuera el pantalón corto, fuera la braga… me darán una nueva por la noche, el pantalón será el mismo, hoy no le toca ducha a mi barracón.

Manos en la nuca, de pie e inmóvil espero que hagan lo de siempre. Cierro los ojos. Noto el infame objeto en la cintura, oigo ruidos metálicos, ahora chasquidos: se cierran los candados. Noto los grilletes en las muñecas.

Todas las mañanas nos ponen un cinturón de cuero con refuerzos metálicos que cierran con candados. Del mismo cuelgan dos grilletes para las manos que nos ponen inmediatamente. Lo peor es una especie de braga de cuero que va sujeta al cinturón delante y detrás. Imposible quitársela durante todo el día. Básicamente, es un cinturón de castidad. Así nos llevan a los campos de trabajo todas las mañanas. Nos sueltan las manos al llegar, así podremos trabajar, pero el cinturón y la braga siguen ahí. Durante el trabajo mezclan a hombres y mujeres. Las guardianas dicen que esto evita las violaciones pero también nos hace sentir indefensas, castigadas, con el sexo también encarcelado.

Por si fuera poco nos ponen también grilletes en los pies que debemos llevar todo el día. Temen que salgamos corriendo del campo. Estamos en una isla donde las únicas construcciones habitadas son los edificios de la prisión. Escapar sería un milagro.

Al terminar esta sesión de humillación debemos subir a un camión descubierto. En él nos llevan al campo…

Salimos del recinto, atrás quedan las vallas custodiadas por torres con tiradores mortales. Circulamos por caminos sin asfaltar, notando los saltos de la suspensión.

Llegamos… los guardias en el recinto sólo llevan porras, aquí van armados con rifles. Un preso a la fuga sería un blanco fácil.

El oficial que manda a esta cuadrilla de sádicos es el único que tiene llave de las esposas. Él nos recibe una a una y nos suelta las manos para poder trabajar.

¡¡¡Ehhh!!! Han cambiado al jefe. Estrellas de teniente. Claramente mestizo. Cara europea, cara de niño… ¡¡¡Atractivo el cabrón!!! Su cuerpo es más indígena… más alto que sus compañeros, en Europa sería bajo. No pasa del metro setenta. En todo caso, cuando me toca el turno veo que me pasa por casi una cabeza. Barbita de un par de días, pelo muy corto… Piel morena, curtida… ¡¡¡Ojos verdes!!! Sí que me parece atractivo pero también me da miedo. Ha mirado a todas mis compañeras con extrema dureza. A mí, extrañamente, me sonríe…

  • Necesitamos sus manos, señora -me dice en mi idioma, con perfecta pronunciación.
  • Pues, ¿Por qué me las sujetáis durante el camino?… -me atrevo a decir.
  • Debemos evitar la tentación de que hagas cosas malas con ellas -contesta.

Debí callarme, se ha quedado conmigo… Llevo todo el día trabajando en el campo… calor, mosquitos, cansancio… Y el teniente siempre cerca y siempre mirándome. No puedo escaquearme un rato… me castigaría. Al menos deja que nos pongamos los zapatos de seguridad cuando tenemos que cargar pesos o manejar herramientas peligrosas. El anterior jefe nos obligaba a trabajar descalzas…

Plantamos productos tropicales: café, cacao, tabaco, caña de azúcar. Nos van rotando entre campos con diferentes cultivos para mantenernos siempre atareadas. Al final de la jornada, nos dejan duchar con agua tibia… Son los mejores dos minutos del día. Ya sin grilletes. La cena que sigue no suele ser muy buena, pero mucho mejor que el trabajo en las fincas.


Falta y castigo:

Han pasado dos días desde la llegada del nuevo teniente. Ya no me mira tanto, me voy relajando…

Cuando no me ve cometo mi “delito” del día… En la zona de frutales me quedo con una pieza, no sé ni el nombre de esta fruta. La como a escondidas entre los árboles… cierro los ojos… dulce, fresco… Un placer peligroso.

  • Sabes que eso está prohibido -me ha pillado, abro los ojos, lo tengo enfrente.

El anterior jefe hacía la vista gorda. Pero éste parece que no tanto. Él me coge una mano, la lleva al grillete que cuelga de mi horroroso cinturón. No miro, hablo, hablo mucho y rápido… suplico… Oigo el chasquido metálico, sigo suplicando… Él me ignora, hace lo mismo con la otra mano.

  • Venga, caminando hacia el camión, ya sabes lo que pasa ahora.

Sí, lo sabía… Había visto castigar a otras. Sentada en el camión al sol, amarrada, sin derecho ni a un poco de agua. Al llegar me encerrarán en el módulo disciplinario. Una galería oscura y húmeda de calabozos en el semisótano de uno de los edificios de administración. Sola, encadenada, sin luz…

Quiero evitar eso como sea… No tengo nada que perder. Me doy la vuelta… Tengo al tío de frente… Se acerca, no habla… mira hacia abajo. Sólo llevo una camiseta de tirantes que apenas me cubre las tetas. Debajo llevo el cinturón, encerrándome el coño bajo llave.

  • ¿Qué haces? -me pregunta con voz suave.
  • Negocio algo a cambio de evitar el castigo.
  • ¿Y qué ofreces?
  • Sólo puedo ofrecer una cosa…

Ante esa oferta, el hombre me coge la cabeza con suavidad, una mano en cada mejilla. Me besa profundamente… ¡¡¡Ohhh!!! No me besaba un hombre desde el instituto. Aquellos chavales no sabían hacerlo así… húmedo, suave, prolongado…

Mete las manos bajo mi camiseta… Me acaricia los pezones. ¡¡¡Ahhh!!! Comienzo a temblar, a dar tirones con las manos… las esposas me paran… me duelen…

El hombre comienza a pasarme la mano por la entrepierna… Pasa por encima… ¡¡¡Ahhh!!! Siento el chumino ardiendo.  Nunca pensé que desearía tanto que me penetrara un hombre. Intenta llegar adentro… no puede. Mi coño está prisionero.

  • No tengo la llave del cinturón… No podemos traerla al campo de trabajo.
  • Y tampoco tengo la de las esposas… está en la cabina del camión. No puedo ni quitarte la camiseta…
  • Creo que no puedes ofrecer mucho.

No estoy dispuesta a terminar así… No sé si lo estoy seduciendo o me dejo llevar por una pasión oculta, pero voy a tomar una iniciativa… una acción desesperada.

Me arrodillo delante de él. Mejor dicho me dejo caer… con las manos amarradas no puedo hacer otra cosa. Siento dolor en las rodillas.

  • Bájate el pantalón -le digo.

Él obedece… bien, baja el calzoncillo también. Veo su miembro excitado… Abro mucho la boca e intento salivar… Lentamente, con cariño, chupo el enorme miembro. Al menos dentro de mi boca me parece enorme. Suavemente… veo su cara de placer… voy acelerando… Lo llevo a mi ritmo… Veo que cambia de expresión… duda, intenta decirme algo… Me lleno la boca con un líquido blanco, caliente...

No dice palabra. El caso es que el muy hijo puta me lleva al camión, según su plan inicial. Paso allí el resto de la jornada… un par de horas al sol, sujeta como un animal salvaje, viendo a un soldado aburrido que me vigila de lejos.

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Al llegar, todo sigue el guión… Van liberando a mis compañeras y enviándolas a la ducha. A mí me dejan para el final… Me quitan los grilletes y me hacen vestir braga y pantalón. Pero al terminar me esposan las manos y me vuelven a engrilletar los pies. Me llevan al calabozo… Es peor de lo que imaginaba… dos por dos metros. Sin luz artificial, con un ventanuco enrejado… desde dentro se ve pegado al techo, desde fuera está a nivel del camino. El colchón del suelo es mugriento, la letrina maloliente… Al menos me han dado un vaso de latón. Puedo beber agua del grifo sin límite… Está caliente, parece sucia, no creo que me mate, es igual a la del barracón.

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No me traen nada de comer… Se va la luz del día… Sigue haciendo calor.

La puerta se abre… ¿Quién es?

Trae una lámpara portátil… ¡¡¡El teniente!!! ¿Has venido a regodearte?

  • Acepto tu oferta…
  • ¿Qué oferta?
  • Lo que puedes ofrecer a cambio de no castigarte… Bueno, iba a ser una semana, he cambiado el informe: sólo estarás aquí esta noche y un día más. No puede ser más corto.

Pone la lámpara en el suelo… Trae una mochila… Saca fiambreras… Comida caliente. cerveza fría… Fruta… ¡¡¡Una fiesta!!!

Ha traído todas las llaves. Me quita las esposas, los grilletes… Compartimos la comida, la bebida…

¡¡¡Ahhh!!! Me vuelve a besar… Me encanta su saliva con sabor a cerveza amarga. Estoy un poco borracha… Ahora me desnuda… ¡¡¡Ahhh!!! Me chupa los pezones… Me chupa el ombligo… ¡¡¡Ahhh!!! Su lengua está ahí, en la vulva… Noto los flujos en la vagina… Creía que se había secado para siempre… Me chupa con suavidad. Sigue, sigue, sigue…

Estoy a punto de correrme… Ahora para…

  • ¿Quieres que te penetre o sigo?
  • Quiero que me folles como un animal...

Él no duda, me tumba contra el suelo con fuerza. Cabalga sobre mí como un jinete tártaro. ¡¡¡Ahhh!!! Me penetra… Nunca había hecho esto con un hombre… ¡¡¡Ahhh!!! Empieza despacio, con cuidado… Sigue más fuerte… Sigue cada vez más fuerte… ¡¡¡Ahhh!!! Me estoy corriendo. ¡¡¡Ahhh!!! Noto que él también.


El interrogatorio:

Él se va por la mañana temprano. Yo dormito… Noto como me vuelve a colocar los grilletes. “Click”... cuatro veces… Será capullo… Me queda un día largo aquí encerrada… Al menos puedo dormir.

Por la tarde oigo pasos… Ya hace que me trajeron un poco de comida inmunda. ¿Será el teniente? No, es una mujer.  Me conduce a una sala cercana… más grande, con luz intensa en el techo, bajo la luz hay un banco destartalado, me sienta allí y se va cerrando la puerta. Hay otra puerta justo enfrente de mí…

Pasos, ruido de llaves… Entra una mujer, uniforme de guardiana, porra y esposas a la cintura, indígena, pequeña pero fuerte. Le sigue un hombre, lo conozco… el teniente.

  • ¿Qué ocurre?, ¿No he tenido bastante castigo?
  • El castigo era una excusa… Lo importante viene ahora.
  • ¿Qué?
  • El interrogatorio…
  • ¿Interrogatorio? Ya estoy condenada…
  • Precisamente por eso...

No entiendo… Él calla un momento. Ahora sigue:

  • No soy teniente… soy coronel… seguridad del estado. Quiero todo lo que sabes sobre la organización que os pasó la droga.
  • No sé nada…
  • Si me dices que no sabías que lo llevabas, no te voy a creer. De alguna manera llegó la povidona a tu coño…
  • Nos dejaron un paquete en el hotel...no sé más.
  • ¿Qué teníais que hacer al llegar?
  • No lo sé...

Era cierto. No lo sabía. Silvia había arreglado todo.

  • Si no hablas ahora, esto pasará a ser un interrogatorio en serio.
  • ¿Qué es un interrogatorio en serio?

Por toda respuesta miró a la mujer, su gesto le dio permiso para proceder. Ella llegó hasta mí. Me obligó a levantarme. Me quitó los grilletes de los tobillos, pero sólo para bajarme el pantalón y la braga, me vuelve a encadenar inmediatamente. Ahora me quita las esposas, y la camiseta.

Temo que me volverá a esposar. No lo hace. El teniente me grita…

  • Ven aquí… Date la vuelta.

Obedezco. Al comenzar a volverme veo que ha sacado un par de esposas. No es como las que llevaba. Son dos grilletes con cierre de trinquete unidos, no por una cadena sino por una bisagra.

Como era de esperar, me sujeta con esas esposas. Aprieta los grilletes hasta el límite. Manos a la espalda, palmas hacia afuera.

Me vuelven a sentar en el banco. El teniente vuelve a preguntar:

  • ¿Qué sabes?
  • Es que no sé nada…

Ahora se dirige a la guardiana:

  • Trae a su amiga.

La mujer sale por la puerta por la que yo entré. Al minuto oigo tintineo de cadenas. Trae a Silvia. La veo caminar lentamente, casi penosamente. La otra mujer la sigue con la mano en la porra. Viene igual que yo: completamente desnuda, manos esposadas a la espalda y grilletes en los tobillos. Hacía mucho que no veía ese cuerpo desnudo, seguía siendo atlético, fibroso… el cuerpo de la campeona universitaria de boxeo. A pesar de ello sus movimientos no eran como antes: decididos, rotundos… más bien todo lo contrario. Le ordenaron sentarse a mí lado y obedeció sin rechistar… Nunca la había visto tan sumisa, tan derrotada.

El teniente nos habló con voz firme:

  • Creo que sabéis que la presidencia de la República cambió el año pasado. Nuestro nuevo gobierno quiere terminar con el tráfico de drogas. Por eso, promovió un proyecto de millones de dólares para desarrollar un detector de povidona. Vosotras fuisteis las primeras víctimas. Pero no llega con encarcelar a las mulas, queremos destruir la organización. Repito, ¿Qué sabéis?
  • ¿Por qué nos interrogáis ahora, no nos preguntasteis nada durante el juicio? -me atrevo a preguntar.
  • No puede ser público… Lo podríamos haber hecho antes del juicio, pero la amenaza del penal podría parecer menos grave de lo que es.
  • Ahora ya sabemos lo que es -respondo.
  • Pero es que no sé nada… -continúo...

Silvia habla, dubitativa, temerosa… Nunca la había oído con esa voz tartamudeante:

  • Y si hablamos, ¿Qué pasará? Probablemente nos maten… tendremos un accidente en el campo de trabajo.
  • Exacto… -respondió el teniente.
  • Eso es -continuó-. Simularemos un accidente. Os “mataremos” virtualmente. Después os daremos documentación falsa, nuevos nombres, nueva vida…
  • ¿Libres? -pregunta Silvia.
  • Sí...

Se hace un enorme silencio en la habitación. No sé si Silvia sabe algo más… el teniente ordena que nos encierren toda la noche. Por la mañana, volverá a preguntarnos.

Nos llevan juntas al que era mi calabozo. Seguimos desnudas e inmovilizadas. Nos tumbamos como podemos en el infame jergón. Todavía es de día pero queda poco tiempo de luz…

No hablamos, no dormimos… Silvia se acerca a mí… necesita calor humano. Nos pegamos como podemos. Su piel es cálida y suave. Ya no hay luz…

Seguimos mucho tiempo pegadas, sin hablar… Las esposas a la espalda son una tortura.

Creo que, a pesar de todo, me he dormido. Algo me despierta… debe ser de madrugada… Un aire fresco entra por el ventanuco enrejado. Silvia se revuelve a mi lado. ¡¡¡Ehhh!!! Me está chupando una teta… Parte de mí quiere apartarla… pero también me resulta agradable. ¡¡¡Ahhh!!! Ha bajado a la vulva… Me la chupa como sólo ella sabe. ¡¡¡Ahhh!!! despacio pero decidido… Su lengua es húmeda, firme… ¡¡¡Ahhh!!! Tiemblo, me retuerzo, jadeo… Me corro ahogando los gritos.

Quedamos las dos rendidas, tumbadas cada una hacia un lado, jadeando… Por fin, ella habla:

  • Voy a contárselo todo…
  • ¿Todo?
  • Sí… sé lo que quiere saber. No aguanto más… A lo mejor nos engaña pero yo voy a hablar.

Por la mañana volvimos a la sala y Silvia contó todo. Sabía mucho: nombres, direcciones de correo, números de teléfono…


Epílogo:

Sigo despertando temprano… Aún no entra luz por mi ventana. Me desperezo en la cama. ¡¡¡Ay!!! Las esposas no me dejan hacerlo a gusto…

No, no penséis que salió todo mal. El coronel cumplió. Volvimos a los barracones como si nada hubiera pasado. Sólo un castigo leve. Había tres barracones de mujeres. Nos trasladaron a las dos al tercero. Al poco tiempo nos ordenaron ir a limpiar una cuadra… El jeep que nos llevaba se estrelló… Una brevísima nota de prensa. Accidente en el penal, dos internas fallecidas.

Nos llevaron a un piso franco en la capital. Allí vimos las noticias. Al poco tiempo una gran nave industrial fue víctima de una gran explosión seguida de un terrible incendio. Era la base de la mafia de la povidona. Sin arrestos, sin juicio… simplemente los destruyeron. Varios directivos de la empresa (la cúpula de la banda) murieron. Un coche desbocado chocó con el taxi en que viajaban. Otro murió asesinado en un atraco que se complicó…

Silvia volvió a Europa. Le dieron un pasaporte nuevo y un poco de dinero para empezar de cero.

Yo me he quedado aquí… Ya domino el idioma local. Me han encontrado trabajo en una escuela infantil.

Salgo algunas noches. A veces viene alguna chica a dormir…

Es sábado… Ayer no salí. Vino el teniente… Sí, es coronel pero yo le sigo llamando el teniente. Duerme a mi lado… mejor dicho ronca un poco.

Siempre trae esposas… menudo cabrón.

Lo despierto… abre los ojos, se despeja un poco…

  • Si me quitas los grilletes, hago el desayuno.
  • Tranquila, ya lo hago yo...

Se levanta y me deja esposada en la cama. Lo sabía, le gusta tenerme prisionera. Y a mí, ¡¡¡A mí, me encanta!!!

FIN