Bienvenida

De cómo una relación ocasional me abrió las puertas a todo un nuevo mundo de sensaciones y sentimientos.

Arribo al Nuevo Mundo

Hace más o menos ocho años mis amigos y yo decidimos salir de parranda a una disco en Insurgentes Sur que se llama La Pared. Ese día, o esa tarde, más bien, me vestí con mi mejor ropa, me puse el perfume que más me gusta y me dispuse a ir a buscar a una chica que había invitado a ir, quien, sin embargo, me dejó plantado.

Decepcionado y enojado (o más bien encabronado) llegué al lugar donde había acordado reunirme con el resto de la banda y nos lanzamos al lugar en cuestión. En cuanto llegamos me olvidé del mal humor y decidí que si las cosas habían empezado mal las haría mejorar y me entró el capricho de que esa noche no dormiría solo.

Sin embargo, pasado un rato, como no soy muy bueno para ligar, estaba sentado solo en la mesa con cara de pocos amigos y tomando tequila con refresco de toronja, rápido y cargado, maldiciendo a todas las mujeres, en especial a la que me había despreciado aquella tarde, sin saber que eso le daría un afortunado giro a mi vida.

De repente, mi suerte empezó a cambiar, en una mesa cercana había una chica bastante guapa quien también estaba sola, ella y sus amigas habían llegado unos minutos antes, pero sólo ella quedaba en la mesa.

Nuestras miradas se cruzaron, ella sonrió y levantó su copa para brindar conmigo, ¡me puse todo rojo! y apenas atiné a levantar mi vaso para corresponder al brindis. Sin esperar nada, la chica se acercó, se sentó junto a mí y me preguntó "¿por qué tan solito?", recuperé la compostura y respondí "admirando el paisaje" y sin perder el tiempo le pregunté "¿bailas?", ella sólo extendió la mano y me levantó.

Al llegar a la pista me di cuenta de que era un poco alta para mí, pero también observé un par de tetas impresionantes que saltaban cada que ella daba un paso y que parecían estar a punto de saltar fuera del enorme escote de su top de likra; en ese momento tocaban una salsa viejita, "Lo quiero a morir", así que tomé su estrecha cintura y torpemente empecé a guiarla.

Pronto nos acoplamos a la perfección y ya casi no nos sentamos para nada, bailamos de todo, incluso una caliente lambada y un cachondo reggae, conforme pasaron los minutos nos fuimos acercando más y más, hasta que ya tenía embarradas sus chichotas en mi pecho y podía sentir su aliento con olor a ron y un perfume dulce y picante a la vez que me estaba volviendo loco.

Supongo que fue el tequila, la frustración y la calentura del momento, pero mientras bailábamos una pieza lenta, casi al final de la noche, le pregunté "¿Sabías que si dos personas se acoplan bien bailando, también se acoplan bien para otras cosas?" y ella respondió "¿cómo para qué cosas?", lo dudé un poco, pero tras un segundo me decidí y le dije "en la cama, por ejemplo", clavó sus grandes ojos negros en los míos y me preguntó "¿por qué no lo averiguamos?".

Lo más rápido que pude llegué a donde estaban mis amigos, les di mi parte de la cuenta, les avisé con quien me iba y de inmediato la alcancé en la puerta, donde ella ya me estaba esperando. Al salir tomamos un taxi y ella le dio la dirección de un hotel cercano.

Al llegar pedimos una botella de tequila y seguimos tomando un rato, entre besos y abrazos, su lengua se enroscaba en la mía como una serpiente y por momentos entraba tan adentro que casi sentía que podía limpiarme las amígdalas; mientras tanto, mis manos comenzaron a recorrer aquel cuerpo voluptuoso que sabía moverse tan bien: recorrí su pechos, su suave garganta, sus largas y bien torneadas piernas y su culo redondo y paradito, envuelto en un ajustado pantalón de mezclilla.

Ella tomó la iniciativa y comenzó a desvestirme, me quitó la camisa mientras besaba mi cuello y luego comenzó a lamerme las tetillas al mismo tiempo que me desabrochaba el pantalón, luego comenzó a bajar dándome rápidas lengüetadas en el abdomen y en el ombligo que me hacían estremecer; me quitó el pantalón y el calzón al mismo tiempo y comenzó a mamar mi pene como nunca nadie lo había hecho.

Sabía exactamente qué puntos tocar y cómo hacerlo, así que muy pronto me encendió y yo empecé a sentir un orgasmo salir desde lo más profundo de mi vientre, pero, sin previo aviso, ella se detuvo y volvió a subir lamiendo mi pecho, hasta llegar a mi cara y darme un ardiente beso que me sacudió hasta el alma, mientras una de sus manos jalaba mi escroto para detener el orgasmo.

Mientras nos besábamos, yo metí mi mano debajo del top y comencé a masajear sus ricas tetas, se sentían algo más duras de lo normal, pero en ese momento no le di importancia, sólo estaba concentrado en la forma en que su mano jalaba mi verga y en mi otra mano que desabrochaba el top, primero, y el pantalón, después.

Ella terminó de quitarse el top y, antes de que pudiera meter mi mano dentro de su pantalón, volvió a bajar a mi entrepierna y siguió lamiendo mi pito, a la vez que se quitaba el pantalón ella misma; en ese momento levantó el rostro y me preguntó "¿nunca te han hecho una rusa?" y yo sólo atiné a negar con la cabeza; la hermosa morena se levantó y alcanzó su bolsa, que había dejado en un sillón, dejándome ver un par de hermosas nalgas, suaves y redonditas.

De inmediato regresó con un tubo de lubricante con olor a fresa, se lo aplicó en el canal entre sus grandes tetas y se agachó para colocar mi palo entre ellas, sus manos apretaron aquellas enormes bolas de carne contra mi miembro y comenzó a moverse adelante y atrás, la sensación de sus pechos contra mi verga, sus pezones acariciando mis ingles y su largo cabello negro rozando mis muslos comenzó a volverme loco de deseo.

Ya no me pude resistir más, así que me levanté y le planté un beso apasionado, mientras ella guiaba mis manos hacia sus chichis y su culo, me volvió a acostar y me dijo: "ahora te toca a tí", se trepó hasta mi cara y comencé a besarla por encima de la tanga negra, lengueteaba por encima de la tela mientras mis manos luchaban por hacerla a un lado, dejando al descubierto sus suaves vellos púbicos y, de repente, cuando creí que estaba llegando hasta sus labios vaginales ¡sorpresa! de quién sabe donde salió una verga que había estado mañosamente doblada dentro del cuerpo del trasvesti.

Al principio me saqué de onda e intenté resistirme, pero ella (o más bien él) no me dejó retirar la cara de su cosa; sin embargo, el problema no fue ése, el problema era que estaba yo tan caliente que no me importó nada y de repente comencé a mamar su falo mientras lo sentía crecer en mi boca, hasta alcanzar un tamaño más o menos considerable.

Después de un rato de mamársela, ella comenzó a bajar y emparejó su rostro con el mío, en verdad para ese momento ya no me importaba que fuera hombre, sólo quería seguir gozando de aquella noche de locura, así que cuando sentí su verga rozando la mía, lo único que atiné a hacer fue a acostarla a ella de espaldas y seguir frotando nuestros sexos.

A partir de ese momento ella me dejó tomar la iniciativa, pude acariciar sus tetas al mismo tiempo que masturbaba su miembro y ella masajeaba el mío, besé sus pezones y los estiré con mis labios hasta hacerla gemir de gozo y, de repenté, clavó su mirada en la mía y me preguntó "¿quieres metérmela?" ya ni siquiera respondí, sólo me hice a un lado y la ayudé a ponerse en cuatro, con lo que me dio una maravillosa vista de aquel par de bien formados globos.

Ya estaba dispuesto a penetrarla cuando ella me dijo "no, primero bésamelo" me agaché y comencé a lengüetear su ano, de un color ligeramente más oscuro que el resto de su piel; me sentía extraño pero nada más, sin darme cuenta ya estaba más allá de la repulsión, el asco o los tabúes, sólo quería escuchar sus gemidos mientras mi lengua lubricaba su esfínter. Tras unos minutos ella me detuvo y me estiró un condón "ahora sí mi vida, atraviésame hasta la garganta" y yo, ni tardo ni perezoso invadí su intestino hasta el fondo.

No tardé mucho en venirme, sólo unas cuantas embestidas y le dejé ir toda mi carga en medio de gemidos que jamás creí pronunciar en presencia de otro hombre, él (o ella) también alcanzó un orgasmo y por un momento creí que eso sería todo y me tendí sobre la cama, pero, antes de que pudiera siquiera pensar lo que había pasado, ella se volvió a montar en mí y siguió besándome.

Mientras su insistente lengua recorría cada rincón de mi boca, sus manos bajaron y con una acarició mi verga y con otra la suya, después del tremendo orgasmo que acababa de tener no creí que pudiera lograrlo y, no obstante, lo hizo: volvió a levantar mi instrumento y cuando ya tenía el de ella bien duro me dijo, o más bien me aseguró: "Quieres que te lo meta".

Por extraño que parezca, ya no tenía fuerza para decir que no ella clavó sus grandes ojos directo dentro de los míos y, sin mediar palabra, se subió sobre mí y me abrió las piernas como si hubiera sido yo una linda virgencita.

Lenta y deliberadamente, sin dejar de verme a los ocjos, ella comenzó a bajar por mi cuerpo, hasta alcanzar mi culo, el cual comenzó a lamer, insertando un poco la lengua, a la vez que se ponía un condón y lo lubricaba con el gel olor a fresa, volvió a levantarse y me dijo "ponlo", yo tomé su verga y la dirigí dentro de mi esfínter, en ese momento, ella empezó a empujar con cierta delicadeza y yo sentía cómo su gran palo entraba dentro de mí; en cuanto lo tuvo todo dentro se agachó y me volvió a besar, pero en seguida se levantó y empezó a mover su cadera lentamente.

Al principio le costaba algo de trabajo porque yo, como no estaba acostumbrado, oponía resistencia de manera inconsciente, pero después de uno o dos minutos de sentirla, me relajé y permití que entrara y saliera sin dificultades; para mi sorpresa, de repente sentí cómo mi cuerpo comenzaba a responder y mi cadera se movía al ritmo que ella dictaba.

Sin que nadie la tocara, mi verga se puso más dura que en toda la noche y de repente sentí un cosquilleo que subía desde la base hasta el glande y ¡me fui otra vez! el semen salpicó mi estómago y mi cara, mientras escuchaba cómo ella empezaba a gemir cada vez más y más y a moverse cada vez más rápido, con más fuerza cada vez, por último, sentí cómo ella sacaba su instrumento, se masturbó un par de segundos y estalló en medio de un grito que en verdad parecía de mujer.

Sólo pasamos juntos una hora más mientras descansábamos y nos bañábamos, luego, ya cuando el sol comenzaba a asomarse con timidez, ella se despidió, me dio un beso apasionado y salió de la habitación sin decir nada; aunque por un momento me sentí tentado, al final ya no quise pedirle su teléfono y sólo la dejé salir de mi vida, agradecido de que me hubiera dado la bienvenida a aquel mundo completamente nuevo para mí.