Besos, quiero besos
¿Hacen falta palabras para describir un sentimiento? (Resubido desde mi antiguo perfil)
Me despierto y le veo tumbado a mi lado, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, tentadores. Me consume por dentro no poder besarlos. Giro en la cama dándole la espalda. Mis movimientos le despiertan. Pasa una mano por mi cintura y se acerca a mí. El contacto de siempre, pero nada más. No me atrevo a dar el paso.
Noto su cálida y lenta respiración en mi nuca, demasiado cerca. Cierro los ojos para inundarme de esa sensación. Respiro hondo. Suspiro. Pongo mi mano sobre la suya y la acaricio, la siento suave y protectora. Me abraza. Me giro hacia él. Sus brazos me rodean y me cobijan bajo las sábanas. Quiero besarle.
“Te quiero”, me susurra aún medio dormido. Apoyo mi cabeza sobre su pecho. Su mano acaricia mi pelo. Quiero besarle. Paso mi mano sobre su tripa y le rodeo con mi brazo. Caigo dormida.
Al despertar, él me está observando. Mis ojos se fijan en los suyos, oscuros, brillantes. Me sonríe. Quiero besarle. “¿Qué tal has dormido?”, me pregunta. Le respondo que bien, que a gusto. Acaricia mi mejilla con su mano. Se acerca más a mí. Me besa en la frente. Sonrío y le miro. Nuestras bocas están peligrosamente cerca. Pierdo la razón. Me acerco más a él. Se acerca más a mí.
Sus labios son suaves, carnosos, blandos. Se amoldan perfectamente con los míos. Los acarician, los rodean, los toman… Le estoy besando. Su lengua asoma tímida y roza mis labios con su punta. Mi lengua le da la bienvenida. Su mano se apoya en mi nuca, con suavidad. La mía le acaricia la tripa bajo el pijama. Su piel es suave, agradable. Cada parte de mi cuerpo está ahora mismo pendiente de sus caricias.
Se separa de mi boca y me mira. Sus ojos están inundados de cariño. Los míos muestran incredulidad ante lo ocurrido. “Llevaba meses esperando esto”, confiesa. Su mano vuelve a acercarme a él. Me besa de nuevo. Gira y se coloca sobre mí, envolviéndome con su cuerpo. Le quiero. Quiero ese contacto. Le quito la camiseta. Quiero sentir su piel, ver su cuerpo. Acaricio su cuello con mis labios, lo beso. Su boca vuelve a aclamar la mía. Nos fundimos en un beso lento. Siento escalofríos. Me estremezco.
Sus dedos acarician mi brazo. Pasan bajo mi camiseta. Tocan mi piel, mi cintura. Retira la prenda. Me observa. Besa mi hombro, mi cuello. Suave, con dulzura. Mi mejilla, mis labios de nuevo…
Las manos nos van desnudando. Todo es lento, sin prisas. Noto su piel sobre la mía. Sus manos tocándome como si me fuera a romper, delicadamente. Las mías recogen su calor. Le recorren por completo.
Siento su deseo. Sus ganas de unirse a mí. Siento su cuerpo creciendo sobre el mío. Se desliza hacia arriba y nuestros sexos se tocan. Una mezcla de sentimientos se revuelve en mi interior. Quiero que ocurra. Quiero que me posea y que me sienta para él. Esta noche me entrego a su cuerpo. Le quiero…
Las caricias bañan nuestros cuerpos. Los besos son los protagonistas. Me humedezco por momentos ante la sensación de tenerle tan cerca. Apoyo una mano sobre la parte inferior de su espalda y le empujo con suavidad hacia arriba, notando como se introduce levemente en mí. “¿Estás segura?”, me pregunta. “Nunca había estado tan segura”. Mis palabras le hacen sonreír. Me dedica otra mirada tierna, llena de amor. Me besa con suavidad mientras su cuerpo comienza a poseer al mío.
Nuestras respiraciones son acompasadas. Mis ojos se cierran y mis sentidos se abren por completo, sintiendo cómo se introduce en mi interior centímetro a centímetro. Mis manos recorren su espalda, amoldándose a cada músculo y a cada curva. Beso su hombro y su cuello mientras él comienza a moverse al ritmo en el que mis manos le llevan. La sensación de estar unida a él, de haber cumplido mi mayor deseo, es superior a cualquier placer. Su piel en contacto con la mía es la sensación más agradable que pueda recordar. Sus labios siendo besados por los míos, su lengua ofrecida a la mía, sus manos y sus caricias… Algo inimaginable, inolvidable. No quiero que acabe nunca. “Te quiero”, le digo “te quiero mucho”. Me responde con un beso, de nuevo.
Me sorprende la lentitud de sus movimientos, como si quisiera hacerlo durar toda la vida. Tiene miedo de que algo me moleste, de hacerme daño, lo sé. Me ve frágil, me ve como su pequeño tesoro recién descubierto. No puedo dejar de mirarle, ver sus ojos fijos en mi y sus labios abiertos, tentando a los míos. Su frente perlada por el sudor producido por la emoción y el deseo. Le acaricio el pelo, la cara. La otra mano aun apoyada en su espalda le anima a ir más rápido. Quiero que disfrute por completo, sin miedo.
El roce de nuestros cuerpos, el contacto del sexo y las caricias nos estimulan y nos excitan. Siempre ocurre ante un nuevo contacto con alguien, pero con él es diferente. Le quiero.
No podría permitir que se volviera a marchar de mi lado. Los años separados y los días que hemos pasado creando una amistad especial no han podido borrar los restos de un amor de infancia. Una fantasía esperada, por fin cumplida. Un contacto que siempre había imaginado y que ahora puedo conocer.
Ahora, en una cama, bajo la sábana, dos personas convertidas en una única silueta sienten, disfrutan y desean entre caricias y besos.