Biblia de la lujuria - 3

El aprendiz de brujo de la lujuria nota cambios en sí mismo, en sus gustos, en sus fantasías y sobre todo en su cuerpo y en sus orgasmos... Como una preparación de lo que vendría después, prepara un hechizo que le dará el control sobre su tía en el futuro.

3

Mi gusto por las mujeres era bastante específico… pero mientras avanzaba con mis experimentos en el libro, noté que se iba abriendo. Chicas y mujeres por las que no me sentiría atraído normalmente, ahora me ponían a cien con más frecuencia. Una de ellas era mi tía, claro está. Tenerla en casa y verla pasearse con camisetas cortas y leggins (que le encantaban) era una tortura. Muchas veces tenía que disimular mis erecciones, e intentar no mirarla con ojos llenos de lujuria.

Así que me decidí. En cuanto pudiese… probaría a dormirla y comprobar si también se depilaba.

Eso fue mucho más difícil, porque mi tía y mi madre se habían vuelto inseparables desde hace años. Cuando mi tía venía de vacaciones, mi madre y ella siempre iban juntas a todas partes. Y cuando mi tía iba sola, siempre iba de compras, al super o a tiendas de ropa. Y fuera de casa era impensable hacer lo que me disponía a hacer. Pensé hacerlo de noche, pero ella duerme con mi madre en una cama de matrimonio, ya que sólo tenemos tres camas y un sofá cama, y obviamente, Fátima y yo insistimos en tener nuestro espacio. Mi tía se ofreció a dormir en el sofá cama, siempre había dormido a la primera, y no le importaba mucho el lugar, pero mi madre se plantó y dijo que de eso nada, que su cama era enorme y que podrían dormir juntas en un buen colchón. Discutieron un poco por cortesía, pero mi tía accedió y dijo que dormiría la primera noche pero que luego se turnaría con el sofá cama para no molestar a mi madre.

A partir de esa noche, ya nunca más durmió en otro lugar que no fuera la cama de mi madre. A veces hablaban hasta las tantas, veían la tele, leían cotilleos… vamos, que cada noche tenían su fiesta de pijamas particular y estaban encantadas. Así que cogerla por la noche, imposible.

En estos dos días desde que descubrí el conjuro no hallé ni una sola ocasión. Estaba considerando el arriesgarme un día y dormir a las dos, a mi madre y a mi tía en su cama, y comprobarlo. Pero entrar sin que me oyeran, abriendo la puerta de la habitación y el temor de despertar a una y luego a la otra sin tener suficiente tiempo para salir de la habitación, me hacían dudar muchísimo. Pero la solución se presentó por sí misma.

Mi tía, mi madre y Fátima estaban preparando una comida ya que venían unos amigos de mi madre a comer a casa. El caso es que yo más que ayudar, molestaba en la cocina, era su territorio y me prohibieron pisarlo. Yo pondría la mesa y ayudaría a fregar y recoger. Estaban haciendo una tarta para el postre cuando de repente mi madre dijo.

  • No! – Mi tía y mi prima se giraron a la vez. – Se me olvidó comprar más azúcar! Apenas tenemos!

  • Y ahora que vamos a hacer? – Fátima preguntó con sorpresa.

  • Mira, podemos irnos tú y yo a comprarlo. De paso compramos cosas para adornar la tarta. Esto ya está en marcha, así que Laura, te dejamos aquí que te las apañas bien. Nosotras volvemos ahora, no llevará más de diez minutos. Corre, vamos! – Mi madre no sabía conducir, así que delegaba en mi prima y en mí para que hiciésemos de chóferes. Estaba en el baño, con lo cual mi madre no se decidió a que fuese yo el chofer! Por fin tenía la excusa perfecta. Tendrían que bastar aquellos diez minutos.

Salí del baño justo cuando ellas bajaban las escaleras. Encontré a mi tía sentada descansando de la faena, sentada en la cocina.

  • Hola tía, que tal? Dónde se fueron mi madre y Fátima?

  • Hola! Pues cansadita de cocinar! Se fueron a coger azúcar y cosas para adornar la tarta. Como tú estabas en el baño, Fátima llevó el coche.

  • Ah! Muy bien. Pues sí que pareces cansada. – Me acerqué por detrás, susurré el cántico y le toqué la cabeza. Se la aguanté con las manos para que no se cayera de golpe y la dejé apoyada con la frente en la mesa. Actué deprisa. Me colé por debajo de la mesa y le separé las piernas.

Mi tía Laura llevaba un vestido de estos de verano de una pieza, ligero y delgado. Se lo levanté a la altura de las rodillas y al fin tenía ante mí su sexo… Porque no llevaba bragas! Mi tía andaba por la casa sin bragas! Ese pensamiento me puso a cien, pero lo que me hizo estremecerme es que no se depilaba. Tenía bastantes pelos, y aunque estaba depilada por donde el bikini no tapa, los pelos que no se había depilado estaban recortados para que no fuese tan espeso el pelo. Fui al baño corriendo y con la visión de su coñito maduro y con pelos, cogí una pinza y volví bajo la mesa.

Con cuidado, cogí uno y tiré con rapidez. No hubo cambios. Lo guardé en la mano. Luego me envalentoné, y fui quitando pelos y más pelos, donde no se notara mucho pero lo más cerca posible de su clítoris y de su cueva. Empecé a comerle el coño de una forma salvaje. Estaba excitadísimo, pero no tenía tiempo para nada más. Pegué una pequeña lamida a todo su coño, llevado por la excitación, y con sus pelos a salvo en mi mano, y el sabor intenso de su coño en la boca, me fui al baño.

Lavé y dejé la pinza en su sitio y guardé los pelos en la página donde venía el conjuro. Cerré el libro y volví a la cocina. Susurré el conjuro de despertarla, y le puse bien la cabeza. La desperté. Abrió los ojos al momento.

  • Tía? Que te me quedas dormida aquí mismo!

  • Uy… que raro… perdona hijo, es que estaba pensando en mis cosas y se me cerraron los ojos supongo. Hoy no he parado!

  • No te preocupes que todo saldrá a pedir de boca en la comida!

  • Espero que sí!

  • Bueno, me voy a mi habitación, llamarme cuando os haga falta o vengan los invitados!

  • Vale!

Me fui corriendo ami habitación y me aseguré de cerrar la puerta con llave. Abrí el libro por la página donde había dejado los pelos y allí seguían. Luego, los puse en un montoncito como decía el libro, en un plato. Toda esa aventura me había dejado con ganas de sexo, así que tuve que masturbarme de una forma furiosa, desnudándome y mirándome al espejo, gruñendo mientras mi mano se movia salvajemente intentnado llegar al orgasmo...

No me reconocía, mi cara era la de un vicioso, el libro empezó a brillar en un color rojo que inundó mi habitación y me hizo sonreír como un poseso, mientras recordaba el coño de mi tía, abiertos sus labios, con sus jugos mojandome la barbilla... Sentía su sabor en mi boca y su olor en mi nariz, no podría esperar a que fuese mía, la sola idea de lo que pasaría con ese hechizo me hizo apurar mi mano, que recorría mi largo y grueso rabo, que cada día crecía más y más por lo que veía...

Poniéndome de rodillas, haciéndome la paja más frenética e intensa de mi vida, gruñendo, arqueando la espalda, con una mano estrujándome los testículos y con la otra que casi prendía fuego a mi pene, me corrí. Gruñí como una bestia, el semen caía por el pelo del coño de mi tía, pero también por el libro y por una buena parte de la habitación. No podría controlarme, estaba como poseído por la lujuria, no me importaba mancharlo todo de semen, corriéndome sin pensar en nada más que en cabalgar ese orgasmo tan increíble que estaba teniendo... Con las últimas oleadas de placer, me derrumbé desnudo en el suelo entre espasmos.

Luego, después de calmarme, me pinché un dedo y puse unas cuantas gotas de mi sangre mojando el montoncito de pelo con el semen que había caído encima. Con la otra mano, acerqué una cerilla y les prendí fuego, mientras recitaba un canto. Empezaron a arder con un rojo intenso, muy diferente al naranja normal del fuego. Me invadió una gran excitación mientras el pelo ardía. Observé con horror y fascinación que allá donde había caído el semen por mi habitación, también este ardía, en pequeñas llamas rojas intensas, pero sin dañar los objetos sobre las que estaban, sencillamente el semen se consumía en esas llamas...

Cerré los ojos y aspiré el aroma del pelo quemado de mi tía. Era embriagador, mezclado con mi sangre y mi semen. Oí cómo se abría la puerta de casa, y la excitación se me bajó. Miré al plato y vi con sorpresa que no quedaba rastro, ni de pelo, ni de sangre, ni siquiera el fuego había dejado manchas en el plato. Cerré el libro y lo escondí como siempre. Me vestí bien, con una camiseta veraniega, un calzoncillo y un pantalón de lino blanco muy cómodo y salí de la habitación. Pronto descubriría si el hechizo funcionaba y qué efectos tendría...