Billar a tres bandas

Morbo y seduccion, una combinacion explosiva.

BILLAR A TRES BANDAS

Viernes por la tarde, estoy, como siempre, sola en casa. Tengo la sensación de que va a ser un fin de semana más, nada especial y sin demasiadas expectativas.

Tumbada en el sofá miro la televisión, sin mucho interés, vagando por los canales en busca de algún milagroso programa que me libere del terrible aburrimiento. Después de un rato insípido de anuncios publicitarios en todos los canales, decido olvidarme de la televisión y me dirijo a mi dormitorio. Una vez allí escojo un conjunto de ropa decente, me visto, me maquillo un poco y me dispongo a salir a la calle.

No voy a dejarme arrastrar hacia un solitario fin de semana, no, si todavía puedo hacer algo para remediarlo.

Una vez en la calle me dirijo hacia un local de copas que hay cerca de mi casa, todavía son las cuatro, pero este local abre temprano porque por las tardes hace las veces de cafetería. Por el camino empiezo a pensar que quizás la ropa que elegí no es la mas adecuada para este horario, ya que en escasos quinientos metros ya he notado las miradas insinuantes de un par de hombres. ¿Será la falda demasiado corta? ¿Debería abrochar un botón más de mi camisa? No lo sé, pero no pienso hacer nada al respecto porque en el fondo me siento realmente a gusto.

En el bar, no hay demasiada gente, un par de señoras toman café en una de las mesas del fondo, una pareja joven esta pidiendo unos refrescos en otra de las mesas y un par de chicos disfrutan unas cañas en la barra. Después de pensarlo un segundo me decido por la barra, está claro que los dos chicos me darán mas juego para mis intenciones.

Me dirijo al taburete que está más cercano a ellos, y me siento en él cruzando las piernas de una forma insinuante, casi descarada. Sin duda, el chico que está frente a mí se dio cuenta porque me lanzó una mirada llena de picardía.

  • ¿Me pones una caña?- le digo al camarero

Al momento el camarero se dispone a servírmela. Yo revuelvo en mi bolso haciéndome la distraída en busca de un mechero, que por supuesto no tengo intención de encontrar, para encender el pitillo que se posa sensualmente en mis labios.

Finalmente, después de unos segundos, me acerco a ellos y les digo:

  • ¿Os importaría darme fuego?

  • Por supuesto – dice uno.

  • Como no – responde el otro. Y al momento tenía dos mecheros encendidos ante mi cara.

La situación me resultó un poco ridícula, y a ellos desde luego también porque al momento los tres nos echamos a reír.

  • ¡Vaya!, cuanta amabilidad.- Dije yo, mostrándoles mi mejor sonrisa.

Ya había conseguido romper el hielo y a partir de ese momento las cosas fueron rodando por sí solas.

Ellos se presentaron diciéndome sus nombres, Carlos y Roberto, y yo hice lo propio y les dije el mío, Sandra. En menos de media hora ya manteníamos una conversación animada y se notaba que los tres estábamos muy a gusto.

Carlos, era el mayor de los dos, tenía treinta y cinco años. Roberto veintiséis, uno menos que yo. Los dos eran realmente atractivos aunque sin duda Roberto era el más guapo.

Durante un buen rato nos dedicamos a hablar de trivialidades y tonterías esforzándonos claramente por agradar a la compañía, pero entre comentario y comentario nos lanzábamos gestos provocativos y miradas traviesas. Las de ellos se dirigían descaradamente hacia mis piernas, que se movían insinuantes en un dulce balanceo.

La sorpresa me llego cuando Carlos me preguntó si quería jugar al billar. Yo, realmente no tenía ni idea de cómo se jugaba, pero ya me había dado cuenta de que el bar tenía un pequeño reservado en la parte trasera, donde había una mesa de billar y, adivinando sus intenciones a través de la mirada lasciva que me estaba lanzando, le conteste:

  • Me encantaría, pero tendréis que enseñarme.

Creo que en el fondo se sorprendieron de que mi respuesta fuese afirmativa, pero por si acaso decidía echarme atrás apuraron el último trago de cerveza y me señalaron el camino hacia el reservado.

No es que fuese un local íntimo ni mucho menos, lo único que lo separaba del bar era una cortina que ocupaba el sitio de una antigua puerta. En el reservado estaban también, además de la mesa de billar, las puertas de los aseos del local.

El juego comenzó rápido, pues Carlos dispuso todas las bolas en la mesa en menos de un minuto, y después cuando colocó la bola blanca en el lugar del saque me dijo:

  • ¿Quieres romper tú?

  • Bueno, pero… no se si sabré.- Dije yo, mientras cogía el taco que me acercaba Roberto.

Un instante después ya estaba yo en la zona del saque y Carlos se situaba detrás de mí para mostrarme mejor como debía colocarme. Su cuerpo se pego al mío por detrás dejando que mi trasero notara al instante la dureza que tenía entre las piernas, el jueguito estaba calentándose y ni siquiera habíamos empezado. Ya no me dio tiempo a sacar, la mano de Carlos se posaba en mi trasero acariciándolo lentamente bajo la faldita negra. Levante la vista hacia Roberto, que miraba un poco asombrado la iniciativa que acababa de tomar su amigo, y le sonreí ligeramente para que se diera cuenta de que realmente era eso lo que yo andaba buscando.

La mano de Carlos dejaba un rastro de calor en mis muslos y enseguida me di cuenta de la humedad que comenzaba a tener entre las piernas. Me incorporé un poco y deje el taco sobre la mesa inclinando la cabeza hacia atrás y soltando un pequeño suspiro.

Aquellas caricias me fueron excitando cada vez más y al final decidí agarrar su mano y guiarla lentamente hasta el medio de mis piernas. Pronto noté como hábilmente Carlos apartaba mi tanga hacia un lado y comenzaba a acariciar mi sexo con movimientos muy suaves. Era delicioso, la excitación que me provocaba aquella situación superaba con creces todas mis experiencias. Al morbo de verme manoseada por un extraño, y observada de cerca por su amigo tenía que sumarle el hecho de que en cualquier momento podría entrar cualquiera y encontrarse con la escena.

Roberto no aguanto más y se acerco a nosotros, se puso a mi lado y comenzó a abrir los botones de mi blusa dejando al descubierto mis pechos desnudos. Yo me giré hacia él para que pudiese acariciarme sin problemas. Mis manos buscaron su entrepierna y comprobé que él también tenía una tremenda erección. Sin esperar más le desabroche el pantalón y saque su polla. Su rostro mostraba la excitación que estaba sintiendo y comenzó a besarme, dejándome saborear su lengua, todavía un poco amarga por el sabor de la cerveza.

A esas alturas mi cadera ya se movía al ritmo que marcaban las caricias de Carlos y los gemidos escapaban de mi boca, casi inaudibles, por el temor a que nos descubrieran. Las manos de Roberto guiaron mi cabeza hacia abajo, enseñándole el camino hacia su polla. Yo no le hice esperar y abriendo mi boca comencé a chupársela. Note su sexo entrando en mi boca, caliente, llenándola por completo y al mismo tiempo Carlos comenzaba a penetrarme, primero con embestidas suaves, para poco a poco ir adquiriendo un ritmo que arrancaba de mi garganta pequeños gemidos de placer.

Me estaban follando de una forma deliciosa, yo sentía que se acercaba mi orgasmo y gemía como loca mientras mis caderas pedían más y más. El primero en correrse fue Carlos, sentí resbalar su leche sobre mi culo poco después de que me sacara su polla en un movimiento rápido, de mi boca salió un sonido de protesta al perder la sensación de tenerlo en mi interior, él entendiendo la indirecta se arrodilló rápidamente y comenzó a acariciar mi sexo con su lengua. ¡¡ Dios mío!! Aquello era increíble no tarde ni dos segundos en llegar al orgasmo y entre espasmos de placer noté como la polla de Roberto comenzaba a palpitar en mi boca. Estaba a punto de correrse así que la sacó y comenzó a apretarla con sus manos dejando escapar toda su corrida sobre mis pechos desnudos.

Allí estaba yo, en la trasera de un bar, disfrutando de un par de pollas de lo mejor que había visto hasta entonces, cubierta de semen por todas partes y agradeciendo las atenciones que esos dos desconocidos me brindaban.

Los dos se afanaban en limpiarme con unas toallitas que cogieron en el baño, dedicándome sonrisas y palabras cariñosas. Yo me dejaba hacer, disfrutando cada segundo.

Pronto acabamos de recomponer nuestras ropas y nos decidimos a salir, todo parecía normal y las gentes del bar hablaban animadamente, cada uno en su lugar, solo pude distinguir un ligero guiño de diversión, en los ojos del camarero, cuando me despedí de él, al salir por la puerta.

No hubo demasiada ceremonia en las despedidas, ni siquiera un cruce de teléfonos ni promesas de volvernos a ver. Nada de eso era necesario, porque simplemente todos sabíamos lo que queríamos esa tarde y todos sabíamos que lo íbamos a conseguir.