Bernardo

Cuando el alcohol hace ciertos efectos.

Bernardo

1 - Introducción

  • ¿Qué te pasa Bernardo? Te veo muy triste. No entiendo por qué faltas a las clases y te sientas aquí solo mirando a ningún sitio.

  • Prefiero estar solo, David. A veces, la soledad es más reconfortante que una compañía; aunque sea buena.

  • ¡Lo siento! – le dije -, no quería molestarte. Sé que lo que me dices es cierto, aunque muchos piensen lo contrario. Voy a dar una vuelta.

  • ¡Espera, por favor! – extendió su brazo con la mano abierta -.

  • ¡Dime! – me volví hacia él -; si puedo ayudarte en algo me lo dices.

  • ¿Te importaría…?

  • ¡Vamos, habla! – le miré a sus tristes ojos - ¿Necesitas ayuda? Te la he ofrecido.

  • La verdad es que no sé si necesito ayuda o tengo que solucionar mi problema yo solo – suspiró -, pero de los que conozco de la clase me pareces uno de los más sensatos y el único al que le hablaría de mis sentimientos. Quizá entiendas lo que me pasa. Si te suelto un rollo, me lo dices y ya hablaremos cuando esté mejor.

  • Eso no vale – me senté a su lado -; cuando estás bien hablamos sin problemas. Cuando quiero hablar contigo es ahora; cuando estás mal.

  • Tal vez sea un bicho raro – me miró tímidamente -, pero todo lo que siento lo escribo. Es una forma de desahogarme.

  • La mejor forma de desahogarte es hablar lo que sientes con alguien – le dije -. Ya sé que nos conocemos poco y tal vez no soy la persona adecuada para que me cuentes tus problemas, pero aquí me tienes.

  • Llevo casi un año escribiendo lo que siento – dijo -, desde la fiesta de la primavera del año pasado ¿La recuerdas?

  • ¡Pues claro! – exclamé -; estuvimos juntos casi toda la noche cuando acabó el concierto.

  • Sí. Y hablamos de muchas cosas – le temblaban las manos -, pero tal vez tú no las recuerdes.

  • Estábamos bien puestos de cubatas – le dije -, pero tengo muy buena memoria y no recuerdo que me hablases de algún problema.

  • Es que no te hablé de ese problema, David – me miró con tristeza -. Tú lo has dicho. Estábamos muy bebidos y charlábamos sin parar. Charlamos sin parar hasta que

  • Charlamos sin parar hasta que nos despedimos y te fuiste a casa – recordé - ¿Dónde está el problema? ¿Dónde estaba?

  • En la despedida.

  • ¿En la despedida entre nosotros el año pasado? – me extrañé -. No recuerdo que nos peleásemos ni nada de eso. Luego seguimos las clases y seguimos siendo amigos.

  • ¡No! – abrió su bolsa -. Toma estas notas. No leas nada hasta que llegues a tu casa y guárdalas en un lugar seguro. Cuando las leas, por favor, devuélvemelas.

  • ¡Pues claro! – le dije -, pero no entiendo

  • No importa – me sonrió -; no lo entiendes ahora. Lo entenderás cuando lo leas.

2 – El desmemoriado

Me despedí de Bernardo y le deseé que se sintiese mejor lo antes posible; que diese un paseo y le dije que yo iba a ayudarlo. Me fui a casa un poco preocupado, pero no imaginaba lo que llevaba en mi bolsa.

Después de almorzar, me metí en mi dormitorio, saqué aquellos manuscritos y comencé a leer. Al principio no había más una larga descripción de cómo empezó la fiesta, del concierto y de las conversaciones que tuvimos con algunos amigos. Había demasiado texto. Quise pasar algunas páginas, pero una frase me llamó la atención:

«Todos estábamos borrachos y cada uno le comía la boca a la tía que tuviese más cercana, pero David siguió hablando conmigo».

Me fui a la cocina y me preparé un café bien caliente para seguir leyendo. Recordé inmediatamente que todos fueron desapareciendo entre los matojos con una chica. Iban a follar; estaba claro. Pero Bernardo y yo seguimos hablando; seguimos hablando hasta las 7 de la mañana. Fue entonces cuando nos despedimos. No recordaba la despedida. Había bebido demasiado.

Volví al dormitorio y fui buscando esas páginas donde Bernardo describiese cómo nos despedimos; hasta que las encontré. En ellas había una descripción muy clara:

«Cuando ya se iba, le tomé de la mano y nos acercamos. Me abracé a él pensando que iba a enfadarse, pero se quedó inmóvil. Comencé a besarle el cuello suavemente y, poco después, noté sus labios en mis mejillas. No nos besamos más, pero me dejó que lo acariciase hasta que mi mano se posó en sus partes y comencé a acariciarlas. Le abrí los pantalones, busqué dentro de ellos y encontré lo que buscaba. Me puse a hacerle una paja y se dejó. Se corrió encima de mi blusa. Al día siguiente parecía no haber pasado nada».

Solté el manuscrito en el suelo. Estaba recordando aquella situación y me estaba empalmando. No sabía qué me pasaba. Normalmente miraba a las chicas y Bernardo no era más que un amigo mío de clase. De pronto, empecé a ver su cara suave y pecosa, su nariz respingona, su mirada expresiva, sus labios sensuales y rosados. ¡Me estaba empalmando pensando en él! Corrí al baño, me encerré y me masturbé inmediatamente. Me corrí en muy poco tiempo. Bernardo se había pegado a mi retina.

Quise seguir leyendo aquel manuscrito, pero los días que describía eran tan tristes, que lo abandoné. Me propuse entonces hablar con él al día siguiente. El asunto era muy delicado ¿Cómo podía decir que se había enamorado de mí por haberme hecho una simple paja escondidos bajo un árbol a las 7 de la mañana?

3 – Recordando

Sí, había olvidado unos momentos maravillosos. Ahora recordaba que cuando fui a darle la mano para despedirnos, me la agarró con fuerzas y tiró de mí hacia debajo de un árbol. Como soy bastante alto, tuve que agacharme para entrar allí. Me sorprendió que me abrazara, pero no me molestó. Estaba muy borracho, es cierto, pero me apetecía el contacto con su cuerpo caliente. Tenía dormidos unos sentimientos; quizá despertaron en el momento menos apropiado, porque no los recordaba. Cuando sentí sus labios húmedos en mi cuello, lo besé. No le estaba devolviendo un favor ni estaba haciendo un papel. Me apetecía besarle. Cuando comenzaron a caer sus manos por mis costados, levanté la cabeza y le miré fijamente a los ojos. Me parecieron bellísimos. No pensé en que era un tío; sus ojos eran bellos y su mirada hipnotizadora. Sus manos bajaron hasta mis caderas y tiraron de mi cuerpo. Noté que estaba empalmado y sentí cómo me subía una descarga eléctrica por la espalda. Me retiré despacio de él y noté luego que sus manos seguían acariciándome y acercándose cada vez más a mi miembro, que estaba casi erecto. En la penumbra y al tacto, descubrió mi polla y comenzó a acariciarla. Era un placer tan grande aquella caricia mirando sus ojos, que no pensé en nada más. Cuando me di cuenta me había abierto el pantalón y había metido la mano. Siguió acariciando, pero me acerqué a él. Tengo que ser sincero, estaba deseando de que me hiciera una paja. Y eso hizo. No pude aguantar mucho y, a pesar de estar bastante borracho, recuerdo ahora que me corrí muy pronto.

Llegué a clase tarde y corrí a sentarme en una mesa, pero sólo encontré un sitio. Cuando me senté, descubrí que a mi derecha estaba Bernardo. Me miró y me sonrió tímidamente. Saqué su manuscrito y le tendí la mano. Cuando los cogió, le rocé los dedos a propósito y le sonreí abiertamente. Noté cómo brotaba la felicidad de su mirada.

Acabadas las clases, nos levantamos y comenzamos a comentar algunas cosas, pero cuando nos dirigimos a la salida del aula, me tomó por la cintura y volvió a despertar en mí un sentimiento maravilloso de estar acogido; de estar protegido por alguien.

Nos sentamos en un banco y me preguntó que por qué le devolvía los manuscritos.

  • No los has leído, David – dijo -; he tardado un año en escribir eso ¿No te interesa?

  • Sí, sí me interesa – rocé su mano que estaba muy cerca de la mía -, pero lo que más me interesaba ya lo he leído. Tú describes ahí cómo nos despedimos aquella madrugada. Yo estaba tan borracho que al día siguiente había olvidado todo, pero no me dejé hacer lo que me hiciste por estar borracho. He recordado perfectamente todo lo que pasó y mis deseos y, ¡no lo vas a creer!, me fui al baño y me masturbé recordando lo que ocurrió.

  • Entonces… - dijo casi riendo -, ¿lo harías otra vez?

  • Uff – exclamé -, eso es lo que no entiendo. No soy gay, me gustan las tías, pero me he dado cuenta de que he perdido un año de tu compañía. No quiero decir que me aprovecharía de ti para obtener placer. Es que cada vez que te miro ahora, cuando he recordado aquellos momentos, me empalmo ¡Mira disimuladamente mis pantalones! Me he hecho hasta tres pajas pensando en ti, en lo que me hiciste aquella noche. Tú sabes lo que sentías, pero ahora yo sé lo que siento.

  • Sí, pero eso me da miedo – miró al suelo -, si mañana te enamoras de una tía, Bernardo no habrá sido más que un pajo, una anécdota en tu vida.

  • ¡No! – le grité - ¡No digas eso ni en broma! ¿Sabes una cosa? He venido hoy deseando de verte, de cruzarme con tu mirada. No sé qué me pasa, es verdad, pero no voy a torturarme porque me gusten las tías y cuando te vea me empalme ¿Me entiendes? Un día me hiciste una paja para placerme. Lo conseguiste. Ahora… ¡jo, me da vergüenza decir esto!

  • No te entiendo muy bien – dijo apurado - ¿Te he hecho daño?

  • ¡No, Bernardo! – sollocé -, lo que quiero es que se repita aquello pero sin bebida encima. Déjame que yo también te dé placer ¿Cómo podemos hacer esto?

  • ¡Mira, David! – dijo - ¡Mira disimuladamente entre mis piernas!

  • ¡Vamos a mi casa! ¡Vamos! – le cogí de la mano y tiré de él -. Te invito a almorzar, le diré a mis padres que tenemos que estudiar y, cuando salgan por la tarde

  • ¡Me das miedo, David! – se asustó - ¿Qué te he hecho?

Me acerqué a él bastante, lo miré fijamente sin tocarlo durante un buen rato y cuando caían unas lágrimas por mis mejillas y Bernardo me miraba boquiabierto, comencé a hablar.

  • No sé por qué me pasa. Es inercia. Como todos van detrás de las tías… me llevan. Pero hace un año, en aquella fiesta, todos se fueron con tías a follar y nosotros nos quedamos sencillamente hablando. Cuando te di la mano, me hiciste descubrir lo que de verdad quería; pero estaba borracho ¡Me doy asco! ¡Te pido perdón por haberte hecho pasar un año tan malo, pero te estoy pidiendo que no me dejes ahora!

Bernardo me miró un poco confuso, me pareció que pensaba y me cogió la mano.

  • ¡Vamos! ¡Llévame tú!