Beso húmedo
Un relato erótico sobre el placer del beso negro.
—Voy a ducharme.
Me acurruqué intentando dormir. No pude. Mis huellas se borrarían y me puse celosa. Salté de la cama, caminé con sigilo y le espié por la rendija. El agua se deslizaba por su cuerpo y su piel brillaba húmeda. Estaba sedienta.
Entré en la bañera y me puse detrás de él.
—Le voy a cachear. No se resista, señor.
Se rió. Apoyó las manos contra las baldosas y separó los pies. Comencé a enjabonarle demorándome en cada recoveco, en cada pliegue, en cada poro. Le aclaré con la ducha y me arrodillé. Mis labios se deslizaron por sus muslos, apresaron sus testículos y los chuparon con gula. Estaban duros, húmedos y ardían. Yo también. Mi lengua se arrastró y pulsó, rítmica, en la pequeña hendidura. Arqueó la espalda y sentí que se iba a correr. No, todavía no. Separé sus glúteos y lamí los pliegues rugosos describiendo círculos cortos. Mi lengua le penetró buscando sus entrañas y mi mano trepó buscando su sexo. Las dos se movieron al unísono y comenzó a gemir. Aceleré el ritmo. Su cuerpo se tensó y se corrió con un gruñido.
Me incorporé y le di un azote cariñoso.
—Mi chico está limpito.
Me giró con fuerza pegándome contra la pared.
—Tú, no.