Betty confinada
¡Hola!, Betty de nuevo. Los que ya me conocen sabrán de mi por mis anteriores relatos, quien no aún está a tiempo de conocerme. Para los que me echaban de menos decirles que aquí estoy y que bueno, una tiene una vida ajetreada pero no siempre le ocurren situaciones que contar. Espero disfruten mucho.
Hola de nuevo y lo primero es desearles estén todos bien, que menuda broma por la que estamos pasando. Lo siguiente es disculparme ya que, a pesar de las numerosas peticiones por parte de ustedes, he estado un tiempo sin escribirles nada. La verdad es que las circunstancias y el poco ánimo con todo esto me lo han impedido pero ya parece voy recuperando un poco el entusiasmo. Igual tiene algo que ver lo que les paso a relatar y me ha sucedido en este confinamiento: una bonita historia de encuentro y reconciliación con mi hijo Hugo, bueno, para serles del todo sincera realmente es mi hijastro, hijo de mi actual marido y su relación anterior, pero vamos, familia lo es y en toda regla. Aunque parte de lo que les cuento al principio pueda resultarles un tanto triste les puedo desvelar que el final es muy feliz. No me atrevería a contarles ninguna tragedia y menos en estos tiempos pero también sé que todos ustedes son gente que saben apreciar los compromisos familiares y el amor entre los parientes. Paso ya a relatarles.
Los primeros días de este maldito virus nos sorprendió, por fortuna, en nuestro hogar familiar, una bonita casa solariega en el distrito histórico de nuestra ciudad y reformada por mi marido con todas las comodidades de la vida moderna. Digo esto porque con vistas al confinamiento que nos esperaba por delante estábamos bien aislados y preparados, con amplio espacio para los tres. Los primeros días los pasamos con muchos nervios y un tanto de miedo pero al poco, ya saben que soy una mujer muy dispuesta y amiga de solucionar los problemas, tomé la decisión de mantener la moral familiar muy alta. No me pudo ir peor, como siempre. Con Hugo la cosa me iba de pena, por más que le decía que su mami estaba ahí y lo iba a proteger el muy maldito demonio me respondía de muy malos modos y a gritos “que ya estaba bien, que yo no era su madre”. Como bien saben no hay que responder a los niños con violencia y lo mejor en esos casos de perreta es hacerlo con positividad por lo que yo le respondía:
- Ay, Huguito hijo mío, niños que no tienen mamá en este mundo y tú, que tienes dos, andas quejándote – cosa que a él le hervía la sangre aún más pero yo ni cejaba ni cedía. Soy su madre y punto, le gustase o no.
Con mi marido tampoco es que me fuese muy bien, la verdad. Ni los tacos altos, ni las ropitas de señorita puta ni las prácticas de todo lo que aprendí gracias a mi sobrino servían para que se le endureciera la moral a mi maridito, tan mustio estaba. Yo ya no sabía qué hacer para mantener bien en alto el pabellón del optimismo en mi familia hasta que un día el Señor, que es todopoderoso, me envió una señal en forma de estornudo. No de EL, válgame a mi blasfemar, sino de mi marido quiero decir. Sobre la marcha le empaqueté su maleta y lo convencí que lo mejor sería pasase el confinamiento él solo en nuestro apartamento de la playa, evitando así cualquier posible contagio a su familia. Allí que se fue más contento que unas pascuas dejándome a mi todo el tiempo del mundo para reconducir la relación materno filial con mi hijo.
Una mujer decidida es bueno, pero una mujer decidida y con un plan es aún mejor. Y esa era yo, dispuesta a que, como siempre, esta vez no saliesen mal mis anhelos. Lo primero era entender el malestar de mi hijo, cosa que yo por más vueltas que le daba no alcanzaba a comprender, pero claro, es bien sabido por todos que los 22 es una edad muy mala en los nenes. Por ello decidí me viese más cercana a él y no con esos pijamas y batas de señora mayor que llevaba puesto los primeros días. Decidí convertir a la señora de 45 años que soy en una chavalita de 20. Apañadita que es una encontré el look con el que sin duda acabaría por conectar con mi hijo, rompiendo esa fría barrera generacional que nos separaba. Un short rosa de nylon, de esos ochenteros, que aunque se me apretaba en mi hermoso pandero y en el chochete no me quedaba del todo mal. Una camiseta de tiros ajustadita con gran escote, pero no os creáis, muy decente porque llegaba justo hasta taparme los fresones de mis tetis. Eso si, por los laterales no se aguantaban bien y dejaba ver gran parte de estos enormes tetones que me gasto. Sin pena, claro, porque ¿acaso no saben que las chicas actuales visten así?. Pues eso que digo. Finalmente unos buenos tacos de aguja y a recuperar a mi hijo. ¿Qué si tuve éxito?. Desde el minuto uno, nada más verme me dio los buenos días….¡DESPUES DE TRES DIAS SIN DIRIGIRME LA PALABRA!. A partir de ahí les reconozco que el proceso fue lento y aunque lo tuve todo el santo día como una mosca rondando la miel la cosa fue dura. Primero porque ya saben que, aunque me gustan mucho (más a mi marido), me cuesta andar con tacos altos. Hacen que camine como un patito mareado e intentando equilibrarme todo el rato: el culo hacia fuera, las tetonas hacia adelante y botando como locas, en fin, una calamidad y como dice mi esposo con un andar muy guarro, cosa que sinceramente no sé a qué se refiere. La otra cosa es que mi hijo no paraba de ir al baño, que preocupación tan grande, ¿estaría enfermo?. Una madre es una madre y aprovechando uno de sus viajes al aseo entré por sorpresa y… fin del misterio. Mi hijo, en la ducha estaba…. como les digo, ¿dándole al manubrio?, ¿jalando su cosota?, para que me entiendan bien y perdonen la ordinariez: estaba pelándose su enorme nabo. Pero la cosa no termina ahí, no que va, nada más verme aparecer por la puerta eyaculó de tal manera que un enorme manchurrón blanco se estampó por toda la mampara de la ducha. Como alma que lleva al diablo salí disparada. Por supuesto que yo no tenía la culpa de aquello. Sin duda, al verme así vestida, se acordaría de alguna novieta o algo y entre eso y el confinamiento el pobre estaba con sus necesidades a flor de piel. Angelito lindo, mi niño.
El resto del día mi hijo lo pasó con aire compungido, pobrecito, y yo dándole vueltas al asunto muy nerviosa. Y ya saben que pasa cuando me pongo así, que se me moja mucho el chichi. Llegada la noche, y mi hijo en su cuarto, me fui yo también a la cama pensando en una solución a todo aquello con mi chochito como un mejillón enlatado, por los nervios, no vayan a pensar. ¿Acaso como buena madre debería yo aliviar el tormento de mi hijo?. Tal vez si su madre le hiciese una pajita acabaría por solucionar sus problemas pero, no, ni loca. Eso estaba bien con un sobrino, un primo o incluso con un tierno abuelito. Un hijo no, eso está muy pero que muy mal, una madre tiene el deber de llegar más allá con su propio hijo. Decidida me levanté y desnuda como estaba llegué hasta la puerta del dormitorio de Hugo pero algo no me convencía del todo. Que simple soy a veces, se me había olvidado por completo el momento por el que pasábamos, así que corriendo volví a mi dormitorio para tomar precauciones. Me coloqué una mascarilla y, de paso, unos tacos bien altos. De vuelta de nuevo abrí la puerta y allí que me planté brazos en jarras.
- Cariño, a ver, quiero que sepas que no tienes de que preocuparte ni avergonzarte. Tu mami entiende perfectamente el momento por el que estás pasando y ahora, que parece estamos conectando tu y yo, creo que como madre me corresponde la ineludible responsabilidad de atenderte como un hijo se merece – le dije.
Bamboleando como pude llevé mis carnes hasta el borde de la cama, ocultando bajo la mascarilla la vergüenza de mi desnudez. Ya encamada en el lecho de mi hijo me moví ágil como una gatita a pesar de mis tacos. Por alguna extraña razón soy más hábil con ellos sobre una cama que caminando, tal vez se deba a que paso más tiempo con ellos puestos sobre un catre que en el suelo, digo yo, no sé. Bueno, al lío. Resulta que, como me esperaba, aquel muchachito tenía nuevamente una erección de campeonato y al ver su mástil tieso me recordó a su padre. De tal palo tal astilla, suelen decir, solo que en aquel caso el palo era el del hijo y la astilla la del padre. ¡Jesús, María y José, que tranca se gastaba el muchacho!. Sin más me coloqué en cuclillas sobre él, agarrando su herramienta con delicadeza y apuntando hacia mi chochito, más limpio que el de una Barbie gracias a la depilación láser.
- Venga, vamos a poner remedio a esto, cariño – le dije mientras me enterraba su hermoso pene hasta sentir sus bolones en mi culo.
El gritó, por la impresión. Yo grité, por la excitación. Obviamente por la excitación de saberme una buena madre, plena y llena. Dejé que mi querido chochete hiciese su trabajo, aliviando el furor de mi hijo mientras yo jadeaba, supongo que por la falta de aire al llevar la mascarilla puesta. Hugo me tocaba las piernas, los tacos, el culo, vamos que el muchacho no sabía dónde parar las manos quietas, y yo me limitaba a montar sobre él al ritmo que marcaba mi chumino. Con tanto frenesí mis enormes tetonas no paraban de botar arriba y abajo, lo que me dio un poco de apuro viese mi hijo. Están las cortitas, luego las tontas del todo y por último esta Betty, pues no va y se me ocurre decirle a mi hijo que no mirara las tetas de su madre, que daban mucho asco. ¿Qué es lo que hace un niño cuando le dices que no haga algo?. Pues eso, lo contrario. Hugo con su boca apresó al vuelo uno de mis tetones y allí que se quedó enganchado y succionando de mi pezón. Pero como no hay mal que por bien no venga aquello hizo que mi hijo se tranquilizara, mamándome primero de un tetón y luego del otro, provocándo calambritos en mis fresitas y dejando a su madre gozar con el trabajo que le tocaba hacer. Me explico, gozando de saberse con el deber cumplido, aunque he de reconocerles que mi chirri estaba muy disfrutón tragándose toda aquella cantidad de carne. Una no es que sea una experta pero si tiene una edad, y la experiencia de los años unido al amor hacia mi hijo hizo que mi coñito aliviara tanto a mi hijo que acabó eyaculando dentro de su mami. He de decirles que esa no era la idea, yo solo quería que Hugo se consolara y acabara fuera, nunca dentro de su madre, válgame Dios, pero a veces una propone y mi chocho dispone y en esta ocasión él decidió por mí y allí parado que se quedó recibiendo toda aquella leche calentita llenándolo por completo. Tan contenta estaba de ver a mi hijo feliz y apaciguado que, sacando su cosota de mi viscosa vagina, le di un piquito amoroso de madre en sus labios para regresar jubilosa y satisfecha a mi dormitorio donde pronto me alcanzó un dulce y plácido sueño.
A la mañana siguiente me levanté como una jovencita alocada, tan alegre y radiante que deseché ponerme ropa alguna para disfrazar mi madurez. La bonita conexión establecida con mi hijo la noche anterior y saberme tan buena madre como para dar con la solución de sus males me hacía la mujer más feliz del mundo. Activa y emprendedora me dispuse a preparar el desayuno de mi campeón mientras él terminaba de reposar. Cuando sentí que se levantaba temí por un momento que mi desnudez fuese motivo para su incomodidad y, aunque como ya saben siempre digo que entre familia no hay penas ni ascos, preferí ponerme por encima un coqueto delantal. Tan pequeño era que apenas tapaba nada por delante, dejando nuevamente mis tetones desbordando por los laterales (vaya cruz tengo con eso) y por detrás totalmente a la vista mi culazo que, aunque con alguna estría, se mostraba lustroso y reluciente. Pero como nada es eterno, al contrario que la noche anterior, esa mañana fue momento de los más absolutos y desastrosos malentendidos. Verán, les cuento, nada más llegar mi hijo lucía nuevamente una erección como la de un toro, cosa que me puso muy triste al reconocer las carencias mías como madre. Por otro lado, y sin relación con lo anterior, un súbito escalofrío recorrió por entera mi rajita a lo que le pedí a Hugo, si no le importaba, inspeccionara el chochito de mami para ver que le ocurría. Agachado detrás de mí puse mi culete en pompa y abrí las piernitas para así facilitarle la visión.
- Mamá, tienes los labios muy hinchados y rojos y además te huele mucho, pero nada más.
¿COOOOOOMO?. ¿Había escuchado bien?. Por fin mi hijo me llamaba mamá. Tan feliz y dichosa me hizo aquel chiquillo que le dije:
- ¡Ay, mi niño, que feliz haces a tu mami. ¿No quieres darle un besito de buenos días?.
Yo no sé qué entendió aquel muchacho porque obviamente me refería a mí, un besito cariñoso a su mami, pero debió ser la postura en que nos encontrábamos ambos que terminó embutiendo todo mi chocho en su boca dándole un cálido beso. Pero no crean ustedes, no fue un beso cualquiera, tal era el amor de mi hijo hacia su madre que me lo besó con lengua y todo, sintiendo yo como me penetraba todo el coñito cual batidora revolviéndome por dentro. La pena fue cuando me mordisqueó la pipita, si, esa tan grandota y sensible que asoma entre mis rollizos labios, porque, literalmente, me licué. ¿Qué que quiero decir?. Pues eso, que me estaba vaciando por completo soltando por mi chochete, litro arriba litro abajo, una cantidad tal de agüita que empapé a mi pobre hijo en un segundo. Huguito se separó pero yo era incapaz de recuperar el resuello, cosas de la edad, supongo. Para cuando pude coger aire se me vino el alma a los pies. Allí estaba mi hijo, con su cipote tieso como una vara y la cara empapada de los juguitos de mami. Hasta ahí podíamos llegar:
- Se acabó – le dije muy enfadada – Hasta aquí hemos llegado. No voy a permitir que sufras de esa manera y a partir de hoy tu mami hará lo que haga falta para que no andes sufriendo por la casa. Todo el día. En cualquier momento. Una mamá nunca descansa, ¿lo entiendes?.
Por la cara que puso creo que sí, que lo entendió bien entendido. Faltaría más, cuando una mamá se pone firme hay muy pocas cosas en el mundo que la puedan parar. Cogiéndole de la mano nos dirigimos al salón y una vez allí me recosté sobre el sillón culete en alto y abriendo mi coñito con las manos.
- Anda, desahógate con mami un rato. Dale por su chochito todo lo que quieras – puntualicé.
Y vaya que si me dio que yo no se ni por cuanto tiempo anduvo conejeando a su mami ese chaval. Hasta tres desmayitos me dieron antes de que se viniera y, como una vez ya hace costumbre, lo hizo dentro de su mamá, rebosándome la chuchita y dejándomela bien llena como un bollito.
A partir de entonces cada necesidad de mi nene era atendida con devoción por su mami, entregada y abnegada por el bien de mi hijo. Menos mal que una toma anticonceptivos porque si no en esos días hubiese sido capaz de engendrar yo sola a toda una clase de parvulario. En la azotea tomando el sol, en la ducha, de nuevo en la cocina, por las noches en el salón y por si fuera poco su mamá siempre andaba ojo avizor ante cualquier señal. Incluso en aquellos momentos en los que él me decía que, de verdad, que no tenía ganas (quien sabrá mejor que una madre las necesidades de su hijo) yo me lo enchufaba al chichi y le daba gustito hasta que se derramaba en mi interior. Hasta tal punto llegó mi celo que a las noches ya dormía conmigo en mi cama, no fuese a ser que en la madrugada mi niño tuviese alguna necesidad.
Así fue el inicio de mi confinamiento y la bonita historia de una relación madre-hijo, historia a la que le siguieron otras pues aún faltaba por llegar la Semana Santa, día de la Madre y otros momentos que ya son inolvidables. Espero les haya gustado. Besis.