Biel & Marcos (7) Casados
Simplemente Biel: la secuela. "Y nos lanzamos el uno al otro, desesperadamente, a besarnos y a comernos el uno al otro..."
Para recuperar todos los capítulos de “Simplemente Biel”, pinchad en mi perfil: http://www.todorelatos.com/perfil/1374273/
Benjamin Disraeli escribió una vez: «La magia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que puede tener fin». Durante años, traté de aceptar por completo este proverbio, integrándolo en lo más profundo de mi mente. Ese era yo, el Biel ignorante aceptando la definitiva muerte del amor. Así lo hice. Hasta que todo lo que nunca pude esperar… revolucionó mi universo.
Casa familiar de los Forné, Prunella
Noche del 25 de marzo de 2011
–¿Puedo entrar…?
La tormenta primaveral había amainado, y Hernán contemplaba en la ventana la clara oscuridad de la noche en el pueblo de los Forné, Prunella. Se sobresaltó al escuchar la voz de Marcos detrás de la puerta de su dormitorio.
–Marcos… ¡no!
–Quiero saber si estás bien instalado –dijo la varonil voz del futbolista, al otro lado de la puerta.
–Es una buena habitación… –zanjó Hernán reclinado sobre la repisa de la ventana–, ¡ahora vete a dormir!
Silencio. Marcos haciendo de las suyas…
–Ábreme, Hernán.
–¡NO!
Eran las horas previas a la gran boda. Marcos y Hernán se habían trasladado a la casa familiar de los Forné en Prunella, a unas dos horas de la capital. Allí fueron puestos en habitaciones separadas. De allí saldrían, por separado, a la mañana siguiente, rumbo a Barcino, donde el alcalde iba a casarlos en el magnífico mirador del estadio del Olympic Galaxy. Después de tres años de noviazgo, el compromiso eterno y definitivo.
–Hernán Alonso, ¡ábrame la puerta o la tiro abajo!
–Que no, Marcos, ¡eres bien pesado!
–Sólo un momento, va…
Hernán se acercó a la puerta y posó sus manos sobre su superficie, esperando sentir la fuerza y hombría de Marcos al otro lado.
–No voy a abrirte. Los novios no pueden verse antes de la boda.
–Jajajaja… Eso es en las bodas convencionales de heteros…
–¡NO! –insistió Hernán–. La nuestra va a ser una boda normal… ¿creemos o no creemos en la igualdad? –bromeó; sabía que a Marcos le encantaba cuando se ponía legalista con esos temas y en esos términos…
–Bufff, ¡cómo me mola cuando te pones así, Héctor! ¡Ábreme! Necesito escucharte…
–Ya me escuchas.
–No… Te estoy oyendo detrás de una puerta, que es diferente.
–Marcos, por favor, vete a la cama. Son las once de la noche…
–Hagamos una cosa –susurró Marcos, pegando su cara a la puerta, aplicando su mejor tono seductor para su novio–, tú me abres la puerta, y tú te mantienes ahí dentro. Te prometo que no voy a entrar, que no te voy a ver…
–Más te vale –sonrió Hernán para sí mismo.
El escritor se abotonó su pijama y entreabrió la puerta, quedándose él justo detrás, a la defensiva. Marcos puso su mano en el marco de la puerta:
–¿Estás bien…? –preguntó su voz aterciopelada.
–Estoy muerto de los nervios –se confesó Hernán, sin poder ver a su futuro marido.
–¿Te das cuenta… que mañana a estas horas estaremos… casados?
Hernán guardó silencio, sonriendo con temblorosa emoción. ¡Sí, desde luego que lo sabía! Creía que iba a morir de felicidad por momentos.
–¡Eh! ¿No me dices nada? –insistió Marcos desde el pasillo, con un pie entre la puerta y el marco.
–Estaba pensando… –susurró Hernán– que como no pegue ojo al menos seis o siete horas… Mañana no voy a estar nada presentable.
–Estarías radiante aunque durmieras encima de un alfiler.
–¡Venga, Marcos! ¡¡A dormir!!
–¿Has hablado con tus padres?
¡Qué pesado estaba Marcos aquella noche!
–Ya te he dicho que sí… Se han instalado bien, abajo en la habitación de invitados… Mi padre está que no cabe del gozo de saber que su hijo se va a casar en un estadio de fútbol…
Marcos rió:
–Me pareció una idea terrible al principio –siguió el escritor–, pero con tantos invitados… mucho mejor que en el ayuntamiento.
–Sí… lo único que espero es que la gente no se canse de tanto viaje de la ciudad a la campiña.
–¿Bromeas? ¡Es el mejor sitio para el banquete, en el campo! ¡¡Sólo espero que no vuelva a llover!!
–Y si llueve… –Marcos sacó la mano por el otro lado de la puerta, al alcance de Hernán–… señal de que nuestro matrimonio será fecundo.
–Sobretodo porque no podemos tener hijos propios –bromeó el pelirrojo, lleno de mordacidad.
–Como si fuera la única manera de tenerlos… –sentenció Marcos–. Dame la mano, Hernán…
–¡¡Basta Marcos!! Al final vas a acabar entrando en la habitación. Vete a tu cuarto.
–No me iré hasta que me des la mano.
Hernán se resistía.
–¡Dame la mano! –gritó Marcos, divertido–. ¡Dámela o me pongo a gritar para despertar a toda la casa!
–¡Está bien! –se resignó Hernán, que sacó su mano más allá del lomo de la puerta.
Los novios fundieron sus dedos.
–Tienes la mano fría –esbozó Marcos.
–Es por los nervios…
Marcos palpaba la mano como si jamás hubiera tomado la mano de su novio.
–Eres tan perfecto, Hernán…
–Marcos…
–Y mañana… aún no me lo puedo creer… ¡casados!
–A veces pienso que es un sueño del que voy a despertar en cualquier momento.
–Tú si que eres un sueño para mí, Hernán… Quiero besarte… ahora…
–Tendrás que esperar a mañana, frente al alcalde, en Barcino, ¡y ahora a dormir!
–No me puedo creer que te tenga al otro lado de la puerta y no vaya a besarte hasta mañana en el Olympos…
–Es cuestión de horas, sólo unas horas, mi amor…
Veinticuatro horas antes…
Casa Granados. Noche del 24 de marzo de 2011
–¿Pensando en el futuro…?
La voz de Marina me sobresaltó por completo. Estaba detenido, frente a la ventana del hall de la casa de mi familia, contemplando una antipática y revoltosa tempestad.
Me giré hacia mi madrastra:
–Marina, me has asustado…
Dejé de contemplar las gotas de lluvia golpeando el ventanal.
Me había llevado la mano al pecho, del sobresalto. La bella Marina me abrumó con su vestido rojo, acababa de llegar de la ópera.
–No era mi intención –susurró.
Sonreí. Mi madrastra me había convocado allí para la hora de cenar. Yo llevaba una vida bastante independiente ya, en Sant Joanet, junto a Héctor. Llevábamos dos meses viviendo juntos. Las semanas de aquel año corrían como los galgos en el canódromo. Mi relación con Marina se había ido reconstruyendo, pero muy lentamente…
–¿Nos sentamos…? –me invitó ella, señalándome la noble tarima de madera blanca que reseguía la vidriera del ventanal del hall, en forma de U. Aquel era el lugar de la Casa Granados… el lugar donde Marcos y yo nos habíamos dado nuestro primer beso, precisamente, en una noche de tempestad [SUCEDIÓ en el CAPÍTULO III de la PRIMERA PARTE: http://www.todorelatos.com/relato/84162/]
Creo que no me había sentado en el festejador del ventanal (que así se llamaba en la lengua del país) desde que Marcos y yo…
–¿Qué ocurre Biel? –me preguntó, poniendo su mano en mi pierna.
–Nada… Es sólo que… llevaba años sin sentarme aquí.
–Comprendo… –susurró, maternal. Se llevó su mano a su flequillo y lo recolocó. Me encantaban sus gestos delicados y femeninos…
–¿Qué querías decirme?
–Quería darte algo, Biel.
Abrí y cerré los ojos, pestañeando de la sorpresa:
–Quería dártelo en otro momento pero… en fin, pasado mañana es la boda de Marcos y… esto debía ser para una ocasión como esta, si las circunstancias hubieran sido otras pero… siento que no puedo guardarlo por más tiempo.
–Marina, ¡me tienes en ascuas!
–Tu padre…
–¡Marina! ¿¡Qué es!?
–Como sabes la cláusula privada del testamento repartía entre su mujer e hijos sus bienes personales, conmigo como administradora. No sé por qué lo retuve por tanto tiempo… Seguramente… porque odié, maldije, cómo acabaron las cosas entre Marcos y tú…
Me estaba removiendo por dentro con esa mezcla de misterio y recuerdo de un infortunado pasado.
–Tu padre escribió que si le pasaba algo su anillo de prometido debía ir al menor de sus hijos… “el que más podría necesitarlo como referente y guía”, dejó escrito.
Me quedé blanco de la emoción, sin saber qué decir.
–Y yo… debía habértelo entregado hace siete años. Entonces creí que Marcos y tú… en fin… que todo acabaría de otro modo.
Marina depositó en la palma de mi mano el mismo anillo que Edmond de Granados lució como prometido de mi madre, Cristina Abelló, su primera esposa y madre de sus tres hijos.
–Me siento mal por haberlo retenido tanto tiempo, ¡pero estaba tan enfadada! ¡Tan disgustada, Biel! ¡No… no pude…!
Le tomé la mano con fuerza y miré a sus profundos ojazos negros:
–Marina… te quiero… ¡eres como una madre para mí! –la miré lleno de emoción–. Yo… no sabes cómo te lo agradezco.
No estaba enfadado por haber demorado aquella entrega siete largos años…
–Pensé de veras que algún día darías un gran paso adelante con Marcos, como inicialmente pareció ser, y esto debía ser tuyo. Pero, ahora que…
–No pienses más, venga. Después de todo las cosas no fueron como todos creímos que serían… Ya está. Lo guardaré. Lo guardaré, Marina, hasta que algún día me case con alguien y sea no solamente digno de llevarlo sino, sobre todo, yo ser verdaderamente digno de él.
“Ser yo verdaderamente digno de alguien”. Sé que era duro conmigo mismo… ¿qué alternativa tenía?
–¡No digas eso, Biel! Eres la persona más buena y bondadosa que conozco en este mundo… Serás digno de quien quieras ser pero…
Marina parecía que iba a romperse delante de mí, a echarse a llorar.
–¡Dios sabe que no soy entromedida en eso pero…!
–¡¡Marina!! ¿¡Qué ocurre!?
–No debería decirte esto… –sollozó, pellizcándose sus dedos con las uñas, sin poder mirarme a la cara.
–¿Qué, Marina? Habla, por Dios.
Se llevó su mano a la boca, moderando su alteración:
–Siempre te preguntaste, Biel, qué habría pensado tu padre de una relación como la tuya con Forné…
–¿Sí…?
–Yo…
–Marina, por lo que más quieras, habla…
–No debo…
–Marina…
–He sido la primera defensora en enterrar el pasado, la más firme alentadora de Hernán Alonso, la más crítica acérrima tuya…
–¡MARINA!
–Lo que te voy a contar no es en ningún caso para que trates de volver atrás. Pero, recientemente… he experimentado cosas… momentos… he recapacitado tanto… Y…
»» Febrero de 2004
La noche caía con fiereza sobre el Glinkel, el afamado club de copas en el pijo ensanche de Barcino, donde Lluc de Granados había organizado una fiesta en honor a Marcos Forné por su nominación al Balón de Oro.
Marina lucía bella y deslumbrante con un cortísimo traje negro de lentejuelas por encima de su rodilla. En un receso del baile y la noche, fue a la barra a tomar una tónica. ¡Esa fiesta era demasiado para sus 48 despampanantes años!
Lluc seguía en un lado de la disco fanfarroneando con Van Hysdel y su novia fulana sobre su última y furtiva conquista. La fiesta había ido decayendo… y Marcos y yo…
–¿¡Dónde se ha metido Biel!? –preguntó Edmond, clavando sus manos en la barra, algo enfadado.
A Marina se le atragantó la tónica.
–¡Otra tónica para el presidente, mozo! –trató de disimular, con alegría, la mujer. Pero el enfurruñado presidente del Galaxy no estaba nada contento…
–¿De qué le estás encubriendo, Marina? ¡Cuenta! –Edmond clavó sus profundos ojos azules en su esposa, que puso cara de no haber roto un plato en su vida.
–¡Ed, por favor! Tu hijo Biel tiene ya 18 años y además siempre ha llevado una vida más que independiente. Déjalo a su aire…
–Que vaya a su aire es lo que me preocupa, precisamente… –esbozó Edmond, preocupado. Estaba sudoroso, bastante sudoroso.
–¿Estas bien?
–Sólo un golpe de calor, amor… –y Edmond se deshizo el nudo de su corbata. No tenía muy buen aspecto, ciertamente.
–Hazme caso, cariño… Biel está mejor que nunca. Pero necesita espacio… Apenas lleva unos meses en Barcino y ha de habituarse.
–Me preocupa el chico, francamente. Y…
–¿A caso tienes motivos para preocuparte? –Marina dio un golpe de melena, divertida, buscando quitarle hierro a aquello que preocupara a Edmond.
–¿Te acuerdas de la noche que estábamos en Roma, para los cuartos de final de Champions?
–Sí, hace unas semanas…
–Pocos días después, vi a Biel tan decaído… Le hice aquella broma de que ojalá todos muriéramos de mal de amores… como él…
–Lo recuerdo –contestó Marina, disimulando que poseía mucha más información sobre mi estado de ánimo; aquello fue poco después de mi romántico encontronazo con Marcos.
–Indagué algo pocos días después… Hablé con seguridad y pedí el registro de entradas y salidas en la casa las noches que estuvimos fuera.
–¿Por qué hiciste tal cosa? –preguntó la mujer, contrariada.
–Respóndeme tú a la pregunta. ¿Qué hacía Marcos Forné en nuestra casa aquel miércoles?
–Forné no viajó a Roma porque estaba lesionado de la rodilla, ¿qué problema hay?
–¡No me tomes el pelo, Marina! Una cosa es que estuviera de baja en la plantilla, ya lo sé… Pero… ¿a qué fue a ver a nuestro hijo?
Edmond, con toda la acechante hombría de sus atractivas canas grises aún oscurecidas y el azul de sus ojos era capaz de sonsacar cualquier información…
–Yo, pues… no… no…
Marina tartamudeaba.
–Lo que suponía –el hombre dio un leve golpe en la barra y miró al infinito–. ¡Se entiende con él!
Edmond era un águila sagaz.
–¿Y qué si fuera así? –Marina miró al hombro de Edmond, perdida– Tienes más que aceptada la homosexualidad de tu hijo y no me dirás que, después de lo de Karl hace un par de años, esto es gloria.
–Esto es una bomba, Marina. Quiero lo mejor para mi hijo. Pero no tengo nada claro que ese tal Forné vaya muy en serio.
–No estoy de acuerdo –la mujer se dio la vuelta y se volvió a concentrar en la tónica.
Edmond ató cabos rápidamente, puso cara de tremenda indignación, se arrambó a la barra, acechando a Marina, y gritó:
–¡NO! ¡LO SABÍA! –echó un vistazo a la discoteca– ¡LO SABÍA! Ni él ni Forné están aquí. ¡Se han ido juntos! –y unió sus manos cerrándolas con fuerza, como un puño poderoso.
–¡Venga, Edmond! Marcos es un chico extraordinario, no lastimará a Biel, al contrario…
–Ahora me explico la salida de la señorita Smith de la ciudad y esa ruptura…
El hombre discurseaba con él mismo…
–Edmond… no podemos acusarlo de darse cuenta de sus inclinaciones con 25 años, ¡si aún es un chaval!
–¡Eso es lo que me preocupa! Biel tiene 18 y es un tipo con las ideas muy claras. ¿Pero y ese Forné…? ¡Marina! ¡No entiendes nada!
–Me vas a enseñar tú ahora, ¡já!
–Esto no es un juego, mujer.
–Yo no juego, Ed. Yo busco la felicidad de tu hijo. Créeme, hazme caso: Marcos es una buena elección.
Edmond sorbió su tónica, molesto y sin atreverse a mirar a su esposa, que siempre le hipnotizaba maestramente como una bella serpiente encantadora.
–Marina… no quiero que mi hijo sufra… La homosexualidad dentro de este mundillo del fútbol es muy puñetera. Es un infierno. Sé de futbolistas que han engañado mil y una veces a jóvenes como Biel… Aquí NADIE sale del armario. ¡Nadie! Biel no puede sufrir más.
–Te digo que Marcos es diferente.
Edmond guardó silencio. Sacó su reloj de cadena del bolsillo y refunfuñó algo indescifrable. Miró a su increíble esposa y sentenció:
–Si eso es así, mañana mismo voy a convocar a Forné en mi oficina y… ¡que se explique! A ver qué intenciones lleva para con Biel. Si estás en lo cierto… sólo si estás en lo cierto, bruja astuta –bromeó a Marina–, apoyaré esa relación y… la alentaré.
Marina sonrió, contenta, aunque tenía serias objeciones a ese plan:
–¿No te parece un poco fuera de lugar entrometerte en una relación que aún está en pañales?
–¡O sea que tú puedes alentarla y yo me tengo que contentar con ver los toros desde la barrera! ¡¡Eres tremenda, Marina!!
–Es que siempre quieres controlarlo todo, Ed. ¡Tu hijo Biel es un hombrecito de 18 años ya!
–Mi hijo Biel es mi futuro más firme en este mundo, querida, y no voy a permitir que nada ni nadie le haga infeliz o lo aparte de su futuro, a mi lado. Se hará a mi manera.
Marina no pudo replicar más. Bastante con que Edmond aprobara la relación de Biel y Forné… si ese era el camino para la bendición, que así fuera…
Pocos minutos después, sin embargo, la tragedia asolaba el Glinkel, con la fatal intervención de Karl y… un final que trastocó nuestras vidas. A esas horas, Marcos y yo nos entregábamos el uno al otro en el refugio de su apartamento, tras huir de la fiesta con la ayuda de Marina.
–¡MARINA! –exclamé al escuchar esa historia– Papá… ¡papá lo sabía! ¡Y…! ¡Oh, Dios mío! No sabes… –se me llenaron los ojos de emoción–… Oh… ni te imaginas la paz que acabas de darme, Marina…
Me temblaba todo el cuerpo. Todo yo era un espasmo. Aquella revelación era un regalo y a la vez una caída en el abismo de la realidad.
–Después vuestra relación funcionó, durante un breve tiempo… Y yo no me veía con corazón para hablar a corazón abierto de tu padre, Biel… ¡Lo siento! Y después… te fuiste. Te fuiste de nuestras vidas. Rompiste con todo. ¡OH, BIEL! Si supieras...
Marina se echó a llorar y no pude hacer más que abrazarla… Aquella revelación era demasiado fuerte para asumirla así de inmediato. Eso no cambiaba nada de mi pasado o de mi presente. Era como era. Era el presente al que había llegado, tras años dando vueltas por el mundo, tras amantes y amigos varios, tras mi cierta estabilidad junto a Héctor… Pero, ¡de verdad! fue un regalo saber que mi padre llegó a saber lo mío con Marcos. Yo siempre me había preguntado si él sospechaba algo, y algo intuí como conclusión, pero ahora la prueba era absolutamente irrefutable.
–Marina, ¡gracias! ¡gracias! ¡Te quiero!
Nos fundimos en un abrazo inacabable… Finalmente, nos separamos:
–Biel… No puedes cambiar el pasado, no puedes volver a él pero… no sé si… ¿tú estarás bien con Marcos separado definitivamente de ti? ¡Héctor cada vez me gusta más, no te lo voy a negar! ¡Y Hernán es perfecto! Yo misma he entablado una gran amistad con él. Pero ya no te hablo de sus elecciones, ni de lo tuyo con Héctor. Te hablo de ti. ¿¡Tú estás bien!?
Miré al anillo que mi difunta madre había compartido con mi padre durante su compromiso y respondí a Marina, con un hilo de voz:
–No lo sé…
Aquella noche, golpeado por las revelaciones de Marina, me quedé a dormir en la Casa Granados y al día siguiente fui directamente a la facultad para gastar toda la mañana en clases y en las tutorías con los alumnos. Era el viernes anterior a la boda de Marcos y Hernán. Me hice el remolón para volver a mi lecho junto a Héctor, en Sant Joanet. Llegué poco antes de medianoche a nuestra casa en la playa. Y Héctor… me esperaba tumbado en el sofá, con el mando de la televisión en la mano, haciendo zapping. Hasta ese punto llevábamos una vida tranquila, dos meses ya viviendo juntos bajo el mismo techo.
–¡Por fin llegas! –me dijo, divertido, nada más verme cruzar la puerta.
Sonreí con desgana por toda respuesta.
Me acerqué al sofá y le di un recatado beso por saludo.
Me dirigí al estudio del fondo, a rescatar mis apuntes y los exámenes que debía corregir de mis alumnos de la universidad.
–¿Has cenado? –preguntó Héctor–. Te he dejado el pollo picante que preparé en el horno. ¡Te chuparás los dedos!
–No tengo hambre –dije desde dentro del estudio, con la doble puerta corredera abierta y sentándome en mi escritorio, de espaldas al salón donde Héctor veía la televisión.
–¡Pues el aire no te alimentará! –exclamó el futbolista.
Héctor saltó del sofá. Iba con pantalón de chándal y sudadera blanca. Se acercó a mi escritorio y trató de besarme en el cuello:
–No has echado un vistazo a la cocina, Biel… tienes la mesa preparada y mi fantástico e inigualable pollo picante…
–Te he dicho que no tengo hambre, Héctor –respondí serio, pasando las hojas entre mis dedos, bolígrafo en mano.
Héctor seguía absorbiendo la piel de mi cuello y mi cabello.
–¿Estás enfadado por algo? –me preguntó, inocente.
–Nada parecido.
–¿Y por qué tienes esa cara tan enfadada?
Me tomó con sus dedos por la barbilla y me hizo mirarlo.
–Estoy cansado, Héctor. Eso es todo…
Me miró clavando sus ojazos castaños en mí. Algo se me revolvió por dentro.
–Cada vez… –empezó a pasar sus dedos por el contorno de mi mandíbula– estás más reacio a hacer el a…
–Tengo trabajo, Héctor –le interrumpí, cortante.
Realmente cada vez Héctor y yo hacíamos menos el amor. Yo llevaba unas semanas bastante agobiado con el trabajo. Pero seguramente esa no era toda la verdad.
–Creo que es perfectamente compatible el trabajo con la vida de pareja, Biel.
Volteé mi silla giratoria, en que estaba sentado, para volver a mi trabajo. Héctor quedó de pie, tras de mí.
–Eso es fácil decirlo cuando tienes un trabajo de media jornada –respondí, algo cínico. Héctor no merecía ese trato por mi parte pero me sentía tan cansado, tan abatido… El paso del tiempo me consumía.
–¿¡Media jornada!?
–¡Es fácil querer coger a tu pareja a todas horas cuando gastas…! ¿Qué? ¿Cuatro, cinco horas de entrenamiento cada día? Y el resto del día libre...
–Oye Biel, no sé qué problema tienes conmigo pero… ¡para ya!, ¿ok?
–No tengo ningún problema –insistí, sin apartar la vista de los papeles.
Héctor guardó silencio unos instantes. Un silencio muy molesto e incómodo para los dos. Se atrevió a hablar, finalmente:
–Estás así por la boda…
El comentario se me clavó como una astilla en el corazón.
–Tonterías –respondí, serio.
–No me engañes, Biel. Ya prácticamente te conozco como a la palma de mi mano.
Tragué saliva y mi silencio me delató. No pude seguir escribiendo en mis papeles. La mano me temblaba. Héctor se percató por completo.
–No voy a hablar de ese tema –zanjé, con el rostro endurecido.
–¡¡Mírame!! –el tono de Héctor mudó al enfado.
–No me hables así…
–¡¡Que me mires!!
Me giré hacia Héctor, tembloroso:
–No me duele que sientas algo por Marcos, ya te lo dije… ¡Lo que no soporto es que te encierres en ti mismo y no me hables! ¡¡Estoy aquí!! –se golpeó con la mano en el pecho–. Estoy contigo en esto. Y… sin embargo, ¡sigues guardándotelo todo para ti! ¡¡Estoy harto, Biel!! ¡¡HARTO!!
Se dio media vuelta y se largó. Fui a su encuentro, en el salón:
–Héctor, ¡espera!
Lo agarré por el brazo:
–Ya te dije todo cuánto debías saber –me encaré a él, con mi labio tembloroso–, no tienes que preocuparte más por mí… ¡no lo hagas!
–Preocuparme… ¡Que no me preocupes, dices! ¡Estás tarado! TÚ Y YO somos una pareja, ¿entiendes? –gesticulaba con la mano muy expresivamente, airado– Y si nos guardamos secretos el uno al otro esto se va a ir al traste, ¿¡¿¡entiendes?!?!?
–No me grites, Héctor.
–No te grito –cerró el puño con fuerza y se mordió el labio de la rabia– Es sólo que… no sé cómo lo haces, Biel, pero, ¡consigues que me hierva la sangre, hostia! –en sus ojos prendía el fuego.
–Pues no soy el siervo que esperas que sea.
–¡¡¡Basta, Biel!!! No me hagas pasar por lo que soy, el macho alfa dominador, ¡porque no! Creo que te he dado el suficiente espacio como para establecer una relación de mutuo entendimiento, joder. Me lo pones muy difícil…
–Lo que creo es que te gustaría que me olvidase de Marcos por completo, ¡y ojalá pudiera!
–Jamás te he pedido que autoinmoles tus inevitables sentimientos. Sólo fidelidad… ¡Pero, ya que lo dices, sí! OJALÁ ese tipo no hubiera vuelto de Inglaterra jamás de los jamases, ¡ojalá! Porque es evidente que te tiene trastocado y no eres lo suficientemente adulto como para girar página como él lo ha hecho…
PAAAAAAAAAF. Clavé un sonoro bofetón en la mejilla de Héctor, que giró la cara hacia un lado por el ímpetu de mi manotazo. Esa no se la esperaba. No pudo reaccionar hasta al cabo de unos segundos. Reincorporó el rostro y pasó su mano por su mejilla, me miró muy disgustado:
–Te duele la verdad pero, ¿sabes? –me recriminó– ¡Yo llevo meses, varios meses ya, tragando con toda tu verdad sin que estés dispuesto a compartirla con ánimo de superarlo! ¡¡MADURA, BIEL!! Estoy aquí contigo, no puedo ser sólo el tío que te calienta la cama en las noches frías…
Alcé la mano abierta para clavarle otro bofetón pero, bien prevenido, el toro de Héctor me agarró con fuerza la muñeca de mi mano, impidiéndomelo. Me la sostuvo con gran fuerza, casi me lastimaba…
Forcejamos unos segundos. Yo alcé mi otra mano para agarrarle el cuello pero me atrapó con su garra. Era un duelo de fuerza en el que yo tenía las de perder ante su portentosa figura.
Nuestra respiración era entrecortada y bruta en ese tour de force . Nos mirábamos con tremenda ira el uno al otro, nuestros más infantiles deseos de pelea salieron a la luz, pero también prendía un ardiente… deseo…
Héctor apretaba mis muñecas con fuerza sin dejar de mirarme… Y yo… mirarle a él… No pude evitarlo… No pudimos evitarlo…
Respirábamos con esfuerzo y ansiedad…
Y… nos lanzamos el uno al otro, desesperadamente, a besarnos y a comernos el uno al otro. Héctor me arrancó literalmente la camisa rompiéndome los botones. Me eché encima de sus caderas, agarrándome con los brazos de su cuello y llevándome hacia el sofá, donde me tiró de un golpe. Encima de mí, no podía dejar de besarme y de comerme la boca. Le quité de un volazo su sudadera y su camiseta interior, con gran ansiedad.
Sentí su pecho desnudo sobre mi pecho desnudo. El corazón le latía a dos mil…
Me cogió allí mismo en cuestión de segundos… Fue como si nos violásemos mutuamente. Jamás habíamos hecho el amor de esa manera tan bruta y animal, absolutamente… instintivo. Instintivo y temperamental. Brutamente y sin poder tomar el control de la situación. Sólo podíamos besarnos y cogernos…
Sábado nupcial. Un fuerte viento golpeando las persianas de la casa de la playa me despertaron a eso de las siete de la mañana. Era muy temprano y el sol comenzaba a salir con cierta timidez. Dormía tumbado hacia mi lado izquierdo, como de costumbre. Me levanté con un leve dolor de cabeza que, sin embargo, atenazaba mis pensamientos.
Me giré hacia mi derecha y las sábanas estaban abiertas mas… Héctor no estaba allí. Me recosté en la cama, sentándome contra el almohadón y me rasqué la cabeza. No había soñado nada de lo ocurrido de las noches anteriores: mi conversación con Marina en la Casa Granados y mi pelea feroz con Héctor para pasar de la violencia física a la violencia y la pulsión sexual.
Salté de la cama y me puse mis zapatillas y mi bata de dormir. Tomé una manta y me la eché encima. Me pareció ver, a través de la ventana, a un Héctor pensativo, sentado en la arena de la playa. Tomé una segunda manta y fui a buscarlo a fuera.
–Vas a coger un buen gripazo –le saludé, ofreciéndole la manta, yo de pie, él sentado mirando a la playa, con sus pies desnudos sobre la arena–. Las mañanas de primavera son mañosas y traicioneras.
Me senté a su lado. Le cubrí con la manta y él se dejó cubrir. Me acurruqué a él, buscando su calor y su fuerza:
–Esto… –fueron sus primeras palabras, sin apartar la vista del horizonte del mar. El sol apenas despuntaba–. Esto… no puede continuar así, Biel.
–¿Continuar… cómo?
–Tú y yo, Biel. No funciona. Algo o todo... no funciona. Nuestra relación no puede basarse en el impulso sexual y… no sabes cómo te deseo…
–Yo también te deseo… Héctor…
–Más no es suficiente, Biel. ¡No puedo…! No puedo…
–Dímelo, Héctor, por lo que más quieras: dime lo que piensas.
Giró su rostro hacia mí. Ahora sí que era capaz de mirarme, con cierta compasión, con cierta ternura y con un inacabable deseo en la llama de sus ojos castaños…
–Yo te lo he dicho todo ya, Biel. Entiéndeme: me he desnudado de cuerpo y alma contigo. Pero tú…
–Pero yo entendí…
–Ya te dije que te esperaría, claro que sí, pero… en estas últimas semanas, ¡Dios!
–¡¡Por favor, no pares!! –le agarré del brazo, afectuosamente.
–¡Biel! Ahora sé que no puedo competir no contra Marcos Forné, no es eso… No puedo competir contra ti mismo. Y contra tu corazón.
–¿¡Qué dices!?
–Tú no lo sabes pero… –tragó saliva, apartó su vista de mí y volvió a mirar al mar: le daba una gran paz a su mente y a su cuerpo temperamental– si no estás con Marcos, si no puedes estar con la persona que te robó de veras tu primer y sincero amor, nunca serás feliz.
–No sabes lo que dices…
–¡¡NO!! TÚ no sabes lo que sientes… Hoy en la boda… sentirás como te entierran el corazón en vida y yo… Yo... Biel, no sabes cómo te amo, cómo te deseo, cómo me muero cada vez que te cojo y te tengo en mis entrañas pero… Vas a enterrar tu corazón en vida porque no eres de esos tipos que reconstruyen sus sentimientos. No lo harás ni conmigo ni con nadie más que no sea…
–Héctor…
–Debí saberlo cuando te conocí en Guayambre… cuando te sinceraste desde el primer día que nos acostamos, cuando me lo contaste todo. Es culpa mía… He esperado lo que nunca prometiste darme…
–Pero… ¡¡estás desbarrando!!
–Tú eres un loco inconsciente, Biel, ¡deja de ser cobarde! ¡Lucha o morirás!
Héctor, lloroso, con su poderoso 1,92 de estatura y su esbelta y fibrada figura, se levantó y me tendió su mano:
–Ahora sé, Biel… que por desgracia para mí mi único papel aquí es salvarte o dejarte morir…
Me temblaba el labio, los brazos, las manos… Alargué mi mano a él, y me la cogió dulcemente:
–¿Qué haces…? –pude preguntarle, con un hilo de voz.
–Vístete rápido y sígueme.
–¡Héctor! Faltan cuatro horas para la boda. Tenemos que arreglarnos… tengo que pasar por casa de mi familia a recoger mi esmoquin… ¡Estás loco!
Héctor me estiró del brazo y me llevó para la casa de la playa, donde prácticamente me robó una sudadera de mi armario y unos tejanos algo rotos. Él se cubrió con su polar de cremallera y unos pantalones de chándal negro:
–Lávate la cara –me ordenó casi con un gruñido, señalándome amenazante con el dedo.
Fui incapaz de desobedecerle.
–Te espero en dos minutos en el coche.
Y me dejó plantado en el baño. No cuestioné su autoridad. Acababa de darme una lección de humildad, total entrega y sentimiento.
Salí corriendo para la carretera destartalada que unía nuestra casa de la playa con la autopista de la costa norte y allí… aguardaba Héctor dentro de su Jaguar plateado.
Me metí sin decir ni pío y arrancó con rabia pero sincera decisión.
Nos pusimos en la carretera en un santiamén. No fui capaz de decir nada. Ni mirarlo. Héctor me había dejado completamente mudo. Vi como tomó la autovía del norte, la que se dirige directamente a las comarcas de la cordillera, en dirección contraria a Barcino. Aquello mudaba hacia un color un poco feo (aparentemente) para mí:
–Me estás llevando a…
Hablé sin saber de dónde sacaba mi hilo de voz, después de casi veinte minutos escuchando sólo el discreto ruido del motor de ese coche deportivo y mirando a Héctor de refilón.
–Vas a enfrentarte cara a cara a tu pasado pero, sobre todo, a tu presente.
–ES UNA LOCURA, Héctor.
–Nunca pretendí estar cuerdo, Biel.
Hablaba desafiante con ese posado de macho alfa dominador, sus labios humedecidos por el sudor de la emoción, su barba tensa…
–No… yo… no voy a saber… qué decir…
–Si hablas desde el corazón, no necesitarás nada más que la verdad.
Tomó la salida a los valles de la precordillera. Sí… íbamos en dirección a Prunella.
–¿Por qué lo haces? –dije, por fin, con serenidad, tras casi una hora de trayecto.
–Porque tú me las contado todo, Biel. Más bien… me lo contaste todo. Al principio. Luego te fuiste volviendo reservado, fuiste construyendo un muro porque creías que debías adaptarte a mí pero… ¿Sabes? Yo sé lo que es perder a un ser que no sólo te vuelve loco sino que, además, hace que cambies por completo el curso de tu vida. Que tus elecciones queden abducidas por… fundirte a él. Yo renuncié. Y me he arrepentido toda mi vida.
El tío hablaba desde el corazón y con la voz rota. Su amor… ¿¡su primer amor!?
–¿Y no luchaste?
–Tuve la oportunidad de tenerlo para mí pero le di la espalda… No puedo... no puedo hablar de ello...
–¡¡No me lo contaste, Héctor!!
–¿De qué hubiera servido? Yo… he sido un completo desastre, también, en mi desordenada vida… sexual, sentimental, personal, ¡¡todo!! No sirvo de ejemplo para nadie, excepto para los que no deben seguir mi ejemplo…
–Héctor… –puse mi mano sobre su mano, en el volante– Te quiero… pero…
–No lo suficiente, eso ya lo sé.
–Héctor…
–Por eso vas a entrar en esa diablada casa y vas a ir a encontrar a Forné. Y le vas a decir al maldito tipo lo que de verdad sientes por él.
–Pero… ¿¡y Hernán!?
–¡Biel! Puedo asegurarte de aquí a la China popular que con esa desastrosa boda Forné va a romperle el corazón a Hernán. He visto como os miráis. He visto como os habláis. Por mucho que lo disimuléis… ¡joder! Habría que ser sordo, ciego y mudo para no captar lo que existe entre vosotros.
–Yo no sé si tengo derecho…
–Por favor, Biel, en vuestra relación ya habido muchas renuncias, daño y errores. No dejes que cometa el peor de su vida… Un corazón roto hoy será… no lo sé… una vida salvada para el mañana.
–¡¡Esto es una locura!!
Estábamos entrando ya en la carretera comarcal que subía hasta Prunella, el pueblo natal de los Forné. El día se había despejado con lucidez y el valle nos regalaba una inquietante postal de desfiladeros montañosos, frondosos campos de cultivo y oscuros bosques de pino y abeto.
Héctor bajó en una gasolinera de la entrada del pueblo a repostar y preguntó al chico de la caja por la casa de los Forné, que yo bien conocía. Pero confieso que… estaba tan cagado de miedo, que fui incapaz de indicarle nada.
Subimos una empinada cuesta hasta la pradera de lo alto de Prunella, donde quedaba bien aposentada la granja de Joana y Roderic Forné, los encantadores padres de Marcos.
Héctor detuvo su coche a cierta distancia de la casa, donde se intuía un gran barullo y un ir y venir de gente.
Pese a que yo estaba asustado, había cruzado el Rubicón, la línea que me lanzaba al mayor acto de confesión de mi vida. Quedamos los dos dentro del coche por largos minutos. Héctor clavó sus brazos y manos en el volante, se levantó sus gafas de sol encima de su frente y atacó:
– And so … el futuro está ahí, Biel. Baja del coche y AFRÓNTALO.
–Héctor yo… no sé cómo agradecértelo…
–No digas tonterías.
–En estos años nadie se había portado conmigo tan bien como tú y…
–No sigas o me romperás en el llanto… –bromeó, apretando los labios pero… emocionado de verdad.
–Venga, ve ahí dentro y descubre de verdad qué necesitas decir…
–Héctor… no sabes cuánto lo siento… Tú y yo…
–Biel… Ahí fuera hay un mundo muy duro, muy difícil. Y si no estamos preparados como pareja para afrontarlo… nos destruiremos. Nos desharemos. Hace tiempo que lo sé. Lo sé… No vamos a destruirnos. No vamos a hacernos daño. Me iré. Me iré, Biel… Porque lo contrario será infligirnos un dolor… un dolor que no estoy dispuesto a verte sufrir. Tal vez no ahora de inmediato. Pero vendrá, vendrá… Biel… ¡VETE!
–Dame un abrazo… –le pedí.
Y me rodeó en sus fuertes y poderosos brazos, una vez más…
–Sal del coche y ve ahí dentro… –me susurró a la oreja prácticamente con un suspiro–. Y sé feliz…
–¿Y si Marcos no…? –le dije sin poder separarme de sus brazos.
–Más vale que actúe como creo que lo hará o… Biel… cuando vuelvas, ya NO me encontrarás aquí fuera.
Me aparté de él, clavé mis ojos en él y… lo besé, lo besé y lo besé… ¿por última vez…?
–¡Guapísimo! –exclamó Laura al acabar de poner la fina corbata negra a su marido Lluc.
–¿Me queda bien? ¿No es muy pequeña?
–Por favor, Lluc… ¡¡estás tremendo!!
Laura Poncela iba ya por su cuarto mes de embarazo. La guapa y joven abogada que había enamorado a mi hermano en los servicios jurídicos del Olympic Galaxy hacía sonreír desde hacía años a ese en otro tiempo chico perdido y parapléjico y ahora… ¡¡quién iba a decírselo!! Iba a ser papá y era un feliz presidente del Galaxy que, aquel día, iba a hacer de anfitrión en el Olympos Stadium en el enlace de uno de sus viejos amigos. Habían pasado por tantas cosas, él y Marcos…
–Aún queda media hora para salir –dijo Lluc, animado, mirando su reloj– ¿Biel no ha llegado aún? Voy a hacer tiempo en el despacho…
–No te entretengas, amor –respondió Laura, con dulzura, besó a su marido, dio un golpe con su melena rubia y se fue a ver a Marina y Cris en el vestidor.
Lluc echó a rodar para el despacho que tenía en la Casa Granados. El mismo despacho de papá, con sus muebles y librerías blancas y su deslumbrante ventanal encarado hacia el soleado sur. Lluc se acomodó en el escritorio y garabateó algunas notas. Se le acabó el papel…
Sacó su juego de llaves, buscando las estampas ralladas de papel que Edmond tan diligentemente gastaba y que, años atrás, había comprado en cantidades ingentes. Abrió el cajón y…
El pasado siempre vuelve. Dos veces. Lluc sintió que se le paraba el corazón.
Los diarios de papá, los que dimos por desaparecidos o arrebatados meses atrás, estaban ahí, como si nada… en su sitio… Lluc sintió un inmovilizador escalofrío en su espalda… La sombra alargada de Karl… Miedo, frío y pánico.
Cerró el cajón… sin poder articular palabra.
–¡¡LLUC!! –gritó Marina, sobresaltando a Lluc– ¡Es hora de irnos! ¿Vienes?
La dulce Marina, impresionantemente vestida para la boda de Hernán y Marcos, sacó la cabeza por la puerta, animada y risueña. Lluc tragó saliva, disimuló su semblante pálido y se dirigió a acompañar a las damas…
Bajé tembloroso del coche. Eché un vistazo hacia atrás. Una última mirada a Héctor Dalahari antes de enfrentarme por completo, solo, al mayor desafío de mi vida. Confesar a Marcos todo lo que sentía y todo lo que había errado. Las tremendas faltas a mi conciencia y mi empecinamiento por seguir adelante con mi vida. Creo que no hubiera sido capaz de hacerlo sin Héctor. No: ahora estoy convencido de ello. A pesar de lo que muchos podáis pensar, de mis debilidades, de mi presunta falta de escrúpulos en determinados momentos de mi corta vida… a pesar de todo eso, ¡todo cuánto erré fue porque no tuve más alternativa! Y si la tuve, preferí mirar hacia otro lado… ahogado en mi propio miedo. En mi propia cobardía.
Miré a Héctor, con sus manos en el volante, aguantándome su sonrisa blanca pletórica. El tío debía estar haciendo un esfuerzo enorme. ¡Se obligaba a apartarme de su lado! Creyendo, habiendo llegado a la conclusión, que yo –Biel de Granados– era hombre de un solo amor y que ese amor estaba ahí dentro, en aquella casa llena de gente en el día de la boda del hijo pródigo. Me sonrió y me hizo un gesto con la cabeza para que no mirara más atrás y entrara en esa casa a encontrar a Marcos.
Obedecí. Miré al frente y avancé rápidamente por el camino de grava que entraba en aquella enorme casa de campo. Se oía un gran alboroto tanto en su interior como fuera. Había un montón de gente entrando y saliendo de la casa. Me choqué con una florista que debía estar trasladando centros florales hasta el restaurante de la campiña, cercano a la casa natal de Marcos, donde iba a celebrarse el banquete nupcial después de la ceremonia en el Olympos Stadium. Tuve miedo de encontrarme con Roderic o Joana, los padres de Marcos, o con su hermana Isabela. A Marcos y a Hernán los debían estar vistiendo en salas separadas, dentro de la casa.
Crucé la vereda de setos que delimitaban la entrada a la finca y me colé por la puerta de la cocina, que estaba abierta, con un montón de mujeres con pamela, hablando y fumando. Nadie me dijo nada, se limitaron a sonreírme como a un invitado más. Conocía bastante bien la casa, a pesar de que sólo había estado allí una vez… siete años atrás, cuando me reconcilié con Marcos después de nuestro distanciamiento tras la muerte de mi padre [SUCEDIÓ en el CAPÍTULO VII de la PRIMERA PARTE: http://www.todorelatos.com/relato/87260/ ] . Di rápidamente con las escaleras que debían subir al dormitorio de soltero de Marcos. Di un brinco escalón tras escalón y avancé hasta el fondo del pasillo. Me pareció pasar por una puerta entreabierta con Hernán junto a su madre. Sí… allí los vi con la puerta entreabierta. Pero mi objetivo era otro. El fondo del pasillo. El viejo dormitorio de soltero de Marcos Forné.
Llegué a la puerta y me conjuré para sacar de mis adentros toda la fuerza y valentía posible. Si Marcos estaba allí dentro, bien acompañado de su madre, hermana o de cualquier familiar, debía pedirles que, por lo que más quisieran, me concedieran cinco (sólo cinco) minutos con él, a solas.
Entré sin llamar, dispuesto a encontrarme con cualquier situación por afrontar y abordar. Pero no fue así. Marcos estaba solo en su dormitorio, a medio vestir. Pude verlo por la espalda. Frente a un espejo, con la camisa blanca y los pantalones negros, e intentando hacerse el lazo y el nudo de una pajarita azabache. Me dio un escalofrío el cuerpo solo de verlo… Entré con sigilo y cerré. Notó el leve golpe de puerta y se giró esperando ver a… ¡Dios mío! A cualquiera que no fuera yo mismo.
–Hola… –dije por todo saludo, nervioso pero sonriente y emocionado.
El chico dejó de maniobrar con la pajarita. Me miró absorto:
–Biel… hola…
Parecía contento de verme allí, sin embargo me dio un repaso con la mirada y al verme informalmente vestido, con mi sudadera gris y mis pantalones tejanos…
–¿No… no estás vestido para la boda? –tartamudeó.
Me miré a mí mismo y encogí los hombros:
–Pues… –respondí– no lo había pensado.
Y realmente era así.
–¿¡Es que no vas a venir!? –era una pregunta lógica por su parte.
Tenía su mirada de ojos verdes más brillante que nunca.
–Marcos…
–¡Biel! No me falles… Tú y yo hemos pasado por tantas cosas… te quiero ahí en la ceremonia…
Lo decía desde el corazón.
–Precisamente… –balbuceé– He venido a hablarte de eso.
Se metió las manos en sus bolsillos. Estaba simpático, con la pajarita deshecha, caída alrededor de su cuello blanco, muy atractivo.
–Te escucho… Aunque te advierto que salgo en 15 minutos para Barcino. Hernán saldrá un cuarto de hora más tarde… Ah, y mi madre debe estar a punto de entrar por esa puerta –señaló, sonriente.
–Seré breve –sonreí, hecho un manojo de nervios.
Avancé unos pocos pasos, con mis manos metidas en los bolsillos del culo del pantalón. ¡Madre mía! Debía parecer un pobre diablo con esa pinta en el día más importante para Marcos…
–No sé lo que pensarás de mí, Marcos…
–¡¡Biel!! ¡¡Otra vez, no!!
–Déjame decirte lo que he venido a… decirte…
Negó con la cabeza y enmudeció… molesto.
–No sé lo que pensarás de mí. Toda mi vida desde hace siete años ha sido una verdadera locura. He cometido errores. Cometo errores. No todo han sido fallos… Algunos, en realidad, fueron puertas que se abrieron a… decisiones, situaciones que me han hecho crecer. No me arrepiento de todo lo que ha pasado porque es la vida que yo he elegido. Pero… sé… que te abandoné.
–Biel…
–Que te abandoné y que renuncié a ti por completo. Y, seguramente por eso, no tengo ningún derecho a estar hoy aquí, a dos horas de tu boda, para decirte esto. Pero…
–Biel… de verdad que no estoy molesto por el pasado. Fue hace años. Estoy en paz contigo y… conmigo mismo.
Dejé caer mi mirada al suelo:
–Bien, bien… eso está bien porque… –tragué saliva– si estoy aquí es porque no me reconozco en gran parte del Biel de estos últimos siete años. Y sé que aún estoy a tiempo de enmendar mis errores –avancé hasta tenerlo a menos de dos metros de mí–. No me reconozco en ese Biel y confío en que… sé que… estoy convencido que si supieras eso, en tu corazón, no estarías preparándote ahora para casarte con alguien a menos que ese alguien… fuera… yo.
Lo solté, como una bomba, del tirón. Apreté mis labios, aguanté la respiración y contuve mi llanto.
Marcos dejó caer su mirada de mí y se llevó su fuerte mano a su rostro, un rostro golpeado por mi confesión. Suspiró… agotado… sin dar crédito… Ladeó la cabeza, negando, con la mano sobre sus labios… sin dar crédito…
Volvió a alzar la vista a mí, me miró con media sonrisa de incredulidad:
–¡Biel…! Biel, necesito ser sincero contigo…
–Claro… –suspiré. El corazón se me iba a salir del pecho.
–Yo… sentí algo cuando volví a encontrarme contigo después de tantos años, ¡¡claro que lo sentí!! Algo que creí… creí que nunca volvería a sentir.
Le sonreí, emocionado. Tenía mis ojos vidriosos. Siguió:
–Pero… me di cuenta, en estas últimas semanas antes de la boda de que… –guardó silencio, con media sonrisa irónica en los labios–, de que… ¡no puedes volver atrás en el tiempo!
–¿¡Por qué no!? –le pregunté, casi infantilmente. Quería de veras que todo se solucionara, de algún modo. ¡Me negaba a echar a perder nuestro futuro por siempre jamás!
–¡¡Biel!! TÚ has cambiado… ¡¡YO he cambiado!! No somos las mismas personas de hace siete años. ¿¡Quieres…!? ¿¡Entiendes…!? De, de… ¿¡de veras crees que voy a dejar plantado a Hernán el día de nuestra boda!? –se llevó la mano a la frente.
–Yo no pretendo… –dije, lloroso, triste–, es sólo que… si tú sientes lo mismo que yo siento…
–Biel, olvida el pasado… Tú y yo ya no somos esos chicos de antes. Tomamos nuestras decisiones. Hicimos elecciones. Yo elegí a Hernán… Su familia está ahí abajo… Nos queremos, Biel y… ¡no siempre tus deseos pueden hacerse realidad, entiende!
Mientras Marcos avanzaba en su propia confesión yo me fui arremolinando en mi tristeza, dando pequeños pasos atrás, ahogando mi llanto, queriendo salir y ya, marcharme, marcharme de todo ese mundo. No pude seguir mirándolo, me di la vuelta hacia la puerta.
–Por favor, Biel… –se acercó Marcos–, no llores… no puedo verte así…
Me giré hacia él, disimulando mi llanto, forzando una sonrisa en mi rostro:
–Estaré bien, Marcos… ¡no te preocupes por mí! –sonreí como pude, pero se me escapaban las lágrimas sin querer.
–Biel, dame la mano, ven, no llores…
–Estaré bien, ¡te lo prometo! –seguí fingiendo y derrumbándome al mismo tiempo.
–Estás llorando, Biel…
–No te preocupes por mí…
No podía parar. Marcos intentaba acercarse a mí, abrazarme, pero yo me escapaba, hasta que choqué con la puerta y fui a abrirla:
–Ve ahí abajo, Marcos… ¡te están esperando! Yo estaré bien, te lo prometo… Es que estoy llorando porque estoy feliz… por ti. Es tu día, tu día junto a Hernán y no mereces que nada ni nadie te lo estropee. Te amo, Marcos, ¡eres un gran ser humano! Y porque te amo… quiero… deseo que seas muy feliz.
–Biel, yo… –Marcos se había detenido a un metro de la puerta, bajó la vista, reposado–… siempre te he amado.
Mi llanto explotó, pero no pude más que abrir la puerta y salir corriendo de allí, llorando, con un Marcos a medio vestir plantado frente a la puerta.
–¿¡Dónde demonios se ha metido Biel!? –exclamó mi abuela Mercedes nada más entrar en el gran salón-mirador del Olympos Stadium.
La ceremonia, oficiada por el alcalde, iba a celebrarse en esa estructura arquitectónica a media altura de las gradas del estadio del Galaxy, con un precioso mirador sobre el campo y el estadio. La gran vidriera que dirigía su impresionante panorámica al campo quedaba a la izquierda entrando por el ala sur. Allí, Marcos Forné había vivido alguno de los momentos más importantes de su carrera y… de su vida.
Mercedes de Granados saludó a algunos conocidos y volvió a preguntar a su nieta Cris, su acompañante y bastón humano:
–¿¡Dónde demonios estará ese niño!?
–¡Basta, abuela! Biel vendrá desde Sant Joanet, con Héctor.
–¿Pero no me has dicho que no pasó a recoger su ropa en la Casa Granados? No quiero que montemos el numerito, niña. La gente hablará si Biel no viene…
–Abuela, ¡basta! ¡Mira, ahí está Marina! –dijo Cristina, despampanante con un traje blanco diamante con escote de cuello cruzado.
Marina se acercó con su deslumbrante belleza de 54 años. Iba toda de negro, traje largo de media cola, con pequeñas y discretas lentejuelas zafiro que la hacían relucir como nunca. Dio dos besos a Cristina:
–¡Por fin llegáis! –exclamó.
–Hemos estado esperando hasta el último minuto a Biel pero…
Marina mudó el rostro:
–¿Dónde está, pues?
Cristina se encogió de hombros.
–Va a hacernos quedar mal a todos –volvió a repetir la abuela; su nieta Cris ya ponía cara de santa resignación.
Mientras todo el mundo entraba en el salón, a los pocos segundos se unieron al corrillo Lluc y Laura.
–¡Laura! –gritó Cristina– ¡¡¡Pero qué bien te sienta ese vestido con…!!!
–¡Mis 4 meses de embarazo, jaja! –exclamó Laura, radiante.
La barriga de embarazada ya se le notaba prominente. Lluc, a su lado, con pajarita y chaqué, se mostraba orgulloso:
–¡Cada día estás más guapa, amor! –piropeó a su esposa; Laura despeinó con su mano el rubio cabello de Lluc, bromeándole.
–Pero bueno… ¿y entonces Biel…? –preguntó Laura a su cuñada.
–¡Voy a llamarlo! –Cristina se apartó del grupo para llamar con su celular a ver si me localizaba.
En esas que entró el alcalde, un hombre entrado en sus sesenta y muchos años. Mercedes de Granados fue a importunarlo nada más verlo entrar. Eran viejos conocidos:
–¡Alcalde! ¡Alcalde! –exclamó la anciana, moviéndose ágilmente con su bastón.
–¡Doña, Mercedes! Es un placer volver a verla…
–No disimule conmigo, alcalde. Entre usted y yo, en confianza, ¿no cree que es embarazoso oficiar este tipo de enlaces? ¡Dos hombres, por favor! Debe ser difícil para un hombre de tradición como usted…
La abuela estiró la cara con indignación. El alcalde escondió su sonrisa en sus labios:
–Pues… ¿qué quiere que le diga? Voy a casar al hombre más admirado de la ciudad… es una boda como cualquier otra, ¿no cree?
–¿¡En serio!? –exclamó la dama.
–Mercedes –se acercó Marina por su espalda, y le tomó el brazo a la anciana–, no molestemos al alcalde, tendrá que acabar de prepararse el discurso y la ceremonia, ¿no?
Marina radió su impresionante sonrisa al alcalde, que asintió, y se alejó de las garras de Mercedes.
Marina riñó a su suegra:
–¡Basta, Mercedes! ¡Siempre igual!
–¿Qué he hecho yo ahora…? –preguntó desde una falsa ingenuidad.
–Hablando al alcalde contra el matrimonio gay, ¡por favor! ¿A caso no sabes que su partido votó a favor de las bodas gays en el Parlamento?
Mercedes se indignó y fingió exageradamente su enfado:
–¡Es indignante! ¡Me parece fuera de lugar! ¡¿Dónde va a acabar nuestra sociedad si hasta los políticos conservadores apoyan el matrimonio gay?! ¡¡No pienso votarles más en mi vida!!
Marina hizo caso omiso a su suegra y la llevó del brazo a las primeras filas de la sala. Faltaban pocos minutos para que Marcos llegara, y Hernán le seguía la pista, unos minutos más tarde por carretera. La sala albergaba unas cuatrocientas sillas. Estaba todo el Olympic Galaxy, compañeros de vestuario de Marcos, el equipo técnico, el staff administrativo del club… y media Barcino. La familia de Hernán era una porción pequeña en aquel océano de gentes.
Mi familia se situó en la segunda fila a la izquierda del pasillo principal, como anfitriones del enlace que eran… los amos del estadio del Olympic Galaxy.
–¡Sigue sin cogerme el teléfono! –refunfuñó mi hermana Cris–. En cuento lo vea, ¡lo voy a matar! –exclamó.
Lluc ensombreció su rostro. Pese a que intentaba disimularlo, estaba agitado desde que dio con los diarios de papá. No sabía si decírselo a Laura o a Marina. Prefería dejar pasar el día de la boda… pero en ese momento, sentado a la espera del enlace, con el salón-mirador llenándose de más y más gente, temía que a mí me hubiera pasado algo.
A las 11 y pocos minutos de la mañana, Marcos, guapísimo, entró del brazo de su madre Joana en el salón. Todo el mundo en pie para recibir al primero de los novios. Algún aplauso, después secundado por todo el auditorio. Mucha gente reconocía ese día la valentía de Marcos Forné. El futbolista de la década… estaba abriendo puertas que llevaban… ¡siglos! mucho tiempo cerradas… ¡Ah, la necesaria normalización!
Llegó hasta la tribuna, saludó al alcalde. A Marcos se le veía nervioso. Con gran frecuencia se ajustaba los gemelos de la chaqueta del traje. Tosía, carraspeaba. Hablaba con el alcalde en lo alto de la tribuna… pero sin apenas mirarlo… buscando de reojo la puerta, al fondo, para ver llegar a Hernán…
¡Por fin llegó! Con quince minutos de retraso. Debían ser poco menos que las 11 y media de la mañana de aquel sábado 26 de marzo.
Hernán iba guapísimo con un traje de chaqueta y pantalón gris y pajarita negra sobre chaleco de un negro claro. Sonreía nervioso. También su madre le llevaba del brazo hasta su prometido. La gente estaba muy emocionada. Otra oleada de aplausos para el novio Hernán. ¡Pareja de valientes!
Llegó a la tribuna-escenario donde el alcalde y Forné aguardaban. El mayor de la ciudad, sonriente tras una mesa sobria. Forné, el novio, a dos pies de la escalinata. Tomó del brazo a su prometido así como llegó y le dio un beso en la mejilla. El alcalde se dispuso a comenzar la ceremonia:
–Queridos conciudadanos. Hoy es un día de alegría para esta ciudad y sobre todo para Hernán y Marcos, nuestros queridos amigos, que han querido reunirnos hoy a todos… a su familia, a sus amigos, a sus seres más queridos, para profesarse su mutuo amor ante nosotros. Y, también, para darnos un ejemplo de normalidad. De igualdad. Y de tolerancia. Aunque hace ya siete años que nuestro país aprobó las uniones entre personas del mismo sexo aún son muchos los que se resisten al triunfo de la normalidad.
Mercedes de Granados hizo una mueca de desaprobación. Marina se lo recriminó clavándole una mirada que parecía un divertido mal de ojo.
–Así que como alcalde yo quiero felicitar a Marcos Forné y a Hernán Alonso por comportarse como personas normales y mostrarnos su amor aquí y hoy desde la normalidad que supone no sólo que dos hombres se amen sino que, también, decidan unir sus vidas en matrimonio.
El alcalde pasó a los diversos momentos de la ceremonia. Los invitados pudieron escuchar los discursos de Isabela Forné, la hermana de Marcos, y de Xabi, el padre de Hernán Alonso. Formaban la pareja perfecta y sus familias ayudaban a reforzar esa idea…
–No me puedo creer que Biel se haya echado atrás en el último momento y no vaya a venir –susurró Lluc a su mujer, Laura; no podía mantenerse callado.
Mi silla vacía… quedaba justo al lado de la de Laura.
–Lluc, no sé de qué te sorprendes… –respondió la joven– ¡¡Marcos es el amor de su vida!! Aunque haya sido capaz de continuar con esa vida sin él… a mí no me parece mal que no esté aquí… Por favor, no lo regañéis cuando lo veáis… Bastante ha padecido el muchacho desde hace años…
Laura Poncela, 28 años, increíblemente guapa y embarazada… no sólo era guapa por fuera sino, sobre todo, por dentro. Y bien madura y adulta:
–Dios…–susurró Lluc a la oreja de su mujer–, ¡no sabes qué regalo de mujer eres!
Se besaron mientras la boda seguía su curso. Llegó el momento del juramento y promesa matrimonial.
–Hernán Alonso Etxebarría –el alcalde pronunció el nombre del escritor– ¿aceptas y consientes con este acto contraer matrimonio con Marcos, cumplir los derechos y obligaciones de este nuevo estado que libremente habéis elegido?
Hernán tragó saliva, nervioso, miró intensamente a Marcos, sonrió aún más nervioso y asintió:
–Sí, ¡acepto!
Todo el público sonrió de la ternura con que lo dijo…
–Marcos Forné Estradella –el alcalde pronunció el nombre del futbolista– ¿aceptas y consientes con este acto contraer matrimonio con Hernán, cumplir los derechos y obligaciones de este nuevo estado que libremente habéis elegido…?
Marcos miró de refilón a Hernán, con los ojos humedecidos, apretó sus labios temblorosos y sonrió nervioso a su prometido. Flaqueó levemente, tuvo que llevarse la mano al pecho, le latía el corazón con gran intensidad y le daba pinchazos:
–S…
–¡¡¡Alto en nombre de la ley!!!
De repente, un ruido estrepitoso sacudió el salón mirador donde se celebraba el enlace. Media docena de policías irrumpieron en el acto, capitaneados por dos hombres altísimos enfundados en sendas gabardinas oscuras… Parecían los jefes de la unidad.
La gente gritó, horrorizada. ¿¡Qué estaba pasando!?
–¡Alto en nombre de la ley! –volvió a gritar un hombre, inspector de policía por lo que dedujeron varios de los presentes. El tipo empezó a mirar a los invitados, fiscalizador y desafiante.
El alcalde bajó rápidamente de la tribuna a averiguar en nombre de qué aquel inspector estaba interrumpiendo aquella boda tan importante…
–¡¡Ahí está!! –gritó el inspector señalando con su dedo– ¡¡Prendedla!! –ordenó a la media docena de policías uniformados.
Y como un mazazo de los que lo rompen todo, mis hermanos Lluc y Cristina, mi cuñada Laura, mi abuela Mercedes… vieron como tres parejas de policía iban a prender a… ¡Marina!
El inspector se acercó a los Granados, con un tono de voz furibundo:
–Marina Rodhenski, viuda de Edmond de Granados, queda usted detenida en nombre de la ley…
–¡¡¡NO!!! –gritó Cristina, horrorizada.
Laura se llevó la mano a la boca, ahogando su grito. Mercedes estaba blanca como la leche; y Lluc con los ojos como platos, sin poder reaccionar.
–Tiene usted derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede ser usado en su contra –dijo una voz de un policía uniformado, mientras esposaba a Marina con algo de violencia, si bien ella estaba inmóvil.
Porque… Marina no opuso resistencia ninguna. Lluc que, a los pocos segundos reaccionó, se encaró al inspector:
–¿¡Qué cojones está haciendo!? ¡¡Ella es mi madre !! ¡¡Deténgase!!
–No entorpezca esto, joven –rebló el inspector.
El inspector, canoso, rodeó a Marina y la levantó de la silla:
–Queda usted detenida por el homicidio de Karl Zimmer…
Laura gritó sin poder evitarlo. A Cris casi le da un ataque de ansiedad. Aquello era un drama.
Marina no se mostró resistente, ni dijo nada. Solo cedió y obedeció:
–Llevárosla al furgón –sentenció la voz del inspector.
Lluc miró horrorizado a Marina, preguntado desde el silencio si aquello de que la acusaban era verdad. Marina, con el semblante relajado y sin decir nada, pareció confirmar que así era…
Estaba todo el salón en pie, con las manos en la boca o en el pecho, patidifusos de la escena a la que estaban asistiendo. ¡La gran matriarca de los Granados, detenida!
La media docena de policías sacó a Marina de la sala. Lluc maniobró con su silla:
–¿¡Dónde la llevan!? –gritó horrorizado–¿¡Dónde coño la llevan!?
–Al Penal Nacional –respondió un policía. La prisión principal de la ciudad…
Lluc, con su silla, rodó corriendo hasta el pasillo. No sabía qué hacer…
Marcos bajó de la tribuna, conmovido, pálido del impacto. Posó su mano sobre el hombro de Lluc:
–Venga, tío –dijo el futbolista, con voz temblorosa–, te llevo en coche, ¡¡vamos!!
Estaban todos temblorosos y horrorizados. Cris se puso su abrigo y fue tras Lluc y Marcos, que iban corriendo hacia el coche, fuera del estadio. Mercedes se quedó consolando a Laura. Y el resto de la gente, murmurando y fuera de toda realidad, sin poder dar crédito a lo que acababan de presenciar… Y Hernán… solo sin Marcos, junto al alcalde… no podía creer lo que acababa de ver...
Hay quien puede reconciliarse con su pasado porque la paz le ha llegado, en forma de amor, en forma de felicidad, en forma de perdón. Pero el perdón no está al alcance de los que, como los mártires, han tenido que pagar la pérdida de su felicidad completa en nombre de la venganza.
«Algún día…», me amenazó una vez Karl, cuando yo intentaba dejarlo, «yo no estaré en tu vida. Y ese día… tú y tu familia os acordaréis de mi». Y la profecía se cumplió. Pero jamás pudimos imaginar que sería de ese modo.
CONTINUARÁ….
Próximo capítulo… Biel & Marcos (8) Confesión .